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I. LA SOCIEDAD TRADICIONAL
LA ESTRUCTURA ECONÓMICA DE LA SOCIEDAD TRADICIONAL
La economía tradicional, en fin, es simple porque se funda en una división del trabajo
sumamente elemental, consistente, por regia general, en distribuir las tareas entre los sexos
y entre las «clases de edad». Tareas diferentes son confiadas a los hombres y a
las mujeres. Los niños y los ancianos cultivan actividades más simples o menos fatigosas.
La división del trabajo, por ser rudimentaria, es a menudo estricta y rígida: los hombres no
aceptan los trabajos atribuidos a las mujeres, y viceversa. Añadamos, sin embargo, que
determinadas especializaciones de índole profesional pueden darse también en la sociedad
tradicional: tal es el caso, por ejemplo, del hechicero, pero también lo es de los diferentes
tipos de artesanos que se especializan en la fabricación de diversos objetos.
Una tecnología arcaica y una división elemental del trabajo sólo pueden dar lugar a una
productividad muy escasa del trabajo humano. De ahí se deriva lo que ha dado en llamarse
una economía de subsistencia, característica de la sociedad tradicional. En este tipo de
economía, la sociedad produce los bienes de inmediata necesidad para su subsistencia y su
defensa. Acumula excedentes sólo para un corto período (unos días, unos meses, un año a
lo más). El problema del abastecimiento es pues casi cotidiano. De ahí que ocupe un lugar
preponderante tanto en la actividad de cada uno como en el pensamiento y en las
conversaciones de los miembros de este tipo de sociedad. La carestía y el hambre son una
constante amenaza para la economía de subsistencia. Si la caza o la pesca no son
abundantes, o resulta dañada la recolección, puede sobrevenir el desastre a toda una
comunidad humana. Esto explica que, en ciertas sociedades donde la situación es
singularmente precaria, la cualidad principal que se exige del jefe, y su preocupación
mayor, sea la de asegurar la subsistencia del grupo.
La parentela
La organización social tradicional gira en torno a dos ejes principales: la parentela y los
grupos de edad. La parentela se funda en el reconocimiento de los lazos de la sangre y de
los vínculos de alianza, por el matrimonio, que unen a un conjunto de personas. Esos lazos
dan lugar a una compleja red de relaciones entre individuos de diversas edades, relaciones
basadas en unos derechos, deberes y obligaciones explícitamente definidos y regulados por
normas y prescripciones a veces muy estrictas. Por su pertenencia a una parentela, toda
persona se ve obligada a alimentar ciertos sentimientos con respecto a diversas personas, a
prestar más respeto a unos individuos que a otros, a ayudar a determinadas personas en
mayor medida que a otras, etc.
Funciones de la parentela
Pero, por encima de todo, cabe decir que la parentela constituye en casi todas las
sociedades tradicionales el esqueleto de la organización social. Toda la vida colectiva de la
comunidad se estructura en torno a la parentela y asume sus formas. Muchas sociedades
tradicionales, por ejemplo; están divididas en clanes o en «mitades», que no son más que
grupos de parentela: todos los miembros de un clan o de una «mitad» se consideran de
algún modo parientes. En tales sociedades, casi todas las actividades religiosas, recreativas,
económicas o militares se organizan conforme a las delimitaciones de los clanes o de las
«mitades». El poder político nace también con harta frecuencia del poder de los jefes de
familia o de los jefes de clan. Incluso se da el caso de que la división en grupos de parentela
se concretice en la ordenación física del poblado y en la localización de las residencias, a
fin de asegurar que los miembros de un mismo clan o de una misma «mitad» sean vecinos.
Sin embargo, no debemos imaginar que, por estar basada en la parentela, sea simple esta
organización social. Contrariamente a su estructura económica, la organización social de
las sociedades tradicionales es a menudo harto compleja, por cuanto las formas de parentela
son a su vez complejas. El antropólogo norteamericano Murdock ha demostrado que no
existen menos de veinte tipos principales de formas de parentela, con diferentes variantes
6• En la práctica, el antropólogo que entra en contacto con una nueva sociedad debe a
menudo consagrar mucho tiempo a la tarea de desmadejar los lazos de la parentela, lazos
que cada miembro de la sociedad parece sin embargo comprçnder con meridiana claridad.
Da la impresión de que las sociedades tradicionales se han especializado de algún modo en
el arte de inventar y aquilatar las formas de parentela, puesto que éstas constituyen el
núcleo de su organización social.
