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Es necesaria, deseable y posible otra globalización

39.

Es necesaria, deseable y posible


otra globalización

ARTURO GARCÍA*

Pocos dudan que la globalización es un fenómeno que no tiene vuelta atrás.


Es un estadio nuevo, por ahora el último, en el proceso de un capitalismo que
actúa buscando obtener en cada momento el mayor beneficio posible.

I. ¿QUÉ ES LA GLOBALIZACIÓN?

Según el profesor Johan Galtung, hace pocos años hubo una comisión de
economistas estadounidenses a los que se les pidió que encontraran una
palabra que expresara, de un modo significativo, la expansión económica
norteamericana; optaron por el término globalización que, una vez asumido por
el poder de las transnacionales (popularmente conocidas como
multinacionales), el vocablo se ha expandido por todas partes.
En realidad lo que se está produciendo es un fenómeno de creciente
norteamericanización; es decir, la expansión dominante de los intereses y
forma de vida USA a todo el planeta, con una búsqueda obsesiva del dominio
en el mercado mundial. Se posibilita así al gran capital internacional
desempeñar un papel clave en la configuración de la sociedad mundial en su
conjunto.

* * Profesor de Teología moral en el Centro teológico diocesano de San Sebastián y


miembro del Secretariado Social.

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ARTURO GARCÍA

El fenómeno globalizador se está produciendo simultáneamente en tres


áreas: la tecnoeconómica, la sociopolítica y la cultural.
La globalización tecnoeconómica es, sin duda, la más determinante. Los
avances en las telecomunicaciones permiten una multiplicación extraordinaria
de los intercambios financieros. Así, a finales del 2001, cada día se movían en
el planeta entre 1,5 y 1,8 billones de dólares. La mayoría de esos intercambios
no están destinados a comprar y vender bienes, sino a especular: intercambio
de acciones, provocar el ascenso o descenso del valor de las monedas… Estas
transacciones benefician a unos pocos y pueden arruinar a muchos, incluso a
países enteros. Lo económico se reduce, en la práctica, a obtener el máximo
dinero posible. El impuesto orden ultraliberal se basa en tres “libertades”:
libertad de circulación de capitales, libertad de inversiones y libertad de
comercio, que atentan en cada país contra la libertad de la sociedad y de la
mayoría de los ciudadanos.
Un ejemplo. En el otoño de 1998, el Gobierno brasileño de Fernando H.
Cardoso gastó un crédito, procedente del FMI, de 20.000 millones de dólares
para defender la moneda brasileña, el “real”, de los embates de la especulación
financiera. Empresas expertas en operaciones de este tipo comenzaron a
vender grandes cantidades de reales a cambio de dólares. La transacción es,
pues, instantánea. No hay intercambio material alguno, ni siquiera de papeles.
Sólo cambios automáticos de los registros bancarios almacenados en
ordenadores conectados a través de la red. Siguiendo la oferta y la demanda, el
real –con un valor equivalente al del dólar– comenzó a bajar su cotización.
Cardoso se presentaba a la reelección a presidente con la bandera de una
moneda fuerte. Pero la caída del real destruía su credibilidad, poniendo en
peligro su reelección. Y comenzó a comprar reales, dando dólares. Resultado:
los especuladores financieros se embolsaron 20.000 millones de dólares (sin
producir nada, sin prestar ningún servicio a nadie). La deuda externa del Brasil
aumentó y los ciudadanos brasileños se quedaron sin programas educativos
actualizados, sin gastos sociales o sanitarios para reducir la pobreza. Apenas
unos meses más tarde, una vez ganadas las elecciones, Cardoso devaluó el
real. Algo similar está ocurriendo actualmente en Argentina.
El poder se concentra en las grandes empresas transnacionales, que
buscan sus propios intereses. En 1998, la petrolera Exxon absorbió a Mobil por

