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Don Juan
ó
El Convidado de Piedra
Lorenzo Da Ponte – Moliére – Alexander Pushkin – Jacinto Benavente
Escena 1
Don Juan: Regresamos por fin. Desde aquí veo las luces de Madrid, las viejas calles que tanto he
recorrido y hoy, de nuevo—embozado en la capa, sin ser visto—volveré a atravesar. Mas espe-
remos a que caiga la noche, Leporello. ¿Piensas que alguien podrá reconocerme?
Leporello: Don Juan, será muy fácil conoceros: ¡Hay tantos como vos!
Leporello: Algún sereno, una gitana, un músico borracho, un caballero como vos, dispuesto a re-
solverlo todo con la espada.
Leporello: Mañana mismo, el rey se enterará de que habéis vuelto, quebrantado el castigo del
destierro. Me pregunto ¿qué hará cuando se entere?
Don Juan: No soy un criminal: el rey no puede decapitarme, Leporello. En cambio me mandará de
nuevo hacia otras tierras. Porque me estima ¿sabes?, y no quiere que contra mí se cumpla ven-
ganza del buen Comendador, que en paz descanse.
Don Juan: ¿Para morir de hastío en esa tumba nublada eternamente? ¡Y las mujeres! No cambia-
ría la última andaluza por la mejor de ese país. Sin duda al principio pudieron encantarme por los
ojos azules, la piel blanca y la docilidad. O porque eran nuevas. Pero muy pronto, Leporello, abu-
rren. Te parece un pecado estar con ellas. Son muñecas de cera, nada valen frente a una de las
muestras…
Don Juan: Es muy cierto. Buscaremos a Laura en esta noche. Si alguien esta con ella más le vale
saltar por la ventana.
Escena II
Invitado 1: Nunca te he visto como en esta noche, Laura, representar con tanto acierto. ¡Con
cuanta fuerza y arte interpretaste!
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Laura: Hoy en cada palabra, en cada letra cedí a la inspiración. Mi voz fluía. No repetía un papel:
iba ascendiendo a la luz desde el fondo de mi alma.
Invitado 1: Aún brillan tus ojos. Todavía arde tu rostro y el calor conservas. Antes de que se apa-
gue esa llama sagrada, ven y canta.
(Laura canta)
Invitado 1: Gracias, querida Laura. Tus canciones nos hechizan el alma. Canta siempre, que entre
todos los goces de la vida nada más el amor vence a la música. Y la música y el amor se vuelven
uno cuando tú cantas, Laura. Y, mira, Laura: hasta el sombrío don Carlos hoy se conmueve.
Invitado 2: Tu alma entera pones al cantar y es hermoso lo que cantas. ¿Quién escribió la músi-
ca?
Laura: No seas imbécil: puedo, en éste instante, ordenar a mis criados que te maten sin que te
valgan títulos ni grados.
Laura: ¿Qué en honorable duelo don Juan mató a su hermano? Siento mucho que no haya sido el
muerto este insolente.
Laura: Yo no puedo evitarlo. A cada instante su nombre, sin querer, vuelve a mis labios.
Invitado 1: Entonces, Laura, para demostrarnos que no estas enojada, canta, canta.
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Escena III
Laura: Tú no te vayas, majadero. ¿Sabes? Tu enfado me encantó porque recuerda la furia de don
Juan cuando me insulta.
Don Carlos: Feliz don Juan, si tanto la has amado. ¿Lo quieres todavía?
Don Carlos: Eres muy joven. Seguirás aún joven cinco o seis años más. Y mientras tanto todos te
halagarán, siempre rodeándote, se matarán por ti noche tras noche.
Mas cuando pase el tiempo, cuando se hundan tus ojos y tus párpados se arruguen, cuando en-
canezcan todos tus cabellos, dime, entonces ¿qué harás?
Laura: No lo quiero pensar. Es triste. Mira, mejor contempla el cielo, aspira el aire. Qué dulce
calma. Siente su perfume. A naranjo y laurel huele la noche. Leve flota la luna entre las nubes.
Lejos se escucha el grito del sereno. Y sin embargo, al norte, allá en la Francia, cae helada la
lluvia y sopla el viento. Pero a nosotros ¿qué podrá importarnos? Cala. No hay mundo fuera de
este cuarto.
(Se baten. Laura se aparta. Se echa sobre la cama y se tapa los ojos. Don Juan atraviesa a don
Carlos que se desploma herido de muerte.)
Laura: Está bien muerto. Le atravesaste el corazón. No hay sangre, sólo un agujerito. Y no respi-
ra.
Don Juan, sigues igual. Jamás aceptas ser responsable de algo. Pero dime. ¿Hace ya mucho
tiempo que llegaste?
Don Juan: Acabo de llegar. Vine en secreto. El rey aún no levanta mi destierro.
