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De acuerdo con Meyer (), la Revolución inicia antes de 1910, -entrevista Creelman
y levantamiento de Orozco y finaliza en 1940 con el fin del régimen de Lázaro
Cárdenas.
Los hechos
Comienza la migración hacia Estados Unidos, la frontera norte lleva pocos años
de haberse demarcado (desde 1848 con el Tratado de Guadalupe Hidalgo.
Gilly:
Así, la historia del México porfiriano es, en esencia, la historia del proceso de
conformación y desarrollo impetuoso del capitalismo nacional en las
condiciones de la expansión mundial del capital en la era de ascenso del
imperialismo; y, en consecuencia, la historia de la acumulación de las
contradicciones que condujeron a la formación social mexicana al estallido
revolucionario de 1910. Dicho en términos más abstractos, es la historia del
prolongado equilibrio dinámico que transcurre entre dos revoluciones: una, la
Reforma, que le da origen y engendra las condiciones de su existencia,
crecimiento y expansión; la otra, la Revolución Mexicana, engendrada por la
crisis en que desembocan y buscan resolverse las contradicciones inherentes a
ese proceso. (p. 25)
Alan:
creció la desigualdad en lo que se refiere a la propiedad de las tierras, en la
medida en que éstas gravitaron del campesino y el pequeño propietario hacia el
hacendado, el cacique y, a veces, el ranchero. Segundo, tanto el salario real de
los trabajadores rurales como las condiciones de los campesinos, arrendatarios y
aparceros tendieron a deteriorarse.[15] La primera de estas tendencias
sobresalientes se prolongó durante todo el periodo, mientras que la segunda se
manifestó con claridad sólo hasta después de la década de 1890. (p.114)
Alan:
Es más, las implicaciones de esta estrategia rebasaron los límites del campo. Los
salarios bajos, la carestía de alimentos y la propia estructura de producción de la
hacienda inhibió el crecimiento de un mercado doméstico y, por ende, el de la
industrialización. A fines del Porfiriato, los peones destinaban la mitad o tres
cuartas partes de su salario a la compra de alimentos; el exiguo restante lo
dedicaban a la compra de bienes.[191] Las operaciones de la tienda de raya
constreñían aún más el poder adquisitivo y éste quedaba confinado en la
hacienda. Los empresarios frustrados se quejaban de la “maldita falta de
aspiraciones” de los mexicanos.[192] Así, la única industria (aparte de la pulquera)
que contaba con una demanda masiva, la de los textiles de algodón, sufrió un
lento crecimiento a principios de la década de 1900, mismo que cayó después de
1907.[193] La sobreproducción, los recortes salariales y el desempleo
experimentados en la industria textil se debieron, en parte, a las desigualdades
agrarias crónicas. Los textiles, por otra parte, eran sólo el mejor y más grande
ejemplo; en San Luis Potosí, se señaló, “varias fábricas se han… enfrentado al
desastre por falta de mercado para sus productos”.[194]
Jean:
Alan:
“Los combates entre pueblos o entre regiones, se derivaron de conflictos
fundamentalmente agrarios en los que un actor interpretaba el papel del
terrateniente. Pero éste no fue el caso más común, incluso en aquellas
circunstancias en donde la pobreza de las fuentes oculta las relaciones
subyacentes. Los conflictos entre pueblos fueron muy frecuentes en el Morelos
prerrevolucionario, pero después de 1911 éstos se perdieron en la lucha conjunta
en contra de los hacendados: “Personas de lugares tradicionales rivales, como
Santa María y Huitzilac, habían muerto defendiéndose unas a otras, y esto tendió
lazos de estrecha simpatía entre los supervivientes”.[708] En otros sitios, a falta de
agrarismo, floreció la polarización de clases (de la misma naturaleza de la que
condujo a los surianos a hundirse en sus viejas rivalidades). En ocasiones estas
luchas parecieron desprovistas de cualquier sentido contemporáneo: eran
herencia de antiguas generaciones (algunas, en Oaxaca, remontaban sus
orígenes a la época precolombina) y se habían fijado en la memoria colectiva de
ciertas comunidades” (p. 448)
Jean:
“15 millones de habitantes sobre dos millones de kilómetros cuadrados, dos tecios
de los cuales habitan la vieja meseta central” (p. 28)
Las haciendas ocupan la mayor parte del territorio. 1000 propietarios rtienen el
65% de la tierra arable (p. 34) y tres millones de de trabajadores agrícolas o
peones, presionan a los pueblos libres,. Retirando derechos como la pastura, para
que trabajen en la hacienda, cerca de la mita de la población rural estaba
encasillada en las haciendas 1910
Silva:
“Según el Censo de Población de 1910, había en el país 840 hacendados, 411
096 personas clasificadas como agricultores y 3 096 827 jornaleros del campo. La
población total de México ascendía a 15 160 369 habitantes. La cifra relativa a
jornaleros del campo no puede servir para calcular con exactitud matemática el
número de familias campesinas, porque en algunas de ellas trabajaban y trabajan
el padre y los hijos mayores, clasificados todos como jornaleros; pero sí es útil
para estimar el número de individuos que dependían del salario rural y que cabe
estimar en 12 millones, o sea, aproximadamente 80% de la población” (p. 12)
Meyer:
Katz:
“El poder del Estado fue enormemente fortalecido por la reciente revolución en el
campo de las comunicaciones (construcción de ferrocarriles y carreteras,
instalación de teléfonos y telégrafos) y por el suministro de equipo moderno a las
fuerzas armadas. Las consecuencias de estas transformaciones fueron
especialmente notorias en los países latinoamericanos gobernados por dictadores,
que ahora disponían de los medios para mantenerse en el poder durante
periodos mucho más largos que sus predecesores de la primera mitad del
siglo XIX.” (p. 6)
“la revolución mexicana fue parte de una tendencia más general que se estaba
dando en las naciones latinoamericanas, cuyo desarrollo progresaba a un paso
más acelerado, tendencia que en otros países de la región sólo asumió formas
diferentes. Esta tendencia o movimiento consistía en el rápido desarrollo
de una clase media que comenzaba a buscar mayor poder político y
económico a medida que aumentaba su número y su importancia
económica. En otros países latinoamericanos de tamaño y tasa de crecimiento
comparables, las tradiciones parlamentarias les facilitaban mucho más a
las clases medias el logro de sus objetivos con un mínimo de violencia, o
ninguna. En Argentina, en 1916, el Partido Radical encabezado por
Hipólito Yrigoyen, la mayoría de cuyos miembros pertenecía a la clase
media, llegó al poder como resultado de una victoria electoral. En Brasil
fue un poco más difícil obtener resultados semejantes. Allí fue necesario
un golpe militar, ejecutado por un ejército fuertemente influido por la
clase media, para transformar la estructura política del país en forma
favorable a las clases medias. Sin embargo, las tradiciones de
parlamentarismo y de la política de consenso eran tan fuertes en Brasil
que el golpe se efectuó sin violencia y sin derramamiento de sangre. Sólo
en México, como consecuencia de su larga tradición de revueltas
violentas y debido a que el país era gobernado por una dictadura
autocrática, fue necesaria una revolución violenta para lograr la
incorporación de las clases medias al proceso político.” (p. 7-8)
Córdova:
“El dictador fuerte, que en los países latinoamericanos ha hecho la
unidad y la disciplina que en Europa fue obra del poder absoluto, no
apareció en México en cincuenta años, sea porque el hombre faltaba o
porque la ocasión no era propicia. Santa Anna no sabía mantenerse;
Juárez no vivió lo bastante y había consumido siete años en guerras.
