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“La esencia escurridiza del ensayo”

“Lo verdaderamente esencial en cada ensayo no reside, en consecuencia, en el


objeto de que se ocupa, sino, más bien, en las preguntas a que lo somete discreta y,
a la vez, radicalmente, porque esas preguntas suelen tocar - decía Lukács- la
concepción del mundo en su desnuda pureza” Cerda, Martín.

Introducción

A pesar de que el ensayo moderno data del 1580, fecha en que apareció la primera edición
de los Essais y que ha sido el motor de pensamiento de un sin número de escritores
reconocidos a nivel mundial es todavía imposible para los pensadores, que lo han intentado,
asir las peculiaridades de este escrito a un género específico. Por lo mismo la autora
pretende demostrar la indeterminación genérica de este tipo de texto, en particular, de
acuerdo a las clasificaciones canónicas del presente (textos literarios y no literarios). Esto a
partir del texto base “teoría del ensayo” de Gómez-Martínez en donde se exponen las
características más sobresalientes del ensayo.

¿Vislumbrando una definición de ensayo?

Para acercarse a una definición o caracterización del concepto “ensayo” es necesario acudir
a la obra de Miguel de Montaigne, creador del género ensayístico según la crítica literaria,
quien propone un término que es retomado luego en el siglo XIX. Este autor indica que es
el juicio el instrumento que debe usarse para examinar toda clase de asuntos y que es esa
herramienta la que él utiliza para sus trabajos: “Si se trata de una materia que no entiendo,
con mayor razón me sirvo de él, sondeando el vado desde lejos; y luego, si lo encuentro
demasiado profundo para mi estatura, me detengo en la orilla. El convencimiento de no
poder ir más allá es un signo del valor del juicio, y de los de mayor consideración”.
(Democritus et Heraclitus citado por Gómez-Martínez, 1992, p. 2)

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Otra versión del significado de ensayo se propone en 1606, en el tesoro de la lengua
castellana de Cobarrubias, que indica que se concibe al ensayo sin referencias a la
composición literaria: “Tómase por el modo de proceder en tratar de algún punto y materia,
por diversos propósitos y varios conceptos”. (Ibídem, p.3). Más tarde Baralt, en 1906,
afirma que los ensayos son textos en donde se proponen opiniones pero que no se tratan
con profundidad los temas que se discuten. Dos años después, en 1908, Mir y Noguera
mencionan que: “han dado en llamar ensayo al escrito que trata superficialmente algún
asunto, como si de él echase el escritor las primeras líneas… la voz ensayo o ensaye siempre
quiso decir prueba, examen, reconocimiento”. (Ibídem, p.3). Ya en 1924 Ortega y Gasset
afirma que los ensayos carecen de valor informativo aunque se puede reflexionar sobre las
distintas materias que la vida proporciona buscando encontrar la plenitud de su significado.

Cada uno de estos acercamientos a definir el ensayo, a descubrir su esencia, dan cuenta de
lo complejo que ha sido intentar categorizar el término pues se ha podido vislumbrar el
objetivo de este, en el sentido de hacer un análisis reflexivo de un tema, más no se llega a
clarificar la forma que este debe adoptar determinado por un género específico. Otros
estudiosos posteriores tampoco han podido proporcionar una definición satisfactoria que
encasille definitivamente a este texto. Algunos ejemplos de propuestas son las hechas por:
Bleznick, quien apuesta por el ensayo como composición en prosa, de extensión moderada,
cuyo fin es explorar. Diez-Canedo propone que el ensayo es una forma de entregar
denominación literaria a un escrito y asevera que no necesariamente se trate de un texto
inconsistente y breve. Gómez de Baquero, en cambio, considera que el carácter del ensayo
está dado por una estilización artística de lo didáctico y que por lo mismo no es severa ni
rigurosa.

Como es de notar el ensayo o Essais ha sido un elemento fundamental en la vida creativa


de innumerables autores. Muchos los han escrito y a la vez han ido intentando moldearlo
pero a pesar de la proliferación de estos escritos no se han logrado aunar características
que lo determinen como un género estático e inamovible. Más bien se concuerda, siempre,
en lo escurridizo de su devenir conceptual.

