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materialista de la historia
La base filosófica del comunismo científico es el materialismo dialéctico. Desde el nacimiento del
marxismo, sus enemigos han intentado celosamente –y siguen empeñados en sus vanas tentativas–
destruir ese inconmovible fundamento teórico del movimiento revolucionario proletario y del
conocimiento científico. En la época imperialista, cuando la revolución proletaria está al orden del día,
cuando la sociedad ha entrado en el período en que el capitalismo se hunde y el socialismo triunfa, los
ideólogos [12] de la burguesía han desencadenado ataques singularmente furiosos contra las bases
filosóficas del socialismo proletario.
La premisa inicial de la teoría materialista del conocimiento estriba en admitir la realidad objetiva, que
se refleja en la conciencia del hombre. Dicha realidad, en lo que a la sociedad se refiere, está formada
por el ser social, es decir, por la vida material de la colectividad, independientemente de la conciencia
del hombre.
El marxismo ha descubierto las leyes objetivas del cambio del ser social, las leyes objetivas del desarrollo
histórico, ha demostrado que los métodos científicos de la generalización de los fenómenos y el análisis
de las leyes a que éstos se hallan sujetos son totalmente aplicables a la vida de la sociedad. Gracias a la
aplicación del materialismo dialéctico a la vida social, la verdad objetiva ha llegado a ser patrimonio no
sólo de las ciencias naturales, sino, además, de las ciencias sociales basadas en el marxismo.
El gran jefe y teórico de la clase obrera, Lenin, que elevó el marxismo a un nuevo estadio, dio una nueva
dimensión a la dialéctica materialista, como ciencia filosófica, desarrolló la teoría del conocimiento del
materialismo dialéctico en la lucha contra las corrientes idealistas en las diferentes esferas del saber,
defendió y enriqueció con nuevas tesis el materialismo histórico de Marx y Engels. Las ideas filosóficas
cardinales de Lenin sirvieron de base teórica para el ulterior progreso tanto de las ciencias naturales
como de las ciencias sociales.
La dialéctica fue desarrollada por el filósofo alemán Hegel. Karl Marx y Federico Engels
tomaron las ideas de este filósofo como base estructural, sin significar ello que su
método fuera estrictamente hegeliano, pues lo que Marx y Engels hicieron fue dar una
vuelta a la dialéctica de este gran pensador, tomando las partes fundamentales de su
racionalismo; desechando las partes irracionales. Asimismo, Marx y Engels tomaron el
materialismo de Ludovico Feuerbarch para desarrollar su propia versión; mucho más
avanzada y completa. El materialismo de Feuerbach estaba incompleto ya que no
observaba el valor práctico de lo sensorial como algo subjetivo, sino como una forma
de contemplación, es decir, obviaba la realidad material de la actividad humana y lo
sensorial. Es más, Feuerbach observaba al hombre de forma abstracta, sin contemplar
el conjunto de relaciones sociales que derivan en la realidad del mismo, sin atender al
carácter revolucionario de la actividad práctica en el conjunto de la sociedad, algo que
Marx y Engels desarrollarían de manera magistral con su materialismo histórico.
El materialismo dialéctico se opone frontalmente a la metafísica, ya que ésta ve la
naturaleza como algo estático y casual en la que los objetos y los fenómenos están en
donde están por puro azar o por la intervención de algún ser divino sin mantener una
relación de dependencia o reciprocidad. Ésta es una de las razones por las que el
materialismo dialéctico es rechazado por los reaccionarios desde sus inicios, pues
cuestiona el estatus y el origen de la explotación del hombre por el hombre.
Recordemos que durante la época en la que Marx y Engels vivieron aún existía la
esclavitud, y que ésta se justificaba bajo el pretexto de que “dios lo disponía”. De esta
misma manera se justificaron el colonialismo y otras atrocidades en períodos
posteriores a la muerte de estos grandes pensadores y revolucionarios. La dialéctica
materialista considera que la naturaleza es algo que está en continuo desarrollo y
movimiento, que se sustenta en el cambio y la constante renovación, y es por ello que
todos los elementos contradictorios entre sí han de ser estudiados de manera
independiente, desde su inicio hasta su fin, dando con todos los elementos posibles
desde su principio hasta su final, desde su nacimiento hasta su desaparición. Respecto
a esto, Federico Engels interpretó que “toda la naturaleza desde sus partículas más
minúsculas hasta sus cuerpos más gigantescos, desde el grano de arena hasta el sol,
desde el protozoo hasta el hombre, se halla en estado perenne de nacimiento y
muerte, en flujo constante, en movimiento y cambio incesante”.
Asimismo, cabe señalar existen otras vertientes del materialismo que deben ser
analizadas, como el materialismo metafísico —o mecanicismo—, que pese a tener una
concepción materialista llegó a ser caracterizado como vulgar por Engels, tanto por su
incapacidad para adaptarse al desarrollo de los nuevos avances científicos como para
aplicarse al estudio de las sociedades, ya que existen convenciones diversas según el
lugar en el que nos encontremos; convenciones que rompen con la secuencia lógica de
cualquier planteamiento mecanicista por su caracterización diversificada, aún
tratándose de elementos aparentemente similares. De hecho, el físico Werner
Heisenberg demostró en 1925 que a medida que se profundiza en el proceso de
determinación de la posición de una partícula, mayor es imposibilidad de calcular sus
movimientos lineales, y por ende su velocidad. Mientras el materialismo mecanicista
defiende una realidad en la que el mundo está compuesto por objetos y partículas que
se relacionan entre sí de un modo pasivo, la dialéctica materialista establece que todo
fenómeno natural es un proceso establecido mediante una serie de leyes —que
veremos con posterioridad—.
