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CAPITULO VI

BALTASAR GRACIAN

Ninguna obra filosófica está tan directamente inspi-


rada en el pensamiento sofista como la obra de Baltasar
Gracián. Sus dos temas principales —^la apariencia y la
ocasión— eran ya los dos temas principales de los sofis-
tas : el fenómeno (tpatvijisvov) y el momento oportuno
(kaipót; ). La misma prioridad a la apariencia: «Las cosas
no pasan por lo que son, sino por lo que parecen» \ «Lo
que no se ve es como si no fuese» dice el Oráculo ma-
nual. La misma bú.squeda sistemática de la ocasión:
«Hase de caminar por los espacios del tiempo al centro
de la ocasión (...). La muleta del tiempo es más obrado-
ra que la acerada clava de Hércules» ^ Y, tanto en Gra-
cián como en los sofistas, la apariencia no se opone a
ningún ser, del mismo modo que el artificio no se opone
a ninguna naturaleza: el ser es la suma de las aparien-
cias como la naturaleza es la suma de los artificios. Este
silencio de Gracián con respecto a una hipotética natu-
raleza que trasciende el juego de los artificios (que se
traduce por una total anestesia del sentimiento moral)
evoca también a un precursor más cercano en el tiem-
po : Maquiavelo.
El objetivo de la filosofía no és, pues, según Gracián,
la búsqueda de una verdad escondida en la brillante bi-
sutería de las apariencias —^«Para esto forjé este espejo
manual de cristales ajenos y yerros m í o s » \ así define
1 Oráculo manual y arte de prudencia, XCIX, en Obras Com-
pletas de Baltasar GRACIÁN, Ed. Aguilar, 1967.
2 Ibid., CXXX.
3 Ibid., LV.
El Héroe, «Al lector», p. 5, ed, cit.

199
Gracián, en el prefacio de su primer e s c r i t o — s i n o una
descripción, lo más minuciosa posible, de la apariencia:
un «breviario de las apariencias» para uso del hombre
decidido a aventurarse osadamente en el dominio de los
reflejos, sin temer el espectro de algún «ser» (verdad o
naturaleza), cuya amenazadora aparición podría disolver
la apariencia rompiendo el espejo. Esta es la definición
del «Héroe» que aparece en el primer libro de Gracián
(El Héroe), y cuyo planteamiento los otros libros no ha-
cen más que desarrollar. El héroe es aquel que no tiene
miedo no solamente de los espectros, sino sobre todo de
un imaginario «real» —real que podría abatir la cons-
trucción artificial de las apariencias; el héroe es ese ca-
ballero sin miedo y sin reproche que presta a la aparien-
cia un crédito ilimitado. En ese sentido está muy próxi-
mo a Don Quijote de Cervantes, con la única pero impor-
tante reserva de que Don Quijote se hace una cierta con-
cepción de lo real que está ausente del universo de Gra-
cián. Para convertirse en el héroe de Baltasar Gracián
sólo le falta a Don Quijote un poquito más de valor: re-
nunciar no a sus extravagancias, sino a la idea de lo
real que le mantiene al suelo como los cascos de su ca-
ballo, «que jamás ha quitado la tierra», y que, entre otras
cosas, es causa de su locura, ya que Don Quijote aplica
su concepción de lo real a los objetos escogidos prefe-
rentemente en su imaginación solitaria. El margen que
separa la locura de Don Quijote de la prudencia del hé-
roe gracianesco es, a pesar de todo, bastante pequeño :
para acceder al triunfo «real» —que es el único antídoto
de la locura— bastará que Don Quijote olvide completa-
mente lo real y seleccione sus hazañas en el campo de la
imaginación colectiva. Toda locura es legítima —^ya que
es inocente con respecto a una «realidad» ausente— y
por su parte Don Quijote justifica perfectamente cada
una de las suyas. Solamente ignora que una locura para
ser útil debe ser compartida.
El héroe de Gracián puede también ser comparado con
el Doctor Fausto : adquiere el dominio absoluto al precio
de un pacto por el cual renuncia no a su alma como
Fausto, sino a las ideas de realidad y de naturaleza. Pac-
to diabólico, a los ojos del pensamiento naturalista, por
el que el héroe gracianesco recibirá, al precio de su aban-
dono de las ideas de ser y de naturaleza, el dominio so-
bre el reino de las apariencias y de los artificios : ya que

