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de origen social pero con más frecuencia de naturaleza política o personal, son el
tema predominante en la historia medieval italiana. La emigración del “popolo”
nunca coincidía con la población, ni siquiera con la totalidad de la Comuna. Él era
más bien un “partido” el “pars populi” para pertenecer al cual, podía requerirse un
censo más elevado que para pertenecer a la Comuna. Los grupos más
fuertemente representados eran las grandes corporaciones mercantiles, en
particular la de los banqueros, los comerciantes y los industriales – el “popolo
grasso”.
En ninguna ciudad, el pueblo eliminó a los magnates, aunque solo fuera para
detener la lucha de las facciones. En la mayoría de las Comunas, los poderes de
los magnates, continuaron intactos, aunque hubiese sido privada de derechos
políticos, esa clase conservó la riqueza y la influencia sobre la Iglesia y el Estado
y no renunció a sus antiguas ambiciones de dominio; con ella se unieron
rápidamente los miembros del “popolo grasso”, que adoptaron sus hábitos e
ideología. En suma, cualquiera que fuera la forma de gobierno, persistía un
contraste entre patricios y plebeyos, entre aquellos que - como observara
Maquiavelo – querían la libertad como objeto de dominio y aquellos que la
deseaban solo por razones de seguridad; este patriciado a pesar de su afinidad
social, continuó el litigio por el poder; siendo el resultado siempre el mismo, : la
gran mayoría neutral de ciudadanos, los “homine comunes”, cuyo espíritu cívico
anterior a la cultura humanística hacía funcionar la cosa pública, se tornaron cada
vez más apáticos, dejaron de formar parte de las asambleas y los consejos, y
abandonaron la acción política en manos de sus miembros mejor ubicados. Este
retiro de la vida pública fue realizado más fácilmente debido a la tendencia que
desde el siglo XIII se afirmaba autónomamente hacia la concentración de la
autoridad – por razones de eficiencia y eficacia – en pequeños comités ejecutivos
y en comisiones restringidas o autoridades dotadas de plenos poderes. De tal
forma que, tanto en el plano constitucional y en el político, como lo reconocían los
mismos republicanos, se iba a firmando irresistiblemente la tendencia a
concentrar los más altos cargos públicos, los honores no retribuidos, en las
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delitos y de las multas de tarifa fija; la pena de muerte era conmutada a los ricos,
a cambio de dinero. Además, en otras formas los estatutos sancionaban la
desigualdad ante las leyes. En muchas ciudades, los habitantes rurales recibían
castigos más severos que los urbanos.
El ordenamiento fiscal, en sus últimos desarrollos, fue inicuo. En todas las
comunas, el campo debía pagar más impuestos que la ciudad; en la mayor parte
de ellas, la riqueza móvil burlaba la imposición directa. En Florencia, y otros
centros urbanos importantes, los impuestos directos eran descuidados o
suspendidos (para los habitantes de la ciudad) por un sistema de préstamos
gubernamentales, redimibles, garantizados por títulos de deuda pública
Este sistema en el mejor de los casos desnaturalizaba el correcto funcionamiento
de las finanzas públicas a favor de los ricos, que podían prestar al Estado grandes
sumas de dinero con buenas ganancias; en el peor de los casos, significaba
prácticamente transferir las rentas públicas a manos de una restringida oligarquía
financiera. Como resultado, en 1400, en Florencia, Bologna y sobre todo en
Génova, los propietarios de la deuda pública, asumieron el control total de las
rentas de la república y al final concentraron en sus manos una parte del poder
político. De aquí la sarcástica observación de parte de Maquiavelo de que en
Génova se hablaba de dos Estados y no de uno.
Los escritores posteriores, sobre la base de la experiencia del Estado Moderno,
han extendido el análisis de Maquiavelo a todas las ciudades italianas. Ellas no
eran comunidades soberanas, y el poder en su interior no era único, sino dividido;
aún cuando independientes en la práctica, seguían reconociendo la supremacía
de la actividad imperial y aun más la del pontífice; aun siendo hostiles al clero,
tendían al reconocimiento de sus privilegios, y a pesar de ser enemigas de la
feudalidad, toleraban en distintas formas, la supervivencia de las inmunidades
feudales. Con la expansión de las comunas más grandes, su jurisdicción fue
regulada por convenciones individuales entre las ciudades y los señores
dependientes, que con más frecuencia eran sus confederados que sus súbditos.
Por tanto, la ciudad-estado, nunca fue territorialmente una unidad, sino que
permaneció como una asociación de comunidades y poderes de variada índole.
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Sin embargo, fue típica de las ciudades italianas esta estructura compuesta de
comunidad política. Esta nació y se desarrolló bajo la forma de un conglomerado
de grupos e instituciones semiautónomas, entre las que la mayoría de los
ciudadanos dividía de buen grado sus preferencias.
En primer lugar estaba el núcleo familiar o el clan familiar. Como decía León
Battista Alberti, “el vínculo más fuerte es el vínculo de sangre”. En Italia, como en
otros lugares, las funciones y competencias, que a principios del medioevo eran
reivindicadas por la familia, fueron cedidas con renuencia al Estado renacentista.
