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I-Mirador

El sol se volvía abrazador a las cuatro de la tarde, una brisa suave revolvía los
cabellos de Emilce Parodi y Giselle Molas, ambas amigas, como era de costumbre, salían a
correr al Jumeal todos los Martes y Jueves, no era exactamente una rutina rigurosa, más
bien, hacían tiempo hasta que pudieran entrar a clases, llevaban mucho desodorante, una
toalla y brillo labial. Ambas jóvenes de 19 y 20 años respectivamente cursaban el tercer año
de Geología, de todos los especímenes raros del género femenino que se inclinaron por las
ciencias duras, éstas sobresalían ante todo por su belleza y forma afable de conversar,
pareciera que el tiempo les era indiferente, tan disciplinadas que ni siquiera necesitaban el
tiempo, tan metódicas y predecibles como una hormiga, calmas y aburridas como un
caracol dirían sus colegas. Se entendían y se llevaban bien, una frase célebre de Molas,
“eliminemos toda contradicción”, de Parodi “disfrutemos de la vida y ayudemos a vivir”,
por supuesto no eran frases de ellas, más bien de los escasos libros que leyeron en
Epistemología de los cuales sacaron alguna premisa moral sencilla que se ajustaba al
temperamento que ambas disponían.

- ¿Te enteraste que se suicidó Samuel Gabaner? –preguntó Emilce mientras mermaba el
paso y brillaba su frente por la transpiración, acto seguido miró a Emilce a los ojos, como
esperando una reacción, entonces se tomo una de sus piernas contra su glúteo y se dispuso a
estirarla mientras mantenía el equilibrio en la vereda.

-Sí, me enteré hoy por los diarios, no hay muchas explicaciones acerca de que lo indujo a
Gabaner a que tome esa decisión, pero siempre me pareció indiferente en la escuela, sin
embargo después los veíamos actuando como payaso para los chicos, haciendo teatro,
entonces me pongo a pensar ¿Por qué nunca nos mostró más de él?- respondió Giselle,
mientras hacía lo mismo que su compañera pero buscó apoyo en el hombro de Emilce.

Mientras las dos mujeres se miraban y estiraban sus piernas, sintieron de nuevo la
brisa mucho más refrescante con la transpiración que tenían sus cuerpos, Emilce sin
embargo solo tenía unas gotas y brillaba húmedo su cabello cercano a sus orejas, Giselle
siempre se preguntaba como su amiga que corría mucho más que ella, podía transpirar tan
poco, sobre todo siendo la típica muchacha con cierta tendencia a engordar sus caderas,
pero que se mantenía con un régimen estricto de comidas y pilates.

-No sé, me imagino su pobre madre… Doña Baigorri, yo sé que ella era muy dedicada, mi
tía vivía a tres casas de los Gabaner, y siempre habla maravillas de ellos, lo cual es extraño,
porque normalmente mi tía es una vieja insoportable y solterona que se lleva mal con todo
sus vecinos-dijo Emilce quién luego suspiró y se agarro su otra pierna para realizar el
mismo ejercicio pero esta vez también agarro el hombro de Gisselle buscando apoyo.
-¡Cállate estúpida! La única imbancable en tu familia siempre sos vos-, bromeó Gisselle
quién luego se rió. -¿Te acuerdas esa vez que conociste a Martín López con quién vos
bailaste y luego le pegaste una cachetada porque se te sobrepasó y resultó ser tu primo?

-Convengamos que estaba pasado de copas y yo no sabía que era mi primo, desde que mi
abuela se peleó con los López, sabíamos poco de ellos- mientras Emilce se explicaba, le
salía una sonrisa como reconociéndose a sí misma al mismo tiempo que rememoraba con
picardía como una niña que hubiera robado los bombones almendrados de la abuela.

Habían corrido toda la avenida Ilia hasta llegar al circuito del Jumeal, correrían de
forma rápida hasta la estatua de la Libertad como le dicen muchos, o como le dicen las
autoridades provinciales para hacerlo sonar más folclórico “La Pachamama”, curiosa cosa
el cómo algunos nombres se imponen para sonar más autentico, mas propio, pero a la final
resulta ser tan artificial al común de la gente, que terminan destruyendo monumentos que
algún iluminado de la municipalidad se le ocurrió siendo la culpa de los demás.

