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La competencia profesional

La competencia (de cum-petere), no puede limitarse a ser una dotación inerte de ciencia y moralidad;
si no que debe significar en la conciencia de todo profesionista una colaboración dinámica y
permanente de todo su ser, en toda su dimensión física y espiritual, con una tendencia conjunta hacia
el bien común.

La competencia intelectual

La competencia intelectual es tanto como la posesión de la ciencia y la sabiduría. Pero como la


posesión perfecta es imposible, de ahí la imperiosa necesidad de luchar permanentemente por
acrecentar ese patrimonio del espíritu que, en tanto, se entrega a su conquista. El peligro para la
edad madura consiste en acostumbrarse a manejar ese patrimonio universal con espíritu de
presunción y excesivamente. El peligro para el joven, cuando logra los primeros contactos con la
ciencia y la sabiduría, consiste en amilanarse o replegarse en sí mismo a impulsos de una
autocompasión estéril o de un narcisismo ridículo.

Cuando hablamos de ciencia, nos referimos a las ciencias “positivas” o “naturales” que constituyen
el elemento mayoritario y prevalente de la educación científica y tecnológica. Cuando hablamos de
sabiduría entendemos, las otras formas del saber humano que son el elemento esencial de la
educación humanística, y que no se basan sobre criterios estrictamente cuantitativos, ni sobre
métodos formales o matemáticos. Tanto la educación científica y tecnológica, como la educación
humanística deben poseer una dosis suficiente de valor informativo y formativo, si se quiere respetar
las leyes de la naturaleza intelectual.

El valor formativo y humano de la ciencia debe tener un relieve particular en nuestras universidades
modernas, por el hecho humano e histórico de ocupar un puesto peculiar en la vida individual y
colectiva, que se ha acelerado y complicado gracias a la invasión imprevista de los descubrimientos
científicos. Sería tan insensato negar este valor educativo a la ciencia, como reducir las humanidades
a un árido estudio gramatical, en cuyo vacío verbalismo no hubiera lugar para la claridad de las ideas,
el hábito crítico de la hipótesis, el amor a la naturaleza y el humilde reconocimiento de las humanas
limitaciones.

Factores de la competencia intelectual. Opina Norberto Wiener que “la revolución industrial está
destinada a devaluar la función del cerebro humano”. Tal vez lo decía porque la aristocracia
latifundista inglesa perdió su tradicional omnipotencia política ante el surgimiento de una nueva clase
de técnicos y hombres de empresa que los substituyeron en su función de Clase-guía de la nación
británica.

Pero la inteligencia humana jamás será devaluada, y mucho menos revelada de su función.

A) Hay factores externos de la competencia intelectual.

a) Considerada como formación, los factores externos de capital eficiencia son los maestros, los libros
y los amigos que constituyen el ambiente universitario.
b) Considerada como formación, normalmente el factor externo de mayor importancia es el libro y
la revista profesional o universitaria de seria solvencia científica o humanística. Poco o nada creemos
en los Congresos tan generalizados en la actualidad.

B) Pero hay un solo protagonista de la competencia intelectual: la inteligencia. Para lograr un


protagonista brillante se necesitan tres cosas: trabajo, esfuerzo y método.

1) TRABAJO. Porque naturalmente no se da ni la ciencia infunsa, ni la experiencia espontánea. ¡Por


algo dicen los ingleses que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra!

No se puede perder el contacto con la realidad social, porque el mundo evoluciona vertiginosamente
y se nos pierde de vista apenas interrumpimos la curiosidad científica o la vigilancia humanística.

2) ESFUERZO. Porque el trabajo intelectual, para ser coherente debe ser fundamentalmente estudio
disciplinado y abnegado. Nadie aprende nada que valga la pena por el solo talento, si no surge el
esfuerzo que realiza síntesis y crea métodos.

Y este esfuerzo tiene que ser sistemático y permanente. Para estudiar y darles a las ideas una
fisonomía precisa y definitiva no hay más remedio que escribir, y escribir con seriedad; buscando
tercamente su coincidencia con la verdad, con la total exclusión de cualquier otro objetivo y la más
intransigente prescindencia de cualquier otra actitud.