El medio técnico, por el contrario, interpone entre el hombre y la naturaleza una red de
máquinas, de técnicas complejas, de conocimientos; de objetos fabricados, transformados,
adaptados. El hombre no depende ya de la naturaleza, sino que tiende más bien a someterla
a sus propias necesidades, a sus deseos, a sus ambiciones. Explota la naturaleza en la
acepción literal de la palabra, la domina y la utiliza para sus propios fines. El medio técnico
es, como observa Friedmann, un «nuevo medio», dada su reciente aparición en historia de
la humanidad. Es el resultado de la revolución industrial, es decir, del paso de la
herramienta manual a la máquina, del trabajo manual al trabajo mecanizado; y también lo
es del descubrimiento de materiales nuevos y energías aun inexplotadas. El medio técnico
es realmente característico de la sociedad moderna. Es a un tiempo su causa y su producto.
En segundo lugar, la economía tecnológica sólo ha sido posible gracias a una división cada
vez mayor del trabajo. En su análisis Sobre la riqueza de las naciones, Adam Smith ha
evidenciado, con su clásico ejemplo de la manufactura de alfileres, cómo la productividad
se multiplica cuando el trabajo en cadena sustituye a la confección completa del alfiler por
cada trabajador. Más que cualquier otra, la sociedad tecnológica ha impulsado al máximo la
división del trabajo, hasta desembocar en la atomización de las tareas, fenómeno que
Georges Friedmann ha denominado «el trabajo a migajas». Pero esta fragmentación no se
registra únicamente en la fábrica. Toda la sociedad se caracteriza por la especialización de
las funciones, por la profesionalización.
Esta evolución de la división del trabajo y de la estructura del empleo ha entrañado una
importante consecuencia, característica de la sociedad tecnológica: la ruptura entre el
productor y el consumidor. En la sociedad tradicional, la familia consume lo que ella
misma produce: es a un tiempo unidad de producción y unidad de consumo. En la sociedad
tecnológica, la familia es por regla general solamente una unidad de consumo. El trabajador
produce para un mercado que a menudo desconoce. Su lugar de trabajo nada tiene que ver
con su lugar de residencia. La producción se distingue radicalmente del descanso, del ocio
y del consumo.
Sin embargo, en caso de tener que condensar en una fórmula lo que caracteriza a la
organización de la sociedad tecnológica, diríamos que dicha sociedad gira principalmente
en torno a la producción a sus condiciones y a sus consecuencias. El hombre de la sociedad
tecnológica debe ser un productor, y esto no sólo en el ámbito industrial, sino también en el
orden intelectual, artístico, político e incluso religioso (se piden incesantemente «ideas
nuevas», «valores nuevos», una «nueva filosofía», descubrimientos científicos). Este
hombre debe producir mucho y sin cesar, porque él mismo y los demás consumen ingentes
cantidades de bienes materiales, de ideas, de imágenes, de obras de arte, de ídolos de toda
índole. Tal es la razón de que la sociedad tecnológica se caracterice en particular por el
lugar preponderante que ocupan el mundo del trabajo y, por esto mismo, la estructura y la
organización económicas. No cabe duda de que el trabajo está siempre presente en la vida
cotidiana de la sociedad tradicional, siendo la subsistencia uña lucha de cada día. Pero no se
encuentra en ella un universo del trabajo organizado, estructurado y dominante como en la
sociedad tecnológica. Sólo se advierte, como se ha dicho ya, una estructura económica
rudimentaria y simple.
A nadie debe, pues, sorprender que Marx haya atribuido al trabajo productivo y a la praxis
un lugar central en su definición del hombre, ni que haya prestado a lo económico un papel
preponderante en la historia humana. Aplicado en todo caso a la sociedad industrial que se
constituía ante sus ojos, su análisis era válido.
Veamos ahora con mayor detalle cómo esa preponderancia de la producción y del mundo
del trabajo se concretiza en la organización social.
