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El ecosocialismo es una doctrina política surgida a finales del siglo XX que integra las

ideas del socialismo y las del ecologismo. Los ecosocialistas piensan que el capitalismo es
un sistema inherentemente dañino tanto para la sociedad como para el medio ambiente.

A menudo se denomina rojiverdes a las personas que profesan la ideología ecosocialista,


pues defienden unas políticas verdes desde una óptica claramente anticapitalista, muy
frecuentemente inspirada por el marxismo. Se desmarcan de la mecánica de la economía
neoclásica de una manera más firme que otros verdes, y apoyan con más vehemencia la
justicia social como la primera meta de la política, viéndola como una llave hacia otros
objetivos.

El término sandía se aplica a veces a militantes verdes que defienden con mayor intensidad
los objetivos sociales que los ecológicos, acusándolos de ser "verdes por fuera pero rojos
por dentro". Algunos rojiverdes se toman esto como un cumplido, y otros como un insulto.
Los ecosocialistas no suelen considerarse "fundis" -un término alemán1 asociado a la
Ecología Profunda- o "verdes fundamentalistas", aunque en la facción "fundi" del Partido
Verde Alemán y otros partidos verdes había y hay ecosocialistas.

Los derechos humanos son aquellas «condiciones instrumentales que le permiten a la


persona su realización».1 En consecuencia subsume aquellas libertades, facultades,
instituciones o reivindicaciones relativas a bienes primarios o básicos2 que incluyen a toda
persona, por el simple hecho de su condición humana, para la garantía de una vida digna,
«sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier
otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra
condición».3

Desde un punto de vista más relacional, los derechos humanos se han definido como las
condiciones que permiten crear una relación integrada entre la persona y la sociedad, que
permita a los individuos ser personas jurídicas, identificándose consigo mismos y con los
otros.6

Contribuir con la preservación de la vida en el planeta y


la salvación de la especie humana.
La ciencia nos ha dado información y evidencia sobre la destrucción del planeta[1] de la misma
forma como lo hace cada lágrima de un niño hambriento o cada eco de un animal extinto. Ante tal
conocimiento, somos responsables de realizar una transformación revolucionaria, es decir, aquella
profunda en idea y actividad, pues esta vez, de lo que se trata, es de detener la probabilidad de
nuestra inexistencia.
La unidad contradictoria vida-muerte, cada día advierte la necesidad de ser atendida, debido a que
su proceso previsible, nos dirige a la eliminación de la especie humana –entre otras-, como resultado
de su síntesis superadora de vida (vida-muerte-nueva vida), la que sin duda, seguirá su proceso
hacia avances de nuevas cualidades interrelacionales, pero sin la subjetividad humana que la haga
constar.
A nuestro juicio, hasta ahora, los planteamientos ambientalistas adolecen de ser insuficientes y de
alguna manera peligrosos porque retrasan los cambios que sacrifican el modo e producción actual.
En atención, a esta última mención, advertimos que se ha masificado una forma[2] de interpretar tal
crisis, para la cual, existe la conceptualización de una naturaleza cosificada, pasiva y ajena
receptora de nuestra actividad humana y en consecuencia, no perteneciente a un contexto
específico, como lo es el capitalista-imperialista. Esta imagen conlleva a planteamientos explicatorios
-de la crisis- que guía a resolverla, a través, de mecanismos técnicos o sólo éticos, como jurídicos
que, en última instancia, neutralizan la conciencia revolucionaria de perspectiva total.

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