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El 31 de agosto de 2000, el ciudadano José Flores, asistido por la abogada Clara María
Paga Salgado, consignó escrito por ante la Secretaría de la Sala Constitucional acudiendo en
su carácter de tercero, señalando que “A este efecto hago mías, apoyo, opongo y reproduzco
las declaraciones acertada del Juez de Paz en su recurso de Amparo en cuanto beneficien mis
intereses y me adhiero igualmente a la Tercería intentada ante esta honorable Sala
Constitucional por el ciudadano Gotzon Lacasa Astigarraga....”. En el extenso escrito
presentado por dicho ciudadano, señala que en los momentos actuales es quien ocupa en
calidad de arrendatario el inmueble afectado por la ejecución de la sentencia impugnada,
teniendo por tanto un interés legítimo, directo, actual y real en el caso de autos.
ANTECEDENTES
Señala el apoderado actor, que los antecedentes del caso son los siguientes:
Alega el apoderado actor, que “no se trata aquí de un recurso por errores de juzgamiento
sino porque el Juez Temporal Cuarto Superior quebrantó numerosas normas fundamentales
procesales que dan sentido y estructuran el concepto constitucional del Debido Proceso; sino
por cuanto el Juez Temporal quebrantó elementales derechos constitucionales como es el de la
Defensa, al no mencionar y menos considerar aún, ni apreciar ni valorar ni una sola de las
múltiples defensas opuestas oportunamente, incurriendo en una descarada parcialidad”.
DE LA COMPETENCIA
Esta Sala, en primer término, debe pronunciarse acerca de su competencia, y a tal efecto,
reiterando los criterios expuestos en las sentencias de fecha 20 de enero de 2000 (casos:
Emery Mata Millán; y, Domingo Ramírez Monja), resulta competente para conocer de la acción
de amparo ejercida en contra de la sentencia dictada el 23 de mayo de 2000 por el Juzgado
Superior Cuarto en lo Civil, Mercantil y del Tránsito de la Circunscripción Judicial del Área
Metropolitana de Caracas, y así se declara.
ANÁLISIS DE LA SITUACIÓN
Se trata de una acción personal, que atiende a un interés propio, que a veces puede
coincidir con un interés general o colectivo.
Un juez, como tal, no puede ejercer un amparo contra decisiones judiciales que afecten
su función juzgadora, ya que él no sería nunca el lesionado, sino el tribunal que preside, el cual
representa a la República de Venezuela, en nombre de quien administra justicia, y no puede el
juez, si con motivo de su función jurisdiccional se ve su fallo menoscabado por otras
decisiones, impugnar por la vía de amparo, ya que dada la estructura jurisdiccional que
corresponde a la República, ella no puede infringir sus propios derechos constitucionales. Por
ello, un juez no puede incoar un amparo contra otro juez, con motivo de una sentencia dictada
por él, que el otro juez desconoce, reforma, inaplica o revoca. La función de defensa de los
fallos corresponde a las partes y no a quien los dicta.
Desde este ángulo, un juez carece de interés legítimo para accionar en amparo en
defensa de sus fallos.
Diferente es que las decisiones judiciales sean atacadas por personas distintas a los
jueces, por considerarse que las sentencias los agravian al infringir derechos o garantías
constitucionales. Partiendo de esa posibilidad, surgió el artículo 4 de la Ley Orgánica de Amparo
sobre Derechos y Garantías Constitucionales, el cual prevé el amparo contra sentencias y actos
judiciales, pero que debe ser entendido que el amparo lo incoa aquella persona cuya situación
jurídica quede amenazada de violación o infringida por razón del fallo, no correspondiendo a los
tribunales de la República, situación jurídica alguna qué defender.
Dada la organización judicial, los actos y fallos de los tribunales inferiores, son conocidos
en apelación o consulta por los superiores, hasta culminar en el Máximo Tribunal, el Tribunal
Supremo de Justicia.
Los fallos se atacan mediante apelación, y en casos específicos, por medio de la acción
de amparo, la cual, repite la Sala, no corresponde a los tribunales para cuestionar los fallos
dictados por otros tribunales, ya que se trata de la República Bolivariana de Venezuela por
medio de los tribunales, y no de unas unidades autónomas comprendidas por cada juzgado.