Pero Juárez preparó el sistema, y la Intervención francesa el campo
para el gobierno de cohesión nacional, de suerte que para crear la
dictadura sólida, larga y fecunda de Díaz, concurrieron oportunamente
la situación hecha y el hombre necesario para aprovecharla , E. Rabasa en
Córdova, p. 43)
Meyer:
Estados Unidos estuvo en su contra, temía otra expansión territorial, ocupó la
frontera, se construyeron vías férreas que conectaran el norte con el centro e
instauró burdeles y casinos, por lo que luego han sido concidas las ciudades
fronterizas. P. 39
Gilly:
“Ahí donde fue pasando, el ferrocarril cambió la vida local y aceleró la
desintegración de las antiguas costumbres y normas de la vida campesina.
Aceleró también el proceso de despojo de tierras de los pueblos indígenas
característico del porfiriato y generó, en consecuencia, movimientos de
resistencia y alzamientos campesinos.29 El trazado de los ferrocarriles sirvió
también para un fin político: consolidar la dominación del gobierno central,
permitiéndole enviar tropas rápidamente a puntos lejanos para sofocar cualquier
sublevación. Así lo hizo, por ejemplo, contra la huelga textil de Río Blanco. La
unificación nacional adquiría así no sólo su contenido económico sino también su
contenido político capitalista: la posibilidad de centralizar y concentrar el uso de la
represión” (P. 33)
Córdova:
“debe apuntarse antes que nada que la
posición de los grandes ideólogos de aquella época no es de una entrega
total y sin reservas a las potencias extranjeras. En ellos, la radicación del
capital extranjero en México significa, por sobre todas las cosas, la más
real posibilidad de acrecentar la capacidad productiva del país y de
promover el desarrollo del mismo; están seguros de que el Estado
mexicano no tiene más alternativa que enfrentarse en una lucha desigual
y sin esperanzas de triunfo con el capitalismo extranjero (…) Para ellos, los
ideólogos porfiristas, la gran pesadilla de la historia nacional vuelve a ser la
agresiva y voraz política expansionista de los Estados Unidos: primero es el
peligro de una invasión que pueden provocar los desórdenes fronterizos a que dan
lugar incursiones de bandidos y de indios salvajes, y que aviva la prensa adicta a
los círculos sureños derrotados en la Guerra de Secesión; luego, la aproximación
económica norteamericana, llevada sobre las ruedas de los ferrocarriles
que se abren paso hacia la frontera, y que amenaza con hacer de México una
extensión del desarrollo económico del suroeste de los Estados
Unidos, y en fin, la penetración intensiva del capital norteamericano en el
pais. Los porfiristas no conciben otra forma de resistencia al extranjero que
el crecimiento material del país, al que, piensan ellos, coadyuvará la
misma inversión que provenga del exterior (p. 67-68)”
Meyer:
Katz:
Jean:
En 1908, Díaz se entrevista con el periodista Creelman y declara que se alejará
del gobierno, “que dese a la creación de un partido independiente, dada la aptitud
a la democracia que manifiesta el pueblo mexicano. (p. 41)
Garciadiego:
El mayor error estratégico magonista, producto de la radicalización y
el distanciamiento, consistió en convocar a las armas en 1908, decisión que
generó nuevas escisiones. Además de que el gobierno había aumentado
sus precauciones, incluso infiltrando al grupo exiliado, este no hizo los
preparativos adecuados dentro del territorio nacional; sobre todo, el llamado
a la lucha armada estaba fuera de tono, pues después de la entrevista
concedida por Díaz al periodista norteamericano James Creelman el país
había entrado en un optimismo democrático auténtico, en espera de las
elecciones de 1910, pues se había prometido que serían libres, sin la participación
reeleccionista de don Porfirio (p. 25)
Knight:
El propio Díaz incitó a una renovación de la actividad política en la famosa
entrevista que concedió al periodista norteamericano James Creelman, a
principios de 1908. El pueblo mexicano, declaraba, le había demandado su larga
permanencia en el puesto y ahora ya era tiempo de un cambio; ahora México tenía
una clase media y el país estaba listo para entrar en una era de libertades
políticas. Díaz propuso retirarse al final de su periodo (1910), y “si en la República
llegase a surgir un partido de oposición, le miraría yo como una bendición y no
como un mal…”[62] En teoría, se trataba de un buen pensamiento positivista: el
régimen
había logrado estabilidad y crecimiento económico, y era tiempo ya de que los
mexicanos gozaran de sus derechos democráticos postergados. Sin embargo, el
análisis de Díaz guardaba en realidad “un claro sentido irónico” y gran parte de
sus promesas se vieron quebrantadas en cuestión de meses. (p. 74)
Katz:
Madero se convirtió en una figura nacional en 1909, cuando publicó
un libro sobre el tema de la sucesión presidencial. En ese libro, afirmó
que los problemas fundamentales de México eran el absolutismo y el
poder irrestricto de un hombre. Sólo la introducción de la democracia
parlamentaria, un sistema de elecciones libres y la independencia de la
prensa y los tribunales podrían transformar a México en un Estado
democrático moderno. El libro estaba escrito con gran cautela. Aunque
criticaba acerbamente al sistema porfirista, alababa las cualidades
personales del dictador. Se pronunciaba en contra de las concesiones
excesivas a los extranjeros y le reprochaba a Díaz su blandura con
Estados Unidos. Sin embargo, apenas rozaba el tema social. Presentaba
argumentos contra ciertos subproductos del sistema agrícola, tales como
el analfabetismo, el fomento del alcoholismo por los terratenientes y la
deportación de los indios rebeldes, pero no contra el sistema mismo. No
tocaba en absoluto el tema de la reforma agraria. Aunque apenas rozaba
el de las malas condiciones de vida de los obreros industriales y la forma
en que se les perseguía, respecto a ese tema Madero se expresaba más
concreta-mente y con menor ambigüedad que cuando hablaba del
campesinado. La diferencia de actitud frente a ambos problemas reflejaba
el carácter primordialmente agrario de la mayoría de la burguesía
mexicana.
El libro de Madero era más que un análisis de la situación: era un
programa que llamaba a formar un nuevo Partido Antirreeleccionista. El
cuidado en las formulaciones, cierto relajamiento de la censura en los
últimos años del porfiriato, la propia posición social de Madero y su
subestimación por el gobierno hicieron posible la publicación. El libro
tuvo considerable repercusión porque, a pesar de sus reticencias, era el
primero que atacaba abiertamente al sistema político y facilitó la
formación del nuevo partido de Madero, la mayoría de cuyos miembros y
simpatizantes eran intelectuales o miembros de la clase media. 84
Aunque el programa de Madero expresaba esencialmente los deseos
de la burguesía opositora, sus miembros se agruparon en un principio en
tomo a Reyes, más ampliamente conocido que Madero y con mayores
posibilidades, en apariencia, de alcanzar el éxito político. La familia de
Madero apoyó hasta cierto punto las opiniones de éste, pero consideraba
infundada su estrategia y temía perder sus bienes si él rompía con Díaz.
