Sie sind auf Seite 1von 19

Hacer historia indígena

El desafío a los historiadores


Raúl J. Mandrini∗
Recientemente, comenzaron a editarse en el país dos historias generales de la
Argentina que, sugestivamente, se presentan a sí mismas como "nuevas historias". La
primera, en 10 tomos, comenzó a ser publicada en 1999 por la Academia Nacional de la
Historia y la editorial Planeta bajo el título general de Nueva Historia de la Nación
Argentina y es dirigida por una comisión académica presidida por Víctor Tau Anzoátegui.
Se trata de una versión muy "aggiornada" de la vieja historia que la misma Academia
publicara entre 1936 y 1942 bajo la dirección de Ricardo Levene, una obra que durante
mucho tiempo conformó, en cierto modo, la "historia oficial" de la Nación.
La otra, también en 10 volúmenes y bajo el título general de Nueva Historia
Argentina, es publicada por editorial Sudamericana estando la coordinación general a cargo
de Juan Suriano. En ella participan muchos historiadores de una generación más joven –
aunque muchos no tan jóvenes, al menos en años –, y pretende recoger los avances y logros
de la producción historiográfica de las dos últimas décadas, una producción en la que
muchos de los autores fueron activos partícipes y que, debe reconocerse, fue cuantitativa y
cualitativamente significativa. En este sentido, parece constituirse en la continuadora de
aquella excelente obra colectiva que, bajo el simple título de Historia Argentina, dirigió
Tulio Halperín Donghi y publicó la editorial Paidós hacia comienzos de la década de 1970.
Fue la lectura de estas obras, al menos de las partes que de algún modo se vinculan
con mis
∗ Instituto de Estudios Histórico-Sociales, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de
Buenos Aires. Correo electrónico, rman@fch.unicen.edu.ar
temas de interés, lo que orientó algunas de las cuestiones que quiero plantear pues,
más allá de las intenciones renovadoras de compiladores y autores, el tratamiento de la
temática indígena conserva muchos de los viejos moldes de las historias anteriores. Y, debo
confesarlo, no atribuyo esto a desconocimiento - me consta que algunos autores conocen
bien lo publicado sobre el tema - sino más bien a limitaciones historiográficas.
Por cierto, ambas historias incluyen, como también lo hacían las anteriores, un
volumen inicial referido a las sociedades nativas prehispánicas cuyos autores son, salvo un
caso, arqueólogos (Academia Nacional de la Historia 1999; Tarragó 2000). Pero es el
tratamiento de la historia indígena posterior a la invasión europea – y específicamente de
aquellas sociedades que quedaron fuera de su control directo – la que me resulta más
sugerente. En la primera de esas obras, se incluye un capítulo general en el volumen
dedicado al siglo XIX, cuyo autor es un arqueólogo (Crivelli 1999), pero tal capítulo está
muy lejos de integrarse al desarrollo general. En la segunda, el tema no es abordado siquiera
tangencialmente en los volúmenes correspondientes, aunque se lo incluye en un capítulo del
primer volumen, redactado por un antropólogo, Miguel Palermo (2000). Pero esta inclusión
no parece haber afectado el resto de la obra. Allí, la ausencia de todo análisis de las
relaciones fronterizas y de la problemática indígena es tan significativa como para marcar
uno de los límites de la renovación historiográfica a que se aspira.
Y no es por falta de investigaciones de base – defensa que podían alegar las
anteriores obras – pues, al menos en el caso de las sociedades indias pampeanas, la
producción historiográfica de la última década y media ha sido significativa y los
historiadores participaron activamente en ella. En este sentido, resulta significativo que
tanto el artículo de Crivelli como el de Palermo – sin duda muy superior – aparecen muy
desactualizados en cuanto a la bibliografía, particularmente el primero.
Como historiador, debo reconocer que el estudio de las sociedades indígenas no fue
– y, aunque hemos avanzado, no lo es todavía – un tema atractivo para los historiadores, al
menos latinoamericanos y, particularmente, para los argentinos. La tradición historiográfica
académica nacional, de raíz positivista y liberal – el tema no corrió mejor suerte con las
distintas versiones vernáculas del revisionismo o con algunas corrientes recientes más
modernas –, obvió o ignoró la
existencia de una sociedad india o, en otros casos, redujo sus referencias a juicios
valorativos altamente descalificatorios.
Tales actitudes resultaban en buena medida de la trayectoria de la disciplina,
marcada en sus orígenes, en la segunda mitad del siglo XIX, por la confluencia de los
postulados ideológicos del liberalismo, la tradición nacionalista del romanticismo y los
presupuestos metodológicos del positivismo en boga en la época. Atada además al destino
del estado nacional y a la creación de una "nación argentina" concebida racial y étnicamente
homogénea, esa historiografía encontró en sus supuestos ideológicos, políticos y
metodológicos, sus más severas limitaciones.
Aferrada a un ingenuo esquema induccionista, obsesionada por la búsqueda de
"objetividad" y por la desconfianza ante cualquier intento de interpretación, esa
historiografía hizo del "dato histórico" su objeto, confundiendo al dato con la vida histórica
misma, que quedaba así reducida al plano de lo fáctico y del tiempo corto. Pero, pensada la
historia como historia nacional e institucional, esa reducción de la historia a lo político,
institucional y militar no aparecía como una limitación.
Por otro lado, su obsesión por el documento escrito, único capaz de registrar con
precisión los datos, marcó el otro gran recorte en el campo de la historia. Al mismo tiempo
que trataban de establecer métodos críticos e interpretativos rígidos y estrictos, los
historiadores sólo incluían en su campo a aquellas sociedades que hubieran dejado
testimonios escritos; el descubrimiento de la escritura se convirtió en el umbral que permitía
el acceso al campo de la historia, excluyendo de él a un enorme espectro de sociedades.
Percibidas como detenidas en tiempo, sin cambio ni historia, vestigios fosilizados
de estadios superados en occidente hacía milenios, hacia esas sociedades volcaron su
atención esos nuevos estudiosos que comenzaban entonces, y al calor de esos mismos
supuestos, a llamarse "etnólogos" o "antropólogos". Sus fuentes de información provenían
tanto de los nuevos materiales que proveía la arqueología como de los relatos de viajeros,
misioneros, mercaderes y funcionarios coloniales, ya que la etapa del trabajo de campo
llegaría algo más tarde.