Esta es también una razón que demuestra que los tribunales, en cuanto a sus sentencias, no se
encuentran en situación jurídica personal alguna.
Fuera de los conflictos de competencia o de jurisdicción que pueden plantar los jueces,
no existe en las leyes ningún enfrentamiento posible entre tribunales, producto de la estructura
piramidal que tienen los órganos jurisdiccionales, unos inferiores y otros superiores, formando
una jerarquía, o de la igualdad que entre ellos existe cuando se encuentran en una misma
instancia.
Dentro del sistema de justicia que regula la vigente Constitución, se encuentra la justicia
de paz (artículo 258 eiusdem), lo que significa que es la República quien imparte justicia
mediante dichos jueces, tal como lo contempla el artículo 253 de la vigente Constitución, al
señalar a la justicia alternativa dentro del sistema. Justicia alternativa que el aludido artículo 258
refiere entre otros a los jueces de paz. En consecuencia, los jueces de paz forman parte del
sistema de justicia, y a pesar de no formar parte del poder judicial formal, ellos son jueces, con
todas las prerrogativas de tales y dentro de los marcos legales, en los ámbitos que el
ordenamiento jurídico les asigna.
Como antes la Sala advirtió, los órganos jurisdiccionales, que conforman el segmento:
jurisdicción, están organizados jerárquicamente, de manera que entre ellos no pueden surgir
otros conflictos que los de competencia, siendo impensable dentro del área jurisdiccional, litigios
entre diversos tribunales por causas que conocen, siendo una excepción al que un tribunal sin
mediar apelación o consulta, juzgue los actos, sentencias y resoluciones de otro tribunal, a
menos que se trate de cuestiones de orden público, como el fraude procesal o la revisión,
donde se encuentran implicadas conductas de particulares que son realmente los afectados,
que permiten a un juez enfrentarse a lo decidido por otro juez. Pero este conocimiento en la
revisión, ocurre excepcionalmente, y por lo regular, producto de la iniciativa de las partes y no
del órgano jurisdiccional.
Ahora bien, los jueces de paz pertenecen al sistema judicial, son órganos
jurisdiccionales, como lo son los árbitros y otras figuras que pueda crear la justicia alternativa, y
son jueces de equidad, según el artículo 3 de la Ley Orgánica de la Justicia de Paz, siendo
excepcionalmente jueces de derecho, conforme al mismo artículo que reza:
No puede considerarse que esta forma (la alternativa) de ejercicio de la jurisdicción, esté
supeditada a la jurisdicción ejercida por el poder judicial, por lo que a pesar de su naturaleza
jurisdiccional, estos Tribunales actúan fuera del poder judicial, sin que ello signifique que este
último poder no pueda conocer de las apelaciones de sus fallos, cuando ello sea posible, o de
los amparos contra sus sentencias.
El que los jueces de paz concilien, y exista una etapa del proceso de justicia de paz a ese
fin, en nada atenta contra la función jurisdiccional, ya que los jueces civiles –por ejemplo-,
también pueden conciliar (artículo 257 del Código de Procedimiento Civil), y si la conciliación
falla, continuará el proceso jurisdiccional. Los jueces de paz, al igual que cualquier juez, dirimen
conflictos o controversias entre partes, siendo ese su objetivo, e incluso pudieran producir actos
con efectos constitutivos. Su finalidad, como la de cualquier juez, es mantener la paz social, la
cual es un valor de la República y de la comunidad, lo que le permite a la actividad
jurisdiccional, en los casos señalados por la ley, controlar al Estado.
Por aplicación del artículo 4 de la Ley Orgánica de Amparo sobre Derechos y Garantías
Constitucionales, la acción de amparo debe interponerse ante el Tribunal Superior al que emitió
el pronunciamiento. Existiendo el principio de la doble instancia, toda causa que se juzgue en
primera instancia está sujeta a apelación. Pero tal principio, por razones de la estructura de la
justicia de paz, no funciona a plenitud con las decisiones de dichos tribunales, ya que siendo
sentencias de equidad (artículo 8 de la Ley Orgánica de la Justicia de Paz), la regla es que ellos
sean inapelables, tal como lo pauta el Código de Procedimiento Civil en su artículo 624 sobre
los fallos de los árbitros arbitradores, no existiendo por lo tanto un juez de alzada o superior
competente.
