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Una gestión macroeconómica bien concebida fue esencial para reforzar la balanza de pagos

que ayuda a estabilizar los mercados financieros y facilitar la pronta reanudación del
crecimiento económico.

Aunque en todos los países asiáticos en crisis se está lejos de haber cumplido todos los
objetivos de la reforma estructural, los esfuerzos realizados por sus gobiernos para hacer frente
a esos arduos problemas han contribuido a la vigorosa recuperación lograda.

En la mayoría de los países en crisis se registra un vigoroso crecimiento del producto real,
provocado por el aumento del consumo privado y la exportación, y algunas nuevas inversiones
privadas. Se prevé que en Corea la recuperación económica que comenzó en el último
trimestre de 1998, menos de un año después del período más penoso de la crisis, suscitará un
crecimiento económico del 8% en 2000

En Tailandia, el crecimiento económico sería del 5% en el presente año.

En Indonesia, cuya recuperación se vio afectada por conmociones políticas y una insatisfactoria
ejecución de la política económica, el crecimiento económico se reanudó a fines de 1999 y se
prevé un crecimiento del PIB (producto interno bruto) real del 4% en el presente año.

Para respaldar el crecimiento económico, los países de la región siguen aplicando, en general,
una política económica predominantemente acomodaticia. En muchos casos, las tasas de
interés real y nominal del mercado de dinero se sitúan por debajo de las anteriores a la crisis.
Las tasas de interés comenzaron a disminuir en Corea y Tailandia a principios de 1998 y en
Indonesia a mediados de 1999, al reducirse las presiones que sufría la moneda. No obstante, la
tasa de aumento del crédito para el sector privado en la región sigue siendo relativamente
moderada, en parte porque las instituciones financieras se han dotado de mayor capacidad de
evaluación de riesgos y han adoptado un enfoque más prudente en cuanto al otorgamiento de
nuevos préstamos.

A medida que se afianza la recuperación se realiza un programa de consolidación fiscal; los


déficits presupuestarios están siendo eliminados pese al costo de las reformas del sector
financiero y los programas vuelven a inspirarse en los principios de mínimo financiamiento
interno y moderación del endeudamiento público.

Si bien se procura incrementar el gasto social, se ha logrado reducir el gasto en proyectos de


infraestructura ineficientes y otro tipo de gasto improductivo, incluidas las afectaciones
presupuestarias militares.

Se están adoptando medidas de reforma del sistema tributario, especialmente a través de la


eliminación de exenciones impositivas, para ampliar la base del ingreso fiscal y remozar la
administración tributaria, en procura de una recaudación más eficiente y una menor
corrupción.

La balanza en cuenta corriente sigue siendo superavitaria, en parte debido al aumento de la


competitividad y la fuerte demanda mundial de productos electrónicos, que contrarresta el
aumento de la demanda de importación vinculada con la aceleración del crecimiento
económico.
El alza del petróleo tiende a reducir el superávit comercial en los países importadores de
petróleo de la región y promueve los superávits comerciales de Indonesia y Malasia.

Los tipos de cambio han superado los mínimos registrados durante la crisis, pero en cifras
efectivas reales siguen siendo francamente inferiores a los anteriores a la crisis, lo que
promueve la competitividad.

Se han restablecido las reservas internacionales oficiales, con la consiguiente reducción de la


vulnerabilidad de los países frente a las perturbaciones externas.

Al final de abril de 2000 las reservas de Corea, que en diciembre de 1997 se habían reducido
peligrosamente, llegaron a US$85.000 millones, y el país ha vuelto a obtener acceso a los
mercados internacionales de capital. En Tailandia, el monto de las reservas internacionales
supera en más del 100% la deuda externa a corto plazo pendiente, lo que se contrapone en
forma pronunciada con la situación imperante en 1997.

Los precios aumentaron en la mayoría de los mercados regionales de acciones en relación con
los valores registrados en el período de mayor intensidad de la crisis, pero expresados en
dólares siguen siendo francamente inferiores a los niveles anteriores a la crisis.

Los países en crisis han comenzado a aplicar importantes reformas estructurales: se han
cerrado, fusionado o recapitalizado bancos y otras instituciones financieras en dificultades y se
ha reforzado la supervisión; se han desmantelado monopolios; se han reducido las
restricciones a la propiedad extranjera; las empresas están siendo sometidas a un régimen más
severo de gestión y declaración de datos, y se han sancionado o modificado leyes encaminadas
a reforzar la autonomía del banco central, la política de competencia, los procedimientos de
quiebra y los mecanismos de lucha contra la corrupción.

Acelerar el proceso de reestructuración del sector financiero. A esos efectos tendrá que
culminar el proceso de recapitalización de los bancos comerciales y deberán lograrse mejores
resultados en cuanto a recuperación de préstamos y venta de acciones. El ingreso fiscal así
obtenido ayudará a cubrir el alto costo presupuestario de la reestructuración.

Intensificar la reestructuración de las empresas, centrando la atención en el restablecimiento


de balances viables por parte de las empresas a través de programas de reestructuración de
deudas y operaciones con acreedores, para restablecer la competitividad y la rentabilidad. De
todos modos, ese proceso puede ser más lento que el de reconstrucción del sector financiero,
en parte porque el sector público cumplirá un papel menos destacado; aun en el mejor de los
casos, el proceso será de larga duración.
Establecer un marco de legislación comercial propio de una economía moderna. Entre otras,
deberán sancionarse nuevas leyes sobre quiebra y política de competencia y deberán crearse
instituciones aptas para hacerlas cumplir; además habrá que conferir real autonomía al banco
central.

Continuar el proceso de apertura y desregulación de los mercados, inclusive a través de una


liberalización aún mayor del comercio exterior y la simplificación de los requisitos para el
otorgamiento de licencias a las empresas. Se creará así un entorno más propicio para la
inversión privada, especialmente para atraer nuevas inversiones extranjeras directas y dar
mayor impulso al aumento de la productividad.

Ampliar las redes de seguridad social e incrementar la inversión en capital humano, ayudando
a preservar la estabilidad social a través de subsidios orientados hacia objetivos, programas de
educación y salud, y creación de empleo.

Los planes regionales también pueden ser útiles para respaldar un crecimiento económico
sostenido y el mantenimiento de relaciones financieras estables entre los países participantes

China, Corea y Japón, constituye un importante ejemplo de colaboración regional reforzada, a


través de la cual los países que experimenten dificultades financieras temporales podrán
obtener divisas de sus vecinos a través de operaciones de swap y recompra.

Es probable que, mediante la aplicación de las medidas que anteceden y la preservación de la


estabilidad financiera a través de una política macroeconómica apropiada, los países asiáticos
en crisis resurjan con mayor vigor que antes y en mejores condiciones de hacer frente al
entorno mundial competitivo del siglo XXI: sus economías estarán orientadas más francamente
hacia el mercado y serán más transparentes; sus instituciones financieras serán más vigorosas y
estarán mejor reguladas; sus empresas serán más competitivas y sus redes de seguridad social
serán objeto de considerables mejoras.

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