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Pero ¿cómo hemos llegado los argentinos a este dilema y a esta in-
definición? ¿o es que nacimos así como nación?
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exterior. sonorosa y brillante de las guerras -a la cual se refería- hay
también una gloria interior. sin brillo y sin ruido. de las luchas morales.
y. por olvidarlo, haber creído que el advenimiento del sentido del prove-
cho. de la utilidad y del bienestar suponía obligadamente el fin del espí-
ritu de gloria. de grandeza y heroísmo.
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El drama argentino es haber dejado que en nuestra balanza de va-
lores, el platillo de la grandeza, del heroísmo y de la gloria haya llegado
a pesar menos que el de la utilidad y el bienestar. Nuestra profunda cri-
sis moral de hoy se debe a que el sentido de gloria que con la cruz -tam-
bién con la espada- trajeron los primeros colonizadores europeos, ha
perdido terreno frente al sentido pragmático que con el arado difundieron
los pobladores posteriores. Llegamos así a ser granero del mundo, pero
dejamos de ser libertadores de pueblos.
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"Lo que más precisa el hombre ...
es la memoria del burro,
que nunca olvida ande come ...
el cerdo vive tan gordo
y se come hasta los hijos!".
Urgido por la necesidad de reunir fondos con que pagar los ingen-
tes gastos del Ejército que preparaba para trasponer los Andes viaja a
San Juan. y en la sala capitular del convento de los frailes dominicos
-con el apoyo de fray Justo- recibe en sencillo pero emocionante
acto la donación que las damas sanjuaninas le hacen de sus joyas.
Hacia el fin. se le acerca con paso vacilante pero con voluntad de-
cidida una viejecita vestida pobremente. y le entrega una pequeña mo-
neda de medio real. Es todo lo que da. porque es todo lo que tiene. El
general, conmovido. le estrecha sentidamente las rugosas manos. y dice:
Dondequiera se evoque esta gesta, será recordado vuestro nombre. Jo-
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sefa Rodríguez.
Al cabo de dos años de intensos trabajos todo estaba listo para tras-
poner la cordillera más alta del globo, y San Martín quiso poner a los
preparativos un toque final digno de la magna empresa. Vistió de gala
a su ejército, salió del campo del Plumerilla y entró en la ciudad de Men-
daza con pompa y esplendor. Entonces, rodeado el pueblo, proclamó a
la Virgen del Carmen Patrona del Ejército de los Andes. Luego todos sus
soldados juraros defender su bandera hasta morir.
Por la tarde de aquel mismo día hubo una fiesta de toros en la plaza,
a la que San Martín asistió con su esposa. En una de las corridas, un ofi-
cial joven de impresionante fuerza volteó un toro en la arena, lo capó a
cuchillo y corrió a ofrecerle la achura a doña Remedios, como una hidal-
ga ofrenda de caballero. La joven esposa de San Martín -que a la sazón
contaba escasos veinte años- quedó perpleja ante el gesto del oficial,
sin saber qué hacer. Pero el general, que estaba a su lado, le dijo que la
aceptara...
y así fue como los Andes vieron asombrados trepar por sus riscos
y atravesar sus nieves a aquel ejército de locos de la libertad, comanda-
dos por la voluntad de un hombre más fuerte que sus rocas, que enfer-
mo venció sus asperezas y postrado doblegó sus cumbres, todos apoya-
dos desde la distancia por el bizarro pudor de mujeres que habían sabido
dar lo más precioso que tenían, sus hombres.
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La cuesta de Chacabuco los vio bajar incontenibles como torrentes
en primavera y arrollar al enemigo, estupefacto ante la audacia increíble
de su empresa. Santiago cayó, y el estandarte de la libertad flameó en
sus calles desquiciadas de alegría.
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tarde la suerte estaba echada en los campos de Maipú. Entrando en un
molino de la vecindad donde en ese momento un cirujano amputaba una
pierna a un oficial patriota, San Martín toma del suelo un papel man-
chado en sangre de libres, y escribe en él su lacónico parte de guerra
anunciando la victoria a O"Higgins que. herido seriamente en un brazo
en la noche aciaga de Cancha Rayada, ha quedado en Santiago para de-
fender la capital en eso de que la suerte sea adversa a las armas de la
libertad.
