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Si bien el Holocausto sacudió la conciencia de Occidente, no tuvo fuerza para alterar o corregir
los seculares esquemas identitarios que mantienen los diversos países europeos sobre Uno Mismo
y el Otro, pacientemente labrados en el curso de una historia compartida2
Una sociedad, efectivamente, no crea repentinamente los elementos de su organización, aino que en
buena medida los hereda del pasado. De ahí, como señala J. Varela, “la necesidad de tratar los
hechos sociales como hechos históricos”3. Históricos no como inmutables, sino como situados.
El pensamiento poscolonial, incidiendo sobre esta construcción social del discurso, permite poner
de manifiesto los vasos comunicantes que esta narrativa humanitaria mantiene con la tradicional
cultura política occidental, conocida como el discurso civilizador. Unión discursiva y simbólica de
1
Se trata de una primera aproximación al tema realizada durante el periodo de prácticas en el IECAH.
2
STALLAERT, Christiane (2006), Ni una gota de sangre impura. La España inquisitorial y la Alemania nazi cara a
cara. Barcelona, Círculo de lectores, p. 416.
3
VARELA, Julia. (1997), El nacimiento de la mujer burguesa: el cambiante desequilibrio de poder entre los sexos,
Madrid, La Piqueta, p.22.
la filosofía política que recorre los procesos de la Mundialización y de la Modernidad, expresión sin
igual de la ambigüedad de la Modernidad, que obtiene su coherencia discursiva en la tradicional
forma de la cultura política que identificara una comunidad política legítima y un Otro
antropológico. La ambigüedad, pues, de una Modernidad de contenido positivo, como
emancipación racional, pero con un contenido tradicionalmente secundario y negativo, como la
justificación de una praxis de violencia en pos de la civilización. La dominación como un acto
saludable, inevitable y necesario.
Sería conveniente tener presente, al acercarse a esta cuestión, que el mapa institucional de la vida
internacional es frecuentemente criticado por no haberse transformado significativamente después
de la descolonización. También es recomendable tener presente la ductilidad del discurso occidental
securitizador para ser implementado en diferentes escenarios que implican al Otro. De este modo
nos aproximarnos a la inmanencia de las cosmovisiones, de las categorías establecidas por
Occidente en su trato con el Otro antropológico en las relaciones internacionales y de cuya fijeza en
la cultura política occidental somos aún testigos a día de hoy. Esta cosmovisión supone, entre otras,
la conceptualización del Otro como objeto y no como sujeto, construcción socio-histórica versátil
que es paraguas legitimador de la propia acción ejercida sobre el Otro, paradigma del discurso
civilizador.
Supone también entender, o al menos narrativizar, los conflictos y los desastres, como neutrales y
endógenos, y no en relación a más variables y/o actores del escenario internacional. Se legitima
discursivamente, por tanto, una comprehensión de los conflictos descontextualizados del ámbito
internacional, y finalmente, por la misma cualidad endógena, se legitima la tutorización del Otro.
Como ocurre también en otros ámbitos de lo social, las consecuencias no queridas del impulso
democratizador han conducido en ocasiones, en el ámbito de la política exterior, no a una
erradicación de las prácticas puestas en cuestión sino a que éstas se volvieran más sutiles, menos
explícitas, y más secretas si cabe, en el sentido de Tocqueville 4. En este sentido van muchas de las
críticas que recibe la acción humanitaria, y también uno de sus peligros más visibles.
4
“La política exterior no exige el uso de casi ninguna de las cualidades que son propias de la democracia, y exige por el
contrario, del desarrollo de casi todas las que le faltan” TOCQUEVILLE, A., (2007) La Democracia en América, Akal.