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Copete:

La proyección de las imágenes puede adelantar su conversión en hechos; las geografías


imaginadas, preceder a las reales; las operaciones simbólicas, concretarse en operaciones
fácticas. El análisis de estos procesos es el de la política como maquinaria de producción de
ficciones.

La furia de Ahed

Montserrat Álvarez
montserrat.alvarez@abc.com.py

El arresto de Ahed Tamimi cerró el 2017. Se la llevaron a mitad de la noche el martes 19 de


diciembre, después de que esta palestina de dieciséis años se enfrentara a unos soldados
israelíes en Nabi Saleh. Los hizo marcharse. Esto no es ficción.
La ficción no siempre es irreal o inocua. No es irreal: es una práctica social real con efectos
fácticos reales. Puede definir el modo de entender una situación, y el modo de entender una
situación ciertamente define el modo de actuar frente a ella. Por eso la política es en gran
parte una máquina generadora de ficciones. La ficción puede afectar, entre otras cosas, el
modo en el cual la sociedad se relaciona con un territorio. Una geografía imaginaria ha sido
construida, por ejemplo, en Palestina desde fines del siglo XIX. Hemos asistido a la larga y
sostenida fabricación cultural de ese escenario. La ocupación es una operación económica,
política, militar, pero también literaria, ficcional, simbólica. El mapeo de Palestina durante
el mandato británico, por poner un caso, fue parte de esa ocupación simbólica inicial, como
lo fue la lista hecha por la Jewish Palestine Exploration Society y el gobierno británico de
Palestina en 1922 de los sitios cuyos nombres árabes se habían cambiado ya oficialmente
por nombres hebreos (1). El término utilizado para designar tal alteración de la toponimia
en los documentos fue «restitución». Esa operación discursiva que justificaba en el discurso
la ocupación del territorio palestino en la práctica pudo completarse después de la Guerra
de los Seis Días por imposición estatal. La ficción cartográfica adelantó la legitimación del
reclamo del territorio mediante la conversión de sus ocupantes judíos en legítimos dueños,
y de sus habitantes nativos en intrusos. Bajo el mandato británico, lord Balfour había
declarado en 1917, cuando los judíos eran cerca del ocho por ciento de la población
palestina y tenían el dos por ciento de la tierra, que el gobierno de Su Majestad veía con
agrado el establecimiento de un hogar nacional para los judíos en Palestina. En 1896, el
periodista austríaco Theodor Herzl había publicado Der Judenstaat y en 1897 se había
creado la Organización Sionista Mundial. Herzl buscó el apoyo de los monarcas europeos
para su Estado judío. En Palestina, el estado judío, dice su libro, sería «parte del muro de
Europa contra Oriente» y «de la cultura contra la barbarie». La doble equivalencia ficticia
(cultura = Europa, Oriente = barbarie) aún es real para muchos. Su «realidad» fue de hecho
un respaldo para que bajo el dominio británico la inmigración judía se desarrollara junto
con las diversas formas de discriminación que los palestinos intentaron paliar con huelgas y
protestas. Décadas más tarde, era mucho más conocido y lamentado el sufrimiento judío en
Europa en la Segunda Guerra Mundial. Cuando en 1947 Gran Bretaña anunció el fin de su
mandato y se planteó en las Naciones Unidas partir el país en dos y dar a los sionistas, un
tercio entonces de la población con un cinco por ciento de la tierra, el cincuenta y cinco por
ciento del territorio, Israel tenía el apoyo de la gran potencia occidental que emergía en la
posguerra, Estados Unidos, que logró que la propuesta se aprobara. Apenas se aprobó, hubo
ataques armados contra aldeas árabes, pero el día de 1948 en el que la propuesta aprobada
se llevó a los hechos, pese a los cientos de miles de árabes que habían tenido que huir, aún
es considerado por muchos el día de la «independencia» israelí. Cuando en 1949, con el
ochenta por ciento del país en manos del estado de Israel, un decreto de Naciones Unidas
pidió para los casi ochocientos mil palestinos refugiados repatriación o compensación por
sus tierras, las autoridades israelíes lo ignoraron, como todos los siguientes.
La ficción puede lograr proezas. Puede desafiar a la lógica o arrancar páginas enteras del
libro de la historia. El desafío a la lógica es constante en el discurso de los medios, vicioso,
circular –por ejemplo, la resistencia a cualquier ataque del ejército israelí se toma como una
prueba de que fue un ataque contra terroristas–. Y lo de arrancar páginas se puede ilustrar
