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SYNODUS EPISCOPORUM

X COETUS GENERALIS ORDINARIUS

EL OBISPO
SERVIDOR DEL
EVANGELIO DE JESUCRISTO
PARA LA
ESPERANZA DEL MUNDO

Instrumentum laboris

CIUDAD DEL VATICANO

2001

© Copyright 2001
Secretería General del Sínodo de los Obispos y Libreria Editrice Vaticana.

Este texto puede ser reproducido por las Conferencias Episcopales o bajo su
autorización siempre que su contenido no sea alterado de ningún modo y que dos copias
del mismo sean enviadas a la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, 00120
Ciudad del Vaticano.
INTRODUCCIÓN

En la perspectiva de un nuevo milenio

1. Cristo Jesús nuestra esperanza (1 Tim 1,1), el mismo ayer hoy y siempre (Hb 13,8),
Pastor supremo (1 P 5,4), guía su Iglesia a la plenitud de la verdad y de la vida, hasta el
día de su venida gloriosa en la cual se cumplirán todas las promesas e serán colmadas
las esperanzas de la humanidad.

Al inicio del tercer milenio cristiano, la humanidad y la Iglesia se encaminan hacia


un futuro que trae consigo la herencia de un siglo, ya pasado, lleno de sombras y de
luces.

Nos encontramos en un momento nuevo de la historia humana. Muchos se


interrogan sobre las metas futuras de la humanidad y se preguntan cuál será el futuro del
mundo, que aparece por una parte inmerso en un dinamismo de progreso, con una
creciente interdependencia en la economía, en la cultura y en las comunicaciones, y por
otra parte todavía lleno de conflictos sociales, con amplias zonas donde crecen el
hambre, las enfermedades y la pobreza.

El inicio de un nuevo milenio pone en el centro de la conciencia mundial un futuro


por construir y con ello el tema de la esperanza, condición esencial del homo viator y
del cristiano, orientado hacia el cumplimiento de las promesas de Dios. Una esperanza
entendida también como llama de la fe y estímulo de la caridad, hacia un futuro de
resultados imprevisibles.

2. En este nuevo inicio se coloca la Xª Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los
Obispos, prevista inicialmente en el Año Jubilar y ahora programada para el mes de
octubre del 2001.

Con intuición profética Juan Pablo II ha querido asignar a tal Asamblea un tema de
gran importancia: Episcopus minister Evangelii Iesu Christi propter spem mundi.

Son diversas y sugestivas las razones que hacen de éste un tema particularmente
apropiado al actual momento de la vida de la Iglesia y de la humanidad. Ellas son ante
todo de carácter teológico y eclesiológico, pero también de orden antropológico y
social.
En la huella de las precedentes asambleas sinodales

3. En primer lugar están las razones de carácter teológico. La Iglesia entera ha


celebrado con alegría el Gran Jubileo del 2000 para honrar la memoria del nacimiento
de Nuestro Señor Jesucristo hace ya dos mil años; no sólo para recordar con gratitud su
venida en medio de nosotros, sino también para celebrar su presencia viva en la Iglesia,
en estos veinte siglos de su historia, su obra como único Salvador del mundo, centro del
cosmos y de la historia.

En la indivisible unidad entre Cristo y su Evangelio, el tema del Sínodo tiende a


subrayar que es Él, Jesucristo, Hijo de Dios, enviado por el Padre y ungido por el
Espíritu Santo (cf. Jn 10,36), la esperanza del mundo y del hombre, de cada hombre y
para todo el hombre.1[1]

En efecto, es Cristo la Palabra definitiva y el don total del Padre, el verdadero


Evangelio de Dios, en el cual se realizan todas las promesas y en el cual está el Amén de
Dios (cf. 2 Co1,20), el cumplimiento de la esperanza del mundo. Su Evangelio es la
noticia siempre nueva y buena, potencia de vida que continúa a iluminar los caminos del
mundo hacia el futuro, como lo ha hecho durante veinte siglos. En efecto, son
inseparables su doctrina y su persona, su obra y sus enseñanzas, su mensaje y su Iglesia,
donde él continúa a estar presente. La Iglesia, al inicio del tercer milenio, propone
todavía con alegría su mensaje de vida y de esperanza a toda la humanidad.2[2]

4. Hay luego razones de orden eclesiológico. Algunas son de carácter permanente,


otras de orden coyuntural.

El Señor Jesús, al final de su permanencia entre nosotros, ha enviado a los


apóstoles como sus testigos y mensajeros hasta los confines de la tierra y hasta el fin de
los tiempos. También sobre esta palabra se apoya el arduo deber de proponer al mundo
su persona y su doctrina como suprema esperanza: “Id, pues, y haced discípulos a todas
las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y
enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,19-20). Los obispos, en
comunión con el Papa, están llamados hoy, a cumplir esta misión junto con todos los
miembros de la Iglesia, siendo los testigos del Evangelio de Cristo en el mundo, aunque
a ellos, como sucesores de los apóstoles, les “incumbe la noble tarea de ser los primeros
en proclamar las ‘razones de la esperanza’ (1 P 3,15); esperanza que se apoya en las
promesas de Dios, en la fidelidad a su palabra y que tiene como certeza inquebrantable
la resurrección de Cristo, su victoria definitiva sobre el mal y el pecado”.3[3]

1[1] Cf. CONCILIUM OECUMENICUM VATICANUM II, Const. Past. de Ecclesia in


mundo huius temporis Gaudium et spes, 45; PAULUS VI, Populorum progressio, 14
(26.03.1967): AAS 59 (1967), 264.
2[2] Cf. CONGREGATIO PRO DOCTRINA FIDEI, Declaratio Dominus Iesus (06.08.2000),
1-2: AAS 92 (2000), 742-744.
3[3] IOANNES PAULUS II, Discurso a la Conferencia Episcopal Colombiana
(02.07.1986), 8: AAS 79 (1987), 70.
La importancia de la celebración de la Xª Asamblea General Ordinaria del Sínodo
de los Obispos, centrada en modo particular en el ministerio del obispo como servidor
del Evangelio para la esperanza del mundo, emerge con claridad se si considera que las
últimas Asambleas ordinarias han tratado respectivamente la vocación y la misión de
los laicos en la Iglesia y en el mundo (1987), la formación de los sacerdotes en las
circunstancias actuales (1990) y la vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el
mundo (1994). Fruto de las reuniones sinodales fueron las respectivas Exhortaciones
apostólicas post-sinodales de Juan Pablo II: Christifideles laici, Pastores dabo vobis y
Vita consecrata.

Parecía entonces oportuno afrontar el tema del ministerio del obispo bajo el perfil
de la proclamación del Evangelio y de la esperanza, casi como vértice y síntesis. En
efecto, las varias asambleas sinodales ordinarias han dado un nuevo impulso de
renovación a las diversas vocaciones en el pueblo de Dios, para una mayor
complementariedad, en una eclesiología de comunión y de misión, atenta a la naturaleza
jerárquica y carismática de la Iglesia. Ahora la disertación específica del tema de esta
asamblea indica la necesidad de orientar hacia el futuro la misión del entero pueblo de
Dios, en comunión con sus pastores.

5. Más aún, en la última década del siglo XX, hacia el final del segundo milenio de la
era cristiana, los obispos de los diversos continentes fueron convocados por el Romano
Pontífice en diversas Asambleas sinodales especiales, para tratar acerca de la Iglesia en
Europa (1991 y 1999), en África (1994), en América (1997), en Asia (1998) y en
Oceanía (1998). Fruto de estos encuentros son los respectivos documentos post-
sinodales publicados o de próxima publicación.

La próxima Asamblea ordinaria, con su característico tema, podrá beneficiarse con


la experiencia de un período particularmente intenso de comunión sinodal, como jamás
había sucedido antes.

En realidad, todos los Sínodos de las últimas décadas han tocado el tema del
ministerio episcopal, no sólo porque se trató de Sínodos de Obispos, sino porque de
algún modo han ayudado a configurar la ministerialidad episcopal en las últimas
décadas en relación a la Evangelización (1974), a la Catequesis (1977), a la Familia
(1981), a la Reconciliación y la Penitencia (1983), a los Fieles laicos (1987), a los
Presbíteros (1990), a la Vida Consagrada (1994) y a la actuación del Concilio Vaticano
II, en el Sínodo extraordinario de 1985.

6. El aspecto doctrinal y pastoral específico del tema del Sínodo se concreta entonces
en el anuncio del Evangelio de Cristo para la esperanza del mundo. Es en esta
perspectiva que la temática de la próxima Asamblea ordinaria tendrá máxima
importancia también a nivel antropológico y social. La Iglesia, que quiere compartir “las
alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de hoy”, 4[4]
deberá preguntarse por qué senderos se encamina la humanidad de nuestro tiempo, en la
4[4] CONC. OECUM. VAT. II, Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis Gaudium
et spes, 1.
cual ella misma está inmersa como sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt 5,13-14). Ella
deberá preguntarse también cómo anunciar hoy la verdadera esperanza del mundo que
es Cristo y su Evangelio.

Estamos en el inicio de un nuevo milenio de la era cristiana, caracterizado por


particulares situaciones sociales y culturales, casi una “aetas nova”, una época nueva, a
veces definida como post-modernismo o post-modernidad. Es necesario que con un
nuevo impulso resuene en el mundo el anuncio de la salvación, en modo de suscitar
aquel dinamismo teologal que es propio del Evangelio, para que la humanidad entera lo
“escuche y crea, creyendo espere, esperando ame”.5[5]

En efecto, la esperanza cristiana está íntimamente unida al anuncio audaz e


integral del Evangelio, que sobresale entre las funciones principales del ministerio
episcopal. Por esto, entre los múltiples deberes y tareas del obispo, “sobre todas las
preocupaciones y dificultades, que están inevitablemente ligadas al fiel trabajo cotidiano
en la viña del Señor, debe estar primero de todo la esperanza”.6[6]

Continuidad y novedad

7. En este camino de gracia se coloca la preparación y la próxima celebración de la


Xª Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos.

