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ÍNDICE Página
El gato que caminaba solo (cuento). Rudyard Kipling ............................................................................... 205
“Zutu”, el gato literato que tiene sus fanáticos (texto informativo) ............................................................... 214
Fantasía en Peligro, capítulo I de La historia interminable (novela). Michael Ende. ...................................... 217
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El gato que caminaba solo
Rudyard Kipling
S
ucedieron estos hechos que voy a contarte, oh, querido mío, cuando los animales domésticos eran
salvajes. El Perro era salvaje, como lo eran también el Caballo, la Vaca, la Oveja y el Cerdo, tan
salvajes como pueda imaginarse, y vagaban por la húmeda y salvaje espesura en compañía de sus
salvajes parientes; pero el más salvaje de todos los animales salvajes era el Gato. El Gato caminaba solo
y no le importaba estar aquí o allá.
También el Hombre era salvaje, claro está. Era terriblemente salvaje. No comenzó a domesticarse
hasta que conoció a la Mujer y ella repudió su montaraz modo de vida. La Mujer escogió para dormir
una bonita cueva sin humedades en lugar de un montón de hojas mojadas, y esparció arena limpia sobre
el suelo, encendió un buen fuego de leña al fondo de la cueva y colgó una piel de Caballo Salvaje, con la
cola hacia abajo, sobre la entrada; después dijo:
—Límpiate los pies antes de entrar; de ahora en adelante tendremos un hogar.
Esa noche, querido mío, comieron Cordero Salvaje asado sobre piedras calientes y sazonado con
ajo y pimienta silvestres, y Pato Salvaje relleno de arroz silvestre, y alholva y cilantro silvestres, y tuétano
de Buey Salvaje, y cerezas y granadillas silvestres. Luego, cuando el Hombre se durmió más feliz que un
niño delante de la hoguera, la Mujer se sentó a cardar lana. Cogió un hueso del hombro de cordero, la
gran paletilla plana, contempló los portentosos signos que había en él, arrojó más leña al fuego e hizo un
conjuro, el primer Conjuro Cantado del mundo.
En la húmeda y salvaje espesura, los animales salvajes se congregaron en un lugar desde donde
se alcanzaba a divisar desde muy lejos la luz del fuego y se preguntaron qué podría significar aquello.
Entonces Caballo Salvaje golpeó el suelo con la pezuña y dijo:
—Oh, amigos y enemigos míos, ¿por qué han hecho esa luz tan grande el Hombre y la Mujer en esa
enorme cueva? ¿cómo nos perjudicará a nosotros?
Perro Salvaje alzó el morro, olfateó el aroma del asado de cordero y dijo:
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Y se alejó por la salvaje y húmeda espesura meneando la cola y andando sin otra compañía que su
salvaje soledad. Pero no le contó nada a nadie.
Al despertar por la mañana, el Hombre exclamó:
—¿Qué hace aquí Perro Salvaje?
—Ya no se llama Perro Salvaje —lo corrigió la Mujer—, sino Primer Amigo, porque va a ser nuestro
amigo por los siglos de los siglos. Llévalo contigo cuando salgas de caza.
La noche siguiente la Mujer cortó grandes brazadas de hierba fresca de los prados y las secó junto
al fuego, de manera que olieran como heno recién segado; luego tomó asiento a la entrada de la cueva y
trenzó una soga con una piel de caballo; después se quedó mirando el hueso de hombro de cordero, la
enorme paletilla, e hizo un conjuro, el segundo Conjuro Cantado del mundo.
En la salvaje espesura, los animales salvajes se preguntaban qué le habría ocurrido a Perro Salvaje.
Finalmente, Caballo Salvaje golpeó el suelo con la pezuña y dijo:
—Iré a ver por qué Perro Salvaje no ha regresado. Gato, acompáñame.
—¡Ni hablar! —respondió el Gato—. Soy el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí
o allá. No pienso acompañarte.
Sin embargo, siguió a Caballo Salvaje con mucho, muchísimo sigilo, y se escondió en un lugar desde
donde podría oír todo lo que se dijera.
Cuando la Mujer oyó a Caballo Salvaje dando traspiés y tropezando con sus largas crines, se rió y dijo:
—Aquí llega la segunda criatura salvaje de la salvaje espesura. ¿Qué deseas?
Morro. Parte de la cabeza de algunos animales en que se ubican Segar. Cortar hierbas secas.
la nariz y la boca. Paletilla. Parte superior de la pierna del cordero.
Husmear. Rastrear con el olfato algo. Sigilo. Silencio cuidadoso.
Brazadas. Cantidad que se puede abarcar y llevar de una vez Traspié. Resbalón o tropezón.
con los brazos. Crin. Pelo grueso, duro y largo que tiene el caballo en el cuello.
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—No soy un amigo ni un servidor —replicó el Gato—. Soy el Gato que camina solo y quiero entrar
en tu cueva.
—¿Por qué no viniste con Primer Amigo la primera noche? —preguntó la Mujer.
—¿Ha estado contando chismes sobre mí Perro Salvaje? —inquirió el Gato, enfadado.
Entonces la Mujer se rió y respondió:
—Eres el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá. No eres un amigo ni un
servidor. Tú mismo lo has dicho. Márchate y camina solo por cualquier lugar.
Fingiendo estar compungido, el Gato dijo:
—¿Nunca podré entrar en la cueva? ¿Nunca podré sentarme junto a la cálida lumbre? ¿Nunca podré
beber la leche blanca y tibia? Eres muy sabia y muy hermosa. No deberías tratar con crueldad ni siquiera
a un gato.
—Que era sabia no me era desconocido, mas hasta ahora no sabía que fuera hermosa. Por eso voy
a hacer un trato contigo. Si alguna vez te digo una sola palabra de alabanza, podrás entrar en la cueva.
—¿Y si me dices dos palabras de alabanza? —preguntó el Gato.
—Nunca las diré —repuso la Mujer—, mas si te dijera dos palabras de alabanza, podrías sentarte
en la cueva junto al fuego.
—¿Y si me dijeras tres palabras? —insistió el Gato.
—Nunca las diré —replicó la Mujer—, pero si llegara a decirlas, podrías beber leche blanca y tibia
tres veces al día por los siglos de los siglos.
Entonces el Gato arqueó el lomo y dijo:
—Que la cortina de la entrada de la cueva y el fuego del rincón del fondo y los cántaros de leche
que hay junto al fuego recuerden lo que ha dicho mi enemiga y esposa de mi enemigo —y se alejó a
través de la salvaje y húmeda espesura meneando su salvaje rabo y andando sin más compañía que su
propia y salvaje soledad.
Por la noche, cuando el Hombre, el Caballo y el Perro volvieron a casa después de la caza, la Mujer
no les contó el trato que había hecho, pensando que tal vez no les parecería bien.
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En ese mismísimo instante, querido mío, la piel de caballo que estaba colgada con la cola hacia
abajo a la entrada de la cueva cayó al suelo... ¡Cómo así!... porque la cortina recordaba el trato, y cuando
la Mujer fue a recogerla...
¡Hete aquí que el Gato estaba—Oh, enemiga mía, esposa de mi enemigo y madre de mi enemigo
—dijo el Gato—, soy yo, porque has dicho una palabra elogiándome y ahora puedo quedarme en la cueva
por los siglos de los siglos. Mas sigo siendo el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá.
Muy enfadada, la Mujer apretó los labios, cogió su rueca y comenzó a hilar.
Pero el Bebé rompió a llorar en cuanto el Gato se marchó; la Mujer no logró apaciguarlo y él no
cesó de revolverse ni de patalear hasta que se le amorató el semblante.
—Oh, enemiga mía, esposa de mi enemigo y madre de mi enemigo —dijo el Gato—, coge una hebra
del hilo que estás hilando y átala al huso, luego arrastra éste por el suelo y te enseñaré un truco que hará
que tu Bebé ría tan fuerte como ahora está llorando.
—Voy a hacer lo que me aconsejas —comentó la Mujer—, porque estoy a punto de volverme loca,
pero no pienso darte las gracias.
Ató la hebra al pequeño y panzudo huso y empezó a arrastrarlo por el suelo. El Gato se lanzó en su
persecución, lo empujó con las patas, dio una voltereta y lo tiró hacia atrás por encima de su hombro; luego
lo arrinconó entre sus patas traseras, fingió que se le escapaba y volvió a abalanzarse sobre él. Viéndole
hacer estas cosas, el Bebé terminó por reír tan fuerte como antes llorara, gateó en pos de su amigo y
estuvo retozando por toda la cueva hasta que, ya fatigado, se acomodó para descabezar un sueño con
el Gato en brazos.
—Ahora —dijo el Gato— le voy a cantar a Bebé una canción que lo mantendrá dormido durante
una hora.
Y comenzó a ronronear subiendo y bajando el tono hasta que el Bebé se quedó profundamente
dormido. Contemplándolos, la Mujer sonrió y dijo:
—Has hecho una labor estupenda. No cabe duda de que eres muy listo, oh, Gato.