3) METODO. Mencionamos dos puntos respecto a este tema: el orden y el recogimiento.

a) El orden. Es la exigencia del análisis y premisa de la síntesis. Se requiere orden en el estudio, lo


mismo que en el trabajo profesional. Orden en la distribución del tiempo para la actividad, la comida
y el descanso. Orden en las notas y fichas de estudio; con la convicción de que lo que no se anota y
ordena, se dispersa y extravía. Y tiene suma importancia un equilibrio estable entre el orden de la
inteligencia y el orden de la conciencia.

b) El recogimiento. Vivir con intensidad no es lo mismo que vivir vertiginosamente, con ritmo de Rock
and Roll. La libertad espiritual indispensable para pensar, crear y vivir con plenitud de conciencia
psicológica y moral sólo se logra cuando se llega a amar el recogimiento y el silencio. Como relieve
metodológico, cuatro pequeñas advertencias:

1) No existe (a nuestro juicio) mejor manera de pensar que escribiendo.

2) Es tontería “machetearle” (trabajar intensamente) demasiado tiempo a una misma materia. Es una
ley: “cuando la materia es más difícil, se necesitan más pausas”. El error suele consistir en imaginarse
que no se puede descansar si no es saliendo a tomar el aire a Chapultepec, o yendo a un concierto o
a una partida de naipes.

3) Cuando la “actividad” es la fastidia (escribir, leer, pensar) bastará un simple cambio de actividad o
de materia para un provechoso descanso.
4) No existe ningún método fácil para las cosas difíciles; y entre las cosas más difíciles ha estado y
estará siempre el estudio y la cultura. Para terminar, mencionaremos algunas consecuencias que se
desprenden de las anteriores consideraciones:

A) En la ley universal que nos obliga a todos indistintamente a “ganarnos el pan con el sudor de
nuestra frente”, el profesionista contrae, como obligación esencial y primordial, la de trabajar con la
inteligencia: el estudio.

B) La dignidad profesional obliga a buscar incansablemente el mejoramiento y perfección de los


sistemas aprendidos en la universidad.

C) Es gravemente incompatible con la seriedad y jerarquía profesional el no desechar sistemas


insuficientes e inefectivos, y sobre todo, defenderlos por pura pereza mental y rutina.

D) La dignidad de la profesión exige que un titulado universitario no se convierta en burócrata,


trabajando rutinariamente para ganarse unos pesos; sino “como en cosa propia”, mejorando
eficiencia, servicios, productos y ganancias. Si una empresa gana más, lógicamente debe pagar más.
Y si el bien común sale beneficiado, normalmente también saldrán beneficiados la hacienda y la
buena reputación del profesionista. Humanamente a esto se le llama éxito profesional.

La competencia técnica

De hecho abarcamos bastante más de lo que reza el título; ya que la idoneidad intelectual de un
profesionista comprende: a) el conocimiento teórico y sistemático de las ciencias respectivas, y b) la
aplicación práctica de esos conocimientos del caso concreto. En el primer caso resulta lo que
primariamente se llama ciencia; en el segundo, que tantas veces se resuelve en un verdadero arte,
tenemos la experiencia.

La universidad y la sociedad juzgan que la ciencia es un prerrequisito indispensable en cualquier


profesión. Es natural que la universidad trate de evitar la fría acumulación de conocimientos en sus
alumnos, y tienda a crear en ellos un espíritu científico. Pero creemos sinceramente que no son
sinónimos “vocación profesional” y “vocación científica”.

La vocación profesional, si bien debe ejercerse con la más alta entonación científica, se dispersa
constantemente por exigencias deontológicas, sociales y humanísticas; ya que el profesional sirve
directamente al bien común y está en contacto inmediato con la realidad social.