Su abuelo, sus tíos y los miembros más influyentes del clan se
distanciaron de él tanto pública como privadamente (p. 41)
Knight:
Finalmente, estimulado por la entrevista de Díaz con Creelman, Madero hizo su
contribución al tropel de libros y panfletos políticos de la época: La sucesión
presidencial en
1910, publicado en enero de 1909 y distribuido rápidamente entre los
simpatizantes,
potenciales simpatizantes y algunos probables oponentes como el propio
Díaz.[117]
El libro revisa la historia de México —con la acostumbrada reverencia a Juárez y a
otros
héroes liberales—, denuncia al militarismo y al absolutismo como vicios políticos
endémicos
y, llegando a los asuntos del momento, aboga por un partido antirreeleccionista
independiente que pudiera trabajar en la elección democrática de un
vicepresidente y
presunto sucesor de Díaz. En lo que respecta al propio Díaz, Madero se muestra
caritativo,
reconoce su contribución para proveer de paz y progreso económico y la relativa
moderación
con la que ejerció el poder. Los intereses “desarrollistas” usuales de la clase
media educada
—intereses que los liberales compartían con sus oponentes porfiristas— fueron
repetidos: los
males de la bebida, la necesidad de una mejor educación y el atraso en la
agricultura
mexicana.[118] Además, Madero citaba conocidos ejemplos de la represión
porfirista:
Tomóchic, Cananea, Río Blanco. En este aspecto, no puede decirse que los
asuntos “sociales”
hubieran sido olvidados por completo. Por otro lado, el tema principal y las
propuestas de
solución eran esencialmente políticos —y algunas veces espirituales—. A pesar
del indudable
progreso económico, al que Madero daba pleno reconocimiento, los mexicanos
vivían
sumergidos en la ignorancia política, mostrando una miopía en perjuicio del
bienestar común. La virtud cívica había sido destruida y la corrupción llevaba la
pauta. Haciendo eco de Catón el Viejo, Madero hacía un llamado a sus
conciudadanos para redescubrir su espíritu de servicio y redimir su prostituida
herencia política. Esta herencia era el liberalismo del siglo XIX —todavía
adecuado, en la opinión de Madero, para resolver los problemas del siglo XX—; el
propósito era “la realización del gran ideal democrático” y los medios, las
elecciones libres y limpias, la libertad municipal y el respeto a los derechos de los
estados. (p. 84)
Meyer:
Antes de seguir a Madero, el pueblo prefería a Bernardo Reyes (p. 44)
Pascual Orozco se levanta en 1907 y Zapata, se movilizan entre 1908 – 1909,
desde 1908 en las campañas electorales, Monterde menciona “todo ahora es de
los pobres: las haciendas, con todas sus tierras y aguas, ganados y montes; las
mujeres, la honra y la vida de los que no son indios”
Garciadiego:
Los rancheros propietarios vieron aumentar
sus impuestos; los rancheros arrendatarios vieron crecer el costo
del arriendo; los medieros y aparceros vieron endurecerse las condiciones
contractuales que tenían con los hacendados. Además de que algunos tomaron
las armas, como el arriero Pascual Orozco59, otros fueron los que introdujeron
a los sectores populares en el proceso revolucionario: el mayor
ejemplo de tal mediación fue Abraham González (p. 35)
Meyer:
En 1905 ¡, Limantour reforma la moneda, y pone en circulación billetes emitidos
por los bancos de los estados, los bancos esaban limitados. En 1907 surge la
crisis bancaria, en 1908 Limantour obtiene un préstamo de 50 mi9llones por parte
de los EUA, que no puede ser pagadad por los agricultures y quiebran, p. 47
En 1909, “una ola de heladas destruyó las siembras del altiplano, en el momento
en que los salarios rurales eran bajos y en el que los desocupados habían
abandonado las ciudades” p. 47
Gilly:
También debió intervenir el Estado, por iniciativa del ministro de Hacienda José
Yves Limántour, cabeza del grupo de los “científicos”, comprando los
ferrocarriles para evitar su quiebra.
Tampoco ayudaron las cosechas: se debió adquirir maíz en el exterior por
más de dos millones de pesos en 1907-1908, por 4 756 000 pesos en 1908-1909
y por 15 497 000 pesos en 1909-1910. Hubo un encarecimiento general de los
artículos de consumo que, combinado con la desocupación, determinó un
abrupto descenso de los salarios reales y de los ingresos globales de los
trabajadores entre 1908 y 1911.
Meyer:
“Los revolucionarios de 1910 creyeron derrocar la dictadura de Díaz, si ver que
había dejado de existir desde hacía años, y que si hubera existido no la habrían
derrocado mientras hubiera sido el gobierno orgánico de la nación” (p. 49)
“Se podría decir que la dictadura muró en la entrevista con Creelman, que fue
enterrada el 15 de abril de 1910 (cuando se abre la convención antirreeleccionista)
y que el funeral comenzó a partir de noviembre de ese mismo año” (p. 49)
“La paz reinaba en .la tierra mexicana” (durante el último decenio del Porfiriato). P.
51
En mayo de 1910 se vio el cometa Halley –mal presagio seguramente-, y el mismo
mes hubo una gran mortandad de ganado en el centro del país, las lluvias
escasearon más que el año anterior.
Knight:
LAS HISTORIAS de la Revolución mexicana se inician tradicionalmente con las
celebraciones del Centenario de la Independencia, en 1910. El gran festival
organizado para conmemorar la rebelión inicial de México en contra del dominio
español fue un suceso que coincidió felizmente con la séptima reelección de
Porfirio Díaz a la presidencia. Hasta ahí, pues, ésta es una historia tradicional. Sin
embargo, el Centenario fue, sobre todo, un asunto de la Ciudad de México: los
desfiles y procesiones, los banquetes, la develación de monumentos y la
inauguración de asilos para enfermos mentales fueron planeados para impresionar
a la alta sociedad, a la prensa, al cuerpo diplomático y, quizá, al veleidoso
populacho de la Ciudad de México —“esta capital”, como señaló un general del
ejército, “siempre llena de diversión… esta gente [que] nació para divertirse”.[1] Y,
según se dice, estaban en verdad impresionados.
Silva:
Durante todo el mes de septiembre de ese año de 1910, se celebraron en la
ciudad de México las fiestas del Centenario de nuestra Independencia. Eso se
dijo, pero no era el Centenario de la Independencia mexicana, sino apenas el
Centenario del Grito de Dolores, del
llamado de Hidalgo al pueblo para luchar por la Independencia. Claro está que eso
no lo ignoraba la gente del gobierno; lo sabía perfectamente; mas de lo que se
trataba en el fondo era algo distinto; se trataba de un acto político para exaltar la
personalidad del general Díaz dentro y fuera del país y así asegurar la séptima
reelección del octogenario caudillo.
Efectivamente, la gallarda figura de don Porfirio brilló como nunca durante las
fiestas, entre hermosas damas y elegantes embajadores especiales venidos de
lejanos países. (p. 79)
Meyer:
Madero recorría el país fundadno ent odas partes clubes que tenían por consigna:
¡Sufragio efectivo, no reelección! Madero llamaba a los ciudadanos para que
hicieran respetar sus libertades y tal fue el punto de partida de la Revolución, que
no fue producto de la desesperación ni de la miseria P. 53-54
Garciadiego:
Al efecto escribió un libro,
La sucesión presidencial en 1910, [“147-163] y posteriormente se abocó, durante
la segunda mitad de 1909 y los primeros meses de 1910, a la creación del Partido
Nacional Antirreeleccionista47.
Este objetivo lo llevó a realizar tres giras para promover la creación de clubes
antirreeleccionistas, los que a su tiempo organizarían convenciones estatales en
las que deberían nombrarse delegados ante la convención nacional en que se
constituiría formalmente el partido y se designaría a sus candidatos para las
elecciones presidenciales. Su objetivo era crear un partido desde abajo, de
principios, de alcance nacional y no personalista.
Meyer:
En el curso del verano de 1910, el gobierno reprime las asambleas populares a
favor de Madero a quien encarcela, pero una vez que las elecciones apuntan a
favor de Porfirio Díaz, Madero escapa sin ser perseguido y proclama el 5 de
octubre de 1910 el Plan de San Luis, en el que desconoce las elecciones, afirma
el principio de no reelección y se declara presidente. Tras una masacre en la
ciudad de Puebla a la familia Serdán, quienes conspiraban a favor de Madero, y
contra quienes se lanzó una espectacular estrategia militar, levantó los ánimos de
sus opositores. (p. 54)
Silva:
Don Francisco I. Madero, acompañado de su esposa y del licenciado Roque
Estrada, salió de la ciudad de México rumbo a Monterrey en su última gira de
propaganda electoral, la noche del 3 de junio de 1910. Las elecciones, según la
ley en vigor, debían verificarse a fines del mismo mes. A las ocho de la mañana
del día 4 llegó el tren a San Luis Potosí. En la estación del ferrocarril nos
encontrábamos un centenar de simpatizadores del señor Madero —la mayor parte
estudiantes— que habíamos tenido noticias de su paso por la población
(…)Madero hizo un buen discurso un tanto enérgico y agresivo en contra de la
dictadura. Recuerdo perfectamente que al dirigirse al sujeto aquel, le lanzó esta
frase: “El pueblo no pide pan, pide libertad”.