En ese preciso instante, querido mío, el humo de la fogata que estaba encendida al fondo de la cueva
descendió desde el techo cubriéndolo todo de negros nubarrones, porque el humo recordaba el trato, y
cuando se disipó, hete aquí que el Gato estaba cómodamente sentado junto al fuego.
—Oh, enemiga mía, esposa de mi enemigo y madre de mi enemigo —dijo el Gato—, aquí me tienes,
porque me has elogiado por segunda vez y ahora podré sentarme junto al cálido fuego del fondo de la
cueva por los siglos de los siglos. Pero sigo siendo el Gato que camina solo y a quien no le importa estar
aquí o allá.
Entonces la Mujer se enfadó mucho, muchísimo, se soltó el pelo, echó más leña al fuego, sacó la ancha
paletilla de cordero y comenzó a hacer un conjuro que le impediría elogiar al Gato por tercera vez. No fue
un Conjuro Cantado, querido mío, sino un Conjuro Silencioso; y, poco a poco, en la cueva se hizo un silencio
tan profundo que un Ratoncito diminuto salió sigilosamente de un rincón y echó a correr por el suelo.
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—Atraparé Ratones cuando esté en la cueva por los siglos de los siglos, pero sigo siendo el Gato
que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá.
—No será así mientras yo esté cerca —concluyó el Hombre—. Si no hubieras dicho eso, habría
guardado estas cosas (por los siglos de los siglos), pero ahora voy a arrojar contra ti mis dos botas y mi
pequeña hacha de piedra (y ya suman tres) siempre que tropiece contigo, y lo mismo harán todos los
Hombres cabales que me sucedan.
—Espera un momento —terció el Perro—, yo todavía no he llegado a un acuerdo con él —se sentó
en el suelo, lanzando terribles gruñidos y enseñando los dientes, y prosiguió—: Si no te portas bien con
el Bebé por los siglos de los siglos mientras yo esté en la cueva, te perseguiré hasta atraparte, y cuando
te coja te morderé, y lo mismo harán todos los Perros cabales que me sucedan.
—¡Ah! —exclamó la Mujer; que estaba escuchando—. Este Gato es muy listo, pero no es tan listo
como el Perro.
El Gato contó los dientes del Perro (todos parecían muy afilados) y dijo:
—Me portaré bien con el Bebé mientras esté en la cueva por los siglos de los siglos, siempre que no
me tire del rabo con demasiada fuerza. Pero sigo siendo el Gato que camina solo y a quien no le importa
estar aquí o allá.
—No será así mientras yo esté cerca —dijo el Perro—. Si no hubieras dicho eso, habría cerrado la
boca por los siglos de los siglos, pero ahora pienso perseguirte y hacerte trepar a los árboles siempre
que te vea, y lo mismo harán los Perros cabales que me sucedan.
A continuación, el Hombre arrojó contra el Gato sus dos botas y su pequeña hacha de piedra (que
suman tres), y el Gato salió corriendo de la cueva perseguido por el Perro, que lo obligó a trepar a un árbol;
y desde entonces, querido mío, tres de cada cinco Hombres cabales siempre han arrojado objetos contra
el Gato cuando se topaban con él y todos los Perros cabales lo han perseguido, obligándolo a trepar a los
árboles. Pero el Gato también ha cumplido su parte del trato. Ha matado Ratones y se ha portado bien con
los Bebés mientras estaba en casa, siempre que no le tirasen del rabo con demasiada fuerza. Pero una vez
cumplidas sus obligaciones y en sus ratos libres, es el Gato que camina solo
y a quien no le importa estar aquí o allá, y si miras por la ventana de noche
lo verás meneando su salvaje rabo y andando sin más compañía que su
salvaje soledad... como siempre lo ha hecho.
Kipling, R. (2011). El gato que caminaba solo. En Cuentos. Buenos Aires: Tecnibook Ediciones.
L
as calles y negocios de
Valparaíso tienen har tas
historias que contar. Entre
ellas, la de Zutu, el gato que duerme
profundamente en la vitrina de una
librería, en la calle Esmeralda de la
capital de la Quinta Región. Tanto
llama la atención de los transeúntes
este felino que incluso ha generado
ciertos mitos y sus fotos se encuentran
en todas las redes sociales.
La historia de Zutu comienza hace
un año y medio, cuando llegó hasta los
brazos del dueño de la librería. Antes
de la llegada de este felino al local,
la historia con los gatos había sido
un tanto triste. Personas con malas
intenciones le robaron otros gatos al
librero, dejándolo sin un compañero
durante sus horas de trabajo. pero en realidad él solo duerme Gato vendedor
Un cliente frecuente de la librería plácidamente. La librería, nacida tras el cierre de
le preguntó un día al dueño qué había El dueño del local destaca la otra antigua, tiene cuatro años de
pasado con su último gato y le habló fama que ha adquirido su gato en vida y funciona en el corazón del
de los robos. la ciudad. Zutu llama la atención de plan porteño. Hace un año y medio
Al pasar de los días, este mismo los turistas y las personas que lo ven llegó Zutu, el que, aparte de atraer
cliente llegó con una sorpresa hasta detrás de esta vitrina: “Toda la gente a los curiosos y cat lovers, también
la librería: un gato nuevo, que fue le saca fotos, es regalón y si le haces capta nuevos clientes. “Por supuesto,
bautizado Zutu. cariño se sube encima tuyo”, cuenta. la característica de este gatito es que
El nombre del felino fue elegido El gato regalón de Valparaíso es vende libros, pues les llama tanto
por la hija del librero; es de origen tan querido entre los porteños que la atención el gato que entran y se
japonés y significa regalón y cariñoso. para Navidad le trajeron regalos, terminan llevando un libro”, confiesa
Lo curioso de este animal, que galletas y atún, entre otras cosas. su dueño.
tanto llama la atención de todo aquel Zutu recorre toda la librería, pero El felino literato tiene su fama:
que pasa o entra a esta librería, es su lugar preferido es la vitrina, donde participó en un calendario, lo cual lo
que pasa varias horas detrás de la se recuesta con los best-sellers o, hizo más conocido aún, y su imagen
vitrina acurrucado entre los libros. más bien, en el espacio que adquirió llegó hasta las redes sociales.
Algunos creen que está muerto, detrás de ellos.
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La Estrella — Lunes 5 de enero de 2015
1. ¿Por qué crees que el caso de Zutu llamó la atención del diario La Estrella de Iquique?
2. ¿Qué interés pueden tener los lectores de La Estrella en la historia de Zutu?
3. Explica si te parece adecuado que un medio de comunicación presente esta clase de información.
El Laja que serpentea Circulando por colinas Miranda, P. (1974). Los ríos del
por el medio de los prados y rodeado de las flores país. En Flor de canto a lo humano.
Santiago de Chile: Editora Nacional
va regando lo sembrado lleva el Maipo sus fulgores
Gabriela Mistral.
del rosal y la arboleda; a la montaña vecina;
el Bío Bío que olea con sus lágrimas divinas
tad de las praderas,
por mitad riega el Mapocho la arena,
va regando
ando las palmeras, y revelando la pena
letas y las rosas,
las violetas que siente su alma confusa,
ortensias chinchosas
y las hortensias llorando, el Mapocho cruza
que crecen
ecen en sus riberas. la gran capital chilena.
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Fantasía en Peligro
Michael Ende
A
sus agujeros, nidos y madrigueras se dirigían todos los animales del Bosque de Haule.
Era medianoche, y en las copas de los viejísimos y gigantescos árboles rugía un viento tempestuoso.
Los troncos, gruesos como torres, rechinaban y gemían.
De pronto, un resplandor suave cruzó en zig-zag por el bosque, se quedó temblando aquí o allá,
levantó el vuelo, se posó en una rama y se apresuró a continuar. Era una esfera luminosa, aproximadamente
del tamaño de una pelota, que daba grandes saltos, rebotaba de vez en cuando en el suelo y volvía a flotar
en el aire. Pero no era una pelota.
Era un fuego fatuo. Y se había extraviado. Un fuego fatuo infatuado, lo que resulta bastante raro,
incluso en Fantasía. Normalmente son los fuegos fatuos los que hacen que otros se infatúen.
En el interior del redondo resplandor se veía una figura pequeña y muy viva, que saltaba y corría a
más no poder. No era un hombrecito ni una mujercita, porque esas diferencias no existen entre los fuegos
fatuos. Llevaba en la mano derecha una diminuta bandera blanca, que tremolaba a sus espaldas. Se trataba,
pues, de un mensajero o de un parlamentario.
No había peligro de que, en sus grandes saltos aéreos en la oscuridad, se diera contra el tronco de
algún árbol, porque los fuegos fatuos son increíblemente ágiles y ligeros y pueden cambiar de dirección
en mitad de un salto. A eso se debía su ruta en zig-zag, porque, en general, se movía siempre en una
dirección determinada.
Hasta que llegó a un saliente rocoso y retrocedió asustado. Jadeando como un perrito, se sentó en la
oquedad de un árbol y reflexionó un rato, antes de atreverse a asomar de nuevo y mirar con precaución al
otro lado de la roca.