Laura: ¿Y al llegar te acordaste de tu Laura? Me parece muy bien, mas no lo creo. Pasabas por
aquí, viste mi casa, se te ocurrió tocar. ¿Por qué mentirme?
Don Juan: No me creas, pregunta a Leporello que aguarda en una mísera posada. Laura, Laura
te juro que he venido solamente a buscarte. Dame un beso.
(Se besan)
Laura: Querido mío, cuanto te he esperado… Detente por favor, alí está el muerto. ¿Cómo librar-
nos de él, qué puede hacerse?
Don Juan: Ahora di la verdad, di: ¿Cuantas veces me traicionaste cuando estuve ausente?
Escena IV
Leporello: ¡Reventarse noche y día por quien nada sabe agradecer; soportando lluvia y viento,
mal comiendo y mal durmiendo! Yo también quiero ir de hidalgo, no quiero volver a servir.
¡Oh, qué amable el caballero! ¡Él está ahí dentro con la dama y yo aquí, de centinela!
Me parece que viene alguien; no quiero que me descubran.
Leporello: (Aparte) ¡Verán cómo este malandrín será causa de mi ruina! (a don Juan) ¡Ya no pue-
do más amo!
Don Juan: Dos hermosos trabajos hemos hecho esta noche: matar a un viejo y gozar a la hija.
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Leporello: ¡Sí, pero que carrera! Permítame, amo, decirle algo muy importante.
Don Juan: Lo juro por mi honra, con tal de que no me hables del comendador.
Leporello: Bien, si es así… (Al oído pero en voz alta) Querido señor, ¡la vida que lleva es propia
de un granuja!
Don Juan: Así seremos amigos. Ahora escucha un poco. ¿Sabes para qué estamos aquí?
Leporello: No sé nada. Pero, siendo la primera luz del alba, ¿No se tratará de una nueva conquis-
ta? Debo de estar informado para apuntarla en la lista.
Don Juan: ¡Vaya si eres listo! Has de saber que estoy enamorado de una hermosa dama y estoy
seguro de que me quiere. La ví, le hablé, y ésta noche me la llevaré a mi quinta, antes de que
partamos… ¡Calla! ¡Creo percibir un aroma de mujer! (Entra por otro lado Doña Elvira).
Don Juan: Retirémonos un poco para reconocer el terreno. (Se alejan y ven a Doña Elvira.)
Doña Elvira: ¡Ah! ¿Quién podrá decirme dónde está el bárbaro que para mi vergüenza amé, que
tan infiel me fue? Ah, si encuentro al impío y no vuelve a mí, horrendo será su castigo, le arranca-
ré el corazón.
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Don Juan: (En voz baja a Leporello) ¿Oyes? Alguna bella abandonada por su amante. ¡Pobrecilla!
Tratemos de consolar su tormento.
Leporello: (aparte)
¡Adecuados títulos! ¡Menos mal que lo conoce bien!
Don Juan: Calmaos mi querida Doña Elvira, aplacad vuestra cólera... Oídme..., dejadme hablar...
Don Juan: ¡Oh! En cuanto a eso, mis razones tenía. ¿No es verdad?
Doña Elvira: ¿Y cuáles son, sino tu perfidia y tu ligereza? Mas el justo cielo ha querido que yo te
encuentre para hacer suya mi venganza.
Don Juan: ¡Vamos! Sé más razonable.... (Aparte) ¡Pone a prueba mi paciencia! (a Doña Elvira) Si
no creéis en mis palabras, creed a este hombre de bien.
Don Juan: Sí, sí, díselo todo. (se va a escondidas de Doña Elvira)
Leporello: Señora... ciertamente... en este mundo como quiera que cuando fuese... el cuadrado
no es redondo...
Doña Elvira: ¡Miserable! ¿Así te burlas de mi dolor? (a Don Juan, creyendo que aún está) ¡Ah!
Vos... ¡Cielos! ¡El infame ha huido! ¡Pobre de mí! ¿Dónde está? ¿Adónde ha ido?
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Leporello: ¡Eh! Consolaos; no sois, no fuisteis y no seréis la primera, ni la última. Mirad: este libro,
que no es nada pequeño, está repleto con los nombres de sus amantes, (saca una lista del bolsi-
llo) cada ciudad, cada pueblo, cada país es testigo de sus mujeriegas empresas.
Señora mía, he aquí la relación de las bellas que amó mi amo; un catálogo que yo mismo escribí;
observad, leed conmigo.
