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Hablar entre líneas: el silencio simbólico en La luz difícil

Hablar de Tomás González puede parecer una tarea complicada, al tratarse de un escritor que
ha abierto su propio camino en la literatura mostrando un nuevo panorama a la narrativa de
Latinoamérica. Al haber publicado más de diez obras a lo largo de su carrera, es reconocido
como uno de los escritores más emblemáticos de su generación, pues la sensibilidad y las
emociones expresadas en su obra no dejan de sorprender a los lectores por la particular
manera en la que se manifiestan en cada uno de sus textos.
La luz difícil (2011) es una novela que retrata a David, un pintor que por medio de la
narración intenta reflejar su vida y los acontecimientos que lo fueron marcando. Parece
sencillo y fácil de comprender, pero el hilo narrativo se enreda, se estira y contrae conforme
va avanzando al soltar anécdotas aparentemente insignificantes, saltando de tiempos,
ciudades y momentos comunes en la vida de cualquier persona. A pesar de ser un escritor
cuidadoso de su prosa y ser reconocido fuera de su natal Colombia, el número de trabajos
dedicados su literatura es aún muy pequeño, se cuenta con artículos, tesis y ensayos
analizando los elementos que componen la obra de González, pero hay aún una inmensa
cantidad de temas por abordar dentro del autor. La luz difícil es una de las novelas de
González que ha obtenido la atención de muchos estudiosos de la literatura por su temática
y la técnica narrativa utilizada en sus transiciones de tiempo y las descripciones detalladas.
Si bien, no es ningún secreto que en los saltos entre las narraciones no están ahí por accidente,
hay opiniones variadas acerca de su naturaleza y algunas no ahondan tanto en el tema como
podrían. Mi propósito con este trabajo es resaltar los saltos en el tiempo de la narración y
analizar la función que estos cumplen, así como presentar un acercamiento al significado que
se les puede dar.
El silencio puede tomar formas fuera de lo convencional y encontrarse en lugares que
en una lectura común no podría reconocerse. “Cruel es el lugar común de que la esperanza
es lo último que se pierde” (González 27) es una frase poderosa que nos da David, el narrador
y protagonista de la novela. En este pasaje, nos narra la lucha de su hijo Jacobo con su estado
poco después de haber quedado parapléjico por un accidente de tránsito, y la consecuencia
que esto tuvo también en su otro hijo Pablo. Viendo esta frase a primera vista, se puede
rescatar la idea de la inutilidad de la esperanza frente a una situación imposible, pero, dicha
crueldad no es más que una provocación propia al convencerse de estar aferrado a una tenue
y frágil luz. En este caso la esperanza de una recuperación que ya se marcaba como imposible
es prolongar un sufrimiento inevitable y callar ese sentido común que podría encontrar algún
alivio acorde a la realidad, pero este perseverar antepone el sobrevivir al vivir. ¿La razón?,
el amor fraternal y el deseo de eliminar los obstáculos puestos por la propia vida que
terminarían complicando la existencia de aquel que padece el mal y las personas a su
alrededor.
Al haber alcanzado el accidente de Jacobo dentro de la narración, los saltos se vuelven
más recurrentes y unos más discretos que otros. El tercer capítulo termina hablando del
infierno que se convirtió la vida al presentarse el problema de Jacobo, pero al iniciar el cuarto,
puedes situar al protagonista muchos años después de este hecho. González presenta la
pintura como un escape del propio David, aquel trabajo y lenguaje en el que puede expresarse
libremente y decir todo lo que necesita sin ningún inconveniente. La reflexión sobre las penas
pasadas que se cuelgan de nosotros y se vuelven parte de nuestro ser —cual quimera
baudeleriana— es una muestra de la lucha que en algún momento se tuvo por detener el
sufrimiento, la resolución de que el dolor no es más que una ilusión dentro de una vida eterna
habla del trabajo mental y sentimental realizado por buscar la tranquilidad. La pintura
funciona como la herramienta principal de David, pero también se le puede encontrar como
parte de la automatización de un hombre que, a pesar de sus convicciones, cambió ante una
situación dolorosa. “Terminé los trabajos que tenía empezados, e incluso templé más lienzos
y empecé otros, pero durante mucho tiempo fue un acto reflejo, como se cuenta de la gente
que camina después de que le cortan la cabeza” (22).