Ante él se extendía un claro del bosque y allí, a la luz de una hoguera, había tres personajes de
clase y tamaño muy distintos. Un gigante que parecía hecho de piedra gris y que tenía casi diez pies de
largo estaba echado sobre el vientre. Apoyaba en los codos la parte superior de su cuerpo y miraba a la
hoguera. En su rostro de piedra erosionada, que resultaba extrañamente pequeño sobre sus hombros
poderosos, la dentadura sobresalía como una hilera de cinceles de acero. El fuego fatuo se dio cuenta de
que el gigante pertenecía a la especie de los comerrocas.
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Sobre su concha de color rosa brillaba una sillita de montar plateada, y también el bocado y las
riendas que sujetaban sus cuernos brillaban como hilos de plata.
El fuego fatuo se maravilló de que aquellos seres tan diversos se sentasen juntos armoniosamente,
porque por lo común, en Fantasía, no todas las especies vivían en paz y armonía. A menudo había luchas
y guerras, existían también rivalidades de siglos entre determinadas especies, y además no solo había
criaturas buenas y honradas, sino también rapaces, perversas y crueles. El propio fuego fatuo pertenecía
a una familia a la que podían ponerse reparos en materia de credibilidad y fiabilidad.
Solo después de haber contemplado un rato la escena se dio cuenta el fuego fatuo de que los tres
personajes llevaban una banderita blanca o una banda también blanca cruzada en el pecho. Así pues,
eran igualmente mensajeros o parlamentarios, y eso explicaba, desde luego, que se comportasen tan
pacíficamente.
¿No estarían de viaje, en fin de cuentas, por las mismas razones que el fuego fatuo?
Lo que hablaban no se podía entender desde lejos, a causa del rugiente viento que sacudía las copas
de los árboles. Pero, como se respetaban mutuamente en calidad de mensajeros, quizá reconocerían también
como tal al fuego fatuo y no le harían nada.Y, al fin y al cabo, tenía que preguntar a alguien el camino. Sería
difícil que se presentara una oportunidad mejor en pleno bosque y en plena noche. Así pues, se decidió,
salió de su escondite agitando la banderita blanca y se quedó temblando en el aire.
El comerrocas, que tenía el rostro vuelto en su dirección, fue el primero que lo vio.
—Hay muchísimo tráfico esta noche —dijo con voz rechinante—. Ahí llega otro.
—¡Huyhuy, un fuego fatuo! —cuchicheó el silfo nocturno, y sus ojos de luna se encendieron—. ¡Me
alegro, me alegro!
El diminutense se puso en pie, dio unos pasitos hacia el recién llegado y gorjeó:
—Si no me equivoco, ¿usted está aquí también en calidad de mensajero?
—Sí —dijo el fuego fatuo.
El diminutense se quitó el rojo sombrero de copa, hizo una pequeña reverencia y trinó:
—En tal caso, acérquese por favor. También nosotros somos mensajeros. Siéntese.
Inconcebible. Que no puede imaginarse. Silfo. Ser fantástico, espíritu del aire.
Frugal. Moderado en comer y beber. Pez. Sustancia de color negro muy oscuro.
Emmental. Queso de origen suizo que se caracteriza por sus agujeros. Rapaz. Persona que roba o saquea con violencia.
Apisonadora. Máquina que rueda sobre pesados cilindros y sirve para Gorjear. Hacer gorgoritos con la voz.
apretar caminos.
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—¿Quiere usted decir —preguntó Úckuck— que se secó ?
—No —repuso el fuego fatuo—, en tal caso habría ahora allí un lago seco. Pero no es así. Donde
estaba el lago no hay nada... Simplemente nada, ¿comprendéis?
—¿Un agujero? —gruñó el comerrocas.
—No, tampoco un agujero —el fuego fatuo parecía cada vez más desamparado—. Un agujero es
algo. Y allí no hay nada.
Los otros tres mensajeros intercambiaron miradas.
—¿Qué aspecto tiene... huyhuy... esa nada? —preguntó el silfo nocturno.
—Eso es precisamente lo que es tan difícil de describir —aseguró el fuego fatuo con tristeza—. En
realidad, no se parece a nada. Es como... como... Bueno, ¡no hay palabras para describirlo!
—¿Como si uno se quedara ciego al mirar ese lugar, no? -se le ocurrió al diminutense.
El fuego fatuo lo contempló con la boca abierta.
—¡Eso es exactamente! —exclamó—. Pero, ¿de dónde... quiero decir, cómo... o es que también
conocéis ese...?
—¡Un momento! —rechinó el comerrocas interviniendo—, ¿Eso ha ocurrido en un solo lugar?
—Al principio sí —explicó el fuego fatuo—; es decir, el lugar se hizo cada vez mayor. Cada vez
faltaba algo más en la región. El Supersapo Sumpf, que vivía con su pueblo en el lago de Cálidocaldo,
desapareció de repente. Otros habitantes comenzaron a huir. Pero poco a poco empezó también en otros
lugares de Podrepantano. A veces era al principio muy pequeño, una cosa de nada, del tamaño de un huevo
de gallineta. Pero esos lugares se ensanchaban. Si alguien, por descuido, ponía el pie en ellos, el pie... o
la mano... o lo que hubiese entrado allí, desaparecía también. Por lo demás, no es doloroso... lo único que
pasa es que, al que sea, le falta de pronto un pedazo.
Algunos hasta se han tirado dentro intencionadamente, al ver que la nada se les acercaba demasiado.
Tiene una fuerza de atracción irresistible, que se hace tanto más intensa cuanto mayor es el lugar. Ninguno
de nosotros podía explicarse qué era esa cosa horrible, de dónde venía ni qué se podía hacer contra ella.
Y, como por sí sola no desaparecía, sino que se extendía cada vez más, finalmente se decidió enviar un
mensajero a la Emperatriz Infantil para pedirle consejo y ayuda. Y ese mensajero soy yo.
Los otros tres miraban ante sí en silencio.
—¡Huyhuy! —se oyó decir al cabo de un rato a la voz lastimera del silfo nocturno—. Allí de donde
yo vengo ocurre exactamente lo mismo. Y estoy aquí con la misma misión... ¡Huyhuy!
El diminutense volvió el rostro hacia el fuego fatuo.
—Cada uno de nosotros —gorjeó— viene de un país distinto de Fantasía. Nos hemos encontrado
aquí por pura casualidad. Pero todos traemos el mismo mensaje para la Emperatriz Infantil.
—Lo que quiere decir —gimió el comerrocas— que Fantasía entera está en peligro.
El fuego fatuo los miró uno tras otro, con un susto de muerte.
—Entonces —exclamó poniéndose en pie de un salto—, ¡no hay un segundo que perder!
—De todas formas, íbamos a marcharnos ya —explicó el diminutense—. Solo habíamos hecho un
alto a causa de la impenetrable oscuridad de este Bosque de Haule. Pero ahora que está con nosotros,
Blubb, podrá iluminarnos.
—¡Imposible! —exclamó el fuego fatuo—. No puedo esperar a alguien que monta en un caracol.
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Bastián prefería los libros apasionantes, o divertidos, o que hacían soñar; libros en los que personajes
inventados vivían aventuras fabulosas y en los que uno podía imaginárselo todo.
Porque eso sabía hacerlo..., quizá fuera lo único que realmente sabía hacer: imaginarse algo tan
claramente que casi podía verlo y oírlo. Cuando se contaba a sí mismo sus historias, a menudo olvidaba
todo lo que le rodeaba y se despertaba solo al final, como de un sueño. ¡Y aquel libro era exactamente de
la misma clase que sus propias historias! Al leerlo, no solo había oído el rechinar de los gruesos troncos
y el rugido del viento en las copas de los árboles, sino también las distintas voces de los cuatro extraños
mensajeros, y hasta se había imaginado percibir el olor del musgo y del suelo del bosque.
Abajo, en la clase, comenzaría pronto la hora de Ciencias, que consistía principalmente en contar
pistilos y estambres a las flores. Bastián se alegró de estar en su escondite y poder leer. ¡Era exactamente
el libro apropiado para él, pensó, exactamente el apropiado!
Fuego Fatuo
Comerrocas
Silfo nocturno
Diminutense
3. ¿Cuál crees que será el conflicto que deberán enfrentar los personajes en esta novela?
4. ¿Por qué crees que se han utilizado letras verdes y rojas para escribir este libro?
5. ¿Qué tipo de libros le gustan a Bastián? Explica por qué e indica cuáles son los que te gustan a ti.
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Lowa, el creador (mito de las islas Marshall) ............................................................................................. 413
412
Lowa, el creador
(Mito de las islas Marshall)
H
ace mucho, mucho tiempo, no
existía más que el océano. Entonces
el dios Lowa descendió hasta las
aguas y, entonando un murmullo mágico,
ordenó que surgieran todas las islas. Lowa
volvió al cielo e hizo que cuatro dioses
bajaran hasta la isla de Ailinglaplap. Desde
allí, cada uno de aquellos dioses se marchó
en una dirección diferente: uno hacia el
oeste, otro hacia el este, otro hacia el sur y
el último hacia el norte. Hacia el oeste fue el
más importante de los cuatro, el Ordenador
de la Vida, cuyo deber es que surjan las
plantas, los pájaros y los demás seres vivos.