Córdova:
Además, la actitud del pueblo antes y durante las elecciones, así como
después de ellas, demuestra claramente que rechaza con energía al
Gobierno del general Díaz y que, si se hubieran respetado esos derechos
electorales, hubiese sido yo electo para la Presidencia de la República.
En tal virtud, y haciéndome eco de la voluntad nacional, declaro
ilegales las pasadas elecciones, y quedando por tal motivo la República
sin gobernantes legítimos, asumo provisionalmente la Presidencia de la
República, mientras el pueblo designa conforme a la ley sus gobernantes.
Para lograr este objeto es preciso arrojar del poder a los audaces
usurpadores que por todo título de legalidad ostentan un fraude
escandaloso e inmoral.
Con toda honradez declaro que consideraría una debilidad de mi parte
y una traición al pueblo que en mí ha depositado su confianza no
ponerme al frente de mis conciudadanos, quienes ansiosamente me
llaman, de todas partes del país, para obligar al general Díaz, por medio
de las armas, a que respete la voluntad nacional.
El Gobierno actual, aunque tiene por origen la violencia y el fraude,
desde el momento que ha sido tolerado por el pueblo, puede tener para las
naciones extranjeras ciertos títulos de legalidad hasta el 30 del mes
entrante en que expiran sus poderes; pero como es necesario que el nuevo
gobierno dimanado del último fraude no pueda recibirse ya del poder o
por lo menos se encuentre con la mayor parte de la Nación protestando
con las armas en la mano, contra esa usurpación, he designado el
DOMINGO 20 del entrante noviembre para que de las seis de la tarde en
adelante, en todas las poblaciones de la República se levanten en armas
bajo el siguiente
PLAN (…)
Si os convoco para que toméis las armas y derroquéis al
Gobierno del general Díaz, no es solamente por el atentado que cometió
durante las últimas elecciones, sino para salvar a la Patria del porvenir
sombrío que le espera continuando bajo su dictadura y bajo el gobierno
de la nefanda, oligarquía científica, que sin escrúpulo y a gran prisa están
absorbiendo y dilapidando los recursos nacionales, y si permitimos que
continúe en el poder, en un plazo muy breve habrán completado su obra:
habrá llevado al pueblo a la ignominia y lo habrá envilecido; le habrán
chupado todas sus riquezas y dejado en la más absoluta miseria; habrán
causado la bancarrota de nuestra Patria, que débil, empobrecida y
maniatada se encontrará inerme para defender sus fronteras, su honor y
sus instituciones.” (Madero, en Córdova, p. 363-366)
Gilly:
El domingo 20 de noviembre de 1910, “de
la seis de la tarde en adelante”, decía el llamado, los ciudadanos en todas las
poblaciones de la república deberían levantarse en armas bajo el plan maderista.
Sin embargo, en la fecha fijada nada en apariencia pasó y la familia Madero,
que había contribuido con dinero y obtenido otros financia-mientos para el
movimiento a través de contactos en Estados Unidos, se dejó ganar por el
desaliento y consideró perdida la causa. El 18 de noviembre, descubierto
prematuramente, el dirigente del movimiento en Puebla, Aquiles Serdán, se
había atrincherado en su casa y resistido armas en mano junto con su familia, y
allí habían sido asesinados por el ejército federal. Pero no era el fin del
movimiento: otras fuerzas se habían puesto en marcha en diversos puntos del
país.
En el norte, en Chihuahua, bajo la protección del gobernador Abraham
González, partidario de Madero, se produjeron los primeros alzamientos.
Francisco Villa, Pascual Orozco y otros, desconocidos hasta entonces salvo en
sus regiones de origen, encabezaron pequeñas partidas campesinas que en las
primeras acciones de guerrillas infligieron derrotas sucesivas a los
destacamentos federales enviados a reducirlas. En esos choques el ejército
federal ya insinuaba las características que luego se mostrarían plenamente en
las batallas mayores: falta de iniciativa, pasividad, timidez, mando conservador;
precisamente los rasgos opuestos a los que comenzaban a delinearse en las
partidas guerrilleras revolucionarias. Casi contemporáneamente hubo también
levantamientos menores en los estados de Durango y Coahuila: el norte del país
iba tomando las armas.
Las primeras victorias guerrilleras trajeron a los destacamentos
revolucionarios más y más campesinos norteños, magníficos tiradores y jinetes
de las grandes haciendas ganaderas. En enero y febrero los alzamientos armados
contra el gobierno central se repitieron en distintos puntos del país. Los
campesinos habían encontrado un aglutinador nacional para unificar sus luchas
locales antes dispersas y aisladas: el levantamiento armado contra el poder
central. Un nuevo sentido de la vida los ganaba y el alud hacia las armas, largo
tiempo contenido o reprimido, se iba volviendo incontenible. No tanto la figura o
la política de Madero, sino la conquista de la tierra por las armas era lo que
atraía más y más hombres a las distintas partidas campesinas. (p.63)
Meyer:
El levantamiento estuvo previsto para el 20 de noviembre, en la capital los
conjurados fueron traicionados y en Torreón arrestados. En Chihuahua se levantó
Villa –antiguo bandido- y Orozco, en Sonora Maytorena, Eulalio y Luis Guitíerrez
en Coahuila, Los Figueroa en Guerrero, Zapata en Morelos y en Zacatecas, Luis
Moya. La gente de las ciudades y del campo permanecía en calma, había una
apatía nacional. (p. 54)
Garciadiego:
El impacto de la muerte de Aquiles Serdán fue grave, al grado de poder
afirmarse que el llamado a las armas ya no tuvo mayor eco entre los
antirreeleccionistas.
A diferencia de en la etapa electoral, faltó organización
para iniciar una lucha armada. Sin embargo, esta sí se desarrolló en la región
montañosa del occidente de Chihuahua, extendiéndose luego la violencia a
otras zonas del estado e incluso a las entidades vecinas: Sonora, Durango
y Coahuila. (p. 32)
Silva:
Lo que ocurrió fue que las noticias de los levantamientos en Chihuahua llegaron a
San Antonio, Texas, donde se había refugiado el caudillo hasta los primeros días
de diciembre. Inmediatamente renació el optimismo y los recursos de parte de la
acaudalada familia Madero se invirtieron en la aventura revolucionaria. Desde
luego se organizaron nuevas expediciones y se hicieron compras de armas y
parque, para lo cual se contó con el disimulo de las autoridades norteamericanas,
que ya no veían con simpatía al gobierno de don Porfirio. Esto, como siempre, a
causa de que tal gobierno no se mostraba dócil a los deseos de la Casa Blanca.
