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CARTER C. UMBARGER.
Explicaba Minuchin en 1974: una familia que funciona con eficacia es un sistema social
abierto, en transformación, que mantiene nexos con lo extrafamiliar, que posee capacidad de
desarrollo y tiene una estructura de organización compuesta por subsistemas. En 1981, él y
Fishman ampliaron este concepto para incluir la enunciación, más elaborada, de Prigogine
(Glansdorff y Prigogine, 1971), a saber, que los sistemas vivos se componen de “estructuras
disipadoras”, es decir que no se limitan a permanecer en un estado constante, como las
estructuras de un cristal. Las estructuras de un sistema vivo tiene que mantenerse siempre en un
estado de fluir, y esto las vuelve aptas para alcanzar órdenes nuevos de complejidad y niveles
nuevos de organización adaptativa. Las estructuras antiguas se disipan y, en el fluir de su
disipación, son reemplazadas por otras nuevas que a su turno y a su tiempo, en razón de las
demandas evolutivas del medio, desaparecerán también. Explican Minuchin y Fishman: “En un
sistema vivo, las fluctuaciones, sean de origen interno o externo, guían el sistema hasta una
nueva estructura. Y continúan, citando a Prigogine:
Y apuntaban, en el mismo sentido en que otros teóricos lo han hecho recientemente, que
en terapia familiar se ha venido insistiendo demasiado en la capacidad de la familia para
mantenerse como es. Una teoría del desarrollo familiar debe tomar en cuenta por igual la
capacidad del sistema para trasformarse, para alcanzar en sus estructuras estados nuevos de
complejidad y de diferenciación adaptativa.
Tres puntos importantes cabe destacar aquí. En primer lugar, este modelo concede a la
actividad individual el poder de alterar el contexto en que se sitúa. Esto armoniza con un modelo
genuinamente cibernético, por más que los sostenedores de la terapia familiar estructural se
hayan mostrado renuentes a prestar demasiada atención al individuo como tal, temerosos de
enredarse en cuestiones de psicología intrapsíquica. El estructuralismo, al menos en el plano
teórico, atribuye al individuo un lugar en el lazo cibernético. En segundo término: el pasaje que
acabamos de citar, del trabajo de Minuchin de 1974, presenta total compatibilidad con una
concepción sistémica de la conducta, a saber, que el individuo participa de continuo en una
reciprocidad con el ambiente, y que ambos se influyen entre sí según el modelo de la circularidad
de la causa y el efecto. No es esta una posición nueva en las ciencias de la conducta, pero los
estructuralistas la han destacado más, con su persistencia en apreciar la psicología individual en
su nexo con el contexto interpersonal. El específico aporte teórico de este modelo es la
consistente referencia a esas estructuras de interacción, que pone de manifiesto la manera en que
ellas constriñen y configuran a los individuos en el interior del sistema. Por último, un corolario
importante: la experiencia interior de un individuo cambia cuando lo hace el contexto en que vive.
La idea de que un contexto modificado lleva a modificar el carácter individual es una axioma de la
terapia familiar estructural que se sitúa en marcada contraposición a los modelos de cambio
sustentados por otras escuelas de psicoterapia.
Para alcanzar una descripción más completa de los caminos por los cuales la familia
normal llega a ser un sistema viable, que se abastece a sí mismo y asiste a las necesidades más
individualizadas de sus subunidades, los estructuralistas han señalado tres grandes aspectos en
el grupo familiar.
“La familia está sujeta a presiones internas, que provienen de los cambios evolutivos de
sus propios miembros y subsistemas, y a presiones externas, que provienen de la necesidad de
adecuarse a las instituciones sociales significativas que influyen sobre sus miembros. En
respuesta a estas demandas de dentro y de fuera, los miembros de la familia tienen que operar
constantes transformaciones de su posición recíproca, de suerte que puedan crecer al tiempo que
el sistema familiar mantiene su continuidad” Minuchin, 1974).
En los diversos casos que los estructuralistas describen se disciernen cuatro categorías
principales de patología familiar: patologías de frontera, de alianza, de triángulo y de jerarquía.
Desde luego que cada una hace su parcial aporte nocivo en las demás categorías. Por ejemplo
es difícil observar una patología de alianza que no incluya una patología de frontera. De todas
maneras, estas categorías nos permiten esquematizar la concepción estructural de la patología.