La vocación científica, de hecho, segrega al profesionista del contacto inmediato con el fenómeno
social y sólo indirectamente le relaciona con el bien común; dedicándolo a la observación
experimental, paciente y serena de la naturaleza, o a la observación más paciente, serena y penosa
de las Ciencias del Espíritu. Así tenemos lo que podríamos llamar, con las debidas reservas: “el
científico puro” y “el intelectual puro”. Es la vocación más difícil, por el compromiso moral que se
contrae con la verdad y la humanidad, y por el peligro inminente y constante de confundir la Verdad
y la Humanidad con los intereses personales y ficciones ególatras.

Competencia técnica, por lo tanto supone:


1) La suficiente idoneidad y preparación en las materias propias de la profesión, cualquiera que sea
su índole; idoneidad y preparación que siempre se supone cualificada y juzgada por la universidad,
en el juego normal de su autonomía.

2) El suficiente interés real y permanente del profesionista por las ciencias que especifican su
profesión; que se traduce en estudio constante, y consciente de que el diploma oficial supone pero
no confiere ninguna ciencia.

La competencia humanística

Como “minimum”, entendemos la “formación humana” en la Educación universitaria. Es menester


insistir en este humanismo profesional; sobre todo en las profesiones de carácter eminentemente
técnico, para sustraer a nuestra juventud universitaria de las dimensiones y materiales de su
capacidad técnica que los hace fósiles.

Aunque, a veces, esto es lo único que busca quien ingresa a la universidad por la puerta falsa del
interés mercantil, la sociedad no puede renunciar ni prescindir de la intervención humana del
profesionista universitario colocado providencialmente en una situación de privilegio: en la
convergencia de los intereses de patrones y obreros, de exploradores y reivindicaciones, de ciencia e
ignorancia, de opulencia e indigencia.

Si el profesionista es un atrofiado social y desaparece el hombre con sus problemas, de su perspectiva


intelectual, la estructura social moderna se deslizará al caos revolucionario disolviéndose en la
desesperación, o se abandonará al conformismo suicida que señala la hora de las dictaduras y de la
decadencia nacional.

Sin una discreta competencia humanística queda desintegrada la tetralogía universitaria, cuyos
elementos esenciales son 1. Técnico, 2. Deontológico, 3. Humanístico, y 4. Social. Bien decía Marañón
que “la verdad, en sí, no sirve para nada si pertenece a un sabio sin trascendencia humana”.

Y más concretamente, en relación con el humanismo tradicional, acaba de escribir Toedoro Haecher
de los alemanes: “Con todo derecho y por puro instinto de conservación regresamos siempre a Roma
y Atenas; porque más fácilmente que cualquier otro pueblo caemos en la barbarie más absurda y en
el total salvajismo de las mismas virtudes naturales. La ciencia es una premisa necesaria de la cultura;
pero no es la cultura. Para que la ciencia se transforme en cultura y sustraiga al profesionista del
perpetuo infantilismo que hace hasta peligroso el manejo de sus propios instrumentos es necesario
educarlo como hombre, dotándolo de una mínima Competencia Humanística.

Competencia humanística que, además del carácter deontológico y social, tenga también como
finalidad hacer conocer otros campos del saber humano (saber histórico, saber filosófico), que no
admiten propiamente el método experimental ni esquematización cuantitativa de la matemática
pura.

Competencia que debería preparar la mente y el ánimo de los jóvenes para la experiencia estética,
que es indudablemente esencial para el equilibrio cultural y espiritual. Y, dejando de lado los gustos
y preferencias personales, no creemos que la Competencia Humanística esté necesariamente ligada
al estudio de las lenguas muertas, ni se obtenga exclusivamente con el estudio del pensamiento
Greco-Latino.
La competencia moral

La competencia moral en un profesionista no puede limitarse al orden de sus conocimientos; es


