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Aprender a conocer

Juan Miguel Batalloso Navas1

Como efecto de nuestra mente escolarizada, tenemos muy a menudo la tendencia a


creer que los términos “aprender” y “conocer” pertenecen en exclusiva a ese restringido
mundo de libros, lecciones, exámenes, métodos didácticos y de estudio que solamente son
útiles en el restringido espacio de los contenidos y programas escolares y de las exigencias que
las instituciones plantean para obtener acreditaciones. Al mismo tiempo y en el lenguaje
cotidiano hemos igualmente desarrollado la idea, de que el conocimiento es una
representación exacta de la realidad que se nos presenta siempre en forma de datos externos
susceptibles de ser incorporados a nuestra mente tal cual los observamos, siendo el
aprendizaje un proceso simple de almacenamiento consistente en incorporar datos, hechos y
conceptos a nuestra mente, con el fin de reproducirlos a voluntad cuando los necesitemos.
Desde esta concepción, la tarea de los centros e instituciones escolares, es bastante
simple. Basta con suministrar y embutir conocimientos precocinados y enlatados a nuestros
alumnos con objeto de que los almacenen en sus mentes, para después verificar mediante los
procedimientos examinadores más adecuados, si esos conocimientos están presentes o no en
ese almacén mental. En realidad en esto ha consistido tradicionalmente el éxito escolar, en
recitar de la forma más fidedigna posible y conforme a las exigencias establecidas por el
profesor, la institución o el programa oficial, aquellos conocimientos que han sido prescritos
como deseables y necesarios. Lo cual, dicho de otra manera, significa convertir el proceso de
de aprender en un simple acto de memorizar y el conocimiento en un sencillo objeto que
puede y debe ser almacenado en nuestra mente, con lo cual nuestras escuelas corren el riesgo
de convertirse en centros para jugar al “Trivial Pursuit”.
Sin embargo y desde que Humberto Maturana y Francisco Varela publicaran hace
ahora 40 años “De máquinas y seres vivos. Autopoiesis: La organización de lo vivo”, sabemos
con mayor certeza y claridad que aprender y conocer no son capacidades consistentes en
captar y almacenar información de la realidad considerada como algo externo a nosotros. Por
el contrario, el conocer y el aprender, tienen una base biológica y son procesos permanentes
que se construyen, reconstruyen y desarrollan a partir de las interacciones que una
determinada estructura viva realiza con su medio ambiente, así como también de las
interpretaciones y modificaciones que se producen en dicha estructura en el propio proceso
de interacción.
El conocer no consiste pues en reproducir tal cual, lo que creemos procede de una
realidad externa y objetiva que se nos es dada y que podemos fotocopiar y reproducir con
exactitud a placer. Conocer no puede por tanto reducirse a almacenar, reproducir o evocar
información tal y como secularmente las instituciones escolares han creído. No es pues ni un