El texto de los Lineamenta publicado en 1998, ha suscitado intereses y consensos,


y ha ofrecido la ocasión para una profundización de las temáticas inherentes al
ministerio del obispo. Fruto de las respuestas de las Conferencias Episcopales y de otros
organismos, sin dejar de lado a muchos obispos y otros miembros del Pueblo de Dios,
es el presente Instrumentum laboris, que intenta proponer e ilustrar el tema elegido por
el Papa, incorporando cuestiones y propuestas, en continuidad con los Lineamenta, en
modo que ofrezca un plan para un ordenado y abierto desenvolvimiento del trabajo
sinodal.

El proceso preparatorio de la asamblea, de la consultación promovida con los


Lineamenta ha pasado a través de las respuestas y ha llegado hasta el Instrumentum
laboris, delineando así la típica actividad sinodal como un flujo ininterrumpido de
meditación sobre el tema dado por el Santo Padre. Esta operación, que del texto inicial
ha confluido en el presente documento de trabajo, tiene en este caso un carácter
especial. En efecto, el alto consenso obtenido por los Lineamenta ha producido primero
un desarrollo muy homogéneo de las ideas y después una singular correspondencia entre
los dos textos.

La rica experiencia que los obispos del mundo han vivido en las últimas asambleas
ordinarias y especiales de los Sínodos y el precioso patrimonio de doctrina que de allí
emergió, están en la base de una preparación provechosa de la próxima asamblea. Por
5[5] CONC. OECUM. VAT. II, Const. dog. de Divina revelatione Dei Verbum, 1.
6[6] IOANNES PAULUS II, Dscurso a los obispos de Austria en ocasión de la visita "ad
Limina" (06.07.1982), 2: AAS 74 (1982), 1123.
esto el Instrumentum laoris no pretende alargarse en una amplia descripción de la
situación mundial, ni menos aún atraer la atención sobre cuestiones de carácter
particular o regional, ya examinadas en las precedentes Asambleas continentales.

8. La disertación específica del ministerio del obispo como servidor del Evangelio de
Jesucristo para la esperanza del mundo se coloca en el interior de una continuidad
magisterial, que evoca los documentos del Concilio Vaticano II; en modo especial,
desde el punto de vista doctrinal, la Constitución Dogmática Lumen gentium y el
Decreto conciliar Christus Dominus.

Por su modo completo y concreto en la ilustración de la figura y del ministerio del


obispo en su iglesia particular, el Directorio Pastoral de la Congregación para los
Obispos, Ecclesiae Imago del 22 de febrero de 1973, conserva una validez esencial
todavía hoy.7[7] Desde el punto de vista teológico-canónico hay que referirse al Codex
iuris canonici (CIC) de 1983 y al Codex canonum Ecclesiarum Orientalium (CCEO) de
1990, para las necesarias actualizaciones.

Muchos son además los documentos del Magisterio postconciliar que en modo
específico se refieren al ministerio pastoral de los obispos, entre ellos de manera
especial las alocuciones de los Romanos Pontífices a las diversas Conferencias
episcopales con ocasión de las visitas “ad limina" o de los viajes apostólicos de las
últimas décadas.

Entre otros documentos más recientes, que se refieren a problemas específicos del
ministerio pastoral de los obispos en la Iglesia universal y en las iglesias particulares, se
debe recordar, desde el punto de vista eclesiológico, la Carta de la Congregación para la
Doctrina de la Fe Communionis notio del 22 de mayo de 1992, sobre algunos aspectos
de la Iglesia como comunión,8[8] y finalmente, la Carta apostólica en forma de Motu
propio de Juan Pablo II Apostolos suos, del 21 de mayo de 1998, sobre la naturaleza
teológica y jurídica de las Conferencias Episcopales.9[9]

9. La referencia al obispo en el tema asignado por el Santo Padre Juan Pablo II para
la próxima asamblea sinodal merece una aclaración. Se trata del ministerio episcopal,
como fue ilustrado por la Costitución dogmática Lumen gentium y por el Decreto
conciliar Chrsitus Dominus, en toda su rica gama de temas y deberes pastorales. Todos
los obispos, de hecho, tienen en común la gracia de la ordenación episcopal, son
sucesores de los apóstoles y en comunión con el Romano Pontífice forman parte del
Colegio episcopal.

7[7] Cf. CONGREGATIO PRO EPISCOPIS, Directorium Ecclesiae Imago de pastorali


ministerio episcoporum (22.02.1973).
8[8] Cf. CONGREGATIO PRO DOCTRINA FIDEI, Carta communionis notio (28.05.92): AAS
85 (1993), 838-850.
9[9] IOANNES PAULUS II, Motu proprio Apostolos suos (21.05.98) AAS 90 (1998), 641-
658.
El Concilio Vaticano II ha puesto nuevamente en un lugar de honor la realidad del
Colegio episcopal, que sucede al Colegio de los Apóstoles y es expresión privilegiada
del servicio pastoral desarrollado por los obispos en comunión entre ellos y con el
Sucesor de Pedro. En cuanto miembros de este colegio todos los obispos “han sido
consagrados no solo para una diócesis determinada, sino para la salvación de todo el
mundo”10[10] . Por institución y voluntad de Cristo ellos “están obligados a tener por la
Iglesia universal aquella solicitud que, aunque no se ejerza por acto de jurisdicción,
contribuye, sin embargo, en gran manera al desarrollo de la Iglesia universal”.11[11]

En efecto, cada obispo, legítimamente consagrado en la Iglesia católica, participa


de la plenitud del sacramento del orden. Como ministro del Señor y sucesor de los
apóstoles, con la gracia del Paráclito, debe obrar para que toda la Iglesia crezca como
familia del Padre, cuerpo de Cristo y templo del Espíritu, en la triple función que está
llamado a desarrollar, o sea la de enseñar, la de santificar y la de gobernar.

En modo particular, sin embargo, el Sínodo mira más concretamente al obispo


diocesano en la plenitud de su ministerio en la iglesia particular. Él es presencia viva y
actual de Cristo “pastor y obispo” de nuestras almas (1 P 2,25); es su vicario en la
iglesia particular a él confiada, no sólo de su palabra sino también de su misma
persona.12[12]

Por otra parte, la importancia del tema del Sínodo aparece claramente cuando se
considera cómo en las últimas décadas ha cambiado la imagen del obispo; él aparece en
la experiencia de los fieles, más cerca y presente en medio de su pueblo, como padre,
hermano y amigo; más simple y accesible. Y sin embargo, han aumentado sus
responsabilidades pastorales y se han alargado sus deberes ministeriales, en una Iglesia
siempre más atenta a las necesidades del mundo, a tal punto que el obispo aparece hoy
empeñado en varias tareas ministeriales y muchas veces es signo de contradicción a
causa de la defensa de la verdad. Por lo tanto, él está abierto a una constante renovación
de su oficio pastoral, en una cada vez más profunda dimensión de comunión y de
colaboración con los presbíteros, las personas consagradas y los laicos.

La Xª Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos será sin duda la
ocasión para verificar que cuanto más sólida es la unidad de los obispos con el Papa,
entre ellos y con el pueblo de Dios, tanto más resulta enriquecida la comunión y la
misión de la Iglesia, y al mismo tiempo, tanto más reforzado y confortado será su
mismo ministerio.

Un renovado anuncio del Evangelio de la esperanza

10. Muchos son los motivos de esperanza con los que la Iglesia mira a la celebración
del próximo sínodo. El tiempo oportuno del Gran Jubileo del 2000, preparado por el
camino trinitario cumplido en los años precedentes, ha ofrecido a todo el pueblo de Dios
10[10] CONC. OECUM. VAT. II, Decretum de activ. mission. Ecclesiae Ad gentes, 38.
11[11] CONC. OECUM. VAT. II, Const. dog. de Ecclesia Lumen gentium, 23.
12[12] Ibidem 27.
la gracia de vivir un Año santo en la conversión, en la reconciliación y en la renovación
espiritual.

En Roma y en Tierra Santa, al lado del sucesor de Pedro, en las iglesias


particulares en torno a los propios pastores, los fieles han tenido la gozosa experiencia
de un año de misericordia y de santidad. Tanto es así que muchos se han preguntado
cómo dar continuidad, en el comienzo del nuevo siglo y milenio, a la gracia y a las
experiencias positivas del Gran Jubileo.

La Iglesia se ha puesto nuevamente delante del mundo como signo de esperanza,


especialmente por el testimonio de muchas categorías del pueblo de Dios, como los
jóvenes y las familias; pero también por los gestos fuertes de carácter ecuménico, de
purificación de la memoria y de pedido de perdón, por la audaz evocación de los
testigos de la fe del siglo XX.

Fueron fuertes y significativas las solicitudes de clemencia para los encarcelados y


de reducción o total condonación de la deuda internacional, que pesa sobre el destino de
muchas naciones.

También los obispos han tenido la posibilidad de vivir momentos de intensa


comunión y renovación espiritual en su Jubileo específico, junto al Papa y unidos a la
Virgen María, como en el Cenáculo de Pentecostés.

El Evangelio de Cristo se demuestra todavía potencia de vida, palabra que


humaniza y une a los pueblos en una sola familia y promueve el bien de todos más allá
de las diferencias de lengua, raza o religión.

11. Sobre el fundamento de la esperanza cristiana que no falla (cf. Rm 5,5), la Iglesia
orienta sus pasos hacia el futuro, con un renovado impulso para una nueva
evangelización.

El mundo que ha superado el umbral del nuevo milenio espera una palabra de
esperanza, una luz que lo guíe en el futuro. El Evangelio, en la historia temporal de los
hombres, fue, es y será un fermento de libertad y de progreso, de fraternidad, de unidad
y de paz.13[13]

El próximo Sínodo de los Obispos, espera ofrecer a la Iglesia y al mundo el


anuncio audaz y confiado del Evangelio de Cristo, que abre los corazones a la esperanza
terrena y eterna. Pretende hacerlo con el testimonio de unidad, de gozo y de solicitud
por la humanidad de nuestro tiempo de parte de los sucesores de los apóstoles en
comunión con el Papa, a los cuales el Señor mismo ha asegurado su asistencia hasta la
consumación de los siglos (cf. Mt 28,20).

13[13] CONC. OECUM. VAT. II, Decrtetum de activ. mission. Ecclesiae Ad gentes, 8.
CAPÍTULO I

UN MINISTERIO DE ESPERANZA

Una mirada sobre el mundo con los sentimientos del Buen Pastor

12. ¿Qué actitud asume hoy el obispo para ser servidor del Evangelio de Jesucristo
para la esperanza del mundo?

