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En el nombre del padre.

Saber y tradición en el personaje de


Alejandra Fussller

Estudio sobre Stella. Una novela de costumbres argentinas, de César Duayen

INTRODUCCIÓN

La publicación de Stella, en 1905, fue acompañada por un rotundo éxito de ventas.


La crítica ha atribuido su favorable recepción a diversos factores: el deseo de identificación
de los lectores con el universo aristocrático presente en la novela (Batticuore: 2007), la
estrategia publicitaria del seudónimo masculino que encubría la identidad femenina de la
autora (D,Amicis: 1908, Piña: 2011) o la perspectiva esperanzadora que se trasluce en sus
páginas (D’Amicis: 1909).
Al respecto, el carácter singular de la protagonista, que aparece como sujeto
moderno en su perfil socialmente activo, es destacado como uno de los méritos de la novela
(Berg: 2004). La originalidad de este aspecto ha sido analizada en relación con una serie de
movimientos contemporáneos a la obra, que dan cuenta de la emancipación femenina
tendiente a su profesionalización y su rol en la vida pública (Berg: 2004, Masiello: 1994).
Según esta línea, el carácter intelectual de la protagonista y su dominio de múltiples saberes
reflejarían las circunstancias contemporáneas de concientización respecto del nuevo
paradigma femenino.
Nuestra propuesta en el siguiente trabajo es cuestionar el estatuto de emancipación
de la mujer propuesto en los acercamientos a la obra mencionados. Consideramos que, si
bien en Stella se describe la trayectoria de formación y plenitud intelectual de la joven
Alejandra, lectora altamente competente, y educadora. Dicho proceso es en el reverso
reiteradamente desrealizado en su autonomía, a través de múltiples estrategias que organizan
al personaje de Alejandra en su subordinación paternalista ante la figura de Gustavo Fussller.
Desde esta perspectiva, la mirada complaciente respecto del universo de la
aristocracia en la novela (Batticuore: 2007), tendría su correspondencia con las operaciones
tendientes a afirmar los valores tradicionales y la continuidad de ese status quo en la
relaciones interpersonales entre hombres y mujeres.
2

El padre ilustre
La importancia del personaje de Gustavo Fussller en la novela se hace evidente
desde el comienzo. El primer capítulo está constituido íntegramente por la carta que el
científico dirige a su cuñado. En ella se introduce la imagen de la fuerza de Alejandra, como
primer rasgo de la protagonista.
Dicha caracterización se completará en las páginas siguientes. Alejandra aparece
desde el inicio como una proyección de su padre, éste le transmite “su naturaleza sabia y
vigorosa” y “su conformación intelectual y moral” (Duayen: 51). Por otra parte, para
evidenciar aun más la asimilación entre ambos personajes, se refiere que Alejandra se
constituye en el hijo deseado: “comprendió que, a falta de un hijo, ella debía serlo […]”
(Duayen: 51). 1
En el deseo de cumplir con las expectativas de su progenitor, “elegida por él [..] para
reemplazarlo” (Duayen: 51), la hija se integra a su figura progresivamente, lee los libros
que leen los hombres, elige como fábulas los relatos de los clásicos preferidos por el
científico y los amigos de éste conforman su círculo de amistades. Y, para cerrar más el
círculo, Gustavo mismo se desempeña como maestro de su propia hija.2
Más adelante, la sumisión a la figura paterna trascenderá los límites de la existencia
misma: “[…] muerto, vivía en ella; todos sus actos estaban destinados a complacerle todavía
; […]” (De la Barra: 80).
Alejandra: lectora modélica
La adecuación a la figura del padre, se corresponde con la manera en que se
conforma el vínculo con la madre. Así como el padre instruye a Ana María, Alejandra le
enseña historia en forma de leyendas (Duayen: 57). La madre niña, que es presentada
mediante el diminutivo “figurita morena”, entre los “hermosos tipos rubios” del padre y la
hija (De la Barra: 60), apenas alcanza un barniz de instrucción.
Efectivamente, Ana María aparece como una lectora sentimental que jamás alcanza
el alto grado de competencia de su hija. Ella, que se deslumbra al leer la palabra “ilustre”
adjetivando el nombre de su esposo, permanece fuera de esa comunión que se estrecha entre
el espíritu del científico y Alejandra, esencia del propio espíritu de Gustavo (De la Barra:
57). 3
1
Este aspecto será enfatizado posteriormente en la escritura del brazalete que porte la joven al ser presentada
en la corte (De la Barra: 54). El valor de Alejandra es medido en relación con el de los hijos varones, y
públicamente reconocido en el momento de la finalización de sus estudios.
2
Tal trayecto en su conformación se corresponde con su docilidad atribuida a Alejandra (De la Barra: 53).
3
La actitud que ambas presentan en la contemplación artística permite dar cuenta de dos perfiles femeninos
contrapuestos. La distinción que evidencia Alex en su gusto ante cuadros y esculturas es reconocida por
3