Para Paul Ricoeur la temporalidad de la narración se vincula directamente con la
historia, el tiempo es parte de la intencionalidad y del todo que forma una narración. Tomás
González hace un salto increíble en la narración cuando al estar describiendo el cementerio
frente al edificio en el que vivían en Nueva York y la fauna urbana que habitaba ahí, en el
siguiente párrafo crea una imagen subliminal respecto al clima en La Mesa, lugar donde en
el presente narrativo vivía:
Aquí en La Mesa acababa de desplomarse el cielo. Se soltó una granizada enorme y como nuestra casa
es antigua, pero en la parte de atrás tiene techo de zinc, el estruendo es magnífico. Es muy raro que en
La Mesa caiga granizo. La primera vez que me toca en dieciséis años. Es el estruendo mismo de la luz.
Difícil vivir algo más hermoso. Es la destrucción del yo, la disolución del individuo. El aire huele a
agua y a polvo y uno no es nadie.
No se oye ni para escribir (31).

Este salto temporal y temático puede tomarse de diversas maneras, el cambio abrupto se
entiende como la mayoría de este tipo de saltos, el deseo de evitar hablando del tema por los
sentimientos que provoca en David al ir recordando y plasmándolos en papel, pero hay que
tomarse este párrafo como una metáfora sobre lo que estos recuerdos significan para él. El
estruendo de un fenómeno que no se vive a menudo provoca pensamientos casi filosóficos
con los que se apoya para expresar una catarsis interna, una paradoja entre un desastre y la
bella repercusión que esta tiene en la persona que la percibe y la vive sin poder decidirlo o
no.
El silencio pude representarse de distintas maneras, porque es más que la falta de
palabras. George Steiner dice que “el más alto, el más puro alcance del acto contemplativo
es aquel que ha conseguido dejar atrás de sí al lenguaje. Lo inefable está más allá de las
fronteras del lenguaje” (Steiner 29). Cuando se trata de las emociones, el expresarse puede
resultar difícil y, hablando de la literatura, se podría creer que la única respuesta es buscar
todas las palabras que puedan acercarse a aquel sentimiento o sensación para hacérselo llegar
al lector, pero no siempre es así. El silencio es un recurso invaluable para el expositor del
arte que busca expresar emociones, pues sabe que describirlas a veces es matar parcialmente
lo que se intenta decir. El silencio nos da la oportunidad de interpretar y empatizar con la
narración, poder hacer ese sentimiento propio y crear una conexión aún mayor con el texto.
Cuando el protagonista de la historia se dedica a describir los rasgos que desea darle
a conocer al lector, puede hacer un juego en el que muestra información suficiente para
dejarlo satisfecho, pero es precisamente ahí donde podemos encontrar lo que desea callar.
Carlo Ginzburg en su libro Mitos, emblemas, indicios (2008) nos habla en el apartado de
“Indicios. Raíces de un paradigma de indiferencias iniciales” sobre el método morelliano,
una propuesta para comprobar si una obra es original o es una copia. Dicho método se encarga
de mostrar aquellos detalles que pasan a segundo plano ante las características principales o
lo sobresaliente de un autor o un estilo en específico. Ese detalle o pista que se busca
reconocer puede estar escondido en cualquier parte y el encontrarlo significa tener una pieza
invaluable que podría cambiar el significado completo de una obra.
En La luz difícil se encuentran varias de estas pistas en diferentes momentos de la
novela, la que considero más pertinente mencionar aquí es un pasaje del capítulo ocho, donde
David nos narra unas horas antes de la llegada del doctor con Jacobo, tienen una conversación
por teléfono donde marca cada uno de los silencios que hubo durante el tiempo que estuvo
hablando con sus hijos. Es un silencio comprensible, pues se trata de una situación difícil. Es
como estar al borde de un precipicio y cerrar los ojos ante la imposibilidad de cambiar el
siguiente paso: caer. La conversación termina y pasa el teléfono a Sara, la narración se vuelve
aún más cortada y termina el párrafo con un “decidí salir un rato” (González 41). Nuestro
protagonista no solo anuncia su salida física en el relato, sino una salida del recuerdo, de esa
ambientación que involuntariamente creamos al decidir revivir momentos pasados. El dolor
siempre está presente dentro de la narración, cuando regresa a ella el dolor se intensifica y
busca una salida. Inicia el siguiente párrafo con una sentencia sobre el cansancio que le
provoca escribir por la noche, pero parece un suave pretexto para cambiar de tema y dejar de
pensar en el pasado triste. Avanza rápidamente con el tamaño de las palabras, pasa al sonido
de los pájaros y sin darnos cuenta nos encontramos en la descripción de los Blue Jays y la
diferencia de esta especie entre sus variantes estadounidense y la colombiana.
La velocidad de la narración depende de las emociones del protagonista y la
importancia que le da al hecho narrado, los lectores estamos en manos de David al aceptar
adentrarnos en su vida y al hilo de su pensamiento. Él crea imágenes hermosas sobre su vida
cotidiana y situaciones particulares que forman parte de la colección de experiencias que
cualquier persona puede tener, pero en cada contexto obtienen una importancia diferente.