Hacia el este fue Lokumran, que produce
el amanecer. Hacia el sur fue Lorok, que
controla los vientos. Hacia el norte fue el
Ordenador de la Muerte.
Cuando cada uno de estos dioses
estuvo en la posición que le correspondía,
Lowa envió a un quinto dios para que
colocara las islas Marshall en su lugar correcto. Este dios metió las islas en una cesta y, una a una, las puso
sobre el mar, allí donde debían estar, disponiéndolas en dos hileras. Cuando el dios iba de Ailinglaplap a Jaluit,
una de las islas, Namorik, cayó de la cesta. Aquel dios no se preocupó de ponerla donde le correspondía.
Por eso, hoy día Namorik no está bien alineada con las demás islas. El dios colocó Jaluit, después Ebon, y
por último arrojó la cesta, que se convirtió en la isla de Kili. Así terminaron de formarse las Marshall.
Entonces Lowa ordenó a otros dos dioses que fueran a Ailinglaplap para tatuar a todos los seres
creados. Sí, tenían que tatuarlos a todos: peces, aves, hombres, a todas las criaturas que caminaban o se
movían. De este modo todos los animales obtuvieron sus señales características, y a cada pez, animal
y pájaro le fue asignado un nombre. Y así se inició también la costumbre de tatuar a las personas según
su rango.
Anónimo. (2010). Lowa, el creador. En Métodos, técnicas y estrategias 1 ESO. Madrid: Santillana. (Fragmento adaptado)
K
apsis, la hija mimada del jefe Haas (mezquite), acostumbraba todos los días, después de terminar
sus labores cotidianas, a acurrucarse junto a alguna roca cerca del mar y mirar y mirar el vaivén
de las olas.
Por horas y horas la sorprendía la tribu, inmóvil, silenciosa. Aun cuando las sombras manchaban
de negro el agua y la playa, Kapsis seguía allí como si esperara ver salir del fondo del mar a la diosa
Xtamosbin (tortuga marina).
Cada vez que la tribu llegaba de la bahía de Quino a tierras de Isla de Tiburón, Kapsis, después
de hurgar en las rocas de la playa en busca de las pródigas especies del océano que las aguas dejaban
olvidadas, corría a refugiarse en su lugar predilecto de la playa para contemplar sin cansarse cielo y mar.
Su padre, el gran jefe Haas, inútilmente había pedido al hacocama (hechicero) destruyera el embrujo
que se había apoderado de su hija; porque el gran jefe y los miembros de la tribu no se explicaban por
qué Kapsis huía del trato de sus semejantes, y a pesar de ser joven y bonita rehusaba trazar los pasos de
la pazcola, ni batir las palmas en el aire y menos acompañar el fragor de los cantos.
Para Kapsis no había más deleite que refugiarse en la playa desolada, y contemplar el paisaje triste
del mar bravío que desataba a veces tormentas espantables.
Pero es que nadie sabía el secreto de Kapsis; Kapsis estaba enamorada de una vastlk (estrella) que
a ella se le antojaba era flor de la tierra de los dioses.
Una noche llegó hasta ella el hacocama a quien pidiera el gran jefe curara a su hija, pues toda la
tribu aseguraba que un antipotkis (tiburón) la había embrujado.
El hacocama antes de buscar a la joven había ido hasta la “Cueva Especial” de la montaña, pintando
en ella la “señal” del “espíritu” que vivía dentro, el cual indicó su voluntad de adentrarse en el cuerpo
del hechicero. Ya en posesión de las virtudes mágicas, el hacocama fue hasta el lado de la joven, y sin
pronunciar palabra colocó sus manos en forma de círculo sobre su frente, para luego acercar su boca y
decir con gran misterio y entonación sacerdotal “Choo choo”.
Kapsis, sin moverse le miró sin sorpresa, pero después, silenciosa, se alejó de su lado.
Esa misma noche volvió al mar, y con ansiedad miró el cielo en busca de la bella vastlk. Al descubrirla
esplendente en medio del azul eterno deseó fervientemente que nunca terminara la noche para
embelesarse por horas y horas con su belleza.
414
De pronto, como si su deseo fuera mágico, absorta contempló cómo su estrella favorita se desprendía
del cielo. Atravesando el azul oscuro con la misma velocidad que los dardos con punta de pedernal de
los guerreros Kun kaan eran disparados sobre los coyotes o venados, así la estrella atravesaba el espacio.
Los ojos negros y vivaces de Kapsis siguieron el rastro luminoso hasta descubrir que caía en el mar.
Asustada la joven por tal acontecimiento corrió en busca de la canoa más cercana; remando
enérgicamente llegó hasta el lugar donde había visto caer la estrella, y sin mucho pensarlo se arrojó al
agua para rescatarla.
Kapsis bajó a las profundidades en busca de la estrella hasta llegar al fondo del mar; pero en su
rápido descenso cayó sobre una traicionera roca que le produjo la muerte.
Sobre el lecho pétreo Kapsis quedó inmóvil, los brazos abiertos en cruz, las hermosas piernas
extendidas.
Xtamosbin, la sagrada tortuga marina, diosa de los seris, al contemplarla tan pálida y quieta se
conmovió.
¡Qué hermosa era! Y allí estaba inmóvil en lo profundo del mar; todo porque había querido salvar a
una estrella que se ahogaba.
La diosa fue a su lado y posó sus manos sobre el cuerpo inerte de la joven Kun kaak convirtiéndola
al instante en una bella estrella de mar.
Kapsis desde ese instante sería feliz. Allí en el mundo sin voz, contemplaría las luchas y las tragedias
mudas del mundo verde de esmeraldas líquidas.
Además no estaría sola, ya que los peces de aletas de plata y cuerpos pintados de vivos colores la
acompañarían.
Y como si todo fuera poco, desde los bosques de sombras oscuras moteadas de luz viviría feliz
espiando el cielo a través del agua espumosa teñida por el sol.
Así Kapsis todas las noches miraría a la bella vastlk a quien ella tanto amaba.
Anónimo. (2006). Kapsis (estrella de mar). En Meza, O. (Comp.) Leyendas prehispánicas mexicanas. México D. F.: Panorama
Editorial.
E
xistió una vez un gigante que gozaba matando humanos. Comer su carne y beber su sangre eran,
para él, una verdadera pasión. Pero lo que más le gustaba era devorar el corazón de los hombres.
La gente sabía que, de no matar al gigante, nadie podría sobrevivir. Aterrados, convocaron a una
reunión para decidir cómo actuar.
Un hombre habló desde la multitud. Creía ser capaz de acabar con el gigante. Se dirigió hacia donde
el devorador de hombres había sido visto por última vez. Fingiendo estar muerto, se acostó en el suelo.
No tardó mucho en aparecer el gigante. Al ver al hombre tirado allí, dijo:
—¡Estos humanos me lo están haciendo fácil! Ya ni siquiera tengo que atraparlos. Se mueren en
mi camino, probablemente debido al miedo que les inspiro—. Entonces tocó el cuerpo del hombre y
comprobó que aún estaba caliente y fresco. Pensó que su corazón asado sería un banquete delicioso.
El gigante entonces cargó al hombre sobre un hombro. Este dejó caer su mano, como si estuviese
muerto. El gigante lo llevó consigo hasta su cabaña y, allí, lo dejó en el piso cerca del fuego. Buscó la leña
y comprobó con pesar que no tenía la cantidad suficiente para asar al hombre. Decidió ir a buscarla.
Tan pronto el gigante abandonó su cabaña, el hombre se levantó y tomó el enorme cuchillo de aquel ser
monstruoso. Pero en ese mismo momento apareció el hijo del gigante. Como aún era pequeño, el hombre
pudo enfrentarse a él y le puso el cuchillo contra la garganta.
—Rápido, dime: ¿dónde se halla el corazón de tu padre? Si callas, te cortaré la garganta —lo amenazó.
Temblando por el horror que sentía, el hijo del gigante le confesó que el corazón de su padre estaba
en su talón izquierdo. Fue entonces cuando el hombre se percató de que el pie izquierdo del gigante
hacía su ruidosa aparición en la cabaña. Rápidamente, se abalanzó para clavarle el cuchillo en el talón. El
gigante gritó enfurecido y cayó, casi muerto. Pero todavía las fuerzas le alcanzaban para hablar:
—Aunque estoy muriéndome, aunque me hayas matado, seguiré comiendo a todos los humanos
del mundo por siempre.
—Yo voy a asegurarme de que nunca más comas a otro de los míos —respondió el hombre.
Con el cuchillo cortó el cuerpo del gigante en pedazos y quemó cada trozo en el fuego. Después tomó
las cenizas y las lanzó al aire, para que el viento las desparramara. Al instante, cada ceniza se transformó
en un mosquito y lo que era nube de cenizas acabó siendo una nube de mosquitos. De entre la nube, se
oían los gritos y risas del gigante:
—¡Comeré a tu gente hasta la eternidad!