En ésto llega el general Las Heras con Ordóñez, el vencido jefe es-
pañol que había asumido valerosamente el mando de las tropas rea-
listas al huir Osario hacia la costa, donde lo esperaba un navío para
ponerlo vergonzosamente a salvo.
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Cuando aquella maleta llegó a sus manos San Martín pudo haberla
abierto al momento para conocer los nombres de quienes en Santiago
le daban voz de amigo y lo traicionaban; pero el gran capitán dejó aque-
lla maleta cerrada en un arcón, y sólo siete días después de la batalla
se fue una tarde con el fiel O"Brien a un rancho en las afueras de San-
tiago, allí mandó encender un fuego, y solo, sin más testigo que la in-
mensidad del cielo, abrió aquella valija y, lentamente, fue leyendo y
arrojando al fuego una a una todas aquellas cartas... y el viento se
llevó en el humo los nombres de aquellos que tuvieron, así, en sus pro-
pias conciencias, el castigo más doloroso: el perdón de un gran hombre.
En estos episodios que llevan el sello de Maipú, el capitán de los
Andes encarna la diferencia que hay entre un hombre superior y los
hombres inferiores. Propias del mediocre son la debilidad y la cobardía
en la adversidad, el envanecimiento y la mezquindad en el triunfo, y la
saña con los vencidos. El hombre superior, en cambio, es fuerte en la
adversidad, sencillo y generoso en la victoria, y clemente hasta el per-
dón y el olvido de quienes lo traicionan.
Oropeles y austeridad
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ciudad que prepara su entrada con arcos y adornos para el héroe de Maipú.
Es, pues, de absoluta necesidad que usted mida sus jornadas a fin de
entrar de día y que me avise usted a tiempo para que salga a recibirlo
el Estado Mayor en Flores, donde hay ya emplazada una división de
artillería. Por último, mi amigo, hay ciertos sacrificios que es necesario
sufrir en favor de la sociedad en que se vive y del puesto que se ocupa.
Sin duda Pueyrredón tenía razón, pero más razón tenía San Martín;
porque la grandeza de los pueblos no se hace con vítores sino con vic-
torias y, sobre todo en los momentos de crisis, la suprema victoria que
los pueblos necesitan es la de cada nombre sobre sí mismo.
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Hay algo de sagrado en esta afirmación de la vocación de grandeza
generosa y ecuménica con que se presentó a la faz del mundo la na-
ción de los argentinos. En la intuición luminosa del gran capitán, la na-
ción argentina ha nacido con una misión sagrada que comprende, en un
solo abrazo, los tres valores supremos de la convivencia humana: la
solidaridad, la libertad y la justicia, pilares de la paz.
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y a Monseñor Las Heras, arzobispo de Lima, le escribía en diciembre
de 1820: -Usted ve cuál ha sido hasta aquí el progreso de mis armas
y la poca fortuna que ha tenido el virrey así por mar como por tierra ...
por eso yo quisiera a toda costa que se tomase una decisión que pusiese
término a las desgracias públicas y precaviese el desorden que las vici-
situdes de la guerra causan familiarizando a los pueblos con la venganza
y la ferocidad. -Yo no soy sino un instrumento del destino -agrega-
y para cumplirlo de un modo digno quisiera poder evitar toda efusión de
sangre. Y concluye con esta observación, tan sensible como aguda: -
En una guerra en que la opinión vale más que la fuerza, las armas sólo
pueden aumentar las desgracias.
y por eso nada más lejos de su corazón que el ejercicio de las ar-
mas como instrumento de ambición o el campo de batalla como palestra
deportiva: -Prefiero la gloria de la paz a los honores de la guerra -le
dice al general Canterac, a fines de 1821, instándolo a la conclusión de
la guerra.
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Finalmente forzó la rendición de los bravos que a las órdenes del
general La Mar defendían la fortaleza del Callao con una estrategia maes-
tra: la guerra sin sangre, sin muertes, sin sables ni fusiles, la guerra
moral que culminó con la incorporación entusiasta del propio La Mar a
la causa de América, vencido en su corazón por aquel hombre que ver-
daderamente era "un instrumento de la justicia", y cuya causa era "la
causa del género humano".