Antes que nada, el obispo se ubica frente al mundo con una mirada contemplativa,
ante la realidad de nuestro mundo, en lo concreto del propio ministerio y en comunión
con la Iglesia universal y particular, a cuyo cuidado él está destinado. Luego, lo hace
con un corazón compasivo, capaz de entrar en comunión con los hombres y las mujeres
de nuestro tiempo, para los cuales debe ser testigo y servidor de la esperanza.

Una imagen evangélica da vida a la actitud que se le exige. Al comienzo de su


ministerio Jesús se presenta como el heraldo de la Buena noticia del Padre y lo confirma
saliendo al encuentro de las necesidades de la gente: “y al ver a la muchedumbre, sintió
compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor”
(Mt 9,36).

El obispo, con la gracia del Espíritu Santo que dilata y profundiza su mirada de fe,
revive los sentimientos de Cristo Buen Pastor ante las ansias y las búsquedas del mundo
de hoy, anunciando una palabra de verdad y de vida y promoviendo una acción que va
al corazón mismo de la humanidad. Sólo así, unido a Cristo, fiel a su Evangelio, abierto
con realismo a este mundo, amado por Dios, se transforma en profeta de la esperanza.

Con esta imagen se presenta ante los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, los
cuales, después de la caída de las ideologías y de las utopías, a veces sin memoria del
pasado y demasiado ansiosos por el presente, tienen proyectos más bien efímeros y
limitados y son a menudo manipulados por fuerzas económicas y políticas. Por esto
necesitan redescubrir la virtud de la esperanza, poseer válidas razones para creer y para
esperar, y, por lo tanto, también para amar y obrar más allá de lo inmediato cotidiano,
con una serena mirada sobre el pasado y una perspectiva abierta al futuro.

La Iglesia, y en ella el obispo, como pastor del rebaño, en continuidad con las
actitudes de Jesús, se propone como testigo de la esperanza que no falla (cf. Rm 5,5),
consciente de la fuerza propulsora que la orienta hacia el cumplimiento de las promesas
de Dios: en efecto “el amor de Dios, fue derramado en nuestros corazones por el
Espíritu que nos ha sido dado” (ib.).

A la Iglesia y a sus pastores fue confiado el Evangelio de la esperanza. Ésta se


apoya sobre la certeza de las promesas de Dios, es la esperanza viva a la que el Padre
nos ha reengendrado con la resurrección de Cristo (cf. 1 P 1,3), victoria sobre la muerte
y sobre el pecado. Y como consecuencia se apoya en la certeza de la perenne presencia
de Cristo, Señor de la historia, Padre del siglo futuro (cf. Is 9,6).
Por lo tanto, hay que abrir y vivir bajo el signo de la confianza teologal el tercer
milenio del cristianismo con la proclamación del Evangelio de las promesas de Dios.

En las Escrituras y en la tradición de la Iglesia encontramos la semilla escondida


de los designios de Dios, que debe germinar en el futuro de los hombres y de los
pueblos, confiado a la acción del Espíritu Santo, sabio artífice de la trama de la historia
con nuestra colaboración.

Bajo el signo de la esperanza teologal

13. La esperanza teologal, que se apoya totalmente en las promesas de Dios, reviste
hoy también un papel importante, al comienzo de un siglo y de un milenio. La espera y
la preparación de las últimas décadas para alcanzar una meta tan importante de la
historia humana, como lo es el año 2000, signado por el memorial dos veces milenario
del nacimiento de Jesús, se dilatan aún desde el punto de vista simbólico hacia el futuro.
No ya hacia una meta alcanzada, sino casi hacia un horizonte lejano, con el deber de
construir pacientemente el futuro.

La esperanza se presenta como fuerza motriz de lo nuevo, como capacidad de


soñar el futuro y de dejar huellas duraderas en el tiempo con la novedad de las obras,
como capacidad de construir la historia con la fuerza del Evangelio, o, por lo menos, de
dar sentido a la historia, antes de que sean las fuerzas del mundo las que establezcan el
sentido del futuro o programen los plazos.

Y todo esto en la fidelidad al deber característico de los cristianos, que es aquel de


ser como el alma del mundo. “Lo que el alma es en el cuerpo, esto han de ser los
cristianos en el mundo” afirma la carta a Diogneto.14[14] La Iglesia de Jesús está
llamada a ser inspiradora y promotora de historia, en la escucha de las expectativas más
profundas y de las esperanzas más auténticas de los hombres y de las mujeres de este
mundo.

La esperanza de la cual el obispo debe ser testigo, para ser servidor del Evangelio
de Cristo, es la virtud teologal o teológica de la esperanza, en la unidad de la fe que
cree y del amor que obra.

El directorio pastoral Ecclesiae imago había puesto en evidencia, a este respecto,


algunas características del ministerio del obispo en una síntesis que vale la pena
recordar a propósito de la esperanza en Dios, que es fiel a sus promesas: “El Evangelio,
del cual el obispo por fe vive y que anuncia a los hombres con la palabra de Cristo, es
'garantía de lo que se espera; prueba de las realidades que no se ven' (Hb 11,1).
Apoyándose, por tanto, en semejante esperanza, el obispo con firme certeza espera de
Dios todo bien, y repone en la Divina Providencia la máxima confianza. Repite con
Pablo: 'Todo lo puedo en aquel que me conforta' (Flp 4,13), acordándose de los santos
apóstoles y de los antiguos obispos quienes, aún experimentando graves dificultades y
14[14] Epist. ad Diognetum 6; Patres Apostolici I, Ed. F.X. Funk, Tubingae 1901, 400;
Cf. CONC. OECUM. VAT. II, Const. dog. de Ecclesia Lumen Gentium, 38.
obstáculos de todo género, sin embargo predicaron el Evangelio de Dios con toda
franqueza (cf. Hch 4,29.31; 19,8; 28,31). La esperanza, que 'no falla' (Rm 5,5), estimula
en el obispo el espíritu misionero y, en consecuencia, el espíritu de creatividad, es decir
de iniciativa. En efecto, sabe que ha sido mandado por Dios, Señor de la historia (cf. 1
Tim 1,17), para edificar la Iglesia en el lugar, en el tiempo y en el momento que 'ha
fijado el Padre con su autoridad' (Hch 1,7). De aquí también ese sano optimismo que el
obispo vive personalmente y, por así decirlo, irradia en los demás, especialmente a sus
colaboradores”.15[15]

14. Sostenido por esta esperanza teologal, el obispo se prepara para programar, intuir y
casi soñar el futuro, releyendo la Palabra de Dios, bajo la gracia del Espíritu Santo y en
la comunión eclesial.

La Palabra de Dios, fecundada por el Espíritu Santo en el corazón del obispo unido
a sus sacerdotes y a sus fieles, será siempre fuente perenne de inspiración y de recursos
para afrontar los desafíos del futuro. Según una feliz expresión de Pablo VI: “La Iglesia
tiene necesidad de un perenne Pentecostés, necesita fuego en el corazón, palabra en los
labios, profecía en la mirada”.16[16]

El Papa, el Colegio Episcopal, los obispos de las Conferencias episcopales


nacionales o regionales, todo el pueblo santo de Dios tienen en común también la
vocación a la misma esperanza (cf. Ef 4,4).

Esta comunión en la esperanza asegura la presencia viva de Cristo y la inspiración


del Espíritu, al cual fue confiado llevar a cumplimiento la plenitud de la comprensión y
de la actuación del Evangelio de Jesús en la historia humana.17[17]

La comunión en la esperanza debe ser profundizada y compartida como fuente de


inspiración, fecundada por la oración del obispo, por el diálogo de la caridad con todo el
pueblo de Dios, en modo especial, con sus más estrechos colaboradores, para llegar a
reflexiones y programas concretos y compartidos.

La esperanza de los cristianos es el motor del futuro. Es la virtud que no sólo deja
huellas en la vida de la humanidad, sino que abre también nuevos surcos en la historia,
para sembrar la semilla de las promesas divinas y guiar los caminos del futuro con la
fuerza de Dios. La Iglesia será efectivamente signo de esperanza si sabrá estar atenta al
designio de Dios, que garantiza un futuro de plenitud, si seguirá fielmente su voluntad y
sabrá discernir las expectativas más válidas de la humanidad, de las cuales debe ser
intérprete y orientadora.

15[15] SACRA CONGREGATIO PRO EPISCOPIS, Diretorium Ecclesiae imago de pastorali


ministerio episcoporum (22.02.1973), 25.
16[16] PAULUS VI, Catequesis del miércoles (29.11.1972): L’Osservatore Romano,
edición española (03.12.1972), 3.
17[17] CONC. OECUM. VAT. II, Const. dog. de Diniva revelatione Dei Verbum, 8.
Entre el pasado y el futuro

15. La Iglesia atraviesa el umbral de la esperanza en los comienzos del tercer milenio
con una particular atención a la humanidad de hoy, compartiendo alegrías y esperanzas,
tristezas y angustias, pero sabiendo que posee la palabra de la salvación. 18[18] Sin
embargo, hay que reflexionar a qué mundo son enviados los obispos para anunciar el
Evangelio.

La esperanza teologal, que crece y se desarrolla como confianza en las promesas


de Dios, a veces se purifica en la espera; pero será tanto más auténtica cuanto más
probada; se radica en los signos positivos que germinan, entre el ya y el no todavía del
Reino, presente en este mundo, pero orientado hacia su cumplimiento final en la gloria.

Ella es memoria fundante, fija en la revelación, que manifiesta no sólo la historia


de la salvación, sino también el proyecto y el designio de Dios para el futuro. No es
casual que el último libro de la Sagrada Escritura lleva el nombre de Apocalipsis, es
decir, revelación. La esperanza suscita en los corazones un dinamismo activo, capaz de
volver a encenderse continuamente en la cotidianidad.

Se trata de aquella “perseverancia” fiel, de la cual hablan los Hechos de los


Apóstoles (cf. Hch 1,14; 2,42) como actitud propia de los discípulos de Jesús, inmersos
cada día en la vida de fe. Es la firme confianza puesta en Dios, Padre del Señor
Jesucristo, el cual, con la resurrección de su Hijo, proyecta el hoy cotidiano hacia el
seguro cumplimiento de las promesas.

