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La misa que unió a un papa y un jefe sindical

Mariano De Vedia

¿Hasta qué punto quienes sostienen la grieta que desde hace un tiempo largo divide al país
tolerarían una misa del papa Francisco en la Argentina, acompañado por Hugo Moyano o los
líderes de la CGT? Si bien se trata de un escenario fruto de la imaginación, esa imagen es la
extrapolación de un hecho concreto que ocurrió el 10 de abril de 1987, durante la visita de Juan
Pablo II a la Argentina, cuando el pontífice polaco celebró una misa dedicada al mundo del trabajo
en el Mercado Central, con el entonces líder cervecero Saúl Ubaldini en el palco principal.

Ubaldini era el mismo jefe de la CGT que le hizo 14 paros generales al gobierno de Raúl Alfonsín,
quien meses antes lo había sacudido en público al llamarlo "mantequita y llorón". El país se
reacomodaba con la incipiente recuperación de la democracia. Mucho tuvo que bregar
internamente la Iglesia para subirlo al estrado y justificar su permanencia al lado de Juan Pablo II.
El líder gremial no solo asistió a la misa en un lugar privilegiado, sino que habló delante del papa
polaco, al concluir la ceremonia religiosa. Intervino en esa misión el entonces obispo de San Justo
y referente de la Pastoral Social, monseñor Rodolfo Bufano.

¿Se aceptaría hoy, en términos políticos, que Francisco oficiara una misa multitudinaria en la
Argentina ubicando a su lado a Juan Carlos Schmid, Héctor Daer y Carlos Acuña, los conductores
del triunvirato cegetista, o con dirigentes de la CTA? ¿O, acaso, a algún referente de los
movimientos sociales, como Daniel Menéndez (Barrios de Pie), Juan Carlos Alderete (Corriente
Clasista y Combativa) o el mismo Juan Grabois (CTEP), quien ostenta el título de consejero
pontificio? Las críticas que seguramente lloverían reflejarían acertadamente que la llaga de la
grieta que hoy se presenta como obstáculo para una visita del Papa existe y está tan viva como en
los tiempos kirchneristas.

Ubaldini llegó al Mercado Central con una columna de 4000 militantes sindicales. Asistió, también,
el dirigente gremial y peronista Carlos Alderete, que dos semanas antes había asumido como
ministro de Trabajo del gobierno de Alfonsín. Algunos caciques sindicales le estrecharon la mano a
Juan Pablo II, convertido en ese tiempo en un líder de dimensión universal. Algunos memoriosos
recuerdan haber visto a Antonio Cafiero formando un cordón humano para permitir el paso del
papa polaco. El famoso cántico sindical de la época -"Saúl, querido, el pueblo está contigo"- se
transformó en un unánime "Juan Pablo, querido...".

El pontífice polaco, erguido y lleno de vitalidad, pronunció aquella vez un mensaje que guarda
plena sintonía con el pensamiento que hoy expresa su sucesor Francisco, haciendo hincapié en la
dignidad del trabajo. "¡Basta a que el derecho a trabajar quede al arbitrio de transitorias
circunstancias económicas o financieras, las cuales no tengan en cuenta que el pleno empleo de
las fuerzas laborales debe ser objetivo prioritario de toda organización social!", dijo. Y exclamó su
preocupación por las familias: "¡Basta a un sistema laboral que obligue a las madres a trabajar
muchas horas fuera de casa y al descuido de sus funciones en el hogar!".
En su mensaje, Ubaldini eligió la figura del padrenuestro para reclamar que los salarios se rijan por
la dignidad del hombre y no por la ley del mercado; pidió delante del Papa que "venga a nosotros
la justicia social" y que haya "reconciliación, justicia social y fuerza para sostener los derechos de
los trabajadores".

Al día siguiente, Juan Pablo II les habló a los empresarios en el Luna Park y les recordó que están
llamados a cumplir una función social. Les pidió que tuvieran audacia "para entregar a las
próximas generaciones, mejorado y multiplicado, el patrimonio que habéis recibido".

Crónicas de ese tiempo recuerdan que para compensar la presencia de Ubaldini en la misa papal,
la Iglesia debió acceder a un pedido del gobierno argentino para que Juan Pablo II hiciera durante
su gira una escala en Viedma, donde el presidente Alfonsín tenía previsto por entonces trasladar la
Capital Federal. Allí estuvo el papa polaco un día después de arribar a la Argentina. Llamó a una
nueva evangelización y les dirigió un saludo a los mapuches en su propia lengua.

La presencia de empresarios, líderes sindicales y dirigentes sociales y políticos en convocatorias de


la Iglesia se consolidó en el país en los últimos años. Más allá de la Mesa del Diálogo Argentino,
constituida durante la crisis de 2001, esa participación es una constante en la Semana Social, que
todos los años organiza en Mar del Plata la Comisión de Pastoral Social del Episcopado. Muchos de
ellos -de uno y otro lado- viajaron en los últimos años a Roma para ver a Francisco. En ese aspecto,
quizá lo más llamativo ocurrió en noviembre pasado, cuando varios dirigentes sindicales viajaron
al Vaticano para participar de un seminario con la esperanza de tener una audiencia con el Papa y
volvieron decepcionados. Francisco les mandó decir que no podía asistir al encuentro. Se
quedaron sin la foto y, encima, con un mensaje en el que los llamaba a "no dejarse corromper".

La sensación de vacío que dejó la partida del papa polaco en ese otoño de 1987 fue rápidamente
ocupada por el vértigo de los sucesos políticos argentinos. Apenas cuatro días después de
concluido su viaje estallaba el levantamiento militar de Semana Santa, que puso en jaque al
gobierno de Alfonsín, la primera estocada en un año que marcó el declive de la gestión radical. En
su paso por diez ciudades (Buenos Aires, Bahía Blanca, Viedma, Mendoza, Córdoba, Tucumán,
Salta, Corrientes, Paraná y Rosario), Juan Pablo II dejó palabras, mensajes, gestos y anécdotas que
hoy conservan singular vigencia.

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