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La filosofía como actividad

hermeneutica
La filosofía tiene la curiosa reputación de ser, al mismo tiempo, una actividad misteriosa y

accesible. Se le atribuyen poderes de penetración en los secretos de la naturaleza o de la

existencia, se asocia su ejercicio a la vida solitaria del pensador y se cree, desde tiempos

remotos, que el filósofo anda, literalmente, en las nubes, desligado de las preocupaciones

reales de la vida práctica. Es conocida la anécdota que relata Diógenes Laercio sobre la

mujer que, viendo al filósofo Tales de Mileto tropezar y caer en un hoyo, le dice: «Oh Tales,

tú presumes ver lo que está en el cielo, cuando no ves lo que tienes a tus pies».

Al mismo tiempo, sin embargo, se considera igualmente que la filosofía es una actividad

accesible a todos, que cualquier persona posee la capacidad de expresar razonadamente

sus pensamientos y que la filosofía debería ocuparse de los problemas reales de la sociedad

y de su transformación.

Esta contradictoria reputación es, en realidad, el rostro más interesante de la filosofía, y lo

que produce, acaso, su mayor fuerza de atracción. Te-niendo como su objeto principal la

comprensión del sentido de la realidad y de la vida, la filosofía está esencialmente ligada a

la experiencia cotidia-na, a la existencia individual, a la cultura, a la historia. Pero, por

tratarse de una actividad enraizada en una tradición milenaria de pensamiento y reflexión,

no puede menos no puede menos que volverse compleja, rigurosa, especializada.

A diferencia, sin embargo, de lo que ha ocurrido con las ciencias particulares en la sociedad

moderna, que han restringido deliberadamente su campo y su objeto de investigación, la

filosofía no puede renunciar a la pretensión de abarcar la realidad y la vida en su totalidad.

Aun teniendo en cuenta los avances de las ciencias, lo que ella busca es la razón de ser, el
sentido de las cosas, y por eso precisamente no puede desvincularse de la experiencia

existencial ni de las preocupaciones cotidianas de las personas comunes y corrientes.

La filosofía es, en ese sentido, una digna heredera del dios Hermes. Corriendo siempre el

peligro de volverse hermética, ella tiene, en realidad, por misión ser más bien

permanentemente hermenéutica, es decir, interpreta-tiva, comprensiva. Su papel central,

como bien señala Jürgen Habermas, es el de ser intérprete de las múltiples voces que se

expresan, en diferentes lenguajes, en diversas tonalidades, con intereses distintos, en los

variados escenarios de los que se compone la vida: tanto las voces de la ciencia como de la

opinión común, del arte tanto como de la técnica, de la cultura al igual que de la historia. A

ella le corresponde resistirse a los peligros de la incomunicación y la intolerancia, que con

frecuencia han sido obstáculos para el descubrimiento de la verdad y el ejercicio de la

libertad.

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