Por ese motivo, las decisiones del juez de paz no son apelables, sino revisables por el
mismo, tal como lo establece el artículo 47 de la Ley Orgánica de la Justicia de Paz, y es que el
concepto de equidad, de difícil aprehensión, se refiere a un juicio de valor de quien lo utiliza,
ligado a su idea de justicia aplicada al caso concreto, opinión que no descansa en el derecho,
sino en la conciencia, la moral, la razón natural u otros valores. Dado el carácter personal y
subjetivo de esos valores, el tratamiento de las decisiones que en ellos se fundan, tiene que ser
distinto al que se da a los fallos que se atienen a normas del derecho, y por ello la regla es que
no sea revisable por otro el criterio del sentenciador; de allí, que la Ley Orgánica de la Justicia
de Paz, en su artículo 47 estableció como regla, la revisión por el mismo juez del fallo que lo
dictó, asesorándose con los suplentes y conjueces del tribunal. Estas reglas privarían de Juez
Superior a los Jueces de Paz.
Sin embargo, el artículo 48 eiusdem, prevé la apelación de las sentencias de los jueces
de paz, cuando la controversia tenga contenido patrimonial, la cual será decidida por el juez
competente a quien se le envía el expediente contentivo de las actuaciones. Se trata de una
excepción al principio, pero que fija la presencia de un juez superior al de paz, que conoce de
las apelaciones de sus fallos, y éste vendría a ser el juez del amparo contra las sentencias de
los jueces de paz.
No señala la ley especial que rige la Justicia de Paz, quién es este juez, ni tampoco lo
señala la Ley Orgánica del Poder Judicial, que ignoró la materia, y ante tal vacío es necesario
dilucidar si el juez de la alzada es el Juez de Municipio o el de Primera Instancia.
Teniendo en cuenta que las causas de contenido patrimonial que puede conocer un Juez
de Paz, están determinadas por la cuantía (numeral 1 del artículo 8 de la Ley Orgánica de la
Justicia de Paz), debe interpretarse que la competencia por la cuantía determina quién es el
juzgado superior del juez de paz, a los efectos de la apelación a que se refiere el artículo 48
eiusdem, ya que éste debe ser el juez inmediatamente superior al de paz, por la escala de
cuantía. Este juez vendría a ser el de Municipio, pero no para que decida conforme a derecho,
sino también aplicando la equidad, lo que crea una situación excepcional.
Apunta esta Sala, que se trata de una alzada de equidad, y ante tal situación, no debería
ser dicho tribunal de municipio el competente para conocer de una acción de amparo, donde se
juzga derecho y no equidad.
Considera esta Sala, que ante el vacío que deja el artículo 4 de la Ley Orgánica de
Amparo sobre Derechos y Garantías Constitucionales, en relación a las sentencias dictadas por
los jueces de paz, el juez competente para conocer de los amparos contra esos fallos, por
tratarse de asuntos de derecho, es el de Primera Instancia correspondiente al lugar sede del
Tribunal de Paz, por lo que a esta especial situación se le aplica el artículo 7 de la Ley Orgánica
de Amparo sobre Derechos y Garantías Constitucionales. La cobertura constitucional es
extensible a los fallos de los juzgados de paz, por lo que mientras la ley no diga lo contrario, son
los Jueces de Primera Instancia los competentes para conocer de los amparos contra dichas
sentencias, al considerarlos superiores de los jueces de paz, como jueces que pueden conocer
el derecho, y así se declara.
“a) Parte Agraviada: Héctor Luis Quintero Toledo, venezolano, mayor de edad...
(omissis)..., quien es titular del Juzgado de Paz de la Circunscripción Intermunicipal Nº 5-
7 del Municipio Sucre del Estado Miranda, con sede en la Dolorita.