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86.000 millones de dólares. Ese mismo año, el presupuesto de Nigeria, uno de


los mayores productores de petróleo en África, era de 36.000 millones de
dólares. En 1998, las 200 mayores empresas lograron 345.000 millones de
dólares de beneficios, el 26.3% del PIB mundial. Esta cifra es bastante mayor
que la suma del PIB de los 150 países que no son miembros de la OCDE
(organización que agrupa a los 24 Estados más ricos del planeta).
Al ser un capital básicamente especulativo, tampoco crea fuentes de empleo
y la inversión está orientada por el lucro, obtener el máximo beneficio, no por el
servicio. Por tanto, su crecimiento económico no guarda relación con los
índices de desarrollo del país.
La globalización sociopolítica impone recetas de política económica que
considera universalmente válidas para sanear las economías. Medidas que
tienden a abaratar los costes laborales (desregulación de salarios y
condiciones de trabajo), apertura de mercados, eliminación de la actividad
pública en el proceso productivo, reducción de gastos sociales…, dejando el
campo libre a la acción de las grandes empresas transnacionales, cuyo ámbito
de acción supera con mucho el del Estado-nación. Políticas, por otra parte, que
favorecen la creación de espacios político-económicos mayores como: la Unión
Europea, el Tratado de Libre Comercio entre Canadá, USA y México, ASEAN
para el Este asiático..., aunque les interese seguir manteniendo el control del
aparato estatal para lograr de una manera efectiva el orden y la estabilidad
social que desean. Por ello, es muy posible que en un futuro no desaparezca la
figura del Estado nacional sino que se redefina su cometido, como se está
poniendo de manifiesto en el proceso de construcción europea.
La globalización cultural afecta a todos, pero especialmente a las
sociedades económicamente poderosas, que ven inundados sus medios de
comunicación social y sus estilos de vida de productos y de formas de vida
típicamente norteamericanas, pues se trata de implantar una única forma de
pensar y un solo estilo de vida. Está desapareciendo una lengua cada semana
y se tiende a imponer el inglés-americano como el idioma universal. El sujeto
que se potencia carece de toda raíz comunitaria; apareciendo como productor-
consumidor intercambiable, individualista, centrado en el mantenimiento o
mejora de su “status” social. También en las sociedades más débiles, el

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pequeño núcleo dirigente es inundado con esta ideología. Cada sociedad


pierde sus propios valores y adopta el “american way of life”.

II. ¿CÓMO SE HA PRODUCIDO?

Podemos afirmar, sin ninguna duda, que la globalización (en otras culturas,
principalmente en el ámbito francés, hablarán de mundialización) es, por el
momento, la última fase del capitalismo. Por eso merece la pena que hagamos
un brevísimo recorrido histórico por la historia del capitalismo, para poder
situar, en su sentido más objetivo, el momento actual.
En los albores del siglo XV de nuestra era comienza una nueva época, la
denominada como capitalismo comercial europeo, que corre paralelo a la
implantación de los Estados-nación modernos. Su auge está propiciado por el
descubrimiento y la dominación colonial, tanto de partes de África y Asia como,
ya en el siglo XVI, la colonización del continente americano. España, Portugal,
Gran Bretaña, Francia y Holanda serán las potencias protagonistas de una
conquista y apropiación de los grandes espacios descubiertos, que conlleva el
expolio de sus recursos naturales y la explotación de los habitantes autóctonos.
El período que transcurre desde finales del siglo XVIII hasta comienzos del
XX (1ª Guerra Mundial), constituye el auge del capitalismo industrial-financiero,
con el predominio ideológico del modelo liberal, al que se considera el más
civilizado y ejemplo a seguir por todos los Estados. Los Estados-nación poseen
el status de Estados soberanos, con todos sus atributos, también en lo
económico: emisión de moneda centralizada, definición de la tasa de cambio,
control de aduanas…
Entre 1945 y 1966 acceden a la independencia 54 nuevos países, que
buscan liberarse realmente del dominio de la metrópoli, pero no lo van a
conseguir en la mayoría de los casos. Es significativa la celebración de la
primera Conferencia de Bandung (abril 1955), en plena guerra fría, dando lugar
al movimiento de Países no alineados.
Se asiste a un proceso de internacionalización de los mercados, sostenido
por organismos e instituciones oficiales bajo la hegemonía USA (FMI, BM,
GATT-OMC, G7, OTAN…), que en gran medida responden a intereses de las
empresas transnacionales y que, para este momento, ya han logrado un fuerte