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-y ésta es otra diferencia que le distingue de Fausto-
lo que busca no es una inteligencia de las cosas, sino un
dominio práctico indiferente a toda preocupación de or-
den explicativo o intelectual. La maestría es precisamen-
te lo que Gracián promete a aquellos lectores suscepti-
bles de entenderle en el prefacio de El Héroe: «Intento bos-
quejarte héroe y umversalmente prodigio de ti mismo (...).
Aquí tendrás (...) una razón de estado, una brújula de
marear a la excelencia, un arte de ser ínclito con po-
cas reglas de discreción» Esta excelencia hacia la que se
dirige el héroe de Gracián se manifiesta por un triple
dominio : dominio de las apariencias, dominio de las cir-
cunstancias, dominio de la movilidad. Dominio, en pri-
mer lugar, de las apariencias; es decir, arte de hacer
jugar a las apariencias en beneficio propio, de mostrarse,
en toda circunstancia, bajo la luz más halagüeña. Así,
pues, «que el héroe prefiera los empeños plausibles»^ y
cuidará siempre de brillar, de «mostrarse» hombre de
ostentación, a imagen del sol, que sólo es sol en la me-
dida que brilla, o del pavón, que sólo es pavón cuando
luce su cola, como lo exphca el zorro —símbolo de la
astucia y de la prudencia— en un célebre apólogo de
El Discreto, copiado en otro tiempo por Schopenhauer^.
Dominio de las circunstancias : el héroe posee el arte de
agarrar las ocasiones, según una técnica que no consiste
en prever, sino en intuir la oportunidad en el momento
en que ésta se presenta: técnica de inspiración directa-
mente sofística. El dominio de las circunstancias no
consiste en amoldar las circunstancias, sino en saber ex-
plotarlas de la manera más rentable; evoca el arte del
juego de naipes, al que a menudo se refiere la imagine-
ría de Gracián. El jugador no está libre de sus cartas
como el hombre no rige las circunstancias de su vida;
pero su habilidad consiste en explotar su juego según el
azar de la partida: en saber descartarse cuando es pre-
ciso, y en jugar la buena carta en el buen momento. El
juego de naipes es, pues, una miniaturización de lo que
es la vida para Gracián, y de lo que debe ser la conduc-
ta en la vida. Lo que está impuesto al hombre es el azar,
lo que de él depende es el artificio: el héroe gracianesco
es el que responde al azar con un máximo de artificio:

5 Ibid., pp. 5-6.


« Ibid., VIII.
7 El Discreto, XIII.

201
dominio, finalmente, de la movilidad : es decir, arte de
moverse en lo inestable y lo frágil. Esta soltura con que
el héroe gracianesco evoluciona en lo inalcanzable y hace
de éste su pasto cotidiano, evoca a la vez el preciosismo
francés, del que Gracián es contemporáneo, y la filosofía
de Pascal. La misma intuición trágica, en los tres casos,
de la vanidad de toda búsqueda y de toda posesión; y la
misma concepción de la vida, como frivolidad y «diver-
timento», en el sentido que Pascal ha dado a esta pala-
bra. Pero las relaciones del héroe gracianesco con el
divertimento no son las mismas que ha descrito Pas-
cal: el análisis es parecido, pero las consecuencias dife-
rentes. Sin duda, la obra entera de Gracián es una gene-
ralización del divertimento de Pascal, pero recomienda
a sus héroes que se pierdan sin temor en este juego vano,
sin inquietarse de una instancia real (Dios en Pascal) con
respecto a la cual sus juegos parecerían ilusorios. En Gra-
cián, el juego de las apariencias es absolutamente insigni-
ficante, el divertimento del héroe absolutamente vano:
lo que significa que es no sólo todo lo frivolo, sino tam-
bién todo lo serio que se pueda pensar y desear : todo
es hasta tal punto divertimento que no hay nada en rela-
ción a lo cual este divertimento pueda ser considerado
frivolo, nada que pueda, pues, como en Pascal, avergon-
zar a este divertimento. El héroe gracianesco navegará
confortablemente en esta base inestable, causa de deses-
peración para Pascal: confortabilidad que hace que, en
este sentido, Gracián esté más próximo de Montaigne que
de Pascal.
Todas estas maestrías tienen como condición un re-
conocimiento alegre —sin ambigüedad ni segundos pen-
samientos— del artificio como principio único de todo
lo que existe. El freno que se opone a la vida heroica
—en el sentido gracianesco—^ es el miedo; y el miedo es
el miedo de la naturaleza, es decir, una creación imagi-
naria, cuya aparición fugitiva en la conciencia tiene como
efecto hacer al hombre pusilánime, desvalorizando al
tiempo sus capacidades de artificio. Como en los sofistas,
el heroísmo de Gracián es sinónimo de inocencia: ino-
cencia con respecto a una naturaleza que, como nunca ha
existido, jamás ha sido y jamás será violada por el arti-
ficio. Todo está permitido y todo es posible para el héroe;
y es factible que cada hombre llegue a ser un héroe, siem-
pre que renuncie a sus fantasmas naturalistas : pero hay