Garciadiego:
Fue entonces cuando aparecieron, protagónicamente,
gente como el arriero y comerciante chihuahuense Pascual Orozco; como
Pancho Villa, quien en cierto sentido era un bandolero nacido en Durango
y que operaba en Chihuahua, donde había desempeñado también una
amplia cantidad de oficios y trabajos, y como Emiliano Zapata, domador
de potros que encabezaba los reclamos agrarios de su pueblo, San Miguel
Anenecuilco, en Morelos. (p. 37)
Meyer:
El 25 de mayo de 1911, Porfirio parte a Francia, enfermo, sin la ayuda de
Bernardo Reyes, temiendo la intervención de los Estados Unidos, quienes dejaban
actuar a los maderistas en el exilio y luego de la toma de Ciudad Juárez por
Orozco y Villa. (p. 56)
Gilly:
En febrero de 1911 Madero entró al país desde Estados Unidos. Reunió sus
fuerzas, atacó la población de Casas Grandes y fue derrotado el 6 de marzo. Pero
ya no era el triunfo o la derrota militar de Madero lo que decidía. En marzo
prosiguieron los alzamientos en distintos puntos del país. En el estado de
Morelos se levantó Emiliano Zapata con otros dirigentes locales, se apoderaron
con sus hombres de las armas de algunas haciendas e iniciaron la lucha de lo que
pronto sería el Ejército Libertador del Sur. Ese mismo mes otros dirigentes se
sublevaron en Guerrero. La revolución ganaba a todo el país, se extendía estado
tras estado, pero mostraba ya en germen dos centros visibles que perdurarían a lo
largo de toda la lucha: Chihuahua en el norte, Morelos en el sur.
En mayo, Madero — cuyos representantes no habían interrumpido nunca las
negociaciones con los de Porfirio Díaz en busca de una transacción que
permitiera poner término a la insurrección campesina— reunió lo principal de
las fuerzas que lo apoyaban en Chihuahua, unos tres mil hombres, frente a
Ciudad Juárez. Mientras Madero dudaba y postergaba el ataque, sus jefes
militares, Villa y Orozco, sin esperar sus órdenes dieron el asalto y tomaron la
plaza el 10 de mayo. Era la primera ciudad que tenía en su poder la revolución.
Entretanto, en el sur, el 20 de mayo las fuerzas de Emiliano Zapata tomaban
la ciudad de Cuautla y establecían allí su cuartel general, y al día siguiente
ocupaban sin lucha la capital del estado de Morelos, Cuernavaca.
Tanto Díaz como Madero comprendieron la doble advertencia del norte y del
sur: había que llegar a un acuerdo, antes de que la guerra campesina pasara por
encima de todos ellos. Ésa fue la base de los acuerdos de Ciudad Juárez, allí
firmados el 21 de mayo entre los representantes del gobierno y Madero, por los
cuales Porfirio Díaz se comprometía a renunciar y a entregar el poder como
presidente interino a Francisco León de la Barra, entonces secretario de
Relaciones Exteriores, quien convocaría a elecciones generales. (p. 64)
En febrero de 1911 Madero entró al país desde Estados Unidos. Reunió sus
fuerzas, atacó la población de Casas Grandes y fue derrotado el 6 de marzo. Pero
ya no era el triunfo o la derrota militar de Madero lo que decidía. En marzo
prosiguieron los alzamientos en distintos puntos del país. En el estado de
Morelos se levantó Emiliano Zapata con otros dirigentes locales, se apoderaron
con sus hombres de las armas de algunas haciendas e iniciaron la lucha de lo que
pronto sería el Ejército Libertador del Sur. Ese mismo mes otros dirigentes se
sublevaron en Guerrero. La revolución ganaba a todo el país, se extendía estado
tras estado, pero mostraba ya en germen dos centros visibles que perdurarían a lo
largo de toda la lucha: Chihuahua en el norte, Morelos en el sur.
En mayo, Madero — cuyos representantes no habían interrumpido nunca las
negociaciones con los de Porfirio Díaz en busca de una transacción que
permitiera poner término a la insurrección campesina— reunió lo principal de
las fuerzas que lo apoyaban en Chihuahua, unos tres mil hombres, frente a
Ciudad Juárez. Mientras Madero dudaba y postergaba el ataque, sus jefes
militares, Villa y Orozco, sin esperar sus órdenes dieron el asalto y tomaron la
plaza el 10 de mayo. Era la primera ciudad que tenía en su poder la revolución.
Entretanto, en el sur, el 20 de mayo las fuerzas de Emiliano Zapata tomaban
la ciudad de Cuautla y establecían allí su cuartel general, y al día siguiente
ocupaban sin lucha la capital del estado de Morelos, Cuernavaca. Tanto Díaz
como Madero comprendieron la doble advertencia del norte y del
sur: había que llegar a un acuerdo, antes de que la guerra campesina pasara por
encima de todos ellos. Ésa fue la base de los acuerdos de Ciudad Juárez, allí
firmados el 21 de mayo entre los representantes del gobierno y Madero, por los
cuales Porfirio Díaz se comprometía a renunciar y a entregar el poder como
presidente interino a Francisco León de la Barra, entonces secretario de
Relaciones Exteriores, quien convocaría a elecciones generales. (p. 65)
Con su habitual lucidez Luis Cabrera, agudo crítico del porfirismo y de los
científicos en los años precedentes, publicó en esos días una Carta abierta a
Madero con motivo de los Tratados de Ciudad Juárez, en la cual lo invitaba a
“discernir cuáles son las necesidades del país en lo económico y en lo político” y
le decía:
La responsabilidad de usted en este punto es tan seria, que si no acierta a percibir
con claridad las reformas políticas y económicas que exige el país, correrá usted
el riesgo de dejar vivos los gérmenes de futuras perturbaciones de la paz, o de no
lograr restablecer por completo la tranquilidad del país. […] Si
no sabe usted dar satisfacción a las legítimas necesidades de la nación, dejará
sembrada la semilla de futuras revoluciones, después de haber enseñado al
pueblo una forma peligrosa de levantarse en armas,
que pondrá a cada paso en peligro nuestra soberanía.10
Madero no escuchó la advertencia y ésta, en debido tiempo, se convirtió en
profecía.
El 25 de mayo de 1911 renunciaba Porfirio Díaz y el 26 se exiliaba a Francia
en el vapor Ypiranga. Viejo conocedor del país y de sus gentes, en su renuncia
dirigida al Congreso el general resume el sentido de su largo gobierno e intuye
como nadie el carácter profundo de la revolución que ha comenzado:
El Pueblo mexicano, ese pueblo que tan generosamente me ha colmado de
honores, que me proclamó su caudillo durante la guerra de intervención, que me
secundó patrióticamente en todas las obras
emprendidas para impulsar la industria y el comercio de la República, ese pueblo,
señores diputados, se ha insurreccionado en bandas milenarias armadas,
manifestando que mi presencia en el ejercicio del Supremo Poder Ejecutivo, es
causa de su insurrección (p. 65)
Meyer:
El 7 de junio, Madero entró a la Ciudad de México, sin escolta, acompañado del
pueblo, que había sido ocultado de las grandes fiestas. (p. 56)
Knight:
Estos problemas de organización y pacificación, agentes de tantos conflictos
posteriores, se iniciaban apenas cuando Madero comenzó su marcha triunfal hacia
la capital, adonde arribó el 7 de junio. Para Madero (un simple ciudadano, pero
reverenciado momentáneamente como el principal representante de la
Revolución) y para el presidente interino De la Barra, era el momento de formular
un acuerdo político que llenara las lagunas del Tratado de Ciudad Juárez. La lucha
había terminado, o al menos eso se esperaba; los ejércitos rebeldes aguardaban
órdenes de desmovilización —algunos, incluso, ya se habían desmembrado y sus
integrantes iniciaban el peregrinar a sus hogares—. Womack ha escrito que “la
cuestión del cambio [implicó el retorno] a la dimensión ‘del voluntarismo político’ ”.
[367] La lucha entre maderistas y porfiristas, radicales y conservadores, liberales y
católicos, se libraría en el ámbito político más que en el campo de batalla: en ese
momento las armas eran los discursos, el voto, las componendas y acuerdos en
lugar de los rifles, los máuseres y los machetes. Aunque la amenaza de la fuerza
no se desvaneció —e incluso en ocasiones fue realidad—, el acuerdo de paz
modificó de manera fundamental las reglas del juego, a tal grado que los recursos
políticos cobraron mayor importancia que los militares. (p. 294)
Meyer:
“Los hererderos del Porfiriato, una vez disipado el primer susto, retomaban su aire
y sus sitios, la clase media que apoyaba a Madero ignoraba el campo de la política
(p. 57) por lo que étstos podían aprovecharse fácilmente.