16. Muchas veces, especialmente en la última década, una visión panorámica de la


realidad del mundo de hoy fue trazada por el Magisterio.

También en el Sínodo de los Obispos este análisis fue llevado a cabo durante las
asambleas especiales continentales para Europa, África, América, Asia y Oceanía, así
como también en las respectivas Exhortaciones apostólicas post-sinodales hasta ahora
publicadas.19[19]

No es entonces el momento de rehacer este análisis que, a pesar de presentar


rasgos comunes por la creciente globalización de los aspectos generales, tiene sin
embargo necesidad de una atenta visión local de los problemas y de las soluciones.

En el texto de los Lineamenta fue igualmente ilustrada la situación general, que en


parte ha sido confirmada y enriquecida por las respuestas de las Conferencias
Episcopales.

18[18] CONC. OECUM. VAT. II, Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis
Gaudium et spes, 1.
19[19] SYNODUS EPISCOPORUM, (Coetus specialis pro Europa, 1991) Declaratio Ut
testes simus Chrsti qui nos liberavit (13.12.91); IOANNES PAULUS II Adhortatio
apostolica postsynodalis Ecclesia in America (22.01.1999), 13-25; Adhortatio
Apostolica postsynodalis Ecclesia in Asia (06.11.1999), 5-9.
Entre luces y sombras en el panorama mundial

17. El panorama que ofrece nuestro mundo es variado. Sin embargo, la Iglesia con la
mirada vigilante y el corazón compasivo del Buen Pastor (cf. Mt 9,36) no puede dejar
de advertir con realismo, más allá de los análisis políticos, sociológicos o económicos,
los signos de desconfianza o, más aún, de desesperación que hay en el mundo, para
ofrecer la medicina de la consolación y el fortalecimiento de la confianza y de la
liberación en Cristo. No es una consolación pasajera y débil, que se revela caduca, sino
aquella de las certezas de la fe; certezas descubiertas por corazones capaces de amar y
de servir, fundadas en la visión unitaria y real de los aspectos de la vida personal y
social, sin reducciones pesimistas ni optimistas. Todo esto puede ofrecer el Evangelio de
la esperanza.

Quedan todavía sin resolver algunas situaciones problemáticas que comprometen y


estimulan el ministerio de la Iglesia, la cual ofrece una esperanza hacia una continua
renovación del mundo y de la sociedad, también en lo concreto del ministerio del obispo
en su iglesia particular.

18. En muchas partes de nuestro mundo la situación de pobreza, la falta de libertad, el


escaso ejercicio de los derechos humanos, los conflictos étnicos, el subdesarrollo que
hace crecer la pobreza de las grandes masas populares, crean situaciones de sufrimiento
y de falta de esperanza en el futuro.

Constantemente los medios de comunicación nos muestran rostros de


desesperación: rostros de niños privados de la necesaria nutrición y muchas veces
indignamente explotados; rostros de jóvenes a los cuales se les niega la educación y se
los obliga al trabajo de menores; rostros de jóvenes desocupados, entregados a la
desesperación y a la indiferencia, fácil presa de la manipulación ideológica o del
impulso hacia la degradación moral y espiritual; rostros de mujeres privadas de la
propia dignidad; rostros de ancianos necesitados de asistencia; masas de pobres que
buscan en la emigración una esperanza para el futuro y refugiados en busca de una
patria; rostros de indígenas privados de sus tierras.

No fueron todavía superados los conflictos que al final del precedente siglo y
milenio, han provocado muerte y destrucción, emigración, pobreza, luchas étnicas y
odios tribales, dejando muerte y heridas profundas en el cuerpo y en el espíritu.

Todavía no se han cicatrizado las laceraciones de algunos recientes conflictos


locales que han dividido profundamente culturas y nacionalidades, llamadas a integrarse
en un diálogo de paz. Cada tanto afloran fundamentalismos religiosos, enemigos del
diálogo y de la paz.

Además en las naciones de mayor progreso muchas veces se encuentran grandes


áreas de depresión económica y moral; se nota un aumento de la corrupción y de la
ilegalidad, también en el campo político.
19. Los efectos de la globalización ya se escuchan con la despiadada lógica de
programas económicos inspirados en un liberalismo desenfrenado que hace a los ricos
siempre más ricos y a los pobres siempre más pobres, excluidos como son de los
programas de desarrollo, al punto que algunos hablan ya de un nuevo desorden mundial.
Preocupa justamente el futuro de enteras poblaciones, que pertenecen a la misma
familia de Dios y tienen en común los mismos derechos; son dejadas al margen de la
justa participación en el bien común. En muchas ocasiones las comunidades indígenas
son usurpadas de las riquezas de la materia prima y de los recursos naturales de los
propios países en una desleal explotación del territorio y de las poblaciones.

No obstante una sensibilidad cada vez más positiva hacia la ecología, puede
decirse que hasta la tierra padece - como tal vez no haya sucedido antes en la historia de
la humanidad - cambios climáticos del ecosistema, que suscitan interrogantes sobre el
futuro de nuestro planeta. Es causa de preocupación la degradación del ambiente. La
Iglesia se hace portavoz de las aspiraciones más auténticas en favor de un equilibrio
ecológico que no ponga en peligro nuestra tierra y la creación entera, obra de las manos
del Creador, ofrecida a la humanidad como lugar de belleza y de equilibrio, don y fuente
natural de la existencia humana.

Entre el retorno a lo sagrado y la indiferencia

20. Aunque no faltan signos de un despertar religioso, de nuevos intereses por las
realidades espirituales y de un cierto retorno a lo sagrado, los pastores ven con
preocupación la que fue definida una silenciosa y tranquila apostasía de las masas de la
práctica eclesial. Avanza una cultura inmanentista, no abierta a lo sobrenatural; también
entre los cristianos hay una creciente indiferencia con respecto al futuro escatológico y
sobrenatural de la vida que hace a la existencia mundana realmente digna de ser vivida.

Esto se traduce en un individualismo carente de comunión eclesial y de práctica


sacramental. Por ello algunas veces se cae en el extremo de la búsqueda de
compensación espiritualista en los movimientos religiosos alternativos y en las sectas,
en la adopción de formas de religiosidad, que son en parte imitación de las prácticas
ascéticas más nobles de algunas religiones no cristianas. Hoy muchos se conforman con
una ambigua religiosidad sin una referencia personal al Dios verdadero de Jesucristo y
de la comunidad eclesial.

Para muchos pastores es motivo de preocupación y de una oscura visión del futuro
el reducido número de las vocaciones sacerdotales y religiosas, aunque sea sólo en vista
de una pastoral ordinaria de evangelización, de una adecuada vida sacramental y
eucarística, con el relativo cuidado de la vitalidad de la fe y de la práctica cristiana.
Un nuevo horizonte de problemas éticos

21. Son causa de preocupación el crecimiento del relativismo moral, una cierta cultura
que no hace prevalecer la vida y que no la respeta, una desacralización del comienzo y
del fin de la existencia humana, tan ligados al misterio del Dios de la vida.

Son signo de esperanza en el Dios Creador la transmisión de la vida física, la


educación de los hijos, el uso de la promoción de los valores de la existencia humana en
su plenitud de sentido y de destino.

Nunca como en este momento de la historia la falsa ecuación que aquello que es
científicamente posible es también éticamente justo nos ha llevado a una verdadera y
propia manipulación biológica. De ella se derivan graves consecuencias para el hombre,
que es imagen y semejanza de Dios en Cristo, nuestra vida (Jn 1,14: 14,16). De aquí
provienen los problemas que han estallado en los últimos años, que se expanden como
una sombra hacia el futuro.

La apasionada defensa que el Magisterio de la Iglesia ha hecho de la dignidad de


cada vida humana, desde su nacimiento hasta su declino, está influenciando también en
la opinión pública y está dando además algunos frutos en el sector de la ética mundial.
Están en juego el futuro de la humanidad y la dignidad de la persona humana con sus
derechos intocables e inalienables.

22. La crisis de la familia y de su estabilidad, además de las solapadas insidias contra


la institución familiar, se presentan hoy como graves amenazas contra la vida y la
educación de los hijos.

Es constante en nuestro tiempo la acción doctrinal de la Iglesia en favor de la vida


y en el campo del matrimonio y la familia. Son puntos de referencia de esta
ininterrumpida acción algunos documentos del Magisterio Pontificio y de otros
dicasterios de la Santa Sede,20[20] así como también las Jornadas internacionales de la
Familia, que son de ayuda a los cónyuges en vista de una adecuada espiritualidad
matrimonial y familiar.

Situaciones eclesiales emergentes

23. Una nueva situación eclesial se verifica en los territorios que vivieron un largo
período bajo regímenes totalitarios. Aquellas Iglesias viven en una redescubierta
20[20] Cfr. La Constitución pastoral Gaudium et spes del Concilio Vaticano II, la
Encíclica Humanae vitae de Pablo VI, la Exhortación apostólica Familiaris consortio y
la Encíclica Evangelium vitae de Juan Pablo II, junto a otras importantes y puntuales
intervenciones como la Carta a las Familias (2.02.1994), además de diversos
documentos del Pontificio Consejo para la Familia y de la Pontificia Academia para la
vida.
libertad de culto y en una nueva presencia apostólica; experimentan el florecer de las
vocaciones y un incipiente impulso misionero fuera de los confines de las propias
iglesias particulares. En ellas la fatiga y la alegría de un nuevo comienzo, el frecuente
testimonio de una alegre vitalidad católica y de un fervor de la fe desconocido en otros
países hacer esperar en un futuro prometedor.

Quedan todavía problemas estructurales y organizativos, como la dificultad de un


diálogo fraterno y de una concreta comunión y colaboración ecuménica con las otras
iglesias, especialmente con las ortodoxas.

Sin embargo la Iglesia no renuncia a su deber de anunciar con audacia el


Evangelio en estos países asolados por el vacío dejado por la cultura de los regímenes
totalitarios. Es más, debe promover la educación a la libertad y una nueva comunión
entre todos los cristianos. Una necesaria educación de la fe puede influir en la
superación de una cierta práctica de devoción sin fundamentos sólidos y en el impulso
de una renovada evangelización; es necesaria la promoción de una fe adulta, de una vida
moral coherente, especialmente ante el asedio de las sectas y ante el peligro de caer,
como algunos temen, en la búsqueda de un excesivo consumismo.