Por el contrario, Alex, adquiere una destreza lectora suprema, destreza lectora que
aumenta su caudal intelectual sin alterar su condición ingenua. La capacidad de mantener la
sanidad de su imaginación pese a las lecturas y el saber acumulado es una de las cualidades
distintivas de la protagonista (Duayen: 53).
La antítesis entre ambos modelos de lectora se hace evidente en la visita a las
catacumbas. Mientras Alex lee con fascinación las escrituras y signos de las lápidas, Ana
María cierra los ojos al atravesar los túneles del brazo de su esposo (De la Barra: 57).
Entre ellas, aparece un tercer tipo de lectora: Stella. El desarrollo casi inverosímil de
su mente, debido a las circunstancias de su nacimiento, se corresponde con una lectura
precoz y autodidacta adquirida, sin guía, en los libros de imágenes (Duayen: 65). La
capacidad lectora de la pequeña se proyectará luego en su actividad narradora entre los niños
del “Ombú”, y en su fascinación permanente ante las figuraciones de cuentos y leyendas
(Duayen: 318).
Ya en la casa de los Maura Sagasta, no habrá personaje femenino lector entre los
miembros del hogar. Cuando, al hacer la descripción de los integrantes de la familia se
refieran las particularidades individuales, solo se mencionarán los hábitos lectores de Emilio
y Luis, y, en ambos casos, serán prácticas imperfectas. Emilio no estudia, solo leía, y Luis
carece del hábito de la lectura (Duayen: 73-74). En este ámbito vuelve a proyectarse la
sombra materna, aquella distancia intelectual respecto de su esposo y su hija que la
caracterizaba, encuentra correspondencia con la escasa ilustración de su mundo de origen.
De manera que, la superioridad de la formación de Alejandra, la instala aun por
encima del universo intelectual de sus primos, y a gran distancia del horizonte cultural de las
mujeres de la sociedad porteña.4
Por otra parte, es esa distancia la que permite a la extranjera elaborar un juicio
respecto de este aspecto: desde la perspectiva de Alejandra, en esta sociedad moralmente
ineducada se instruye sin educar, y la intelectualidad carece del espacio para su desarrollo
(Duayen: 81).
La maestra narradora
La voluntad de Alejandra por ejercer un oficio la lleva a ofrecerse como institutriz. 5

Gustavo como propia de los elegidos (De la Barra: 57). A diferencia de ella, la madre se inquieta ante los
desnudos y se interesa por las historias de amor que descubre detrás de monumentos y leyendas al recorrer
ciudades (De la Barra: 58)
4
La crítica a la sociedad aristocrática nacional estaría dada también por el contraste entre su carácter
intelectualmente estrecho y las cortes europeas en que el prestigio era dado por la magnitud intelectual de sus
concurrentes.
4

Alex y Stella comparten la destreza narradora. En su rol de educadora, la hermana