En Italia, seiscientas cuarenta, en Alemania, doscientas treinta y una, cien en Francia, en Turquía
noventa y una; pero en España ya van por mil tres. Entre ellas hay campesinas, criadas, burgue-
sas, hay condesas, baronesas, marquesas, princesas, mujeres de todos los rangos, de todos los
tipos, de todas las edades. En la rubia suele alabar la gentileza; en la morena, la constancia; de
las que tienen la tez blanca, la dulzura. En invierno prefiere a la rellenita, en verano a la delgadita,
la alta le resulta majestuosa, a la pequeña la encuentra siempre graciosa. A las viejas las con-
quista por el gusto de añadirlas a la lista; pero su pasión predominante es la joven principiante. Le
da igual que sea rica, que sea fea, que sea hermosa; con tal de que lleve faldas, vos ya sabéis
como actúa. (se va)
Doña Elvira: ¡Fue así como me traicionó el malvado! ¡Y éste es el premio que ese bárbaro otorga
a mi amor! ¡Ah! Quiero vengar mi corazón engañado. Antes de que huya... se repita..., se vaya...
Sólo escucho en mi pecho la voz de la venganza, rabia y despecho. (se va)
Escena V
Zerlina: Jovencitas que os entregáis al amor, no dejéis que os pase la edad. Si el corazón os bulle
en el pecho, mirad, el remedio aquí está. ¡Qué alegría y que placer será!
CAM PESINOS
¡Qué alegría y que placer será! La ra la, la ra la, la ra la.
CAMPESINOS
¡Qué alegría y que placer será! La ra la, la ra la, la ra la.
Zerlina y Masetto: ¡Ven querido/a gocemos! cantemos, bailemos y toquemos. ¡Qué alegría y que
placer será!
Don Juan: (Llegando) Menos mal, ya se fue. ¡Mira qué linda juventud, qué bellas mujeres!
Don Juan: Queridos amigos, buenos días. Seguid con vuestra alegría, seguid tocando, buena
gente.
¿Celebráis alguna boda?
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Don Juan: ¡Oh, bravo! Para servirme, así es como habla un hombre de bien.
Don Juan: ¡Oh, también yo, ya veis! Quiero que seamos amigos. ¿Cuál es vuestro nombre?
Zerlina: Zerlina
Masetto: Masetto.
Don Juan: ¡Oh, mi querido Masetto! ¡Mi querida Zerlina! Os ofrezco mi protección. ¡Leporello! (a
Leporello que bromea con otras campesinas) ¿Qué haces ahí, bribón?
Don Juan: Rápido, ve con ellos: llévatelos en seguida a mi palacio. Ordena que les sirvan choco-
late, café, vino, jamón. Procura que se diviertan, enséñales el jardín, la galería, las habitaciones; y
sobre todo haz que quede contento mi buen Masetto. ¿Has comprendido?
Masetto: Señor...
Leporello: En vuestro lugar estará su excelencia que sabrá representar bien vuestro papel.
Don Juan: ¡Oh! Zerlina queda en manos de un caballero. Vete ya, después ella vendrá conmigo.
Don Juan: ¡Acabemos la discusión! Si no te largas ahora mismo sin rechistar, (mostrándole la
espada) Masetto, mira bien, te arrepentirás.
Masetto: ¡Lo he entendido, si señor! Agacho la cabeza y me voy. Ya que a vos os place así, no
replico más. Sois un caballero, no lo puedo dudar, me lo demuestra la indulgencia con que me
queréis tratar. (aparte a Zerlina). ¡Bribonzuela, malandrina, siempre fuiste tú mi ruina!
(a Leporello que trata de llevárselo consigo)
¡Ya voy, ya voy!
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(a Zerlina) ¡Quédate, quédate! Es muy honesto por tu parte. Que nuestro caballero te haga caba-
llera a ti también.
Escena VI
Don Juan: Al fin nos hemos librado, gentil Zerlinetta, de ese zopenco. Qué te parece, mi bien, ¿sé
apañármelas?
Don Juan: ¿Quién? ¿Ese? ¿Crees que un hombre honesto, un noble caballero, como yo me pre-
cio de ser, puede soportar que esta carita de oro, que este dulce rostro, sea vea maltratado por
un vil patán?
Don Juan: Esa palabra no vale nada. Vos no estáis hecha para ser aldeana; otra suerte os reser-
van esos ojos picarones, esos labios tan hermosos, esos deditos blancos y fragantes, me parece
tocar crema y oler rosas.
Zerlina: Verme engañada a continuación. Yo sé que los caballeros rara vez sois honestos y since-
ros con las mujeres.
Don Juan: ¡Eso es una calumnia de la gente plebeya! La nobleza lleva pintada en los ojos la ho-
nestidad. Vamos, no perdamos más tiempo, ahora mismo te quiero desposar.
Zerlina: ¿Vos?
Don Juan: Si, yo. Ese palacete es mío, solos estaremos y allí, prenda mía, nos casaremos.
Allí nos daremos la mano, allí me dirás que sí. Mira, no está lejos; partamos, mi bien, de aquí.