P ATOLOGÍA DE FRONTERAS
Los subsistemas familiares se singularizan menos por su composición que por la cualidad
de sus fronteras. Por ejemplo, un subsistema parental puede estar compuesto beneficiosamente
por una madre y una abuela, o una madre y un hijo parental. Perturbaciones sólo se generan
cuando las conductas de frontera de quienes participan en los subsistemas se vuelven
inadecuadamente rígidas o débiles, y de ese modo estorban un intercambio adaptativo de
informaciones con los subsistemas circundantes. La versión de la patología de fronteras expuesta
por Minuchin (1974) se puede fundamentar en la teoría de sistemas. Sostuvo que la dimensión de
frontera va de lo desacoplado a lo enmarañado, extremos entre los cuales se extiende un dominio
normal.
Figura 2-2. Conducta perturbada, de alianzas, en los dos extremos de la patología de fronteras.
En la familia enmarañada, la frontera que la circunda suele ser rígida y cerrada, con
tendencia a dejar fuera el mundo externo y a aprisionar a sus miembros, manteniéndolos cautivos
en los entrampamientos de los subsistemas que, inversamente, tienen fronteras que por ser
difusas no promueven la autonomía individual (véase la figura 2-2). En los casos en que no
existen fronteras apropiadas y claras entre miembros de la familia, y en los que se desmiente la
posibilidad de contactos correctivos con el mundo externo, las alianzas entre los miembros de la
familia son demasiado estrechas. Esto proporciona un exagerado sentimiento de pertenencia al
grupo familiar, con mengua del sentimiento de autonomía, de ser uno mismo. Por otro lado, la
frontera que circunda a la familia desacoplada es muy difusa, y por eso no ofrece una regulación
acorde de las intrusiones de la sociedad ni del ir y venir de los miembros de la familia. La facilidad
con que se cruza esta frontera general se sitúa en marcado contraste con la rigidez de las
fronteras internas entre subsistemas, que impiden a sus miembros mantener entre sí contactos
significativos o predecibles. En este ordenamiento son escasas las señales referidas a la
identidad y la conducta, y esto propende a que sus miembros busquen definiciones en grupos
ajenos.
PATOLOGÍA DE ALIANZAS.
En las alianzas que consuman una desviación del conflicto observamos la pauta, común
en la clínica, de dos padres que manifiestan una total ausencia de conflicto entre ellos, pero están
sólidamente unidos contra un hijo individual o una subunidad de hijos. La desviación del conflicto
reduce la presión sobre el subsistema de los cónyuges, pero a todas luces impone tensión a los
hijos. Suele ser difícil para el clínico tratar este ordenamiento: tiende con demasiada facilidad a
simpatizar con el hijo chivo emisario y a menudo traba con este una alianza que no permite a la
propia familia organizar acciones de rescate, suceso que si se produce revelará valiosos datos
acerca de sus nexos estructurales.
Las pautas de desviación y del chivo emisario se descubren en general con más facilidad
que las coaliciones intergeneracionales. Encubiertas o manifiestas, es típico el caso en que estas
comienzan con una estrecha alianza antagónica de un progenitor y un hijo contra el otro
progenitor. Un ejemplo es una madre que fuerza a su hijo a sumarse a continuos, si encubiertos,
reproches dirigidos al padre. (Véase la figura siguiente).
Estas coaliciones pueden incluir a más miembros y aun a todos los restantes. Nótese que
aquí un término crítico es intergeneracional. Cuando la coalición (ordenamiento que es desafiante
y combativo por su inevitable oposición a un tercero) incluye una alianza intergeneracional, el
resultado es por lo general patológico. Desde luego que nos referimos a coaliciones que llevan
una duración considerable y que recaen sobre una diversidad de temas familiares; las coaliciones
temporarias, formadas con objetivos limitados, están exentas de toda connotación patológica.
P ATOLOGÍA DE TRIÁNGULOS
Hijo Hijo
Hijo Hijo
Figura 2-4. Cuatro triángulos patológicos que representan la manera en que de conflicto
familiar es desviado, ocultado o expresado por la vía de coaliciones intergeneracionales.
(Adaptado de Minuchin S., Roseman, B.L. y Baker L., Psychosomatic families: Anorexia nervosa
in context, Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press, 1978.)
Pero como quiera que fuere, esta estructura de alianzas, si perdura lo suficiente, resultará
muy gravosa para los dos bandos, y se producirá una conducta sintomática.
P ATOLOGÍA DE JERARQUÍAS
Desde esta perspectiva poética sobre el cambio, Minuchin y Fishman pasan a una
orientación sistémica. Tiene problemas la familia porque se ha atascado en la fase homeostática.
En consecuencia, el terapeuta tiene que “hacer que la familia ingrese en un período de torbellino
creador en que lo existente encuentre reemplazo mediante la búsqueda de nuevas modalidades.