Más a nuestras amigas no les importaba eso, amaban sus clases de mineralogía y
tenían el habito de ir reconociendo piedras a medida que iban corriendo, hasta habían
creado un juego cuando tuvieron que rendir mineralogía general, que consistía en hacer
puntos debido a la infrecuencia de las piedras, así un mármol que obviamente no se da en
este Valle, valía diez, un basalto dos, una granítica con cuarzo tres, piedras con mica uno,
calcita cinco, etc., mientras iban corriendo, sumaban mentalmente las piedras que
encontraban. Son chicas muy profundas, no había duda de eso, para uno que está habituado
a las piedras es algo que pasa totalmente desapercibido, aunque ellas tenían las llaves a un
mundo que eran tan evidente para muchos y por lo tanto igual de poco interesante.

-¿Estudiaste para petrología? Mira que la vieja es de preguntar y preguntar- consultó


Giselle largando un suspiro al ver el mirador y la sombras de los arboles que se alargaban a
esas horas con la posición del sol, entonces observó un pájaro que estaba caminando en el
barandal, ambos se miraron, mientras ella caminaba más lento y por ende mermaba sus
pasos su amiga, así se estableció una conexión de tan solo unos minutos y el pájaro voló
perdiéndose en el paisaje retrata a la ciudad. A lo que Emilce preguntó:

-¿Qué ocurre?

-Nada pensaba, en que podré decir en clases, no entiendo como pude olvidarme de anotar,
para colmo había que repasar cuatro unidades e iba pasar una presentación explicando los
puntos que halló más complicados en las monografías que entregamos, encima se viene el
tercer parcial la semana que viene y tengo que recuperar el primer parcial si deseo no ir al
final.
-Pero tómatelo como de quién viene, te aseguro que le preguntara a los muchachos y
saldremos indemnes, encima te felicito porque en el segundo parcial sacaste nueve
cincuenta.

-Lo sé, pero creo que me estoy dejando estar últimamente, no sé si porque es la época del
año que a todos los tiene como locos, o porque me ha ganado la flojera a pasos
agigantados-, dijo Giselle en tono apesadumbrado mientras se aproximaban a uno de los
bancos del mirador que daba de frente con la vista panorámica de la ciudad, no había nadie,
más que las dos amigas y sus pequeñas contingencias académicas, se preocupaban
demasiado por ser cosas tan pequeñas, no eran obsesivas con sus notas, pero para Giselle
tener un control y prever lo que iba a pasar, era algo esencial.

Las dos amigas se sentaron en el banco del medio bajo uno de los arboles, el
barandal de un color verde oxidado que daba con el precipicio de las pequeñas serranías y
la vista panorámica de la ciudad que ya estaba coronada con toda la luminosidad del sol de
Julio, un sol que era intenso y moribundo. En ese momento Emilce toco la muñeca de
Giselle, y los cabellos de ambas se movieron con la típica brisa fría del invierno, sacaron de
la mochila unas camperas y se observaron la ciudad.

-Curioso ¿no? Se ve siempre todo tan pequeño y ahí abajo tenemos nuestras vidas- dijo
Emilce.

-Así es amiga, cuantas veces habremos venido acá simplemente a observar un poco, a
llevamos la vida de los chanchos, siempre mirando para abajo y los costados sin mirar
arriba.

-Bueno tampoco vivimos tan mal, solo vos que te olvidaste de Petrología- acto seguido
Emilce se largo una carcajada pero tenía como siempre un as bajo la manga-mira traje la
carpeta, por esas casualidades de la vida, te debería poner a repasar e irte de acá, yo me iré
a casa a bañarme.

Emilce le dio un beso en la cara Giselle y se fue bajando por la avenida Ocampo,
obviamente Giselle no volvería a su departamento. Haría tiempo mientras leía los apuntes
de su amiga y compañera, en unos minutos estaría lista para enfrentar al ogro de “petro”.