Mientras el gigante hablaba, el hombre sintió un picotón y un mosquito comenzó a chupar su sangre.
Entonces muchos mosquitos lo atacaron.Y el hombre hubo de huir de la cabaña, rascándose todo el cuerpo.
Anónimo. (2012). El origen de los mosquitos. En Rodríguez, R. (Ant.) Travesía literaria. Santiago: Alfaguara juvenil.
416
Universo
Modelos del
La interpretación de los
movimientos de los astros
Cuando alguien contempla el
recorrido del Sol en el cielo, la
El dios Sol
impresión que tiene es que el Sol
es el que gira alrededor de la Tierra.
Lo mismo sucede al observar las
estrellas durante la noche. Es fácil
pensar que la Tierra está fija y son
las estrellas y los planetas los que
se mueven en el cielo a su alrededor.
Ya sabemos que esto no es así.
Cuando hacemos una fotografía
de larga exposición, podemos
registrar el movimiento aparente
de las estrellas. Pero no son ellas
las que se mueven tan rápido, sino
que es la Tierra la que gira.
418
Geocentrismo y Heliocentrismo
Dos visiones del cosmos
L
Mundo heleno. Se refiere a
alrededor de la Tierra fue heliocéntricos. la cultura griega.
defendida ya por los antiguos Aristarco de Samos, en el siglo III
g r i e g o s, c u yo s m o d e l o s a.C., propuso un modelo en el que la
reproducían con bastante fidelidad las Tierra y los planetas conocidos giraban
observaciones de estrellas y planetas. en torno al Sol. Pero la oposición de
Se trataba de modelos geocéntricos muchos filósofos del mundo heleno
(que consideraban que la Tierra estaba En (2010). Modelos del
hizo olvidar este esquema. universo. La enciclopedia
en el centro del Universo). El más
De los heliocéntricos, el modelo del estudiante. Tomo 10:
conocido fue el modelo de Ptolomeo.
más conocido y, finalmente, aceptado Ciencias de la Tierra y del
En la antigua Grecia también se es el de Copérnico. Universo. Madrid:
propusieron modelos que situaban al Santillana.
En el siglo II d.C., Ptolomeo de Alejandría publicó En el siglo XVI, Nicolás Copérnico (1473-1543)
el Almagesto. En este libro, Ptolomeo situó a la publicó su modelo heliocéntrico. El debate que se
Tierra en el centro del Universo y a los “planetas” originó tras la propuesta de Copérnico enfrentó
conocidos (Mercurio, Venus, Sol, la Luna, Marte, a la Iglesia católica y a algunos científicos (como
Júpiter y Saturno) girando a su alrededor, cada Galileo Galilei). La Iglesia de la época no aceptaba
uno situado en una esfera. Por último, situó la la teoría heliocéntrica, por opinar que contradecía
esfera de las estrellas fijas. las Sagradas Escrituras.
1. ¿En qué se basaban las teorías que situaban a la Tierra en el centro del Universo?
2. ¿Cuáles son las preguntas que los seres humanos buscaban responder a través de los modelos
ptolemaico y copernicano del Universo?
En el interior de la Pirámide de Guiza. Se trata de un sitio oscuro y cerrado. En las paredes hay murales con
dibujos y jeroglíficos egipcios. Un sarcófago de madera decorado, del tamaño de una persona, con la puerta
entreabierta, parado en una esquina. Cerca, vasijas altas y alargadas. También, unas canastas que alguna vez
contuvieron comida. Muchas telarañas.
Personajes
Lucas. Muchacho veinteañero, delgado, vestido de explorador.
Bárbara. Novia y ayudante de Lucas. De cabello largo y enmarañado.
La Momia. Hombre delgado cubierto de vendas.
Escena 1
BÁRBARA.— (Temblando de miedo y tocando las paredes). Acá hace mucho frío y no era necesario que
viniéramos tan lejos para saber cosas del Antiguo Egipto.
LUCAS. — ¿Y dónde íbamos a conocerlas?
BÁRBARA.— ¿No podíamos ver una versión en una maqueta, en un museo? ¿En un libro? Hay montones de
libros sobre los egipcios.
LUCAS.— No es lo mismo. Mirá, acá dice que fue construida por Visir Hemiunu para un faraón, no se lee
bien el nombre. ¡Tardaron treinta años en construirla!
BÁRBARA.— Sí, todo muy interesante pero mejor nos vamos.
LUCAS.— ¿Ves ese jeroglífico? Bárbara, apuntá acá con la linterna.
BÁRBARA.— (Lo hace). Otros novios invitan a sus novias a lugares más románticos. París, Venecia… ¡A mí
tanta arena junta no me gusta! Me hace mal en los ojos, me irrita.
LUCAS.— Debemos seguir por ahí. Es la cámara del rey, la tumba de Keops.
BÁRBARA.— (Horrorizada). ¿Qué?
LUCAS.— (Tenso, se pone un dedo sobre la boca). Silencio. ¿Oís?
BÁRBARA.— No, ¿qué?
LUCAS.— Un ruido como de… ¿Será una puerta que cruje? ¡No! No lo es: no hay puertas en las pirámides.
BÁRBARA.— ¡Madre queridaaa! ¡Debe ser la Momia despertándose! ¿Por qué acepté venir?
LUCAS Y BÁRBARA.— (Se abrazan). ¡¡¡La Momia!!!
(El ruido crece y es un aleteo. Pasa por sobre sus cabezas).
LUCAS Y BÁRBARA.— ¡¡¡Un murciélago!!!
(El murciélago huye).
BÁRBARA.— (Temblorosa). No voy a permitirte, jamás, que me lleves a ninguna parte, Lucas, como no sea
al Parque Lezama, a pasear y hasta las siete de la tarde.
420
LUCAS.— Bárbara, te lo expliqué una y mil veces. La Momia que reside en esta pirámide hace miles de
años que está muerta. Es imposible que se levante de su sarcófago porque…
(Crujido).
LUCAS.— (Temeroso). Porque es imposible.
BÁRBARA.— ¿Oíste eso? Tal vez sea una escalera de madera de esas que usan los pintores.
LUCAS.— No hay madera en las pirámides. Solo piedras de granito. Pisa qué duro… Cada bloque de
granito pesa dos toneladas, ¿ves? No se rompe nada. (Hace el gesto de dar patadas al suelo).
(El crujido crece).
LUCAS Y BÁRBARA.— (Se abrazan, aterrorizados). ¡¡¡La Momia!!!
(Los crujidos se transforman en pasos pesados que se acercan).
BÁRBARA.— (Enojada, con gritos sordos). ¿Por qué no le explicas a la Momia, ya que eres tan sabihondo,
que no puede pararse y caminar porque hace miles de años que está muerta?
LUCAS.— Porque hay una maldición a los que profanen estas pirámides sagradas.
BÁRBARA.— Lucas, esta pirámide está abierta al turismo. Hay una cola de veinte personas esperando que
salgamos nosotros para entrar aquí.
Jeroglífico. Escritura con dibujos y símbolos propia de los Keops. Faraón egipcio cuya momia no ha sido encontrada,
egipcios y otros pueblos antiguos. aunque se dice que se encuentra en la pirámide de Guiza.
Sarcófago. Féretro o sepulcro en el que se sepulta un cadáver. Parque Lezama. Parque tradicional de la ciudad de Buenos Aires.
Enmarañado. Enredado, revuelto. Grito sordo. Que suena poco o no se comprende bien.
Faraón. Rey egipcio. Profanar. Tratar algo sagrado sin el debido respeto.
Escena 2
Aparece la MOMIA del Faraón Keops. Viene con un plano en la mano y con una botella de gaseosa en la otra.
Camina con ligereza, como una persona que está de paseo por la calle. Se detiene en la mitad y habla al aire.
MOMIA.— ¡Nefertiti! ¡Ya desperté, querida! ¡Ya sé que me olvidé de sacar a pasear a Babafemi, pero no
es grave!
(LUCAS y BÁRBARA se quedan inmóviles, asustados).
MOMIA.— Nefertiti, mi cariñito, te prometo que no me vuelvo a olvidar de pasear al perro. Ya sé que me
tocaba a mí. Lavo los platos yo, esta noche. Dale, no te enojes. ¿Dónde estás?
(BÁRBARA larga todo el aire junto con un resoplido ruidoso. La MOMIA se lleva un susto mortal y grita.
Retrocede hacia una pared y entonces se choca con LUCAS y pega otro grito agudo).
MOMIA.— ¡Santo Ra, patrono de los egipcios! ¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Guardias!
LUCAS.— No se asuste, señor Faraón. No venimos a hacerle ningún daño.
MOMIA.— ¡Ladrones! ¡Entraron ladrones en mis aposentos! Guardias, vengan aquí.
LUCAS.— No vamos a robarle, señor Faraón. Esto es un error. Nada más estábamos paseando y nos perdimos.
Yo soy Lucas, y ella es mi novia Bárbara.