Es preciso introducir flexibilidad aumentando las fluctuaciones del sistema y, en definitiva,
llevándolo a un nivel de complejidad más elevado”. (1981). Para trasformar el sistema, hay que
desequilibrarlo primero. Si no hay crisis, no se experimenta la necesidad de alternativas; si estas
faltan, no hay complejidad, y si la complejidad esta ausente no hay crecimiento: sólo un
estancamiento desdichado. El terapeuta de orientación estructural entiende que la experiencia de
cada subsistema, según lo han señalado Minuchin y Fishman, está “canalizada por la estructura
del contexto. Por lo tanto, la quiebra o la ampliación de contextos puede permitir el surgimiento de
nuevas posibilidades. El terapeuta, especialista en ampliar contextos, crea un contexto en que es
posible explorar lo desusado”. Los conceptos de crisis, de fluir, de estabilidades homeostáticas
nuevas, y la alternancia del cambio individual con el familiar se combinan para crear un plan con
miras al cambio estructural.
“El abordaje estructural considera la familia como un organismo: un sistema complejo que
funciona mal. El terapeuta socava la homeostasis existente, produce crisis que empujan al
sistema a elaborar una organización mejor para su funcionamiento (...) el orden antiguo tiene que
ser socavado para que se pueda formar el nuevo.
Según las tácticas de cambio que estos autores proponen, el terapeuta debe cuestionar el
síntoma que es presentado, la estructura de la familia, y la realidad de la familia: la concepción
supraordinada del mundo que organiza sus percepciones y sus valores. En definitiva, para
Minuchin y Fishman, la meta del cambio estructural es siempre “ convertir a la familia a una
concepción diferente del mundo, que no haga necesario el síntoma, y a una visión de la realidad
más flexible y pluralista, que admita una diversidad dentro de un universo simbólico más
complejo”.
En estas definiciones teóricas e ideales del cambio van implícitos determinados procesos
en virtud de los cuales se puede producir el cambio estructural. Este supone tres objetivos que se
superponen: 1) CUESTIONAR LAS NORMAS HOMEOSTÁTICAS PREVALECIENTES A FIN DE 2) INTRODUCIR
FLUJO Y CRISIS EN EL SISTEMA, UNA INESTABILIDAD QUE HABILITARÁ A LAS PERSONAS PARA TENER
CONDUCTAS Y SENTIMIENTOS DIFERENTES EN RELACIÓN CON ELLOS MISMOS Y CON LOS DEMÁS, Y 3)
DESARROLLAR DE ESA MANERA NUEVAS RUTINAS DE CONDUCTA, O NUEVAS SECUENCIAS CONSTITUTIVAS
DE LAS NUEVAS ESTRUCTURAS SISTÉMICAS. La evolución de estos nuevos ordenamientos
estructurales sobreviene cuando las nuevas secuencias de conducta se repiten en el tiempo y con
fuerza emocional.
El ciclo del cambio estructural puede hacer pasar a las familias por varias de estas fases
transicionales antes de alcanzar un nivel de organización que las libre de los problemas que las
llevaron a demandar terapia. La figura 2-5 ilustra este plan general con miras al cambio
estructural.
Repasemos los importantes rasgos presentados en la figura 2-5. En primer lugar, no sólo
hay desde luego movimiento en el tiempo, sino que gráficamente es un movimiento “ ascendente”,
para indicar el desplazamiento desde estructuras de organización más estáticas y rígidas a otras
que ofrecen más energía y diversidad. En segundo lugar, ese movimiento alterna períodos de
flujo sistémico (fase morfogenética) con períodos de equilibrio relativo (fase morfoestática).
DIBUJO
La duración de cada fase depende por un lado de la capacidad de la familia para soportar
conflictos y crisis; y por el otro lado, del beneficio o el daño que se siguen de preservar un estado
de cuasi equilibrio. Lo que atañe a la duración queda siempre sujeto al juicio, y a consideraciones
de inevitabilidad; el terapeuta ducho sabrá discernir los casos en que una familia sabiamente se
instala en un período de calma, y hacer en consonancia aquel juicio. Tienen que aceptar también
la potente y a menudo inevitable tendencia de una familia a abreviar los períodos de crisis por
preferir ella las patologías encubiertas que son propias de los períodos prolongados de extasis.
Determinar cuándo es bastante, por referencia al cambio o al estancamiento, he ahí algo que
desde luego depende de la meta que en cada caso se persigue.
En tercer lugar, este plan con miras al cambio, simplificado como lo presentamos aquí, se
puede identificar con facilidad por referencia a sus componentes:
Según señalamos ya, que se produzca movimiento por otro ciclo de cambio o que la
familia se quede donde está depende de las necesidades que le vienen impuestas desde su ciclo
de vida y de la índole de sus problemas-queja. Lo típico es que las familias recorran en el curso
de la terapia una cantidad muy pequeña de estos ciclos.