Del materialismo dialéctico también cabe destacar el desarrollo de la idea del objeto
desde la concepción humana. Si los idealistas tienden a pensar que los objetos no
existen sin la mente, es decir, que son una serie de sensaciones combinadas; el
materialismo dialéctico opina que los objetos existen de manera independiente a la
mente, siendo las ideas imágenes de estos. Asimismo, el concepto de idea es algo que
la metafísica idealista no ha sabido superar, pues según ellos, las ideas son algo más
allá de la materia. La verdad es que las ideas no son más que un producto del cerebro
derivadas de una serie de procesos eléctricos y químicos. Desde los sueños hasta la
acción de ponerse un zapato, toda idea, toda imagen; es producto del constante
movimiento de la materia. En ese flujo constante, en ese movimiento y cambio
incesante, es donde entra la contradicción, pues todo proceso de cambio se halla
integrado en un movimiento progresivo de tránsito del viejo estado cualitativo al
nuevo, de lo simple a lo complejo. Así pues, la lucha incesante de lo viejo y lo nuevo, lo
que muere y lo que se desarrolla, es lo que genera el proceso de cambios cualitativos
en toda materia. E.g. Para que una especie se extinga o evolucione han de darse una
serie de contradicciones y luchas entre opuestos que recorran un proceso histórico
totalmente ajeno a cualquier ciclo estático interminable. Mientras la metafísica
cristiana cree que el mundo tiene una edad de 5775 años —en 2015—, la dialéctica
materialista demuestra de manera científica que el universo es algo muchísimo más
antiguo; un lugar en el que los hombres y las mujeres descienden de criaturas que
surgieron en los mares hace millones de años, y no de la voluntad de un ser divino
caprichoso. Todo es un proceso de constante desarrollo cuyo motor es la lucha entre
opuestos, la contradicción. Asimismo, la dialéctica se fundamenta en el método
científico, que es utilizado para la producción de conocimiento. Cabe señalar que el
método científico derivó posteriormente en el materialismo histórico, que es una
ciencia regida por normas y leyes cuyo fin describiremos a continuación.
Esta ley afirma que todos los elementos de la realidad existen bajo una relación
estructural con el resto de los elementos la misma. Esto significa que ningún elemento
de la realidad existe de manera aislada, tal y como propone la filosofía clásica cuando
trata de comprender los elementos de la realidad mediante la abstracción; de un
modo independiente.
Esta ley afirma que la realidad no es perpetua sino que está en movimiento constante.
Es por ello que cada elemento debe ser comprendido en la medida que se le pueda
ubicar dentro del movimiento universal. Necesaria es la distinción entre el movimiento
profundo de la realidad, que sólo puede comprenderse a través del entendimiento de
las contradicciones centrales o radicales analizando de manera particular teniendo en
cuenta factores subyacentes difíciles de encontrar a primera vista, y el movimiento
aparente, que puede analizarse inmediatamente.
Esta ley afirma que los elementos que entran en contradicción son ínter-dependientes
y se necesitan recíprocamente para existir, pese a ser radicalmente opuestos. En este
marco, el hecho de que uno de los contrarios desaparezca o sea destruido marcaría la
desaparición de la contradicción. Mayoritariamente, el elemento antitético es el que
destruye a la tesis, y ésta es lo que tiende a desaparecer.
Esta ley afirma que una vez se acumula una determinada cantidad de una misma
realidad, se genera un cambio cualitativo que crea una nueva realidad, realidad
enfocada a un nivel de realidad superior.
Esta ley afirma que una vez llegada a un nivel cualitativo superior, la materia aún
conserva particularidades de estados inferiores. Esta ley se contrapone a la concepción
metafísica de la realidad, que observa el desarrollo como un círculo cerrado en el que
nada nuevo es producido.
El modo de producción se subdivide en dos ramales, que son las fuerzas productivas y
las relaciones de producción. Las fuerzas productivas son los instrumentos motrices
que permiten que la producción salga adelante, y las relaciones de producción son las
relaciones sociales que los productores establecen entre sí para llevar el proceso
productivo hacia delante. Dentro de las fuerzas productivas se hallan la fuerza de
trabajo, que se distingue por integrar los medios humanos —físicos e intelectuales—
puestos al servicio de la producción de bienes; los medios de producción, que son el
conjunto de herramientas destinadas a la producción, y la organización del trabajo,
que es la manera en la que los productores distribuyen las tareas relativas a éste. Las
relaciones de producción también se subdividen en diferentes campos, como la
organización del trabajo; las relaciones de propiedad que indican la distribución de los
medios de producción, y las relaciones de distribución, que materializan el modo en
que el excedente de lo producido es repartido.
Así como la naturaleza cambia sus formas y no se estanca en tal o cual estado, la
producción también se desarrolla afectando de lleno al orden social, a las ideas, a las
instituciones, y a todo el ámbito humano. Es por ello que la ciencia histórica, el
materialismo histórico, no debe centrarse en lo que hizo tal o cual rey, príncipe o
sátrapa en tal o cual lugar o período; debe centrarse en la historia de los productores;
las relaciones en la producción de los bienes materiales, y en la historia de los
trabajadores y sus respectivos pueblos. De ahí se desprende la importancia de
comprender el estudio de la historia desde el materialismo histórico, siendo éste
nuestra mejor herramienta para el estudio del universo y sus contradicciones.