...omissis...
f) El Agraviante: El agraviante es el abogado Luis Alfredo Sucre Cuba quien ejerciendo
temporalmente el cargo de Juez Superior Cuarto en lo Civil, Mercantil y del Tránsito de la
Circunscripción Judicial del Área Metropolitana de Caracas dictara el 23 de mayo de 2000
la sentencia por medio de la cual violó los derechos y garantías constitucionales de mi
representado, el Juez de Paz Héctor Luis Quintero, al decidir al fondo un recurso de
amparo intentado indebidamente contra una sentencia dictada por mi representado, el
citado Juez de Paz, totalmente ganancioso en Primera Instancia, y por apelación
interpuesta por el quejoso (Exp. 11.530)”. (Subrayado de la Sala)
Ahora bien, como entes jurisdiccionales decisores, los tribunales pueden resultar
agraviantes, si con sus fallos infringen derechos y garantías constitucionales de las partes o de
terceros, pero nunca pueden ser agraviados, ya que no existe en ellos una situación jurídica –
como poder jurisdiccional- que pueda menoscabarse, al ser ellos quienes aplican la ley con
carácter coactivo, dentro de su función de dirimir los conflictos. Cuando un fallo creare un
supuesto agravio constitucional, el mismo puede ser impugnado por las personas (partes o
terceros) por la vía del amparo, y el tribunal que lo dictó puede defenderlo, no por las
implicaciones personales (civiles, penales o disciplinarias), que pueden afectar al juez que lo
dictó, sino porque las razones que tuvo el Estado para fallar, deben ser examinados por el
Superior de quien los dictó, y en beneficio de ese examen, y de las razones, es importante oír al
Tribunal a quo. De allí la existencia de la institución de la consulta prevista en el artículo 35 de
la Ley Orgánica de Amparo sobre Derechos y Garantías Constitucionales.
Todo órgano decisor, por una cuestión de derecho natural, no puede defender su fallo, ya
que el desinterés e imparcialidad que es consustancial en dichos órganos, quedaría en
entredicho, si el Juez fuere a defender su fallo en perjuicio de una de las partes. Tal principio va
más allá de lo jurisdiccional, y por ello órganos decisores creados por la costumbre, como los
jueces de aguas, mal pueden accionar ante la judicatura en defensa de sus decisiones.
Dentro de la función jurisdiccional, donde se declara la voluntad del Estado, concretando
la voluntad de la ley o sentenciando según la equidad, no puede surgir un litigio entre dos
tribunales, donde uno pretende se declaren derechos a su favor o en perjuicio de otro. Tal
pretensión chocaría con la función jurisdiccional, porque son dos entes encargados de dicha
función, que no se encuentran en ninguna clase de situación jurídica (favorable o no), sino que
simplemente cumplen una función decisoria con respecto a las partes del proceso, y que por lo
tanto no tienen legitimidad de ningún tipo para pedir se le declare el derecho de restablecer una
situación jurídica infringida.
En el presente caso, los terceros coadyuvantes, quienes alegan una situación jurídica,
podrían interponer amparos, pero el tribunal de paz no, ya que carece de cualidad para litigar,
plantear conflictos de derecho y pedir se declaren a su favor.
DECISIÓN
Por las razones antes expuestas, este Tribunal Supremo de Justicia, en Sala
Constitucional, administrando justicia en nombre de la República y por autoridad de la Ley,
declara INADMISIBLE la acción de amparo constitucional interpuesta por el ciudadano Héctor
Luis Quintero Toledo, actuando en su carácter de Juez de Paz, en contra de la sentencia de
fecha 23 de mayo de 2000, dictada por el Juzgado Superior Cuarto en lo Civil, Mercantil y del
Tránsito de la Circunscripción Judicial del Área Metropolitana de Caracas.
El Vicepresidente,
Los Magistrados,
MOISÉS A. TROCONIS V.
El Secretario,
Quien suscribe, Magistrado HÉCTOR PEÑA TORRELLES, salva su voto por disentir de sus
colegas en el fallo que antecede, que se declaró competente para conocer de una acción de
amparo constitucional, en contra de una decisión de un Juez que se encontraba conociendo en
alzada, la segunda instancia de un procedimiento de amparo constitucional. Las razones por las
cuales me aparto de la decisión de la mayoría son las mismas que he sostenido reiteradamente,
desde las sentencias dictadas el 20 de enero de 2000 (Casos: Domingo Ramírez Monja; y
Emery Mata Millán), por considerar que no existe en la Constitución de 1999 ninguna norma que
atribuya a esta Sala competencia para conocer de las acciones de amparo contra decisiones
judiciales, interpuesta de conformidad con el artículo 4 de la Ley Orgánica de Amparo sobre
Derechos y Garantías Constitucionales.
