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3 ADIVINANZAS

En verdes ramas nací,


en molino me estrujaron,
en un pozo me metí,
y del pozo me sacaron
a la cocina a freír.
(El aceite)

De verde me volví negra


y me molieron con tino,
hasta que al final del todo,
de mí hicieron oro fino.
(La aceituna)

Zumba que te zumbarás,


van y vienen sin descanso,
de flor en flor trajinando
y nuestra vida endulzando.
(Las abejas)
El Rey Pico de Loro

Un rey tenía una hija muy bella, pero altanera y


orgullosa. El soberano dispuso una gran fiesta en el
palacio, y a ella concurrieron los más apuestos príncipes
de los reinos vecinos. El rey hizo llamar a su hija para
que escogiese marido entre ellos; pero ella los rechazó
con desprecio.

— ¡Qué tonel! —exclamó, a la vista de un príncipe


corpulento.

— ¡Vaya una espingarda! —dijo al mirar a un príncipe alto y delgado.

— ¡Parece un ladrillo! —dijo por un príncipe que tenía sonrojado su rostro. Y así,
a todos los demás. Pero de quien más se burló fue de uno que tenía la barba algo
saliente.

— ¡Qué cara tan horrible! —Dijo ella riendo—. ¡Tiene la barbilla como el pico de
un loro!

Y al joven le quedó el mote de “Pico de loro”.

El padre de la joven montó en cólera y juró que la casaría con el primer mendigo
que se presentara. Dos días después, un infeliz tocador de guitarra fue a la
puerta de palacio a pedir limosna. El rey lo hizo conducir a su presencia al mismo
tiempo que mandaba llamar a su hija.

El mendigo tocó dos piezas y el rey dijo:

— Tu música me ha gustado tanto, que te caso con mi hija.

Inútil fue que la princesa llorase y gritase; el rey permaneció inflexible.

— Lo he jurado —dijo— al ver que despreciabas a los más poderosos


pretendientes.

Llamó al cura y se celebró el matrimonio en el acto. Después de la ceremonia,


dijo el rey a su hija:

— Aquí no tienes nada que hacer. Tu deber es seguir a tu marido. Así que, ¡buen
viaje!

El mendigo se llevó a su mujer que, desolada y triste, iba detrás de su marido.


Atravesaron un gran bosque y la joven preguntó:
— ¿De quién es esto?

— Del rey “Pico de loro”.

— ¡Ay de mí! ¿Por qué no me habré casado con él? —murmuró.

Y así, al pasar por unos inmensos campos cubiertos de mieses, como también por
una bonita ciudad, la respuesta era idéntica: “Son del rey ‘Pico de loro’”.

Llegaron, por fin, a una cabaña de pobrísima apariencia, y el mendigo se detuvo.

— Esta es nuestra casa —dijo el mendigo— ¡Adelante!

— Pero no veo tus criados.

— ¿Criados! Yo me servía solo; pero, ahora, tú te encargarás de hacerlo. Vamos,


enciende el fuego para que hagas la comida, porque tengo hambre.

Pero la princesa, que jamás había hecho estos menesteres, no sabía cómo
arreglarse, y el mendigo tuvo que terminar haciendo la comida. Después,
rendidos por la fatiga, se retiraron a descansar.

Al día siguiente, muy temprano, el mendigo la despertó diciéndole:

— ¡Vamos, levántate pronto y limpia la casa!

Al cabo de unos días, cuando las provisiones se iban agotando, dijo el pordiosero:

— No seguiremos esta vida de ociosos. Yo volveré a pedir limosna y tú harás


cestos.

Luego fue a buscar mimbre y se lo trajo; pero al cabo de un rato, los delicados
dedos de la princesa comenzaron a sangrar que daba lástima. Luego el marido le
trajo una rueca y cáñamo para que hilase, y los dedos de la princesa volvieron a
sangrar.

— Verdaderamente —dijo el hombre— no sabes hacer nada. ¡Valiente negocio he


hecho casándome contigo!