En este punto, es necesario anotar la relevancia de la pintura y la escritura en la novela.
Se sabe que David era un pintor que comenzó a ser reconocido gracias a su trabajo y
perseverancia, utiliza muchas referencias de la pintura a lo largo de la novela para expresar
su sentir en el momento y para ejemplificar su estado como artista. Una de las imágenes que
más resaltan es la de los cangrejos armadura, animales que menciona varias veces como un
símbolo de la eternidad, animales que han permanecido con la misma apariencia por miles
de años y reflejan que el tiempo no es una verdad absoluta.
La pintura es, entonces, un artificio para David, con el que busca salir de la
cotidianidad y expresar de la mejor manera sus ideas, sentimientos y emociones, porque a
veces las palabras sobran. Viktor Shklovski habla en su imperdible obra “El arte como
artificio” sobre la importancia de las imágenes en el arte, ya sea como medio para hacer
pensar o para reforzar la impresión de la obra. para entender las imágenes proporcionadas
por David es necesario revisar un poco la intención de su pintura. “El tema de mi pintura era
la espuma que forma la hélice del ferry cuando, al dejar el muelle, acelera el motor en el agua
verde de la que borbota […] Aún no lograba que, sin verse, sin hacerlo evidente, se sintiera
la profundidad abisal, la muerte” (12). David utiliza la pintura para expresar el mundo que
vive y la interpretación que puede dar de este mismo. Al pasar los años, explica cómo va
perdiendo la vista poco a poco y gracias a eso su distanciamiento de la pintura se acelera.
Comienza a conformarse con la pura escritura, aunque no la considere como un arte tan
sublime como la pictórica. Le cuesta trabajo adaptarse a la expresión por medio de las
palabras, pues es como enfrentar un mundo diferente y cambiante con cada segundo que pasa.
Al final, la escritura es su único refugio y necesita ser ayudado por Angélica, una empleada
que lo acompaña en el presente de su narración. Aun cuando la escritura no es su mayor
deseo, la desarrolla como refugio para no ahogarse dentro de sus propios pensamientos y
sentimientos tanto presentes como pasados, pero extrañando siempre la pintura. El estar
forzado a abandonar la pintura y recurrir a la escritura representa un silencio dentro de su
propia vida y narración.
Al pasar la mitad de la novela, puede encontrarse la constante de que los capítulos inician
con el presente y cambian a la historia de la noche en que esperaron la muerte de Jacobo. La
narración del presente va tomando cada vez más relevancia, pues el recuerdo doloroso
termina por automatizarse al recurrirse a él constantemente y parece ser que a pesar del
sufrimiento que aún causa este hecho, el deseo de contar detalladamente la historia se va
evaporando. “Voy a olvidarme de lo de Jacobo mientras estemos aquí. Mañana, cuando
volvamos a la casa, seguiré con eso, que exige mis cinco sentidos y me abruma a ratos” (101).
Los finales de capítulos contienen frases contundentes que abren un espacio a la
reflexión sobre todas las líneas escritas anteriormente, como una pista para que el lector
pueda acercarse más su pensar y rellenar cualquier vacío que pudo haber quedado. Así, frases
como “Era como si las palabras estuvieran perdiendo ya la capacidad de contener el tiempo,
y yo de entenderlo, y los relojes de medirlo” (113), nos dan un panorama más grande y se
dirigen como una lanza directo a los sentimientos y la empatía creada entre el lector y el
protagonista.
Pueden localizarse distintos tipos de silencio dentro de la novela, uno que me gustaría
mencionar, aunque no es parte del análisis es el proporcionado por uno de los personajes más
entrañables que nos regala esta novela. Preet es el taxista que por culpa o por algunas otras
razones desconocidas acostumbraba a visitar a Jacobo, con quien tuvo una amistad, pero al
estar frente a los padres y demás personas mantenía un semblante recto. Permanecía en
silencio todo el tiempo, silencio que interrumpía con algún dato sobre su cultura, para
regresar fríamente a su posición inicial de estatua sonriente. El silencio de Preet no
representaba incomodidad, puede tomarse como un halago e incluso como una ofrenda hacia
una familia que enfrentó el sufrimiento por un largo periodo de tiempo.
Las ligeras aportaciones de Preet a una conversación espontánea se pueden apreciar
como un acto de amabilidad y ternura, pero el valor del personaje reside en su manera de
callar y acompañar en cuerpo y alma a todos los demás. El silencio se aprecia cuando es más
sincero que unas palabras ensayadas y que poco pueden expresar ante una situación difícil.