24. El futuro de la Iglesia del tercer milenio se ha ido, poco a poco, configurando
como una desconcentración de la presencia de los católicos hacia los países de África y
Asia, donde, como también en América Latina, florecen jóvenes iglesias, llenas de
fervor y de vitalidad, ricas en vocaciones sacerdotales y religiosas, que muchas veces
ayudan a superar la escasez de fuerzas vivas que se registra en Occidente.

No se pueden olvidar los vastos y poblados territorios del continente asiático


donde todavía muchos fieles no pueden expresar plena y públicamente su fe católica en
comunión con la Iglesia universal y su Supremo Pastor. La Iglesia mira también a estos
países con una gran esperanza y confía en la acción silenciosa del Espíritu Santo, para
que los fieles puedan finalmente expresar la plenitud de la comunión eclesial visible y
de la recíproca ayuda para hacer conocer a todos a Cristo Salvador.

Signos de vitalidad y de esperanza

25. Entre los signos positivos que al final del siglo y del milenio fueron percibidos,
también en las recientes asambleas sinodales, encontramos el ansia por la paz, el deseo
de una participación solidaria de las naciones en la solución de eventuales conflictos
locales, la creciente conciencia de los derechos humanos, la igual dignidad de todas las
naciones, la búsqueda de una mayor unidad en el planeta, con una solidaridad efectiva a
nivel mundial entre países pobres y ricos. La dedicación de muchos al servicio de los
pobres y de los países más necesitados a través el voluntariado es germen de esperanza.
Crece la estima del genio femenino y se percibe una mayor responsabilidad de las
mujeres en la sociedad y en la Iglesia.
No faltan temores por los excesos de la globalización; sin embargo hay saludables
reacciones bajo formas de solidaridad, de mayor sensibilidad en la salvaguardia de los
valores culturales de los pueblos y de las naciones, de una conciencia de hacer
prevalecer los valores éticos y religiosos sobre los económicos y políticos. Existe en
nuestro mundo una acentuada búsqueda de la verdadera libertad y un creciente sentido
de comunión contra los individualismos.

El anuncio del Compendio de la doctrina social de la Iglesia da buenas esperanzas


en vista del compromiso en el campo social y económico en favor de todos los pueblos.

En los vaivenes de luces y sombras, a veces se descubren también a nivel mundial


movimientos de opinión a favor de algunos aspectos que parecen amenazados. Contra la
manipulación genética y el desprecio de la vida naciente está surgiendo una mayor
atención por la vida humana y su valor trascendente, que la une al Dios de la vida. Se
busca fuertemente una convergencia sobre los valores éticos a nivel internacional,
mientras del peligro de un desequilibrio ecológico nace un sentido más profundo del
valor de la creación.

Hacia un nuevo humanismo

26. La masificación y la globalización suscitan, como justa reacción, un deseo


profundo de personalismo e interioridad. Hoy es muy valorado el equilibrio entre
unidad y pluralismo: unidad que pertenece al designio de Dios, que ha creado una única
naturaleza humana, fundamento de la unidad de la familia de los pueblos, de su origen y
de su destino; pluralismo de naciones, lenguas y culturas que reflejan la riqueza de la
multiforme sabiduría de Dios (cf. Ef 3,1). En este contexto asistimos también al
despertar de las culturas como contrapunto a una mundialización que aplasta y
empobrece. Al contrario, la identidad cultural, provoca, también en el intercambio de
bienes, un enriquecimiento recíproco.

En la problemática situación de desesperación de muchos, como son la soledad, el


egoísmo, los pequeños proyectos humanos sin trascendencia, muchas veces replegados
sobre el egocentrismo de las personas y de los grupos, la esperanza traza amplios
senderos de comunión, de colaboración, de acciones comunes, de voluntariado generoso
y gratuito. Tales valores se integran en el gran designio de Dios a través de la vida
personal, eclesial, familiar, en la cual cada uno responde según la propia vocación.

También hoy hay una búsqueda del sentido y de la cualidad de la vida en cada
nivel, incluido el espiritual. Se manifiesta una mayor sensibilidad hacia el personalismo
y hacia el sentido comunitario de las relaciones interpersonales, sobre la base de una
verdadera comunión entre las personas.

El mundo actual y la Iglesia sienten la urgencia de la unidad, aunque muchas veces


sea amenazada la plena y auténtica “cultura” de la unidad y de la comunión.
Los frutos del Jubileo

27. A nivel eclesial continúa, especialmente después del Gran jubileo del 2000, la
renovación de la vida cristiana, de la participación solidaria de todos en la nueva
evangelización.

La preparación del Jubileo de la Encarnación, según el programa pastoral y


espiritual trazado en la Tertio millenio adveniente de Juan Pablo II, fue vivida a nivel
universal con válidas iniciativas de catequesis y de vida sacramental. Los tres años
dedicados a la contemplación del misterio del Hijo, del Espíritu Santo y del Padre, con
específicos compromisos de carácter sacramental (redescubrimiento del bautismo, de la
confirmación y de la penitencia), de vida teologal (la fe, la esperanza y el amor) y ético-
sociales, están dando sus frutos.

El Jubileo del 2000, vivido según el espíritu de la institución bíblica del


quincuagésimo año (cf Lv 25) con su plena realización en Jesús de Nazaret (cf Lc 4,16
ss), ha sido realmente un año de progreso espiritual. La gracia de la conversión se ha
multiplicado, alimentando la esperanza de una continuidad, como de un nuevo
comienzo, que coincide con la puesta en marcha del tercer milenio.

28. Algunos momentos del Jubileo han sido un signo especial para la Iglesia y para el
mundo. La Jornada mundial de la juventud ha ofrecido un testimonio de fe, de piedad y
de frescura eclesial con la gozosa presencia y participación de tantos jóvenes,
provenientes de todo el mundo y reunidos en Roma alrededor del Papa. Su presencia
eclesial es un desafío, la pastoral juvenil una de las fronteras de las próximas décadas.
En los jóvenes cristianos se siente la exigencia de una clara y decidida vida evangélica.

Bajo la guía del Espíritu

29. Como ya fue notado en las diversas asambleas sinodales continentales, y ha


emergido especialmente en ocasión de la solemnidad de Pentecostés de 1998, la Iglesia
siente fuertemente que el Espíritu Santo, como ha hecho en otras épocas de la historia,
ha sembrado nuevas energías espirituales y apostólicas, auténticos carismas de vida
evangélica y de espíritu misionero, aptos para las necesidades del mundo de hoy,
especialmente en los movimientos eclesiales y en las nuevas comunidades. Esta siembra
promete una cosecha abundante favorecida por las vocaciones sacerdotales, religiosas y
laicales de muchos jóvenes deseosos de consagrar sus vidas al servicio del Evangelio.
Respondiendo a los criterios de eclesialidad trazados por el Magisterio 21[21] y a su
propio carisma, estas nuevas realidades son ya, junto con aquellas existentes, el presente
y el futuro de la Iglesia en el mundo.22[22]

Hacia senderos convergentes de unidad

30. El siglo y el milenio que se abren ciertamente encuentran a los fieles y a los
pastores de las diversas iglesias y comunidades cristianas más unidos, a través de los
innegables progresos del diálogo ecuménico, fruto precioso del Espíritu en el siglo ya
transcurrido. Un diálogo que ha tenido sus variables vicisitudes en las últimas décadas.
Un proseguimiento de los contactos ecuménicos en los últimos años anima este
irreversible compromiso de la Iglesia y de las otras iglesias y comunidades cristianas.

Algunos eventos jubilares como la apertura de la puerta santa de la Basílica de San


Pablo, la conmemoración ecuménica de los testigos de la fe del siglo XX, el viaje del
Papa a Tierra Santa, junto con otras iniciativas recientes, constituyen el signo de una
renovada voluntad de parte de los cristianos de recorrer juntos los caminos del Señor.

También el diálogo interreligioso está abierto a nuevos desarrollos en la búsqueda


de la paz y en el reconocimiento de valores religiosos y trascendentes. Hay que nombrar
en primer lugar las relaciones con representantes del pueblo de Dios de la primera
alianza. Tales encuentros abren senderos de esperanza, al comienzo de un milenio que
muchos ven como la época del gran diálogo entre las religiones mundiales, guardianes
de los valores del espíritu.

El diálogo, entendido como encuentro entre personas y grupos, en el respeto de las


diversas identidades y en el rechazo del irenismo y del sincretismo, no es sólo el nuevo
nombre de la caridad, como ha dicho Pablo VI,23[23] sino que hoy también es el nuevo
nombre de la esperanza, en un renovado escenario mundial.

Un fuerte reclamo de espiritualidad

31. Es un signo de esperanza el reclamo de espiritualidad que es una exigencia del


tiempo presente y que asume diversos aspectos.

21[21] Cf. IOANNES PAULUS II, Adhortatio apost. postsynodalis Christifideles laici
(30.12.1988), 30: AAS 81 (1989), 446.
22[22] Cf. IOANNES PAULUS II, Mensaje a los participantes al IV Congreso mundial de
los movimientos eclesiales y de las nuevas comunidades: L'Osservatore Romano,
28.05.1988, p. 6.
23[23] Cf. PAULUS VI, Encycl. Ecclesiam suam III, (6.08.1964): AAS 56 (1964), 639.
Ante todo como una fuerte llamada a la experiencia primigenia cristiana que es el
encuentro con un Viviente. Esto significa el necesario pasaje de la proclamación de la fe
a la fe vivida. Postula también una liturgia viva en el encuentro con la bondad del Dios
misericordioso que nos ofrece redención y salvación, como aquel que es “médico de la
carne y del espíritu”.24[24]

En el ámbito moral se siente la necesidad de “vivificar” la experiencia cristiana en


sus exigencias éticas con el soplo del Espíritu. En efecto, la moral cristiana “difunde
toda su fuerza misionera, cuando se realiza a través del don no sólo de la palabra
anunciada sino también de la palabra vivida. En particular, es la vida de santidad, que
resplandece en tantos miembros del pueblo de Dios frecuentemente humildes y
escondidos a los ojos de los hombres, la que constituye el camino más simple y
fascinante en el que se nos concede percibir inmediatamente la belleza de la verdad, la
fuerza liberadora del amor de Dios, el valor de la fidelidad incondicionada a todas las
exigencias de la ley del Señor, incluso en las circunstancias más difíciles”.25[25]

Se hace evidente, por lo tanto, la urgente necesidad de una pastoral más espiritual
que responda a las exigencias de la nueva evangelización; se perfila la necesidad de
cualificar la pastoral en modo que tienda a suscitar el encuentro personal y místico con
Cristo, a imitación de los apóstoles, antes y después de la resurrección, y de los
primeros cristianos.