En efecto, atendiendo al contenido del citado artículo 4, se observa que la referida
norma es precisa al indicar que dicha acción se debe interponer “... por ante un Tribunal
Superior al que emitió el pronunciamiento”. Ahora bien, cuando dicho artículo alude a los
"Tribunales Superiores", no se refiere necesariamente al Tribunal de Alzada, sino a un tribunal
jerárquicamente superior dentro de la organización de los tribunales de la República con
competencia en la materia afín a la relación jurídica dentro de la cual ocurrió la presunta
violación de derechos constitucionales, tal como lo entendió tanto la doctrina como la
jurisprudencia patria, atendiendo al hecho de que la
especialización de los tribunales contribuye a las soluciones más idóneas y eficaces en cada
caso. De allí que, estima el disidente, el criterio de la afinidad de los derechos o garantías
constitucionales se debió mantener igualmente entre las distintas Salas del Tribunal Supremo,
adecuándose a las competencias de las nuevas Salas, atendiendo al ámbito de las relaciones
jurídicas donde surgieron las presuntas violaciones constitucionales, correspondiendo el
conocimiento a aquella Sala cuyo ámbito material de competencia sea análogo a la relación
jurídica involucrada (administrativa, civil, penal, laboral, agraria, electoral, mercantil, etc.).
Por las razones anteriores, estima el disidente que, esta Sala Constitucional no debió
conocer de la acción de amparo que cursa en autos, sino declinar el conocimiento de la causa
en la Sala competente de este Tribunal Supremo de Justicia.
Por otra parte, observa el disidente que la acción fue declarada inadmisible por tratarse
de una acción de amparo contra una sentencia que resolvió otro amparo.
El anterior criterio es sostenido por la Sala desde la sentencia de fecha 2 de marzo de
2000 de la Sala Constitucional (caso: Francia Josefina Rondón Astor), en la cual se señaló:
“En el presente caso, la hoy accionante, como se dijo, ejerció apelación en
el juicio de amparo constitucional incoado por su contraparte la cual ya fue
decidida, por lo tanto, agotada como ha sido la doble instancia no puede ejercerse
un nuevo amparo –tal como ocurre en el caso de autos- contra ésta última
decisión, motivo por el cual la presente acción resulta inadmisible, y así se declara.
Sin perjuicio de lo anterior, observa la Sala que con la entrada en vigencia
de la nueva Constitución, surge la posibilidad de revisar una sentencia de amparo
una vez agotada la doble instancia, sin necesidad de interponer una nueva acción
de amparo. No obstante esta revisión está sometida a la discrecionalidad de la
Sala.
(...)
En este contexto, esta Sala Constitucional ha venido diseñando la
estructura de este medio extraordinario, cuando en decisión de fecha 20 de enero
del año 2000, a raíz de la interpretación que hiciere del referido artículo 336
numeral 10 de la Constitución, señaló que, esta revisión respecto de las
sentencias dictadas por los Juzgados Superiores de la República, Corte Primera
de lo Contencioso Administrativo y las Cortes de Apelación en lo Penal se ejerce,
bien de manera obligatoria –entre las cuales se encuentran las consultas o
apelaciones a que se refiere el artículo 35 de la Ley Orgánica de Amparo sobre
Derechos y Garantías Constitucionales- o de manera facultativa, cuando la
decisión llegue esta Sala una vez agotada la doble instancia.” (Subrayados del
fallo citado).