En tan solo treinta minutos ya recordaba casi todo, al terminar largó un gran suspiro,
para ese momento ya estaba acompañada de unos cuantos perros callejeros, fue al barandal
y miró la ciudad, se observaba todo tan pequeño podía distinguir la catedral y el halo azul
de la bruma que se perdía en la lejanía, de frente se erguía el Ancasti, podía verse en la
cuesta alguno que otro brillo, con seguridad se trata de autos que vienen bajando desde la
cumbre, pensó en voz alta:

-Que pequeños son los problemas desde el Jumeal.


II- El fin del cielo

Cuando mi primo Samuel murió, entendíamos bien que había pasado, y seguimos
jugando como siempre, o como lo hacíamos con él. Papá y mamá hermanos del tío Pablo,
quién era papá de Samuel, nos había dicho muy claro que Sami se había ido al cielo. Mi
hermano y yo nos mirábamos pensé en ese momento:

- Sami murió, no lo veré más.

A pesar de que él tenía diecinueve años y yo apenas siete, nos llevábamos bien,
jugábamos videojuegos, el futbol o juegos de mesa, o simplemente me preguntaba de
cualquier cosa y conversábamos durante horas. Me gustaba estar a su lado, aún recuerdo de
más pequeño como latía su corazón y yo me dormía en su pecho. Como se vestía con unos
pullovers multicolores. Sin embargo se había ido, no lo volvería a ver más, me recordaba a
mi tía Adelaida que se fue a España, desde entonces solo recibíamos llamados y con el
tiempo estos fueron desapareciendo.

Esa misma tarde me fui a jugar, Martín, Soledad y Nuria mis amigos del barrio me
habían venido a buscar, su clásico:

-¿Vas a jugar?- me resultó tan oportuno que despertó en mi todo el instinto de salir afuera y
correr como todos los días. Ellos al igual que yo, sabían cómo celebrar las tardes en medio
de los problemas de los grandes, a larga ellos se arreglaban y nosotros seguíamos jugando.

Nos habíamos dispuesto entonces a ir en nuestras bicicletas a unos montes cercanos,


donde había un arroyo seco pero que con las lluvias del verano solía llenarse. Me gustaba
esa sensación cercana al vuelo que encara el andar en bicicleta y extender los brazos, sentir
el viento recorrer en medio de mis dedos, ninguno de mis amigos sabía cómo hacerlo, a lo
sumo Martín podía andar en bicicleta con una sola mano, las chicas simplemente les
gustaba andar y jugar carreras. Nuestros padres nunca sabían adónde íbamos, pienso que en
parte porque el barrio era muy alejado y no pasaba la gran cosa, mas tenían temor por
bichos o raspaduras que por otra gente mala.

Ahora bien, apenas llegamos al lecho seco del río, juntábamos las piedras blancas
que encontrábamos y hacíamos unas lindas torrecillas, las chicas también cortaban flores y
adornaban su torrecilla, era una pequeña columna de piedras calzadas que empezaba por la
más grande hasta terminar en la más pequeña posible, ellas eran tan buenas haciéndolas que
una vez llegaron a hacerlas de su altura y como nada pasaba en el río seco, aun estaba en
pie, la solíamos ver hasta que un día le tiré una piedra y ese equilibrio tan finamente
conseguido por mis amigas cedió en un instante.

Tanto Nuria como Soledad vivían con sus madres, siendo hijas de padres separados,
Nuria no conocía a su papá, Soledad lo veía usualmente, casi siempre los Viernes y
Sábados a la tarde, o por lo menos eso había sido el acuerdo de su madre, en mi opinión yo
siempre creí que le encajaba Soledad a su papá porque ella salía, jamás dormía en su casa
aunque había veces que quedaba fines de semanas enteros con su mamá, sea como sea
vivían peleando, yo nunca entendía por qué, mi mamá me explicaba porque su mamá quería
vivir del dinero que le pasaba el papá de Soledad, para mi mamá, era una mala mujer, vaga
y codiciosa, que usaba a Soledad como rehén de sus malas intenciones, haciéndola pasar
cosas feas, en el fondo yo siempre veía a mi amiga contenta, gustaba de leer libros de
cuentos, tenía muchos juguetes y actividades, dibujaba castillos y decía que quería ser
arquitecta de una casa hecha con madera y paneles solares, donde los techos funcionarían
como ventanas que dejarían entrar la luz cuando ella quisiese, tenía una explicación muy
interesante del por qué se peleaban sus padres, para ella era muy simple: dinero y si ella
creaba casas ecológicas, su padre tendría una casa muy barata y podría dejar de quejarse
por la electricidad que pagaba con un vecino.