Madero fue criticado por su moderación, producto de su honestidad y fe en el
pueblo. Madero ganó las elecciones con un 90 por ciento de los votos, su
presidencia duró 16 meses, hasta febrero de 1913.(p. 58)
Garciuadiego:
Efectivamente, llegaron al gabinete jóvenes pertenecientes
a un sector social inferior al de los ministros porfirianos, lo que
explica que tuvieran distinta ideología. La libertad electoral impulsada
por Madero y el derrumbe del grupo porfirista permitieron la llegada de
gobernadores muy diferentes a los anteriores, y lo mismo podría decirse de los
diputados y senadores70. Asimismo, tuvo gran importancia el desplazamiento
de los viejos “jefes políticos” por nuevas autoridades locales
electas libremente. no obstante la sobrevivencia de varios
políticos porfirianos, unos reciclados y otros ahora en funciones oposicionistas.
En términos sociales puede concluirse que, si bien hacia 1911 y 1912
las clases medias irrumpieron en el aparato gubernativo y en la toma de
decisiones, los obreros y los campesinos siguieron marginados del proceso
político. (p.40)
Córdova
En el breve periodo durante el cual don Francisco l. Madero ocupó la
presidencia de la República, México conoció el régimen de mayor
libertad y de más efectiva democracia en toda su historia. Sin embargo,
esa libertad y esa democracia quedaron limitadas a la esfera política y no
fecundaron la problemática social que estaba empujando al país hacia el
abismo. El problema de la tierra siguió sin resolverse; la gran propiedad,
sobre la que se había sustentado el régimen porfirista, siguió intocada; los
obreros tuvieron la primera oportunidad de organizarse abierta e
independientemente, pero no pudieron lograr que sus derechos como
clase fueran reconocidos; los sectores políticos reaccionarios, que habían
sobrevivido a la dictadura, aprovecharon a la perfección el nuevo
ambiente de libertad para socavar las bases del régimen maderista. Todo
ello estuvo por principio entre las causas que determinaron la caída de
Madero en el año de 1913. (p. 155)
Gilly:
Era el fracaso de los acuerdos de Ciudad Juárez. Sin jefes nacionales, sin
plan, impulsadas por su propia fuerza social puesta en movimiento, las
iniciativas de los campesinos estaban resolviendo desde abajo, con sus métodos
directos y claros, sin esperar leyes ni decretos, el problema de la tierra.
Así empezó la revolución mexicana (p. 66)
Meyer:
Zapata y Orozco se levantan en en noviembre de 1911 y en marzo de 1912,
respectivamente, quienes esperaban la reforma agraria que se dejó entrever en el
Plan de San Luis ya que en el tercer artículo mencionaba una restitución de tierras
a los pueblos despojados, pero no tenía ningún plan para distribuir las tierras entre
el proletariado (p. 59)
Gilly:
El plan fue redactado por Emiliano Zapata y Otilio E. Montaño, maestro de
escuela de la Villa de Ayala que se había sumado desde un inicio a la revolución
zapatista y formaba parte de su estado mayor.
Montaño, al participar en su redacción y al integrarse en la dirección
zapatista, cumplió un papel que han desempeñado muchas veces los maestros
rurales: dar expresión a las demandas, necesidades y sentimientos del
campesinado. (p. 75)
Meyer
Madero envió a Victoriano Huerta contra Zapata, dado su éxito contra los yaquis y
mayas, sin embargo fue reemplazado por Felipe Ángeles, a quien se le reconocía
su humanitarismo y talento, frente a las devastaciones llevadas a cabo por Huerta.
(p. 60)
Huerta por su parte, fue enviado contra Villa –quien fue rechazado por Orozco ya
que no quería ¡”bandidos en su tropa”, Huerta combatió contra Villa y Orozco y
venció en mayo de 1912 (p. 60), Huerta se convierte en el héroe del momento.
Katz:
Mucho más grave fue la insurrección de Pascual Orozco, el ex
general revolucionario del norte de México cuyas ambiciones había
frustrado Madero al no apoyar su candidatura para gobernador de
Chihuahua. Pascual Orozco se negó a conformarse con el nombramiento
de comandante de la milicia estatal de Chihuahua, que le otorgó Madero
junto con una generosa compensación de cien mil pesos por sus servicios
a la revolución. Orozco respondió organizando su propio ejército, con
gran parte de sus propias tropas y otros maderistas desilusionados. Su
programa revolucionario le ganó el apoyo de muchos antiguos
revolucionarios, sobre todo campesinos zapatistas que estaban muy
disgustados con la moderada postura política de Madero. Curiosamente,
su movimiento fue financiado por grandes compañías estadounidenses y
terratenientes conservadores del estado de Chihuahua (p. 56)
Gilly:
El movimiento de Orozco fue derrotado por el ejército federal al mando del
general Victoriano Huerta. Villa participó en la campaña como oficial de las
tropas del gobierno. Pero era necesaria también su eliminación para deshacerse
del otro caudillo campesino con arraigo popular en Chihuahua. Ésa parece haber
sido la verdadera razón por la cual, con un pretexto cualquiera, Huerta dio orden
de fusilarlo “por insubordinación”. Fue salvado por otros oficiales que
comprendieron que el fusilamiento de Villa iba a motivar una reacción violenta
de la tropa y de la población. Madero dio orden de que se lo trasladara en calidad
de prisionero a la ciudad de México. Allí quedó preso, bajo proceso, primero en
la cárcel de Lecumberri y luego en la prisión militar, para sacarlo del paso. Villa
no llegó a tener conciencia de cuáles eran los objetivos de Madero al mantenerlo
preso y conservó su confianza en el presidente. Pero aun así, viendo cercana la
caída de éste, se fugó de la prisión militar de Santiago Tlatelolco el 26 de
diciembre de 1912 y se internó en Estados Unidos. (p. 87)
Meyer:
Félix Díaz, sobrino de Porfirio, es enviado a la cárcel en donde se hallaba
Bernardo Reyes, y donde puede consipirar. Madero era criticado por no usar la
violencia y así desaparecer a sus contrincantes (p. 60). Reyes y Díaz fueron
liberados, Reyes atacó el palacio nacional y cayó en ese ataque.
Silva:
El general Félix Díaz, sobrino de don Porfirio y de méritos personales que solían
discutirse a menudo, había hecho carrera a la sombra y bajo la protección de su
tío. Félix Díaz
era ambicioso y soñaba en ocupar la primera magistratura de la nación: el 16 de
octubre logró
sublevar en contra del gobierno al 21 batallón que guarnecía el puerto de
Veracruz, al mando
del coronel Díaz Ordaz, pariente suyo. Siete días después los sublevados no
pudieron resistir
el ataque de la columna militar enviada desde México al mando del general
Joaquín Beltrán.
En pocas horas el puerto fue tomado sin que fuera necesario librar una gran
batalla. Félix Díaz
se había hecho la ilusión de que gozaba de enorme prestigio en el ejército federal
y que, por lo
tanto, la columna enviada en su contra se sumaría desde luego a su causa.
Naturalmente el sobrino de su tío, como solía llamársele a don Félix para indicar
que todo
se lo debía al viejo dictador, también publicó su plan político al levantarse en
armas en Veracruz. El plan citado no era revolucionario sino reaccionario; no
contenía ninguna promesa
económica o social; se limitaba a injuriar a Madero y a ofrecer el restablecimiento
de la paz.
