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Historia de la madera en la Arquitectura

La preferencia por la madera desde los inicios de la historia de la construcción y su persistencia in-
cluso en circunstancias adversas parecen indicar que existe una afinidad especial entre el hombre y
este material, por encima de su simple disponibilidad.
La madera ha sido siempre un material controlable y bien conocido, sobre el que ya desde la cultura
grecorromana se ha centrado la investigación y el paulatino desarrollo de técnicas con el fin de apro-
vechar al máximo sus propiedades. La herencia de estos conocimientos se mantuvo, siglo tras siglo,
hasta la revolución industrial, en la que el hierro, como material de alta resistencia, desplazó a la ma-
dera de las funciones estructurales a las meramente decorativas o de revestimiento. Sin embargo, las
modernas técnicas de laminado y encolado han permitido volver a situar sus propiedades mecánicas
a la altura de las circunstancias. Por tratarse de un material orgánico, cuenta con unas cualidades adi-
cionales que no encuentran competencia, pero esto mismo obliga a la vez a buscar soluciones para
mantener el equilibrio ecológico que en buena medida depende del mantenimiento de nuestros bos-
ques.
Viviendas pre urbanas
Antes de abordar la exposición cultural del empleo estructural o resistente de la madera a lo largo de
la Historia, conviene apuntar una serie de consideraciones según el grado de estabilidad y durabili-
dad de las construcciones.
Viviendas efímeras
La necesidad del hombre de protegerse frente a variaciones climáticas o de temperatura le obligaron
a inventarse refugios, más o menos fijos, que consistían en armazones de madera someramente traba-
jados que servían de soporte a un recubrimiento compuesto de materiales orgánicos, vegetales o raí-
ces, en algunos casos amasados en algún medio ligante.
Las soluciones más sencillas son las vinculadas a situaciones efímeras por el carácter móvil o tras-
humante de su cultura, siempre a la búsqueda de recursos para subsistir.
Datados en el año 4000 a.C. se han encontrado vestigios de viviendas de carácter estacional en la
aldea de Panp’o (China), formadas por seis troncos que rodean un fuego central, que sirven de sopor-
te a un techo cubierto con barro y césped.

Algunos ejemplos mucho más cercanos pero asimi-


lables a los primitivos podrían ser los skerm de los
bosquimanos africanos (desierto del Kalahari), en
los que un entramado de ramas arrancadas de algún
árbol cercano, formando un arco, soporta una cu-
bierta vegetal sujeta por una cuerda atada perime-
tralmente.

La cabaña de los pigmeos bambutis (Selva Ituri, Áfri-


ca) es otro caso similar, en el que un círculo formado
por pequeños arbolillos hincados firmemente en el
suelo se cubre trenzando el extremo superior, para
posteriormente revestir la estructura con grandes hojas
engarzadas mediante cortes en la base del tallo.
Soluciones algo más elaboradas por necesidad de du-
rabilidad o por condiciones climatológicas más severas
son los tupiq inuit y las tiendas cónicas de los indios
de las llanuras americanas.
El tupiq es una estructura de palos de madera con plan-
ta en forma de herradura parecida al iglú. Los palos se
disponen de forma convergente y se unen algo por
debajo de la intersección con otros palos que la rigidi-
zan formando un caballete. El armazón resultante, de
forma conoide, se recubre con pieles de foca y el con-
junto se asegura mediante pesadas piedras que bordean
el conjunto.

Las tiendas de los indios americanos están formadas por


una estructura básica de tres o cuatro postes hincados en
el suelo y atados en su extremo superior, sobre los que se
apoyan una serie de palos adicionales que dan forma al
recinto, que se recubre con pieles de búfalo cosidas y suje-
tas en la base con piedras. La parte superior deja un hueco
para ventilación y salida de humos.

Estas sencillas estructuras, con independencia de su carácter más o menos eventual, se van progresi-
vamente complicando en función de las exigencias de sus habitantes.

Las cabañas de los indios yanomamö (Orino-


co, Venezuela) son viviendas circulares lla-
madas shabono, que se construyen mediante
dos familias de palos hincados en el suelo que
forman dos círculos concéntricos, separados
en torno a 2,5 m, siendo la línea exterior de
1,5 m de altura y la interior de unos 3 m.
Unos travesaños unen la parte superior de los
pilares y sobre estos se apoyan largos y del-
gados arbolillos que van conformando un edificio en forma de toro, en el que el agujero central, ini-
cialmente de ventilación, acaba convirtiéndose en una especie de patio cuando la vivienda adquiere
unas dimensiones importantes, y toda vez que la madera disponible no supera unas luces determina-
das, sirviendo sólo para cubrir el anillo exterior.

Otro ejemplo similar es la maloca de los indios


erigbaagtsa (cuenca del Amazonas, América del
Sur), cuya estructura principal está formada por tres
pares largos de troncos a modo de pilares formando
un rectángulo, arriostrados en su parte superior con
vigas, entre los que se disponen una serie de mon-
tantes reforzados con elementos horizontales y ase-
gurados con lianas. El recinto final, de planta ovala-
da, cubre su techo y paredes con gruesas capas de
frondas de palmera.

El yurt kirgiz o turkic (tribus nómadas de las


estepas de Asia) tiene forma de domo, y sus
paredes están formadas por un armazón reticu-
lar plegable de hojas de sauce, sobre el que se
apoyan unos troncos que de forma radial se
atan a un aro de madera que sirve de anclaje y
ventilación. Recubren el entramado grandes
piezas de fieltro.

El hogan y la ramada de los indios navajos (Amé-


rica del Norte), y la vivienda pokot (Kenia) son
unos últimos ejemplos de viviendas temporales
algo más estables.
Las dos primeras son respectivamente la vivienda
de invierno y la de verano de los navajos. El hogan
más convencional se construye mediante cuatro
postes horcajados sobre los que se apoyan dos tra-
vesaños a modo de vigas que servirán de apoyo a
las ramas y palos que conforman el techo.
Las paredes están formadas por palos hincados que
se apoyan en la estructura del techo desarrollando
una planta circular, reforzadas por un entretejido
horizontal. Finalmente el armazón se recubre con
tierra húmeda que una vez seca endurece consolidando el conjunto. Este planteamiento es muy simi-
lar al de algunos restos prehistóricos encontrados en China (Pam-p´o), Japón y el Cercano Oriente.

La ramada no es más que una estructura abierta de cuatro a


seis postes horcajados, que sirve de soporte a un techo de pa-
los y ramas, eventualmente cerrado en alguno de sus laterales
para protegerse del viento.

El pokot es una vivienda circular con paredes formadas por


postes cada 30 cm y juncos horizontales que cierran el conjun-
to. Una serie de postes interiores dispuestos libremente sirven
de apoyo adicional a las vigas del techo que apoyan en el pe-
rímetro. La cubierta, en forma de domo, se cubre con hierba y
tierra. La vivienda se ventila por una abertura en la parte supe-
rior de la pared perimetral.

Viviendas semipermanentes
Las culturas más sedentarias han dado a sus construcciones un carácter más estable y han producido,
por tanto, un trabajo más cuidado. Normalmente se trata de pueblos agricultores o de ganadería do-
méstica, mucho más vinculados al terreno.
Un primer ejemplo podría ser el de las aldeas neolíticas construidas sobre palafitos descubiertas en el
lago suizo de Neuchâtel en 1885, que estaban formadas por casas de madera cuya duración limitada -
de seis a doce años- provocaba su reconstrucción periódica. Las viviendas se levantaban sobre unas
plataformas apoyadas sobre palos empotrados en el fondo de los lagos, ríos o pantanos donde se ubi-
caban.
En las viviendas babilónicas de la Baja Mesopotamia, en
concreto en los restos de Katal Hüyük (Anatolia, 6000
a.C.) se han encontrado viviendas colectivas hechas con
ladrillos de adobe y un ligero entramado de madera, a las
que se accede desde el techo mediante una escalera tam-
bién de madera, ya que una gran parte de la vida se desa-
rrollaba en la terraza.
Estos techos eran por tanto planos, construidos mediante
tiras de caña recubiertas de espesas capas de fango, y se
apoyaban sobre vigas de madera. El interior se organiza-
ba en plataformas, la más importante de las cuales se
enmarcaba con troncos de árboles.

Mucho más recientemente, con sistemas provenientes de la antigua civilización anasa pero que per-
duran en la actualidad, los indios pueblo (Arizona y Nuevo Méjico, América del Norte) desarrollan
unas construcciones en forma de graderío, caracterizadas por muros de ladrillo de adobe o piedra
sobre mortero, con grandes vigas de madera de cedro de 30 cm de diámetro que se apoyan en los
muros, y viguetas transversales muy juntas entre sí apoyadas a su vez sobre las vigas. Las vigas prin-
cipales no se cortan dada su escasez y en previsión de su posterior reutilización, de forma que sobre-
salen por la fachada en una imagen característica de estos núcleos.