La larga camaradería familiar, especialmente entre la nobleza, fue defendida con
reglas de derecho, por medios administrativos y normas hereditarias. Sus
componentes vivían juntos o vecinos, unidos por una estrecha disciplina. Su casa
era con frecuencia un verdadero castillo propio: un torreón fortificado dentro de
los muros de la ciudad, con puentes levadizos y todos los artificios bélicos - en
últimos tiempos -, una artillería privada. Los miembros del clan debían colaborar
en todas las actividades en especial la de defensa. Como consecuencia, un
hábito inveterado de la sociedad comunal fue la práctica de la vendetta. Esta era
una obligación de honor de todos los miembros de la familia y el recurso a la
justicia pública era considerado como un acto indigno. Los enfrentamientos
(faide) eran de una ferocidad increíble, y al favorecer la tendencia a la violencia
personal, agravaban los conflictos sociales; también, la ley y la opinión pública
fueron lentas en la condena y los estatutos de las comunas italianas se limitaron,
a lo más a imponer el diálogo. En el siglo XIV, estas federaciones familiares se
convirtieron en la verdadera y propia comuna de la comuna: elegían funcionarios,
consejeros o parlamentarios, tenían jurisdicción propia y ejercían poderes de
policía autónoma; se habían dado códigos de derecho privado, algunos de los
cuales han llegado a nuestros días y demuestran como quizás ningún otro
documento, la realidad que se ocultaba tras la teoría del Estado urbano. El
dilema no se daba tan al pie de la letra: en las ciudades italianas servir a la
comuna no era tan distinto del servir a los amigos. Desde el siglo XIII al XVI, en la
literatura política no hay una queja más reiterada, ni un hecho más conocido
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signori italianos tuvieron una cosa en común: llegaron al poder, en principio como
jefes de una facción.
Originalmente, la signoría italiana fue producto de tendencias políticas restrictivas
oligárquicas o de facciones, en Estados con una soberanía limitada y de
unificación imperfecta. El problema está en saber ¿en qué punto entre 1300 y el
1500, los señores repudiaron su origen y decidieron eliminar las imperfecciones
de la ciudad-estado?
Formalmente, la comuna continuó. No sólo permanecieron el nombre y la
concesión corporativa de la comuna, sino que sobrevivió la misma constitución
comunal, con sus magistrados y sus consejos, a través de los cuales con variados
grados de libertad, la comunidad de súbditos continuaron eligiendo sus
funcionarios, promulgando leyes, imponiendo impuestos y administrando la
gestión. En el campo jurídico, los estatutos municipales, integrados en el ius
comune, siguieron siendo el fundamento de la justicia; y retocados y reforzados
por los decretos de la Signoría, sufrieron pocos cambios de contenido,... la
costumbre tradicional de los enfrentamientos (faide) familiares, continuó
igualmente en la signoría como en la comuna y, en algunos sitios, sobrevivió
también el antiguo derecho de los padres a exigir reparaciones pecuniarias.
Con la notable excepción de la organización militar, que cambiaron a problema
político, los publicistas de la época, dedicaron poca atención a las cuestiones
administrativas. Para los escritores republicanos, la supervivencia de las
instituciones comunales bajo la signoría, fueron simplemente apaciguadores, una
ofrenda brindada al sentimiento popular que no ocultaba la realidad del poder.
Cualquiera que fueran las formas constitucionales, con el gobierno señorial, todas
las materias políticas, desde la concesión de la ciudadanía en adelante, estaban
contratadas, si no decididas personalmente por el príncipe. Si se reunían las
asambleas comunales, el número y la calidad de los presentes, junto con sus
competencias estaban predeterminadas desde arriba. En modo especial, los
consejos generales perderían gran parte de sus poderes y en algunas ciudades
fue reducido drásticamente el número de sus componentes, mientras los
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en realidad ellos hicieron bien poco para disminuir los onerosos gravámenes
sobre la clase rural y nada por reducir los privilegios jurídicos de los habitantes de
las ciudades y de los terratenientes. Luego de la aparición de os signores, el
“popolo”, con su legislación y organización clasista, fue en casi todas partes,
eliminado. Nobles y patricios obtuvieron los puestos de mayor responsabilidad en
la Iglesia y el Estado y dominaron así las asambleas municipales, que asumieron
un carácter siempre más aristocrático, seguido de la reducción del número de sus
miembros. Así como observara Maquiavelo, la aristocracia y la monarquía eran
conservadoras. Identificando la república con la igualdad y a la signoría con la
desigualdad social, él observó que un príncipe no podía gobernar sin realeza y
que allí, donde ésta no existiera, el príncipe debía crearla.
A propósito de los signores, sería más exacto decir que, a través de una
combinación de familias viejas y nuevas, ellos establecieron una clientela de
magnates y vasallos, propia, mediante los instrumentos de matrimonios
interfamiliares, privilegios y beneficios feudales. Con el renacimiento de la
monarquía, también volvió a la vida el feudalismo. Al lado de los antiguos
señores feudales, que aunque reducidos a un estado de dependencia, raramente
fueron debilitados en su poderío, fueron creados en número creciente, nuevos
feudos, por lo general, con mayores y más amplios derechos que los de antiguo
origen. No menos frecuentes que las infeudaciones, fueron las concesiones de
inmunidades fiscales, que tuvieron el efecto de aumentar los ya pesados
gravámenes de las clases subalternas. Bajo la signoría la desigualdad de las
cargas fiscales prosperó en beneficio de los ricos y los nobles; así mismo, los
privilegios de los magnates ante la ley.
Cierto es que, el privilegio no equivalía al poder. Incapaz de gobernarse, o de
conservar el poder en sus manos, el patriciado había cedido el segundo para no
perder el primero; y estaba claro que el pacto no escrito era respetado.
La caída como el ascenso del principado fueron reguladas por los mismos
intereses de clase.
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Traducción Libre realizada por Elide Rivas de C. Del texto de Philip Jones“ Comuna y
signoría: La ciudad – estado en Italia en el medioevo tardío” (“Comuni e
Signorie" La citta – stato nell’Italia del tardo medioevo”),
en La Crisi degli ordenamenti comunali e le origini dello stato del
Rinascimento ( a cura de Giorgio Chittolini), Bologna, Il Mulino, 1979.
pp. 360 y ss.
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