Finalmente, el mendigo llevó a su mujer para que trabajase como ayudante en la


cocina de palacio. Le dijo que al principio no ganaría más que su ración, pero
que le apartase la suya. Así se hizo, y la princesa tuvo que ocuparse de los más
humildes menesteres del palacio.

Luego hubo una gran fiesta para festejar el santo del rey. Queriendo contemplar
el lugar donde otro tiempo fuera reina, se ubicó delante de las puertas del salón.
Contempló desde allí la fiesta con indecible angustia, maldiciendo su insensato
orgullo que le trajo la desdicha.

De pronto, un príncipe de dorados vestidos salió de entre los invitados y la invitó


a bailar. ¡Cuál no sería su sorpresa al reconocer al rey “Pico de loro”, de
quien se había burlado! Quiso huir, pero él la retuvo y le dijo:

— No lloréis, princesa y miradme atentamente. ¿No veis que el mendigo con el


cual os habéis casado y yo, somos la misma persona? Al oír yo a vuestro padre
jurar que os casaría con un mendigo, me disfracé de pordiosero. Hoy, que
vuestro orgullo ha desaparecido, vais a dejar de sufrir, pues sois la esposa del
poderoso rey “Pico de loro”.

La princesa abrazó y besó a su esposo. El padre y toda la corte se acercaron para


ver lo que ocurría y, al saber lo sucedido, todos lloraron de emoción.

Blanca Flor

Rolando era un simpático príncipe, quien, por urgentes razones de


Estado, debía contraer enlace.
El joven no sabía a quién elegir para esposa hasta que un día, en que
contemplaba las rosas de su jardín, le vino la idea de que debía
casarse con una dama que se llamase Blanca Flor. Hizo conocer esta
decisión a su madre, la reina, y ésta exclamó:
— ¡No conozco mujer alguna que se llame así! ¡Tendrías que recorrer
el mundo entero para encontrarla! Tú sabes, además que hay un plazo
para solucionar este problema de Estado.

El príncipe salió a recorrer muchos países y, cuando hubo perdido la esperanza


de hallar a la mujer que anhelaba, se encontró con un pescador, quien al saber
el motivo del viaje del joven, le dijo:
— Señor, yo os llevaré a la choza de unos pobres leñadores que tienen dos
muchachas. Una de ellas, es hija del matrimonio; la otra, es una huerfanita que
se han criado. Esta es muy bonita y muy buena y, por eso, la pareja le puso el
nombre de Blanca Flor.