422
BÁRBARA.— (Haciendo una pequeña reverencia). Un gusto, Faraón. En realidad, ni siquiera queríamos entrar
en esta pirámide. Porque yo le dije a Lucas: “¿No me llevas a dar una vuelta en camello?”. A mí los
paseos en camello me encantan. Pero él es testarudo y quería venir a conocer acá. Yo ni siquiera a
Egipto quería venir; en mi país hay un lugar precioso que se llama Mar del Plata, con mar, olas que
vienen y que van. Una belleza, en fin.
MOMIA.— ¿Olas que vienen y que van? ¿Qué es eso?
BÁRBARA.— El mar es como esta pirámide, pero lleno de gaseosa hasta el tope. Y cuando sopla el viento,
se encrespa la gaseosa y se forma lo que se llaman olas.
LUCAS.— Le estás diciendo cualquier cosa, Bárbara.
BÁRBARA.— Te pido, Lucas, que no te pongas molesto. No le haga caso, Faraón: él, si no es el centro de
atención en una reunión, no está contento.
MOMIA.— (Con ilusión). ¿Y cómo hago, señorita, para conocer el mar?
BÁRBARA.— Podemos hacer una versión reducida del mar, para que usted se refresque, se haga una idea
de cómo es, lo use para bañar a Baba… ¿cómo era?
MOMIA.— Babafemi, mi perro caniche.
BÁRBARA.— Ay, un canichito, ¡qué lindo! Yo quiero tener un caniche, pero a Lucas no le gustan.
MOMIA.— Un caniche toy es muy cariñoso.
BÁRBARA.— (Increpando a LUCAS). ¿Ves lo que te digo, Lucas? Acá el faraón Akenatón nos recomienda un
caniche toy.
MOMIA.— Son muy cariñosos.
(BÁRBARA enlaza su brazo al de la MOMIA y comienza a salir de la escena. LUCAS la sigue susurrando).
LUCAS.— (Al oído). Bárbara, estás hablando con una momia…
(Mutis de los personajes).
Escena 3, Cuadro 1
Dentro de la pirámide. Un tupperware grande que hace de bañera. Dentro, gaseosa o algo que se le parezca,
algunas botellas o latas vacías alrededor, junto con joyas y vasijas bien antiguas. Arrodillados alrededor del
tupperware están la MOMIA, BÁRBARA y LUCAS.
Telón.
Suárez, P. (2013). En A ver qué ves 6, proyectos de lectura. Buenos Aires: Santillana. (Fragmento)
Tupperware. Recipiente plástico para transportar comida. Mutis. Salida de un personaje del escenario.
1. Explica cuál es el conflicto que enfrentan Lucas y Bárbara en este fragmento de la obra y la forma en
que lo resuelven.
2. Si tuvieras que dirigir la puesta en escena de esta obra dramática:
a. ¿Cómo caracterizarías a cada personaje a través del vestuario y maquillaje?
b. ¿Qué tipo de escenografía utilizarías? Explica si sería la misma en las tres escenas y por qué.
c. ¿Qué función le darías a la música y a la iluminación en cada escena?
424
La maldición de la momia
Omar Nicosia
Escena 1
En escena, el frente de una pirámide egipcia. Hay una puerta de entrada y una carpa sobre la arena. Abú, un
guía egipcio, camina en círculos, nervioso.
ABÚ.— (Habla para sí mismo). ¡Alá me proteja! Mil veces me repito: “Basta, esta vez no vas a llevar a ningún
explorador loco a la pirámide de Anatekmón…” (Tiembla). ¡Brrr! Tan solo pronunciar su nombre me
da escalofríos. Pero siempre termino aceptando por unas pocas monedas.
(De la carpa sale NARDA, una periodista).
ABÚ.— (Sigue hablando para sí). La próxima vez que…
NARDA. –(Interrumpe). ¡Abú!
(ABÚ se arroja sobre la arena, asustado, y se tapa la cara).
ABÚ.— (Aterrorizado). ¡No me haga nada! ¡Yo no profané la tumba de la momia!
NARDA.— Por Dios, Abú, cálmese. Soy yo, Narda.
ABÚ.— (Se descubre la cara y se pone de pie). Señorita Narda, casi me muero del susto. Por favor, fíjese si
mi corazón todavía late; yo no me animo.
NARDA.— (Conteniendo la risa). Tranquilo, Abú, por supuesto que late. Está tan asustado, que el latido de
su corazón se oye hasta dentro de la carpa.
ABÚ.— ¡Claro que estoy asustado! ¿Cómo no voy a estarlo?
NARDA.— ¿Es por la maldición de la momia de Anaktemón?
ABÚ.— (Tiembla). ¡Brrrr, no lo nombre! Tan solo de oír su nombre…
NARDA.— (Interrumpe). Ya sé, ya sé, te dan escalofríos. Abú, la maldición de la momia es solo una leyenda.
ABÚ.— Los exploradores muertos no opinan lo mismo.
NARDA.— Nunca se probó científicamente que las muertes se debieran a una maldición.
ABÚ.— Le digo que es verdad, la momia cobra vida y mata gente.
NARDA.— Justamente para eso estamos aquí, Abú.
ABÚ.— ¿Para ver cómo la momia mata gente?
NARDA.— No, para descubrir que la momia maldita es puro cuento.
ABÚ.— Bueno, pero estoy preocupado porque Peligro Joe bajó a las catacumbas de la pirámide hace más
de dos horas y no hay noticias de él.
Alá. Nombre que dan a Dios las personas de religión Catacumbas. Subterráneos que se utilizaban como
musulmana. lugar de entierro.
426
PELIGRO JOE.— Lo siento nena… A propósito, ¿lo de “mi héroe” fue en serio?
NARDA.—Sí, zanguango, pero ahora retiro lo dicho.
ABÚ.— Por Alá, quién entiende a estos locos. Yo mejor me voy a dormir.
PELIGRO JOE.— Nada de eso, Abú. Debemos bajar a las catacumbas. Encontré la entrada a la tumba de
Anaktemón.
NARDA.— (Exaltada). ¡Rápido, Abú, prepare mi mochila, traiga la cámara!
Escena 2
Interior de la pirámide. En la sala, el sarcófago de la momia ANAKTEMÓN. PELIGRO JOE, NARDA y ABÚ bajan por una
escalera. ABÚ filma y NARDA lleva un micrófono.
NARDA.— (Entusiasmada). ¡Por fin! ¡Ahí está el sarcófago de Anaktemón! ¡Filme Abú! (A PELIGRO). Cuando
yo le indique, abre la tapa del sarcófago.
PELIGRO JOE.— Entendido. Y si a esa momia se le ocurre revivir, tendrá que vérselas con Peligro Joe, el
imbatible. ¡Ja!
NARDA.— (A la cámara). Estimados televidentes, dos horas y media han pasado desde que ingresamos a la
cámara del faraón. Aquí pueden apreciar el mismísimo sarcófago que contiene el cuerpo momificado
del Faraón Anaktemón. ¿Revivirá la momia cuando abramos el sarcófago? No perdamos más tiempo.
(A PELIGRO JOE). Peligro Joe, por favor… quita la tapa.
(PELIGRO JOE quita la tapa y adentro se ve la momia, inmóvil).
NARDA.— Queridos espectadores, aquí tienen la famosa momia de Anaktemón. Quieta. Dura. Rígida como
toda momia milenaria. (La toca). Como pueden ver, no mueve ni un hueso.
(A espaldas de NARDA y PELIGRO JOE, aparece una momia que avanza pesadamente).
NARDA.— (A la cámara). La inmovilidad de esta momia demuestra que… (ve temblar a ABÚ) ¡Pero…, corte,
deje de filmar! Va a salir todo movido. ¿Qué le pasa, Abú?
428
NARDA.— (A PELIGRO JOE). ¿Y vos, Joe, qué me dices de todo esto?
PELIGRO JOE.— Que todavía no salgo de mi asombro: la momia y Abú son primos… Quién lo hubiera dicho…
(NARDA, ABÚ y RAYID se miran como diciendo: “este héroe no entiende nada”. Los cuatro suben por las
escaleras y trasponen la puerta).
(Oscuro)
Trasponer. Atravesar. Nicosia. O. (2008). En Lenguaje 5 (Colección vamos adelante). Lima: Santillana. (Fragmento)
1. Si tú fueras un televidente de “Mistery Channel”, ¿te gustaría saber que una historia en la que crees,
como la de la momia, es un truco publicitario y un engaño? ¿Por qué?
2. ¿Cuál es la principal diferencia entre la momia de esta obra y la de La momia quiere conocer el mar?
3. Si tuvieras que dirigir la puesta en escena de esta obra:
a. ¿Cuántos actores requerirías?
b. ¿Cómo caracterizarías a cada personaje a través del vestuario y maquillaje?
c. ¿Qué tipo de escenografía utilizarías?
d. ¿Podría ser la misma en las tres escenas?, ¿por qué?
e. ¿Requerirías utilería, es decir, objetos que pudieran moverse?
f. ¿Qué función le darías a la iluminación en cada escena?
g. ¿Qué función le darías a la música en cada escena?