Este sumario esquema de plan de cambio sólo quiere ser una guía general para la
intervención clínica, y no pretende erigirse en descripción teórica de los efectivos procesos de
cambio. La dinámica del cambio es compleja en extremo, y ningún punto de vista puede
reclamar convencimiento pleno. La terapia familiar estructural procede como si el cambio fluyera
por una espiral de ciclos, según la hemos diagramado; solamente quisimos presentar una guía
para terapeutas que, como es comprensible, demandan una orientación global. Más aún: un
trabajo reciente de Hoffman (1980, 1981), y otros han sostenido que el cambio no es continuo,
sino que se produce por así decir según “saltos evolutivos” en que el sistema se trasforma de
manera repentina. Pero cualquiera que sea la dinámica última del cambio, los terapeutas de
orientación estructural diseñan sus intervenciones de manera de inducir ciclos de crisis y de
estabilidad; y aquel modelo les resulta guía suficiente para su práctica clínica cotidiana.
F RONTERAS
Según ya indicamos, las fronteras en cualquier sistema son las reglas que definen quién
participa en él, así como el grado en que los extraños pueden acceder al sistema. Estas
conductas gobernadas por reglas originan tres tipos de frontera:
7. Una frontera cerrada o rígida, que se representa con una línea llena:______________
Estas líneas de frontera se pueden trazar en torno de la unidad familiar como un todo. Por
ejemplo, una frontera de unidad familiar, si es cerrada, se representará así:
Las líneas de frontera se pueden colocar también entre los subsistemas, más restringidos,
dentro de la unidad familiar total. Obrando de ese modo se señala una interfase entre las dos
unidades. Por ejemplo, una frontera abierta entre los subsistemas parental y de los hermanos se
designará así:
A LIANZAS Y AFILIACIONES
Estos símbolos de mapa se pueden emplear también para figurar la cualidad de las
transacciones usuales entre dos miembros de la familia:
9. Una alianza franca y amistosa, que se presume es normal, se figura con una línea doble.
Por ejemplo, un vínculo normal entre cónyuges se indicará del siguiente modo:
10. Una afiliación enmarañada o sobreinvolucrada se figura con tres líneas. Por ejemplo, un
vínculo intergeneracional sobreinvolucrado se vería así:
11. Una afiliación débil, o que no se discierne, se figura con puntos, según mostramos:
Padre...............Hija
12. Una afiliación conflictuada, por ejemplo, un conflicto entre hermanos, se designa con este
símbolo
Una coalición de varios miembros de la familia contra otro miembro, o contra varios, se
figura con llaves. El ejemplo que sigue muestra a madre y dos hijas en coalición contra padre e
hijo varón:
DESVIACIÓN DE CONFLICTOS
Una observación frecuente es que dos miembros de una familia preservan su relación
desviando su conflicto incipiente para hacerlo pasar por un tercero. Por ejemplo, un padre y una
madre con tensiones ambos en su trabajo, pueden evitar atacarse entre sí en el hogar si se unen
para atacar a un hijo, con lo cual desviarán el conflicto entre ellos. Un desvío así se representa
con este símbolo:
E STRATEGIAS PARA LEVANTAR EL MAPA
Hacer el mapa del sistema familiar ofrece dos ventajas diagnosticas. Ayuda a describir la
organización de la familia total, y hace posible describir también la subunidad más envuelta en el
problema. (Véanse las figuras 2-6 y 2-7)
Figura 2-6. Unidad familiar de frontera cerrada, en que el subsistema parental está
constituído por una madre sobreinvolucrada con su hijo varón. Una frontera rígida los separa de
los demás niños, pero el control que sobre estos ejercen parece suficiente para que estén todos
coligados contra el padre.
Figura 2-7. Unidad familiar de frontera abierta: el subsistema parental se caracteriza por
un sobreinvolucramiento de la madre con su propia madre, la que a su vez mantiene conflicto
con el marido de su hija, lo que acaso guarda relación con el carácter difuso del lazo entre los
cónyuges. En el mapa se observa una frontera abierta, normal, entre padres e hijos.
Los mapas estructurales permiten organizar los datos del proceso familiar en conjeturas
elementales acerca de los rasgos estructurales de la familia. Estos mapas se tienen que revisar
o desechar enseguida, al paso que datos nuevos aparecen. Conviene que los terapeutas
practiquen la confección de estos mapas, pero tienen que estar dispuestos a revisarlos tan
pronto surja información nueva.
En lo que resta de este libro tratamos del modo de poner en práctica un plan estructural
con miras al cambio. Es una guía sobre el modo en que se puede organizar un escenario en que
la familia quiebre sus viejos constreñimientos contextuales, entren en un temporáneo estado de
crisis y alcance después una realidad nueva, más compleja, en sus posibilidades de vida.