Zerlina: (Aparte) Quisiera y no quisiera, me tiembla un poco el corazón. Feliz, es verdad, sería,
pero aún podríais burlarme.
Doña Elvira: ¡Detente, miserable! El cielo me ha permitido oír tus perfidias. Aún estoy a tiempo de
salvar a esta pobre inocente de tus terribles garras.
Don Juan: (Aparte) ¡Amor, aconséjame! (en voz baja a Doña Elvira) Adorada mía ¿no veis que
quiero divertirme?
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Doña Elvira: ¿Divertirte? ¡Es verdad! Divertirte... Bien sé, canalla, cómo te diviertes.
Don Juan: (En voz baja a Zerlina) La pobre infeliz está enamorada de mí y por piedad debo fingir
amor, pues soy, para mi desgracia, hombre de buen corazón.
Doña Elvira: (a Zerlina) Ah, huye del traidor, no le dejes hablar más, sus labios mienten, falaz es
su mirada.
Aprende de mis tormentos lo que es creer en su corazón y que brote tu temor de mi sufrimiento.
(Se va llevándose a Zerlina)
Don Juan: Me parece que hoy el demonio se divierte oponiéndose a mis placenteros planes: todo
me sale mal.
Escena VII
Una calle, delante de una hostería al final de la tarde. Poco a poco anochece.
Leporello: Señor.
Leporello: ¿Qué?
Leporello: Escuchadme: por esta vez acepto el trato, pero no os acostumbréis, no creáis que po-
déis seducirme (cogiendo la bolsa) con dinero, como a las mujeres,
Don Juan: ¡No hablemos más de ello! ¿Serás capaz de hacer lo que te diga?
Don Juan: ¿Dejar a las mujeres? ¡Qué locura! ¡Sabes que para mí son más necesarias que el pan
que como, más que el aire que respiro!
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Don Juan: ¡Soy todo amor! Quien a una sola es fiel, con las demás es cruel; yo, que en mí siento
tan profundo sentimiento, las quiero a todas. Aquellas que creen ver en esto un daño, a mi bien
natural llaman engaño.
Leporello: Jamás he visto natural tan considerado y benigno. Y bien, ¿qué queréis?
Leporello: ¿Yo? No
Don Juan: Entonces no has visto cosa preciosa, mi querido Leporello; ahora gracias a ti voy a
probar mi suerte con ella y he pensado, puesto que está anocheciendo y para estimular más su
apetito, presentarme ante ella con tu vestimenta.
Don Juan: Tiene poco crédito con gente de tal rango ir vestido de manera distinguida. (Se quita la
capa) ¡Date prisa, vamos!
Don Juan: (enfadado) ¡Ya basta! ¡No soporto que me contradigan! (se cambian de ropa)
Escena VIII
Leporello: (en voz baja) ¡Callad! Oigo, señor, la voz de Doña Elvira.
Don Juan: Aprovecharé la ocasión, escóndete por ahí... (Se esconde detrás de Leporello y dice)
¡Elvira, ídolo mío...!
Don Juan: Baja aquí, preciosa mía, verás cómo eres tú la única a quien adora mi alma: arrepenti-
do estoy.
Don Juan: (Con énfasis, casi llorando) ¡Ah, créeme o me mato! ¡Ídolo mío, ven aquí! ¡Si seguís
así, me dará risa!
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Doña Elvira: (aparte) ¡Dioses, en que dilema me encuentro! ¿Voy o aquí me quedo? ¡Ah! Prote-
ged mi confianza.
Don Juan: (Aparte) ¡Espero que pronto consienta! ¡Este es un buen golpe de efecto! Más fértil que
el mío no puede haber talento.
Leporello: (aparte) Sus labios embusteros la vuelven a seducir. Oh dioses, proteged su confianza.
Don Juan: No te reconocerá si tú no quieres. ¡Silencio! ¡Ya abre! ¡Ea, sé prudente! (se aparta de
allí)
Escena IX
Doña Elvira: ¿Podré creer que mis lágrimas hayan conquistado este corazón? ¿Qué arrepentido,
mi amado Don Juan, a su deber y a mi amor regresa?
Doña Elvira: ¡Cruel, si supierais cuántas lágrimas y cuántos suspiros me habéis costado!
Leporello: Siempre.
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Leporello: Lo juro por esta mano, que beso con ardor y por estos bellos luceros...
Don Juan: (fingiendo que está matando a alguien) Ah! eh! iah! ¡ah! iah! ¡Ah, estás muerto!
Leporello: Allí veo una puerta. A hurtadillas me iré. (Leporello, al salir, se encuentra de cara con
Masetto y Zerlina)
Escena X
Masetto: ¡No, no, morirá! (Cuando don Octavio se dispone a matarlo, Leporello se descubre y se
pone de rodillas)
Leporello: (Casi llorando) Perdón, perdón, señores míos. No soy quien creéis, ella se equivoca.