1 Maestro de Educación Primaria. Licenciado en Filosofía y Educación y Dr. en Ciencias de la Educación –


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Universidad de Sevilla, España–. Ha ejercido la profesión docente durante 35 años, impartido numerosos cursos
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de Formación del Profesorado, dictado Conferencias en España, Brasil, México, Perú y Portugal, publicado varios
libros y numerosos artículos sobre temas de educación. Es Miembro del Consejo Académico Internacional de
UNIVERSITAS NUEVA CIVILIZACIÓN, donde ofrece el Curso e-learning: ‘Orientación Educativa y Vocacional’.
acto, ni un resultado siquiera, sino más bien un proceso de interacción entre un ser vivo
caracterizado por una determinada estructura organizacional y funcional y el medio ambiente
en que dicho ser vivo vive, convive y desarrolla sus procesos vitales. Y esto es algo de
extraordinarias y me atrevería a decir, de revolucionarias implicaciones pedagógicas a la hora
de ayudar a las personas a “Aprender a conocer”.
El asunto del aprendizaje y el conocimiento humano se nos hace entonces bien
complejo, porque si tanto el ambiente como el propio ser humano están continuamente
reinventándose, interaccionando e interpretando, nos será imposible reducir el aprender y el
conocer a un puro mecanismo de almacenaje y evocación de información discreta y fija
siempre pronta y dispuesta a ser reproducida y utilizada. Una reducción que puede
conducirnos a tres importantes problemas. El primero, la imposibilidad de almacenar en
nuestra mente escolarizada toda la información nueva que emerge y está a nuestra
disposición, una imposibilidad que acaba por producir saturación, o la paradoja de estar
desinformado como consecuencia de haber consumido demasiada información. El segundo la
confusión entre información y conocimiento, que se expresa también de forma paradójica en
el sentido de que no por el hecho de tener a nuestra disposición una abundante información,
necesariamente vamos a producir un mayor y mejor conocimiento. Y el tercero, el problema
de la especialización, que parcela, aísla, descontextualiza, niega la indisoluble relación sujeto-
objeto y concibe el conocer como con el acto de poseer muchísima información sobre algo
muy pequeño y/o específico. En definitiva y a efectos educativos, puede entonces producirse
en todos nuestros sistemas escolares, una gran contradicción: llegar a ser muy potentes y
eficaces en suministrar información, procedimientos y habilidades para el acceso y el
procesamiento de la misma, pero escasamente relevantes y significativos en proporcionar o
ayudar a conseguir aprendizajes transcendentales e indispensables para nuestro vivir y
convivir.
Si consideramos que todo aprendizaje es un cambio regular en la conducta observable
y en la estructura de cualquier ser vivo como consecuencia de las interacciones que éste
realiza con su medio ambiente, resulta inútil todo esfuerzo dirigido a ayudar a un ser humano
a “Aprender a conocer” o a mejorar sus procesos de aprendizaje si no actuamos de alguna
forma y al mismo tiempo en los ambientes de aprendizaje. Dicho a efectos escolares: si
queremos mejorar el aprendizaje de los alumnos que diariamente asisten a nuestras escuelas,
necesariamente tendremos que intervenir educativamente en los contextos y en los
ambientes en los que estos alumnos viven y conviven. En realidad, toda pedagogía y toda
didáctica son necesariamente ecosistémicas, por ello toda ayuda dirigida a que nuestros
alumnos aprendan más y mejor haciéndolo de forma significativa y transferible, exige actuar,
no sólo en lo curricular y metodológico, sino también y al mismo tiempo, con el propio
alumno, las familias, el profesorado, el centro escolar, el aula, la comunidad local etc. Visto así,
enseñar no es mostrar información, ni explicar siquiera de forma magistral, clásica de forma
oral o moderna con auxilio de audiovisuales y PPTs, sino más bien, crear las condiciones
físicas, psíquicas (racionales y emocionales), sociales, ecológicas e incluso espirituales para
que el aprendizaje se produzca como una emergencia singular que cada individuo manifiesta y
expresa.
Digámoslo una vez más de otra forma. Si el ser humano que aprende y el medio
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ambiente en el que vive forman una unidad de coexistencia e interdependencia, aprender no


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puede consistir en captar, aprehender o adquirir un objeto externo, sino en un proceso de