D
urante la Era de la dinastía Chin y Han, un hombre llamado Wu se casó con dos mujeres y cada una
le dio una hija. Pronto, Wu y una de las esposas murieron, dejando a Yeh-Shen para ser criada por la
madrastra, a la cual no le gustaba la niña, pues era más bella que su propia hija. Por esto, la trataba
mal y la obligaba a trabajar duramente.
Cierto día, Yeh-Shen cogió un pez de más de dos manos de largo con aletas rojas y ojos dorados y lo
llevó a casa, colocándolo en una vasija con agua. Cada día crecía más, hasta que finalmente no cabía más en
la vasija, y entonces lo puso en una fuente que había en la parte trasera de la casa. Yeh-Shen solía alimentarlo
con lo que sobraba de sus magras raciones. Cuando se acercaba a la fuente, el pez subía a la superficie y
apoyaba su cabeza en el borde, pero si otra persona se acercaba, entonces se sumergía y no volvía a aparecer.
Este curioso comportamiento fue observado por la madrastra, quien esperó que el pez subiera, sin que
este lo hiciera en ningún momento. Un día, valiéndose de una triquiñuela, dijo a la niña: “¿No estás cansada de
trabajar? Te compraré un nuevo vestido”. Entonces hizo que Yeh-Shen se desvistiera y la envió a una distancia
de muchas leguas para sacar agua de otro pozo. Se puso entonces las ropas de Yeh-Shen y, escondiendo un
agudo cuchillo en su manga, se fue derecho a la fuente y llamó al pez. Cuando el pez asomó la cabeza fuera
del agua, lo mató. Cuando el pez fue cocinado, tenía un sabor mucho mejor que cualquier otro pez.Y la madre
enterró sus espinas en un estercolero.
Al día siguiente,Yeh-Shen volvió y, cuando se acercó a la fuente, vio que el pez había desaparecido. Corrió
entonces al bosque para llorar su desdicha, cuando un hombre con los cabellos despeinados y las ropas rotas
apareció de repente, y la reconfortó diciendo: “No llores. Tu madrastra ha matado al pez, y sus espinas se hallan
enterradas en el estercolero.Vete a casa, lleva las espinas a tu habitación y escóndelas. Cualquier cosa que desees,
ruégale a las espinas y tu deseo será concedido”. El anciano le advirtió que bajo ninguna circunstancia debía
descuidar o despreciar los regalos que se le presentaran de ahora en adelante. Yeh-Shen recuperó las espinas
del pescado del cubo de la basura y las escondió en un sitio seguro.
El tiempo pasó y el festival de primavera se acercaba. Era la época del año en la que los jóvenes de la
aldea se juntaban para buscar maridos y esposas. Yeh-Shen deseaba ir al festival, pero su madrastra no se lo
permitió porque temía que alguien se interesase por su hijastra y no por su hija. El día del festival la madrastra
y su hija salieron dejando a Yeh-Shen sola. Yeh-Shen, queriendo desesperadamente ir, pidió a las espinas que
le dieran ropas hermosas.
De pronto, como por arte de magia, apareció una hermosa capa, con la textura y el brillo de un pez,
drapeada sobre sus hombros. En sus pies aparecieron hermosas zapatillas tejidas con hilo de oro y con el
delicado dibujo de un pececito.
Yeh-Shen se marchó dichosa al festival. Mientras caminaba se sentía tan ligera como una pluma y
añoraba vestir de esa forma por el resto de sus días. Durante todo el camino estuvo pendiente de no perder
las zapatillas, ya que recordaba la advertencia que le había hecho el anciano tiempo atrás: no debía descuidar
ningún regalo concedido por los restos de su pez amigo.
Dinastía. Serie de monarcas que en un determinado país Estercolero. Lugar donde se recoge el estiércol.
pertenecen a una misma familia. Drapeado. Pliegue marcado, generalmente de una prenda de
Magro. Flaco. vestir.
Triquiñuela. Artimaña para conseguir algo. Infructuoso. Ineficaz, inútil.
430
Inmediatamente, cuando llegó al festival, todos los ojos se posaron en aquella deslumbrante joven
tan finamente vestida. La madrastra y su hija, al ver la figura delicada de Yeh-Shen se acercaron a ella con la
sospecha de conocerla de algún lugar. Aterrada por la idea de que ambas la habían reconocido y pensando
en las posibles represalias que podrían llevar a cabo en su contra, Yeh-Shen echó a correr y en su carrera
desenfrenada perdió una de las preciosas zapatillas. Apenas llegó a casa la fina ropa que llevaba se esfumó y
volvieron a aparecer sobre su cuerpo los harapos que siempre había llevado. Angustiada, suplicó a las espinas
recuperar su zapatilla perdida, pero las espinas permanecieron en silencio y nada se movió. Finalmente, Yeh-
Shen apenada guardó debajo de su cama de paja la única zapatilla de oro que le quedaba y se resignó a vivir
vestida con harapos nuevamente.
Días después un aldeano encontró la preciosa zapatilla de oro que había perdido Yeh-Shen y, dándose
cuenta del valor de aquella singular pieza, se la vendió a un mercader, quien luego se la regaló al rey de T`o
Han como ofrenda. El rey inmediatamente quedó fascinado con aquel pequeño objeto hecho con materiales
tan finos. Mientras más se admiraba de su belleza, más decidido estaba a encontrar a su dueña. Envió a su
gente a buscar a la propietaria de la zapatilla por todo el reino, pero ningún pie era lo suficientemente pequeño
para entrar en el fino calzado.
Harto de que su búsqueda fuera infructuosa, el rey mandó a poner la zapatilla en un pabellón cerca de
donde había sido encontrada, a la vista de todos con un gran cartel que recitaba que sería devuelta a quien le
calzara a la perfección. Todo aquel día el pabellón estuvo repleto de mujeres de todo el reino que ilusionadas
se probaban el diminuto calzado. El rey junto a sus hombres permaneció oculto a un lado del pabellón
esperando ver a la dueña de la zapatilla. Al finalizar el día, aunque muchas mujeres habían intentado, nadie lo
había conseguido.
Una vez que oscureció, Yeh-Shen tímidamente entró al pabellón a ver la zapatilla, la cogió en su mano y
la volvió a dejar en su sitio, pero los hombres del rey que seguían su vigilancia a un lado del pabellón la vieron
e inmediatamente la arrestaron. La llevaron frente al rey, quien en un principio estaba muy molesto porque no
entendía cómo una joven harapienta como la que tenía enfrente había siquiera soñado con poseer un objeto
tan hermoso como aquella zapatilla de oro. Sin embargo, en cuanto más se iba acercando el rey al rostro de
Yeh-Shen, más hermoso le parecía y se dio cuenta de que sus pies eran increíblemente pequeños. El rey y
sus hombres la llevaron de vuelta a casa y vieron escondida debajo de su cama la otra zapatilla. En el instante
en que Yeh-Shen se puso ambas zapatillas, sus harapos se convirtieron en una hermosa capa azul drapeada
a la perfección sobre sus finos hombros. El rey quedó absolutamente fascinado ante esa imagen y decidió
que Yeh-Shen sería la elegida para pasar el resto de su vida con él. Tiempo después se casaron en una boda
celebrada por todo el reino y vivieron muy felices para siempre.
Rodríguez, E. y Prieto, B. (2007). Yeh-Shen: La Cenicienta china. En Te cuento para que cuentes: animación a la lectura y
conocimiento de la narrativa oral. Madrid: Catarata (Adaptación)
1. ¿Por qué crees que el rey finalmente se enamoró de Yeh-Shen? ¿Qué rasgos de ella le habrán
gustado al rey? Fundamenta con fragmentos del texto.
2. ¿Qué Cenicienta prefieres, Yeh-Shen o la Cenicienta tradicional?, ¿por qué?
E
n un reino vivía una vez un comerciante con su mujer y su única hija, llamada Basilisa la Hermosa.
Al cumplir la niña los ocho años se puso enferma su madre, y presintiendo su próxima muerte
llamó a Basilisa:
—Escúchame, hijita mía, y acuérdate bien de mis últimas palabras.Yo me muero y con mi bendición
te dejo esta muñeca; guárdala siempre con cuidado, sin mostrarla a nadie, y cuando te suceda alguna
desdicha, pídele consejo.
Después de haber dicho estas palabras, la madre besó a su hija, suspiró y se murió.
El comerciante, al quedarse viudo, se entristeció mucho; pero pasó tiempo, se fue consolando y
decidió volver a casarse. Era un hombre bueno y muchas mujeres lo deseaban por marido; pero entre
todas eligió una viuda que tenía dos hijas de la edad de Basilisa y que en toda la comarca tenía fama de
ser buena madre y ama de casa ejemplar.
El comerciante se casó con ella, pero pronto comprendió que se había equivocado, pues no encontró
la buena madre que para su hija deseaba.
Basilisa era la joven más hermosa de la aldea; la madrastra y sus hijas, envidiosas de su belleza,
la mortificaban continuamente y le imponían toda clase de trabajos para ajar su hermosura a fuerza de
cansancio y para que el aire y el sol quemaran su cutis delicado. Basilisa soportaba todo con resignación
y cada día crecía su hermosura, mientras que las hijas de la madrastra, a pesar de estar siempre ociosas,
se afeaban por la envidia que tenían de su hermana. La causa de esto no era ni más ni menos que la buena
muñeca, sin la ayuda de la cual Basilisa nunca hubiera podido cumplir con todas sus obligaciones. La
muñeca la consolaba en sus desdichas dándole buenos consejos y trabajando con ella.