mayor sabrá seducir a sus pequeños discípulos transmitiendo el conocimiento, muchas
veces, en forma de cuentos maravillosos, tal como hiciera con su madre (De la Barra: 210).
El método personal de enseñanza que emplea y al que se alude en más de una
oportunidad en la novela (Duayen: 112, 206 ) se articula también en el contacto con lo vital:
deshace flores para enseñar sus partes, recoge insectos junto con sus alumnos, etc.
Por otra parte, toda enseñanza que transmite adquiere un matiz moral, en relación
con el valor del trabajo, el cuidado de las especies o la importancia de la voluntad en el
deseo de progreso (Duayen: 206).
En esta tarea, Alex replica también a la figura paterna: “¡Cuántas veces se sorprendía
repitiendo a sus discípulos las mismas palabras que él le repitiera cuando era una niña como
ellos!” (Duayen: 80). Y, al rememorar el método del científico, Alejandra recrea una de las
formas en que le fue dado el acceso a la lectura: el encuentro en la almohada del libro dejado
por el padre con la marcación de la frase de Horacio mediante la cual se la instruía sobre el
carácter irracional de la cólera”.
Así como ella actualiza el saber a través de la contemplación activa y el ejercicio
vital de sus alumnos en el mundo, el padre le transmitió el contenido de los libros
acercándola a su fuerza experiencial. De tal forma, cuando actuó de manera irascible,
recibió la observación paterna en el momento preciso – instantes después de la escena- y a
través de una máxima clásica que, en contexto, habría adquirido plena significación. Ese
pasaje de la novela nos presenta una de las claves para comprender el sistema de instrucción
impartida por la muchacha en relación con el que ella recibiera.
Mediante estas estrategias, la novela reitera la proyección del padre en la hija a lo
largo del relato, y organiza las escenas de enseñanza a partir de las de formación original en
Cristianía. Dicho aspecto se corresponde con el motivo del cuadro que Máximo encuentra
hacia el final en la sala de Alejandra, y en el que se reproduce la visión de una lección de
Gustavo a la muchacha (Duayen: 389). La importancia que esta escena adquiere para el
relato se pone de relieve en el énfasis y el detalle con que es descripta. En la voz narradora
la imagen parece cobrar vida: el hombre bellísimo que da la lección, la niña en actitud
atenta y reflexiva llamativamente para su edad (Duayen 89). La presentación absolutamente
dinámica nos coloca ante un cuadro vivo en el que vemos a las figuras, no como imágenes

5
En el ejercicio de esta labor de institutriz Masiello señala el establecimiento de un proyecto ético propuesto
por la extranjera, que guiara la Nación en la modernidad tendiendo un puente entre los valores tradicionales y
los nuevos valores (Masiello: 1994). Desde nuestra perspectiva, la apuesta de la novela está fuertemente
concentrada en la conservación de los primeros.
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planas, si no con relieve y movimiento, figuras que desarrollan procesos -el dictado del tema
y el proceso reflexivo, y que actualizan la instancia de formación original desde la que se
iluminarán tantas otras escenas en la novela.

Bibliotecas y lectores
El padre ilustre, autor de apasionantes libros que hasta el Papa lee con placer, se
proyecta en el espacio familiar, en ese “salón biblioteca” que constituye el ámbito de
reunión del grupo en el hogar de los Fussller.
Allí, Alex canta el relato de Lohengrin, y anticipa con ello las instancias de su vida
futura: como el héroe, ella llegará por un camino de agua a la nueva tierra, y del mismo
modo, su conducta benéfica y heroica será retribuida con la desconfianza sobre su identidad,
lo que llevará a su alejamiento hacia la tierra de la que partiera.
La escena de aquel salón en Cristianía se proyecta en la escena de la biblioteca en la
estancia “Atalaya”. Efectivamente, cuando Máximo invita a Alex a conocer este recinto, la
joven se conmociona hasta palidecer evocando la sala paterna (Duayen: 242).
Una serie de estrategias confluyen para presentar como epicentro narrativo dicho
espacio. La ubicación superior de la biblioteca, a la que se ingresa desde la terraza, se
corresponde con las jerarquías que el relato va organizando. El ámbito del saber adquiere en
esta tópica su ubicación privilegiada. Por otra parte, el aislamiento que la circunda – La
Pampa y el mar conforman el cuadro antes del ingreso- parece remitir a lo extraordinario del
dominio intelectual en un medio social que no favorece su desarrollo.
Ya en su interior, se accede a una detallada descripción del cuantioso mobiliario allí
distribuido: estantes, sillones, divanes, bibliotecas de nogal, etc.
Además, como recinto del saber, junto a los vastos anaqueles, se ofrece un
sinnúmero de obras de arte – esculturas, pinturas, etc- que da cuenta de la distinción y el
amplio conocimiento artístico de su dueño.
Asimismo, Máximo- quien promete a Stella ser un poco padre de Alex (Duayen:
278)- reconoce, tal como lo hiciera Gustavo, la misma distinción exquisita en el gusto
artístico de su invitada.
En este espacio se produce el develamiento de uno y otro, ambos se reconocen como
“individuos de una misma raza que se encuentran en un país extraño” (Duayen: 244). Y el
gentleman descubre en el espíritu aristocrático de la mujer europea, el alma que lo
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completaría, porque entre ambos se replica la correspondencia armónica que ya hubiera


