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Verdad y ficción

Lo mejor soñado es vida

Jorge Guillén

Tiene curiosa vigencia la creencia de que la ficción sirve para


evadirse de la realidad. Esta creencia nace del subjetivismo de la
edad moderna, cuyo dualismo sujeto-objeto hace de las ideas
fantasmas que no alcanzan la esencia de las cosas. Además, ha
influido cierto gusto por lo negativo, lo frustrado, que, según
Ricoeur, caracteriza al subjetivismo moderno.

El hombre vive inventando. No es que invente de vez en cuando, sino


que su realidad consiste en crear. Como dijo Leibniz, es un pequeño
dios. Por otra parte, el hombre es el único animal de realidades. Solo
el ser humano se enfrenta al mundo y percibe las cosas como
realidades, es decir, como algo distinto de él. Percibe su alteridad, y
no actúan sobre él como estímulos que desencadenan instintos y
respuestas al entorno. El hombre debe buscar respuestas
justificadas, porque no las tiene garantizadas por el automatismo de
los instintos. La razón busca la verdad de las cosas para cimentar
sobre ella respuestas que se ajusten al mundo. A continuación
analizaremos la verdad y la ficción como aspectos esenciales del ser
humano, y posteriormente intentaremos descubrir la relación entre
ellos.

Empecemos por la ficción. El hombre es un ser por hacer, como


explicó Ortega. No tiene una naturaleza y por ello tiene que
inventarse. Esto se manifiesta incluso en su cuerpo. Cualquier animal
es más fuerte, más rápido. El hombre necesita crear vestidos, casas,
adornos, se enfrenta al mundo ayudado por sus inventos. El hombre
se cobija en la invención. Incluso la antropología ha mostrado que
resulta esencial en la evolución el hecho de que los niños nazcan
prematuros, incompletos. Es nuestra invención la que va
completando, sin conseguirlo nunca plenamente, la infinitud de
nuestro ser. Por tanto, la ficción nos completa, nos realiza.

Por otra parte, está la cuestión de la verdad. Zubiri dijo que la


inteligencia consiste en la actualización de la realidad en la
inteligencia. El hombre se mueve entre realidades, las ve, las siente.
Cualquier teoría, por complicada que sea, parte de esta aprehensión
primaria de realidad, del mundo en el que vivimos, y consiste en una
profundización en la realidad, en un despliegue de las posibilidades
intelectivas que nos ofrece. Posteriormente nuestras ideas pueden
ser verdaderas o falsas, pero esto es secundario, nos estamos
moviendo ya en el ámbito de la realidad, de la verdad.

Pero la verdad es algo más, surge como un problema vital. La razón


se funda en la vida, pensamos para vivir y, por eso, la razón tiene la
misma naturaleza que la vida: consiste en asimilar lo extraño y
hacerlo propio, como hace cualquier forma de vida con su entorno.
La razón es una función vital. Ortega lo descubrió genialmente. No
comprendemos con la mente, en abstracto, sino que como dijo Julián
Marías de una forma clara, precisa, exacta, “mi vida es la
organización real de la realidad”. Es decir, mi vida es mi órgano de
comprensión de la realidad. Cualquier otra forma de inteligencia no
deja ver lo real y nos resulta abstracta, forzada, falsa.

Pues bien, lo esencial de esta comprensión vital de la verdad es que


no es nunca inmediata. La realidad es opaca y, como las obras de
arte, hermética. No basta mirar las cosas para que su verdad se
desprenda en nuestras manos. La verdad requiere un esfuerzo de
interpretación, conceptos, ideas vagas, teorías, metáforas,
supuestos, hipótesis, imaginaciones. La verdad solo nos ofrece su
verdad cuando recibe antes de nosotros las mejores de nuestras
ficciones, nuestros más perfectos sueños.

Por otra parte, la ficción no solo es ciencia, sino también novelas,


música, arquitectura. Podemos preguntarnos si también esas formas
de la imaginación nos permiten comprender la realidad o nos evaden
de ella. Hay que tener en cuenta varias cosas. En primer lugar, la
autonomía de la belleza tal y como la expone Gadamer. La ficción
artística yergue su independencia ante nosotros, como la verdad. No
podemos cambiar las notas de una sinfonía sin que la obra se
derrumbe. Esto nos lleva a otro aspecto de la ficción artística:
representa lo esencial, aquello a lo que no le falta ni sobra nada. Por
esto, es posible acusar de falta de verdad a una obra, “Ce n’est pas
une pipe”. Pero quizá lo más relevante es el proceso creador de la
ficción. Hölderlin decía que para escribir tienen que haberse antes
desmoronado los términos conocidos. No se crea belleza aplicando
unas palabras ya conocidas, como si fueran un instrumento, como el
Morse, a algo ya conocido. La palabra imaginada se levanta al
tiempo que lo que nombra, es lo que nombran. Por esto, la ficción no
es tanto una construcción como un descubrimiento. Igual que una
teoría desvela alguna región del universo, el artista descubre algo,
ha llegado a una región donde nadie ha estado antes. De ahí la
extrañeza que pueden sentir los artistas ante su obra, como Haydn
ante su Creación.

No hay forma de que la ficción nos aleje de la realidad. Decía


Aristóteles que hacer una buena metáfora significa comprender
adecuadamente la relación entre las cosas. Estamos en la realidad y
las ficciones nos sirven para adentrarnos más en ella. Habla Rilke en
su Libro de las Horas de cómo cae una piedra, y dice: “A cada cosa la
vigila una bondad dispuesta al vuelo”. Contemplamos el espectáculo
gravitatorio descubierto por Newton y comprendemos que su belleza
es el resplandor de su propia realidad, que Rilke hace visible en la
ficción del verso. Al leer en Valle Inclán: “la luz caótica del
relámpago”, pienso: “Eso es”. Tenemos el ser en la palabra, el
resplandor de la realidad contenido en la belleza del adjetivo,
llegamos a la verdad en la ficción.

Firmado: LUMINE

Bibliografía utilizada

Ortega y Gasset, José, Meditaciones del Quijote

Gadamer , Hans Georg Verdad y Método I y II

Gadamer , Hans Georg La actualidad de lo bello

Marías, Julián Antropología Metafísica,

Zubiri, Xavier Inteligencia Sentiente

Rilke, Rainer Maria Libro de Horas

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