Partamos del hecho siguiente. En la sociedad tradicional, los dos ejes en torno a los cuales
gira la organización social confieren a las personas unos status cuyos fundamentos son
puramente biológicos: lazos de sangre y edad. Esto ha hecho decir a Ralph Linton21 que,
en este tipo de sociedad, la persona goza de un status asignado (ascribed status), es decir,
un status social que recibe al nacer o al acceder a las diferentes etapas de su vida, sin tener
que ganarlo ni necesariamente merecerlo (por ejemplo, el status de hijo, de cuñado, de
joven, de anciano). En la sociedad industrial, por el contrario, se hace dominante el status
adquirido (achieved status), es decir el status social que una persona obtiene por lo que ella
hace, status que deriva de su propia actividad. Se trata, pues, de un status que puede
«mejorar», en caso de que el sujeto lo desee o sea capaz de ello. El status asignado se opone
al status adquirido, de modo parecido a como el ser se opone al hacer. Cuando se desea
conocer a alguien en la sociedad tradicional, se pregunta: «De quién es hijo?» En la
sociedad tecnológica, en cambio, se pregunta: «Qué hace?», o también «,qué hace su
marido?». Así pues, por el universo del trabajo sobre todo se obtiene el status adquirido y
Ja personalidad social a él inherente. De ahí que todo cuestionario propuesto por cualquier
encuesta incluya casi obligatoriamente una o dos preguntas relativas a la ocupación del
consultorio. Estos datos son mucho más útiles que su nombre y sus lazos de parentesco, ya
que nos permiten situarle con bastante exactitud en la sociedad, por lo que nos dicen
respecto a su nivel de educación, a sus ingresos, a ciertos hábitos de su vida, y hasta, en
algunas ocasiones, al lugar de su residencia.
Por tratarse de una sociedad de producción, la sociedad tecnológica es, desde el punto de
vista sociológico, una sociedad profesionalizada. De un lado, el mundo del trabajo es
sumamente diversificado en ella; se fragmenta en una multitud de ocupaciones que resultan
de una incesante división de las tareas. Esa inmensa red de ocupaciones diversas alcanza a
la sociedad entera. Es omnipresente. La encontramos en todas partes, hágase lo que se haga.
Esa omnipresencia es la que, de otro lado, determina el hecho de que con respecto a esa red
de ocupaciones deba cada persona definir su identidad social y la de los demás. Por y en esa
red, adquiere el individuo un status preciso y reconocible. En este contexto, estar en paro no
acarrea solamente una pérdida de ingresos, sino también una pérdida de status, una cierta
decadencia social. Lo que muchas mujeres encerradas en el hogar y muchos estudiantes
dicen sufrir es exactamente el verse privados de un status reconocido en esta sociedad de la
división del trabajo y de la producción.
El mundo del trabajo de la sociedad cnol6gica adopta asimismo otro carácter particular
muy importante: su elevado grado de burocratización. Max Weber es sin duda el autor que
más profundamente ha analizado la burocracia occidental, y la burocracia en general. A él
en particular se debe la confección del cuadro de los rasgos principales de una burocracia
«en estado puro». Los resumiremos del modo siguiente: 1.°, la burocracia es esencialmente
una organización racional del trabajo de un gran número de personas que concurren a la
producción del mismo bien o del mismo servicio; 2, la burocracia es siempre una
yuxtaposición jerárquica de jurisdicciones de responsabilidades, de modo que cada dividuo
es responsable de su trabajo ante un superior inmediato, quien a su vez es responsable ante
otro superior, y así sucesivamente hasta el escalafón más elevado; 3,0, unas reglas
detalladas precisan las tareas de cada persona, el modo como debe llevarlas a cabo, la
jurisdicción de sus responsabilidades el superior de quien depende, etc.; 4.°, el burócrata es
remunerado con un tratamiento fijo, establecido conforme a unas normas que tienen en
cuenta su formación anterior, su antigüedad, su experiencia, su competencia; 5.°, el ingreso
en la burocracia y la promoción de un escalafón a otro tienen lugar de acuerdo con unos
criterios objetivos y definidos que permiten juzgar acerca de la competencia del candidato
para ocupar la plaza; 6.°, el burócrata no es propietario de la plaza que ocupa, ni tampoco
de sus instrumentos de trabajo.
Una vez más, se trata de las características propias de una burocracia «en estado puro». En
la práctica, las burocracias pueden diferir más o menos de ese modelo, hasta el punto
incluso de hacerse irracionales e ineficaces. Tal es en particular lo que les han reprochado
ciertos críticos modernos
La burocracia no nació en el siglo pasado, sino que siempre ha existido. Estuvo muy
desarrollada en el Egipto antiguo, en donde hasta un profeta se convertía en funcionario,
como lo demuestra la historia transcrita por la Biblia del israelita José vendido por sus
hermanos como esclavo, personaje que, tras haber sabido interpretar un sueño del faraón,
llegó a primer ministro y tuvo a su cargo la aplicación de la política económica resultante
de su interpretación del sueño del faraón. En la sociedad moderna, la multiplicación de las
ocupaciones y el desarrollo de las grandes empresas han hecho a la burocracia más
necesaria que nunca. El Estado, la empresa industrial o comercial, los bancos, el sistema
docente, las instituciones hospitalarias, las iglesias, los sindicatos y hasta los movimientos
sociales son otras tantas organizaciones de tipo burocrático. La burocracia no es, pues,
exclusiva del sector público, puesto que cabe encontrarla también en el ámbito de la
empresa privada. Antiguas profesiones independientes (la medicina, el derecho, el
comercio) se burocratizan cada vez más.