Obispos testigos de esperanza

32. Esta visión de la situación de la Iglesia en el mundo, con sus luces y sus sombras,
al comienzo del tercer milenio de la era cristiana, es el testimonio que cada obispo debe
dar del Evangelio de Cristo para la esperanza del mundo, ya sea en el vasto horizonte de
la Iglesia universal ya sea en las diversas iglesias particulares.

De aquí resulta la concreta responsabilidad espiritual y pastoral del obispo en la


iglesia particular, en una sociedad que vive en el mundo global de las comunicaciones,
participando de la vida del entero planeta.

No se puede olvidar, además, el compromiso que tal situación comporta para una
ordenada visión de la Iglesia que vive en el mundo, pidiendo a los obispos la necesaria
palabra y acción en vista del bien común.

Fieles en las expectativas y las promesas de Dios como la Virgen María

24[24] S. IGNATIUS ANTIOCHENUS, Ad Ephesios 7,2; Patres ApostoliciI, Ed. Funk.


Tubingae 1901,218; Cf. CONC. OECUM. VAT. II, Const. de sacra litugia Sacrosanctum
Concilium, 5.
25[25] Cf. IOANNES PAULUS II, Encyclicae. Veritatis Splendor (06.08.1993), 170: AAS
85 (1993), 1217.
33. La esperanza de la Iglesia viene de Cristo, el Resucitado, que posee ya la victoria y
la anticipación escatológica de las promesas de Dios en la gloria futura.

Ante las pruebas cotidianas, en el contexto de una existencia que se hace espera de
algo nuevo que debe venir de Dios, el obispo es para su Iglesia como Abrahán, que
“esperando contra toda esperanza, creyó” (Rm 4,18-22). Confía con certeza en la
palabra y en el designio de Dios, como María, mujer de la esperanza, que esperó el
cumplimiento de las promesas del Dios fiel, en Nazaret, en Belén, en el Calvario y en el
Cenáculo.

La historia de la Iglesia es una historia de fe y de caridad, pero también una


historia de esperanza y de coraje. El obispo que sabe ser vigilante profeta de esperanza,
como un centinela de Dios en la noche (cf Is 21,11), puede dar confianza a su grey,
trazando en el mundo senderos de novedad.

Cada obispo, poniendo sólo en Dios su fe y su esperanza (1 P 1,21), debe poder


hacer propias las palabras de S. Agustín: “Como seamos, vuestra esperanza no sea
puesta en nosotros. Como obispo, me rebajo a decir esto: quiero alegrarme con vosotros,
no ser exaltado. No me congratulo para nada con quien sea que habré descubierto que
pone en mí su esperanza: sea corregido, no confirmado; debe cambiar, no hay que
alentarlo... vuestra esperanza no sea puesta en nosotros, no sea puesta en los hombres.
Si somos buenos, somos ministros; si somos malos, somos ministros. Pero si somos
ministros buenos, fieles, somos realmente ministros”.26[26]

34. En este amplio horizonte se coloca el ministerio de la Iglesia para el próximo


milenio, en modo especial la misión del obispo como testigo y promotor de esperanza
cristiana.

Para cada pastor de la Iglesia se trata de llevar, en modo audaz e intrépido, la


presencia de Dios en lo cotidiano de la vida. El entero servicio episcopal es ministerio
para el renacimiento “a una esperanza viva” (1 P 1,3) del pueblo de Dios y de cada
hombre. Por eso es necesario que el obispo oriente toda la obra de evangelización al
servicio de la esperanza, sobre todo de los jóvenes, amenazados por los mitos ilusorios y
por el pesimismo de sueños que se desvanecen, y de cuantos, afligidos por las múltiples
formas de pobreza, miran a la Iglesia como su única defensa, gracias a su esperanza
sobrenatural.

Fiel a la esperanza, cada obispo debe custodiarla en sí mismo porque es el don


pascual del Señor resucitado. Ella se funda en el hecho que el Evangelio, a cuyo
servicio el obispo vive, es un bien total, el punto crucial en el cual se centra el
ministerio episcopal. Sin la esperanza toda su acción pastoral sería estéril. El secreto de
su misión está, en cambio, en la firme solidez de su esperanza teologal y escatológica.
De ella afirma S. Pablo “fuisteis ya instruidos por la Palabra de la verdad, el Evangelio,
que llegó hasta vosotros” (Col 1,6).

26[26] S. AUGUSTINUS, Serm. 340/A, 9: PLS: 2, 644.


La esperanza cristiana inicia con Cristo y se nutre de Cristo, es participación al
misterio de su Pascua y anticipación para una suerte análoga a aquella de Cristo, ya que
el Padre con Él “nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos” (Ef 2,6).

De esta esperanza el obispo es signo y ministro. Cada obispo puede acoger para sí
estas palabras de Juan Pablo II: “Sin la esperanza seríamos no sólo hombres infelices y
dignos de compasión, sino que toda nuestra acción pastoral sería infructuosa; nosotros
no osaríamos emprender más nada. En la inflexibilidad de nuestra esperanza reside el
secreto de nuestra misión. Ella es más fuerte de las repetidas desilusiones y de las dudas
fatigosas porqué toma su fuerza de una fuente que ni nuestra desatención ni nuestra
negligencia pueden agotar. La surgiente de nuestra esperanza es Dios mismo, que
mediante Cristo una vez y para siempre ha vencido al mundo y hoy continúa a través de
nosotros su misión salvífica entre los hombres!.”27[27]

27[27] IOANNES PAULUS II, Discurso a los Obispos de Austria en ocasión de la visita
"ad Limina" (06.07.1982), 2: AAS 74 (1982), 1123.
CAPÍTULO II

MISTERIO, MINISTERIO Y
CAMINO ESPIRITUAL DEL OBISPO

La imagen de Cristo Buen Pastor

35. Son muchos los textos de la Escritura que aluden a la figura espiritual del obispo, a
la luz de Cristo, sumo sacerdote y pastor de nuestras almas. Son párrafos del Antiguo y
del Nuevo Testamento, centrados sobre la imagen del sumo sacerdote o del pastor.

Todos los textos hacen referencia al arquetipo que es Cristo. Él se ha presentado en


las parábolas evangélicas como el pastor en búsqueda de la oveja perdida (cf Lc 15,4-7),
se autodefinió “buen” pastor del rebaño (cf Jn 10,11.14.16; Mt 26,31; Mc 14,27); fue
reconocido por la comunidad apostólica con este título: “pastor y obispo de las ...
almas” (1 P 2,25), “príncipe de los pastores” (1 P 5,4), “gran pastor de las ovejas” (Hb
13,20), resucitado por el Padre. En la visión del Apocalipsis el Señor resucitado es el
Cordero-Pastor (cf Ap 13, 17) que une en sí mismo la realidad de la ofrenda del
sacrificio pascual y de la salvación, las figuras del sacerdote y pastor del Antiguo y del
Nuevo Testamento.

La primitiva iconografía cristiana ha amado representar a Cristo como pastor


bueno y hermoso, vivo en el esplendor de su resurrección, cantado por la liturgia como
el buen pastor resucitado que ha dado la vida por sus ovejas.28[28]

Jesucristo entonces es el pastor, que une en sí la verdad, la bondad y la belleza del


don de sí por el rebaño. La belleza del buen pastor está en el amor con que se entrega
por cada una de sus ovejas y establece con ellas una relación directa de conocimiento y
amor.

El lugar del encuentro con el Buen Pastor es la Iglesia, donde él se hace presente,
apacienta su rebaño con la palabra y los sacramentos, lo guía hacia las praderas de la
vida eterna mediante aquellos a los cuales Cristo mismo por medio del Espíritu Santo ha
constituido pastores del rebaño. La belleza del pastor se manifiesta en la belleza de una
Iglesia que ama y que sirve. Ella es motivo de esperanza para toda la humanidad,
movida también por el instinto divino, que lleva en el corazón, hacia la belleza que
salva, la cual se expresa en el rostro del Cordero-Pastor.

36. Sólo Cristo es el buen Pastor. De él, como manantial, se irradia en la Iglesia el
ministerio pastoral, que Jesús ha confiado a Pedro (cf Jn 21, 15.17); una gracia que fue
28[28] Cf. MISSALE ROMANUM, Dominica IV Paschae, Antif. ad communionem:
“Surrexit pastor bonus qui animam suam posuit pro ovibus suis et pro grege suo mori
dignatus est”.
percibida como la continuidad del ministerio apostólico de guiar y de vigilar:
“Apacentad la grey de Dios que os está encomendada, vigilando, no forzados, sino
voluntariamente, según Dios” (1 P 5,2).

La figura del obispo como pastor es, por lo tanto, familiar a la tradición cristiana
en las palabras, en los gestos, en las insignias episcopales, siempre sin embargo en la
contemplación del único pastor y en la imitación de sus sentimientos, por la fuerza de la
gracia recibida de Él.

“Aquel a quien Jesús, el buen Pastor, ha confiado, mediante el sacramento del


episcopado, sus mismos poderes, tiene como obligación de amor apacentar la grey del
Señor, tratar de corresponder con el decidido empeño de vivir y ejercitar el ministerio
con las mismas disposiciones que tuvo Cristo, Príncipe de los Pastores (cf 1 P 5,4) y
obispo de nuestras almas (cf. 1 P 2,25)”.29[29]

El ministerio episcopal en la Iglesia es un amoris officium, según las palabras de


Agustín30[30], un servicio de unidad, en la comunión y en la misión. A este altísimo
arquetipo que es Cristo hace referencia el nombre de pastor y todas las expresiones que
de él derivan.