Cuando la narración se va acercando al momento de la muerte de Jacobo, los pasajes
se vuelven más cortos y difusos, mezclados con el presente de manera casi aleatoria y
difuminados con apariciones de Ángela en cualquier situación común. Pueden pasar los años,
pero el dolor de la pérdida de una persona amada se mantendrá presente, como una bomba
esperando a ser activada. La decisión de plasmar los hechos dolorosos no siempre es sencilla,
pues significa revivir sensaciones que, a pesar de permanecer guardadas, tienen la misma
intensidad que la primera vez. El espacio entre el hilo que une la narración del pasado es más
grande conforme la muerte de Jacobo está más cerca. Los vacíos se van llenando con datos
casi prescindibles sobre viajes o resoluciones de problemas domésticos, como para dar a
entender que, aunque el dolor se mantenga y haya perdido a su hijo, la vida continúa y el
presente es la mayor preocupación. El pasado pertenece a la memoria, a los recuerdos, el
futuro a los deseos y posibilidades, pero el presente es el encargado de que ambos se
mantengan y existan, pues sin un presente no se puede recordar, ni desear.
David nos da la sorpresa cuando llega el momento temido. La narración se centra en
Cristóbal, el gato reflejando la intensa luz del sol y un momento junto a Sara, compartiendo
ese pesar que crecía y fue tomando posesión de ellos hasta el final. No hay detalles de la
reacción propia, de Sara o de los amigos y acompañantes del pesado y melancólico viaje que
representó la situación completa. David describe casi automáticamente los asuntos tocados,
temas legales y formalidades respecto a la acción que deberían tomar ahora que todo había
sucedido. No se deja ver alguna emoción creciente o reprimida, solo hay palabras y
descripciones de los deberes y responsabilidades, planes por alguna consecuencia y los ritos
obligados. No nos encontramos con un monólogo sobre el dolor, la muerte y la desesperación
del padre, no aparecen reproches o pensamientos bruscos, retenidos por tantos años de negar
su existencia.
Encontramos una narración suave, fluida, porque sabemos que Jacobo se ha ido, pero
David se quedó, el sufrimiento de Jacobo desapareció junto con su sonrisa, su negra barba y
ojos cafés y brillantes, junto con su carisma y facilidad de ser amado, pero el cariño y su
recuerdo se mantuvieron aun después de su partida, porque la vida no termina con la muerte,
termina cuando el recuerdo se desvanece y eso fue lo que David decidió evitar al escribir su
historia.
El protagonista se centra finalmente en su presente, en su relación con Ángela, que
no pasa de ser su amiga, cómplice y escriba, quien le ayuda a callar cuando escribe y a escribir
cuando callar no parece una opción ante la vida, una vida tan larga de alguien que ha visto a
sus seres queridos partir y asume la responsabilidad de inmortalizarlos con palabras y cuando
es necesario, con silencios que dicen más de lo que unas palabras ensayadas y correctas
podrían.
El silencio puede representar la carencia de palabras, la poca capacidad de la
expresión, pero en La luz difícil el silencio es una brújula que apunta hacia los sentimientos
inefables, hacia aquellas sensaciones que no pueden ser expresadas y necesitan de la
maravilla más allá del lenguaje. El callar ante una situación difícil representa valentía, fuerza
y la incondicionalidad de alguien que podría o no conocer la adversidad, pero decide
enfrentarse a ella.
Los saltos temporales muestran la fragilidad de un David que lucha contra toda
adversidad, una fragilidad humana que está presente a lo largo de la novela y nos enseña que
se puede seguir adelante sin olvidar a los que ya no pudieron seguir. Callar cuando la
intención principal de un texto es el decir, expresa tanto como las imágenes creadas con
palabras, formas o errores que rozan lo “marabilloso” de la vida.

Bibliografía
Alba, Laureano, “Tomás González: esa luz difícil” Aurora boreal. Web, 5 dic. 2017.
https://www.auroraboreal.net/literatura/ensayo/1038-tomas-gonzalez-esa-luz-dificil
Beltrán F., Geney, “Contra la aniquilación”, Letras Libres. 8 oct. 2012, web, 6 dic. 2017.
http://www.letraslibres.com/mexico/libros/contra-la-aniquilacion
Ginzburg, Carlo, “Indicios: Raíces de un paradigma de inferencias indiciales”, Mitos,
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González, Tomás, La luz difícil. Alfaguara, México, 2011.
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México, 2008.
Shklovski, Viktor, “El arte como artificio” (1925), en Tzvetan Todorov (pról., ed., comp.),
Teoría de la literatura de los formalistas rusos. Siglo XXI, México, 2010.
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Zuluaga R., Nicolás, ¡Marabilloso! : El vitalismo de Tomás González en La luz difícil. Tesis,
Pontificia Universidad Javeriana, electrónica.

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