Viviendas permanentes
Cuando la cultura vinculada a la tierra alcanza importantes grados de desarrollo, la vivienda necesita
ser mucho más duradera y prolongar su vida a varias generaciones. Se construye ya necesariamente
con materiales duraderos (madera o mampostería), y cuando la zona está expuesta a cambios climáti-
cos importantes que requieran una especial adaptación, se recurre a materiales aislantes.
En esta línea se ha comprobado que incluso en el Neolítico había construcciones permanentes de
troncos. Los arquitectos fenicios eran expertos en edificación con piedra y madera, y construyeron en
torno al siglo X a.C. casas más altas que las de Roma. Los escitas, según Herodoto, utilizaron troncos
para la construcción de las cámaras funerarias de sus reyes, en una época coetánea, en torno al año
1000 a.C. Escritores romanos como Tácito hablan ya de construcciones en Alemania con estructura
de troncos cortados, de sección cuadrangular. Estas viviendas que, precisamente por su disposición
enterrada, se han conservado mejor que muchas estructuras al aire libre.
Se observan tanto tipologías de apoyo superficial como de apoyo profundo.
Entre las primeras, el apoyo puntual mediante postes cortos de madera encajados en el terreno fue el
sistema más característico de toda la Prehistoria (desde el Paleolítico hasta la Edad de Hierro), y po-
día llegar a encontrarse tanto en asentamientos temporales como permanentes. También se empleaba
el apoyo lineal sobre el terreno, mediante troncos acostados horizontalmente, y el apoyo profundo de
los palafitos en terrenos húmedos y pantanosos.
En definitiva, la utilización de la madera estructural era desde los orígenes del hombre un recurso
generalizado, principalmente condicionado no tanto a la estabilidad del asentamiento como a la dis-
ponibilidad de este material. Estaba claramente ligada a las zonas de bosques abundantes, que permi-
tían y potenciaban la madera como material de construcción básico.
Cuando era asequible, la cultura de su utilización y el oficio para su manipulación se desarrollaban
sin más problemas.
Historia del Log Home
Algunos autores hablan de cientos de miles
de años cuando se refieren a los orígenes de
las construcciones con troncos de árboles.
Es posible imaginar que fue una de las alter-
nativas iniciales del hombre para poder cons-
truir su abrigo, desde el neolítico con herra-
mientas de piedra, pero mucho más desde la
edad del hierro o del bronce, donde se contó
con medios como para voltear un árbol y
luego conferirle al tronco la forma más ade-
cuada para su utilización como parte de un
edificio.
El árbol fue utilizado como un enorme mam-
puesto y muchas de las técnicas tuvieron si-
militud con la tecnología de la construcción
en piedra o en tierra.

El muro resulta del apilamiento de troncos con distintos tipos de devastado de sus caras que dan ori-
gen a diversas alternativas constructivas. Pero todas ellas tiene algo en común, el “tejido”, por medio
de encastres a cuarto de madera (o media madera en algunos casos), de los extremos del tronco. Esta
simple solución se encuentra en los edificios más antiguos y continúa siendo en el siglo XXI, la
c1ave básica de esa modalidad de construir muros.
Hace casi 3000 años, en la soledad y en la inmensidad de los bosques europeos, los hombres empe-
zaron a usar troncos para construir sus casas con los árboles que había tallado, con hachas de bronce
cuyo conocimiento acababan de adquirir.
El hombre ha utilizado desde las épocas más primitivas, la madera para construir sus refugios-
vivienda. Existen testimonios arqueológicos de que en el periodo neolítico ya se utilizaban construc-
ciones de troncos. Incluso alguna de esas construcciones han perdurado hasta nuestros días, lo que
nos indica la gran durabilidad de la madera; algo que no ocurre con ningún otro material (hormigón,
acero, hierro, aluminio, PVC, etc.) excepto la piedra.
La casa de troncos más antigua que aún se
conserva en su totalidad esta en Noruega, se
la denomina la "Ranlandstue" y es del año
1.250 d.c. Esta casa se encuentra en la actua-
lidad en el Museo Popular de Oslo, y está
construida con troncos de Abeto.
Diversas técnicas de construcción de troncos
aparecieron por toda Europa, reflejando la
tradición, la cultura y las habilidades de cada
una de las regiones.

En Francia, en algunas áreas, par ejemplo en el Sur de los Alpes, todavía se encuentran algunas cons-
trucciones de madera, llamadas " fuste ", que es una vieja palabra francesa para designar esas casas
de madera hechas con trancos de arboles.
Los hombres inventaron una técnica apropiada de un ensamblaje de troncos que evitaba calafatear-
los.
Consistía en trazar cada tronco con una herramienta hecha de hierro, que parecía a un par de diviso-
res, y ajustarlo, reproduciendo la forma del tronco de abajo. Se conoce como la técnica europea de
ajustamiento de los troncos por un trazado sin calafatear.
Las investigaciones arqueológicas en Europa parecen mostrar que las casas de troncos, construidas
con los arboles enteros, empilados y cortados, se pueden encontrar desde siempre por todas partes.
Es una técnica de construcción que encontramos tanto en las regiones frías como en las montañosas,
o las selvas. En la mayor parte de las regiones europeas, como consecuencia de la agricultura y más
tarde, del desarrollo industrial, las tierras eran, día tras día, despobladas de arboles y con la carencia
de arboles, la tradición del arte de la construcción de las casas de troncos se convirtió en una heren-
cia perdida y olvidada.
El alto consumo del recurso
forestal requerido por esta
tecnología, no fue un límite
cuando los bosques parecían
infinitos frente a una pobla-
ción escasa en número y ac-
tividades.
Desde el principio del pasado
siglo XX, un amplio progra-
ma de repoblación forestal
fue lanzado en toda Europa,
por ejemplo en Francia, don-
de en la actualidad el 30 %
de su superficie está cubierta
de bosques. Estos bosques
ahora están produciendo una
gran cantidad de coníferas,
que permite un nuevo desa-
rrollo de la industria de la
construcción de troncos.
Estas tradiciones de construir llegaron también al entonces nuevo mundo, sobre todo a América del
Norte (originado en los grupos que migraron a esas latitudes), y en un inicio parecía volverse a la
imagen de la Europa del pasado, los grandes bosques frente a pocos pobladores.
En Norteamérica, donde los bosques casi vírgenes eran abundantes, la llegada de los emigrantes eu-
ropeos hizo revivir la técnica de construcción de troncos que ahora es parte de las tradiciones de los
pioneros norteamericanos.

Sin embargo, en el nuevo mundo


también, la industrialización rechazó
el arte de la construcción de troncos,
y durante algún tiempo parecía que
también esta tecnología pasaba a la
historia. Pero la latencia de la gran
valoración cultural del log Home,
estaba presente.
Civilizaciones antiguas
Mesopotamia y Persia
La insuficiencia de madera en los grandes valles del Tigris y el Éufrates es la responsable de la ca-
racterística fisonomía de los templos escalonados o zigurats mesopotámicos. El empleo casi exclusi-
vo de los ladrillos prismáticos definió a esta arquitectura como esencialmente adintelada, másica y de
luces limitadas entre los muros de ladrillo. Ante la imposibilidad de servirse de cimbras y elementos
auxiliares de construcción, las escasas bóvedas debían construirse como falsas, es decir, mediante
hiladas y con traza ojival.
Los primitivos templos, sin embargo, ligeros y de dimensiones más reducidas, se cubrieron mediante
sistemas adintelados formados por troncos de palmeras y techumbre de barro cuajado sobre un tejido
de palmas y mimbre.

Este fue, indefectiblemente, el sistema constructivo de


las techumbres de las viviendas asirias, con la aporta-
ción de una ligera curvatura en la dirección transversal a
la directriz de los troncos, con el fin de facilitar la eva-
cuación del agua de lluvia. En las edificaciones más
pretenciosas las vigas eran de cedro, que probablemente
se trajese de la comarca libanesa.

La arquitectura persa siguió siendo adinte-


lada. Un significativo ejemplo lo representa
la Sala de las Cien Columnas del Palacio de
Persépolis, que muestra ya algunas influen-
cias griegas.
Las columnas de esta sala terminaban con
una zapata cruciforme sobre la que apoyaba
el cruce de las vigas principales de carga,
las cuales se componían de dos tablones
apoyados uno encima del otro. Cabe supo-
ner que estos maderos estaban encolados
entre sí -de otro modo su respuesta mecáni-
ca sería muy deficiente-, puesto que se sabe
que en estas construcciones no se introdu-
cían bridas metálicas. Sobre esta retícula de
vigas, de luces de 6 m, se montaba un en-
trevigado secundario, y sobre éste, una cu-
bierta plana de gran espesor.
Egipto
También Egipto carecía de madera de construcción,
salvo troncos de palmeras y algunas coníferas blandas,
por lo que no emplearon cimbras para construcciones
abovedadas. Como las mesopotámicas, las viviendas
egipcias se cubrían con troncos de palmera muy juntos
y con un ligero abovedamiento que justificaba la forma
en escarpa de los muros, que debían soportar ciertos
esfuerzos horizontales; sobre éstas, una tablazón conti-
nua y la capa final de barro. Así se levantaron también
los palacios, pues la piedra quedó reservada a las edifi-
caciones concebidas para el espíritu.
Pero incluso los elementos constructivos elaborados en
piedra tuvieron su origen en los previos haces de cañas
de papiro atadas en mazo, que servían como soporte de
las primeras tiendas y, más adelante, como refuerzo en
las esquinas de los muros. Las columnas de sección
circular surcada intentaban reproducir estos haces, y las de sección poligonal, probablemente tuvie-
ran su origen en el descortezado de los troncos de palmeras por medio de la azuela. Igualmente, los
capiteles imitaban las ataduras con los manojos de las cañas recibiendo el apoyo de las vigas, tam-
bién inicialmente de madera.
El empleo de este material se reservaba propiamente al refuerzo de los tapiales y fábricas de los mu-
ros de defensa y a los techos, pero su escasez no impidió que este pueblo desarrollara la técnica de
laminación en tablas, que yuxtaponían, machihembraban y ensamblaban con maestría para resolver
el problema de los grandes alabeos producidos por la baja consistencia de la madera disponible.
Grecia

Las primitivas viviendas prehelénicas, sin limitacio-


nes en cuanto a la disponibilidad de este material,
recurrían a la madera como elemento esencial para la
estructura tanto vertical como horizontal. Era común
que los megarón contaran con un porche frente a la
entrada principal soportado por dos columnas de ma-
dera. Así mismo, los palacios cretenses, de estructura
adintelada, empleaban columnas y vigas de madera.

