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EL HOMBRE Y EL SABER

Lo propio del hombre, a diferencia del animal, es ser un sujeto, un yo, y saberse rodeado de un
mundo de seres y de cosas. El hombre sabe que existe y que existe el mundo.

De esta específica condición del hombre deriva que el saber no sea para el accidente, sino
fundamento. El hombre se constituye y se fortifica como hombre en cuanto sabe que existe y que
el mundo es de determinada manera, que sus relaciones de su ser con el mundo poseen y deben
poseer ciertos caracteres.

Esto se manifiesta en los pensamientos primitivos, en la proliferación de los mitos, que


proporcionan explicaciones arbitrarias de la naturaleza, origen y destino del hombre y del universo,
y también las concepciones mágicas, que presuponen misteriosas y ocultas relaciones entre las
cosas, cuyos residuos aún persisten en las más altas civilizaciones y aun en las posturas más severas
del conocimiento.

EL SABER INGENUO Y EL SABER CRITICO

Hay dos clases de saber, el saber ingenuo o vulgar y el saber critico o reflexivo. El saber vulgar es el
concerniente al saber de las culturas primitivas, común a todo hombre e indispensable para la vida,
es aquel que rige la mayor parte del comportamiento ordinario del hombre. Se constituye como un
depósito de experiencias, que crece mediante la acumulación que es sedimentación, que se reciben
de las seudo comprobaciones que va ofreciendo la existencia. Carece de todo método que asegure
su valides, salvo el sentido común, utilizable en la práctica.

Al ser un saber que no se vuelve constantemente sobre sí, operan sobre él influjos perpetuadores
que no son advertidos, unos ajenos a la actividad cognoscitiva y otros pertenecientes a la actividad
de la inteligencia que, sin guía alguna, sigue ciertas propensiones suyas que inducen al error. Las
incongruencias son frecuentes de este saber dado que no es examinado con exactitud, no obstante,
conforma un amplio campo de conocimientos ciertos y de gran verosimilitud.

El saber critico es una disciplina. Supone criterios y métodos específicos; es consciente de sí y


permanentemente está vuelto sobre sí para ponerse en claro sobre sus fundamentos. Es un saber
arquitectural, que se halla en constante revisión y acrecentamiento planeado. Cada adquisición
nueva se ensambla en el conjunto, lo corrobora o lo pone a prueba, según encaje ajustadamente o
no a él. No tolera desajustes o contradicciones entre sus partes puesto que no puede pasar por alto
las incongruencias.

El saber reflexivo se auxilia de diversos métodos -observación, experimentación, etc.- y de todas las
técnicas de laboratorio, para la elaboración de sus fundamentos. La lógica es el método general de
este saber dado que le aporta consistencia racional.

Este campo del saber, además, se subdivide en saber científico y saber filosófico.

LA CONTINUIDAD DEL SABER

Los distintos órdenes de conocimientos muestran una organización en serie, un orden natural y
lógico, dependiente en lo capital de que cada escalón en el saber remite a otro más elevado y
complejo. La marcha efectiva o histórica del saber, no coincide por completo con este orden lógico,
porque responde a razones psicológicas y contingenciales.

El saber vulgar o espontaneo almacena una fabulosa cantidad de experiencia humana; su depósito
por excelencia es el diccionario que registra los conceptos más o menos nítidos forjados por el
hombre, es la recapitulación del saber humano, cada palabra es expresión de un contenido de la
experiencia. Toda palabra posee un contenido de índole general, resultado de la aprehensión,
análisis e interpretación de la realidad, agrupables en especies y géneros de generalidad creciente.
Los contenidos dispuestos en el Diccionario no solo pertenecen al saber vulgar, muchos logros del
saber crítico o filosófico se encuentran en él, en cuanto han pasado al acervo o cognoscitivo normal
o usual.

El primer escalón en el orden científico lo componen las ciencias de tipo descriptivo, definitorio y
clasificatorio, cercanas a la experiencia común, que extienden, purifican y perfeccionan, determinan
con precisión los seres y cosas de la naturaleza, definiéndolos con rigor y disponiéndolos en grupos
de generalidades cada vez mayor, a partir de las especies. El escalón siguiente ahonda en sus
particularidades e investiga sus componentes, propiedades y funciones, en general y sin inmediata
referencia a los seres o cosas particulares.

En las otras ramas del saber científico se descubre una seriación natural semejante, aunque las
etapas no se hallen tan bien definidas.

La continuidad del saber aparece sobre todo en la necesidad del tránsito de los problemas científicos
a los filosóficos.