I. MISTERIO Y GRACIA DEL EPISCOPADO

La gracia de la ordenación episcopal

37. Con la consagración episcopal “se confiere la plenitud del sacramento del orden,
llamada en la práctica litúrgica de la Iglesia y en la enseñanza de los Santos Padres
sumo sacerdocio, cumbre del ministerio sagrado”.31[31] La íntima naturaleza del
misterio y del ministerio del obispo viene expresada por las palabras y por los gestos de
la ordenación episcopal, en la liturgia sacramental a la que, con razón, la antigua
tradición llama “natalis Episcopi”.

La imagen eclesial del obispo se perfila ya desde la antigüedad cristiana en las


diversas liturgias de ordenación episcopal en Oriente y en Occidente, como el momento
en el cual, con la imposición de las manos y las palabras de la consagración, la gracia
del Espíritu Santo desciende sobre el elegido y con el carácter sagrado imprime en
plenitud la imagen viva de Cristo maestro, pontífice y pastor, para obrar en nombre suyo
y en su persona.32[32]

29[29] SACRA CONGREGATIO PRO EPISCOPIS, Directorium Ecclesiae imago


(22.02.1973), 22.
30[30] Cf. S. AUGUSTINUS, Tractatus 123 in Ioannem: PL 35,1967.
31[31] CONC. OECUM. VAT. II, Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 21.
32[32] Cf. Ibid.
El obispo es consagrado también con la unción del santo crisma para ser partícipe
del sumo sacerdocio de Cristo, en modo tal que pueda plenamente ejercitar el ministerio
de la palabra, de la santificación y del gobierno. Como pontífice es separado de entre los
hombres y constituido en favor de los hombres en todo aquello que tiene que ver con
Dios (cf. Hb 5,1). El episcopado, se dice, no es un término que indique primariamente
un honor, sino un servicio; está destinado sobre todo a hacer el bien más que a
manifestar una preeminencia. En efecto, también para el obispo valen las palabras del
Señor “el mayor entre vosotros sea como el más joven y el que gobierna como el que
sirve” (Lc 22,26).33[33]

En comunión con la Trinidad

38. La dimensión trinitaria de la vida de Jesús, que lo une al Padre y al Espíritu como
consagrado y enviado en el mundo y se manifiesta en todo su ser y obrar, plasma
también la personalidad del obispo, como buen pastor, sucesor de los apóstoles.

Esta participación en la vida y en la misión trinitaria tiene una primera aplicación


en los apóstoles, como primeros partícipes de la comunión y de la misión: “Como el
Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor” (Jn 15,9;
cf. 17,23); “Como el Padre me envió, también yo os envío” (Jn 20,21). Jesús además
reza por los discípulos para que sean envueltos en el mismo amor trinitario: como el
Padre y el Hijo son uno, que los discípulos sean uno (cf. Jn 17,21).

Esta referencia a la Trinidad hace remontar el ministerio del obispo hasta su


fuente. La sucesión apostólica, además, no es sólo física y temporal, sino también
ontológica y espiritual, mediante la gracia de la ordenación episcopal. En efecto, los
obispos han sido mandados por los apóstoles, como sus sucesores, los apóstoles han
sido enviados por Cristo y Cristo ha sido mandado por el Padre.34[34]

39. El sello trinitario de la gracia del episcopado lo expresa en modo apropiado la


liturgia romana de la ordenación episcopal: “Cuida, pues, de todo el rebaño que el
Espíritu Santo te encarga guardar, como pastor de la Iglesia de Dios: en el nombre del
Padre, cuya imagen representas en la asamblea, en el nombre del Hijo, cuyo oficio de
Maestro, Sacerdote y Pastor ejerces, y en el nombre del Espíritu Santo, que da vida a la
Iglesia de Cristo y fortalece nuestra debilidad”.35[35]

Se pone además de manifiesto, a través de las palabras y los gestos de la


ordenación con la imposición de las manos, un gesto que, según Ireneo de Lyon, evoca
las dos manos del Padre, el Hijo y el Espíritu; 36[36] este último plasma al elegido para la
plenitud del sacerdocio, como el don del “Espíritu del Sumo sacerdocio” es revertido
33[33] Cf. PONTIFICALE ROMANUM, De ordinatione episcopi, n. 39: Homilia.
34[34] Cf. CLEMENS ROMANUS, Epist. ad Corinthios, 42-44: Patres Apostolici, I, Ed.
F.X. Funk, Tubingae 1901, 154-159.
35[35] PONTIFICALE ROMANUM, De ordinatione episcopi, n. 39.
sobre Cristo y transmitido a los apóstoles, los cuales han fundado en todas partes la
Iglesia.37[37]

Desde el Padre por Cristo en el Espíritu

40. La tradición que presenta al obispo como imagen del Padre es muy antigua. Se la
encuentra especialmente en las Cartas de Ignacio de Antioquía. En efecto, el Padre es
como el obispo invisible, el obispo de todos. 38[38] A su vez el obispo debe ser por todos
reverenciado porque es imagen del Padre.39[39] En modo similar un antiguo texto
amonesta: amad a los obispos que son, después de Dios, padre y madre.40[40]

También hoy en la ordenación episcopal se alude a esta dimensión paterna; el


obispo es llamado a cuidar con afecto paterno al pueblo santo de Dios, como un
auténtico padre de familia, para guiarlo, con la ayuda de los presbíteros y diáconos, en
el camino de la salvación.41[41] El descubrimiento de la Iglesia como familia de Dios,
ya presente en el Concilio Vaticano II, hace más elocuente la imagen paterna del
obispo.42[42]

En continuidad con la persona de Cristo, que es la imagen original del Padre y la


manifestación de su presencia y de su misericordia, también el obispo, por la gracia
sacramental, se transforma en imagen viviente del Señor Jesús como cabeza y esposo de
la Iglesia a él confiada. En ella ejerce como sacerdote el ministerio de la santificación,
del culto y de la oración; como maestro el servicio de la evangelización, de la catequesis
y de la enseñanza; como pastor, el deber del gobierno y de la conducción del pueblo.
Son ministerios que él debe ejercer con los rasgos característicos del buen pastor: la
caridad, el conocimiento de la grey, el cuidado de todos, la acción misericordiosa hacia
los pobres, los peregrinos, los indigentes, la búsqueda de las ovejas perdidas para
reconducirlas al único rebaño de la Iglesia.43[43]

Todo esto es posible porque el obispo recibe en plenitud en su ordenación la


unción del Espíritu Santo que descendió sobre los discípulos en Pentecostés, Espíritu
36[36] Cf. S. IRAENEUS, Adversus haereses, IV, 20,1.3: PG 7, 1032; Demonstratio
praedicationis apostolicae, 11, Sources Chret. 62, 48-49; cfr. Catechismus Catholicae
Ecclesiae, 704.
37[37] Cf. PONTIFICALE ROMANUM, De ordinatione episcopi, n. 47, Prex ordinationis.
38[38] Cf. S. IGNATIUS ANTIOCHENUS, Ad Magnesios 6,1; 3,1; Patres Apostolici I, ed.
F.X. Funk, Tubingae 1901, 232-233; 234-235.
39[39] Cf. S. IGNATIUS ANTIOCHENUS, Ad Trllianos 3,1; Ibid., pp. 244-245.
40[40] Didascalia apostolorum II, 33,1, en Didascalia et Constitutiones apostolorum,
II, ed. F.X. Funk, Paderborn 1905, 114-115.
41[41]Cf. PONTIFICALE ROMANUM, De ordinatione episcopi, n 40, p. 13: Promissio
electi. "plebem Dei sanctam ... ut pius pater fovere et in viam salutis dirigere"
42[42] Cf. CONC. OECUM. VAT. II, Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 6.28.
IOANNES PAULUS II, Adhot. apost. postsyn. Ecclesia in Africa, 65.
43[43] Cf. PONTIFICALE ROMANUM, De ordinatione episcopi, n. 40, p. 14: Promissio
electi.
del sumo sacerdocio, que lo habilita interiormente, configurándolo a Cristo, para ser
viva continuación de su misterio en favor de su Cuerpo místico.

Esta visión trinitaria de la vida y del ministerio del obispo signa además en
profundidad su constante referencia al misterio que resplandece también en la Iglesia,
imagen de la Trinidad, pueblo reunido en la paz y en la concordia, de la unidad del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.44[44]

La imagen eclesial del obispo

41. Las mismas consignas e insignias que el obispo recibe en su ordenación episcopal,
como expresión de la gracia y del ministerio, son elocuentes en su simbolismo eclesial.

El libro del Evangelio, puesto sobre la cabeza del obispo, es signo de una vida
totalmente sometida a la Palabra de Dios y consumada en la predicación del Evangelio
con toda paciencia y doctrina.

