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Pontificia Universidad Católica de Chile


Facultad de Letras
Departamento de Literatura
Literatura y fútbol
Profesor: Francisco Mouat
18 de octubre del 2013

El futbol a sol y sombra: la explicitación del Homo ludens de Huizinga en la


obra de Galeano
Romina Bustos G

El libro El fútbol a sol y a sombra (1995) del uruguayo Eduardo Galeano, realiza una
profunda revisión acerca de la realidad del fútbol, tanto desde una perspectiva sociológica como
desde una perspectiva histórica. Cada uno de los relatos está narrado desde un punto de vista
particular, el de un seguidor entusiasta del fútbol que desde un principio declara escribir desde su
vivencia: se reconoce como un fanático del fútbol como cualquier uruguayo, pero advierte que
no se dedica a ello por su absoluta falta de talento y sus códigos sociales en relación a los
adversarios: “cuando los rivales hacían una linda jugada, yo iba y los felicitaba lo cual es un
pecado imperdonable para las reglas del fútbol moderno” (Galeano 5). A pesar de esto, se percibe
que el futbol comprende una parte importante de su vida, hasta el punto de desear escribir con
“el coraje de Obdulio, la gracia de Garrincha, la belleza de Pelé y la penetración de Maradona”
(Galeano 63). Esta declaración nos sugiere que la pasión por este deporte se encuentra al mismo
nivel que la escritura, o más aún, que el fútbol a sus ojos también se considera un arte.
Galeano hace que el lector comprenda la trascendencia del fútbol, primero, bajo su
perspectiva, desde su propia experiencia y profesión. Sin embargo, con el avance del relato el
lector concluye que el fenómeno del fútbol tiene una extensión profundamente social. Esta
conciencia se puede advertir tanto en la revisión histórica de ciertos sucesos asociados al fútbol
como en el repaso analítico de sus características intrínsecas. Por ello, se ha considerado
fundamental examinar las anécdotas presentadas desde una perspectiva sociocultural. Para esto
se utilizará el primer capítulo del Homo ludens de Johan Huizinga, llamado “Esencia y
significación del juego como fenómeno cultural”, que explica los rasgos del juego desde una
mirada teórica. Al ser narrados de manera cronológica, los breves relatos de Galeano permitirán
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analizar el fútbol desde su etapa primigenia hasta la etapa actual, a la vez que se da cuenta de su
evolución como una parte fundamental en la historia de los deportes.
En las primeras páginas del libro, Galeano explica que el fútbol es:
esa locura que hace que el hombre sea niño por un rato, jugando como
juega el niño con el globo y como juega el gato con el ovillo de lana:
bailarín que danza con una pelota leve como el globo que se va al aire y
el ovillo que rueda, jugando sin saber que juega, sin motivo y sin reloj y
sin juez (Galeano 6).

Esto habla de la capacidad del juego para devolver a los hombres adultos su niñez, pero también
recuerda la motivación inicial que tienen los individuos al jugar en la infancia, que no tiene un
objetivo más que el de divertirse. Esto se opone de manera directa a la profesionalización del
fútbol que, en cierta medida, viene a terminar con la belleza y la alegría del «jugar porque sí»
(7).
Según Huizinga, la primera característica del juego es, precisamente, ser una actividad
libre (20), que se realiza por mera satisfacción y que no se asocia a ningún concepto de deber o
de tarea. Esto significa que el juego para el hombre adulto es “una función que puede abandonar
en cualquier momento […], [ya que] no se realiza en virtud de ninguna necesidad física y mucho
menos de un deber moral” (20). Sin embargo, el autor hace énfasis en que esto puede anularse
cuando el juego adquiere una función cultural (20), lo que permitiría explicar por qué las reglas
que rigen al juego en la infancia no serán las mismas que rijan al juego en la adultez, y por qué
en la ejecución del fútbol como deporte profesional el postulado de Huizinga no sería aplicable.
Galeano relata un episodio que puede explicar bien este supuesto: cuando Maradona en
su infancia jugaba en el Argentina Juniors, El Veneno, uno de sus compañeros de equipo,
declaraba: “–Nosotros jugamos por divertirnos. Nunca vamos a jugar por plata. Cuando entra la
plata, todos se matan por ser estrellas, y entonces vienen la envidia y el egoísmo” (Galeano 51).
Más allá de la crítica al hecho de considerar los clubes como un negocio, aquí se explicita de qué
manera la niñez permite cierta libertad en relación al juego, porque no tiene relación directa con
la necesidad sino que está ligada al instinto. Por eso Maradona era considerado como uno de los
grandes, porque “en el frígido fútbol de fin de siglo, que exige ganar y prohíbe gozar, este
hombre es uno de los pocos que demuestra que la fantasía puede también ser eficaz” (Galeano
60).
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Del mismo modo, el hincha también se conecta con su instinto y se vuelve niño al
presenciar el futbol. Al encontrarse con lo más primigenio de sí, el sujeto siente que alcanza una
existencia más verdadera, porque se encuentra con una libertad que la adultez le ha arrebatado:
“entonces la multitud volvió a existir, y saltó como un niño loco de alegría, iluminando la noche”
(49). La ausencia de libertad, como lo dice Huizinga, no permite que el juego se desarrolle
enfocado en su disfrute, sino que se rige, como otros ámbitos de la adultez, por otras jerarquías,
llegando a impregnarse incluso de sus corrupciones. Aquí se advierte que incluso lo que se erige
en el ámbito recreativo, sirve de proyección para las ambiciones humanas que transforman todo
en negocio:
¿Por qué no rigen en el fútbol las normas universales del derecho laboral? Si
es normal que cualquier artista conozca las utilidades del show que ofrece,
¿por qué los jugadores no pueden conocer las cuentas secretas de la
opulenta multinacional del fútbol? (59)