6
existido entre el científico y su hija.
En este sentido, las lecturas compartidas sobre las que se conversa reafirman el
carácter de lectora modelo de la protagonista que admite haber sentido en la biblioteca “el
primer goce íntimo, espiritual”, desde su llegada a Buenos Aires (Duayen: 243).
Entonces, la presencia de estatuas y bustos de Voltaire o Dante o la inscripción de
Byron, remiten al canon de una clase aristocrática que se distingue ampliamente en el
sombrío panorama intelectual que domina la escena nacional. Justamente, este es uno de los
tópicos que atraviesa la conversación entre los amigos, la dificultad de la profesionalización
de escritores en un medio en que la literatura aparece como una actividad privada e íntima,
frente a las diversas funciones públicas que otorgan prestigio y reconocimiento. Se cita aquí
a Wilde, y se presenta a otros autores nacionales como Mitre o López, que Alex desconoce.
La revisión por la galería de escritores lleva a abrir interrogaciones respecto del
quehacer de los personajes. En esta escena la lectura se presenta como móvil para la propia
expresión, aquello que Barthes catalogaría como lectura conductora del Deseo de escribir
(Barthes: 47). Efectivamente, la charla sobre autores deriva en la solicitud de acceder a las
mutuas producciones. En el caso de Máximo, la formación sesgada por la muerte del padre
se asociaría con ese libro inconcluso al que se refiere al introducirlo como personaje (De la
Barra: 101). En el caso de Alejandra, la escritura se asocia con la continuación de la obra
paterna: el Diario interrumpido.
Al respecto, la sumisión de Alejandra al proyecto inacabado se duplicará en su
subordinación al juicio de Máximo sobre dicha labor, y tendrá correlato en el obsequio del
libro paterno en el día de cumpleaños del padrino de Perla. 7

La voz del padre


Nuevamente en la biblioteca, la figura paterna aparece para crecer sobre la de su hija.
En dicha instancia, el texto articula su presencia en dos movimientos. Inicialmente, en la
proyección del relato de Máximo, que conmovido por la emoción del reconocimiento,
devela la imagen de Ezequiel Quirós al presionar un resorte. El padre hacedor de su hijo,
que se desveló por la solidez de su formación y que, con su partida, dejó “trunca” la obra

6
Es posible vincular este aspecto como lo que Berg describe en términos de una europeización de la Argentina
en las novelas de Duayén (Berg: 2004): la impronta extranjera de la mujer que guiará al futuro conductor de
hombres nacional hacia la determinación de su misión social.
7
La dedicatoria inscripta en ese obsequio, “La hija de Gustavo Fussller, al hijo de Ezequiel Quirós” (Duayen:
337) refuerza aun más la subordinación a las figuras paternas y la especularidad entre ambos personajes.
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que es el propio Máximo (Duayen: 251), se asimilará a Alex. En la biblioteca, será ella la
que retome el discurso de Ezequiel para animar a Máximo a convertirse en el hombre
deseado por su progenitor. Más adelante, hacia el final, el mismo Máximo reconocerá ante
el retrato de su padre que Alex ha ocupado el lugar del muerto (Duayen: 425).
En un segundo movimiento, Alex revela su proyecto de continuar la obra trunca de
Gustavo, y la conciencia de su inferioridad respecto del talento supremo del científico. De
este modo, tanto la joven institutriz como el gentleman, evidencian la sujeción extrema al
proyecto paterno y la asimilación vital a esos hombres cuya ausencia viven como una
amputación, reconociéndose ambos reflejados en la cita de Renán (Duayen: 216: 216).8
Por otra parte, Alejandra se presenta como primera lectora de su padre, autor ante el
cual pone en juego sus más íntimas emociones: “soy el devoto y humilde rapsoda de mi
padre” (De la Barra: 246) El grado de veneración que manifiesta al respecto podría
vincularse con la defensa del contenido de los devocionarios que ensaya al final del capítulo.
Nuevamente aquí crece la figura del gran Gustavo, al punto de tomar la propia de voz de su
hija para presentar el relato de Juan Beltrand: “[…]es papá quien va a narrar” (Duayen:
260).
La amplificación de la presencia paterna se corresponde con la reducción de la figura
de la hija que aparece en la visión de Máximo como “una flor dentro de un misal”.
(Duayen: 260). En este sentido, es posible leer una correspondencia entre la decisión de Juan
Beltrand de sacrificar su vida heroicamente aceptando tomar el lugar de su hermano, y la de
Alejandra, que somete su existencia toda al proyecto paterno.
Así, el cierre de la novela, la inscripción que la protagonista elige grabar con mano
firme en la piedra es la del salmo que Gustavo Fusller amara. Esta remisión final que
reproduce en la escritura una de las lectura predilectas del científico, otorga una dimensión
sagrada al Padre en el uso de la mayúscula inicial.