202
que repudiar la idea de naturaleza absoluta y completa-
mente. La carrera del héroe comienza cuando se niega a
dejarse guiar por todo lo que en él podría aparecer como
incierta y frágil instancia natural (inclinaciones, pasio-
nes, voz del corazón): «yo siempre le concederé aventa-
jado el partido al artificio» Una vez consumado este
rechazo el héroe podrá adquirir las diferentes maestrías
jugando con los recursos inagotables del artificio. Co-
mienza entonces la conquista de la excelencia, cuyas eta-
pas son otros tantos procedimientos artificiales destina-
dos a ahogar a medida que se manifiesta, lo que está
considerado (por lo Vulgar) como la voz de la natura-
leza, cuando no es más que la voz de la facilidad y
del miedo. Así el héroe deberá aprender a disimular-
se: «Excuse a todos el varón culto sondearle el fondo
a su caudal, si quiere que le veneren todos. Formidable
fue un río hasta que se le halla vacío y venerado un va-
rón hasta que se le conoció término a la capacidad; por-
que ignorada y presumida profundidad siempre mantu-
vo, con el recelo, el c r é d i t o » E s p e c i a l m e n t e deberá di-
simular su voluntad y sus pasiones: «Si todo exceso en
secreto lo es en caudal, sacramentar una voluntad será
soberanía» En efecto, «lo mismo es descubrirle a un
varón un afecto que abrirle un portillo a la fortaleza del
caudal, pues por allí maquinan políticamente los aten-
tos (...). Sabidos los afectos, son sabidas las entradas y
salidas de una voluntad, con señorío en ella a todas ho-
ras» Esta imagen de las «entradas y salidas» de la vo-
luntad designa el conocimiento de la intimidad del héroe,
del ritmo de su voluntad (ritmo que hará posible la or-
ganización del complot), de sus momentos de poder y de
sus momentos de debilidad; conocimientos todos ellos de
los que es importante privar al otro: es necesario «des-
lumhrar los linces de la ajena oscuridad» El héroe de-
berá saber esperar la ocasión, es decir, reprimir la nece-
sidad engañosa de una satisfacción inmediata: negando
así su confianza, como dirá Freud, al principio («natu-
ral») del placer y fijándose un plazo («artificial») a fin
de obtener una satisfacción real (principio de realidad).
Abundan los textos de Gracián sobre esta capacidad del
8 El Héroe, XII.
9 Ihid., I.
w Ibid., 11.
11 Ibid.
12 Ibid.

203
héroe de yugular su impaciencia para esperar el momen-
to favorable: junto con el capítulo LV del Oráculo ma-
nual, el apólogo de «Hombre de espera» en El Discreto da
el ejemplo más sugestivo. Gracián relata cómo el carro
de la Espera (que, «caminando por los espaciosos cam-
pos del Tiempo al palacio de la Ocasión») se vio atacado
inesperadamente por la impaciencia: «Era esto una muy
tarde, cuando vivamente les comenzó a tocar arma un
furioso escuadrón de monstruos que lo es todo extremo
de pasión: el indiscreto Empeño, la Aceleración impru-
dente, la necia Facilidad y el vulgar Atropellamiento; la
^consideración, la Prisa y el Ahogo; toda la gente del
vulgacho de la Intprudencia»". Sorprendida la Espera
«mandó hacer alto a la Detención y ordenó a la Disimu-
lación que los entretuviese mientras consultaba lo hace-
dero» Conclusión del apólogo: «En los hombres de pe-
queño corazón, ni caben el tiempo ni el secreto» Este
tema, tan freudiano como gracianesco, de la necesidad
de diferir el placer para lograr alcanzarlo, es, por otra
parte, de origen también sofista : «El mejor criterio para
juzgar si alguien es razonable es ver si protege su facul-
tad de desear contra los placeres inmediatos y tiene la
fuerza de lograr una victoria sobre sí mismo. Aquel que
espera dar satisfacción inmediata a su facultad de desear
espera por la misma razón substituir lo peor a lo me-
jor» El arte del héroe consiste también en saber librar-
se de los desgraciados («Conocer los afortunados para la
elección y los desdichados para la fuga» recomienda el tí-
tulo del capítulo XXXI del Oráculo manual ya que «no
hay contagión tan apegadiza» como la infelicidad); en des-
viar hábilmente las desgracias sobre otro («Saber decli-
nar a otro los males», recomienda el título del capítu-
lo CXLIX del Oráculo manual); y en desviar también el
odio : «Todo lo favorable, obrarlo por sí; todo lo odioso
por terceros (...). Tenga donde den los golpes del descon-
tento, que son el odio y la murmuración. Suele ser la
rabia vulgar como la canina, que, desconociendo la cau-
sa de su daño, revuelve contra el instrumento; y, aunque

