inesperada, le confesó una pena que llevaba muy dentro del corazón.
– Estamos aquí, riendo y pasando un rato
agradable… Seguro que usted piensa que soy un hombre feliz, pero las apariencias engañan: mi vida es un desastre y me siento muy desdichado.
El anciano le miró fijamente.
– ¿Y por qué no eres feliz? Eres un chico
guapo, estás sano, y gracias a tu trabajo en el campo siempre tienes comida que llevarte a la boca ¿No te parecen suficientes motivos para sentirte dichoso?
El campesino, con los ojos llorosos, se
sinceró.
– ¡Mire qué pinta tengo! Mi ropa es vieja
y a pesar de que trabajo quince horas diarias sólo puedo permitirme