Las columnas de piedra que se observan en algunos parece claro que reproducían modelos anteriores
en madera. Sólo así es posible explicar la forma invertida (más estrechas en la parte inferior) que
solían adoptar, y que correspondería a un árbol en el que la parte alta se cortaba en punta para clavar-
la en el suelo y la horqueta de la raíz se aprovechaba para encajar la viga. Se observan ya muros de
fábrica de piedra aglomerada con barro, reforzados con maderos horizontales y verticales a modo de
encadenados mecánicos, de forma que las esquinas de la edificación quedaban protegidas y los hue-
cos recercados.
Esta combinación de mampuestos con madera, que se empleó ya en el templo de Jerusalén, procedía
de los fenicios.
Hacia el 1500 a.C. la presencia de la madera en la estructura de la casa griega, que puede considerar-
se como el punto de partida de la arquitectura popular mediterránea, era ya casi exclusiva. De esta
forma se consolidaron los pórticos y patios formados por columnas y pies derechos y entrevigados de
madera. Este material, por otra parte, estaba en condiciones de prestar a las fábricas armadas el nece-
sario grado de flexibilidad ante la existencia de terremotos.
Solo los también frecuentes incendios desplazaron la atención hacia la piedra en los grandes edifi-
cios, pero incluso en estos debía contarse con la madera para articular los tambores de las columnas.
Este proceso de sustitución, que comenzó hacia el 700 a.C., comenzó por los soportes y los muros, y
terminó afectando a los dinteles para dejar la madera solo en la estructura de cubierta, como la mayo-
ría de los edificios monumentales de occidente a partir de entonces. Sin embargo, no se adoptó la
solución de los armazones que ya eran empleados por fenicios o etruscos, consistentes en dos pares
de madera inclinados unidos por un tirante horizontal, sino que se multiplicaba la estructura vertical
mediante endebles pilarillos de madera que apenas introducían empujes laterales.
No obstante, este sistema conducía a que al menos las vigas transversales centrales fueran de gran
escuadría, hasta superar los 60 cm de canto; así, muchos templos quedaron sin cubrir en la espera de
la llegada de estas vigas, muy difíciles de obtener.

Tan solo un edificio civil, el Hall Asam-


bleario del Bouleterion de Mileto (200
a.C.), aplicó la carpintería de armar para
cubrir una luz de 14 m, mediante una
estructura sencilla compuesta por los
pares, el tirante y un pendolón, sistema
cuyo desarrollo pertenece más bien a
períodos posteriores.

Etruria
A pesar de que el pueblo
etrusco dominara desde muy
temprano el trabajo de la
madera y la construcción de
los armazones de techumbre
de origen fenicio, reservaron
estas estructuras para los
templos, mientras que sus
viviendas las resolvieron
siempre a un agua, incluso
cuando tenían que cubrir
una doble crujía con desa-
güe a dos vertientes, pues en
esos casos elevaban el muro
central para evitar la cum-
brera común.
Pero la característica más propia de la casa etrusca fueron, sin duda,
las dos vigas paralelas que soportaban la cubierta del atrium y permi-
tían que, a diferencia de las viviendas griegas, las esquinas del patio
pudieran resolverse sin columnas; los pares de la cubierta inclinada
del impluvium apoyaban en los muros perimetrales y en dichas vi-
gas. Esta estructura se conocía, en tiempos de los romanos, como
cavoedium tuscanicum. Sobre los pares de madera se colocaba el
tablazón continuo que debía recibir la teja cerámica plana con cobija.

Otra diferencia frente a la construcción griega se encuentra en las cubiertas de los templos. Mientras
que los griegos apeaban los pares de la cubierta en pequeños pilares de madera que a su vez descar-
gaban en una viga horizontal sin función de tirante, en los templos etruscos y romanos el soporte de
la cubierta estaba constituido por una auténtica estructura de cuchillos planos de pares y tirantes,
muy próximos unos de otros (unos 50 cm), arriostrados mediante tablillas longitudinales sobre las
que se colocaba la tablazón continua. Puede hablarse ya de tirantes pues el tipo de apoyo de las co-
rreas sobre ellos evidencia una intención de hacerlos trabajar a tracción.
Roma
Los romanos decidieron, por motivos eminentemente prácticos, seguir resolviendo la cubierta de la
casa señorial o domus de la misma forma que la casa etrusca, es decir, elevando los muros para apo-
yar, a un lado y a otro, los pares de las cubiertas a una sola agua.
Sin embargo, a diferencia de los etruscos, recuperaron las columnas en las esquinas del patio para
apoyar las cuatro vigas perimetrales en las que descargaban los faldones de la cubierta del complu-
vium. De esta forma renunciaban al cavaedium tuscanicum, tras comprobar que las dos vigas que
atravesaban el patio y sobre las se apoyaba la cubierta eran el elemento más caro de toda la estructu-
ra.

Las cubiertas de los templos y otros edificios de menor entidad (casas de pisos -insulae- y algunas
basílicas al principio) se resolvían mediante las estructuras trianguladas de madera experimentadas
ya por los etruscos, aunque hay que señalar la falta de restos o documentos que podrían facilitar su
descripción. Vitrubio definió los elementos componentes de la armadura elemental para las carpinte-
rías de gran alcance: dos pares o alfardas, inclinadas según las pendientes de las vertientes y unidas
entre sí en la parte superior, y una entrecinta o tirante, que recibía el pie de los pares.
El empleo generalizado de la cercha puede considerarse, por tanto, como una auténtica aportación
romana, en la que todos los elementos están sometidos a solicitaciones simples de tracción o de
compresión, y los muros de apoyo solo soportan una carga vertical equivalente al peso de la cubierta,
pues el tirante absorbe todas las componentes horizontales del empuje. Tampoco el evidente peligro
ante la posibilidad del incendio pasó desapercibido para los romanos. Uno de los recursos que idea-
ron consistió en sustituir la cercha de madera, cada dos o tres tramos, por un arco diafragmático de
hormigón y ladrillo, destinado a funcionar como cortafuegos. Pero el empleo de la madera por parte
del imperio cedió ante las posibilidades del hormigón y las cubiertas abovedadas, que se aplicaron
para cubrir todo edificio monumental; puesto que los armazones podían apoyar directamente sobre
las bóvedas, su estructura mecánica fue perdiendo importancia (como ocurrió también en los templos
cristianos a partir del románico) hasta perderse. En ocasiones, incluso, se resolvían sin ningún arma-
zón superior de madera, pues se colocaba la teja directamente sobre la piedra, con las necesarias
adaptaciones de pendientes.
La experiencia adquirida en armazones de madera quedó relegada a los apeos y otros elementos au-
xiliares, especialmente las cimbras que daban forma a estas bóvedas, y que se formaban con dos ar-
cos de círculo de madera sólidamente triangulados y unidos por un tablado semicilíndrico -manto de
la cimbra-.
El relevo lo tomaron entonces las basílicas paleocristianas construidas en territorio del imperio du-
rante los siglos IV-VI, que llevaron a cabo el mayor desarrollo de este tipo de estructuras antes de
que se perdieran en la época de las invasiones bárbaras.

Basílicas paleocristianas
La basílica paleocristiana, que había tomado su tipo
de la basílica romana, conservó la estructura vista de
madera como medio para cubrir sus naves, también
cuando en Roma llegaron a imponerse las bóvedas de
piedra. Esto permitía una serie de particularidades
expresivas responsables de la creación de un nuevo
tipo arquitectónico propio del cristianismo; el hecho
de que estos ligeros armazones no transmitieran em-
pujes a los muros hacía posible entender los muros
como paredes mínimas llenas de ventanas y apoyadas
sobre columnatas articuladas, incapaces de absorber
esfuerzos distintos a los gravitatorios. Sin ser nuevo
este sistema, sí hay que destacar las aportaciones de-
terminantes de su evolución debidas a estos edificios.
Las cerchas empleadas en la nave central tenían siem-
pre dos vertientes, y fueron fundamentalmente de dos
tipos: de simple y de doble pendolón.

Las primeras contaban con un solo jabalcón -pieza inclinada- a cada lado del pendolón -pieza que
unía verticalmente los tirantes con la parte superior de los pares-. Con este ingenioso sistema, el pen-
dolón recibía una tensión vertical contraria a la gravedad, que se aprovechaba para aliviar la flexión
natural del tirante. En muchos casos el tirante se constituía por dos palos que marchaban paralelos,
cuya separación quedaba determinada por el grosor de los pares y del jabalcón, que quedaban por
tanto aprisionados entre los dos elementos.
Las segundas tenían dos pendolones que trabajan a
compresión y descargaban en el tirante dividiéndolo en
tres partes iguales en su longitud; además se establecía
un atirantamiento interno mediante un puente o ele-
mento horizontal que unía los pares de la armadura
justo en el punto de arranque de los pendolones, punto
que solía localizarse a un tercio de la altura del arma-
zón.

En todos los casos, la armadura entregaba la carga al muro a través de una zapata prolongada que
acortaba la luz de flexión del tirante. Aunque la mayoría han sido ya ocultadas con artesonados pla-
nos, estas estructuras se decoraban profusamente con pinturas de colores brillantes y dorados, y ade-
más servían para colgar de ellas las lámparas.

La nave central de la primera basílica de San Pedro,


de 24 m de ancho, lucía armaduras de simple pendo-
lón. Además, las naves laterales de esta misma basíli-
ca estaban formadas por medias armaduras con una
pieza inclinada o tornapunta, con lo cual ya a finales
del s. IV se tenían todos los elementos de las armadu-
ras trianguladas, y apenas habrá perfeccionamientos
posteriores.

La mejor estructura de cubierta, por sus di-


mensiones y su organización, debió de ser la
de San Pablo Extramuros, destruida por el
fuego en 1823 y reconstruida con fidelidad al
original en 1854. Su nave central estaba re-
suelta mediante armazones de doble pendolón
con puente, doble atirantamiento y apoyos
sobre zapatas saledizas.
Baja Edad Media
Con la caída del imperio y la ruralización de la sociedad, la transmisión de la tradición constructiva
fue muy irregular, sobre todo en los comienzos de la Edad Media. A veces se observa incluso la in-
tención de imitar formas constructivas sin comprender su funcionamiento, de manera que se produ-
cían obras menos audaces y más toscas.

Un ejemplo paradigmático lo constituye la iglesia


de San Juan de Baños de Cerrato (s. VII). Como
ya había quedado instaurado desde la cultura gre-
corromana en los templos y otros edificios mo-
numentales, la madera quedaba reservada para la
cubierta, de doble vertiente. La estructura leñosa
que la soporta responde solo aparentemente a la
tipología de pares y tirantes.
Las cabezas superiores de los pares son recogidas
por una hilera, también de madera, que se sitúa
bajo la cumbrera de la cubierta, pero las inferiores
descargan directamente en el muro, que debe ha-
cer frente a los empujes (no muy grandes, pues la
cubierta es ligera) con el peso de sus sillares.
Los supuestos tirantes horizontales no cierran el
armazón; de hecho, se colocan solo bajo los pares
alternos.
Su función es más bien la de arriostrar la corona-
ción de los muros de la nave central.