'3 El Discreto, III.


w Ibid.
15 Ibid.
16 Citado por Estobeo (Florilegio, III, 20, 66); citado y tradu-
cido por J . P . DUMONT, en Les Sophistes, Presses Universitaires
de France, colec. «Les Grands Textes», 1969, p. 184.
" Edición citada, p. 161.

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éste no tenga la culpa principal, padece la pena de inme-
diato» Maquiavelo juzgaba «digno de ser imitado» el
ejemplo de César Borgia, que, después de haber encar-
gado a Ramiro de Orco hacer reinar el terror en la Ro-
maña, reconquistada a fin de restablecer el orden, juzgó
oportuno, una vez el orden restablecido, hacerle pasto de
la venganza pública, mandándole ejecutar Uno de los
artificios supremos del héroe consiste, finalmente, en sa-
ber explotar su lenguaje, riqueza artificial por excelencia,
que paga al otro con algunas vibraciones sonoras —«pa-
labra de seda», dice Gracián: «Gran sutileza del vivir
saber vender el aire. Lo más se paga con palabras, y bas-
tan ellas a desempeñar una imposibilidad; negociarse en
el aire con el aire, y alienta mucho el aliento soberano.
Siempre se ha de llevar la boca llena de azúcar para
confiar palabras que saben bien a los mismos enemi-
gos» Estos son algunos de los artificios del Héroe —o
del «Discreto», es decir, del hombre de discernimiento—
en su camino hacia la excelencia.
Dos peligros acechan al héroe gracianesco en su con-
quista del dominio de las apariencias : la afectación y el
cálculo. Analizándoles bien, estos dos errores son resur-
gimientos de la idea de naturaleza : ocasiones de recaída
en el naturalismo, que impiden al héroe alcanzar la sol-
tura en la práctica del artificio. Pues lo propio de la
maestría no es solamente superar las dificultades, sino
también divertirse con ellas : si el héroe no está a gusto
en el artificio, falta la maestría. La «diecisieteava preemi-
nencia» (primor) del héroe consiste en no dar muestra
de afectación, ni en sus cualidades ni en sus imperfeccio-
nes; Gracián añade que la peor afectación es querer di-
simular su afectación, afectar de no afectar cuando se
afecta y es visible que se afecta: «Por huir de la afecta-
ción dan otros en el centro della, pues afectan el no afec-
tar. Afectó Tiberio al disimular, pero no supo disimular
el disimulo» Esta afectación de segundo grado, que
confirma el malestar que querría esconder, se observa
cotidianamente, por ejemplo, en el fenómeno del enroje-
cimiento : traduce un malestar del héroe en la práctica
del artificio, y anuncia que el artificio intentado va a
18 Oráculo manual, CLXXXVII.
19 El Principe, cap. VII.
20 Oráculo manual, CCLXVII.
21 El Héroe, XVII.