Así pasaron algunos años y las muchachas llegaron a la edad de casarse. Todos los jóvenes de la
ciudad solicitaban casarse con Basilisa, sin hacer caso alguno de las hijas de la madrastra. Esta, cada vez
más enfadada, contestaba a todos:
—No casaré a la menor antes de que se casen las mayores.
Y después de haber despedido a los pretendientes, se vengaba de la pobre Basilisa con golpes e
injurias.
Un día el comerciante tuvo la necesidad de hacer un viaje y se marchó.
Mortificar. Afligir, causar pesadumbre o molestia. Injuria. Agravio, ultraje de obra o de palabra.
Ajar. Hacer que pierda su lozanía alguien o algo. Pabilo. Mecha que está en el centro de la vela.
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Entretanto, la madrastra se mudó a una casa que se hallaba cerca de un espeso bosque en el que,
según decía la gente, aunque nadie lo había visto, vivía la terrible bruja Baba-Yaga; nadie osaba acercarse
a aquellos lugares, porque Baba-Yaga se comía a los hombres como si fueran pollos.
Después de instaladas en el nuevo alojamiento, la madrastra, con diferentes pretextos, enviaba a
Basilisa al bosque con frecuencia; pero a pesar de todas las astucias la joven volvía siempre a casa, guiada
por la muñeca, que no permitía que Basilisa se acercase a la cabaña de la temible bruja.
Llegó el otoño y un día la madrastra dio a cada una de las tres muchachas una labor: a una le ordenó
que hiciese encaje; a otra, que hiciese medias, y a Basilisa le mandó hilar, obligándolas a presentarle cada
día una cierta cantidad de trabajo hecho. Apagó todas las luces de la casa, excepto una vela que dejó
encendida en la habitación donde trabajaban sus hijas y se acostó. Poco a poco, mientras las muchachas
estaban trabajando, se formó en la vela un pabilo y una de las hijas de la madrastra, con el pretexto de
cortarlo, apagó la luz con las tijeras.
—¿Qué haremos ahora? —dijeron las jóvenes—. No había más luz que esta en toda la casa y nuestras
labores no están aún terminadas. ¡Habrá que ir en busca de luz a la cabaña de Baba-Yaga!
—Yo tengo luz de mis alfileres —dijo la que hacía el encaje—. No iré yo.
—Tampoco iré yo —añadió la que hacía las medias—. Tengo luz de mis agujas.
—¡Tienes que ir tú en busca de luz! —exclamaron ambas—. ¡Anda! ¡Ve a casa de Baba-Yaga!
Y al decir esto echaron a Basilisa de la habitación. Basilisa se dirigió sin luz a su cuarto, puso la cena
delante de la muñeca y le dijo:
—Come, muñeca mía, y escucha mi desdicha. Me mandan a buscar luz a la cabaña de Baba-Yaga
y esta me comerá. ¡Pobre de mí!
—No tengas miedo —le contestó la muñeca—, ve donde te manden, pero no te olvides de llevarme
contigo; ya sabes que no te abandonaré en ninguna ocasión.
Basilisa se metió la muñeca en el bolsillo, se persignó y se fue al bosque […]
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—Toma, muñeca mía, come y escúchame. ¡Qué desgraciada soy! La bruja me ha encargado que
haga un trabajo para el que harían falta cuatro personas y me amenazó con comerme si no lo hago todo.
La muñeca contestó:
—No temas nada, Basilisa; come y después de rezar acuéstate. Mañana arreglaremos todo.
Al día siguiente se despertó Basilisa muy tempranito, miró por la ventana y vio que se apagaban ya
los ojos de las calaveras. Baba-Yaga salió al patio, silbó, y ante ella apareció el mortero con el mazo y la
escoba.
La bruja se sentó en el mortero y salió del patio arraeando con el mazo y barriendo con la escoba.
Basilisa se quedó sola, recorrió la cabaña, se admiró al ver las riquezas que allí había y se quedó
indecisa sin saber por cuál trabajo empezar. Miró a su alrededor y vio que de pronto todo el trabajo
aparecía hecho; la muñeca estaba separando los últimos granos de trigo de los de maíz.
—¡Oh mi salvadora! —exclamó Basilisa—. Me has librado de ser comida por Baba-Yaga.
—No te queda más que preparar la comida —le contestó la muñeca al mismo tiempo que se metía
en el bolsillo de Basilisa—. Prepárala y descansa luego de tu labor.
Al anochecer, Basilisa puso la mesa, esperando la llegada de Baba-Yaga. Luego crujieron los árboles,
estallaron las hojas y apareció Baba-Yaga, que fue recibida por Basilisa.
—¿Está todo hecho? —preguntó la bruja.
—Examínalo todo tú misma, abuelita.
Baba-Yaga recorrió toda la casa y se puso de mal humor por no encontrar un motivo para regañar
a Basilisa.
—Bien —dijo al fin y se sentó a la mesa— ¡Mis fieles servidores, venid a moler mi trigo!
En seguida se presentaron tres pares de manos, cogieron el trigo y desaparecieron. Baba-Yaga,
después de comer hasta saciarse, se acostó y ordenó a Basilisa:
—Mañana harás lo mismo que hoy y además tomarás del granero un montón de semillas de
adormidera y las escogerás una a una para separar los granos de tierra.
Y dada esta orden se volvió del otro lado y se puso a roncar, mientras Basilisa pedía consejo a la
muñeca. Esta repitió la misma contestación de la víspera. […]
Por la mañana la bruja se marchó otra vez y la muchacha, ayudada por su muñeca, cumplió todas
sus obligaciones. Al anochecer volvió Baba-Yaga a casa, examinó todo y exclamó:
—¡Mis fieles servidores, mis queridos amigos, venid a prensar mi simiente de adormidera!
Mortero. Utensilio que sirve para machacar sustancias o Expurgar. Limpiar o purificar algo.
especias. Adormidera. Fruto de la planta con el mismo nombre, originaria
Tea. Astilla o raja de madera muy impregnada en resina y que, de Oriente.
encendida, sirve para alumbrar o para prender fuego. Víspera. Día anterior.
Celemín. Porción de grano, semillas u otra cosa semejante que Simiente. Semilla.
llena exactamente la medida del celemín.
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—Se dirigió a la residencia del zar y se puso a pasear por delante de las ventanas del palacio.
—El zar la vio y le preguntó:
—¿Qué quieres, viejecita?
—Majestad —contestó esta—, he traído conmigo una mercancía preciosa que no quiero mostrar a
nadie más que a ti.
—El zar ordenó que la hiciesen entrar y al ver el lienzo se quedó admirado.
—¿Qué quieres por él? —preguntó.
—No tiene precio, padre y señor. Te lo he traído como regalo.
El zar le dio las gracias y la colmó de regalos. Empezaron a cortar el lienzo para hacerle al zar unas
camisas; cortaron la tela, pero no pudieron encontrar lencera que se encargase de coserlas. La buscaron
largo tiempo, hasta que al fin el zar llamó a la anciana y le dijo:
—Ya que has sabido hilar y tejer un lienzo tan fino, por fuerza tienes que saber coserme las camisas.
—No soy yo, majestad, quien ha hilado y tejido esta tela; es labor de una hermosa joven que vive
conmigo.
—Bien, pues que me cosa ella las camisas.
Volvió la anciana a su casa y contó a Basilisa lo sucedido y esta repuso:
—Ya sabía yo que me llamarían para hacer este trabajo.
Se encerró en su habitación y se puso a trabajar. Cosió sin descanso y pronto tuvo hecha una docena
de camisas. La anciana las llevó a palacio y mientras tanto Basilisa se lavó, se peinó, se vistió y se sentó a
la ventana esperando lo que sucediera.
Al poco rato vio entrar en la casa a un lacayo del zar, que dirigiéndose a la joven dijo:
—Su Majestad el zar quiere ver a la hábil lencera que le ha cosido las camisas, para recompensarla
según merece.
Basilisa la Hermosa se encaminó al palacio y se presentó al zar. Apenas este la vio se enamoró
perdidamente de ella.
—Hermosa joven —le dijo—, no me separaré de ti, porque serás mi esposa.
Entonces tomó a Basilisa la Hermosa de la mano, la sentó a su lado y aquel mismo día celebraron
la boda.
Cuando volvió el padre de Basilisa tuvo una gran alegría al conocer la suerte de su hija y se fue
a vivir con ella. En cuanto a la anciana, la joven zarina la acogió también en su palacio y a la muñeca la
guardó consigo hasta los últimos días de su vida, que fue muy feliz.
Afanasiev, A. (2014). Basilisa la Hermosa. En Cuentos populares rusos. E-artnow. (Fragmento adaptado)
1. Explica las diferencias que existen entre esta Cenicienta y las otras versiones del cuento que
conoces.