Las primeras iglesias románicas tampoco presentan grandes aportaciones.


Los caballetes de cubierta son muy simples y cuando hay triangulación se debe más bien a la necesi-
dad de acoplar las pendientes a la coronación de los muros de las naves, sin que sea posible asegurar
que se debiera al conocimiento de la indeformabilidad del triángulo y sus ventajas. En algunos casos
las vigas se colocan paralelas al eje de la nave, lo que requiere una mayor compartimentación trans-
versal del espacio aunque con ello se eliminaban prácticamente los empujes laterales.
Pero llegó el momento en el que se sustituyeron, de manera generalizada en toda el área geográfica
de influencia románica, las cubiertas de madera por las bóvedas de piedra, en lo que constituyó la
auténtica revolución románica en el ámbito de la construcción.
De esta forma, la madera desaparecía prácticamente de las cubiertas de los templos, después de un
largo camino continuador del que se había iniciado ya en los templos griegos, y que tuvo su mejor
momento en la época de las basílicas paleocristianas.
Cultura musulmana
Merece la pena detenerse en algunas consideraciones acerca de las mezquitas, pues el resto de edifi-
caciones, especialmente las residenciales, apenas aportan algo a lo ya expuesto sobre viviendas en
zonas desérticas.
El problema propio planteado por la arquitectura religiosa islámica era el de cubrir una gran superfi-
cie con un techo horizontal, que debía mantener en la medida de lo posible la misma altura en todos
sus puntos. Frente a la disposición jerárquica de las naves de la basílica cristiana, la mezquita debía
expresar la indiferenciación de todo musulmán postrado ante Alá.
Pero al mismo tiempo esa cubierta horizontal debía encontrar la forma de evacuar el agua de lluvia,
de manera que optaron por colocar “acueductos romanos” paralelos a la distancia conveniente, cuyas
columnas, por tanto, y a diferencia de los templos griegos, ya desde el principio fueron de piedra, en
ocasiones traídas de otros edificios.
Entre los acueductos montaron los caballetes de madera que ya conocían a través de las basílicas
sirias de tradición constructiva romana.

Los armazones de la Gran Mezqui-


ta de Damasco, por ejemplo, sepa-
rados unos de otros 1,80 metros,
constan de un tirante formado por
vigas pareadas de 12 metros de
longitud y pares con una vertiente
de 45º; el conjunto está triangulado
con los montantes y jabalcones
correspondientes. Cada armazón se
apoya en unas zapatas conformadas
por unas ménsulas de madera que
vuelan un cuarto de luz de la viga,
cuyo trabajo a flexión queda nota-
blemente reducido. Las correas
horizontales que descansan sobre
los caballetes se encuentran muy
próximas entre sí, de manera que
constituyen un denso arriostramien-
to.

Entre los edificios civiles, la Alhambra siempre constituye una referencia cer-
cana e imprescindible. En cuanto a las cubiertas hay poco que decir: no hay
grandes luces y la madera se limita a conformar unas pendientes uniformes so-
bre las complejas estructuras decorativas tan bien conocidas. Sí es más relevante
el empleo de vigas de madera para la formación de forjados de pisos, cuyas ca-
bezas son recogidas por vigas de cajón hechas con tableros de madera, confor-
mando así unas vigas aligeradas que apoyan sobre elementos verticales de ladri-
llo unidos por los correspondientes arcos y celosías; estas vigas huecas demues-
tran ya la existencia de conocimientos acerca de los tipos de solicitaciones.

Por último, es de destacar la formación de cúpulas con armazones de madera. La Cúpula de la Roca
consta de un doble entramado de madera rigidizado por una tablazón continua, según la técnica car-
pintera de los cascos de los barcos; la cubierta que la rodea se resuelve mediante caballetes colocados
radialmente, a la manera de las naves laterales de las iglesias cristianas.
Edad Media
El gran avance que se produjo en la construcción medieval se debió fundamentalmente al progreso
que experimentó la carpintería. Son los carpinteros los que, mediante su técnica, permitieron poco a
poco la recuperación de la cercha, con la que se posibilitaba el crecimiento del edificio en las dos
dimensiones de la planta. De momento se comenzó con la forma más básica, que consistía en los
pares que conformaban la cubierta y una tabla que, a tracción, estabilizaba el conjunto a la altura de
la base de la cubierta.
El desarrollo del oficio permitió construir obras espectaculares de hasta seis y siete plantas, o edifi-
cios en los que se trabajaba de forma magistral el voladizo como el Ayuntamiento de Esslingen
(Alemania, 1430), de seis alturas.
Llegó a constituirse una disciplina general que abarcaba tres grandes grupos de artesanos: los que
trabajaban la carpintería de lo prieto, que eran construcciones mediante piezas de gran escuadría sin
refinar para obras temporales; los carpinteros de lo blanco, que realizaban construcciones con piezas
de pequeña escuadría, bien trabajadas y decoradas, y era el grupo más especializado; y los carpinte-
ros de ribera, que se dedicaban casi exclusivamente a la construcción naval, aunque parte de sus téc-
nicas debieron pasar a los carpinteros de lo blanco.
En España, las ordenanzas de los gremios de artesanos existían desde la época de Alfonso X; la pri-
mera ciudad que se decidió a recopilarlas fue Toledo en 1443, y a partir de entonces se recopilaron
otras como las de Sevilla, Granada o Madrid, estas últimas a cargo de Juan de Torija en 1661.
Las ciudades medievales Lo más probable es que la mayoría de las viviendas urbanas del periodo
medieval estuvieran construidas con madera, y quizá sea ésta la razón de que no hayan perdurado
hasta nuestros días. También de este material debían ser los conventos y viviendas situados en el
interior de los castillos.
Entre los ejemplos más significativos
de viviendas tradicionales de madera
con orígenes o antecedentes medieva-
les está la casa de labranza eslovaca
(Kysuce y Orava, Eslovenia), vivienda
construida con troncos de abetos de las
montañas dispuestos horizontalmente,
y juntas selladas con mortero, forman-
do muros que se apoyan en cimientos
hechos con piedras del mismo terreno;
la casa rumana, también típica de re-
gión montañosa en la que abunda la
madera, se soluciona de forma similar;
en cambio en Hungría, donde escasea
la madera, se recurría a paredes de
albañilería, reservando la madera para
suelos, techos y vallas.
En Suiza, en la casa de labranza bearnesa, igualmente resuelta en madera sobre una base de piedra,
los muros soportan una gran estructura de cubierta de par y nudillo con jabalcones, con grandes ale-
ros que protegen balcones y paredes.
Ejemplo de esta conexión con las primeras casas urbanas medievales es también la casa de labranza
alsaciana, con una estructura de madera visible en la fachada y material de relleno, y con un plan-
teamiento constructivo similar al de la Granja Berkshire (Inglaterra), aunque la primera se distinga
por la cubierta a dos aguas típica de la vivienda rural.
Aunque con algunos ejemplos urbanos, las últimas referencias apuntadas son en su mayoría vivien-
das permanentes de carácter rural. Los habitantes que poblaban las ciudades venían del campo, traían
consigo sus costumbres y, lógicamente, sus hábitos y técnicas constructivas. De esta forma, la casa
rural de madera llegó a la ciudad. Sin embargo, la extrapolación de estas técnicas del campo a la ciu-
dad provocó algunos importantes conflictos que comenzaron a marcar el declive de la utilización
masiva de la madera.
En primer lugar, su utilización se condicionaba como siempre a la disponibilidad del material; el
ámbito limitado de los grandes bosques, junto a la tala indiscriminada que caracteriza gran parte de
su historia, provocó la escasez y sustitución de la madera como material estructural.
En segundo lugar, y factor decisivo, la acumulación y en algunos casos hacinamiento de las vivien-
das de madera en las ciudades no contó con el que iba a ser su gran enemigo: el fuego.
Inicialmente, no era necesario que los edificios estuvieran pegados unos a otros (no existían proble-
mas de suelo), pero con el paso del tiempo motivos defensivos y económicos condujeron a una pau-
latina agrupación y compactación del incipiente tejido urbano.
Los edificios que han resistido el paso del tiempo lo han hecho de forma aislada, y son casi siempre
ejemplos de construcciones con materiales pétreos que datan del s. XI en adelante.
A pesar de ello, Schoenauer (1984) formula una descripción bastante aproximada de dos prototipos
diferentes, ambos con importante uso de la madera.

La casa con techo a dos aguas era una vivienda muy modesta, con
sótano y dos alturas y un ático resuelto con el caballete de la cubier-
ta, que probablemente serviría de almacén. Entre los maderos que
conformaban y sujetaban las paredes del edificio se introducía un
relleno de argamasa, formado por arena y arcilla sobre una apretada
trama de tallos entretegidos, y aplicado por las dos caras. Si los ma-
deros estaban más espaciados, el entramado se densificaba con listo-
nes de madera.

El otro prototipo es la vivienda-torre, solu-


ción provocada para hacer frente de forma
individual a las continuas agresiones que se
producían. El desarrollo de la vivienda se pro-
duce en altura (4-5), y era frecuente que las
primeras plantas se resolvieran con piedra y las
últimas con estructura de entramado de made-
ra.

Pero hay más tipos, mucho más sencillos


que han perdurado hasta nuestros días, aun-
que siempre en medios no urbanos. La casa
típica del campesino de las zonas rurales
del este de Europa es la isba, vivienda cons-
truida con gruesos troncos de madera. For-
malmente ha cambiado muy poco desde la
Antigüedad, constituyendo una estancia
única casi sin muebles; más recientemente,
algunas incorporaron un piso superior que
se utiliza como dormitorio.
Forjados de pisos y estructuras horizontales La madera ha sido material casi exclusivo para la estruc-
tura de los forjados horizontales hasta el s. XIX. Su capacidad para trabajar a flexocompresión, junto
a su accesibilidad, han sido, sin duda, los factores determinantes.
Colocar maderos, más o menos juntos, sobre la coronación de dos paredes separadas, no requiere
ninguna ciencia, de ahí que esta estructura se encuentre ya en las primeras viviendas de la antigüe-
dad. Conforme la distancia entre las paredes se hacía mayor, era preciso recurrir a distintos órdenes
de maderos, y así nacieron los sistemas de vigas y viguetas, con lo que resultaban soluciones más
económicas.
Puesto que el momento resistente de las secciones requeridas aumenta con el cuadrado de la luz sal-
vada, crear distintos órdenes implicaba reducir el número de vigas de gran escuadría, difíciles de
obtener y de manejar.