205
fracasar. La afectación señala, pues, un «fracasado» artifi-
cio, tributario de un malestar ante el artificio del que no
cabe poner en duda su origen naturalista. El hombre que
afecta no afectarse es un hombre que no se siente (o aún
más) a gusto en lo artificial (de aquí este efecto de afecta-
ción, pronto cubierto de una afectación de no-afectación);
no está a gusto porque se siente culpable : retrocede —en-
rojece— ante una referencia naturalista que surge en el
mal momento para avergonzar al héroe de su artificio.
El héroe se vuelve entonces pusilánime. Ya no se atreve
a ser artificial: se siente obligado al menos a disfra-
zar su artificio en naturaleza, tentativa vana en razón
de la ausencia de «natural» sobre el que tomar modelo,
de aquí el fracaso seguro de su afectación, comparable al
fracaso del enrojecimiento (que subraya lo que querría
disimular. La idea de naturaleza es en efecto una ins-
tancia infaliblemente culpabilizante, como lo prueba ex-
cesivamente la historia de la filosofía naturalizante, des-
de Platón a Rousseau. Lo que hace a los hombres pusilá-
nimes y bloquea sus artificios es el espejismo natura-
lista que critica —y culpabiliza— toda acción y todo pen-
samiento concebidos independientemente de esta referen-
cia metafísica : él es el que inspira la timidez al Príncipe
de Maquiavelo, del mismo modo que inspira la pusilani-
midad al Héroe de Gracián. El hombre plenamente arti-
ficial es el hombre plenamente inocente : la plena adecua-
ción del hombre al artificio —su completa «naturaliza-
ción», tal como la sugiere Nietszche en La Gaya Ciencia—
supone una plena inocencia, invulnerable ante el regreso
poderoso de la ideología naturalista y de la culpabilidad
con la que intenta contaminar al artificio.
El segundo peligro con el que puede topar el héroe
es el cálculo que, como la afectación, puede hacer fraca-
sar el artificio, o más exactamente, comprometer la pron-
titud, que es una de las cualidades esenciales del héroe :
«Es la prontitud oráculo en las mayores dudas, esfinge
en los enigmas, hilo de oro en laberintos» Pues, según
Gracián, esta prontitud —arte de la oportunidad— esca-
ía a todo cálculo. El capítulo XV de El Discreto («Tener
3uenos repentes»), que compara el arte de la oportunidad
a los efectos de la pólvora, propone invertir la famosa fór-
mula de César (veni, vidi, vici): el efecto aniquilador de la
prontitud de César se manifestaría con más exactitud con
22 Ibid., IIL

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la fòrmula Vici, vidi, veni (primero he vencido —escogido
la oportunidad—; después he visto —he reflexionado—;
finalmente, he venido —^después de haber reflexionado,
he decido venir para vencer).
El cálculo es siempre posterior al hecho de coger la
ocasión : si fuera anterior, la ocasión no sería cogida. Por
esta razón el Oráculo manual recomienda; «No vaya por
generalidades en el vivir, si ya no fuere en favor de la
virtud, ni intime leyes precisas al querer» ^^ Paradoja
final del artificialismo de Gracián : el dominio de las apa-
riencias y de las ocasiones prescinde de todo cálculo y,
en consecuencia, parece refutar el principio mismo de
esta enseñanza del artificio que forma el contenido de
la obra de Gracián. Pero, precisamente, lo que se propo-
ne esta enseñanza es, en nombre de la eficacia del artifi-
cio, hacer renunciar a toda esperanza de cálculo. Pues
éste paraliza, en la medida en que ocupa en vanas previ-
siones un espíritu que debería estar atento a apoderarse
de la ocasión presente (es decir, la ocasión en cuanto se
presenta). Una vez más, el principio de esta aparente
paradoja es una denegación, en Gracián, de las represen-
taciones naturalistas en nombre de la cuales el hombre,
calculando sobre una naturaleza, puede considerarse apto
para prevenir: prever, creer en leyes generales, contar
sobre el cálculo para apoderarse de una ocasión que sólo
se dejará agarrar en su momento tínico (sin ofrecer a
aquel que podría agarrarla un tiempo previo que le per-
mita prever), ésta es una esperanza naturalista. La habi-
lidad del héroe consiste, en primer lugar, en deshacerse
de esta esperanza de cálculo, a fin de que cuando la oca-
sión se presente ningún cálculo previo, por un efecto de
interferencia, pueda impedir que se la agarre. El arte
que enseña Gracián es, pues, el de renunciar a la previ-
sión, el de abandonar el cálculo para dejar el campo li-
bre al artificio : pues el cálculo es lo opuesto al artificio
—otro aspecto de la inocencia de este último—. A dife-
rencia del artificio, el cálculo no es ni inocente —ya que
se ha forjado una representación interpretativa de la «na-
turaleza»—; ni eficaz, ya que no consigue agarrar las oca-
siones. El héroe gracianesco se caracteriza por una habi-
lidad no calculada, que Gracián expresa con el famoso
vocablo de despejo, traducido bastante torpemente en
francés, desde el siglo xviii, por «je-ne-sais-quoi». El des-
23 Oráculo manual, CCLXXXVIII.

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pejo, que procede de la palabra despejar (esclarecer,
desenredar, limpiar) evoca ante todo la soltura, la desen-
voltura, la «naturalidad» —ni afectada ni calculada— en
la práctica del artificio: sugiere una libertad de acción
soberana en una «naturaleza» «liberada» (Nietzsche), al
margen de la ideología naturalista que entorpece sin ce-
sar la práctica del artificio. Desenvoltura que no es más
que una de las expresiones de la inocencia frente a la
ausencia de naturaleza: todos los hombres podrían lo-
grarla fácilmente —accediendo así a la categoría de hé-
roes según Gracián— si consintieran en conceder, de una
vez por todas, crédito al artificio.

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