C OPARTICIPACIÓN Y DIAGNÓSTICO
Entrar en coparticipación con un grupo familiar quiere decir establecer contacto con él y
experimentar después las peripecias de ese contacto, los infinitos caminos por los cuales este es
aceptado, es resistido y es respondido por la familia como un todo, y por sus miembros
individuales. La manera en que el sistema familiar se acomoda a este suceso –es decir, la
aproximación del terapeuta-- brinda información diagnóstica clave sobre rasgos salientes del
funcionamiento familiar. Según Minuchin, “ en terapia familiar el diagnóstico se alcanza por el
proceso interaccional de la coparticipación” (1974).
La actividad que demandan las técnicas de coparticipación obedece a dos supuestos: que
ningún extraño se cruza en la vida de una familia sin tropezar con las reglas de admisión de esta,
pero que de todas maneras no debe vacilar en llamar a las puertas de la familia. La vacilación
en llamar a las puertas es característica de muchos procedimientos diagnósticos tradicionales, si
bien es cierto que echar estas abajo difícilmente proporcione al terapeuta de orientación
sistémica la información que le hace falta. El modo de llamar el terapeuta, y quién de la familia
acude a la puerta, y de qué manera además, he ahí los puntos principales en la coparticipación
como clave diagnóstica.
Esto de ser uno mismo con la familia no impone hacer confidencias o tratar de establecer
una complicidad con el cliente. Desde luego que similitudes para esa complicidad existen, pero
las inevitables diferencias entre las personas, las coloraciones que distinguen a cada cual de los
demás, son de gran auxilio para el terapeuta que hace coparticipación con un sistema nuevo.
Conocer las propias singularidades personales (como quiera que se haya obtenido ese
conocimiento) incluye saber de qué manera característica uno se introduce en sistemas. Una
vez que el terapeuta conoce y aprecia la maravillosa y diversa complejidad de su ser como
individuo, se le ofrecen muchas opciones para introducirse en una determinada familia. Si el
terapeuta se conoce bastante, y tiene conciencia de su origen familiar, podrá guiar sus
maniobras por la percepción de que hay familias semejantes a la suya y otras que son por
completo diferentes. Con toda llaneza: ”emplearse a sí mismo” en la terapia sólo importa ser uno
mismo y estar personalmente en claro acerca de su peculiar modo de ser en sistemas. Importa
conocer las mejores maniobras de que uno dispone para introducirse en un sistema, y después
utilizarlas sin gran alharaca; este es un empleo suficientemente bueno del sí-mismo en el
proceso terapéutico.
Posturas
Inducción: el converso: No hay como ser un converso para descubrir los males de la
conversión y los constreñimientos de la fe. Un buen terapeuta en ocasiones hará coparticipación
convirtiéndose a los usos de la familia. En tono, en lenguaje, en gestualidad, respetará las reglas
de esta congregación para alcanzar genuina experiencia de la estrictez de su fe. Esta postura es
sobre todo fecunda en las sesiones iniciales, en que la familia está dispuesta a incorporar al
terapeuta, pero sólo si acepta ser como son sus miembros. Puede llegar a ser afligente si el
terapeuta no guarda en su pecho una intención pecaminosa: sólo si está íntimamente
determinado a quebrar las reglas del grupo puede impedir que su bautismo se convierta en
inducción. Por inducción entendemos la inadvertida conformidad al proceso patológico de la
familia, y a sus estructuras. Hay que admitir el hecho de que en ciertos casos la inducción es
precio inevitable de una coparticipación lograda, pero el terapeuta confía en que es improbable
su sometimiento total a los rituales de la familia. De lo contrario, no podría ser terapeuta; sería
un iniciando en busca de conversión. La inducción completa le resta toda eficacia como agente
de cambio, y lo pone en riesgo de demandar bautismo. Algunos suponen que la inducción es un
proceso penoso, desagrado que ayudará al terapeuta a darse cuenta de que en efecto se
produce. Por desdicha, como lo muestra el siguiente ejemplo (Umbager y Hare, 1973), en los
casos en que la coparticipación se hace inducción, el último en enterarse suele ser el terapeuta.
“Me sofocaré terriblemente –dijo IMOGENE--, porque esta sala parece llena de polvo de tiza.
Demasiado borrar, falta exactitud”. Acampó en una silla, probó después con otra, y miraba
desconfiada debajo de cada una buscando huellas de polvo y suciedad. HARRY se mostró
solicito, pero incómodo con la conducta de su esposa. Le ofreció trocar asientos, hizo unos
intentos inconducentes de limpiar la pizarra y volvió a su asiento. “También hay polvo en la
escuela”, terció comedidamente EDDIE.
“Dile al doctor lo que sucedió allí, si es que le interesa saberlo”, propuso el señor DECKER.