Es necesaria una mención a la solución más clásica de toda la car-


pintería desde la Edad Media en adelante: el artesonado, forjado de
piso compuesto por vigas de madera acodaladas a intervalos regula-
res, formando recuadros que solían enriquecerse con molduras. En-
tre todos los ejemplos posibles, puede mencionarse el techo de la
catedral de Pisa o el del Salón del Trono de la Aljafería de Zaragoza;
en este último caso, el pesado artesonado parece estar soportado por
esbeltas columnillas al borde de un balcón perimetral.

Cubiertas. La carpintería de armar medieval


Si analizamos las soluciones utilizadas para la cobertura de los edificios durante la Edad Media, ci-
ñéndonos a Europa y especialmente al área de influencia mediterránea, se pueden distinguir tres
planteamientos desde un punto de vista estructural y constructivo:
•Sistemas planos o adintelados, mediante elementos lineales que se apoyan en los muros, y que pue-
den adoptar varias disposiciones:
- alfarjes, si son horizontales
- colgadizos, si son inclinados
- enmaderados, sobre arcos diafragma
•Armaduras de pares, sistema en el que las cargas de la cubierta son recogidas directamente por pares
o maderos inclinados, muy próximos entre sí, y transmitidas por éstos a los apoyos.
•Armaduras de cerchas y correas, en el que las cargas son recogidas por maderos horizontales -
correas- que las transmiten a cerchas relativamente distantes entre sí. En función de la luz y de la
época de la cercha y su tecnología, pueden adoptar múltiples disposiciones, desde dos pares y un
tirante a sistemas o entramados perfectamente triangulados.
Los sistemas planos o adintelados son más habituales en zonas de influencia islámica o en Asia, es
decir, en zonas donde la madera no era abundante y, por ello, con una mayor tradición carpintera.
Cuando se utiliza la madera, esta se limita a techos (alfarjes) planos que trabajan exclusivamente a
flexión. Sirva como ejemplo el techo que originalmente tuvo la mezquita de Córdoba, que quedó
oculto y parcialmente destruido cuando se embovedó totalmente el edificio, de 1713 a 1723.
El sistema de pares consume más madera que el de cercha y correa, pero necesita escuadrías menores
(más fáciles de conseguir, transportar y trabajar en obra); además, la mayoría de las uniones trabajan
a compresión –en las cerchas hay barras a tracción-, que era lo más adecuado en las épocas en las
que las uniones carpinteras no estaban muy desarrolladas. Este sistema puede tener antecedentes en
las armaduras bizantinas. El problema de los empujes horizontales fue resuelto de muchas formas. La
más elemental fue la denominada armadura de par e hilera, que enfrentaba parejas de maderos e in-
terponía un madero horizontal o hilera que recogía la parte superior de todos ellos; de esta forma se
proporcionaba estabilidad transversal al conjunto y se reducían ciertamente empujes. No obstante,
este sistema, sobre todo si las luces eran grandes, debía ser complementario de algún otro más eficaz
con las fuerzas horizontales. Uno de ellos consistía en que la parte inferior de los pares, en lugar de
entregar la carga directamente al muro lo hiciera a un madero o estribo dispuesto horizontalmente
sobre el muro y que debía trabajar a flexión; el estribo de un faldón era conectado con el del opuesto
mediante los travesaños de los testeros, que eran solicitados a tracción, pero no era extraño que ade-
más fuera necesario colocar algún tirante más intermedio. Otro sistema era el de las armaduras de par
y nudillo, que conseguía una unión de cumbrera mucho más rígida. Pero sin duda el modo más eficaz
de anular los empujes sobre el muro fue el del tirante horizontal en la base de los pares, sistema
complementario de todos los anteriores con el único inconveniente de que entorpecía la visión de la
cubierta cuando ésta se construía y decoraba con la intención de ser vista, cuestión no despreciable
por cuanto fue uno de los motivos que impulsó el desarrollo y difusión de la armadura de par y nudi-
llo.
El sistema de cerchas, heredero de la tradición constructiva romana, se recuperó para la arquitectura
civil en el Renacimiento, pues la madera había desaparecido de la religiosa ya en los principales
templos románicos, salvo en las sobrecubiertas. La pendiente que definían se adaptaba a las necesi-
dades estructurales y era, por tanto, mayor en centroeuropa e Inglaterra (en torno a 60º) que en los
países mediterráneos. La mayor pendiente aumentó los problemas de estabilidad en el plano del cu-
chillo (exigiendo tirantes que eliminaran el empuje de los pares y la apertura de los muros) y en el
perpendicular (que necesitaba arriostramientos).
España
La solución de la época en España se basó fundamentalmente en la utilización repetitiva de los dos
pares y un nudillo, y sendos estribos horizontales a los lados, que recibían la carga de los pares. El
nudillo era una pieza horizontal que unía los pares a dos tercios de su altura, aproximadamente, de
forma que reducía su flecha mientras trabajaba a compresión. Los extremos superiores de los pares
se conectaban entre sí a través de la hilera que, con la ayuda de la tablazón, rigidizaban y daban esta-
bilidad horizontal al conjunto. Además, los testeros solían cerrarse con planos inclinados; se caracte-
rizaban sobre todo por la duplicación de la lima o arista de intersección de los paños de la cubierta,
que reciben el nombre de líneas moamares, y que permitieron el ensamblaje de los maderos en el
suelo y la introducción en ellos del lazo, así como la ejecución de cada plano de forma independien-
te, constituyendo uno de los primeros ejemplos de prefabricación. Una vez cubierta con la tablazón,
la armadura de par y nudillo presentaba tres planos visibles desde el interior: los dos faldones y el
plano horizontal correspondiente a los nudillos, denominado almizate; de ahí que a esta solución
también se le llame armadura a tres paños.
En la España de los siglos XIII y XIV, se pueden distinguir dos técnicas en la introducción del lazo:
El ataujerado, más habitual en zonas de influencia musulmana, en el que la armadura y el lazo son
independientes. El lazo se ejecuta sobre paneles de madera que luego se clavan a la propia armadura,
como ocurre en el Salón de Comares de la Alhambra de Granada.
El apeinazado, más habitual en la zona cristiana, en el que a los elementos estructurales (pares, nudi-
llos y peinazo -si es que existen éstos últimos-) se les hacen las entalladuras necesarias para que con
la ayuda de los taujeles formen el dibujo del lazo. Este es el caso de la Catedral de Teruel (s. XIII) o
del Real Monasterio de Las Huelgas (Burgos, ss. XIII y XIV).
La expulsión de los moriscos en 1609 afectó seriamente a la continuación de la tradición carpintera
que anunciaba ya una lenta decadencia.
Sin embargo, una feliz integración de estructura y ornamento, facilitada por el paso de las armaduras
de par e hilera atirantadas a las de par y nudillo, explican no solo la pervivencia de la carpintería his-
panomusulmana, sino la adopción de los nuevos conceptos renacentistas que circulaban ya en el s.
XVI, como el que dio lugar al empleo de techos con casetones o artesonados.
Muros y cerramientos:
El entramado de madera Antes del siglo XVIII los ladrillos sólo se fabricaban en cantidades relati-
vamente pequeñas y el transporte era caro y complicado, por lo que estaban al alcance de muy pocos
privilegiados.
Por otro lado, la utilización de la piedra, limitada a las zonas en las que había disponibilidad, era un
material que por su difícil extracción y también costoso transporte se reservaba para edificios cívi-
cos, religiosos y grandes mansiones. Por ello, en las zonas rurales, especialmente del norte y del cen-
tro de Europa, el material disponible era la madera. Las casas se construían mediante paredes de
troncos ensamblados por almohadón en las esquinas.
En las áreas urbanas, la utilización de la ma-
dera resultaba algo más compleja dada la
complicación del transporte de la materia
prima, por lo que se desarrolló un sistema de
entramado que reducía el uso de la madera a
un armazón que consumía en torno a un 60%
menos de madera que una casa de troncos.
Las paredes se formaban mediante una serie
de maderas serradas verticales y horizontales,
entrelazadas, reforzadas con abrazaderas dia-
gonales o curvadas, y se combinaban con vi-
guetas o cabios para componer el armazón
primario. Los espacios no destinados a huecos
se rellenaban con paneles de barba de pez y
de argamasa basta, de listones y yeso, ó de
ladrillo. Y los tejados se cubrían con bálago, tejas o tableros de madera.
En la mayoría de estas casas, los postes y montantes verticales, así como las peanas, los umbrales y
los travesaños horizontales quedaban vistos, y las casas se llamaban de entramado medio.

Posteriormente, un gran número de casas se re-


cubrió con tableros horizontales de madera (re-
vestimiento con tablas solapadas o puestas en
tingladillo o tablas de chilla) para proteger el
relleno de los cerramientos y para mejorar sus
prestaciones aislantes.
El vasto relleno con el que se densificaba la tra-
ma de maderos de los muros en las viviendas
urbanas pronto se vio mejorado por mamposte-
rías o fábricas que, además de permitir la elimi-
nación de entramados vegetales o de listones,
evitaron los daños que producía la solución ante-
rior a su desecación, con contracciones y torsio-
nes que generaban fisuras y grietas, y mejoraron
las condiciones aislantes. Las fábricas de ladrillo
permitían además componer y decorar mejor las
fachadas.
Por citar algún ejemplo, la vivienda de Frederik Jacobsen Brun
(Oslo, Noruega, S. XVII) está formada por una estructura de en-
tramado de madera de dos alturas rellena con paneles de ladrillo
dando a la calle, y un portalón que da acceso a un patio interior en
torno al que se desarrolla la vivienda y una serie de construcciones
agrícolas (talleres, establo, granero y henil) también de madera.