con el hecho de que, como escribió Deleuze, el sionismo, y luego el estado israelí, siempre
exigieron a los palestinos reconocimiento jurídico, pero el Estado de Israel nunca dejó de
negar el hecho de la existencia del pueblo palestino (2). Como si los palestinos hubiesen
estado allí de paso y por error. Como si los hubieran expulsado de sus moradas y sus tierras
porque habían venido de otro lugar. «Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra», fue el
lema que popularizó, a inicios del siglo XX, Israel Zangwill, y que completó Golda Meir en
1969 al declarar a la prensa: «No existe tal cosa como los palestinos. Nunca han existido»
(«There was no such thing as Palestinians. They never existed»). Hay mentiras que se
imponen como verdades; hay ficciones que se concretan como hechos. La ficción permite
hacer creer a muchos que objetar las acciones del Estado sionista de Israel, por ejemplo, es
ser antisemita. Volviendo a Deleuze, en el texto citado antes escribió que el estado de Israel
nunca ha ocultado su propósito, que desde el inicio, más que vaciar el territorio palestino,
fue hacer como si estuviera vacío. U ocupado por «extranjeros». La mera existencia de los
palestinos, por supuesto, estorba esa ficción. Por eso, no se trata, en Palestina, de someter a
los nativos para explotarlos o convertirlos en esclavos, como lo podrían haber hecho otros
imperios coloniales de la Antigüedad (y de la Modernidad también). Se trata de borrarlos,
de lograr que no existan y que ni siquiera hayan existido. Como quería la declaración de
Golda Meir. Desde el principio se ocupó el territorio como si estuviera «vacío». No es solo
un exterminio: es, por así decirlo, el exterminio del exterminio, el exterminio en la ficción
del hecho del extermino para imponerse después como realidad. Se trata no solo de negar el
derecho, sino el propio hecho palestino.
En el terreno de la ficción metapolítica, de la fabricación de los hechos, es posible y usual
negar el propio terrorismo tratando a los objetivos de los propios ataques como terroristas.
Un palestino puede ir preso cinco años o más por tirarle una piedra a un soldado israelí, que
es delito de agresión a la autoridad, y recibir una multa adicional cuyo no pago suponga un
aumento de la pena. Pero es él quien delinque. Al aprobar la Ley para Prevenir Daños por
Huelga de Hambre, la Knesset arrebató a los palestinos presos el último recurso de protesta
que les quedaba. Pero son ellos quienes causan daños. No son abusos simples, sino dobles.
Los duplica la ficción en su función perversa. La ficción puede incluso ser letal si quiebra
la voluntad al nublar la vista hasta el punto de alterar los hechos. Por cruentos que sean, los
hechos en sí mismos nunca son tan siniestros como cuando se le roba al sujeto incluso su
capacidad de relatarlos.
El arresto de Ahed Tamimi cerró el 2017. Se la llevaron a mitad de la noche el martes 19 de
diciembre, después de que esta palestina de dieciséis años se enfrentara a unos soldados
israelíes que habían ido a atacar palestinos cerca de su casa, en Nabi Saleh. Les gritó que se
fueran, intentaron golpearla y Ahed, que libra estas luchas desde que era una niña de diez
años, no se dejó amedrentar y respondió con cuanto tenía, que puede ser nada o serlo todo:
sus puños, su valor, su furia. Y los hizo marcharse. Miles de millones de personas lo vieron
en las redes sociales gracias a la cámara de un celular. Esto no es ficticio, sino real. Ahed es
real.
Quizá, como ya señalaba Gorgias, los seres humanos no podemos conocer verdades. Pero sí
podemos reconocer mentiras. Y si la ocupación simbólica precede a la ocupación política,
la extinción simbólica es una amenaza de extinción física. Borrar los topónimos árabes de
los mapas, borrar de un territorio la impronta cultural de sus habitantes, borrar de la historia
de su país a los palestinos, son construcciones ficticias contrarias a los hechos que registran
los libros, pero las páginas de los libros se pueden arrancar, y los libros se pueden quemar,
y las ficciones pueden anunciar horrores muy reales. Boicotea el aparteid. Llama al crimen
por su nombre. Es lo mínimo que una persona decente, mientras surgen mayores desafíos,
puede y tiene que hacer para empezar.

Notas
(1) Gideon Bar: «Reconstructing the Past: The Creation of Jewish Sacred Space in the State
of Israel, 1948-1967», en Israel Studies, vol. 13, 2008.
(2) Gilles Deleuze: «Grandeur de Yasser Arafat», en Revue d’Etudes Palestiniennes, n 10,
invierno de 1984, pp. 41-43

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