EDDIE se puso a mirar con fijeza a su madre, y en ningún momento perdió contacto con la mirada
de ella mientras narraba su historia. “Me caí en el patio de juego y me raspé el costado. Cuando
estuve en la enfermería, me pareció que me podía salvar del álgebra que yo no había hecho, y
entonces naturalmente pedí a la nurse, que llamara a mi madre, y regresé a casa. Eso es todo.
Por más que digan.” Y así diciendo, pareció considerar cerrada la cuestión, pero evidentemente
la señora Decker tenía más cosas en su caletre.
“Gracias a Dios yo estaba en casa, sabiendo cómo están las calles. Con niños exploradores o
sin niños exploradores”, concluyó en una suerte de enigmática reflexión.
“Me parece que deberíamos entrar en una discusión eficaz sobre lo que venimos a hacer aquí, y
no considerar por qué no hay niños exploradores en las calles”. El señor Decker nuevamente
respondía a las divagaciones de su esposa tratando de organizar a la familia.
“¿Acaso es eso lo que te tuvo preocupada todo este periodo? –preguntó HARRY--. Me parece
que te intrigaba la fatiga de tus procesos mentales y la razón de que se te hinchen los pies”.
“A mamá no se le hinchan los pies”, afirmó EDDIE, empeñado en desviar todo foco que se hiciera
sobre su madre.
“¿Por qué no te podrás equivocar como los demás hombres, sin tener que pedir disculpas
siempre?” --le respondió la señora Decker--. Así nuestra vida social mejoraría”.
La señora Decker adoptó aire pensativo, por un segundo. “Acostumbrábamos asistir a reuniones
continuamente, pero la persona que nos invitaba murió”.
“Te invité a que vinieras conmigo a una reunión de los “Progresistas Mayores de Treinta Años”, y
te negaste. Te quejaste de que las personas dedicadas a la política no saben bailar la polka.
Creo haberlo intentado”. HARRY parecía genuinamente ofendido por el ataque de su mujer.
El terapeuta, en el intento de capturar un tema, dijo “Uno y otro parecen querer en verdad lo
mismo hacer algo juntos socialmente”. Así pasaba por alto el sentimiento de ofensa de HARRY, e
inadvertidamente apoyaba el reclamo de la señora Decker de que su marido dejara de “pedir
disculpas” cuando lo criticaban. De este modo, aunque sin advertirlo, observaba
escrupulosamente la “regla” familiar según la cual no se debía descubrir deficiencia alguna en la
madre. Como para afirmarse en esto, IMOGENE se encendió, al tiempo que se deslizaba al borde
de la silla en rápido movimiento: --¿Pretende usted sugerir que no respetamos la ética social?”.
“Las sociedades éticas no nos interesan, y nunca nos interesarán... --prosiguió IMOGENE--. Por
otra parte, nada tiene de ridículo tratar de ser ético, y no me gusta su sugerencia de que mi
marido y yo no somos éticos”.
Solo quise decir que ustedes dos acaso desean hacer algo social juntos... esto es, no separados.
¡Ah! Los planes para el futuro... esto es, puesto que lo pasado pasó”. El terapeuta se sentía
incómodo, pero seguía tratando de atribuir significados coherentes a la conversación y aplanaba
sentimientos encrespados, respuesta típica de los extraños que trataban de introducirse en esta
familia.
“Mamá y papá no pueden salir de paseo” –susurró EDDIE--. Los necesito en casa para que me
ayuden con mis menciones de distinguido”. También él estaba sentado sobre el borde de su
silla, mientras aferraba con la mirada a su madre, los ojos vidriosos, como transportados por la
idea de una mención de distinguido en ética social.
Repentinamente, como al conjuro de una secreta señal, los tres miembros de la familia se
pusieron de pie y, cruzándose descortésmente frente al terapeuta, mudaron asientos, para lo
cual cada persona cambió de lugar una silla.
“Cuando me pongo de pie aquí, la sala se achica”, dijo EDDIE con su voz de Alicia en el País de
las Maravillas.
“¿Cuáles son las reglas de la terapia de espiadero?” Preguntó IMOGENE, al parecer refiriéndose al
espejo de observación instalado en una de las paredes.
“Sean las que fueren –respondió HARRY con su voz de persona eficaz, al tiempo que extraía un
termo de su portafolios--, me parece que es tiempo de tomar un tecito”.
“Siempre es lo mismo aquí” suspiró EDDIE, acercando la mano para tomar un vaso de plástico
rebosante de tibio té. “Nada cambia, semana tras semana”.
“¿Cuántas semanas han sido, exactamente?”, Preguntó el señor Decker, siempre con la mirada
puesta en la organización.