¡Dejadme vivir, por caridad!
Leporello: (Aparte) Mil turbulentos pensamientos dan vueltas en mi cabeza; si me salvo de esta
tormenta será un prodigio, en verdad.
Doña Elvira: ¡Entonces tú, malvado, me engañaste haciéndote pasar por Don Juan!
Masetto: ¡Entonces has venido así vestido para cometer alguna fechoría!
Leporello: ¡Ah, piedad, señores míos! Os doy la razón a vos y a ella, pero el delito no es mío. Mi
amo, con prepotencia, la inocencia me arrebató. (a Doña Elvira) ¡Doña Elvira, compadeceos! Ya
os imagináis lo que sucedió. (a Zerlina) De Masetto no sé nada, (señalando a Doña Elvira) os lo
dirá esta joven; hace más o menos una hora, que con ella me paseo, por fuera claro, por dentro
oscuro, no hay escondite, la puerta, el muro. (Señala la puerta donde se había escondido por
error) Lo... el... la..., salgo por ese lado, luego, oculto aquí, se descubrió la cosa... ¡Pero si llego a
saberlo, me escapo por aquí! (huye precipitadamente)
Escena XI
Leporello: ¿No recordáis el nombre del convento? Se llama San Antonio, Entre los árboles yo
cuidaba caballos. Mientras tanto… la pasabais mejor tras esos muros.
Leporello: ¿Doña Inés? La recuerdo. De ojos negros. El conquistarla os requirió tres meses, hasta
que al fin el diablo hizo el milagro.
Don Juan: Fue una noche de julio. Me encantaban la tristeza que había en sus miradas y sus la-
bios tan pálidos. Me acuerdo de que tú la encontrabas poco hermosa. Es cierto, no era bella y, sin
embargo, nunca he visto unos ojos tan intensos. Y aquella voz tan tenue de agonía. Mi pobre Do-
ña Inés… Cuánta desgracia que su marido fuera un miserable, cosa que supe demasiado tarde.
Leporello: Pero después ha habido, hay tantas otras… y las que faltan todavía…
Leporello: Muy bien dicho, Don Juan, así se habla. Las difuntas no os deben inquietar por mucho
tiempo. Mas aguardad, don Juan: alguien se acerca.
(Entra el Monje.)
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Monje: No creo que tarde mucho vuestra ama. Ahora debe llegar… ¿No sois vosotros por ventura
los criados de Doña Ana?
Don Juan: ¿Aquel comendador asesinado no recuerdo por quién hace ya tiempo?
Monje: Por un hombre sin Dios, un ser maldito al que llaman Don Juan, un vil canalla.
Leporello: Es un castigo blando: a esos canallas habría que ahogarlos en el mar cuanto antes.
Monje: A unos pasos. La viuda a construido un monumento funerario y reza todas las noches por
salvar su alma.
Don Juan: ¡Que singular conducta en una viuda! ¿Y es hermosa Doña Ana?
Monje: Es un pecado para nosotros el alzar los ojos a la belleza femenina. Peco de igual modo si
miento. Entonces digo: El propio San Antonio admitiría que es la mujer más bella de la tierra.
Don Juan: Tuvo el muerto razón para sus celos. Desde la tumba la mantiene aún presa, difunta
para el mundo. Yo quisiera hablar con doña Ana.
Don Juan: Sólo alcancé a ver sus pies bajo el vestido negro.
Leporello: Bastante para vos. Es suficiente: vuestra imaginación la creará luego, como el pincel
hace nacer un cuadro. No importa qué veáis: el resto, entero, lo dibuja la mente: piernas, senos.
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Leporello: (Aparte) ¡Qué maravilla este hombre! Ha asesinado al marido y pretende el insensato
anegarse en el llanto de la viuda. ¡Hasta para un canalla es excesivo!
Don Juan: Ha caído la noche. Antes que salga la luna y nos alumbre, aprovechemos para entrar
en Madrid sin que nos vean.
Leporello: Semejante a un ladrón, ha de ocultarse este grande de España ante la luna. ¡Qué mi-
serable vida! ¿Cuánto tiempo he de seguir con él? Ya estoy cansado.
Escena XII
Don Juan, vestido de monje, habla ante la estatua fúnebre del Comendador.
Don Juan: Sucedió lo de siempre, a pesar mío, don Carlos murió. Noche tras noche me disfrazo
de monje. Así contemplo a la bella doña Ana y me parece que doña Ana en mí se va fijando. Has-
ta hoy nos saludamos simplemente pero esta noche le hablaré. ¿En qué forma? “Perdonad, mi
señora, que me atreva…” O ¿Acaso puedo suponer, señora…? Bah, mejor le diré lo que me sal-
ga. Es preferible improvisar. No fallo. Ya es hora de que llegue. Por su ausencia se aburre su ma-
rido. Quién diriía que es el mismo hombre a quién maté una noche. La estatua que contemplo es
de un gigante y él era un pobre diablo, un vil insecto que se ensartó en mi espada. No lo niego…
Silencio, está llegando mi doña Ana.