El dinero se convierte, además, en una medida precisa y esencial, utilizada de una y mil
maneras. Toda la organización actual del trabajo en las sociedades tecnológicas se hundiría
sin la medida monetaria. El tiempo consagrado al trabajo, la competencia del trabajador, su
experiencia, su antigüedad, los servicios prestados anteriormente, todo se calcula en valor
monetario, que se convierte así en el patrón principal: «un hombre vale tanto», «cada año
de experiencia vale tanto», «una consulta vale tanto o tanto, según requiera una hora o una
jornada entera de trabajo», «el tiempo es oro».
La toma de conciencia de intereses comunes no es, sin embargo, exclusiva de las clases
sociales. También ha dado lugar a un buen primero de asociaciones voluntaria y de
movimientos sociales de vida índole, desde el partido político basta las sociedades secretas
de cooperación o de conspiración, pasando por los sindicatos, las prociaciones nacionales,
los clubs de diversión, las corporaciones profesionales las sociedades religiosas o
filantrópicas, los movimientos reformistas o revolucionarios, etc. Cada una de estas
asociaciones puede convertirse en un «grupo de presión» frente a quienes detentan los
poderes (hombres políticos jefes religiosos, administradores, etc.), a fin de promover o
defender sus particulares intereses.
Al término de este sucinto análisis, se comprende mejor por qué a veces se designa a la
sociedad tecnológica con la expresión «sociedad compleja». Efectivamente, lo es en
muchos aspectos, hasta el punto de resultar muy difícil la delimitación de sus principales
ejes de organización. Tal vez se comprenda también por qué la sociología ha nacido en el
seno de semejante sociedad, cada la necesidad de ésta de conocerse y comprenderse mejor.
Fe en la ciencia y en el progreso
Valoración de la instrucción
Resulta fácil, sin embargo, detectar en la sociedad tecnológica cierta ambivalencia tocante a
la instrucción: al tiempo que se la considera esencial y útil, se teme su exceso. Se desconfía
del hombre «demasiado instruido» en las ideas abstractas y carente de realismo. La
expresión «los intelectuales» es utilizada con harta frecuencia en un sentido peyorativo. El
folklore popular presenta ciertas caricaturas del intelectual «nebuloso», eternamente
distraído, “idealista”. En los Estados Unidos, se describe al intelectual bajo las apariencias
del eggbead, aquel cuya cabeza ha absorbido tantos conocimientos que ha acabado por
adquirir la forma de un huevo. De hecho, en una sociedad obsesionada por la producción, la
investigación y el arte puros o desinteresados necesitan siempre demostrar que «un día u
otro pueden servir de algo», en cuyo defecto apenas encuentran un lugar en ella. Cabe
observar siempre un conflicto b. tente, declarado a veces, entre los teóricos y los prácticos,
entre los investigadores y los administradores, entre los hombres de pensamiento y los
hombres de acción.
Hervidero de ideas
Todo esto nos lleva al terreno del orden moral. La desmitificación del mundo por la
racionalidad y por la ciencia ha entrañado una radical transformación de los fundamentos
de la vida moral, transformación a la que se ha creído poder dar el nombre de
secularización. En efecto, se observa en la mentalidad tecnológica una debilitación de las
motivaciones que cabría calificar como «de inspiración metasocial», es decir, de las
motivaciones que se inspiran en imperativos morales basados en consideraciones
mitológicas o teológicas, en aras de una moral más exclusivamente social. Individual y
colectivamente, los hombres se mueven menos que en la sociedad tradicional por motivos y
sanciones de índole sobrenatural: deseo de salvación eterna, temor a las espíritus, abandono
a una Providencia, etc. El hombre, la vida temporal, el bienestar individual y colectivo
están más valorados por sí mismos, independientemente de toda referencia a «otra cosa», es
decir, a un orden sagrado suprahumano.