Al oír esto, el príncipe dio un saltó de alegría y pidió al buen pescador que lo
condujera a la choza. Una vez en ella, les dijo a los leñadores.
— ¿Es verdad que tenéis una huerfanita que se llama Blanca Flor? Soy el príncipe
Rolando y deseo casarme con ella. Venid todos conmigo al palacio, para que mi
madre vea a Blanca Flor, precisamente cuando ya se vence el plazo que me ha
dado la corte.
Los leñadores, junto con las dos jóvenes y el príncipe, tomaron un barco rumbo
al país del apuesto pretendiente. Pero, durante el viaje, la leñadora, vencida por
la ambición, determinó suplantar a Blanca Flor con su propia hija. Aprovechando
que aquélla dormía, la ató con una cadena y la arrojó al mar. .
Por suerte, una ballena se tragó a Blanca Flor y, sin hacerle el menor daño, la
condujo a tierra. Cuando fue varada en la playa, un criado del príncipe guiado
por el perro engreído de palacio, la encontró, le desató las amarras y la instaló
en una cueva, a donde le llevaba alimentos.
Mientras tanto, cuando llegaron los viajeros a tierra, Rolando pudo notar que
Blanca Flor no era la bellísima joven que había conocido en la choza del bosque.
Se lo dijo así a su madre, pero ésta alegó:
— Es que el aire salino del mar le ha estropeado un poco su cutis...
Cuando llegaron a palacio, el perro del príncipe comenzó a lanzar elocuentes
ladridos y hacía continuos intentos de dirigirse hacia la playa, volviendo
nuevamente a los pies de su amo, como si quisiera enseñarle algo.
— ¿Qué me quiere indicar mi perro? —preguntó el príncipe a su criado.
— Quiere decirle señor, que en una cueva de la playa hay una bellísima joven
refugiada —explicó el criado.
Entonces fueron a la playa siguiéndole al perro y grande fue la sorpresa, y mayor
aún la alegría del príncipe, cuando encontraron en la cueva a la legítima Blanca
Flor. La estrechó con efusión y, conduciéndola al palacio, la presentó a su
madre, la reina, que quedó sumamente encantada con la belleza y el dulce
candor de la joven.
Los jóvenes se casaron con la venia y contento de la reina, salvando así el grave
problema de Estado. Fueron muy felices y perdonaron, a pedido de la buena
Blanca Flor, la mala acción de la ambiciosa leñadora, quien, en adelante fue un
dechado de modestia y de bondad.
La Princesa Triste
En un paraje encantador junto al mar, vivía una bella princesa rubia,
en su hermoso palacio de cristal.
Las hadas más diestras le confeccionaban los más bellos vestidos con
pétalos de rosa, y la blanca niebla marina peinaba su larga cabellera.
Pero la princesita no era feliz, pues en su delicado corazón se
anidaba la envidia. Y en una continua tristeza se pasaba las horas
tras las amplias ventanas de su palacio, contemplando el vaivén
incesante de las olas marinas. Un día divisó en el horizonte un punto
blanco, que poco a poco se fue agrandando. Era una carabela con
todas sus velas desplegadas al viento, la cual no tardó en llegar a la orilla.
Un rato después, pidió audiencia un apuesto marinero.
— ¿Qué motivo te trajo hasta mi solitario palacio? —le preguntó la princesa.
— Me enteré de vuestra eterna tristeza y me he propuesto que la sonrisa ilumine
vuestro lindo rostro —dijo el joven. — Eres osado, marinero. ¿Sabes que los sabios
más egregios han intentado lo mismo sin éxito? — Dejadme probar. Si fracaso,
podéis disponer de mí.
— Demuéstrame tu ingenio, marinero. El joven pidió un día de plazo para pensar
y, al día siguiente, volvió a hablar con la melancólica princesa. — ¿Por qué estáis
siempre tan triste? —le preguntó. — A nadie se le ha ocurrido preguntármelo.
— Pero yo os lo he preguntado.
— Pues bien: estoy triste porque no puedo encontrar un joyel incoloro, duro y
cristalino, tan puro y transparente como una gota de rocío.
— ¿Nada más que por eso?
— Tener sólo eso me haría feliz.
— Lo conseguiréis, pero vos misma iréis a buscarlo.
— ¿Cómo sabré dónde encontrarlo?
— Yo os guiaré, princesa.
Navegaron varios días en la carabela y arribaron, al fin, a una lejana costa.
Luego, el marinero dijo:
— Tenemos que separarnos, princesa. Seguid por este camino hasta llegar a la
cima.
— ¿Y qué haré cuando llegue?
— Lo que os dicte el corazón. Si necesitáis mi ayuda, haced sonar este silbato y
acudiré al instante.
Al quedarse sola la princesa en aquel extraño paraje, se sintió más triste aún y
lloró desconsoladamente varias horas. Pero al dejar resbalar las lágrimas por sus
mejillas, se dio cuenta que jamás en su vida había llorado; y que su corazón se
desahogaba de aquella fea envidia que consumía su alegría.
Sonrió de pronto, y sus lágrimas, al caer sobre las rocas de la playa, se
convertían en brillantes duras gotas de rocío.
— ¡Esto es precisamente, lo que deseaba! —exclamó ella—. Durísimas gotas de
rocío para adornar mi cabellera.
Y recogiendo el rocío, la princesa sonrió por vez primera en su vida. Loca de
alegría, tocó el silbato llamando al joven marinero. Llegó presto éste, y al
estrechar la mano que le tendía la princesa, se convirtió en un apuesto príncipe.
Contó luego a la asombrada princesa que había sido encantado por una maligna
hada del mar. Sólo recuperaría su verdadero estado cuando una bella princesa —
que jamás hubiese llorado— estrechase su mano agradeciéndole un favor.
La princesa que vivió triste, ahora sonreía. Se casó con el príncipe y fueron tan
felices, tanto que ella jamás quiso regresar a su palacio de cristal...
El Pitero El barreño
Tan limpio que andaba De los caballitos que trajo tu tío
Que ayer me mudé, Ninguno te gusta sólo aquel tordillo,
Buscando a pitero Hazte para acá, hazte para allá,
Todo me enlodé Que este caballito no lo monto yo
Cójalo cójalo,
Allí se metió Ay barreño si ay barreño no,
Que no se me vaya Ay barreño dueño de mi corazón.
Ese hermoso pitero
Se metió en el monte Papeles de china papeles morados.
Lo busco con luz Que trabajo tienen los enamorados
Y sale pitero Pasan en la puerta con la boca abierta
Diciendo ay Jesús Mostrándoles a todos los dientes Pelados