Don Juan: Perdonadme, señora, si al contrario yo soy el que molesta y os impide dejar que libre
fluya la tristeza.
Doña Ana: Mi tristeza está en mí Tan sólo os pido que se unan nuestras voces y plegarias. Juntas
ascenderán más pronto al cielo.
Don Juan: No soy digno de orar con doña Ana. Permitid que de lejos mudo observe cómo dejáis
caer sobre la tumba vuestros cabellos negros, como un ángel que desciende hasta este sitio fune-
rario. Entonces ya no encuentro en mí plegarias y pienso en mi interior: “Dichoso el mármol enti-
biado por lágrimas celestes”
Doña Ana: Son palabras extrañas. No os entiendo. ¿Os habéis olvidado que sois…?
Don Juan: … ¿un desdichado monje cuyas quejas no deben resonar ante el sepulcro?
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Don Juan: Que no soy monje. A vuestros pies imploro vuestro perdón.
Don Juan: Sólo un desventurado que al amaros es reo de una pasión sin esperanza.
Doña Ana: No, no es posible. ¡Aquí frente a su tumba! ¡Salid, salid cuanto antes, miserable!
Don Juan: Morir… quiero morir a vuestras plantas y que mi pobre cuerpo sea enterrado muy cer-
ca del umbral para que puedan rezar – sea vuestro pie o vuestro vestido – la piedra helada de mi
sepultura cuando vengáis hasta este altivo mármol a ofrendar vuestro pelo y vuestras lágrimas.
Don Juan: ¿Es anhelar la muerte un signo de demencia? No, doña Ana, sería locura ambicionar
la vida cuando no hay esperanza, cuando nunca mi triste amor encontrará respuesta.
Si fuera yo un demente pasaría la noche en la ventana con mi canto. Dondequiera que vais tras
vois iría. No sufriría en silencio, mi doña Ana.
Don Juan: Fue una casualidad, fue mala suerte,. De otra manera nunca hubiese hablado.
Don Juan: No sé si es mucho o poco, únicamente puedo decir, desde que os vi, doña Ana, tiene
sentido la existencia inútil y “dicha” no es tan sólo una palabra.
Don Juan: Me quedaré en silencio contemplando. No os apartéis de mí, que mi consuelo es sim-
plemente veros. Nada pido. Nada reclamo. Sólo sé que debo o contemplaros o perder la vida.
Doña Ana
Marchaos, por piedad. No es lugar éste para decir palabras de locura. Venid mañana a casa. Ju-
rad antes seguirme respetando como ahora. Venid de noche… Desde que enviudé jamás recibo a
nadie. Sed discreto.
Don Juan: Doña Ana, sois un ángel. Cuánta dicha que Dios compensará debidamente.
Doña Ana: Entonces me iré yo. Rezar no puedo. Vuestra palabra trastornó mi rezo. Os espero
mañana.
Don Juan: Nunca pude soñar tanta fortuna. Aún no lo creo. ¡Voy a veros mañana en vuestra casa!
Don Juan: Soy muy dichoso, Leporello. ¿Oíste? Doña Ana por fin me dio una cita.
Leporello: ¿No os lo imagináis, don Juan? ¿Es cierto? ¿Acaso sabe que no sois un monje?
Don Juan: Ella lo sabe todo y sin embargo me dio una cita. Mira, soy muy dichoso.
Don Juan: Soy tan dichoso, Leporello. Siento deseos de abrazar al mundo entero.
Don Juan: No creo que esté celoso, Leporello. Era sin duda un hombre inteligente. La muerte lo
volvió más tolerante.
Leporello: Pero observad la estatua, me parece que los ojos os miran enfadado.
Don Juan: Acércate a pedirle que mañana me acompañe a la cita con su esposa.
Don Juan: No es de seguro para hablar con ella. Acércate, ejecuta lo que ordeno, que en el um-
bral espere mi llegada.
Leporello: (Ante la estatua) Gentil comendador, estatua ilustre, mi amo, don Juan, humildemente
os pide… Dios Mío, no puedo. Tengo un miedo horrible.
Leporello: Os pide mi señor que por la noche vayáis con él a ver a vuestra esposa.
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Don Juan: Es mentira, cobarde Leporello. Me acerco. ¿Ya lo ves? No tengo miedo. (A la estatua)
Comendador, os pido que mañana vayáis a visitar a vuestra esposa y esperéis mi llegada.
Escena XIII
Doña Ana: Don Diego, os recibí pero me temo que estaréis lamentando haber venido. Porque mi
luto no termina nunca y mezclo, como abril, risas y llanto. ¿Por qué me contempláis tan silencio-
so?