Esta división en el campo del conocimiento era congruente con la que se operaba en
otros campos de la realidad. Si la expansión europea y la formación de los grandes imperios
coloniales dividían al mundo en áreas centrales y áreas periféricas, o como se las llame, la
constitución de las nuevas disciplinas se ajustaba bien a esa división. La historia sería desde
ahora y en esencia, la historia de Europa y de las sociedades europeizadas. A la
antropología le tocó el resto, esto es, los "otros", los no europeos (Moniot 1978; Wolf
1987).
Este esquema se mantuvo sin muchas variantes durante nuestro siglo, o al menos
durante su primera mitad, y los desarrollos de la historiografía europea que buscaron
superar tales planteos sólo repercutieron -excepto casos limitados y marginales- de manera
tardía y superficial en nuestra historiografía donde tal división del conocimiento se mantuvo
en boga. Por ello, el abordaje de nuestra temática quedó – y en gran medida aún queda – en
el campo de la antropología. Tal adscripción marcó el carácter de los análisis que se
realizaron. El desarrollo de la antropología clásica estuvo marcado por un profundo
ahistoricismo cuyas versiones más extremas fueron el funcionalismo británico y los análisis
formalistas. Incluso lo eran difusionistas y ultradifusionistas, como la escuela de Viena, de
tanta influencia en la Argentina. La historia era, en todos estos casos, la gran ausente.
La producción de los últimos años, en la que participaron historiadores y
antropólogos, pareció revertir esa situación. Se incrementaron las publicaciones con claro
enfoque historiográfico y las ponencias presentadas en los congresos y reuniones científicas
realizadas por los historiadores; se comenzó a dictar seminarios de grado y de postgrado
sobre el tema para estudiantes de historia; se realizaron algunas tesis de grado y son hoy
varios los proyectos de investigación y las tesis de postgrado que están en curso. De todos
modos, la aparición de las obras a que nos referimos al comienzo nos ha vuelto a una cruda
realidad. Los logros realizados parecen haber quedado dentro del ámbito de quienes
trabajamos estos temas y los resultados logrados no haber afectado demasiado el campo de
la historiografía. En esta situación, tenemos que pensar que al menos parte de la
responsabilidad pertenece a quienes hemos trabajado en esta temática particular y esto nos
plantea hoy, como historiadores, un desafío adicional que debemos enfrentar con urgencia:
lograr el reconocimiento
1 Desde nuestra perspectiva, la historia no puede ser sino “historia social”, en el sentido en que la definió
Eric Hobsbawm (1983), esto es, “historia de las sociedades”. Considerado de esta manera, el pasado – la
vida histórica como la definió José L. Romero (1988: 16-19) – se constituye en una categoría clave para
el conjunto de las ciencias sociales.
2 Algunos antropólogos, que se identifican como etnohistoriadores, han puesto énfasis en la
importancia de trabajar con papeles de archivo (sic), frente a las fuentes publicadas, a veces ignorando
que tales "papeles" estaban publicados desde hacía tiempo (Nacuzzi 1998). Los historiadores conocemos
bastante bien la importancia de los archivos, pero no creo que la importancia de un documento pase por
estar édito o no, ni que los "papeles viejos" sean más importantes per se que una fuente édita. Editos o no,
el valor de los documentos depende de las preguntas que los historiadores le hagan y de la seriedad de los
análisis críticos a que sean sometidos.
de la legitimidad de nuestra problemática en el campo de nuestra propia disciplina.
Vistos hoy en perspectiva, los avances logrados en menos de dos décadas, son
enormes. Por supuesto, se pueden encontrar algunos valiosos trabajos anteriores, pero se
trató de intentos aislados y solitarios, provenientes del campo de la antropología. Los
historiadores estaban completamente ausentes. Y esta es justamente la situación que se ha
revertido. La importante cantidad de trabajos producidos por distintos investigadores en
diferentes centros académicos y la diversidad de temas y de enfoques muestran el interés y
vitalidad de la problemática indígena. No es fácil realizar un balance crítico de esta
producción, heterogénea y desigual en valor y proyección, pero algunas líneas perfilan los
avances más significativos. En un artículo publicado hace algunos años y en un texto más
reciente, intenté destacar algunos de los logros y creo que, en términos generales, las líneas
trazadas siguen teniendo vigencia, aunque hoy se nos agregan otras (Mandrini 1993; 1998).
Decía allí, palabra más o menos, que dos aspectos se destacaban netamente en los
estudios e investigaciones recientes. Por un lado, se avanzó en forma decisiva para superar
las viejas barreras que habían separado a historiadores y antropólogos fragmentando
arbitrariamente el campo del conocimiento. Para los historiadores – como es mi caso – esto
implicó redefinir la propia disciplina1, incorporar conceptos, categorías y modelos tomados
de la antropología adecuándolos a las necesidades de la investigación histórica, buscar
nuevas fuentes de conocimiento y revalorizar la documentación ya conocida, que debió ser
"leída" nuevamente2. Supongo que el esfuerzo debió ser similar para aquellos antropólogos
– especialmente arqueólogos – que se acercaron a esta problemática. Aunque sin dejar de
hacer arqueología, debieron aprender a familiarizarse con los
3 Estas preocupaciones exceden el marco de la historia de las poblaciones indias pampeanas, y
se manifiestan en los estudios sobre otras áreas del continente, como el norte de Nueva España y México,
el sudoeste estadounidense, el oriente andino, la Araucanía. Véase, por ejemplo, Lázaro Ávila 1996, Guy
and Sheridan 1998, Jackson 1998, Boccara 1998, Cramaussel 2000, Álvarez 2000, Deeds 2000, entre
otros. También los artículos de Boccara y Ortelli en este volumen.
trabajos de los historiadores, a leer y utilizar una documentación distinta, a pensar
tiempo y procesos en una dimensión diferente (Mazzanti 1993).