Sentimiento de superioridad
Pero también aquí cabe observar una cierta ambivalencia. Con la conmiseración se mezcla,
en el espíritu del hombre de la ciudad, cierta envidia frente al hombre del campo, que vive
inmerso en la naturaleza, y es dueño y señor de su finca. En el corazón del hombre urbano,
prisionero de su medio romántica por la vida natural, tanto mas idealizado cuanto que
definitiva, sólo la conoce a través de : ealizada el campo, o a través del camping en torre o
apanetienda. que planta u mihm*
Los dos tipos de sociedad antes descritos son en realidad, construcciones mentales,
denominadas o Max Weber “tipos ideales”. Tipos ideales, no en el sentido d i Max Weber
sino en el sentido de «tipos puros> Po; superlore•s y ejeiivzi concreta corresponde en todos
sus >a os que ninguna boran evidentemente a partir de p tos Los tipos idea!es e de
sociedades reales, pero cuyos servaciones empíricas rd denados con la intención de llevar
ementos son bosquejados __ cada uno de los rasgos y la totalid:d agun modo hasta ci una
imagen o un concepto «en estado e cuadro, a fin de tr dos tipos de sociedad no p
ciones de sociedades reales. Son más b pretenden pues ser o, en expresión de Margaret Me
d ien instrumentos inte)ie modelos conceptuales nos han a,«modelos conceptuales».
contrastar la sociedad moderna con eh o aqul, en particular. ella, tipo que hemos
denominado tipo de sociedad más dif ras a resaltar mejor las características ;de a
tradicional, n esa. e am as sociedades.
El debate Lewis-Redfield
Importa, sin embargo, decir aquí que la distinción entre sociedad tradicional y sociedad
tradicional y sociedad tecnológica (o sociedad urbana, o sociedad industrial, según los
autores) ha sido objeto de diversos ataques por parte de algunos sociólogos y antropólogos
y ha dado lugar a encendidos debates. El ataque más violento viene indiscutiblemente del
antropólogo Oscar Lewis que, veinte años después de Robert Çld, r elaboró el estudio de la
misma aldea mexicana, Tedio, de la vida social en esa aldea, una descripción mi diferente a
la ofrecida por Redfield, insistiendo sobre todo en clientes de tensiones y de conflictos que
Redfield babia descuidado conclus1° es que Redfield se vio inducido a falsear la realidad
del modelo de «sociedad tradicional» que presidio su ana litas de la aldea en cuestión A
este modelo, Lewis reprocho sobre el hecho de dar de la realidad social una imagen
excesiva Jaime integrada, demasiado estable, imbuida aun enteramente de incesto
romanticismo rous Seaufllafo ante las sociedades primitivas critica no carece
evidentemente de fundamento y nos pone en contra una debilidad de la tipologia bipolar, al
menos tal mo ha sido utilizada a menudo.
Pero Redfield, a su vez, o sin razon, responde que su análisis Tepoztlafl no resulta
necesariamente inva1id° por los descubrimientos de Lewis, cuanto una misma realidad
social puede idearse bajo varios aspectos comp1emetos no forzosamente, de modo que
Unos modelos diferentes de análisis pueden editar la revelación de aspectos diferentes de
una misma restos Edad. Redfleld insiste en el hecho de que no propone su modelo
& sociedad tradicional con exclusión de cualquier otro, ni le atribuye
valor absoluto. Pero defiende su método como uno de los que
aptos para revelar ciertos aspectos de la realidad.
Subrayemos, sin embargo, el hecho de que, en realidad, más allá de una simple cuestión de
método, una concepción de la sociología opone a Lewis y a Redfield, por cuanto el primero
defiende una sociología (y una antropología) centrada primordialmente en el estudio de los
conflictos, mientras que el segundo se sitúa más bien dentro de la tradición funcionalista.
He aquí una cuestión sobre la que volveremos en los próximos capítulos.
Pese a las críticas de que ha sido objeto, la tipología bipolar sigue siendo el marco principal
de la sociología comparada. A condición, sin embargo, de que no olvide dos realidades
esenciales. En primer lugar, que los dos tipos de sociedad pueden coexistir en el seno de
una misma sociedad global concreta. En efecto, puede afirmarse que, si bien hay sociedades
que son exclusivamente tradicionales, no hay ninguna, sin embargo, que sea íntegramente
una sociedad tecnológica. En todas las sociedades modernas, incluso en las más
industrializadas, Canadá, Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, URSS o Japón, unas
formas de sociedad tradicional — en el campo y, para el caso de América del Norte, entre
las tribus indias — cohabitan con la civilización tecnológica.
No es éste el lugar indicado para examinar detalladamente esas distinciones. Pero, para
completar el cuadro bosquejado en las páginas precedentes, presentaremos los principales
subtipos de sociedad tradicional y de sociedad tecnológica.
De acuerdo con la sugerencia de Robert Redfield cabe distinguir dos subtipos principales
de sociedad tradicional: la sociedad arcaica y la sociedad campesina. Podemos sobre todo
diferenciarlas entre sí de dos maneras.