Todo saber científico remite a planteos filosóficos, los suscita efectivamente y se puede sostener
una secuencia lógica entre los conocimientos de la ciencia y los de la filosofía. La física, por ejemplo,
abandona el terreno de lo sensible, y busca una explicación intangible o racional de los hechos. Lo
que hace es, reconocer que la estructura cognoscitiva del hombre, en la que participan los sentidos,
no proporciona una versión adecuada y final de los hechos. Este paso, que problematiza, el llamado
conocimiento sensible, preanuncia la problematización de toda la estructura cognoscitiva de la
persona humana, que no cumple la ciencia, sino la filosofía en la llamada teoría del conocimiento.

LA MARCHA HISTÓRICA DEL SABER

La filosofía se ha adelantado al saber estrictamente científico. Ante los enigmas del mundo y de la
vida humana, la mente elaboró interpretaciones de carácter crítico, cuando todavía no era posible
un examen científico de los fenómenos. La preocupación netamente científica es discernible ya en
los primeros metafísicos de Grecia, que configuran una metafísica de tono enérgicamente racional,
contrapuesta a las creencias de la religión creciente. El gran asunto de la especulación griega es la
realidad natural, hasta que, con Sócrates, los problemas del hombre y de la razón pasan a ocupar el
primer lugar.

La característica del pensamiento medieval, consiste en la subordinación al dogma religioso. A partir


del Renacimiento se promueve un vivaz movimiento de libre investigación filosófica y científica. Es
rasgo de la Edad Moderna que en su filosofía se exprese la espiritualidad de cada uno de los grandes
pueblos europeos, en una diversidad que contrasta con la unidad del pensamiento de la Edad Media,
y con tendencias crecientes a utilizar las lenguas modernas por sobre el latín, que fue regla sobre el
periodo medieval. En el pensamiento renacentista, se resuelve por una elaboración racionalista y
metafísica de la filosofía, mientras que el británico revela marcada predilección por las cuestiones
del conocimiento y la constitución de una filosofía de la experiencia. El siglo XVIII, Ilustración, se
preocupa preferentemente por los problemas del hombre.

LA FILOSOFIA EN GENERAL

La Filosofía no posee una definición única y satisfactoria. Entre sus rasgos más comunes se halla la
aspiración a un saber ultimo y total. La filosofía es saber, conocimiento alcanzado por la reflexión
crítica, lo que la distingue le las creencias religiosas. La filosofía verdadera se basa en la meditación
libérrima.

Desde la antigüedad se señala el origen del filosofar, la admiración, la extrañeza. En efecto, la mera
presencia y la ordinaria frecuentación de las cosas pueden suscitar un interés cognoscitivo que
produce descubrir sus modos y comportamientos; pero la radicalización de ese interés hasta el
punto de convertirse en la peculiar postura filosófica solo es posible cuando las cosas, nos admiran
y sorprenden, nos persuaden de que, así como son podrían no ser. Ponerlo todo en cuestión, es una
condición primordial del filosofar. En la posición filosófica, nada nos parece normal y justificado por
el solo hecho de existir, todo es discutible hasta que nos demuestre sus razones o justificaciones. El
primer paso del filosofar consiste en extrañarse de lo dado; el filósofo. Se extraña de la realidad para
problematizarla, suprime su ordinario trato con ella para verla tal como es.

Se dice también que la filosofía es un saber sin supuestos, un saber que no reconoce ninguna
presuposición de ante mano, lo que la distingue de la ciencia pues esta acepta supuestos no
comprobados.

En el saber vulgar, la realidad tal como nos es dada, es el supuesto más general. En el saber científico,
se presupone la existencia de mundo, la del espacio y la del tiempo, la capacidad cognoscitiva de la
razón y la valides de los grandes métodos. La filosofía los problematiza, con muy distintas soluciones.
También es propio de la filosofía poner en cuestión los grandes métodos.

Puede decirse que la ciencia trabaja admitiendo un vasto supuesto: la aptitud cognoscitiva del
hombre, su derecho a establecer tesis sobre la realidad. Para la filosofía este hecho se transforma
en grave, un arduo problema, que examina la teoría del conocimiento.

La afirmación de que la filosofía es ante todo saber sin supuestos resulta angosta para calificar todo
el trabajo filosófico, pero indica acertadamente la diferencia acaso fundamental entre filosofía y
ciencia. La nota de saber sin supuesto pertenece más bien a la filosofía como ideal que al cuerpo
histórico, real de la filosofía.

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