Don Juan: Es mejor que en silencio yo disfrute vuestra gran hermosura, doña Ana, al veros aleja-
da de la tumba donde en piedra se yergue vuestro esposo.
Doña Ana: Mi madre me obligó. Por su riqueza. Éramos pobres y él tenía dinero.
Don Juan: Feliz comendador, puso fortunas a los pies de una diosa. En consecuencia disfrutó del
placer del paraíso. De haberlo yo sabido, mi doña Ana, trocado hubiese mi dinero todo por una
sola de vuestras miradas. Hubiera sido siempre vuestro esclavo. ¡Otro destino me escogió la
suerte!
Doña Ana: Callad, don Diego. Peco al escucharos. Mi obligación de viuda es ser fiel siempre. De
mí estaba ese hombre enamorado. Si él fuera viudo no recibiría a una dama en su casa, estoy
segura. Fue un hombre fiel y yo lealtad le debo.
Don Juan: No me habléis ya del muerto. Me atormenta… aunque acaso merezco tal martirio.
Doña Ana: ¿Por qué razón? Decidme, confesadlo, aclarad cual misterio nos separa. Pues ne es
pecado amarme, mi don Diego, no atentáis contra mí ni contra el cielo.
Doña Ana: ¿Y sois el mismo que hace unos instantes juraba ser mi esclavo? No, don Diego, me
enfadaré si no me contáis todo.
Doña Ana: Don Diego, yo os perdono de antemano. No hay nada en este mundo que me ofenda.
Tengo un solo enemigo, aquel hombre que hace tres años me quitó a mi esposo. Al ver a ese
canalla le hundiría un puñal en el pecho sin clemencia.
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Doña Ana: Mas ¿qué decís, don Diego, por dios santo?
Don Juan: Yo lo maté, no estoy arrepentido. No me atormentan los remordimientos. Doña Ana,
soy don Juan pero te adoro. No soy Diego ni Juan, sólo tu esclavo.
Don Juan: Amor mío, doña Ana, estoy dispuesto a redimir mi culpa, a vivir solo para ti eternamen-
te, mi adorada. Hoy amo la virtud porque te amo.
Doña Ana: Nadie puede creer, don Juan, que ahora te halles por vez primera enamorado. No,
quieres engañarme, estoy segura.
Don Juan: Si quisiera engañarte ¿Hubiese dicho mi nombre condenado que sabía inconfesable
para ti?... No existe en mi conducta cálculo ni engaño.
Doña Ana: No lo puedo saber. Pero en fin ¿cómo te atreviste a venir hasta mi casa? ¿No te das
cuenta? Si alguien te encontrara podrías tener la muerte por segura.
Don Juan: No me importa la muerte. Nada importa. Por el solo milagro de esta cita. Ana, mi vida
entera has transformado.
Don Juan: Ana, si te preocupas por mi vida ya no hay odio en tu alma. Has perdonado. ¿Nos ve-
mos mañana? ¿En dónde? Dime.
Doña Ana: Qué débil soy contigo. A la misma hora y en mi casa te espero. Ven mañana.
Don Juan: Quiero que muestres tu perdón. Un beso te pido y nada más por esta noche.
Escena XIV
(Una sala en casa de Don Juan. La mesa está dispuesta para la cena. Los músicos esperan la
orden para empezar a tocar)
Final
Don Juan: La mesa ya está preparada; Tocad, queridos amigos: ya que gasto mi dinero, me quie-
ro divertir. (se sienta a la mesa) ¡Leporello, rápido a la mesa!
Leporello: Estoy listo para servirla. (los músicos comienzan a tocar) ¡Bravo! ¡”Cosa rara”! (aludien-
do a un fragmento de la ópera “Una cosa rara” de Vicente Martín y Soler)
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Leporello: (aparte) ¡Ah, qué bárbaro apetito! ¡Qué bocados de gigante! Es como para desmayar-
se.
Don Juan: (aparte) Parece como si se fuera a desmayar viendo mis bocados (en voz alta) ¡Otro
plato!
Leporello: Sirvo. (Empieza a sonar un fragmento de la ópera “Fra i due litiganti il terzo gode” de
Giuseppe Sarti) ¡Qué vivan los “Litigantes”!
Don Juan: (aparte) Está comiendo el muy marrano; fingiré no darme cuenta. (Los músicos empie-
za a tocar un fragmento de “Le nozze di Figaro” de Mozart)
Leporello: No sé hacerlo.
Don Juan: (finge darse cuenta que está comiendo) ¿Qué haces?
Leporello: Perdonad: tan excelente es vuestro cocinero, que también yo quise probar.
Don Juan: (aparte) Tan excelente es mi cocinero, que también él quiso probar
Escena XV
Doña Elvira: (entra desesperada) La última prueba de mi amor aún quiero ofrecerte. Ya he olvida-
do tus engaños, piedad siento.