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crecimiento. Estas gigantescas empresas, con muchas filiales que les permiten
hacerse presentes en la mayoría de los lugares del planeta, condicionan el
nivel de producción y empleo de muchos países, diseñando un modelo de
crecimiento-desarrollo que se ajusta a sus intereses y no al de la población en
la que están asentadas.
En este tiempo compiten entre sí y tienen su propia zona de influencia tres
modelos sociales:
 El liberalismo económico, que posteriormente adquirirá formas neoliberales,
deja a la libertad de la iniciativa privada ser el motor de toda actividad
económica, mientras que el Estado y la Administración pública tendrán un
papel subsidiario, según le interese al capital privado.
 El socialismo real, que se instaura en Rusia a partir de 1917 extendiéndose,
tras la segunda Guerra Mundial, por gran parte de Europa del Este y, a raíz
de la descolonización, a zonas de Asia y África. Aunque presenta
divergencias, predomina la planificación centralizada y la propiedad pública
de los medios de producción.
 La socialdemocracia, como organización intermedia entre los dos sistemas
anteriores, con claro predominio en Europa occidental. En ella el Estado
adquiere una importancia notable (hasta casi el 50% del PIB), pero
compaginándolo con la libertad de la iniciativa privada.
La crisis económica que se manifiesta en 1973 (aunque ya se veía con
anterioridad), con el fuerte aumento del precio de algunos recursos naturales,
principalmente energéticos (el petróleo), y los avances tecnológicos (revolución
de la microelectrónica y de la biotecnología), posibilita y exige una nueva
reestructuración del capital, que impulsa la conquista de las fuentes de
recursos naturales (la mayoría en países del Tercer Mundo) y de la sujeción
financiera de estos países empobrecidos. La generalización de
deslocalizaciones productivas y la creciente autonomía de la economía
financiera sobre la real estructuran las nuevas bases de acumulación
capitalista.
Ideológicamente, se subordina cualquier lógica social o política a la
estrictamente económica, según interesa al mercado mundial. Por ello, se
denigra cualquier referencia a implicación social, haciéndola equivalente a

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estatalización; más aún, se pone en crisis el mismo concepto de Estado-


nación, porque ya no sirven muchos de sus principios exclusivistas (hay que
suprimir fronteras), aunque se verá la utilidad de conservarlas en la medida que
beneficie. Se busca imponer el pensamiento único neoliberal.
Se presenta como necesario y bueno el eliminar los servicios públicos (por
ineficientes, se dice) y las empresas o actividades sociales (por carecer de
rentabilidad económica y cargar su financiación a quienes casi no las van a
utilizar). Se potencia la cultura individualista y la desregulación que traen, como
consecuencia, la generalización de la precariedad y la exclusión social. Se
apuesta por la cultura del orden y seguridad ciudadana, porque una pluralidad
real –no controlada desde el poder– no es más que fuente de disgustos y
enfrentamientos, afirmarán. Por otra parte, se hace equivaler la vida
democrática a la ausencia de diferencias; es decir, “todos igual” (que es el
igualitarismo empobrecedor), de este modo, la pluralidad, que está en la base
de toda sociedad democrática, se queda en algo puramente formal.
Tras este pequeño recorrido histórico, aunque algunos autores hablan de
diversas fases globalizadoras cuyo inicio se remontaría a mediados del siglo
XVIII, nos interesa analizar el momento actual, y en él nos vamos a centrar.
Hoy día, según la definición que propone Guillermo de la Dehesa,
entendemos la globalización como “un proceso dinámico de creciente libertad e
integración mundial de los mercados de trabajo, bienes, servicios, tecnología y
capitales”. Un proceso que comienza al final de la II Guerra Mundial y que
seguirá en el futuro. Un punto clave ha sido la desaparición de la Unión
Soviética (1991) y la práctica eliminación de los bloques militares, que han sido
sustituidos por unos cuasi-bloques comerciales, entre los que ya se da –y lo
más previsible es que aumente– una dura guerra económica, que se produce
en dos frentes: 1) entre las superpotencias mundiales (USA, UE, Japón), donde
se dirime la forma de organizar el capitalismo; 2) entre los países ricos-
poderosos y los empobrecidos, donde lo que está en juego es la posibilidad de
nuevas vías para el desarrollo en estos últimos países, después de las
consideradas “décadas perdidas para el desarrollo”.