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El escritor Español, y doctor en filosofía y letras, José Luis Gómez-Martínez en su libro
“teoría del ensayo” plantea las características más importantes del ensayo como texto.
Algunas de ellas son consideradas, en el presente trabajo, y contrastadas con las visiones
de otros autores para lograr dilucidar la existencia o no de parámetros que delimiten lo
entendido por ensayo en la actualidad.

1- Lo subjetivo en el ensayo. “El subjetivismo es parte esencial del ensayo. Es esta


motivación interior la que elige el tema y su aproximación a él”. (Gómez-Martínez, 1992,
p.22). Si bien es cierto el ensayista escribe por su necesidad de comunicar algo,
transmitir e incitar ideas a través de un proceso consiente, organizado e inteligible no
se puede negar que quien escribe lo hace desde lo que siente y cómo lo siente. Esta
aseveración aleja al ensayo de un texto netamente científico en donde lo que prima son
los datos exactos y no lo que pueda llegar a creer el estudioso de un tema determinado.
Con respecto a esta subjetividad tampoco se puede hablar de ella en términos de
ficcionalidad o de “lo literario” como lo enuncia Gómez-Martínez pues la literatura es
un mero fenómeno de la imaginación “el objeto ficticio es… un trozo de la vida psíquica”
(Martínez Bonati, 2001, p. 65). Es por esta razón que el ensayo no podría ser clasificado,
tampoco, en el género literario como se le mantuvo por tantos años.
En cuanto a la subjetividad dada por lo retórico del lenguaje, Grínor Rojo citando a Paul
de Man, afirma que: “todos o casi todos los textos se hallan dotados de un excedente
retórico” (Rojo, 2001, p. 9) el que se presta para confusión denominando textos que no
lo son como escritos de carácter solo literarios. “Hay pocas, quizá ninguna, categorías
lingüísticas que pueden aparecer en la descripción de los textos literarios que no puedan
encontrarse también en el análisis de los textos no literarios” (ibídem, p.11). En este
sentido la utilización de un lenguaje “metafórico” o “literario” no es de exclusividad de
la literatura sino que “se encuentra instalada en el interior del lenguaje mismo, como
una de sus propiedades, y actuando de una manera que es natural y profesionalmente
rastreable en cada nivel de su estructura” (Halliday y de Man citado en Rojo, p. 11).

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2- El carácter dialogal del ensayo. El ensayo posee carácter conversacional en cuanto
busca dialogar con el lector. No se habla aquí del diálogo como forma literaria en que
el texto se limita a un tipo de público en particular sino a todos quienes han alcanzado
un nivel de desarrollo que les permita la meditación, que es el propósito del autor. En
el ámbito del diálogo y, más específicamente, del empleo de conceptos Luckács indica
que el ensayo siempre está orientado a entregar la verdad aunque se le prohíbe
asegurar que sus textos son la única verdad. Al respecto, otro destacado intelectual
arguye: “La obligación más elemental del ensayista con la verdad (…) esforzarse en
develar lo esencial de cada objeto que lo ocupa, sin afirmar nunca dogmática o
arrogantemente que su palabra es “la última palabra”, sino solo una palabra exacta”
(Barthes citado en Cerda, 2005, p.36). En este sentido se avala el carácter semi científico
del ensayo por la rigurosidad en la información que entrega.
3- El ensayo como forma de pensar: Gómez-Martínez coincide con Martín Hopenhayn en
que el ensayo es un diálogo del autor consigo mismo. Es encontrar una forma de
manifestarse y concebir el mundo de manera particular, no bajo los cánones que
siempre se han dispuesto sino bajo el alero de la reflexión constante.
Refiriéndose al concepto de forma, el joven Luckács difería de las tradicionales (novela,
poesía, drama) ya que estas deben siempre esforzarse por alcanzar aquéllas que les
permita configurar la materia. En el caso del ensayo el escritor debe buscar una forma
nueva que le otorgue libertad a su pensamiento de acuerdo a como este se produzca.