Doña Elvira: (Se pone de rodillas) De ti no quiere esta alma abatida merced alguna por su fideli-
dad.
Don Juan: ¡Me maravilla! ¿Qué queréis? Si no os levantáis no sigo de pie. (se arrodilla también)
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Don Juan: (se pone de pie y levanta a Doña Elvira) ¿Burlarme yo de ti? ¡Cielos! ¿Por qué? (con
afectada ternura) ¿Qué quieres, mi bien?
Doña Elvira: ¡Quédate, bárbaro, en el hedor inmundo, horrible ejemplo de iniquidad! (se va)
Leporello: (aparte) Si no se conmueve por su dolor, el corazón tiene de piedra, o no tiene corazón.
Don Juan: ¡Vivan las mujeres, viva el buen vino! ¡Sostén y gloria de la humanidad!
Doña Elvira: (sale) ¡Ah! (entra de nuevo y huye por la parte opuesta)
Leporello: (entra aterrorizado y cierra la puerta) ¡Ah, señor, por caridad! ¡No salgáis de aquí! El
hombre de piedra, el hombre blanco... ¡Ay, amo! Me hielo, me desmayo. ¡Si vieseis qué figura, si
oyeseis cómo hace: ta, ta, ta, ta!
Don Juan: No entiendo nada en absoluto. Ciertamente estás loco. (Se oye llamar a la puerta)
Leporello: ¡Ah!
Don Juan: ¡Idiota! Para resolver esta intriga yo mismo iré a abrir. (Coge una luz, desenvaina su
espada y va a abrir)
Leporello: (aparte) No quiero volver a ver al amigo, discretamente me esconderé. (se esconde
debajo de la mesa)
Don Juan: Nunca lo hubiera creído, pero haré lo que pueda. Leporello, que sirvan inmediatamente
otra cena.
Leporello: (asomándose por debajo de la mesa) Ah, mi amo... estamos todos muertos...
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Estatua del Comendador: ¡Detente un momento! No se nutre de alimento mortal quien se nutre de
alimento celestial. Otros asuntos más graves que éste, otros deseos me han conducido aquí aba-
jo.
Don Juan: (trata en vano de soltarse) ¡No, no, no me arrepiento, aléjate de mí!
Leporello: ¡Sí!
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Estatua del Comendador: ¡Ah, ya no te queda tiempo! (Sale fuego por todas partes, la estatua del
Comendador desaparece y se abre un abismo)
Don Juan: ¡Siento como un insólito temblor asalta mi espíritu! ¿De dónde surgen estos torbellinos
de horrible fuego?
Coro de diablos (de debajo de tierra, con voces tenebrosas) Todo es poco para tus culpas. Ven,
hay un mal peor.
Don Juan: ¿Quién me lacera el alma? ¿Quién me remueve las entrañas? ¡Qué tormento, ay de
mí, qué convulsión! ¡Qué infierno, qué terror!
Leporello: ¡Qué rostro desesperado! ¡Qué gesto de condenado! ¡Qué gritos, qué lamentos! ¡Cómo
me aterroriza!
Estatua del Comendador: Se terminó el tiempo. ¡La obstinación en el pecado entraña una muerte
funesta y el rechazar las gracias del Cielo abre el camino a sus rayos!
Don Juan: ¡Oh, Cielo! ¿Qué es esto? ¡Un fuego invisible me abraza, no puedo más…! ¡Ah!
Leporello: ¡Ah!
Ultima Escena
TODOS (excepto Leporello) ¡Ah! ¿Dónde está el pérfido? ¿Dónde está el indigno? ¡Quiero
desahogar todo mi desdén!
Leporello: Vino un coloso... Pero no puedo... Entre humo y fuego, atended un poco...
El hombre de piedra... no deis un paso... justo ahí abajo... descargo el gran golpe... justo ahí, el
diablo se lo tragó.
Doña Ana, Zerlina y Masetto: Seguro que es la sombra con la que se encontró.
Masetto: Ahora que todos, tesoro mío, hemos sido vengados por el cielo, concédeme tu promesa,
no la demores más tiempo.
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Zerlina: Amor mío, deja pasar un año aún para que se alivie mi corazón. Al deseo de quien te
adora ceder debe un fiel amor.
TODOS
Este es el fin de quien obra mal pues la muerte de los pérfidos es semejante a su vida.
Leporello: Ya todos están contentos con su muerte: Cielo ofendido, leyes violadas, jóvenes sedu-
cidas, familias deshonradas, mujeres engañadas, maridos cornudos, todo el mundo contento me-
nos yo, ¡Mi salario! ¡¿Quién me va a pagar mi salario?!
(Sale Leporello)
Telón u Oscuro
Final.
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