- Tráeme esas dos piedras de ahí, quiero hacer un fuerte- me ordenaba Martín, esa tarde
hicimos el mejor fuerte de todo, incluso le hicimos estandartes con unas hojas un poco
dobladas traspasadas por un palito, constaba de tres torres.

-Eso más que un fuerte, parece una cárcel- me señaló Soledad- específicamente
“Alcatraz”.-

-¿Y que es Alcatraz?- pregunte yo con asombro.

-Una cárcel estadounidense, que se dice era la más segura del mundo, pero actualmente esta
cerrada.

-Yo no sé que le ven ustedes de cárcel o fuerte, para mi parece una montaña de piedras-
dijo Nuria, la más negativa del grupo o quizá la más realista, porque aunque era de pocas
palabras, solía tener frases justas para ese momento, aunque no siempre tan oportunas,
Martín siempre la trataba de aguafiestas, y no era al vicio, pues se encargaba de buscarle al
pelo de la sopa a casi todas las cosas, excepto a la de ella.

-¡Cuándo no vos, tronchando todo!- se enojó Martín.

-Eso no quita el hecho que tendrían que mejorar ese montón de piedras, por empezar
porque no dejan una parte abierta para las puertas, digo si es un fuerte o un alcatraz,
supongo que por algún lado deben querer entrar.

-La arquitecta seré yo- dijo con severidad Soledad, quien de inmediato mejoró
notablemente su aspecto mientras Nuria seguía calzando piedras de todo tipo y esta se
elevaba adornada con flores, parecía una ofrenda al cielo.

Cuando nos aburrimos de “construir”, Martín trajo sacó una honda de un morralito
que había dejado colgada en su bicicleta, entonces empezó a tirarle a unos pajaritos,
Soledad la ecologista del grupo para mi sorpresa no le hacía ningún ruido que hiciera eso,
al contrario le gustaba pensar que tendríamos que volver todos a la caza y las cosas más
naturales.

Nuria se quedo obnubilada en su torrecilla de todos los colores, con las flores, yuyos
y hojas que encontró, seguía calzando más piedras, sacando otras, para hacerla más alta,
parecía que se encontraba en un trance, obsesionada con construir una más grande que la
que Martín destruyó.

-Escuché que tu primo se mató- me dijo Martín al lado de Soledad mientras miraba hacia
arriba en búsqueda de los pajaritos por uno de los montecitos que nos habíamos metido,
cercanos al río seco.

-En realidad se fue al cielo- le respondí yo, mientras miraba como tiraba una piedra muy
redondita hacia arriba- dice mi mamá que ahora estará en paz y con mis abuelos.

-Eso del cielo, me tiene cansado, no creo en el cielo, todo el mundo parece creer en el cielo,
pero una vez pregunte si era este cielo que vemos, y me dijeron que no, que es como otro
mundo que solo muriendo se puede entrar en él.

-Aparte todos dicen que es hermoso, pero yo no veo nadie que se apure por entrar en él-
dijo Soledad mientras le señalaba en voz baja uno de los pajaritos.

-Bueno, Samuel se mató- repliqué confundido.

-Es que tu primo era raro… ¡ahí está!- me respondió y gritó Martín mientras caía su primer
pajarito, un siete colores, de esos que no se ven muy seguido, cayó seco al piso y le salía un
poco de sangre en una de sus alas.

-Esta buenísimo- se admiro Soledad de la presa a la que ayudó a cazar. -Y bueno capaz que
era el único que quería ir al cielo- prosiguió.

-Yo creo que él no creía en el cielo ni en esas cosas tal vez por eso se mató- reflexioné
mientras miraba ese hermoso siete colores en las manos de Martín.

-No tiene sentido, sino hubiera un cielo después de muerto, ¿para qué matarse?- me
preguntó Martín.

-No sé, tampoco tiene sentido que se mate para ir al cielo, siendo que nadie quiere ir.

