En Los cuadernos de 1929,1930 y 1931, Antonio Gramsci, escribe “La
cuestión de los jóvenes”. Dice allí que existen dos cuestiones cruciales y las dos se ligan al problema de “la educación”. 1) La generación vieja tiene el deber de educar a “los jóvenes” o, digámoslo, a los viejos futuros. Si no lo hicieren entonces se sacrificarán como “generación” y condenarán a la siguiente al caos. El cumplimiento de este deber traerá lógicas tensiones, conflictos y discordias que resultan secundarios fenómenos ante la trascendencia de la transmisión. Es probable que en esta lógica “los jóvenes” releven a los viejos y ejerzan la tarea de educar. Es decir, en esta cuestión se cumple con la tarea de “educar” “educación de los viejos” o “educación por los viejos”. Es necesario recordar que para Antonio Gramsci la “educación” esta en el centro de la construcción de la cultura y que esta misma no resulta, como para los viejos marxistas, una cuestión de superestructura sino absolutamente una cuestión crucial de infraestructura. En el “educar” se incluye por supuesto la construcción del poder de clase y la toma de conciencia. Se trata específicamente para Antonio Gramsci de la “educación del militante”. En esta opción de “enseñanza y transmisión” se mantiene la subordinación de los jóvenes a los viejos como generación, aunque con las diferencias de temperamento y vivacidad obvias. Está lógica ordena el espacio y el tiempo en un discurso determinado al articular la “deuda simbólica”. Es preciso entender que siempre habrá quienes quieran romper esta “cadena de transmisión” sin tener, en todos los casos, que ofrecerles a los jóvenes como sustitución de la enseñanza de los viejos, más que un puñado de consignas reivndicativas. 2) Antonio Gramsci como segunda cuestión plantea el caso en el que los viejos quedan en un encierro. (Nacionalismo, no interferencia de clases etc.) Los jóvenes se encuentran en un estado de rebelión permanente. No hay enseñanza y mucho menos transmisión al suspenderse el análisis crítico y los puntos de superación dialéctica. Solo vale el peso de la historia (en el sentido de la antigüedad) y la discusión sobre cosas concretas (reales). Dice Antonio Gramsci. “los viejos dominan de hecho, pero … aprés moi le déluge, no consiguen educar a los jóvenes, prepararlos para la sucesión. En este caso conviene tomar la “sucesión” en el sentido de la función del sucesor en la construcción de la serie de los números naturales. Los viejos encerrados en su “antigüedad” y atornillados a los sillones no realizan la operación de fundación del 0 como el elemento que 2
constituye la serie al adicionarse. La supresión de las contradicciones
por la represión que sofoca la lucha gangrena la vieja estructura haciéndola caer en el deliro místico “la vieja estructura, dice Antonio Gramsci, no contiene, ni consigue dar satisfacción a las exigencias nuevas” Agreguemos de la militancia futura. ¡Se cierran así los horizontes y nada queda, más allá de un reducido número de “cuadros cerrados”, cada más más potentes (como fuerza de policía) y cada vez más idiotas!
Ahora bien, ¿por qué hablar de Antonio Gramsci y la cuestión de los
jóvenes, cuando es evidente que el interés del genio italiano se inclina a la militancia siendo que los que aquí estamos nos interesamos por el psicoanálisis? Es que me parece un error gravísimo considerar que los analistas no somos militantes del discurso en el que habitamos. ¡Claro que lo somos o deberíamos serlo! Militantes en el sentido de causar el deseo de analizarse en las personas, de crear las demandas de análisis. Y en esto las cuestiones de “enseñanza y transmisión son cruciales” Maurice Blanchot, en Le pasa au-delá (El paso (no) más allá ) afirma: “Hablar es siempre hablar según la autoridad de la palabra” Dany- Robert Dufour en su libro El arte de reducir cabezas afirma a su vez comentando la frase de Maurice Blanchot: “La autoridad es aquello implicado por el acceso a la función simbólica lo que nos convierte en sujetos hablantes en el momento en que nos convertimos en objeto o incluso ciervos del lenguaje. La llamada postmodernidad genera una “educación postmoderna” que retrocede ante el “niño aparateado por la tv”. Esos niños no hablan y por lo tanto no escriben. No hablan en el sentido de que hablar implica la invocación de una autoridad que resulta absoluta y trascendente. Por ejemplo si al hablar se pretende sostener una verdad por más subjetiva que esta resulte no puede hacerse sin la invocación inconciente a esa autoridad. Así entonces, el que enseña ( la vieja generación) expondrá sus proposiciones fundadas en la razón ( es decir, escribe Dany-Robert Dufour, un saber múltiple acumulado por las generaciones anteriores y constantemente reactualizado”). Es bueno recordar en este punto la insistencia de Sigmund Freud sobre la “memoria filogenética. Las generaciones futuras entonces, podrá discutir tanto como le resulte necesario a esas proposiciones dinamizando así la cadena de transmisión. Es la situación descripta por Antonio Gramsci en el punto 3
1). Pero esto hoy no ocurre. El final de la enseñanza crítica a manos de
la educación postmoderna esta refrendada por la situación de retirada del sujeto del juicio a priori (kantiano) del sujeto del inconciente (freudiano) y del sujeto de la lucha de clases (marxista) el “hombre nuevo llego” es este engendro aparateado al que difícilmente le podremos decir “sujeto”. Se trata de un animal de consumo en un mercado en el cual el mismo es una mercancía más. La razón y la poca de verdad que le quedaba al sujeto moderno se ha negociado en la Bolsa.