El avance fue, repito, grande, pero no debemos engañarnos. Más allá de la
interdisciplinariedad aceptada – en muchos casos sólo declamada – son en realidad muy
pocos los proyectos conjuntos encarados por historiadores y arqueólogos. Los historiadores
rara vez recurren en sus trabajos a la información arqueológica para integrarla a sus
investigaciones, y los arqueólogos, a su vez, suelen ignorar los avances de la historiografía.
En otros casos, algunos arqueólogos se ha puesto a "hacer historia", generalmente con
resultados bastante decepcionantes. Sin embargo, cuando los arqueólogos comienzan a leer
la documentación escrita con ojos de arqueólogo los resultados suelen abrirnos a los
historiadores campos impensados. En síntesis, creo que en este aspecto el camino futuro
deberá pasar por la elaboración de proyectos conjuntos de largo alcance. El ejemplo del
trabajo realizado en el cementerio de Caepe Malal, en el norte de la provincia de Neuquén,
constituye sin duda un modelo a seguir y ampliar (Biset y Varela 1990, 1991; Varela y Biset
1987).
En segundo lugar, remarcábamos entonces, se produjo una profunda revisión de las
categorías y conceptos que antropólogos e historiadores habían aceptado durante mucho
tiempo, cuestionándose seriamente la legitimidad del uso de algunos de ellos, como ocurrió,
por ejemplo, con las categorías de "complejo ecuestre" (Palermo 1986) o de
"araucanización" (Ortelli 1996; Mandrini y Ortelli 1996), con las clasificaciones "étnicas"
(Nacuzzi 1998), con la redefinición del concepto de "frontera", con la aceptación de la
necesidad de estudios comparativos en gran escala3. Por supuesto, quedan en este aspecto
muchas cosas por hacer, como veremos en la última parte de nuestra exposición, pero nos
hemos acostumbrado a reflexionar críticamente sobre las herramientas teóricas y
metodológicas que empleamos.
4 Los cambios sociales y culturales iniciados con el arribo de los europeos al continente
americano fueron sin duda variados y complejos, dependiendo de diferentes factores y condiciones.
Coincido con Samuel M. Wilson and J. Daniel Rogers en que "... the cultural change undergone by Native
American peoples was neither one-sided nor solely governed by Europeans intentions and strategies (...)
the attitudes and actions of Native Americans played a large part in determining the impact of contact."
Además, sociedades y culturas no son nunca estáticas. El período llamado "de Contacto" fue una época de
transformaciones relativamente rápidas, y - como ocurrió en las pampas - las condiciones económicas,
sociales y políticas del mundo indígena fueron profundamente alteradas por las interacciones con los
euro-americanos. Sin embargo, las sociedades indias participaron activamente en la creación de estas
nuevas condiciones y en la definición del carácter de las relaciones entre ambas sociedades (Wilson and
Rogers 1993: 3-7).
En este contexto, y sin excluir, por suerte, la existencia entre los investigadores de
diferencias y confrontaciones en la interpretación de los datos – aunque en esta oportunidad
me interesan más las coincidencias que las diferencias –, ciertos puntos parecen ahora fuera
de discusión. Hay coincidencia, más allá de las diferentes posturas, en considerar a la
sociedad indígena mucho más compleja en su funcionamiento y en sus estructuras de lo que
historiadores y etnólogos habían supuesto durante muchos años. También hay acuerdo
sobre la imposibilidad de entender a la sociedad indígena sin atender a sus relaciones –
múltiples y no menos complejas – con la Araucanía y con la sociedad hispanocriolla, actitud
compartida por algunos colegas chilenos quienes, desde allende la cordillera, han
comenzado a interesarse en las pampas (León Solís 1991).
Además, parece fuera de cuestión que el análisis de la problemática de las fronteras,
inseparable de la cuestión indígena, debe ser abordado desde una perspectiva amplia y
global que abarque todos los aspectos de la vida y de las relaciones fronterizas. Por último,
y sin olvidar la variedad de matices y posturas, parece ya fuera de discusión que la sociedad
india y las relaciones fronterizas sufrieron cambios y transformaciones a lo largo del
período y que los indígenas fueron partícipes activos en ese proceso histórico4.
Resultado de esta confluencia de estos avances fue un profundo cambio, quizá el
más radical, en la visión y la caracterización de la sociedad indígena y de las relaciones
fronterizas. En efecto, las visiones e imágenes creadas por la historiografía tradicional y por
la etnología clásica – que en gran medida impregnan todavía el imaginario colectivo –
debieron entonces ser rechazadas, demolidas por la acumulación de los datos,
informaciones e interpretaciones que emergían de las nuevas orientaciones.
Tales visiones tradicionales – por llamarlas de algún modo – habían consolidado
una especial imagen del mundo indígena – cuando no se lo ignoró – que cuajó en la
expresión "el desierto", imagen de un territorio casi vacío, ocupado sólo por bandas
nómades o seminómades con una economía basada en el pastoreo, la caza y,
fundamentalmente, el pillaje, que asolaban las fronteras en busca de animales y cautivos
cometiendo todo tipo de crueldades y desmanes. La expresión misma, y las imágenes que
evocaba, reforzadas por la literatura y el arte del siglo XIX, tuvieron particular éxito
dominando los trabajos referidos a la sociedad india hasta hace apenas pocos años.
Tal descripción mostró tener poco que ver con la realidad etnográfica e histórica, y
una lectura crítica de los documentos reveló pronto que, sea en el aspecto geográfico o en el
humano, ese territorio estaba lejos de ser un desierto. La región, caracterizada por una
variedad de paisajes y ámbitos ecológicos distaba mucho de ser una extensa y monótona
llanura abierta y plana. Ese territorio constituyó el hábitat de una importante población
indígena cuyo número, imposible de estimar con precisión, debió alcanzar a mediados del
siglo XIX a muchos miles de personas con capacidad para poner en batalla ejércitos de
centenares de lanceros.