III. LA CARA OCULTA DE LA GLOBALIZACIÓN

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Una de las consecuencias más nefastas de este proceso es el aumento de


las desigualdades y de la exclusión. La mayor parte de la población mundial va
a ser colocada al margen –excluida– no sólo del disfrute de los bienes y
servicios de que dispone la humanidad, sino también de los procesos en los
que se toman decisiones relevantes y que van a afectar directamente a su vida.
Démonos cuenta que, según los estudiosos del tema, toda la parafernalia de
la globalización –las nuevas tecnologías informáticas y telemáticas, la nueva
economía neoliberal, el multiculturalismo o la llamada sociedad de la
información– sólo afecta al 15% de la población mundial, mientras que gran
parte del resto sigue viviendo en unos niveles inferiores a los que se daban en
la civilización romana. Más aún, se considera que la mayoría de la humanidad
(la pobre) está de sobra, pues ya no se necesita tanta mano de obra. Los
pobres han pasado de ser “explotados” a convertirse en “excluidos”,
“sobrantes”. Se convierten en poblaciones que ya no cuentan para nada, sin
ningún poder, quedando al margen de toda participación significativa sobre su
futuro, añorando el tiempo en que eran explotados porque, al menos, “servían”
para algo.
El planeta cruje y se queja, parece que se defiende como puede de los
ataques humanos. Se está constatando que cada vez que la tecnología avanza
aparece la correspondiente dificultad, en una especie de acción/reacción, que
aumenta la problemática situación mundial, minando sus posibilidades, lenta
pero inexorablemente. Pongamos algunos ejemplos más significativos.
El expansionismo económico elimina importantes zonas amazónicas, y la
oxigenación del planeta disminuye. Las emanaciones industriales provocan la
contaminación creciente y el efecto invernadero, y experimentamos el
hipercalentamiento del conjunto. Se amplían los sistemas de comunicación
entre diversos lugares, pero el número de muertos en accidentes de tráfico,
cada fin de semana, va en aumento. Alimentamos misteriosamente a nuestros
animales y los consumidores comienzan a sufrir enfermedades; lo cual, de
refilón, perjudica la misma producción de los animales necesarios. Y, para
colmo, nos encontramos con la noticia del uranio empobrecido utilizado en los
bombardeos, capaz de motivar la protesta porque se nos miente, se nos mata y
se determina a las generaciones venideras, sin que podamos hacer nada antes
de que tales barbaridades sucedan.

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No deja de resultar contradictorio que a todo avance corresponda su


inevitable retroceso.
El precio de esta globalización queda de manifiesto en un hecho relatado
por el antiguo presidente de Haití, Jean-Bertrand Aristide. “En 1980, las
organizaciones internacionales de asistencia ejecutaron un programa para
erradicar de Haití los cerdos criollos. Los expertos aseguraron a los
campesinos que sus animales estaban enfermos y que les darían mejores
cerdos. En efecto, llegaron los nuevos animales, traídos de Iowa (USA). Pero
éstos necesitaban agua limpia para beber, costosos alimentos importados y
chiqueros especiales, lo que llevó a los campesinos a apodarles princes à
quatre pieds (príncipes de cuatro patas). El programa fue un fracaso completo.
Los campesinos perdieron entre 12 y 15 millones de dólares, se produjo una
brusca caída de consumo de proteínas y una devastadora descapitalización de
la economía rural. Cuando ahora se dice a los haitianos que la globalización los
beneficiará y que nuestras empresas de propiedad estatal están enfermas, les
viene a la memoria lo ocurrido con los cerdos criollos” (El Mundo 9.09.1998, 4-
5).
Comienzan a escucharse voces autorizadas desprestigiando este aparente
dogma, porque se ha organizado desde los ámbitos dominantes con el fin de
que los pequeños e impotentes ni se planteen la posibilidad de salirse del
sistema imperante. “Estamos ante el triunfo del capitalismo más extremo que
se haya dado nunca. El Estado de bienestar es poco eficiente y la capacidad
del Estado para incorporar a los pobres es muy poca” (A. Touraine). Se
produce un sentimiento de impotencia/rebeldía susceptible de movilizar a
quienes llevan décadas pendientes de los restos del banquete del Norte. “La
marcha triunfal del neoliberalismo se basaba en la promesa de que la
desregulación de la economía y la mundialización de los mercados resolverían
los grandes problemas de la humanidad, que la liberación de los egoísmos
permitiría combatir la desigualdad a escala global y velar así por una justicia
también global [...], pero la fe de los revolucionarios capitalistas ha terminado
por revelarse como una peligrosa ilusión. En tiempos de crisis, el
neoliberalismo se encuentra manifiestamente desprovisto de toda respuesta
política” (U. Beck). “Un régimen que no proporciona a los seres humanos

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ninguna razón humana para cuidarse entre sí, no puede preservar por mucho
tiempo su legitimidad” (R. Sennett).