Vivienda Oriental
La vivienda oriental tiene una serie de características comunes y constantes válidas en un amplio
ámbito. Schoenauer (1984) establece que la vivienda, desde África al lejano Oriente, pasando por el
Cercano Oriente y la India, es una clara respuesta al carácter y filosofía de su gente. Son edificios
introvertidos, volcados en muchos casos a un espacio central privado y abierto (patio) en torno al
cual se organiza la vida.
En el patio se pretende crear un pequeño microclima que permita soportar las habitualmente duras
condiciones climáticas, al tiempo que preservar la intimidad familiar de la vida social. Se huye de la
ostentación exterior y se fomenta la riqueza interior reflejada en una cuidada decoración.
En Ahmadabad (India) ciudad fundada en el año 1411 a.C., hay constancia de que sus casas típicas
estaban construidas mediante muros de carga de ladrillo y suelos y techos de madera; las columnas,
soportes, barandillas, puertas y ventanas, también de madera, estaban adornadas con preciosas tallas.
China
Hasta que la cultura occidental influyó y modificó el diseño de las viviendas chinas en la primera
mitad del Siglo XX, la tradición y la filosofía popular caracterizaron estas construcciones en las que
la madera jugó un papel protagonista.

Arquitectura china tradicional.

La casa típica de Pekín es un complejo amurallado formado por varios edificios que rodean uno o
más patios ajardinados. El patio es el corazón, el centro vital de la vivienda -patio en chino es t’ien
ching, que literalmente significa “regalo del cielo”- que proporciona luz, aire y agua de lluvia. La
organización del conjunto es similar a la estructura familiar china, de tipo extensiva y basada en los
principios de Confucio: patriarcal y patrolocal.
Las murallas perimetrales tienen de 3 a 4 m de altura, y eran de mampostería, estucadas y cubiertas
de tejas.
Tradicionalmente la casa pequinesa tenía una estructura de columnas y vigas de madera, con cerra-
miento de ladrillo.
Cada edificio se construía sobre una plataforma de tierra apisonada y ligeramente elevada del nivel
del suelo; en casas adineradas la plataforma se cubría de ladrillo. Sobre la plataforma se apoyaban las
columnas de madera, encajadas en bases de piedra tallada o en discos de bronce en forma de domo,
para protegerlas de la humedad del suelo.
Las columnas soportaban una viga-dintel paralela a la fachada de la casa, y mediante un sistema de
vigas escalonadas se conseguía la crujía deseada.
Pequeños postes auxiliares soportaban un entramado de vigas transversales secundario; el número de
estos postes y vigas dependía del ancho de la crujía, que también determinaba la altura y curvatura
del techo.
La acción de poner el techo (cubrir aguas) era un acto celebrado con una pequeña ceremonia en ho-
nor del dios patrono de los carpinteros, de quien cuenta la leyenda que logró construir un pájaro de
madera tan perfecto que se mantuvo en el aire durante seis días.

Beijing (La ciudad Prohibida) vivienda en el campo

Otro ejemplo significativo de la construcción


tradicional china es el de sus templos. El Tem-
plo de Cielo (Pekín, China, 1420) es un edificio
de estructura de madera sobre una base de pie-
dra con decoración de mármol y cubierta de
teja cerámica esmaltada. Tiene 38 m de altura y
un diámetro interior de 30 m. La estructura de
madera tiene tres niveles de columnas dispues-
tos en dos anillos concéntricos. Tanto el exte-
rior como el interior están profusamente deco-
rados.
La configuración del templo, su relación con
los demás edificios y su posición dentro de la
ciudad son todos ellos factores que se estable-
cen en armonía con las fuerzas divinas y natu-
rales.
Japón
Desde tiempos remotos la construcción tradicional japonesa se caracterizó por la utilización de la
madera. Los ejemplos contrastables en la actualidad no son, sin embargo, de carácter residencial y,
como en otras culturas, los que han sobrevivido al paso del tiempo son edificios singulares.

Los santuarios sagrados de Ise


Jingu (Bahía de Ise, Japón, s. II)
se han conservado en perfectas
condiciones hasta nuestros días
por el hecho de que el recinto
sagrado, vedado al público, se
demuele cada veinte años alter-
nando el lugar en que se recons-
truye, y permitiendo que tres ge-
neraciones sucesivas de artesanos
carpinteros lleven a cabo la re-
construcción.
Al templo se accede a través de
un pórtico cubierto o shoden que
rodea todo el edificio. Todas las
columnas son redondas y van em-
potradas en el suelo con una pro-
tección metálica, similar a la que se coloca en la cabeza de las vigas para protegerlas de la humedad
y que además sirve como elemento decorativo. Se utilizan siempre grandes secciones y complejas
uniones carpinteras. Los muros están formados por planchas de madera acopladas horizontalmente y
alojadas en rebajes de los postes verticales. La cubierta es vegetal y se caracteriza por una cumbrera
compuesta de listones que se apoya en dos pilares centrales de ciprés, y por el singular cruce en tijera
de los pares situados en los extremos de las naves que deriva de un método de unión empleado en la
carpintería tradicional japonesa. Todo el recinto sagrado interior está protegido por cuatro vallas
concéntricas también de madera.
Pero las circunstancias son similares en el caso de las viviendas, y se puede afirmar que la influencia
de la construcción tradicional china en la arquitectura residencial japonesa es determinante. Así lo
reflejan la asimilación de la estructura de columnas y pilares con artesonado, el techo acartelado en
lugar de triangulado, y la elevación del piso de madera sostenido por columnas bajas sobre cimientos
de piedra.
Sin embargo, mientras que la arquitectura continental buscaba más la agrupación de sus edificios y
una respuesta algo más cuidada y decorada hacia la calle, la austeridad de la vivienda japonesa al
exterior llega a grado sumo. Al mismo tiempo, el clima más duro de las islas, con veranos calurosos
y húmedos e inviernos fríos y secos provoca una menor densificación del espacio y grandes aberturas
que permiten la ventilación.
Uno de los ejemplos clásicos de edificios residenciales es la Villa Katsura (Kyoto, Japón, 1620-
1658), de estilo shoin, construida para descanso y retiro de una rama colateral de la familia imperial,
a finales del siglo XVII.
Su estructura es de madera y las habitaciones están cubiertas con esteras de paja o tatami. Todo el
edificio está como siempre elevado con respecto al terreno y todos sus elementos de madera están
cepillados o bruñidos para acentuar sus cualidades naturales, con excepción de algunas columnas
exteriores sin descortezar.
Edad moderna
La colonización de América
Habíamos dejado occidente en un momento de transición entre la Edad Media y el Renacimiento, en
el abandono del Gótico y la recuperación y perfeccionamiento de las artes clásicas, y bajo una cir-
cunstancia trascendente y determinante: el descubrimiento del Nuevo Mundo.
La colonización de América, en lo que a la tecnología de la construcción se refiere, provoca la expor-
tación de los sistemas constructivos europeos al nuevo continente. En el caso de la madera, abundan-
te y con magníficas prestaciones especialmente en América del Norte, es utilizada por los colonos
que se extienden por el territorio y dejan ejemplos como los de Massachusetts (1636) o Nueva Ingla-
terra (edificio de la Bolsa, 1651).

Jackson House. Portsmouth (EEUU). 1664

El cono sur, de colonización española y portuguesa, incorpora la arquitectura colonial propia de una
cultura más mediterránea, y un uso menos masivo de la madera. Por ello donde se producen realmen-
te los avances de la técnica maderera es en el norte. Los nuevos pobladores, aprovechando la abun-
dancia y bondad del material, incluso reproducen con madera técnicas y estilos continentales utiliza-
dos en edificios de piedra.
Pero es realmente con la incorporación de la industria cuando evoluciona y progresa el sistema. Los
aserraderos proporcionan planchas, tableros y tablas de diferentes escuadrías y, ya en las primeras
décadas del siglo XIX, los americanos dominan la fabricación mecanizada de los clavos, hasta en-
tonces de elaboración absolutamente artesanal (se hacían a mano, uno a uno).
Así surgen las técnicas americanas de estructura en globo (Ballon Frame) y estructura en plataforma
(Platform Frame). La primera consiste en postes verticales, de longitud igual a la total del edificio
(en general, dos plantas), que van de la solera hasta una carrera superior o estribo en la que se apoya
una cubierta compuesta por caballones. El armazón se reforzaba mediante tablas diagonales que lo
rigidizaban, y finalmente se recubría por otra capa de tablas verticales u horizontales que acababan la
fachada.
Los pisos se apoyaban en una serie de viguetas laminadas que se unen a los postes de los tabiques
verticales.
El sistema plataforma se diferencia del anterior en que la longitud de sus elementos verticales co-
rresponde sólo a la altura de un piso, siendo el suelo -la plataforma- de cada una de las plantas la que
sirve de base para la construcción del piso siguiente.
La consolidación de ambos sistemas se produce con la aparición de las primeras sustancias protecto-
ras de la madera, que aportan a un material versátil y económico, con una tecnología muy desarrolla-
da, la posibilidad de mantener y conservar los edificios mejor y más fácilmente.

De la Edad Media a la Revolución Industrial


Como ya se ha ido comentando, el Renacimiento y el Barroco no trajeron grandes aportaciones en el
campo de la carpintería, sino que más bien se dedicaron al perfeccionamiento de las técnicas ya co-
nocidas.
En cuanto a las cimentaciones, se generaliza un afán por economizar que conduce al empleo de em-
parrillados como sustitución de pilotes en terrenos de apoyo deficientes. A partir del s. XVIII fue,
además, recomendado por gran parte de los tratadistas, pero los resultados solo eran aceptables con
edificios de pequeña entidad; algunos organismos oficiales de la Administración Francesa llegaron a
recomendar a los empresarios que, en lugar de hacer cimentaciones muy profundas, colocaran plata-
formas de madera bajo los edificios.
Se observa, además, un progresivo abandono de la utilización de sistemas de madera en cubiertas de
templos y edificios nobles, posiblemente por el temor al fuego. Así, el trabajo más común de los car-
pinteros de los ss. XVII y XVIII fueron las bóvedas encamonadas, que consistían en un conjunto de
armazones resueltos a modo de costillar, en el que se clavaba un entablado ligero o un cañizo que iba
a servir de soporte a un revestimiento generalmente de yeso, acabado que permitía incorporar cual-
quier tipo de molduración realizada con el mismo yeso. La enorme libertad de diseño que daba a los
arquitectos esta solución destacan unos cuantos del s. XVII (López de Arenas, fray Andrés de San
Miguel, fray Lorenzo de San Nicolás y Rodrigo Álvarez), todos ellos herederos de la tradición his-
panomusulmana, aunque también aportan, en mayor o menor medida, enseñanzas basadas en las téc-
nicas clásicas para cubrir edificios.