Otro aspecto significativo fue la reformulación y redefinición de las bases
materiales de esa sociedad india. El análisis de la economía indígena puso de manifiesto su
complejidad y obligó a abandonar viejas ideas, generalmente basadas en preconceptos,
dejando de lado definitivamente la calificación de "depredatoria" que se le había
adjudicado. Por el contrario, abarcaba un amplio espectro de actividades (pastoreo en
diversas escalas, caza, agricultura, recolección, producción artesanal) combinables en
diferentes grados y formas lo que le otorgaba una excepcional adaptabili-dad. Un complejo
sistema de intercambios vinculaba a las distintas unidades del mundo indígena y a éste con
la sociedad criolla (Mandrini 1987; 1994 b). Al mismo tiempo, se avanzó en la caracteriza-
ción de algunos procesos regionales, especialmente para el siglo XVIII, cuando el
desarrollo de vastos circuitos mercantiles generó profundos procesos de especialización
económica en la región (Mandrini 1991; 1994 a)
Otra idea muy arraigada que debe ser abandonada es la del nomadismo de los
indígenas
5 Aunque no disponemos de estudios completos sobre los patrones de asentamiento y movilidad
de los grupos indios de pampa y norpatagonia, no podemos dudar de su complejidad. Para el sur
bonaerense y el oriente de la Patagonia septentrional en la segunda mitad del siglo XVIII, ver Nacuzzi
1991.
pampeanos. La población india se asentaba en parajes bien determinados donde la
presencia de pas-tos, agua y leña hacía posible su supervivencia, y algunos, como las tierras
vecinas a las sierras del sur bonaerense, los valles del oriente pampeano, el monte de caldén
y los valles cordilleranos, fueron centros de asentamiento de importantes núcleos de
población. La alta movilidad, especialmente por la circulación de los ganados, no debe
confundirse con nomadismo. En algunos casos, en el sur bonaerense o en zonas
cordilleranas, puede hablarse de un seminomadismo estacional determinado por las
necesidades de movilizar los rebaños de los campos de verano a los de invernada 5
Sabemos hoy, aunque algunos aspectos del proceso no nos son bien conocidos, que
las estructuras sociales y políticas del mundo indígena eran muy complejas. Procesos de
diferenciación social, de acumulación de riqueza, de formación de grandes unidades
políticas (los cacicatos), de concentración de autoridad en los grandes caciques (como
Calfucurá, Mariano Rosas o Shayhueque, por ejemplo) se operaron entre los siglos XVIII y
XIX. Al mismo tiempo, cambios en las creencias y las representaciones acompañaban a
estas transformaciones sociales y políticas (Mandrini 1992; 1997 b; 2000).
Por último, especialmente en los últimos años, hemos avanzado en la inteligencia de
la dinámica histórica interna de la sociedad indígena, expresada tanto en las
transformaciones referidas como en el desarrollo de largos e intensos conflictos y guerras
internas, especialmente a lo largo del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX, y en las
cambiantes posiciones adoptadas por los distintos jefes y grupos frente a la sociedad
hispanocriolla (Villar 1998; Villar y Jiménez 1996;1997; 2000) y el artículo incluido en este
volumen)
Este cambio en la visión del mundo indígena fue también acompañado, aunque más
lentamente, por un nuevo acercamiento a la problemática fronteriza que pronto reveló la
riqueza y complejidad del mundo de la frontera y de los procesos que en el se desarrollaron.
Quienes centramos nuestro interés en el mundo indígena, visualizamos pronto la
importancia que tales
6 Dos ejemplos serán suficientes. El artículo de Cansanello (1998) sobre el mundo rural
bonaerense en la época de Rosas no hace siquiera mención a la problemática fronteriza o a los indios
amigos, pese a los trabajos de Silvia Ratto que demostraron al papel fundamental jugado por esos
indígenas. Del otro lado, el artículo de Crivelli (1991) sobre los malones de la década de 1780 demuestra
un total desconocimiento de los que ocurría en el mundo rural bonaerense y de los agitados debates que se
produjeron entre los historiadores en los últimos años de la década de 1980. Resulta particularmente
Ilustrativo de tal situación lo que ocurre en la Nueva Historia Argentina citada al comienzo. Muchos
mapas de esta obra, al representar los circuitos de intercambio, dejen las extensas áreas ocupadas por
grupos indios como
situaciones de frontera tuvieron sobre la transformación de las sociedades indias que
se encontraban fuera del control directo de las autoridades hispanocriollas, especialmente la
incorporación y uso de bienes europeos, la transformación de las formas de producción e
intercambio, la redefinición espacial de las redes de circulación económica y el nuevo
carácter que asumieron las relaciones económicas, además de la adopción de un conjunto de
prácticas sociales, valores, creencias e ideas.
En esta reconsideración del mundo fronterizo incidieron sin duda los avances que se
operaron en el estudio del mundo rural pampeano hispanocriollo durante el siglo XVIII y la
primera mitad del XIX – el lado blanco de la frontera – que produjeron una transformación
profunda y radical en el conocimiento de esa realidad histórica. Sin embargo, la frontera
sigue separando los ámbitos de conocimiento: los historiadores del mundo rural
hispanocriollo suelen mostrar un conocimiento escaso del mundo indígena, al que
generalmente ignoran; quienes trabajan sobre el mundo indígena suelen tener una
.
ignorancia no menor de lo que ocurre al otro lado de la frontera6
No obstante, el análisis de la rica documentación existente, por superficial que sea,
no deja duda sobre las complejas interacciones e interdependencias entre esos dos mundos,
sobre el carácter de las relaciones fronterizas, las transformaciones y cambios operados y el
papel activo que ambas sociedades jugaron en su definición. La integración entre ambos
mundos se revela cada vez más compleja y profunda, así como se hace más clara y evidente
la participación que tuvo la población india asentada en los territorios controlados por la
sociedad hispanocriolla, generalmente englobada bajo el término de "indios amigos" (Ratto
1994;1996;1997 a; 1997 b; 1998; y el artículo incluido en este volumen).
Ahora bien, el trabajo realizado, y los avances logrados nos muestran al mismo
tiempo los límites de lo hecho y abren camino a otras cuestiones y problemas que
constituyen, en este
vastos espacios vacios. Los circuitos sólo tocan el mundo blanco.
7 Un ejemplo claro de ese modo de trabajo puede verse en el clásico capítulo que John Cooper elaboró
sobre los araucanos para el Handbook of South American Indians (Cooper 1946). Este modo vuelve a
reaparecer, menos crudamente, en trabajos recientes como el mencionado artículo de Crivelli (2000),
donde en un mismo párrafo se puede transitar de un siglo a otro sin solución de continuidad. Tampoco el
de Palermo (2000) escapa a esta limitación.