IV. GLOBALIZACIÓN HUMANITARIA SUPERADORA DE LA PURAMENTE


ECONÓMICA

La globalización, desde una perspectiva antropológica, es algo positivo.


Representa una nueva etapa en la historia de la humanidad, donde se siente
que todos los seres humanos formamos una sola familia y debemos vivir en la
misma casa. Esto es profundamente válido desde el punto de vista cristiano,
pues significa reconocer que, si Dios es Padre de todos, los seres humanos
somos hermanos, formamos una sola familia y la tierra es la casa de todos.
Pero el problema está en el proceso globalizador seguido; un proceso marcado
por el impulso de la economía capitalista neoliberal, basada en la lógica
competitiva y no cooperativa, que produce la exclusión social de millones de
personas. Sin las exigencias de justicia y solidaridad concomitantes, constituye
una irresponsabilidad asistir sin más a una globalización unilateral, cuando la
vida de la inmensa mayoría de la humanidad queda fuera de una globalización
humanizadora. Por eso, no hay que oponerse y decir no a la globalización, sino
conseguir una globalización válida para todos: globalizar la solidaridad, la
justicia…
Esto fue lo que se pretendió hacer en la década de los setenta, en las
Naciones Unidas, bajo el impulso del “movimiento de los Países no alineados”
(o Grupo de los 77), nacido en la Conferencia de Belgrado del año 1961,
aunque tenía precedentes en la conferencia de Bandung (Indonesia, 1955). Se
abordaron los problemas de la descolonización, exigiendo el respeto a la
soberanía política y económica de los nuevos Estados. Los primeros años
setenta se caracterizaron por la resistencia de muchos de estos países a la
acción de las empresas transnacionales. El marco de las Naciones Unidas
proporcionaba a estos Estados el aparato internacional necesario para dar
publicidad y legitimar sus reclamaciones, aunque no le daba los medios para
obligar a los países del Norte a cumplir los acuerdos que allí se adoptaban
referentes a la ayuda a los países más pobres.
El antecedente inmediato tuvo lugar cuando el presidente de Argelia, Hari
Boumedian, pidió al secretario general de la ONU, Kurt Waldheim, la

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convocatoria de una sesión extraordinaria para estudiar los problemas relativos


a las materias primas y al desarrollo. Esta sesión tuvo lugar en abril de 1974 y
acabó sus trabajos adoptando, en mayo de ese año, dos resoluciones
fundamentales: la Declaración y un Programa de acción para instaurar un
Nuevo Orden Económico Internacional (NOEI). El 12 de diciembre de 1974, en
la 29ª sesión ordinaria, la Asamblea General de la ONU adoptó por mayoría un
tercer texto fundamental, la Carta de los Derechos y Deberes Económicos de
los Estados. Estos textos representan la traducción jurídico-política de las
aspiraciones de los países del Sur, como el camino más adecuado para lograr
la efectiva descolonización económica.
Este NOEI supera el campo económico y se abre a todas las dimensiones
de la persona y de los pueblos, apareciendo como un proceso global portador
de valores. Aunque se titule “orden económico”, nos habla del conjunto de
relaciones humanas que han de marcar el deseable devenir de los pueblos con
un profundo sentido de reciprocidad y solidaridad. Aparece la dimensión
política, pues trata de configurar un nuevo modelo de relaciones
internacionales, considerando al mundo como totalidad, como un sistema
cuyas partes están orgánicamente relacionadas por una voluntad común de
vivir juntos, aunque respetando las características propias de cada pueblo. Mira
la problemática realidad mundial y marca unas líneas de acción prioritarias,
sobre la base de la existencia de un patrimonio común a toda la humanidad,
que se debe administrar conjuntamente en beneficio de todos los pueblos.
La Declaración y el Programa de Acción, textos programáticos pero poco
operativos, fueron aprobados por la mayoría de los Estados, con la oposición
de algunos de los ricos.
La Carta de los Derechos y Deberes Económicos de los Estados, el tercer
documento, constituye, en cambio, un código de buena conducta a mantener
en las relaciones económicas entre los Estados. Su principal artífice fue Luis
Etxeberria, a la sazón presidente de México, que buscaba dar solidez al NOEI
por medio de una buena fundamentación jurídica. Afirmaba: “Un orden justo y
un mundo estable no son posibles más que si se crean obligaciones y derechos
que protejan a los débiles”. Esta Carta supone un cambio radical de enfoque
respecto al pensamiento dominante. En lugar de presentar lo económico como