interacción que depende tanto de las características estructurales, biográficas y sociales de la
persona que aprende como de sus intenciones, decisiones y acciones sobre el medio ambiente
que lo acoge e integra. Aprender es en realidad un proceso de transformación personal como
consecuencia de la interacción con el medio ambiente y a partir de la convivencia social. Vivir y
aprender son procesos indisociables. Toda acción educativa por tanto, tiene que estar referida
entonces, no solamente a la supervivencia en el medio escolar para garantizar éxito, sino sobre
todo a la vivencia y a la experiencia de forma que cada alumno en particular construya sus
propios procesos de aprendizaje y sepa utilizar las estrategias, que él mismo, de forma
enteramente personal ha aprendido, en contextos y circunstancias diferentes. Ayudar a que
nuestros alumnos aprendan, significa ofrecerles apoyos y recursos para que transfieran,
generalicen, amplíen, sinteticen y evalúen de forma autónoma y en procesos de vivir/convivir
sus propios conocimientos.
Por otro lado, aprender no es algo exclusivamente mental o cerebral. El cerebro no es
la única estructura responsable de la construcción de conocimiento puesto que el proceso de
conocer es algo muchísimo más complejo y amplio que las operaciones mentales y racionales
de inducir, clasificar, ordenar, comparar o medir. En los procesos de aprendizaje intervienen
todos los elementos, interacciones y procesos que constituyen la dinámica de la vida, es decir,
intervienen también el cuerpo, el medio físico y social, las percepciones, emociones,
sentimientos, creencias, acciones, así como las experiencias previas, motivaciones y
expectativas. De este modo y si nuestro propósito es ayudar a las personas o a nuestros
alumnos a que aprendan a conocer, aprendan por sí mismos, o como se dice ahora “aprendan
a aprender”, necesariamente habrá que diseñar e implementar acciones y propuestas
educativas dirigidas a cuidar, estimular y acondicionar cada uno de esos elementos. No
podemos pues ayudar a aprender, o si se prefiere, enseñar algo relevante, significativo y que
implique un cambio observable y duradero de conducta, si no hacemos algo positivo y efectivo
en aspectos como las creencias e ideas previas, expectativas, motivaciones, ambientes
psicosociales y estrategias de procesamiento de la información. Algo, que si bien es necesario
en el aprendizaje de cualquier tipo de conocimiento, de procedimiento o de habilidad, resulta
indispensable, tanto en el aprendizaje de resolución de problemas de solución desconocida y
compleja como en el aprendizaje de actitudes e interiorización de valores éticos.
Queda claro pues, que aprender no es recordar datos, ni tampoco almacenarlos de una
forma más o menos sistemática y codificada y por tanto enseñar, tampoco es transmitir
información, ni crear los condicionamientos necesarios para su reproducción (normas,
exámenes, calificaciones, acreditaciones, etc.). Aprender es en realidad, o al menos así lo
entiendo, un proceso activo e interactivo de toma de conciencia mediante el cual un sujeto se
hace testigo y da cuenta de una forma enteramente original, de la realidad y el medio
ambiente con el que interacciona. Y digo toma de conciencia, no en el sentido pasivo de darse
cuenta o de reflejar en nuestra mente datos procedentes de nuestros órganos sensoriales, sino
en el sentido activo de transformación y reestructuración del propio ser interno que se
produce al aprender y al construir conocimiento. Aprender es en realidad un proceso de vida
mediante el cual el individuo construye y elabora conocimiento a partir de su interacción con
el medio ambiente. Y esta forma de concebir el aprendizaje humano, como algo vital para la
propia supervivencia, como un proceso en el que la conciencia se construye, deconstruye y
reconstruye haciéndose cada vez más amplia y abarcante, nos lleva a considerar que
aprendizaje y educación son en realidad las dos caras de una misma moneda: no podemos
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pues vivir sin aprender y educarnos o no existe educación sin aprendizaje, ni verdadero
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aprendizaje sin educación o sin transformación dirigida a la mejora..