-Capaz tu primo estaba muy triste y por eso se mató- me dijo Soledad, entonces pensé que
también nosotros hicimos ir al cielo a un simple pajarito de muchos colores, tantos colores
como esos pulloveres multicolores que le gustaba usar a mi primo Samuel.
Cuando llegamos Nuria puso dos piedras más y de repente la torre colorida se cayó
por su propio peso, parecía que duraría, pensé sin embargo no estaba destinada a durar, no
tenía una buena base.

-Sólo una vez, te salió una torre bien alta, les pusiste muchas piedras- le dijo Martín a Nuria
esperando algún reproche, pero en su lugar dijo dos palabras poco usuales en ella:

-Tenés razón.

-¡Chicos! El sietecolores voló- gritó Soledad para sorpresa nuestra, mientras el lastimado
pajarito volaba con un ala mal trecha.
III-El peor escenario

Quizás al leer este relato, te preguntes que haces en esta casa, con unas pantuflas
azules y una bata de color bordo a cuadros, leyendo esta primera hoja de un diario personal
en la mesa de luz, déjame decirte que escribiste esto hace tiempo, y es un recordatorio de
algo importante.

Vos moriste hace unos dos años, en una noche fría de marzo sin decir porque, y
dejándonos a todos con un gran interrogante de los motivos de tu decisión. Y moriste como
un cadáver bello, blanco y frío como el mármol que siempre fuiste en vida, tan reluciente,
pero consistente, lo cual te impedía ver tu propio demonio interior, la tristeza profunda en
la cual estabas sumido y era tapada por tus rulos de ángel querúbico.

He pensado a lo largo de este tiempo que se tratan de milagros crueles el hallarte


muerto y poder seguir escribiendo, tampoco me explico nuestra muerte, porque mientras
más lo medito, saco la conclusión de que estoy dejando la carta que no pude escribir el día
que decidiste morir voluntariamente.

Siempre fuiste bueno jugando al truco, cada naipe de tu baraja era tan conocido,
como no lo fue tu corazón para vos mismo, solías hacer trampa aunque no eras tramposo,
querías llegar a ganar, a como dé lugar y así también te les adelantaste en la vida a muchos
otros que hoy están vivos, fuiste un ganador y ganaste, pero el costo de tu hazaña fue
pagada con la vida.

Tu última novia no te duró mucho, solo dijiste que todo fue muy cliché, algo
esperable quién estaba interesado en el teatro y detestaba el romanticismo barato que
entrañaba el pensarse como una mitad que necesitara otra, un desagrado por la gran
efervescencia de una pasión, que si se observare desde lejos, una vez que cayera en dos
personas que terminaran por la indiferencia, lo único que yace es un gran ridículo por abrir
el corazón a una vaga imagen creada por vos mismo.

¿Recuerdas el primer beso a Taciana? Cuando agarro tu rostro y lo acercó al de ella,


desde aquél día supiste que siempre te faltaba algo que no terminaba de completarte, y es
que siempre buscaste ser libre o quizá tenías parámetros demasiado altos incluso con tu
propia persona. Pero ahora que no estás muerto, ni tampoco estás vivo sino escondido en
este cuerpo que te desconcierta, habrás visto lo fría que fue la muerte que te sumió en un
sueño placido que unos pocos tienden a regresar.

Es interesante la historia de Lázaro, donde Jesús con todo su poder lo reanima y


vuelve de la muerte como si fuera un simple sueño, con sus vendas y el rostro cubierto con
un sudario se levanta, sale del sepulcro y todos lo ven en la entrada de la cueva, afirmando
la divinidad de Jesucristo. Pero la historia termina ahí, nada dice acerca de lo que pasa
después con Lázaro, ni siquiera la reacción de los que estaban presentes, o si sus familiares
que tanto cumplían con los mandamientos judíos hubieran estado de acuerdo, si pensamos
que Jesús terminó muerto como un criminal ¿Hasta qué punto se afirmó la divinidad de
Jesucristo o tal vez la obra perversa de algún tipo de mago con poderes sobrenaturales que
espantaban a todos? No lo sé, la vida de Jesucristo está envuelta en un misterio entre los
que lo rechazan y los que lo vieron en él a Dios, naturalmente conocemos más de estos
últimos, lo que no impide que sintamos desconfianza por estos relatos propagandísticos
germen del ateísmo o la devoción.