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el regulador supremo de las relaciones entre los Estados, se proclama que este
“economismo” debe ser regulado por las exigencias de una moral internacional.
Para los Estados del Norte, el tono y el contenido de esta Carta les resultan
inaceptables. Especialmente cuando hablan de la plena soberanía de cada
Estado sobre sus recursos naturales y las actividades económicas, incluyendo
el derecho a nacionalizar según las normas internas de cada Estado (que no
las internacionales). Se reconoce el derecho a asociarse de los países
productores de materias primas (recordemos que ya se había creado la OPEP
y estaban a punto de formalizarse otras entidades, agrupando a productores o
extractores de minerales estratégicos). Esta asociación debería verse libre de
todo tipo de represalias. La gran mayoría de los Estados del Norte votaron en
contra de su aprobación (USA, RFA, GB, Bélgica, Luxemburgo, Dinamarca),
otros se abstuvieron (Austria, Canadá, España, Francia, Italia, Holanda,
Noruega, Japón).
Como podemos suponer, la realización de este NOEI se vio seriamente
comprometido desde el principio por múltiples dificultades (jurídicas, políticas,
ideológicas), ya que exigía no sólo un cambio de leyes sino, sobre todo, de
mentalidad, ideología y comportamiento. Se trataba de lograr la coexistencia de
las naciones, con auténtica interdependencia; un desarrollo armónico del
planeta por convergencia de intereses, sobre la base de “la equidad, la
igualdad soberana, la interdependencia, el interés común y la cooperación
entre todos los Estados, independientemente de su sistema económico y
social”, con vistas a corregir “las desigualdades y rectificar las injusticias
sociales”.
Este NOEI no pretendía ni la revolución ni el enfrentamiento violento entre
Estados, sino que mantenía, como base, el espíritu y los fines de las Naciones
Unidas. Pero reconoce que sin eliminar los principales obstáculos que se
oponen al progreso económico de los pueblos, será imposible lograr un mundo
en el que prevalezca la paz. Además, si no existe esta colaboración no será
posible el desarrollo equilibrado para ningún pueblo y se pondrá en crisis la
estabilidad y el crecimiento de todos.
Pero, como decíamos anteriormente, este planteamiento de NOEI no fue
ratificado más que por muy pocos Estados del Norte, ninguno de los realmente
significativos. Con la descomposición y posterior desaparición de la URSS, los
EE.UU. se lanzan a hablar de un Nuevo Orden Mundial; es decir, anuncian su

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liderazgo planetario y se constituyen en “gendarme” de la paz mundial basada


en el libre comercio. Poco a poco, al no tener nadie que le haga sombra, la
política de los EE.UU., muy condicionada por el poder de las empresas
transnacionales, va imponiendo el grado de libre cambio que en cada momento
les interesa a ellas. Se tenderá a la globalización por ser la que menos trabas
pone a la penetración de los intereses económicos y del dominio virtual. Se
elegirá la localización de las actividades en función de datos contables (coste
de producción, tasas de interés, localización de mercados…), sin necesidad de
asumir contrapartidas sociales o medioambientales, porque ningún Gobierno
será lo suficientemente fuerte para obligar a estas empresas a que asuman sus
responsabilidades. Con lo cual, vemos que no se apoya, sino que se boicotea,
un tipo de globalización, la diseñada para satisfacer a todos, y se trata de
imponer otra que favorece a una minoría rica y poderosa.
La política, como “el arte de lo posible”, deberá reajustar sus propios
márgenes y superar “imposibilidades” impuestas por intereses económicos e
ideológicos de poder, sabiendo que la transición del neoliberalismo a otro
sistema socio-económico más justo es un proceso muy difícil de definir en
estos momentos.