8 De ningún modo desestimo la necesidad de tener en cuenta los hechos ni la utilidad de
disponer de una buena base fáctica para elaborar esta o cualquier historia. El problema es considerar que
esa base de datos, parcial e incompleta, “es
momento, los desafíos más importantes a que nos enfrentamos. A este aspecto,
quisiera dedicar la última parte de esta exposición. En efecto, y esto es algo que tal vez los
historiadores no dedicados al mundo indígena necesiten, contamos ahora con una base
fáctica y documental y con un arsenal de categorías y conceptos teóricos lo suficientemente
amplios como para encarar la elaboración de síntesis regionales con la suficiente amplitud
espacial y temporal que puedan ser compatibilizadas con lo que se conoce para la historia
del mundo hispanocriollo. Creo que la dificultad para esos historiadores es justamente la de
integrar esa historia a su propio campo, por lo que tienden a considerarla más como
descripción etnográfica que como verdadera historia.
Tal consideración no es gratuita. Suele ser común que, cuando se abordan aspectos
de la economía, la sociedad, la política o la cultura del mundo indígena, se tienda a caer en
análisis estáticos, descriptivos y sincrónicos – aunque se trate de una sincronía que cubre
muy largos períodos de tiempo – en que se entremezclan datos y materiales de muy
distintos momentos7, otorgando a los procesos una continuidad que parece dudosa cuando
abordamos una historia de al menos trescientos años. Cuando se sale de ese análisis
estático, suele ser para caer en una historia fáctica, remedos de un ingenuo positivismo, que
es en realidad un enumeración cronológica de datos8, de tiempo corto, de un tipo que, en
general, ya pocos historiadores siguen haciendo. La historia que resulte de este tipo de
reconstrucción habrá de ser por fuerza, dadas las características de las fuentes disponibles,
parcial y fragmentada. Desde cualquiera de las dos perspectivas, puedo entonces imaginar
que una historia de ese tipo debe ser bastante difícil de digerir para los historiadores del
mundo hispanocriollo, particularmente para aquellos enrolados en corrientes
historiográficas más renovadoras.
Pero la elaboración de tales síntesis, que sin duda habrán de ser provisionales y
susceptible de ser sometidas a revisiones y cambios, plantea algunas tareas previas que,
pienso, hemos ido
la historia”.
eludiendo. Me refiero, específicamente, a la necesidad de elaborar y legitimar
nuevos marcos espaciales y temporales para contener y articular esas síntesis que señalaba.
Seguimos pensando los espacios en términos de estados nacionales, seguimos
pensando esa historia en término de chilenos o argentinos, y aún para etapas en que ni
siquiera la Argentina existía efectivamente como una realidad política. Y, para ser
consecuentes, cuando miramos hacia adentro del territorio que hoy es la Argentina –
probablemente por comodidad – seguimos a menudo pensando ese espacio en términos de
territorios provinciales, aun en períodos en que esas provincias no tenían siquiera una
existencia ideal. Por contraposición, seguimos teniendo poco claros los distintos espacios
que conformaron el territorio indio – sea en el aspecto geográfico, en el económico o en el
político – así como la forma en que esos espacios se vincularon y articularon en unidades
mayores y más abarcativas.
La tarea no es fácil, porque además habrá que tener en cuenta distintos aspectos. En
primer lugar, los aspectos temporales. Así, tomar como referencia las grandes unidades
políticas – cacicatos – puede ser un criterio útil para las décadas centrales del siglo XIX (en
algún caso un poco más), pero la creación de esas unidades es un fenómeno típico de esa
etapa y resulta bastante cuestionable proyectarlos mucho más hacia atrás. En segundo lugar,
la alta movilidad – por distintos motivos – de esas poblaciones. En tercer término, la fuerte
integración de ese territorio – tanto cultural y lingüística como económica – lo que tiende a
ocultar diferencias y crear la imagen de una uniformidad que, sin embargo, nunca terminó
de borrar las diferencias. Esto se ve claro en algunos trabajos – pienso especialmente en los
de Leonardo León Solís – que tienden a brindar la imagen de que los territorios situados al
oriente de la cordillera andina conformaban una unidad casi sin matices para la cual pueden
generalizarse procesos y explicaciones que, en realidad, son sólo válidos para algunas
porciones de ese territorio.
De todos modos, sus características geoecológicas – claramente percibidas por los
pueblos nativos –, permiten definir ámbitos y áreas con funciones económicas precisas que
articulan
actividades diferenciadas, impulsan el desarrollo de distintos modelos económicos,
definen las líneas centrales de la circulación y condicionan la distribución de la población y
su movilidad. Este complejo de rasgos, sobre el cual se modelaron las grandes unidades
políticas del siglo XIX, explica también muchos de los conflictos internos del mundo indio
y contribuye a definir las políticas indias frente a la sociedad hispanocriolla. Es en estas
definiciones donde, pienso, debemos poner mucho de nuestro esfuerzo en las próximas
etapas de trabajo.
La otra cuestión, no menos compleja, es la temporal, específicamente, la de la
periodización a adoptar en la construcción de esa historia indígena. Es obvio, y no voy a
entrar en esto, que hablar de período colonial, de etapa virreinal, de período republicano o
de época independiente (más allá de su comodidad cronológica) tiene poco sentido y no nos
dice nada acerca de los procesos, los cambios, las continuidades y las rupturas que se
operaron en ese mundo indígena. ¿Qué puede significar para este mundo fechas como 1776,
1810, 1816, ó 1853, por dar algunos ejemplos?
Esto no quiere decir que lo que ocurre en el mundo hispanocriollo no tenga
importancia para el mundo indígena. Sin duda las estrechas vinculaciones que se
establecieron y la interdependencia entre ambas sociedades hacen que lo que ocurre en una
afecte de algún modo a la otra sobre todo cuando, como ocurre en la sociedad
hispanocriolla, cuando tales cambios resulten en el triunfo de nuevos proyectos políticos
que impliquen modificar las relaciones con el mundo indígena. Pensemos sólo en el
impacto que tendrá el triunfo del proyecto liberal en la década de 1860, que acabará con la
destrucción de ese mundo indígena y la anexión definitiva de su territorio al estado nación
que lo reclama como propio.