Su idea fundamental, seguramente, era volver al porfirismo, único sistema de
gobierno que
alcanzaba a comprender. Sin embargo, aceptaba el principio de libre sufragio y la
no
reelección.
El general Félix Díaz fue aprehendido y desde luego pudo haber sido fusilado de
conformidad con la ley militar; pero el señor Madero, siempre magnánimo, le
perdonó la vida. Conducido a la ciudad de México se le internó en la Penitenciaría.
(p. 145)
Katz:
Madero actuó con fatal blandura frente a los jefes de estos intentos de
golpe. Porque Reyes dio su palabra de honor de que no huiría, lo puso
inmediatamente en libertad. Luego lo recluyó en la cárcel de Santiago
Tlatelolco, donde gozaba de privilegios especiales y tenía, por lo tanto,
posibilidades de organizar nuevas conspiraciones desde su celda. Félix
Díaz fue condenado a muerte después de su derrota, pero la Suprema
Corte, compuesta de jueces nombrados por Porfirio Díaz, anuló la
sentencia del tribunal militar, y Félix Díaz fue trasladado a la misma
prisión donde estaba Reyes. Como se le otorgaron los mismos
privilegios, pudo también él conspirar casi sin interrupción. Madero
declaró que "estaría dispuesto a conceder la amnistía a aquellos
conspiradores que, como Orozco y Díaz, pudieran demostrar que habían
actuado por motivos patrióticos" (p. 57)
Meyer:
Fue entonces que se desatan los diez días que se denominaron “la decena trágica
” (del 9 al 19 de febrero de 1913), en la que los adeptos a Félix Díaz, liberado,
masacraron regimientos maderistas, Díaz pidió a Gustavo Madero como rehén,
Huerta lo consiguió al invitar al hermano Madero a comer y así los felicistas se
hicieron del hombre que luego fue masacrado, “su ojo pasó de mano en mano
como un trofeo. Comenzaba la revolución sangrienta” (p. 62)
Knight:
los planes de Mondragón estuvieron lejos de cumplirse cabalmente; y si bien es
cierto que los conspiradores no sufrieron la derrota, la falla provocó que la Ciudad
de México se viera convertida en un campo de batalla durante los siguientes 10
días. De ahí que este crítico periodo sea conocido bajo el título de La Decena
Trágica. Los conmovedores 10 días comenzaron cuando Mondragón se levantó
con 700 soldados y procedió, primero, a liberar a Reyes de la prisión militar (aún
no amanecía pero Reyes ya estaba vestido y preparado para huir); después a
sacar a Díaz de la penitenciaría (ignorante del horario
preciso para su liberación, Díaz se hallaba rasurándose y, como buen señorito que
era, terminó su arreglo personal antes de unirse a la rebelión).[516] Mientras tanto,
otro destacamento, formado principalmente por cadetes, marchó con fines de
ocupación hacia el Palacio Nacional, sede del gobierno (aunque no residencia del
jefe de Estado, pues ésta era aún el Castillo de Chapultepec, lugar donde Madero
recibió las noticias de lo que acontecía en el centro de la ciudad). Se dio por
asumido que los cadetes habían completado su misión. (p. 594)
Garciadiego:
Si bien, en febrero de 1913 Bernardo Reyes y Félix Díaz creyeron que unidos
y en la propia sede de los poderes federales podrían desarrollar un movimiento
contrarrevolucionario exitoso, otra vez el grueso del Ejército Federal
les negó su apoyo, siendo esta la causa de su nuevo y trágico fracaso86.
Bernardo Reyes murió al encabezar dicho intento contrarrevolucionario (p.48)
Silva:
En los primeros días de la decena trágica, el señor Madero, dando una vez más
prueba de su valor inquebrantable, fue a Cuernavaca acompañado de unas
cuantas personas para traer a México al general Felipe Ángeles, que dirigía la
campaña contra los zapatistas. Ángeles era uno de los jefes militares más
prestigiados por su capacidad y honradez. Llegó a la ciudad de México con parte
de sus tropas sin pérdida de tiempo; pero Huerta, sabiendo que sería siempre leal
al gobierno, le señaló un puesto secundario desde el cual no podía hacer daño
con sus cañones a los defensores de la Ciudadela. (p. 181)
Knight:
Por fin, la noche del 17 de febrero, Gustavo detuvo a
Huerta a punta de pistola. Pero después de interrogar de manera exhaustiva a
Huerta y de escuchar sus protestas de lealtad, el presidente ordenó su liberación,
le entregó su pistola y reprochó a Gustavo su acto “impulsivo”.[544] Así, Huerta
quedó libre para tender la trampa al día siguiente. (p. 599)
Huerta, que contaba con el apoyo del senado para su inminente golpe de Estado,
fue presentado así como el elemento digno de toda confianza del régimen. Todos,
salvo Madero, percibieron el olor de la traición; pero la inocencia del presidente
pronto habría de desvanecerse. Poco antes de la comida
(mientras Huerta comía, acompañado de Gustavo Madero y de otros, en el
elegante restaurante Gambrinus), un pelotón de soldados del 29° Batallón de
Blanquet se enfrentó al presidente en un salón de Palacio Nacional. Su
comandante anunció que detenía a Madero en nombre de los generales Huerta y
Blanquet; dos asistentes presidenciales echaron mano a
sus armas y hubo un intercambio de disparos en el que cayeron hombres de
ambos bandos.
Madero, “valiente al punto de la temeridad”, exhortó a las tropas para que cesaran
el fuego y se apresuró a abandonar el salón. Justo al salir al patio, se encontró con
Blanquet que, pistola en mano, le exigió su rendición. Los hombres del 29°
Batallón rodearon el patio: era imposible resistir o escapar. Huerta, aún en
Gambrinus, se levantó de la mesa para telefonear a Palacio y confirmar así el
éxito del golpe. Poco después, otras tropas detuvieron a Gustavo
Madero. A las dos de la tarde, el sonido de las campanas de Catedral anunció que
la paz había sido restaurada y la gente comenzó a salir a las calles. El régimen de
Madero había llegado a su fin como había informado el embajador Wilson a
Washington, aproximadamente dos horas antes del acontecimiento (p. 600)
Silva:
Don Francisco I. Madero y don José María Pino Suárez quedaron prisioneros en
una habitación de la parte baja del Palacio Nacional. Se habló entonces del Pacto
de la Ciudadela; mas ese documento es históricamente conocido como el Pacto
de la Embajada, porque fue en la embajada de los Estados Unidos, según
informaciones de buena fuente, donde lo firmaron sus autores.
“expresó el señor general Huerta que en virtud de ser insostenible la situación por
parte del Gobierno del señor Madero, para evitar más derramamiento de sangre y
por sentimientos de fraternidad nacional ha hecho prisionero a dicho señor, a su
gabinete y a algunas otras personas; que desea expresar al señor general Díaz
sus buenos deseos para que los elementos por él representados fraternicen y
todos unidos salven la angustiosa situación actual. “ (P. 182)
Bassó y Gustavo
Madero fueron entregados por órdenes de Huerta a la soldadesca de la Ciudadela,
que
después de la fácil victoria tenía sed de alcohol y de sangre. Gustavo Madero fue
injuriado y
vejado por la canalla ebria. Un soldado le dio un bayonetazo en el único ojo que
tenía, y
ciego, dando traspiés, sufrió heridas con arma blanca y arma de fuego. Su
cadáver, según el
ingeniero Alberto J. Pani, presentaba treinta y siete heridas. Bassó fue pasado por
las armas por el delito de lealtad al gobierno que servía. Murió con serenidad
admirable, mirando la Estrella Polar que, según sus últimas palabras, le había
guiado muchas veces en sus viajes por el mar. El señor Manuel Oviedo, jefe
político de Tacubaya, maderista de convicción, también fue asesinado. Y apenas
comenzaba la orgía de sangre.