Para hacerse cargo del papel: directores y guiones. A diferencia del director-autor, que
simultáneamente dirige y escribe el guión de su filme, el terapeuta de familia tiene que hacer
papel de director, pero dejar a la familia que escriba el guión latente. Destacamos “latente”,
porque el guión cotidianamente actuado parece terrorífico y merece la peor crítica. Por eso
algún terapeuta puede dar en creer que tiene necesidad de escribir para la familia un drama
enteramente nuevo. Esto no sólo es descortés, y a menudo imposible, sino que ignora la
circunstancia de que si uno se toma el trabajo de considerarlo, la familia tiene pensado un guión,
uno que es bueno, pero desde luego que necesita de ayuda para su producción. La familia no se
compone, como algunos se inclinan a creer, de “seis caracteres en busca de un autor”. Aunque
sólo sean aficionados, los grupos familiares en su mayoría ya tienen ideado un guión mejor que
el de su representación cotidiana. Esto es así aún en el caso de las familias más perturbadas,
que, si se las indaga bien, manifiestan sorprendente elaboración acerca de los cambios que
convendrían a su show. El peligro de esta postura, entonces, es que el terapeuta se crea en la
obligación de escribir el argumento cuando todo lo que hace falta es una dirección firme para el
guión que la misma familia viene posponiendo desde hace demasiado tiempo.
La ventaja de esta postura es que permite asumir sin dilaciones el liderazgo que conviene
a un terapeuta. La familia demanda asistencia porque no ha resuelto sus propios problemas y en
consecuencia ha acordado contratar los servicios del terapeuta para que le procure orientaciones
nuevas. Esta postura no es una postura más, intercambiable con otras muchas, según sean las
necesidades momentáneas de la terapia, sino una actitud general y duradera del terapeuta hacia
su propia presencia. El liderazgo hace falta, y si el terapeuta no lo adopta francamente, y por
eso con comodidad, tendrá que hacerlo de manera encubierta y por no comparecencia. El
terapeuta, como Minuchin lo ha señalado (Minuchin y Fishman, 1981), es alguien que “expande
contextos”, una persona que activamente sugiere a la familia caminos alternativos para mirar la
realidad y conducirse dentro de su propio sistema, con arreglo a un guión a que la propia familia
ya ha dado principio. Por el acto de adoptar este liderazgo, el terapeuta forma una unidad
nueva, que es la familia más el terapeuta, y en esa unidad son posibles los cambios.
Un paso más allá se sitúa la posición intermedia, en que el terapeuta hace coparticipación
como alguien que escucha de manera activa, pero neutral. Minuchin y Fishman han llamado
“rastreo” a esta modalidad, que consiste en prestar una atención sostenida a fin de que las
personas puedan narrar los detalles de su historia. Desde esta posición, el terapeuta no solo
asiste a la familia para que elabore las diversas consecuencias de sus rutinas de vida, sino que
inicia intervenciones, por lo común sobre aspectos que caracterizan al proceso de la conducta de
la familia, y no sobre el contenido de las historias familiares. “Rastrear no supone sólo ir detrás,
sino orientar con tacto el ensayo de conductas nuevas. Supone desplazar los niveles de rastreo
del contenido al proceso.
Una guía útil para el terapeuta es considerar que cada uno de sus pasos constituye una
intervención. Así se aprecia cabalmente que ninguna esfera de contacto con la familia carece de
significación diagnóstica. Por ejemplo, el menor intercambio de cortesía comunica
simultáneamente información sobre la ejecución { performance} cumplida por ese particular
subsistema, con el terapeuta, en ese momento de la vida interactiva de la familia. Minuchin
(1974) categorizó útilmente las intervenciones en dos clases: las que procuran acomodación a
las estructuras prevalecientes de la familia; y maniobras de reestructuración, destinadas a
modificar pautas familiares. Si los terapeutas tuvieran en mente estas clasificaciones globales de
cada una de sus maniobras, se ahorrarían muchos esfuerzos inconducentes. Si uno se hace
consciente al comienzo, y de ese modo categoriza su propia conducta, este proceder pronto dará
lugar a un más acusado sentido de la economía y del rumbo, lo que significará un beneficio para
el terapeuta y también para la familia, que colectivamente desea experimentar a aquel como
alguien que preside el proceso terapéutico. Los dos tipos de intervención se tienen que emplear,
pero de manera intencional y no al acaso. Daremos ejemplos de cada uno.