El citado De L’Orme ideó una armadura que permitía alcanzar


grandes luces con maderas de pequeña escuadría para hacer
frente a la escasez y carestía de este material; el cordón infe-
rior, que formaba un arco sobre el que se apoyaba la techum-
bre, estaba compuesto por pequeñas tablas colocadas de canto
siguiendo la curva del intradós; para aumentar su resistencia,
en realidad cada arco tenía tres capas de tablas puestas de cara
unas contra otras a rompe junta; los arcos iban espaciados de
0,66 a 1 m. Este invento tiene su importancia porque puede
considerarse como antecedente de las armaduras de madera
laminada que aparecieron en el s. XX.

Invenciones en Madera, de Philibert de l’Orme (1561)


Pero aparte de este caso singular, hay que resaltar el papel que desempeñaron el resto de tratados
para que no se perdiera la sabiduría carpintera en una época que apenas se preocupó de avanzar en
esa dirección, y que incluso tendían a ocultar con yeso pintado los trabajos de madera. Los textos de
Jousse o López Arenas no tratan de innovaciones, sino que se empeñan por transmitir una tradición
heredada al describir, partiendo de planos y esquemas, los procesos de ejecución y tipologías de ar-
maduras que se han estado ejecutando en Centroeuropa desde, al menos, el s. XIII.

Aunque suponga dar un salto de cuatro siglos, hay que consignar aquí otro
sistema que se sitúa en clara continuidad con el de De L’Orme, que es el de-
bido al coronel francés Emy. En él, las tablas no se colocaban de canto, sino
en plano, superpuestas unas a otras y curvadas mediante pernos y estribos,
formando arcos separados 3 metros entre ejes; en la actualidad se aplica este
sistema a construcciones temporales (como pabellones de muestras), reali-
zando las uniones entre láminas mediante bridas metálicas con la intención
de facilitar el desmontaje.

La necesidad de dar mayor altura a los edificios


para disponer de más metros cuadrados de vivienda
por metro cuadrado de suelo, obligó a los arquitec-
tos y constructores a diseñar un método constructi-
vo rápido y fiable con el que fueran mejor aprove-
chadas las propiedades mecánicas del material. Este
método se conoce como “Fachwerkhäuser” o media
madera, por la tipología de encuentro que utiliza y
su presencia fue muy importante en la Europa Cen-
tral y Septentrional, desde el Siglo trece al dieci-
ocho.
El método de unión a media madera ponía especial interés en la protección exterior de la madera,
por consideraciones constructivas, tales como retranqueos y aleros, con un tipo de estructura adinte-
lada y arriostrada, en la que los huecos eran rellenos de mampostería o cualquier obra de fábrica.
Es razonable este interés por la preservación de la madera lejos de la humedad, en países donde
las condiciones climatológicas favorecen continuamente la aparición de hongos e insectos xilófagos.
Se añadía a esta protección por diseño constructivo, la protección exterior con pintura.
En muchos casos, incluso la estructura era recubierta con un revoco de cal, que cubría todo el pa-
ramento, impidiendo el conocimiento externo de la construcción. Esto suponía que la madera era
utilizada por sus cualidades mecánicas y su coste, no por otro tipo de consideraciones estéticas o
tipológicas, lo que dejaba abierto el camino a materiales, como el acero, si en algún momento llega-
ban a ser rentables.

Consecuencias de la revolución industrial


La Europa de la Revolución Industrial
El gran cambio social y tecnológico de la Europa del Siglo XVIII se produce cuando la economía
basada en el mercado local pasa a fundamentarse en una economía internacional de tipo industrial.
La Revolución surge en 1760 en Inglaterra, y se desplaza más o menos rápidamente al resto de Euro-
pa, tardando en algunos casos casi un siglo. Apoyada en la utilización del agua como fuente básica
de energía, se construyen edificios industriales, con piedra y madera, en torno a los que se localizan
las viviendas, próximas al lugar de trabajo, y en el entorno agradable de los ríos. Pero la vida cambia,
y con el traslado del trabajador del ámbito rural al urbano, éste pasó a depender exclusivamente de
un salario, perdiendo los recursos vinculados a la tierra.
Posteriormente aparece el empleo del carbón, que sustituye al agua como recurso energético, y las
redes ferroviarias, que permiten el rápido desplazamiento de las materias primas, de los productos
elaborados y de la mano de obra. De esta forma, la localización de las ciudades contempla ya otros
factores económicos y demográficos.
El empleo del vapor potencia la construcción con ladrillo -al principio-, hierro fundido y forjado y -
posteriormente- acero. Se levantan grandes estructuras para industrias, fábricas y fundiciones, y la
vida cambia de nuevo radicalmente.
Las ciudades crecen exponencialmente, sus habitantes se hacinan, se empobrecen, se envilecen, y las
infraestructuras se contemplan insuficientes para atender las necesidades básicas. Los urbanistas in-
tervienen con actuaciones que alternan éxitos y fracasos, algunos de los cuales se padecen todavía en
nuestros días. Y la vida urbana, símbolo de riqueza y libertad en la ciudad medieval, cambia tan ab-
solutamente que en el siglo XIX (en Europa; en España, ya a principios del siglo XX) se produce el
efecto contrario de vuelta al campo. Evidentemente, es entonces la clase pudiente la que abandona la
ciudad y sale de la miseria y del anonimato construyéndose casas de campo, a una distancia reducida
de la ciudad, y confirmando las ideas apuntadas por Ebenezer Howard con la propuesta de Ciudad
Jardín.
La Revolución Industrial en América
Además de las circunstancias apuntadas, la Revolu-
ción Industrial en Europa coincide también con la
disminución de los recursos madereros, por lo que
el entramado se sustituye por fábricas de ladrillo y
la madera acaba reservándose para puertas, venta-
nas, escaleras, revestimientos y artesonados, que se
beneficiaron de las nuevas técnicas.
Pero en la industria maderera en concreto, la revo-
lución o gran auge se produce donde la materia
prima es abundante, es decir en América, a princi-
pios del siglo XIX. En Chicago se empezaron a fa-
bricar clavos en serie, y con la mecanización de los
aserraderos, los armazones provisionales prescin-
dieron del trabajo artesanal de las uniones carpinteras, sujetándose los distintos elementos mediante
el clavado de los tableros horizontales sobre los montantes verticales.
Una máquina patentada por Jesse Reed en
1.807 cortaba 60.000 de estas piezas al
día. Esta metáfora del exceso, tan vincu-
lada a la cultura estadounidense, tenía su
razón de ser en un problema de costes;
para poder aprovechar al máximo las po-
sibilidades del transporte y amortizar los
gastos de la maquinaria, era necesario
construir mucho y muy deprisa.
Esta facilidad y flexibilidad constructiva
se reflejó en la gama o evolución de los
estilos, contemporáneos o de época, tanto
en América como en las colonizaciones
de Australia y Nueva Zelanda del siglo
XIX por emigrantes europeos.
No obstante, América, reflejo matizado de lo que ocurre en Europa durante los siglos XIX y XX,
también acusa la aparición del hormigón y del acero que, en lo que a edificación en altura y edificios
de carácter terciario se refiere, arrebatan a la madera la supremacía en funciones estructurales y resis-
tentes, especialmente el primero, más barato, más versátil, en principio considerado como más dura-
ble, y de carácter formáceo. El hormigón armado sumaba a todo ello unas condiciones de trabajo y
resistencia extraordinarias.
Ballon Frame y Platform Frame
"Frame" quiere decir conformar un Esqueleto estructural compuesto por elementos livianos dise-
ñados para dar forma y soportar a un edificio. "Framing" es el proceso por el cual se unen y vinculan
estos elementos.
Para definir los antecedentes históricos del Framing tenemos que remontarnos alrededor del año
1810, cuando en los E.E.U.U. comenzó la conquista del territorio, y hacia 1860, cuando la migración
llegó hasta la costa del Océano Pacifico. En aquellos años la población se multiplico por diez, y para
solucionar la demanda de viviendas se recurrió a la utilización de los materiales disponibles en el
lugar (madera), y a conceptos de practicidad, velocidad y productividad originados en la Revolución
Industrial. La combinación de estos conceptos y mateariales gestaron lo que hoy conocemos como
Balloon Framing (1830).
El concepto básico del "Balloon Framing" es la utilización de Studs (Montantes) que tienen la al-
tura total del edificio (generalmente dos plantas), con las vigas del entrepiso sujetas en forma lateral
a los studs, quedando así, contenido dentro del volumen total del edificio. Esta forma constructiva
evolucionó hacia lo que hoy se conoce como "Platform Framing", que se basa en el mismo concepto
constructivo que el "Balloon Framing", con la diferencia que los studs tienen la altura de cada nivel o
piso, y por lo tanto el entrepiso que los divide es pasante entre los montantes.
De esta manera, el entrepiso transmite sus cargas en forma axial, y no en forma excéntrica como
en el caso del "Balloon Framing", resultando en studs con secciones menores. La menor altura de los
studs del "Platform Framing" es otra ventaja de esta variante, ya que permite implementar el paneli-
zado en un taller fuera de la obra dado que no hay limitaciones al transporte, obteniendo así una me-
jor calidad de ejecución y un mayor aprovechamiento de los recursos.