Pero esto no debe ocultar un hecho fundamental que conformó uno de los supuestos
de este coloquio. Me refiero a la dinámica propia de los procesos que se operaron en el
mundo indio y en la participación y el rol que cupo a la sociedad india en la definición del
carácter y el ritmo de los cambios que se fueron operando. El mundo indio no fue un
receptor pasivo de políticas e iniciativas que emanaban de la sociedad blanca sino que fue
capaz de elaborar repuestas y generar sus propias acciones. Incluso, conocemos, cada vez
con más claridad, algunos procesos que se desarrollaron dentro de la sociedad indígena y
que difícilmente puedan explicarse sólo por referencias a acciones
del ámbito blanco. Pienso, específicamente en el caso de los conflictos internos y
las guerras intergrupales, cuya importancia fue más grande de lo que pensábamos y que
tuvieron un impacto profundo sobre muchos aspectos de la vida indígena (refiero
especialmente a los trabajos de Villar y Jiménez ya mencionados). Cómo podemos entonces
ignorar el desarrollo de tales conflictos en la consideración de una periodización de la
historia indígena.
El tema va a requerir, sin duda, de un esfuerzo colectivo y una visión global de los
problemas. El tiempo histórico, al menos tal como lo concebimos no es sino la combinación
y articulación de distintos tiempos que corresponden con los diferentes ritmos de cambio de
las distintas instancias de la realidad social: lo económico, lo social, lo político, lo
ideológico ... En nuestro caso, además, habrán de jugar por fuerza un papel muy importante
los cambios en las relaciones con la sociedad hispanocriolla. Por un lado, como señalamos,
por la importancia misma que tienen esas relaciones para la comprensión de las
transformaciones que se operan en el mundo indígena pues se trata de dos formaciones
sociales en una creciente interdependencia que abarca todas las instancias de la realidad
social. Por otro, quizá menos legítimo pero no menos real, porque en la medida en que
nuestra documentación es producida por la sociedad hispanocriolla, los aspectos del mundo
indio que registra son aquellos que se relacionan con su propia sociedad.
Para la etapa histórica que ahora nos interesa, el comienzo y el final parecerían
relativamente claros: el comienzo de la presencia hispánica por un lado; la incorporación
del territorio indio al estado nacional por otro. Sin embargo, en ambos casos las
continuidades parecen ser bastante fuertes. En el primero, los trabajo arqueológicos, que son
de singular importancia, muestran que la complejidad de las sociedades de cazadores-
recolectores prehispánicos es mucho mayor de lo que podíamos pensar hasta hace no tanto
tiempo (véase el artículo de Julieta Gómez Otero en este volumen), y muchos de los
elementos que las caracterizan se mantendrán en el período de contactos iniciales. Y en el
segundo, pese al innegable y profundo impacto que la conquista del territorio tuvo sobre la
sociedad india y a lo poco que conocemos sobre la situación de los grupos indios en los
momentos que siguieron a las campañas militares, parece que la ruptura no afectó de igual
modo a todo el mundo indígena. La ocupación definitiva del territorio en el último cuarto
del siglo XIX, representó sin duda una quiebra profunda en ese mundo. Ante todo el
colapso demográfico que
implicó, así como la desarticulación de todas las estructuras de la vida social. Sin
embargo, pareciera que algunas de esas estructuras se reconstituyen, sin duda con
modificaciones y sobre nuevas bases, una vez pasado el impacto de la conquista militar.
Esto fue posible, en buena medida, porque la consolidación de una presencia efectiva del
estado nacional en los territorio meridionales fue un proceso sumamente lento y que afectó
de manera distinta a diferentes partes del territorio (véanse los artículos de Susana Bandieri
y de Débora Finkelstein y María Marta Novella, en este volumen).
En ese extenso período, quizá una primera división fácilmente reconocible, se operó
hacia fines de la década de 1810 y comienzos de la de 1820. En otros trabajos hemos
justificado este corte, aunque hoy entrevemos que los cambios producidos fueron menos
decisivos de lo que pensábamos hace unos años. Sin embargo, son muchos los elementos
que señalan a esa época como un momento de ruptura y cambio, tanto en las relaciones
entre ambas sociedades como en la dinámica interna de la sociedad india (Mandrini 1997 a:
31-34).
Un segundo corte podría ser sugerido, aunque en este caso falta aún fundamentar
algunos aspectos ya que, en cierto modo, ese corte tiene que ver también con el comienzo
de una documentación más amplia y completa sobre el mundo indígena. De todos modos, la
aparición misma de esa documentación es significativa y no casual, ya que es justamente
entonces, a comienzos del siglo XVIII, cuando Buenos Aires deja de ser un enclave en la
periferia del imperio español para convertirse, en unas pocas décadas, en una sociedad de
frontera (Gascón 1998).
En ese sentido, el crecimiento de la violencia entre ambas sociedades, que alcanza
su primer pico de intensidad hacia fines de la década de 1740, es un indicador del cambio
en las relaciones entre ambas sociedades, pero también, y tenemos suficientes indicadores,
es resultado en buena medida de los cambios y transformaciones que se ha venido operando
en el mundo indígena desde el momentos de los primeros contactos
Falta ahora avanzar en la precisión de los rasgos esenciales de esos momentos y de
las posibles subdivisiones que podamos trazar, en la adopción de una terminología que
refleje los contenidos de esos períodos y etapas y en la confrontación de tal propuesta y los
procesos que se
operan en las distintas áreas a fin de determinar su alcance y validez. Cuando
podamos concretar una periodización legítima habremos avanzado seriamente en el camino
de construir una historia indígena que no sea ya un fenómeno periférico y dependiente de la
historia del mundo hispanocriollo sino que se vincule a la historia de ese mundo sin perder
su propia dinámica y especificidad.
Bibliografía
Academia Nacional de la Historia
1936-1942
Historia de la Nación Argentina (desde los orígenes hasta la organización definitiva en
1862). Ricardo Levene, director general. Buenos Aires, El Ateneo (14 vols.)