En primer lugar, la sociedad campesina está necesariamente integrada por agricultores y (o)
pastores, mientras que la sociedad arcaica suele buscar su subsistencia en la caza y en la
pesca. La sociedad campesina es, pues, mucho más sedentaria que la arcaica, por estar
estrechamente vinculada al suelo. De otro lado, para el cultivo de la tierra, la sociedad
campesina recurre a la domesticación de animales (buey, búfalo, caballo, etc.), mientras
que en las sociedades arcaicas es mucho más raro que se asocie el animal a los trabajos del
hombre. A la par con la domesticación de animales, la sociedad campesina se beneficia de
un utillaje más considerable y más perfeccionado que la sociedad arcaica. Finalmente, se
registra en la sociedad campesina un derecho regulador de la propiedad del suelo. Éste
puede pertenecer a un gran propietario en un régimen feudal o señorial, o a la colectividad,
o a un grupo de familias, o cada familia individual. En la sociedad arcaica, la propiedad del
suelo, cuando existe, es mucho más desdibujada, más flexible, y jamás está regulada por un
derecho tan detallado como el vigente en la sociedad campesina.
Cabe pues considerar, en la evolución humana y social, a la sociedad campesina como más
«avanzada» que la sociedad arcaica. La sociedad campesina es fruto de la primera gran
revolución técnica, la revolución agrícola, que progresivamente ha hecho al hombre,
vinculándole al suelo mediante la propiedad inmobiliaria.
Cuando Redfleld describe lo que él da en llamar folk society, está claro que piensa sobre
todo y quizá exclusivamente en la sociedad arcaica. Es algo singularmente evidente en su
artículo del «American Journal of Sociology» que antes hemos citado. El propio Redfield
cuenta cómo la antropol0g, tras haber concentrado su atención exclusivamente en las
sociedades arcaicas, ha “descubierto” progresivamente las sociedades campesinas gracias a
los estudios efectuados en América latina, en África y en Oriente ‘. En ocasión de su
estudio sobre la aldea mexicana de Tepóztlafl, al nos hemos referido anteriormente,
Redíield saca la conclusión al que la sociedad campesina constituye un tipo de sociedad
«intermedia entre la tribu y la sociedad moderna» u, idea que luego ha desarrollado y
sistematizado u, Algunos antropólogos y ciertos geógrafos son sobre todo quienes estudian
hoy los medios rurales. Los 5ociólogos, por su parte, se han consagrado más bien al análisis
& la sociedad tecnológica y urbana, descuidando quizá demasiado tos medios rurales.
Existe sin embargo una cierta tradición de «sociología rural» digna de ser reemprendido y
ampliada.
Hasta comienzoS del siglo xix, la inmensa mayoría de los hombres vivían en sociedades
tradicionales, campesinas o arcaicas. Así sucedía en todos los contineflte Pero una minoría
más o menos importantes según las civilizaciones y las épocas, habitaba en las ciudades.
Éstas, evidentemente, no datan de la era industrial, ya que tienen una historia de por lo
menos 5000 años, historia que probablemente se remonta hasta 7000 y 8000 años atrás.
Hasta el siglo XVIII, sin embargo, la ciudad era bastante diferente de la actual, por cuanto
se trataba de una ciudad preindustrial. Si, como acabamos de ver, la sociedad campesina
puede ser considerada como un tipo social intermedio entre la sociedad arcaica y la
sociedad moderna, la ciudad preindustrial puede ser considerada asimismo como otro tipo
de sociedad intermedia entre la sociedad tradicional y la sociedad tecnológica. A este título,
forma una categoría particular, que merece ser estudiada en cuanto tal.
Las ciudades preindustriales han sido objeto de buen número de estudios por parte de
arqueólogos e historiadores. Gideon Sjoberg se propuso, a partir de tales estudios, elaborar
el «tipo puro» (que él denomina constructed type) de la ciudad preindustrial. Resumiremos
aquí sus principales características.
Organización social
La ciudad preindustrial nunca alcanzó las proporciones de Ja ciudad moderna: sólo unas
pocas contaron con más de 100 000 habitantes, oscilando la mayoría entre los 5000 y los 10
000. Su organización está rígidamente jerarquizada en clases y (o) en castas: en la cúspide,
urja reducida clase o casta dominante, rica y poderosa; a veces, una cierta clase media; un
grupo aún más desfavorecido de parias, y, en algunas ocasiones, una masa de esclavos. La
movilidad social es casi inexistente: se vive y se muere en la clase o casta en que se ha
nacido.
