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Dice Marcos:

En los tres domingos que quedan vamos a leer todo el capítulo 25 de Mt (el último, antes del
relato de la pasión). Los tres episodios que en él se narran (diez doncellas, los talentos y juicio
definitivo) siguen siendo advertencias a su comunidad, con el fin de poner en guardia a los
cristianos de las consecuencias definitivas de sus actitudes vitales. Dios no puede hacer ya nada. La
pelota está en nuestro tejado y depende de nosotros que la juguemos o no, que la juguemos bien
o mal. En cualquier caso, pitarán el final del partido.

Interpretar la parábola en el sentido de que debemos estar preparados para el día de la muerte, es
tergiversar el evangelio. El esperar una venida futura de Jesús, es pura mitología que nos lleva a un
callejón sin salida. La parábola no hace especial hincapié en el fin, sino en la inutilidad de una
espera que no va acompañada de una actitud de amor y de servicio. Las lámparas deben estar
encendidas siempre; si esperamos a prepararlas en el último momento, toda la vida transcurrirá
carente de sentido.

solo viviendo a tope, se aprende a morir. Aunque solo os quedara un segundo de vida, haríais mal
en pensar en la muerte. Sería mucho más positivo el vivir plenamente ese segundo. La muerte ni
quita ni añade nada; el sentido debemos dárselo a la vida, mientras estamos de pie. La primera
lectura nos puede ayudar a encontrar el sentido de la parábola. La verdadera Sabiduría es
encontrar el sentido de la vida. Dar sentido a la vida es más importante que la vida misma. Ese
sentido no viene dado, tenemos que buscarlo. Esa es la tarea específicamente humana. Nuestra
vida puede quedar malograda como vida humana. Esa es la advertencia de la parábola. Hay que
estar alerta, porque el tiempo pasa. Hay que despertar, porque de lo contrario, perderás la
oportunidad de ser tú.

La importancia del relato no la tiene el novio ni la novia, ni siquiera los acompañantes. Lo que el
relato destaca es la luz. La luz es más importante que las mismas muchachas, porque lo que
determina que entren o no entren en el banquete es que tengan o no tengan el candil encendido.
Una acompañante sin luz no pintaba nada en el cortejo. Ahora bien, para que dé luz una lámpara,
tiene que tener aceite. Aquí está la madre del cordero. Lo importante es la luz, pero lo que hay
que procurar es el aceite.

La luz, son las obras. El aceite que alimenta la llama, es el amor. El ser sensato no depende de un
conocimiento mayor, sino de la plenitud de Vida.

Así se entiende que las sensatas no compartan el aceite con las necias. No es egoísmo. Es que
resulta imposible amar en nombre de otro. Nuestra lámpara no puede arder con aceite prestado.
Dar sentido a la vida no se puede improvisar en un instante. Solo con lo que hay de Dios en mí,
descubierto, reconocido, desplegado, puede considerarse encendido nuestro ser. Ese despliegue
constituye la Sabiduría de la que nos hablaba la primera lectura. Sin esa llama, seremos
irreconocibles incluso para el mismo Dios.

Jesús, con su muerte en la cruz, consumió todo su aceite en una llamarada que sigue
iluminándonos. El don total de sí mismo trasformó todo lo humano en divino. Allí culminó su
“historia” porque solo permanecerá identificado con Dios, y Dios está fuera del tiempo y del
espacio.
Si de verdad queremos dejar de ser necios y empezar a ser sensatos, debemos desplegar nuestra
vida desde otra perspectiva. Tenemos que abandonar todo proyecto de glorificación, sea en este
mundo o sea en el otro, y entrar por el camino del servicio a los demás hasta la entrega total. El
aceite solo da luz a costa de consumirse. Si aceptamos el programa del evangelio solo porque nos
han prometido una “gloria”, la cosa no puede funcionar. Estamos completamente equivocados si
pretendemos alzarnos con el santo y la limosna.

Dice Pagola:

La primera generación cristiana vivió convencida de que Jesús, el Señor resucitado, volvería muy
pronto lleno de vida. No fue así. Poco a poco, los seguidores de Jesús se tuvieron que preparar
para una larga espera.

No es difícil imaginar las preguntas que se despertaron entre ellos. ¿Cómo mantener vivo el
espíritu de los comienzos? ¿Cómo vivir despiertos mientras llega el Señor? ¿Cómo alimentar la fe
sin dejar que se apague? Un relato de Jesús sobre lo sucedido en una boda les ayudaba a pensar la
respuesta.

¿No es una insensatez pretender conservar una fe gastada sin reavivarla con el fuego de Jesús?
¿No es una contradicción creernos cristianos sin conocer su proyecto ni sentirnos atraídos por su
estilo de vida?

Necesitamos urgentemente una calidad nueva en nuestra relación con él. Cuidar todo lo que nos
ayude a centrar nuestra vida en su persona. No gastar energías en lo que nos distrae o desvía de
su Evangelio. Encender cada domingo nuestra fe rumiando sus palabras y comulgando vitalmente
con él. Nadie puede transformar nuestras comunidades como Jesús.

Dice Martínez Lozano

Unas y otras, sensatas y necias, no simbolizan a grupos humanos –como podrían ser, según
algunas predicaciones que aún se escuchan, "creyentes" y "ateos"-, sino actitudes que conviven en
cada uno de nosotros.

En nosotros hay una parte sabia capaz de "ver" la verdad de las cosas, y en nosotros hay también
una parte necia que nos reduce al yo. Cuando es ésta la que manda, quedamos a merced de los
pensamientos y de los vaivenes emocionales, confundidos e inermes. Por el contrario, cuando
tomamos distancia de la mente y de las emociones –no evitándolas, pero tampoco reduciéndonos
a ella-, cae el velo del pensamiento y aparece la comprensión, es decir, la sabiduría.

La parábola es una invitación a hacer este tránsito: desde el parloteo mental interminable (que
nos encierra en la inconsciencia y el sufrimiento) a la "atención plena" –los propios psicólogos y
médicos están insistiendo cada vez más en sus beneficios-, que nos ancla en la sabiduría que nace
de permanecer en el presente.

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