El héroe y el apóstol
Sacrificio y silencio
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convencido de que Ud. no ha creído sincero mi ofrecimiento de servir
bajo sus órdenes, o de que mi persona le es embarazosa. Mi partido (por
consiguiente) está tomado irrevocablemente: para el 20 del mes entran-
te he convocado el primer Congreso del Perú, y al día siguiente de su
instalación me embarcaré para Chile, convencido de que mi presencia es
el único obstáculo que le impide a Ud. venir al Perú con el ejército de su
mando.
Con estos sentimientos, y con los de desearle sea Ud. quien tenga
la gloria de terminar la guerra de la independencia de la América del
Sud, se repite su afectísimo servidor,
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muchos motivos no puedo ya quedarme .:.. Pero voy a decírselo: uno de
esos motivos es la inexcusable necesidad a que me han estrechado, si
he de sostener el honor y la disciplina del ejército, de fusilar algunos je-
fes ... y me falta valor para hacerlo con compañeros de armas que me
han seguido en los días prósperos y en los adversos ...
Réplica a un pícaro
Fue por aquel tiempo que el general recibió desde el Perú una carta
de Riva Agüero -mezcla de aventurero y patriota- que lo llamaba para
que se pusiera al frente del ejército revolucionario levantado contra el
Congreso Nacional que el propio San Martín había dejado constituído.
Indignado de que alguien pudiera creer que podía sublevarse contra auto-
ridades legítimas y manchar su sable con sangre de hermanos. contestó:
-Al ponerme usted semejante comunicación sin duda olvidó que escri-
bía a un general que lleva el título de Fundador de la Libertad del país
que Ud., sí, sólo Usted, ha sumido en la desgracia. Ciertamente al partir
de ese amado país yo ofrecí mis servicios para el caso de que alguna
vez el Perú los necesitara para salvar su libertad ¿pero cómo pudo Ud.
creer que el general San Martín podría ofrecer sus servicios a su des-
preciable persona y para emplear mi sable en una guerra civil? ¿no sabe
Ud. que jamás se ha teñido en sangre americana? ¿y cómo espera Ud.
que haya un solo oficial capaz de luchar contra su patria. y más que todo
a las órdenes de un canalla como Ud.? Y basta -corta y concluye sin
saludo- que un pícaro como Ud. no debe llamar por más tiempo la aten-
ción de un hombre honrado.
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"En busca de mi hija"
[Oué lección la de este hombre singular que una vez más vence las
tentaciones del poder y de la gloria, y aún del legítimo desquite, para
entregarse a la tarea oscura y silenciosa de la educación de su hija, una
niña de apenas siete años! - Sin duda era conciente de que la paterni-
dad es la más alta función humana y la única que no admite sustitutos.
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buena voluntad, un sincero deseo de hacer las cosas bien y la lealtad
más pura fuesen bastantes para el desempeño de tan honrosa misión, yo
podría ofrecerlos para servir a la república; pero su Excelencia sabe me-
jor que yo -concluye su respuesta a Rosas- que estos buenos deseos
no son suficientes.
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El último servicio:
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Así, desde el lecho de su última enfermedad, con sus mimos inca-
paces ya de manejar no sólo el sable sino aún la pluma, José de San
Martín, por la sola fuerza de su espíritu, era una vez más el libertador
de su patria.
Mensajeros de grandeza
Pocos meses después, José de San Martín moría, para dejar a sus
compatriotas, más allá de sus hazañas militares y de sus conquistas
políticas, una herencia espiritual que es a la vez una vocación, un man-
dato y un desafío; el desafío, la vocación y el mandato de ser, antes
que una potencia bélica, económica o política, un mensaje viviente de
elevados ideales y un evangelio vivo de grandeza moral, para gloria de
la Argentina, consuelo de América y esperanza del mundo.
Todos los argentinos, y cada uno, estamos hoy ante esta alterna-
tiva, y cada uno y todos debemos elegir.
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