V. ¿QUÉ DECIR DESDE LA ÉTICA CRISTIANA?

Como bien dice el profesor M. Vidal, ante las nuevas realidades sociales, si
la Moral Social quiere responder a su misión debe “tener como ámbito de
referencia primaria no al Estado sino la realidad humana globalizada”.
Las referencias morales de la tradición cristiana: dignidad de todas las
personas (no convertirlas en medio o instrumento de lo económico), búsqueda
del bien común (no quedarnos en el puro individualismo egocéntrico), libertad
personalista (frente a una libertad solitaria), deseo de igualdad ética (sin
aceptar el darwinismo selectivo), destino universal de los bienes (no a la
concentración de la riqueza en pocas manos), construir la paz como fruto de la
justicia (y no el mero orden público desregulador)..., nos ofrecen criterios
suficientes para hacer una valoración de este modelo globalizador, así como
sugerir pautas de otro en la medida que sea necesario.

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El modelo neoliberal actual es muy eficaz en la producción de cosas, pero


no tiene en cuenta las auténticas necesidades humanas (más de 2.500
millones de personas deben vivir con menos de dos dólares diarios), ni la
manera más ecológica de producirlos (despilfarro de recursos no renovables),
en tanto que sirve muy bien para satisfacer los deseos, y en su debida
proporción, de quienes disponen de medios de pago.
Por otra parte, insertos en una crisis severa, las medidas de ajuste han sido
muy duras y exigentes para las personas más débiles (buscando
principalmente controlar la inflación por medio del control salarial), de manera
que se den las condiciones más favorables para el beneficio del capital. Y es
que ninguno de los gobiernos que asumen la globalización liberal parece
tomarse en serio la lucha contra la pobreza.
Se ve claramente que este tipo de globalización no está al servicio de todo
el mundo; está basada, más bien, en la teoría del goteo (si unos se enriquecen
mucho, algo de lo que les sobra se derramará sobre los demás), para justificar
el hecho de que algunos obtengan muchos ingresos; se afirma, además, que la
concentración del capital es muy buena para favorecer la inversión, pues si el
dinero estuviera muy repartido no se obtendría tanto volumen de inversión,
porque a la gente pobre le da por gastarlo, por ejemplo, en comer.

VI. MOVIMIENTOS ALTERNATIVOS

Por todo ello, esta globalización está teniendo una fuerte contestación, lo
cual es positivo para que se manifiesten las incoherencias y opresiones que
provoca, de manera que no se pueda decir que estamos en el mejor de los
mundos, y podamos presentar alternativas desde unos valores aceptados por
el conjunto de la humanidad. En esta labor, los cristianos debemos estar junto a
los perdedores, los que sufren las consecuencias del modelo en sus propias
existencias, luchando por mejorar las condiciones de convivencia mundial.
I. Ramonet, director de Le Monde Diplomatique, aboga por tres medidas
para terminar con la injusta distribución de la riqueza en el mundo: acabar con
los paraísos fiscales, aumentar los impuestos sobre las rentas de capital y,
sobre todo, aplicar tasas sobre las transacciones financieras especulativas en
lo internacional (tasa Tobin, propuesta en 1972 con el fin de “crear un grano de

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arena en el engranaje de la especulación. En 1994, el PNUD retomaba la idea