El aludido criterio de la inadmisibilidad de los amparos contra decisiones dictadas en
juicios de amparo ha sido reiterado, entre otras, en las siguientes decisiones: Nº 245 del 25 de
abril de 2000, caso Fernando José Roa Ramírez; 25 de abril de 2000, caso Marco Antonio
Monasterio Pérez; y N° 298 del 3 de mayo de 2000, caso Víctor Celso Valor Lovera; en las
cuales he salvado mi voto con el siguiente razonamiento, el cual reitero en esta oportunidad:
“El criterio esbozado por la mayoría sentenciadora tiene como fundamento,
la consagración en la Constitución de 1999 de un recurso extraordinario de
revisión de las sentencias definitivas dictadas en materia de amparo constitucional
y control difuso de la constitucionalidad de normas. Así, la tesis de la Sala
propugna que respecto de las sentencias definitivas en materia de amparo, esto
es, producto de un proceso cognoscitivo en doble grado de jurisdicción, resulta
inaceptable la interposición de una acción de amparo contra sentencia, pues el
Constituyente estableció –a tal efecto- el mecanismo discrecional de revisión a que
alude el numeral 10 del artículo 336 constitucional.
La jurisprudencia de esta Sala Constitucional ha sido, en lo que atañe al
alcance del numeral 10 del artículo 336 de la Constitución de la República
Bolivariana de Venezuela, en extremo inconsistente, pues se ha interpretado de
forma distinta esta institución. En unos casos la misma se ha asimilado a la
apelación o consulta en materia de sentencias de amparo dictadas por tribunales
superiores conociendo en primera instancia. En otras oportunidades, se ha
interpretado como un mecanismo de control del acatamiento de las decisiones de
esta Sala por el resto de los tribunales, ampliándose su ámbito de aplicación a las
sentencias que contrariaran las interpretaciones vinculantes realizadas por esta
Sala Constitucional como último interprete de la Constitución. Y por último, en
sentencias como la que antecede, se ha confundido la institución con el amparo
contra sentencia.
En mi criterio, la revisión extraordinaria consagrada por el Constituyente
está circunscrita a las sentencias definitivas de amparo y de control difuso de la
constitucionalidad, y responde a la necesidad de unificar la doctrina jurisprudencial
en materia de interpretación constitucional y amparo constitucional; por lo tanto,
hasta el momento en que se dicte la ley orgánica que regule esta institución, la
misma deberá ser utilizada con cautela partiendo de los términos en que la misma
ha sido consagrada en la Constitución, y no en una carrera empírica en que se
haga uso de la figura para dar respuestas a problemas que habían sido
anteriormente solucionados por la jurisprudencia, que en definitiva deviene en una
inseguridad jurídica, proveniente paradójicamente de la Sala que debido al
carácter vinculante de sus decisiones, ha de servir de norte en la interpretación
jurisprudencial del resto de los tribunales de la República.
En contraposición a la aludida figura, la finalidad de la acción de amparo
contra sentencia prevista en el artículo 4 de la Ley Orgánica de Amparo sobre
Derechos y Garantías Constitucionales, está referida a la tutela de los particulares
en el goce de sus derechos y garantías constitucionales, cuando los mismos
fuesen vulnerados por la actividad jurisdiccional de los órganos judiciales actuando
fuera del ámbito de sus competencias.
Así las cosas, mientras en la revisión extraordinaria se realiza un control
objetivo de la conformidad a derecho de los pronunciamientos del juzgador de
última instancia en amparo, en el amparo constitucional contra sentencia se
instaura un nuevo juicio con razón en la violación de derechos constitucionales
producida por hechos distintos a los dilucidados en cualquier proceso judicial
(incluido el amparo) conocido en doble grado de jurisdicción.
En consecuencia, una acción de amparo interpuesta contra una sentencia
de última instancia en un juicio de amparo, será inadmisible si con ésta se
pretende instaurar una tercera instancia sobre el mismo asunto debatido; sin
embargo, en mi opinión es no sólo justificada, sino necesaria, su procedencia
cuando la violación presuntamente realizada por el juez de amparo, se refiera a
hechos distintos y sobrevenidos al asunto debatido en los autos del juicio de
amparo de última instancia.
La interpretación realizada por la mayoría en el fallo que antecede pudiese
conducir a la errada conclusión de igualar la revisión extraordinaria con la acción
de amparo contra sentencia. Téngase en cuenta que la primera de ellas es
fundamentalmente un juicio objetivo, mientras que el amparo es en esencia una
mecanismo subjetivo de tutela de derechos y garantías constitucionales”.
Magistrados,
El Secretario,
JOSÉ LEONARDO REQUENA CABELLO
HPT/mcm
Exp. N°: 00-2084