1999
Nueva Historia de la Nación Argentina. Tomo I. La Argentina aborigen. Conquista y
colonización (Siglo XVI). Buenos Aires, Planeta.
Álvarez, Salvador
2000
“Agricultores de paz y cazadores-recolectores de guerra: los tobosos de la cuenca del río
Conchos en la Nueva Vizcaya”, en Hers y otros (editores), Nómades y sedentarios en el
norte de México. Homenaje a Beatriz Braniff, Edición a cargo de Marie-Areti Hers, José
Luis Mirafuentes, María de los Dolores Soto y Miguel Vallebueno. México, Universidad
Autónoma de México, págs. 305-354
Biset, Ana María y Gladys Varela
1990
"Modelos de asentamiento y ocupación del espacio de la sociedad pehuenche del siglo
XVIII: la cuenca del Curi Leuvu - Provincia del Neuquén", en Revista de Historia, 1
(Neuquén, Fac. Humanidades / Univ. Nac. del Comahue), págs. 17-25.
1991
"El sitio arqueológico de Caepe Malal. Una contribución para el conocimiento de las
sociedades indígenas del noroeste neuquino", en BOSCHIN, María T. (coord.), Cuadernos
de Investigación: Arqueología y etnohistoria de la Patagonia septentrional. Tandil,
IEHS/UNCPBA; págs. 18-35.
Boccara, Guillaume
1998

Guerre et ethnogenèse mapuche dans le Chili colonial. L`Invention du Soi. Avant-propos de


Nathan
Wachtel. Paris-Montreal, L`Harmattan.
Cansanello, Oreste Carlos
1998
“Economía y sociedad: Buenos Aires de Cepeda a Caseros”, en Revolución, República,
Confederación (1806-1852), Goldman, Noemí (dirección). Buenos Aires, Sudamericana
(Nueva Historia Argentina. Juan Suriano, coordinación general, tomo 3); págs. 255-282.
Cooper, John M.
1946
"The Araucanians", en Handbook of South American Indians. Washington, Smithsonian
Institution/ Bureau of American Ethnology. Bull. 143, II, pp. 687-760.
Cramaussel, Chantal
2000
“De cómo los españoles clasificaban a los indios. Naciones y encomiendas en la Nueva
Vizcaya central”, en Hers y otros (editores), Nómades y sedentarios en el norte de México.
Homenaje a Beatriz Braniff, Edición a cargo de Marie-Areti Hers, José Luis Mirafuentes,
María de los Dolores Soto y Miguel Vallebueno. México, Universidad Autónoma de
México, págs. 275-303
Crivelli, Eduardo A.
1991
"Malones: ¿saqueo o estrategia? El objetivo de las invasiones de 1780 y 1783 a la frontera
º
de Buenos Aires", en Todo es Historia, n 283 (enero), pp. 6-32.
2000
“La sociedad indígena”, en Academia Nacional de la Historia, Nueva Historia de la Nación
Argentina. Tomo IV. LA configuración de la república independiente (1810-1914). Buenos
Aires, Planeta; págs. 161- 168.
Deeds, Susan
2000
“Cómo historiar con poco historia y menos arqueología: clasificación de los acaxees,
xiximes, tepehuanes, taraumaras y conchos”, en Hers y otros (editores), Nómades y
sedentarios en el norte de México. Homenaje a Beatriz Braniff, Edición a cargo de Marie-
Areti Hers, José Luis Mirafuentes, María de los Dolores Soto y Miguel Vallebueno.
México, Universidad Autónoma de México, págs. 381-391
Gascón, Margarita
1998
"La articulación de Buenos Aires a la frontera sur del Imperio español, 1640-1740",
Anuario del IEHS 13. 1998 (Tandil, UNCPBA), págs. 193-213.
Guy, Donna J. y Thomas E. Sheridan (editors)
1998
Contested Ground. Comparative Frontiers on the Northern and Southern Edges of the
Spanish Empire. Tucson, The University of Arizona Press.
Halperín Donghi, Tulio (director)
1972
Historia Argentina. Buenos Aires, Paidós (8 vols.)
Hobsbawm, Eric J.
1983
“De la historia social a la historia de las sociedades”, en Marxismo e historia social. Puebla
(México), Universidad Autónoma de Puebla; págs. 21-44
Jackson, Robert H. (editor)
1998
New Views of Borderlands History. Albuquerque, University of New Mexico Press.
Lázaro Ávila, Carlos
1996
Las fronteras de América y los "Flandes indianos". Madrid, Consejo Superior de
Investigaciones Científicas.
León Solís, Leonardo
1991
Maloqueros y conchavadores en Araucanía y las Pampas, 1700-1800. Pról. de John Lynch.
Temuco (Chile), Ediciones Universidad de la Frontera (Serie Quinto Centenario.
Mandrini, Raúl J.
1987
"La agricultura indígena en la región pampeana y sus adyacencias (siglos XVIII-XIX)", en
Anuario del IEHS 1. 1986 (Tandil, UNCPBA), págs. 11-43.
1991
"Procesos de especialización regional en la economía indígena pampeana (siglos XVIII-
XIX): el caso del suroeste bonaepense", en Boletín Americanista, vol. 41 (Barcelona,
Universitat de Barcelona, 1991), págs. 113-136.
1992
"Pedir con vuelta. ¿Reciprocidad diferida o mecanismo de poder?", en Antropológicas,
Nueva Época, 1 (México, IIA/UNAM, enero de 1992), págs. 59-69.
1993
“Indios y fronteras en el área pampaeana (siglos XVI-XIX): balance y perspectivas", en
Anuario del IEHS 7. 1992 (Tandil, UNCPBA), págs. 59-73.
1994 a
¿Sólo de caza y robos vivían los indios? La organización económica de los cacicatos
pampeanos del siglo XIX", en Siglo XIX. Revista de Historia. 2ª época, Nro. 15 (México,
Instituto Mora); págs. 5-24.