Pitero está gordo Ay barreño si ay barreño no


PA, alivio de males Ay barreño dueño de mi corazón,.
Y salen diez pesos
De nacatamales. Tírame una lima, tírame un limón,
Ùchu campirana, Tírame las llaves, de tu corazón,
Uchù fantasía
Atrápenlo duro ¡ay barreño sí,(bis)
De la rabadilla, (bis).
Por aquí pasó un lechero
Al indio le gusta Con su canterito e bronce
El maíz doradito, Y a todos les va diciendo;
Pero más le gusta Muchachos ya son las once.
El pitero bien frito Por aquí paso un lechero
Al indio le gusta Con su canterito e plata
El maíz amarillo Y a todos les va diciendo;
Pero más le gusta Esta leche a mí me mata.
El pitero tordillo Por aquí paso un conejo
Pa alivio de males Con el sombrero en la mano
Y nunca quiso aprenderse
Señores les fió, Este baile del barreño.
Quien quiera comerse
Un tamal de pitero.
Tamal de pitero
No lo como yo
Porque mi abuelita
De eso murió.
Corrido a honduras Dónde está una virgencita,
Madre y reina nacional.
Dónde han visto una bandera
(L y M) Rafael Manzanares
Recordándonos la unión
Dónde hay tierra para todos
Como yo conozco el mundo
Los que quieran trabajar.
Y cualquiera doy razón
Hoy a todos les pregunto
En Honduras, Honduras,
Si conocen mi nación.
Donde están las más famosas
Noble cuna de Francisco Morazán
Bellas ruinas de Copan
Donde es que aman las mujeres,
Donde es que ay ríos que arrastran
Y se dan de corazón
Oro puro y sin rival.
Dónde hay hombre que se
Entregan para siempre a una mujer.
En Honduras, Honduras,…… (bis)
En Honduras, Honduras,
Noble cuna de Francisco Morazán.
Noble cuna de Francisco Morazán.
Donde es que hay lluvia de peces
Cuál milagro celestial?

Lidia Handal
Una de los más grandes compositores de Honduras, Nació en San Pedro Sula, sus estudios
primarios los hizo en su ciudad natal; secundarios en EEUU donde se graduó de secretaria
ejecutiva Bilingüe y maestra de música Doña Lidia, ha sido presidenta de muchas
agrupaciones cívicas y altruistas, en donde ha puerto de manifiesto sus dinámica y don de
gente.
Como reconocimiento a su labor artística ha recibido medallas de oro, diplomas,
pergaminos etc. Es miembro de la asociación de compositores de México y EEUU.
La RCA Víctor grado la famosa canción con tema folclórico, El bananero. El famoso trío
mexicano. Los duendes gravan 12 canciones de su producción recientemente fue editado,
en EEUU un disco de larga duración conteniendo 12 canciones de su inmensa producción.

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