añadiéndole un matiz importante: los fondos obtenidos irían destinados a luchar
contra la pobreza. La idea apenas fue considerada por los Estados).
Ramonet no quiere que se pierda la idea y crea, entre 1998 y 1999, la
“Asociación por una tasa Tobin de Ayuda a los Ciudadanos” –ATTAC–, una
ONG que busca presionar políticamente a favor de la institución de este
impuesto. Según sus cálculos, aplicando un impuesto del 0,05% a las
transacciones financieras especulativas, se podrían recaudar unos 100.000
millones de dólares al año. El PNUD estima que una aportación de 40.000
millones de dólares/año (40% del total recaudado) bastaría para garantizar la
cobertura de las necesidades básicas de todos los seres humanos. ATTAC ha
sido quien ha puesto en marcha el movimiento de protesta ante este estilo de
globalización y ha creado una red de información y movilización internacional
(verdadera globalización) que llega, por medio de Internet, a todos los rincones
del planeta.
Son muchos los que reclaman otra manera de organizar el mundo. Basta
recordar las movilizaciones en los distintos lugares en que se han reunido los
dirigentes mundiales, o la llamada del Jubileo 2000 para pedir la condonación
de la deuda externa, en que se recogieron 23 millones de firmas de todo el
mundo pidiendo su abolición. La acción de este conjunto ha presionado a los
dirigentes mundiales, al menos retrayéndoles de la adopción de una serie de
medidas gravemente perjudiciales para la población del Sur, lo cual significa
que algo es posible hacer para cambiar la escena mundial.
De la cumbre antiglobalización celebrada en Ginebra, el año 2000, nació
una declaración que precisa el tipo de globalización que se combate,
caracterizada por:
 una rentabilidad inmediata,
 agotadora de los recursos del planeta,
 favorecedora de las finanzas sobre el resto de los aspectos de la vida,
 que pone en peligro las democracias, los instrumentos sociales de
solidaridad y los servicios públicos,
 que favorece la libre circulación de mercancías,

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 impide el movimiento de personas, con el resultado de ampliación del


fenómeno de los clandestinos y la sobreexplotación,
 viola los derechos humanos más elementales, trasformando el proyecto
neoliberal –en nombre de la libertad– en un verdadero crimen contra la
Humanidad.
En este manifiesto se reconoce que la crítica no es contra la globalización
en sí misma, sino contra un determinado estilo de globalización unilateral,
basada en la defensa del egoísmo financiero y empresarial.
En Porto Alegre, capital de Río Grande del Sur, uno de los Estados más
prósperos y dinámicos de Brasil, se celebra el Foro Social Mundial, promovido
por su municipio con la legitimación que le da una gestión urbana innovadora y
participativa. A esta convocatoria se han asociado numerosos movimientos
ciudadanos, organizaciones sindicales y otras instituciones, con la finalidad de
denunciar el pensamiento único y la dominación mundial de las empresas
transnacionales, y de sustituirlos por un proyecto creíble de progreso global y
solidario, que ponga al ser humano y a la naturaleza en el centro. Se ha
convertido en un gigantesco laboratorio en el que participan personas y grupos
de todo el mundo, que buscan respuestas humanas a los grandes problemas
que asolan a toda la humanidad y que se ceban especialmente en los pobres.
Su orientación básica es crear un modelo social global que responda a las
necesidades humanas de todas las personas. Es la contrapartida al Foro de
Davos (Suiza), reunión de los poderosos y expresión de la concentración de la
riqueza, la globalización de la pobreza y la destrucción ecológica del planeta.
El problema mundial, a saber, el establecimiento de una democracia
planetaria cuyos dispositivos e instrumentos aún están por inventar, debe estar
en la primera línea de nuestro pensamiento. Esta democracia planetaria, a
juicio de los expertos, debe construirse a través de la reinvención de formas
múltiples y plurales de democracia local a escala ciudad, nación, continente,
así como por medio de un desarrollo social fundado en el acceso concreto de
todos los seres humanos a los derechos individuales y colectivos tan
solemnemente proclamados. Este gobierno mundial apela al regreso de los
parlamentos democráticos, ya que, si los ciudadanos no conseguimos dotarnos
de nuevos sistemas representativos y de control, serán los técnicos y los
propietarios del capital quienes lo gestionarán en nuestro lugar.

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ARTURO GARCÍA

El debate no es globalización sí o globalización no; sino qué tipo de


globalización. Se busca dotar a lo ya existente de unos medios políticos y
sociales capaces de poner freno a una economía ya global, pero colocada por
encima de las personas, por encima de los derechos humanos de millones de
personas. Se trata de volver a hacer del ser humano la medida de todas las
cosas.
El mejor instrumento posible para defender este concepto de globalización es
la ONU; pero trasformada en su organización y bases de funcionamiento de
manera que no sea tan vulnerable o parezca propiedad de unos pocos Estados.
Pero, al mismo tiempo, esta tarea quedaría en la mayor abstracción si no
hubiera personas y grupos que, en lugares concretos, se esfuercen por traducir
a hechos concretos lo que se ha pensado y decidido como mejor para todos.

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