El ensayista parte de una forma para vivenciarla, interiorizarla, “sentirla” e


interrogarla, pero su trabajo no para nunca ahí, sino, al contrario, se prolonga cada vez
que la lectura de un libro, la contemplación de una obra artística o la reflexión sobre
una idea ajena se convierten, a su vez, en el punto de partida de su propio discurso, en
la ocasión que motiva a cada ensayo suyo y, por ende, en el comienzo (siempre
reiterado, repetido, perpetuo) de la búsqueda de su propia forma. (Cerda, 2005, p. 30)

4- El ensayo carece de estructura rígida. Algunos textos como el tratado -del cual se ha
dicho que es el hermano mayor del ensayo-, el discurso, el artículo de las revistas
especializadas o las monografías se caracterizan por una organización rigurosa tanto en
lo formal como en el contenido que trata; en cambio para el ensayista la manifestación

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mecánica del discurso entorpece la libertad creativa del escritor el que podrá usar el o
los métodos que mejor se adapten a su estilo o forma de pensamiento.

En palabras de Martín Cerda esta categoría autónoma de creación, que carece de


estructura, es una escritura fragmentada “Lo que importa en todo escrito fragmentado
es, sin embargo, lo que fragmenta o quiebra la escritura. Si alguna tradición puede
invocar cada fragmentario, esta no puede ser otra que la permanente infracción de los
discursos instituidos (…) Esta herejía- pertenece a la esencia del ensayo moderno”
(Ibídem, p. 23).

5- El ensayo y su doble función. El ensayista posee una doble función: por un lado escritor
–creador ya que es libre al elegir los temas a los que se referirá, cómo los tratará y
además porque proyecta en su discurso su personalidad-; y por otro, posee función
científica ya que para organizar su discurso debe basarse en datos o hechos.
Esta característica lo hace transitar entre la ciencia y la literatura. O sea, hace uso de
elementos del discurso depositario (entregar información), pero persigue un fin
humanístico (incitar a la reflexión). Gómez-Martínez, 1992, p. 42, citando a Eduardo
Nico, justifica: “Porque el artificio es literario, pero el producto no es artificial o
ficticio…”

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Síntesis:

Ángel del Río y José Bernardete en su libro “El concepto contemporáneo de España.
Analogías de ensayos” (citado en Gómez-Martínez, 1992, p. 46) mencionan que se
reconocen tres grandes grupos de ensayos: El ensayo puro, el ensayo poético-descriptivo y
el ensayo crítico- erudito. En estos grupos incluye a todos los escritos en prosa, excepto a
los ficticios lo que se contrapone a la mirada de Gómez-Martínez quien desde el inicio de su
“teoría del ensayo” mantiene acérrimamente. Solo el ensayo puro se habla de ensayo bajo
los términos aquí descritos y en los dos restantes se incluyen textos que pertenecen a otras
categorías. Con este ejemplo se puede volver a aseverar las dificultades que se presentan
al tratar de ajustar este tipo de texto a un género estrictamente delineado.

El ensayo posee diferencias pero también encuentros con textos ya existentes y con géneros
determinados. Esta característica particular de él lo hace ser ajeno pero también parte de
todos los textos, o sea, un texto híbrido.

En cuanto a esto último, Grínor Rojo propone desarticular la denominación genérica de los
textos y mencionarlos como textos y discursos ya que como mencionó Eco en 1976: “Lo que
se denomina habitualmente un mensaje es en realidad un texto cuyo contenido es un
discurso de múltiples niveles” (Eco citado en Rojo, 2001, p. 25). Estos textos y discursos se
engloban en una disciplina que es la teoría crítica. Esta nueva nominalización alejaría a los
escritos de los cuestionamientos que sufre hoy la literariedad y evitaría las restricciones
impuestas por los cánones establecidos. “Un texto puede -y suele- alojar en su interior a
más de un discurso y que esos discursos no tienen que vivir en paz entre ellos. Pueden ser
y son a menudo, discursos antagónicos”. (Ibídem, p. 23).

Lo único que se puede aseverar, entonces, del ensayo es el carácter indeterminado y


escurridizo que este posee ya que no se puede restringir a un género establecido aunque
tiene las atribuciones para transitar entre ellos buscando la “forma” adecuada para su
manifestación.

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Bibliografía

Cerda, M., (2005). La palabra quebrada, Tajamar Editores Ltda. Primera edición (p. 23, 30,
33, 36)

Gómez-Martínez, J. (1992). Teoría del ensayo. UNAM. Segunda edición (p.2, 3, 22, 42, 46)

Martínez, F. (2001). La Ficción Narrativa. Su Lógica y Ontología. Editorial LOM. Segunda


edición (p. 65)

Rojo, G. (2001) Diez tesis sobre la crítica. Editorial LOM. Primera edición (p. 9, 11, 23, 25)

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