Estructura económica
La sociedad industrial, por su parte, tomó forma en el mundo occidental a fines del siglo
xviii y comienzos del XIX. Era el resultado de la revolución técnica, científica e intelectual
que se produjo en es-época, y del impacto que esa revolución tuvo sobre el trabajo, las
costumbres, las .ideas, la organización socioeconómica, las estructuras políticas, etc. Hacia
ese tipo de sociedad evolucionan jct1mente buen número de los llamados países en vías de
desarrollo, C,to se verá en un capítulo ulterior. Lo descrito antes bajo el nombre de
sociedad tecnológica corresponde muy bien al subtipo sociedad industrial, al menos tal
como ésta se ha realizado en su norma más «avanzada» en el mundo occidental de la
primera mitad ¿el siglo XX.
Sin embargo, con la llegada de la segunda mitad del siglo XX, La sociedad occidental ha
empezado a conocer transformaciones tan profundas que, al parecer, asistimos hoy al
nacimiento de un nuevo subtipo de sociedad tecnológica. Así como la sociedad industrial e
mostraba a los filósofos de comienzos del siglo XIX en su fase de gestación así también la
sociedad postindustrial, según la conocemos hoy, se encuentra a su vez en un estado
embrionario. De ahí que la «nueva sociedad» postindustrial tenga todavía mucho en común
con la sociedad industrial. La descripción de la sociedad tecnológica antes transcrita se
aplica aún muy bien a ella. Ciertas características, sin embargo, se afirman ya como
distintivas y propias de esa nueva sociedad. Vale la pena que mencionemos aquí algunas.
En primer lugar, crece muy rápidamente en la sociedad post- industrial el sector terciario de
producción y de empleos, hasta el punto de preverse, como se ha indicado ya antes, que ese
sector muy pronto acogerá a la mayoría de la mano de obra. El trabajador típico de la
sociedad postindustrial no será tanto el obrero, el trabajador manual, cuanto el técnico, el
ingeniero, el administrador, el oficinista. Tal es el resultado del progreso técnico. Muchos
obreros son progresivamente sustituidos por máquinas cada vez más automatizadas, gracias
sobre todo al desarrollo de la electrónica y de la cibernética. La automación requiere, a su
vez, un nuevo personal de técnicos y más empleados en las oficinas, el comercio, los
transportes, los servicios, etc. La clase obrera, núcleo de la sociedad industrial del siglo
XIX, sufre asimismo una honda transformación debida a los cambios tecnológicos que han
entrañado una rápida evolución de los medios y relaciones de producción. Se habla incluso
de una «nueva clase obrera», más compleja que la del siglo xix, en la que se hallan reunidos
antiguos artesanos y técnicos modernos, y en donde los, niveles de especialización se
multiplican, y cuyas actitudes sindicales y políticas son más diversificadas
Actualmente, la semana laboral normal alcanza tan sólo la mitad de lo que fue antaño, hasta
el punto de afirmarse hoy que se ha accedido ya a la «civilización del ocio», por la que se
entiende no sólo que él trabajador se beneficia de muchas más horas de ocio, sino también
que ese mismo ocio se convierte en un problema, en la medida en que no es utilizado para
la elevación del nivel cultural de la colectividad entera y de cada uno de sus miembros. La
organización comercial del ocio ha cobrado un auge extraordinario, hasta el punto de
convertirse en un importante sector de la actividad económica: piénsese, por ejemplo, en las
considerables sumas invertidas en los distintos deportes (deportes privados, deportes
profesionales) y en las competiciones deportivas, en el cine, en las salas de diversión de
toda índole, en el turismo, etc. La «sociedad de consumo» consiste, en buena parte, en el
consumo de ocios.
Importancia de la instrucción
Entre los progresos de la tecnología, uno de los que más afectan a la vida social
contemporánea, y sobre todo a la mentalidad moderna, lo constituyen indudablemente las
técnicas de comunicación de masas. El cine, la radio, la televisión se han sumado a la
imprenta, que ha conocido a su vez progresos considerables, hasta el punto de que el libro
de bolsillo debe contarse prácticamente entre las técnicas de comunicación de masas. Se
habla de una nueva de masas», en parte porque las técnicas modernas de comunicación se
dirigen simultáneamente a masas considerables de oyentes, a quienes bombardean
incesantemente con ideas nuevas, imágenes, mineros, y en quienes suscitan, mediante la
publicidad o de otro modo, aspiraciones y necesidades siempre renovadas. Varios estudias
han sido consagrados ya a la influencia ejercida por estos media hemos hablado de ello a
propósito de la socialización (cf. cap q. Pero se trata de un campo muy poco explorado aún.