Me pregunto qué sería si nuestras oraciones por los que más amamos y que ya no
están con nosotros fueran escuchadas, éstos retornaren de imprevisto como si nada hubiera
pasado, los lutos cesarían, las lágrimas serían secadas, volvería la alegría del reencuentro o
tal vez sería todo lo contrario la imagen idealizada de nuestros padres muertos se haría
añicos, los viejos problemas volverían, aquellos que salieron adelante enamorándose de
otras personas se verían con su corazón nuevamente partido y los que hicieron del luto una
forma de vida con la presencia de sus muertos se volverían vacíos ante el renacer de la vida.

Podría atreverme a decirte que no fuimos Lázaro, del que no se sabe nada luego de
su reanimación, tampoco la de Jesús que sabemos que pasó después de su muerte o creemos
saberlo, simplemente volviste luego de un tiempo, estabas perdido y retornaste, no fue un
viaje con un boleto de vuelta, pero volviste.

Todas las tardes solías pensar como sería tu vida luego de irte, que dirían tus
parientes y amigos, te sentirías dichoso porque cuando te recordasen verían tu foto
inmortalmente joven, pero lo que nadie sabe es que, más que nada, pedías razones para
seguir viviendo.

Y cuando volviste a la vida seguramente no recuerdas el día anterior, es normal,


siempre es la misma rutina, te levantas, miras tus fotos de los mejores años, recuerdas algún
suceso al pasar o simplemente vives las imágenes te parecen extrañas, sin embargo son de
otra época que ya no es tuya.

Caminaste por el largo pasillo hacia el comedor, observaste los cuadros donde se
retratan tus mejores épocas, la primera foto de un simple bebé con algunas pelusas como
cabellos, hacía 19 años que naciste y aun conservas el pequeño lunar en el mentón que es
imperceptible para los que no te conocieron desde esa época, la segunda un torneo de rugby
fuiste obligado a practicar ese deporte sin embargo tu docilidad y poca resistencia te hizo
un buen jugador más no lo suficiente para seguir estando en equipo, pues, no nacía de vos.
El tercer retrato es cuando tocaste la guitarra por primera vez aún recuerdo las ampollas que
tuviste en las yemas de los dedos por tus primeras clases tenías doce años una piel suave y
sensible al sol como también a la fricción. El cuatro retrato que tiene un marco blanco de
pino con algunos detalles antiguos tiene la foto de tu primera obra de teatro, no trató de
Peter Pan, ni el Principito, ni una versión adaptada del Shunko o de Platero y yo, sino un
acto para el día de la independencia en que interpretabas a Don Manuel Antonio Acevedo
diputado por Catamarca y defendiste la tesis del príncipe incaico, nadie recuerda sus
palabras, ni en estas épocas pudimos conocer a un monárquico, pero los diálogos que hizo
la maestra para tu personaje, sumado a tu convencimiento en el papel de la obra, nos
llevaron a preguntarnos ¿Qué tan distinto sería hoy el país si hubiera un Rey Inca con
primeros ministros y parlamentos, en el trono del Río de la Plata?

Pero a vos no te gustaba ser rey, te contentabas con ser el bufón que sacara una risa,
especialmente a los niños, disfrutabas verlos reír, de ahí que actuabas justamente para los
chicos más humildes en plazas y parques, haciendo beneficios y actividades, no entendías
de la palabra hacer el bien, simplemente la vivías. Es por eso que nadie mejor que vos
mismo para ser tu propio maestro y tu propia moral, he ahí también tu orgullo y tu soberbia.

Nunca pediste ayuda, nunca siquiera una pregunta, devorabas decenas de libros
paradójicamente no tenías palabras que dar, siempre ensimismado en tus pensamientos,
absorto en tu propia experiencia, vivías con los que amabas, pero ellos no tenían cabida en
tu vida. Podría decirse que era un contrato tácito en una familia de padres separados que sus
hijos debían estar bien de salud y en la escuela, pero la interioridad era impenetrable, no se
alzaban muros ni paredes gruesas, sino un bosque frondoso del que se podía ver apenas un
destello de lo que ocurría en el interior de cada uno, a cambio había dinero, comida y un
techo que protegían hectáreas y hectáreas de bosques entre los unos y los otros.

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