La segunda característica que define Huizinga, tiene relación con entender el juego como
un intermezzo, en el sentido de que no se asocia al cauce natural de la vida corriente sino que es
más bien una esfera temporal que posee una tendencia propia, “una actividad que transcurre
dentro de sí misma y se practica en razón de la satisfacción que produce su misma práctica” (21).
En otras palabras, el juego se desarrolla dentro de determinados límites de tiempo y de espacio
que permiten salirse de la cotidianidad en la creación de un espacio nuevo que posee sus propios
ajustes y reglas. Esto se advierte en la obra de Galeano en el repaso que realiza en cuanto a los
cambios que ha sufrido el fútbol en relación a los hechos históricos acontecidos entre cada
mundial: mientras se incorpora la tarjeta amarilla y la tarjeta roja en el mundial de México en
1970, Allende inicia su campaña hacia la presidencia en Chile, un terremoto azota Perú, un
ciclón arrasa con Pakistán, se desintegraban los Beatles y moría Jimi Hendrix y Janis Joplin,
(50), entre otras cosas. La consideración del fútbol como un espacio ajeno, que tiene su
funcionamiento de forma paralela a la historia oficial de las naciones, queda de manifiesto en la
ejecución del Mundial de México en el año 86, cuando aún buena parte de la ciudad se
encontraba en ruinas, por el terremoto sucedido un año antes en el Pacífico.
La tercera característica descrita por Huizinga tiene relación con la capacidad de repetición del
juego, que permite que ese espacio nuevo que el fútbol ha creado se extienda más allá de sus
límites y alcance una relevancia cultural. El autor especifica que, cuando el juego se convierte en
acompañamiento, complemento y parte de la vida misma en general, a la vez que se vuelve
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imprescindible para la persona y para la comunidad, el juego se vuelve cultural y comienza a


pertenecer a la esfera de lo sagrado, transmitiéndose por tradición y sirviendo al bienestar del
grupo (Huizinga 22-23). La capacidad del fútbol para trascender, puede apreciarse en el refuerzo
de los vínculos interpersonales establecidos entre la familia y los amigos. Sin embargo, en la
obra de Galeano no es esto lo que tiene mayor relevancia sino que es su vinculación con lo
sagrado lo que adquiere mayor protagonismo. La figura del futbolista ídolo se despliega aquí con
mayor protagonismo: “un buen día la diosa del viento besa el pie del hombre, el maltratado, el
despreciado pie, y de ese beso nace el ídolo del fútbol. Nace en cuna de paja y choza de lata y
viene al mundo abrazado a una pelota (Galeano 22). La imagen más representativa que se ha
desplegado en la historia del fútbol es, por supuesto, Maradona:
En las calles se vendían imágenes de la divinidad de pantalón corto,
iluminada por la corona de la Virgen o envuelta en el manto sagrado del
santo que sangra cada seis meses, y también se vendían ataúdes de los
clubes del norte de Italia y botellitas con lágrimas de Silvio Berlusconi.
Los niños y los perros lucían pelucas de Maradona (Galeano 57-58).