Conclusión
En Stella se nos narra la trayectoria vital de la protagonista, Alejandra Fusller, y, su
proceso de formación intelectual y moral promovido por su padre, Gustavo Fussller.

8
La especularidad entre ambos es reforzada por la comparación de Alejandra con un “gentilhombre” (Duayen:
253). La asimilación de Alejandra con lo masculino se reitera en diversas instancias, además de ocupar el
lugar de “hijo” para su padre, ella es “secretario” de su tío (Duayen: 395), y llamada “mi coronel” por Máximo
(Duayen:305). Estas estrategias podrían ser leídas en correlación con el seudónimo masculino de la autora, y
el funcionamiento interno de esta dualidad en su proyección hacia la constitución de la protagonista.
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La muerte del científico y el imperativo de integrarse a la familia de su tío, los Maura


Sagasta, llevan a la joven a desenvolverse en el medio de la aristocracia porteña donde se
destacará por su alta competencia lectora y la calidad de sus saberes. Allí desempeñará la
labor de institutriz, en consonancia con lo que una parte de la crítica ha estudiado como
reflejo del nuevo rol de la mujer en la modernidad y su inminente emancipación.
Como hemos señalado, desde nuestra perspectiva, la novela desarrolla múltiples
estrategias tendientes a desrealizar el carácter autónomo de la empresa de Alejandra,
subordinando su competencia y su naturaleza intelectual al proyecto y la figura paterna. Así,
Alejandra instruirá a sus alumnos como fue instruida por su padre, leerá los textos que él
leía y, en el momento de mayor despliegue posible de su competencia lectora y su distinción
cultural – la escena de la biblioteca en “Atalaya”-, se replegará hasta convertirse en una
especie de médium del espíritu paterno al punto de prestarle su propio cuerpo para que
ingrese a realizar la narración allí ofrecida.
En este sentido, la dimensión superlativa que adquiere el personaje del científico,
representante de los valores europeizantes de cultura, distinción, prestigio y abnegación
moral, se corresponde con el dominio de lo sacro y heroico a lo que se remite en el motivo
del devocionario. La amplificación de su presencia a lo largo del texto, restringe el ámbito
de su hija al de su devota lectora y su más sumisa admiradora.
Mediante estas estrategias, la novela cuestionaría el estatuto de la mujer moderna y
su facultad para la emancipación en un mundo eminentemente patriarcal, y se volvería hacia
la conservación de la más rancia tradición aristocrática, en que se afirman los valores
conservadores de la élite y se promueve su continuidad.

BIBLIOGRAFÍA

Barthes, Roland, “Escribir la lectura” (1970) y “Sobre la lectura” (1976), El susurro del
lenguaje. Más allá de la palabra y la escritura, Barcelona-Buenos Aires-México,
Paidós, 1987, pp. 35-38 y 39-49.

Batticuore, Graciela, “Lectura y consumo en la Argentina de entre siglos”, en Estudios. Nº


29. Circuitos de la Novela en America Latina: Prensa, bibliotecas y lectores entre 1870 y
1910. Graciela Batticuore y Alejandra Laera, (coords.). Vol. 15, Universidad Simón Bolívar,
2008, Universidad Simón Bolivar.

Berg, Mary, “La mujer moderna en las novelas de César Duayen”, en “La mujer moderna en
las novelas de César Duáyen”. Revista iberoamericana 70.206 (2004): n. pag. Web.
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9

D’Amicis, Edmundo, “Prólogo”, Stella. Una novela de costumbres argentinas, Buenos


Aires, Barcelona, Maucci, 1909.

Duayen, Cesar (Emma de la Barra), , Córdoba, Argentina, Buena Vista, 2011.

Fletcher, Lea, “Apuntes sobre la narrativa de mujeres argentinas, 1900-1919”, en La Aljaba,


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http://www.biblioteca.unlpam.edu.ar/pubpdf/aljaba/v04a03fletcher.pdf

Masiello, Francine (1994) “Voces de(l) Plata: dinero, lenguaje y oficio literario en la
literatura femenina de fin de siglo”, Mujeres y cultura en la Argentina del siglo XIX. Buenos
Aires: Feminaria, pp. 38-47.

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