En todo campo puede afirmarse que el «hervidero de ideas» característico de la sociedad
tecnológica adquiere sin duda alguna mayores proporciones por la vía de las técnicas
modernas de comunicaci6n, que esfuerzos cada día al oyente a escuchar debates, en los que
incluso se ve inducido a tomar una parte activa. De otro lado, las comunicaciones & masas
borran las fronteras entre regiones y entre países, y su primera también las del pensamiento.
Con el uso que muy pronto se hará ¿st los satélites, la comunicación cobrará más que nunca
una dimensión planetaria. La interdependencia entre las culturas regionales y nacionales, en
y por la «cultura de masas», se convierte en un hecho tan importante y vital como la
interdependencia de las económicas nacionales.
Quizá sea en el terreno político sobre todo donde las consecuencias de la sociedad de masas
han sido y son aún más analizadas y más apasionadamente discutidas. Varios
investigadores han insistido en el hecho de que asistimos, en la sociedad de masas, a una
debilitación de las antiguas estructuras locales e intermedias que, tanto en la sociedad
industrial como en la sociedad tradicional, aseguraban la integración social de los
individuos: oficios, profesiones, asociaciones voluntarias, clases sociales. La acción política
descansa actualmente en vastas organizaciones o movimientos de masas, en los que los
individuos sólo pueden participar de una manera anónima, impersonal y, en definitiva, muy
aislada. Una nueva forma de alienación está en trance ¿‘e caracterizar a esta sociedad, la de
la «multitud anónima. En una sociedad tan atomizada, los fundamentos del gobierno
democrático estarían gravemente comprometid05, dado que la çesentació1 pluralista de los
diferentes intereses y de los diferentes puntos de vista es cada vez menos posible, no
prestándose ya a ello la estructura misma de la sociedad, El poder político podría entonces
concentrarse exclusivamente en las manos de los profesionales de la política, de los
tecnócratas y de un determinado número & especialistas en la manipulación de la opinión
política. Por otra paute, los movimientos de contestación o de oposición están asimismo
frecuentemente inspirados por un extremismo que no es menos antidemocrático. La
sociedad de masas constituiría pues un medio favorable a la aparición de nuevas formas de
dictadura y de totalitarismo
Aun cuando este análisis no deje de tener su parte de verdad, su pesimismo ha sido de algún
modo atenuado por las recientes investigaciones relativas a los movimientos sociales y
políticos. a las manifestaciones de protesta y a las varías formas de extremismo político .
Estos estudios han puesto particularmente de relieve la elaboración de nuevos modos de
participación social y política a través de tales movimientos, han evidenciado asimismo el
hecho de que, en esos movimientos, algunos grupos, estratos o clases sociales encuentran
una nueva identidad, una conciencia colectiva, e intentan integrarse o reintegrarse en la
sociedad global que hasta entonces los había olvidado o dejado de lado. En realidad, la
sociedad de masas ha reavivado sentimientos de pertenencia y solidaridad en grupos
anteriormente desorganizados y pasivos, como, por ejemplo, los negros norteamericanos o
los pobres y los asistidos sociales. Que unos movimientos de contestación quebranten, en
consecuencia, «las reglas del juego» de la democracia quizá, en definitiva, es menos
atribuible a la sociedad de masas en sí misma que a la sociedad de opulencia en la que las
diferencias entre status y entre niveles de vida resultan singularmente manifiestos, más
acentuados que antaño y cada vez menos tolerados y tolerables. Por otra parte, se ha
demostrado que precisamente en las capas sociales que han sufrido largas frustraciones y
una prolongada alienación, y han gozado de menos instrucción, cuajan las actitudes
totalitarias . Estas capas sociales son las que más implicadas están en los movimientos
«contestatarios».
Agitación y contestación
Es probable que la sociedad de masas esté destinada a conocer una existencia bastante
agitada y propicia a las perturbaciones. Por el «hervidero de ideas» que suscita, por las
aspiraciones que aviva y provoca en los individuos y en las colectividades, por las nuevas
necesidades a que da lugar y por las frustraciones que implica, la sociedad de masas se
caracterizará, muy probablemente, no tanto por la «estandardización» y la nivelación
culturales, que a menudo se le atribuyen, como por una permanente agitación social y por
unos movimientos «contestatarios» más o menos violentos. Tal vez sea éste uno de los
rasgos más sobresalientes de esa nueva sociedad. Lo que hasta el momento conocemos de
ella da pie a esta previsión.