Esto revela la capacidad del fútbol de ser considerado por las personas como una actividad
divina, tanto por su amplitud como evento social como por la condensación de dos de las
cualidades más nobles que causan una fascinación inevitable en el ser humano: el ritmo y la
armonía (Huizinga 24). En este sentido, “el juego crea orden, es orden, y lleva al mundo
imperfecto y a la vida confusa, a una perfección provisional y limitada” (Huizinga 26) al mismo
nivel en que lo podría hacer dios.
Galeano asegura que el este ritmo, armonía y belleza de este deporte, podría ser
considerado al mismo nivel del arte, lo que permite exaltarlo como una labor única que merece
devoción: “[e]n mi país, el fútbol es la única religión sin ateos; y me consta que también la
profesan, en secreto, a escondidas, cuando nadie los ve, los raros uruguayos que públicamente
desprecian al fútbol o lo acusan de todo” (64).
De la misma forma en que Maradona fue exaltado como una divinidad, existen otras
figuras tales como el árbitro o el mismo hincha que despiertan en el hombre la sensación de
acercamiento con lo divino. En el caso del árbitro, Galeano lo describe con las cualidades de una
deidad: “silbato en boca, sopla los vientos de la fatalidad del destino y otorga o anula los goles.
Tarjeta en mano, alza los colores de la condenación: el amarillo, que castiga al pecador y lo
obliga al arrepentimiento, y el rojo, que lo arroja al exilio” (Galeano 15). En este sentido, al
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mismo modo que un dios, el réferi tendría el control de todos los sucesos que ocurren en el
juego.
En el caso del hincha, la sensación de acercarse a lo divino se da precisamente en relación
a la cualidad del juego de ser una realidad paralela:
[u]na vez por semana, el hincha huye de su casa y asiste al estadio […] en
este espacio sagrado, la única religión que no tiene ateos exhibe a sus
divinidades. Aunque el hincha puede contemplar el milagro, más
cómodamente en la pantalla de la tele, prefiere emprender la peregrinación
hacia este lugar donde puede ver en carne y hueso a sus ángeles,
batiéndose a duelo con los demonios de turno […]. Mientras dura la misa
pagana, el hincha es muchos. Con miles de devotos comparte la certeza de
que somos los mejores, todos los árbitros están vendidos y todos los
rivales son tramposos (Galeano 19-20).

De esta forma, el fútbol como actividad social adquiere una calidad sagrada que solo
existe en ese espacio-otro del juego. Luego el hincha se va y el estadio queda solo. La vuelta al
cauce natural de la vida, devuelve a ese yo su individualidad. Luego de haber sido un nosotros,
“el hincha se aleja, se dispersa, se pierde” (Galeano 19), volviendo al orden establecido por la
vida fuera de lo lúdico.
La última característica descrita por Huizinga, tiene que ver con la tensión que se da en
ese tiempo-espacio propio del juego. Esta tensión
quiere decir incertidumbre, azar, tendencia hacia una resolución. En esta
tensión se ponen a prueba las facultades del jugador: su fuerza corporal,
sus resistencia, su inventiva, su arrojo, su aguante y también sus fuerzas
espirituales, porque, en medio de su ardor para ganar el juego, tiene que
mantenerse dentro de las reglas, de los límites de lo permitido en él
(Huizinga 25).

Por esta razón, se justifica lo que explica Galeano acerca de que el gol: “es el orgasmo del
fútbol” (22). El gol desata la tensión que se dan dentro de los noventa minutos de partido y
parece ser que ningún otro deporte logra llevar hasta este extremo esta inseguridad acerca de la
resolución del partido.
En conclusión, los relatos de Galeano pueden ser analizados a la luz de la obra de Johan
Huizinga, porque su clasificación se vislumbra desde los rasgos primigenios del juego, es decir,
desde su estado más puro. Esto resulta útil porque permite ver el fútbol y la fascinación que
produce entre los individuos, como una cualidad intrínseca al ser humano, que evoluciona a
través del tiempo. Además, también sirve para comprender el juego desde el ámbito
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sociocultural, ya que en nuestra conciencia el juego se opone a lo serio, “[p]ero mirada más al
por menor, esta oposición no se presenta ni unívoca ni fija” (Huizinga 17). Según J. Huizinga, las
características propias del juego lo separan de las esferas de las grandes antítesis categóricas,
tales como: sensatez/ necedad, verdad/ falsedad, bondad/ maldad. En este sentido, se encuentra
apartado de todas las demás formas de expresión de la vida social y espiritual de los individuos
(19), pero igualmente se dimensiona como una parte fundamental de la cultura y del ser Hombre.
Por último, la crítica de Galeano hacia el fútbol como espectáculo de consumo, como
forma de manipulación política por parte de los gobernadores (y dictadores), y el desprecio que
sienten hacia él los intelectuales de izquierda, podrían ser útiles para nuevas investigaciones que
podrían abordarse desde bases teóricas políticas, económicas e históricas.

Bibliografía
Galeano, Eduardo. El fútbol a sol y sombra. Buenos Aires: Siglo XXI, 1995.
Huizinga, Johan. “Esencia y significación del juego como fenómeno cultural” en Homo ludens.
Barcelona: Alianza, 2007.

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