indispensable que la inteligencia ponga en juego a la voluntad, para que la actividad profesional
ofrezca todas las garantías que requieren el bien común y la dignidad profesional. La única garantía
real que puede ofrecer, tanto la inteligencia como la voluntad profesional, es la virtud profesional.
Teniendo en cuenta el carácter eminentemente práctico de estas lecciones, advertimos:
A) Lo que interesa fundamentalmente es toda actitud moral es la “adhesión habitual al bien que ha
llegado a convertirse en segunda naturaleza”, de tal suerte que, en definitiva, un hombre no es moral
ni virtuoso por ser casto, moderado o justo, sino por estar dominado por el bien en toda su amplitud
subjetiva y objetiva.
B) El bien no tiene como realidad no como medida a m personalidad. El día que desconectáramos la
conciencia de la verdad objetiva, no nos quedaría más que utilitarismo. Nos lanzaríamos a vivir “de la
mejor manera” es la carrera de las ganancias y de los honores.
C) Así la eficiencia técnica, sin virtud, se convierte en un virus destructivo del fisiologismo social; ya
que la técnica solamente es capaz de garantiza que no conspirará contra el bien común, si está
administrada por la virtud.
D) La competencia Moral, aunque definitivamente implique la existencia de la virtud en el
profesionista, se manifiesta por una doble sensibilidad:

 En la vida especulativa: la espontánea y violenta repulsión hacia el siniestro primado de lo


cuantitativo y estadístico, hacia el envilecimiento de las conciencias y perversión del gusto, y
hacia la rutina y burocratización profesional.
 En la vida social: La urgente necesidad de reivindicar entre las clases populares y humildes el
prestigio de la profesión. Porque no se necesita una perspicacia extraordinaria para descubrir
el hecho y el derecho de esas gentes.

El hecho es que no “han mejorado gran cosa de los avances de la técnica, ni ha mejorado
sensiblemente en su pobre nivel de vida”. El derecho es la desconfianza o el escepticismo, por no
haber logrado saborear jamás los frutos de la misión tutelar y redentora de los profesionistas, ni de
la teórica preocupación de los intelectuales.

La profesión es esencialmente relación y servicio; por lo que automáticamente se convierte en la


“socialitas” latina, que podríamos traducir por sociedad, o por sociabilidad, si no estuviera tan
desacreditada la palabreja.

La actividad profesional está constituida por actos que son esencialmente transitivos; esto es: que no
pueden limitarse al individuo que los emite, sino que deben terminar en otro que los recibe. De aquí
que las virtudes profesionales por excelencia, son también las virtudes sociales por excelencia: la
justicia y la caridad.

A) La justicia. Dejando intacta la definición de Ulpiano (voluntad perpetua y constante de dar a cada
uno lo suyo), y la triple división tradicional (conmutativa, distributiva y legal), subrayamos el aspecto
social de esta última y advertimos:

1) Que hay varias virtudes que le son subyacentes o anexas: la piedad, la gratitud, veracidad,
afabilidad, liberalidad, equidad, etcétera.
2) El deber de justicia se contrae desde el momento en que se recibe el título profesional, que así se
convierte en un contrato entre el profesionista y el Poder Público, el profesionista y la universidad, el
profesionista y la clientela.

3) La Justicia tiene carácter reduplicativo de Justicia Social en el profesionista universitario,


precisamente por la universidad de la que provienen.

B) La caridad. Es la dinámica social en su más auténtico sentido. Mientras que la justicia promueve el
orden, ligando o restituyendo cada cosa en su lugar y con su dueño, prácticamente está separando a
las personas. Pero la caridad pone en circulación la generosidad de las almas, haciendo que las
personas se enajenen a sí mismas en beneficio de los demás.

La justicia tiene que respetar los desniveles naturales, dejando a cada uno lo suyo. Cede todo, siempre
que se trate de algo ajeno. La caridad sólo descansa, cuando se ha hecho todo lo posible por equilibrar
los niveles humanos con la aportación de los propios bienes y de la propia persona.

La caridad obliga particularmente a los profesionistas:

1) Con sus colegas y superiores.

2) Con sus colaboradores. Especialmente para con aquellos que, por ser más eficientes, suelen pasar
más desapercibidos.

3) Con los pobres. Jamás dejarán de existir los pobres en el mundo, bajo la triple manifestación de
pobreza intelectual, pobreza moral, y física. Es el sector humano en el cual un profesionista está más
cerca de atropellar la justicia, cuando se descuida la caridad.

Bibliografía
Menendez, A. (1988). Ética Profesional. México: Herrero Hermanos.

http://www.edukativos.com/apuntes/archives/208

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