Don Francisco I. Madero y don José María Pino Suárez tuvieron que renunciar a
sus altos cargos desde su prisión improvisada en el Palacio Nacional. El general
Huerta, dueño de la situación, sacó del pecho una medalla y un escapulario que
aseguró le habían sido regalados por su madre, y tomándolos con la mano
derecha dijo al licenciado Pedro Lascuráin: “Juro respetar la vida de los
prisioneros”. Ofreció también que serían enviados a Veracruz con toda
clase de seguridades, para que se embarcaran en el crucero Cuba, rumbo a La
Habana, acompañados por el ministro de aquel país hermano, señor Manuel
Márquez Sterling. (p. 184).
Ya cerca de media noche de ese día 22 fueron sacados del Palacio Nacional los
señores Madero y Pino Suárez: se les separó desde luego y se les obligó a subir
en distintos automóviles, asegurándoles que se les conducía a la Penitenciaría
para su mayor comodidad.
Ya cerca del edificio penal, uno y otro fueron cobardemente asesinados al bajar de
los vehículos, por los agentes que los custodiaban. Un tal Francisco Cárdenas,
mayor de las fuerzas rurales, fue quien mató al señor Madero. Un grupo de
gendarmes, al mando del felicista Cecilio Ocón, simuló un ataque a los
automóviles. En ese momento se consumó el tremendo crimen. La versión oficial
apareció al día siguiente en los periódicos: al ser conducidos los señores Madero y
Pino Suárez a la Penitenciaría, un grupo de sus amigos quiso
libertarlos, entablándose una lucha a tiros entre ellos y los policías que conducían
a los prisioneros. En la refriega resultaron muertos ambos personajes. Nadie lo
creyó. Desde luego, con indignación contenida o abierta, fue señalado el
responsable: Victoriano Huerta.
Y Francisco I. Madero, caudillo que había arrojado del poder al general Porfirio
Díaz, el gobernante sin cabal estatura de estadista, ascendió por el camino del
sacrificio a mártir de la democracia y apóstol de la libertad.
El crimen había sido consumado con la complicidad del embajador Wilson. El
diputado Luis Manuel Rojas lanzó un “Yo acuso” con valor temerario y patriotismo
ejemplar. (p. 189)
Knight:
La tarde del 22 de febrero, Huerta y su nuevo gabinete
asistieron a una fiesta en la embajada de los Estados Unidos para celebrar el
aniversario del natalicio de Washington; ahí el encargado de la embajada británica
conoció al nuevo presidente a quien encontró “conforme a su reputación,
borracho”.[555] Después de varios brindis, Huerta abandonó la reunión
acompañado de su gabinete. Esa noche, Madero y Pino Suárez, a bordo de dos
autos de alquiler, fueron trasladados de Palacio Nacional a la penitenciaría del
Distrito Federal.[556] El general Blanquet y Cecilio Ocón (uno de los iniciadores de
la conspiración) se encargaron de realizar los arreglos necesarios y el mayor
Francisco Cárdenas, uno de esos rurales que cautivaba a las turistas, encabezó la
escolta de los prisioneros.[557] La comitiva se detuvo ante una puerta lateral de la
penitenciaría. Se apagaron las luces de la prisión. Cárdenas dio órdenes a Madero
para que abandonara el auto y, con un insulto a manera de despedida, le disparó
en la nuca con un arma calibre .38.
Pino Suárez recibió el mismo tratamiento. Los cuerpos fueron blanco de una
descarga, al igual que el auto, de tal suerte que el gobierno pudiera anunciar que
los prisioneros habían muerto cuando un grupo de maderistas intentaba liberarlos.
Era una variante de la antigua ley fuga —a la que por supuesto, nadie dio
credibilidad—.[558] (p. 602)
Córdova:
La traición de Victoriano Huerta y el asesinato de Madero, Pino
Suárez y varios más de sus allegados, causaron una verdadera conmoción
en el país, pero, sobre todo, entre los mismos maderistas que habían de
continuar la obra del apóstol. Fue el momento en que un nuevo espíritu y
una nueva concepción de la lucha política se pusieron a la orden del día.
A partir de entonces, el caudillo ingenuo, idealista, que se entrega a la
buena lid y que hace de sus concepciones una verdadera mística de la
acción política, sucede un nuevo tipo de dirigente, caudillo él también,
pero fundado en la fuerza, despiadado, astuto, arbitrario, pronto para la
acción en cualquier terreno y frente a cualquier enemigo; de ideales
nebulosos, pero con finalidades muy precisas, el nuevo líder no se dirige
al buen entendimiento o al corazón de la gente, pues de ellos no espera
nada: por la buena o por la mala (p. 157)
La época huertista
“La unanimidad de las adhesiones a Huerta fue impresionante: pudo militarizar las
escuelas, las facultades, la burocracia, sin el menor problema, y hoy resulta
interesante encontrar en los periódicos de la época o en los archivos fotográicos
de Casasola, las fotos de todos los futuros “revolucionarios”, ardientes huertistas
en ese momento” p. 66
Huerta era un indio huichol, mandó a repatriar a los Yaquis deportados a Yucatán.
Era un nacionalista admirador de Japón y Alemania. P. 65 co
El gobierno estadounidense se rehusó a reconocer el gobierno huertista, lo
presionaron para no presentarse en las elecciones a cambio de reconocer el
gobierno, y al rehusarse, los Estados Unidos dejaron de suministrar armas así
como un boicot financiero. Incluso ofrecieron dinero a Carranza y suministraba de
armas a los contrarios al gobierno en el puerto de Tampico, en buques desviados
por razones técnicas rumbo a Cuba (p. 68).
Huerta contaba con pocos hombres, 35 mil y pagaba papel moneda mientras que
los rebeldes moneda oro. Para ganar dinero, estableció casas de juego en todo
México. Los garitos, en cada esquina, estaban llenos de oficiales y de mujeres
galantes. Había capitanes de 20 años y coroneles de 24, los noctámbulos
imprudentes se encontraban frencuentemente enrolados a la fuerza (p. 68).
“La guerra era atroz; los federales atacaban sin cuartel, Villa masacraba sin piedad
a todos los prisioneros y Carranza aplicaba la llamada Ley Juárez, que ordenaba
la ejecución de los cautivos” (p. 69)
“los señores de la guerra son seguidos por sus asesinos y reciben amables
alcahuetas; los oficiales insolentes, calentados por el alcohol, quieren resolverlo
todo con pistola en mano. Gigantesca e interminable borrachera, masacre atroz de
la caballería lanzada sobre los alambres de púas y las trincheras en donde están
apostadas las ametralladoras” p. 81
La guerra se libra entre Obregón y Villa, en el centro del país, a lo largo de las vías
del ferrocarril. Obregón contaba con el apoyo estadounidense y su estrategia
consistía en esperar y desesperar a Villa, quien estaba urgido por terminar la
guerra. “No hay técnica y se fusila a quemarropa, hasta agotar municiones y
combatientes”. Un cónsul estadounidense afirma en marzo de 1915 que “Villa
tiene masa de hombres y de fusiles, pero le faltan cartuchos”. Los carrancistas
llenos de municiones pero les faltan hombres. P. 81
Sin embargo, la batalla más grande de esta guerra se libra en Trinidad, del 29 de
abril al 5 de junio, alrededor de Silao y León, Guanajuato. Villa logra tomar Silao,
Dolores pero pierde la batalla final. Obregón perdió el brazo y estuvo a punto de
perder la guerra, con una infantería desmoronada, atacada y masacrada. P. 82-83
La producción agrícola del noreste del país cayó en un 40 por ciento entre 1900 y
1907
La interpretación
Francisco Villa
Francisco Villa en la cultura popular
Brondo Whitt, E., La división del norte (1914) por un testigo presencial, México,
1940.