Estas consideraciones, tienen a mi juicio importantes consecuencias pedagógicas y
educativas. De un lado y si estamos abocados a aprender siempre, nada hay en el medio
ambiente y en nosotros mismos que no pueda ser enfocado o utilizado como fuente de
conocimiento. Circunscribir pues a las instituciones escolares como las únicas que tienen el
patrimonio del aprendizaje, no deja de ser una reducción que confunde escolarización con
educación. Por el contrario, comprender, aceptar y asumir que podemos y debemos aprender
por nosotros mismos o mediante estrategias y procedimientos singulares y no necesariamente
mediados o condicionados por normas, es ampliar el espectro de lo escolar, no para reducirlo
a esquemas curriculares y a rutinas de almacenamiento y reproducción, sino para hacer entrar
la vida y la humanidad en la aulas con toda su riqueza y diversidad. Se impone pues la
necesidad de ir más allá de los límites que marcan las disciplinas escolares. Nos hace falta, si es
que realmente queremos “Aprender a conocer” y ayudar a nuestros hijos, alumnos y
ciudadanos a ello, que sepamos integrar conocimientos de diversos tipo, científicos y
humanísticos, filosóficos y artísticos, psicológicos y económicos, prosaicos y poéticos, éticos y
políticos, escolares y populares, académicos y cotidianos, de forma que podamos construir una
“Ecología de los saberes” como dice Maria Candida Moraes. Una ecología que sea capaz de
responder de la forma más integrada y sostenible posible a las necesidades de la vida en
nuestro planeta y de los seres humanos que en él somos y existimos.
Desde otro ángulo y si el “Aprender a conocer” exige desde la Educación algo más que
una simple reforma curricular o el cambio de unos contenidos escolares por otros, lo que sin
duda sería sumamente necesario, sería asumir e implementar en la vida cotidiana de nuestras
aulas un doble objetivo o transformación.
De una parte la transformación consistente en saber utilizar la ingente y casi infinita
información que hoy tenemos a nuestro alcance en nuevas posibilidades para aprender de
forma permanente tal y como así recomendaba la UNESCO al referirse a “Aprender a
Conocer”. Es decir, hacer posible que toda la ciudadanía y especialmente los alumnos que hoy
viven y conviven en nuestras instituciones escolares, que conozcan, manejen, utilicen, creen y
construyan estrategias para aprender por sí mismos y para construir conocimiento, algo que
por cierto ha sido frecuentemente marginado y olvidado de la práctica de nuestros centros
escolares. Cuando un profesor enseña una determinada disciplina, su trabajo no consiste
exclusivamente en mostrar qué es lo que el alumno debe recordar o aprender, sino sobre todo
en ilustrar y ofrecer a todos sus alumnos, como y de qué forma ha llegado el profesor a esos
conocimientos y cuáles son las posibilidades de transferencia y aplicación a la vida de los
mismos. La misión de un profesor de disciplina, no es solo mostrar los avances y desarrollos de
la misma, sino también ayudar a que sus alumnos conozcan, comprendan, utilicen y creen sus
propias estrategias cognitivas. Y esto no se resuelve con meras sesiones externas de técnicas
de estudio o para aprobar exámenes, sino con la práctica y el testimonio diario de cómo el
profesor ha llegado a aprender lo que ha aprendido, como lo ha hecho y por qué considera ese
aprendizaje relevante.
De otra parte, aunque simultanea, el conocimiento como erudición, o como
acumulación de informaciones procesadas, codificadas y sistematizadas, tiene a mi juicio poco
sentido si ese conocimiento no apunta a la sabiduría, es decir, no se transforma y se utiliza en
la construcción de un saber de vida y humanidad que proporcione armonía, paz, alegría,
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serenidad, responsabilidad, solidaridad y amor, aspectos del desarrollo humano esenciales que
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tienen más que ver con saberes ético-morales y de vida, que con lo que siempre se ha
estudiado y prestado atención en las escuelas. Importa pues, más que “Aprender a conocer”
en el sentido de proporcionar recetas y estrategias de aprendizaje, algo por cierto bastante
fácil y simple, aunque poco frecuente en los programas escolares, importa digo, “Aprender a
ser sabios”, pero para esto ya no hay ningún programa, ni fórmula, ni estrategia que no pase
por el camino del amor, por estar enamorados y locamente apasionados por el conocimiento,
la vida y el ser humano.

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