Una familia de tres generaciones, compuesta por varios niños pequeños, la madre y la
abuela materna, acudió a su primera entrevista. La hija mayor, de seis años, presentaba serias
dificultades de aprendizaje. En un lapso breve, el terapeuta había confeccionado un mapa
tentativo de la conducta de la familia en un escenario público. Era evidente que la abuela
materna se convertía en portavoz de la familia; todos los niños tenían razonable acceso a ella en
materia de decisiones parentales; entretanto, la madre ocupaba el puesto inferior de la jerarquía,
y no mantenía contacto directo ni con sus hijos ni con su madre. Si el terapeuta deseara
acomodarse a esos senderos estructurales, empezaría dirigiendo todas las comunicaciones a la
abuela; en lugar de establecer contacto directo con la madre, pediría a la abuela que lo hiciera.
Pero si deseara reestructurar esa organización, cuestionaría el sendero de comunicaciones y
hablaría a la madre directamente, por ejemplo pidiéndole que narrara la historia de las
dificultades de la niña, o información sobre el modo en que la familia se había organizado para
acudir a la cita. La intervención de acomodación impondrá coparticipar de cierta manera, por
ejemplo una alianza con la abuela y un extrañamiento temporario respecto de la madre. La
reestructuración promovería una alianza con la madre, por incómoda que resultara a todos, pero
también supondría el riesgo de inducir una crisis en el sistema, acaso antes que el terapeuta
pudiera desearlo. (Véase figura 3-1)
Como en casi todos los aspectos del diagnóstico estructural, el contenido de las
maniobras de coparticipación tiene menos importancia para el terapeuta que mantenerse alerta
hacia los rasgos sistémicos de la familia, que de esa manera se activan. En el ejemplo que
hemos dado: el terapeuta podría ceñirse a preguntar a la madre por el nombre de los niños; esta
conducta importaría una maniobra reestructuradora porque iría en sentido opuesto a la evidente
preferencia estructural del grupo familiar.
Figura 3-1. Dos maneras de hacer coparticipación terapéutica en un grupo familiar; acomodación
y reestructuración de mapas estructurales, así como la tesis de que la experiencia que hace el
terapeuta cuando entra en coparticipación con la familia proporciona información diagnóstica.
Familia A
Figura 3-2. Mapa estructural tentativo de una díada padre-hija, que ha apartado a la madre del
contacto con el terapeuta y que regula el acceso de este a la familia.
Figura 3-3. Revisión del mapa estructural representado en la figura anterior. El acceso del
terapeuta a la familia sigue regulado por la díada padre-hija, pero pasando por esta se ha
producido algún contacto entre la madre y el terapeuta.
Familia B
Una familia de clase obrera fue derivada a consulta porque el hijo de 16 años descuidaba sus
tareas escolares y había tenido problemas menores con la policía. El muchacho entró en el
consultorio en actitud díscola, y se negaba a hablar. Lo acompañaban sus dos hermanos
menores, una hermana menor también, y sus padres, que se veían enojados y confundidos. El
terapeuta, varón, observó que todos los dichos iniciales de la familia eran ataques al hijo mayor,
quien permanecía sentado en silencio. Procuró entonces coparticipar simpatéticamente con este
hijo (lo que era un error táctico, porque impedía a los otros miembros del grupo dar por fin ese
paso). Esos intentos eran sistemáticamente interrumpidos por el padre, quien se desempeñaba
muy bien describiendo los problemas del hijo. La esposa se manifestaba dé acuerdo con su
marido. Siguieron otras maniobras de coparticipación, que proporcionaron estas observaciones:
el padre alentaba a los demás hijos a informar acerca de la mala conducta de su hermano en el
hogar y los elogiaba ante el terapeuta cuando obraban de ese modo; la esposa perseveraba en
apoyar a su marido, y al hijo renuente le era negado el contacto con el terapeuta. El mapa
diagnóstico inicial (figura 3-4) mostró que este podía tener acceso al subsistema parental y al de
los hermanos siempre que acatara la coalición de la familia contra el hijo chivo emisario. Este
ordenamiento procuraba cohesión a la familia global, pero apartaba de ella, y del contacto
terapéutico con el mundo exterior, al hijo mayor.
Figura 3-4. Mapa diagnóstico inicial, que representa a una familia coligada contra un hijo chivo
emisario. Sólo en la medida en que acata esa coalición, tiene el terapeuta acceso a los
subsistemas conyugal y de los hermanos.
Resumen
En este capítulo presentamos una concepción del diagnóstico que pone de relieve los
principales aspectos de la terapia estructural, a saber, que no hay diagnóstico sistémico completo
sin empeño activo del terapeuta por modificar el funcionamiento de la familia y, lo que es
sumamente importante, por observar el modo en que la familia trata esa interferencia. Hemos
reseñado diversos estilos de actividad terapéutica e introdujimos una notación estándar para la
confección de diagramas diagnósticos. Ahora tenemos que pasar de estas orientaciones
generales a especificar los pasos que es preciso dar para obtener un diagnóstico propiamente
estructural.