Baloom Frame Platform Frame

En el sistema Platform la estructura queda fuera de los límites de suelo, pudiéndose prefabricar
fácilmente las paredes por piezas enteras, con las vigas perimetrales continuas. El sistema Balloom
por el contrario deja pasantes los montantes y prescinde de la viga de atado perimetral, apoyando las
viguetas sobre cada montante.
Estas viguetas, en cualquiera de los sistemas, pueden ser de tabla maciza o de madera laminada de
3’8 cm de espesor y 14’0, 18’4, 23’5 ó 28’6 cm de altura. Su separación habitual es 30 ó 40 cm y su
longitud entre 2’40 y 300 cm.
Los montantes son de 3’8 x 8’9 aunque existan variantes primitivas de 5 x 10 cm. Los interejes
habituales en la estructura exterior son de 40 cm pero pueden encontrarse variaciones según el tipo y
la magnitud de la carga, entre 30 y 60 cm.
En ambos sistemas, el exterior admite diversas posibilidades. Son corrientes las tablas machihem-
bradas a 45° que le confieren una rigidez adicional a la estructura pero lo normal es usar tableros de
contrachapado fenólico o un revestimiento de tabla solapada sobre una lámina Kraft y un tablero de
partículas. El trasdosado, tanto en los muros perimetrales como en los tabiques de separación, se
efectúa con paneles de cartón-yeso para reducir el riesgo de incendio.
La evolución ha sido claramente hacia la especificidad. Si en el sistema de troncos todo el para-
mento trabajaba en carga, en las estructuras de entramados la tendencia apunta a una multiplicidad de
elementos de poca sección, fáciles de transportar y de montar. De esta manera, de los pórticos de una
sola pieza con vigas o pilares pasantes, se llegó a los sistemas de nervios, tanto de plataformas con
vigas pasantes (Platform) como el de montantes pasantes “balloom frame”, donde los elementos con-
tinuos a compresión multiplican su número, reduciendo la sección y las vigas ganan resistencia por el
aumento del canto. Esta construcción por nervios supone una transición entre la construcción tradi-
cional adintelada y la construcción por paneles de las “Mobil home”.
Pero en Europa la evolución de los sistemas de nervios no ha seguido el mismo modelo industria-
lizado se siguió Norteamérica. En Europa las escuadrías se han realizado siempre en función del
elemento a construir, dentro de los márgenes admisibles para cada uno. Mientras que el método ame-
ricano supone una mayor racionalización de la fabricación, en contra de la propia construcción, pues
problemas que precisan diferente sección, deben resolverse duplicando el número de piezas. La ra-
zón de esta diferencia radica en la actualidad en el coste de la mano de obra de los técnicos, que es
muy cara, y sólo puede rentabilizarse con una productividad muy grande. Gracias a esta productivi-
dad en Estados Unidos se ha creído que, a base de racionalización sin cambiar la tecnología de la
casa americana, podría compensarse el alza del precio de la mano de obra. Esto lleva a una mecani-
zación y automatización de los elementos, con secciones iguales y piezas estandarizadas, de la mis-
ma manera que la política de costes y colonización lo impusieron en su origen.
En Europa, en cambio, se dispone de mano de obra barata suficiente, proveniente de Asia y Áfri-
ca, por lo que las empresas no han tenido necesidad de mecanizar o automatizar y se hace cada ele-
mento por separado. Puede decirse que, en este campo, Europa es el continente más adecuado para la
investigación y América para el desarrollo industrial y el control de costes. Hoy día los proyectistas
comenzaron a familiarizarnos con las nuevas técnicas de construcción en madera, encontrando en su
origen unas ideas transmitidas por la tradición, que nos abren a un campo de experimentación, no
para la aplicación posterior de otros materiales, como en un principio, sino para el propio desarrollo
de la madera.
Balloom Frame

Platform Framing
Fundación
Una opción puede ser pilotes de madera y sobre los mismos un entramado de tirantes de 2” x 8” y
2” x 6” rigidizado por placas de multilaminado fenólico.
Otras opciones pueden ser zapatas corridas, plateas de Hº Aº o pilotes de hierro, según las condi-
ciones de cada suelo y según la apariencia que busquemos al diseñar.

Paredes
Se arman con montantes cada 0,40 m y soleras inferior y superior. Dentro de los tabiques se ubica
la ailación térmica, cañerias de agua, drenajes, instalación eléctrica, cañerias de gas y sistemas de
climatización.

Fijaciones
Si bien los clavos son elementos muy simples de utilizar, se deben respetar ciertas reglas de colo-
cación que aseguren la finalidad de los mismos, es decir vincular correctamente diferentes piezas
de madera.
Elección del tipo de clavo: El clavo de alambre liso es el de mayor uso en la constrcción de madera,
pero para uniones estructurales se recomiendan los clavos estriados o espiralados, que aseguran
la fijación de la extracción lateral.
Inclinación: Los clavos se hincan de diferentes maneras según los usos,
a veces penetrando de forma perpendicular a la superficie de madera,
llamado “de cabeza” o de forma inclinada con un ángulo de 30º a 45º lla-
mado “clavo lancero”.
Espaciamiento entre clavos: La separación entre clavos, cuandoestos
deben ser utilizados en conjunto, depende de las tensiones de corte que
deben soportar. De la relación entre el espesor de la medra y las tensio-
nes que acturan sobre las piezas unidas es que se determina por cálculo,
la sección de clavos necesaria y su forma de repartirla, asegurandode
esta forma la función del clavo y la coheción en las fibras de la madera.

CLAVADO SIN PERFORA- CLAVADO CON PER-


CION GUIA FORACION GUIA
SEPARACION MINIMA ENTRE 30º Y 90º ANGULO PARA CUALQUIER
DE CLAVADO ANGULO DE CLAVADO
D ≤ 4.2 D ≥ 4.2 PARA CUALQUIER D
││ 10 D 12 D 5D
ENTRE CLA-
VOS
5D 5D 5D

││ 15 D 15 D 10 D
DESDE BORDE
CARGADO
7D 10 D 5D

││ 7D 10 D 5D
DESDE BORDE
DESCARGADO
5D 5D 3D

Ejemplo de un corte de Platform Frame
Anclaje de paredes y envigado a sobrecimiento de hormigón

Anclaje con pernos hilados


La construcción en madera en Europa tras la Revolución Industrial
La aparición de estos nuevos materiales (hierro, acero, hormigón armado y hormigón pretensado)
junto a las nuevas tecnologías y el desarrollo de la industria, marcaron el inicio de un claro declive
en la utilización de la madera.
Sólo los países en los que la madera seguía siendo un recurso fácil, económico y vinculado a la tradi-
ción constructiva permanecían parcialmente ajenos a lo que ha traído consigo el progreso.
Efectivamente, los países escandinavos, los países bajos, Inglaterra parcialmente, buena parte de
Alemania, algunos del este de Europa y, lógicamente, Estados Unidos y Canadá, mantuvieron duran-
te todos estos años una producción constante de viviendas y casas de madera, aunque de donde sí
desapareció en un alto porcentaje, como ya se ha apuntado, es de los edificios públicos, edificación
colectiva en altura y proyectos, en general, en los que los nuevos materiales altamente industrializa-
dos -que garantizaban resistencia, optimizan secciones y, al menos al principio, ofrecían durabilidad
sin un mantenimiento excesivo- aparentemente mejoraban las prestaciones de la madera.
No obstante, la carpintería de armar no desapareció del todo, y aunque reducida a casos singulares,
las nuevas tecnologías aplicadas a esta estructura obtuvieron resultados sorprendentes.
Los medios industriales permitieron considerables mejoras como el serrado mecánico, el conformado
y secado al vapor y el transporte a costes razonables a cualquier punto del globo.
Por otra parte, a mediados del s. XIX se dominaban ya los sistemas de descomposición de fuerzas
con el que se podía dimensionar exactamente cada pieza de un encaballado (recuérdese que, si bien
la triangulación como concepto funcionaba ya hacía tiempo, no siempre se le sacaba el máximo par-
tido a los repartos de solicitaciones y desde luego no se conocían las magnitudes que pudieran facili-
tar un mínimo cálculo), con lo que el desarrollo de los entramados experimentó un nuevo impulso
que se tradujo en el aumento de la luz que podían salvar.
En otros países con menor tradición maderera como el caso de España, la utilización de este material
en el sector de la construcción quedó relegada casi exclusivamente a la carpintería menor (que con
los nuevos materiales también entrará en crisis, más adelante), y a revestimientos y acabados. Esta
situación se mantuvo mientras que la investigación y las nuevas tecnologías no aportaron soluciones
y posibilidades alternativas.
Los forjados de pisos, último bastión de la estructura de madera, también abandonaron este material
desde que, en 1845, la huelga de carpinteros de París impusiera en Francia los forjados metálicos, y
de ahí al resto del mundo. Ciertamente en este campo la madera maciza había dejado de ser competi-
tiva, puesto que suponía una limitación importante en las luces: excepto en casos muy extremos, la
crujía útil de los forjados planos no debía superar los 7 metros.
Pero es justo hacer una breve referencia al desarrollo que experimentó un singular empleo estructural
de la madera, que es el de los sistemas auxiliares.
Como ya se ha comentado, las cimbras de madera ya habían sido utilizadas por las culturas egipcia y
mesopotámica, pero, sobre todo, por los romanos, que llegaron incluso a planificar el proceso cons-
tructivo a partir del empleo de una sola cimbra que era desplazada para construir las roscas de cada
arco de la bóveda. La época de la construcción de las grandes catedrales también aportó nuevas solu-
ciones, pero normalmente se fundamentaban en diseños sencillos. Fue durante la segunda mitad del
s. XIX cuando se produjo en España un impulso a la restauración arquitectónica, que suponía la rea-
lización de complejos sistemas de cimbrado y apeo, que debían contar con un conocimiento riguroso
del comportamiento de las fábricas medievales y de la transmisión de fuerzas en las armaduras de
madera. Posiblemente el sistema más singular, modelo de los posteriores, fue el ideado por Juan de
Madrazo entre 1869 y 1874 para restaurar la catedral de León. Para ello aplicó las doctrinas raciona-
listas de explicación del sistema gótico de Viollet-le-Duc, con el fin de construir un encimbrado que
no era sino la adaptación de la armadura de madera a las condiciones estructurales del sistema góti-
co, a modo de elemento neutro aplicado a la parte activa del edificio; estaba organizado a partir de un
sistema de apriete y aflojamiento lateral y dos medias cimbras que se iban juntando o separando se-
gún el eje vertical para neutralizar así los empujes laterales.
De este modo, la reconstrucción arquitectónica motivó la construcción de efímeros edificios de ma-
dera de alta complejidad en el interior de edificios pétreos en peligro.

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