1994 b
"Las transformaciones de la economía indígena bonaerense (ca. 1600-1820)", en Mandrini,
Raúl y Andrea Reguera (eds.), Huellas en la tierra. Indios, agricultores y hacendados en la
pampa bonaerense. Tandil, IEHS/UNCPBA; págs. 45-74.
1997 a
"Las fronteras y la sociedad indígena en el ámbito pampeano", en Anuario del IEHS 12.
1997 (Tandil, UNCPBA), págs. 23-34.
1997 b
"Sobre el suttee entre los indígenas de las llanuras argentinas. Nuevos datos e
interpretaciones sobre su origen y práctica", en Anales de Antropología (México, Instituto
de Investigaciones Antropológicas); págs. 261-278.
1998
"Presentación", en Daniel Villar (editor), Relaciones inter-étnicas en Sur bonaerense, 1810-
1830. Bahía Blanca, Departamento de Humanidades (UNS) e Instituto de Estudios
Histórico-Sociales (UNCPBA); págs. 11-18.
2000
"El viaje de la fragata San Antonio en 1745-1746. Reflexiones sobre los procesos políticos
operados entre los indígenas pampeano-patagónicos", Revista Española de Antropología
Americana, vol. 30 (1999) (Madrid, Universidad Complutense), págs. 235-263.
Mandrini, Raúl J. y Sara Ortelli
1992
Volver al país de los araucanos. Buenos Aires, Editorial Sudamericana.
1996
"Repensando los viejos problemas: observaciones sobre la araucanización de las pampas",
en RUNA. Archivo para las Ciencias del Hombre. Vol. XXII. 1995 (Buenos Aires, Museo
Etnográfico/UBA); págs. 135-150.
Mazzanti, Diana Leonis
1993

"Control del ganado caballar a mediados del siglo XVIII en el territorio indio del sector
oriental de las serranías de Tandilia", en Mandrini, Raúl y Andrea Reguera (eds.), Huellas
en la tierra. Indios, agricultores y hacendados en la pampa bonaerense. Tandil,
IEHSUNCPBA; págs. 75-89.
Moniot, H.
1978
"Historia de los pueblos sin historia", en J. Le Goff y P. Nora, Hacer la historia. I. Nuevos
problemas. Barcelona, Laia; págs. 117-134.
Nacuzzi, Lidia R.
1991
"La cuestión del nomadismo entre los tehuelches", en Memoria Americana, 1 (Buenos
Aires, Instituto de Ciencias Antropológicas,), págs. 103-134.
1998
Identidades impuestas. Tehuelches, aucas y pampas en el norte de la Patagonia. Buenos
Aires, Sociedad Argentina de Antropología
Ortelli, Sara
1996
"La 'araucanización' de las pampas: ¿realidad histórica o construcción de los etnólogos?, en
Anuario del IEHS 11. 1996 (Tandil, UNCPBA); págs. 203-225.
Palermo, Miguel Angel
1986
"Reflexiones sobre el llamado `complejo ecuestre' en la Argentina", en RUNA. Archivo
para las Ciencias del Hombre, vol. XVI (Bs. As., ICA/UBA), págs. 157-178.
1989
"La innovación agropecuaria entre los indígenas pampeano-patagónicos: génesis y
procesos", en Anuario del IEHS 3, 1988 (Tandil, UNCPBA); págs. 43-90.
1989
"Indígenas en el mercado colonial", en Ciencia Hoy, 1, 4 (Bs. As., octubre/noviembre
1989); págs. 22-26.
1994
"El revés de la trama. Apuntes sobre el papel económico de la mujer en las sociedades
indígenas tradicionales del sur argentino", en Memoria americana, 3 (Buenos Aires,
Instituto de Ciencias Antropológicas): 63-90.
2000
“A través de la frontera. Economía y sociedad indígenas desde el tiempo colonial hasta el
siglo
XIX”, en Los pueblos originarios y la conquista. Tarragó, Miriam (dirección). Buenos
Aires, Sudamericana; págs. 343-382 (Nueva Historia Argentina. Juan Suriano, coordinación
general, tomo 1)
RATTO, Silvia
1994
Indios amigos e indios aliados. Orígenes del "Negocio Pacífico" en la provincia de Buenos
Aires (1829-1832). Buenos Aires, Instituto de Historia Argentina y Americana "Dr. Emilio
Ravignani" / Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires
1996
"Conflictos y armonías en la frontera bonaerense, 1834-1840", en Entrepasados. Revista de
Historia, año VI, núm. 11 (Buenos Aires), págs. 21-34.
1997 a
"¿Finanzas públicas o negocios privados? El sistema de racionamiento del negocio pacífico
de indios en la época de Rosas", en Noemí GOLDMAN y Ricardo SALVATORE (eds.),
Caudillismos rioplatenses. Nuevas miradas a un viejo problema. Buenos Aires, EUDEBA;
págs. 241-247.
1997 b
"La estructura de poder en las tribus amigas de la provincia de Buenos Aires (1830-1850)",
Quinto Sol. Revista de Historia Regional, Año 1, nº 1 (Santa Rosa, Instituto de Historia
Regional / Universidad Nacional de La Pampa), págs. 75-102.
1998
"Relaciones interétnicas en el Sur bonaerense, 1810-1830. Indígenas y criollos en la
conformación del espacio fronterizo", en Daniel VILLAR (ed.), Relaciones inter-étnicas en
Sur bonaerense, 1810-1830, Bahía Blanca, Departamento de Humanidades (UNS) e
Instituto de Estudios Histórico-Sociales (UNICEN); págs. 19-46.
Romero, José Luis
1988
La vida histórica. Ensayos compilados por Luis A. Romero. Buenos Aires, Sudamericana
Tarragó, Miriam (dirección)
2000
Los pueblos originarios y la conquista. Buenos Aires, Sudamericana (Nueva Historia
Argentina. Juan Suriano, coordinación general, tomo 1).
Varela, Gladys y Ana María Biset
1987
El yacimiento arqueológico de Caepe Malal. Un aporte para la comprensión de la historia
indígena del noroeste neuquino en el siglo XVIII", Boletín del Departamento de Historia.
Facultad de Humanidades, nº 8 (Neuquén, Universc. del Comahue, marzo-julio), págs. 130-
153.

Das könnte Ihnen auch gefallen