El anillo es símbolo de la fidelidad, en la integridad de la fe y en la pureza de la


vida, hacia la Iglesia, que él debe custodiar como esposa de Cristo. La mitra alude a la
santidad episcopal y a la corona de la gloria que el Príncipe de los Pastores asignará a
sus siervos fieles. El báculo es símbolo del oficio del Buen Pastor, que cuida y guía con
solicitud el rebaño a él confiado por el Espíritu Santo.45[45]

También el palio, que los obispos desde siempre usan en Oriente y algunos obispos
reciben ahora en Occidente, tiene varios y diversos significados. Para los metropolitanos
que lo reciben en Occidente es signo de comunión con la Sede apostólica, vínculo de
caridad y estímulo de fortaleza en la confesión y defensa de la fe. El palio, sin embargo,
como el omophorion de los obispos de las Iglesias orientales, ha tenido en la antigüedad
y aún hoy conserva otros significados de gran valor espiritual y eclesial. Confeccionado
con lana y ornado con signos de cruz, es emblema del obispo, identificado con Cristo, el
Buen Pastor inmolado, que ha dado la vida por el rebaño y lleva sobre la espalda la
oveja perdida, significa la solicitud por todos, especialmente por aquellos que se alejan
del rebaño. Así lo atestigua la tradición oriental46[46] y la occidental.47[47]
44[44] Cf. S. CYPRIANUS EPISCOPUS, De oratione dominica,23: PL 4,553: "Sacrificium
Deo maius est pax nostra et fraterna concordia, et de unitate Patris, et Filii et Spiritus
sancti, plebs adunata", (Cf. CONC. OECUM. VAT. II, Const. dogm. de Ecclesia Lumen
gentium, 4)
45[45] Cf. PONTIFICALE ROMANUM, De ordinatione episcopi, n. 50-54, pp. 26-27:
Unctio capitis et Traditio libri evangeliorum atque insignium.
46[46] Cf. ISIDORUS PELUSIOTA Erminio comiti, Epistularum lib. I, 136: PG 78,271-
272: " Id autem amiculum, quod sacerdos humeris gestat, atque ex lana, non ex lino
contextum est, ovis illius, quam Dominus aberrantem quaesivit inventamque humeris
suis stultit, pellem designat. Episcopis enim qui Christi typum gerit, ipsius munere
fungitur...".
47[47] Cf. BENEDICTUS XIV, Const. Rerum ecclesiasticarum (12.08.1748): De palii
benedictione et traditione, in S.D.N. Benedicti Papae XIV Bullarium, tom. II, 494-497:
La cruz que el obispo lleva visiblemente sobre el pecho es signo elocuente de su
pertenencia a Cristo, de la confesión de su confianza en él, de la fuerza recibida
constantemente de la cruz del Señor para poder donar la vida. Lejos de ser una joya o un
ornamento exterior, representa la cruz gloriosa de Cristo, signo de esperanza, según la
elocuente palabra del apóstol: “En cuanto a mí, ¡Dios me libre de gloriarme si no es en
la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo
un crucificado para el mundo!” (Ga 6,14).

Estas simples indicaciones ponen en evidencia el simbolismo implícito en la


solemnidad de la ordenación episcopal.

Todo ello lleva en sí una connotación de universalidad para todos aquellos que han
recibido la ordenación episcopal y, en comunión con el Romano Pontífice, forman parte
del Colegio Episcopal y con él comparten la solicitud por toda la Iglesia.48[48]

El espíritu de santidad

42. De la figura del obispo, como es expresada por las palabras y por los ritos de la
ordenación, emerge la llamada a la santidad, su peculiar espiritualidad, su camino de
santidad y de perfección evangélica. Es una tradición confirmada por los ritos de
Occidente y de Oriente que confieren al obispo la plenitud de la santidad para vivirla
delante de Dios y en comunión con los fieles.

El antiguo Eucologio de Serapión expresa este concepto en la oración de la


consagración del obispo: “Dios de verdad, haz de tu servidor un obispo viviente, un
obispo santo en la sucesión de los Santos apóstoles; y dónale la gracia del Espíritu
divino, que haz concedido a todos los siervos fieles, profetas y patriarcas”.49[49]

Se trata de una llamada a la santidad, vivida en la caridad pastoral, en el servicio


continuo del Señor, en la ofrenda de los santos dones, en el ministerio de la remisión de
los pecados, agradando a Él con mansedumbre y pureza, ofreciéndose a sí mismo como
sacrificio de suave fragancia.50[50]

De estas premisas emerge para el obispo la llamada a la santidad propia, a raíz del
don recibido y del misterio de santificación a él confiado.

"Ut quam mysticae repraesentant pastoralis officii plenitudinem, atque excellentiam,


pleno quoque operentur effectu...Sit boni magnique illius imitator pastoris, qui errantem
ovem humeris suis impositam caeteris adunavit, pro quibus animam posuit".
48[48] Cf. PONTIFICALE ROMANUM, De ordinatione episcopi, n. 49-54, pp. 26-27:
Unctio capitis et traditio Libri Evangeliorum atque insignium.
49[49] Sacramentarium Serapionis, 28, in Didascalia et Constitutiones Apostolorum, II,
Ed. F.X. Funk, Paderborn 1905, 191.
50[50] Cf. PONTIFICALE ROMANUM, De ordinatione episcopi, n 47,p. 24-25 Prex
ordinationis.
II. LA SANTIFICACIÓN EN EL PROPIO MINISTERIO

La vida espiritual del obispo

43. La vida espiritual del obispo, como vida en Cristo según el Espíritu, tiene su raíz
en la gracia del sacramento del bautismo y de la confirmación, donde, en cuanto
“christifidelis”, renacido en Cristo, fue hecho capaz de creer en Dios, de esperar en él y
de amarlo por medio de las virtudes teologales, de vivir y obrar bajo la moción del
espíritu Santo por medio de sus santos dones. En efecto, el obispo, no diversamente de
todos los otros discípulos del Señor que fueron incorporados a él y se han transformado
en templo del Espíritu, vive su vocación cristiana consciente de su relación con Cristo,
como discípulo y apóstol. Lo ha expresado bien Agustín con su notoria fórmula referida
a sus fieles: “Para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano”.51[51]

También el obispo, entonces, como bautizado y confirmado, se nutre de la


eucaristía y tiene necesidad del perdón del Padre, a causa de la fragilidad humana.
Además, junto a todos los presbíteros, debe recorrer caminos específicos de
espiritualidad, llamado a la santidad por el nuevo título del Orden sagrado.52[52]

44. Se trata, sin embargo, de una espiritualidad propia, que el obispo deduce de su
realidad, orientado a vivir en la fe, en la esperanza y en la caridad el ministerio
evangelizador, de liturgo y de guía de la comunidad. Es una espiritualidad eclesial
porque cada obispo es conformado a Cristo Pastor y Esposo para amar y servir a la
Iglesia.

No es posible amar a Cristo y vivir en la intimidad con él sin amar a la Iglesia, que
Cristo ama: tanto, en efecto, se posee el Espíritu de Dios cuanto se ama a la Iglesia “una
en todos y toda en cada uno; simple en la pluralidad por la unidad de la fe, múltiple en
cada uno por el aglutinante de la caridad y la variedad de carismas”. 53[53] Sólo del amor
por la Iglesia, amada por Cristo hasta el don de sí mismo por ella (cf. Ef 5,25), nace una
espiritualidad a la medida total de aquella con la que el Señor Jesús ha amado a los
hombres, o sea hasta la cruz.

Es, entonces, una espiritualidad de comunión eclesial, orientada a construir la


Iglesia con una vigilante atención, de modo que las palabras y las obras, los gestos y las
decisiones, que comprometen el servicio pastoral, sean signo del dinamismo trinitario
de la comunión y de la misión.
51[51] S. AUGUSTINUS, In natale episcopi: CCL 104, 919,1: "Vobis enim sum
episcopus, vobiscum sum chrstianus. Illud est nomen suscepti officii, hoc gratiae; illud
periculi est, hoc salutis".
52[52] Cf. CONC. OECUM. VAT. II., Presbyterorum ordinis, cap. III; cf. IOANNES
PAULUS II, Adhort. apost. postsyn. Pastores dabo vobis (25.03.1992) cap. III:
53[53] S. PETRUS DAMIANUS, Opusc. XI (Liber qui appellatur Dominus vobiscum) 5:
PL 145, 235; cf. S. AUGUSTINUS, In Ioann. 32,8: PL: 35, 1645.
Una auténtica caridad pastoral

45. Centro de la espiritualidad específica del obispo es el ejercicio de su ministerio,


informado interiormente por la fe, por la esperanza y en modo especial por la caridad
pastoral, que es el alma de su apostolado, en un dinamismo de “pro-existentia” pastoral,
es decir, un vivir para Dios y para los otros, como Cristo, orientado hacia el Padre y
totalmente al servicio de los hermanos, en el don cotidiano de sí en un servicio gratuito
de amor, en comunión con la Trinidad. “Los pastores de la grey de Cristo - afirma la
Lumen gentium - a imagen del sumo y eterno Sacerdote, Pastor y Obispo de nuestras
almas, desempeñen su ministerio santamente y con entusiasmo, humildemente y con
fortaleza. Así cumplido, ese ministerio será también para ellos un magnífico medio de
santificación. Los elegidos para la plenitud del sacerdocio son dotados de la gracia
sacramental, con la que, orando, ofreciendo el sacrificio y predicando, por medio de
todo tipo de preocupación episcopal y de servicio, puedan cumplir perfectamente el
cargo de la caridad pastoral. No teman entregar su vida por las ovejas, y hechos modelo
para la grey (cf. 1 P 5,3), estimulen a la Iglesia, con su ejemplo, a una santidad cada día
mayor”.54[54]

Ya el Directorio pastoral Ecclesiae imago había dedicado un entero y detallado


capítulo a las virtudes necesarias en un obispo.55[55] En ese contexto, además de las
referencias a las virtudes sobrenaturales de la obediencia, de la perfecta continencia por
amor del Reino, de la pobreza, de la prudencia pastoral y de la fortaleza, se encuentra
además una llamada a la virtud teologal de la esperanza. Apoyándose en ella el obispo
con firme certeza espera de Dios todo bien y pone en la divina Providencia la máxima
confianza, “acordándose de los santos Apóstoles y de los antiguos obispos, quienes, aún
experimentando graves dificultades y obstáculos de todo género, sin embargo
predicaron el Evangelio de Dios con toda franqueza (cf. Hch 4,29.31; 19,8; 28,31)”.56
[56]

Desde los primeros siglos del cristianismo, y hasta el siglo veinte, muchos obispos
han sido modelos de sabiduría teológica y de caridad pastoral; han unido en su
existencia el ministerio de la predicación y de la catequesis, la celebración de los santos
misterios y la oración, el celo apostólico y el amor intenso por el Señor. Han fundado
Iglesias, reformado las costumbres, defendido la verdad; han sido audaces testigos en el
martirio y han dejado una huella en la sociedad, con iniciativas de caridad y justicia, con
gestos de coraje frente a los potentes del mundo en favor del propio pueblo.57[57]

El ministerio de la predicación

54[54] CONC. OECUM. VAT. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 41
55[55] Cf. SACRA CONGREGATIO PRO EPISCOPIS, Directorium Ecclesiae imago
(22.02.1973), pars I, cap. IV, 21-23..
56[56] Ibid. 25.
57[57] Cf. IOANNES PAULUS II, Homilía en la celebración eucarística del Jubileo de
los Obispos (8.10.2000) n. 4: L'Osservatore Romano, edición española (13.10.2000), 11.
46. La espiritualidad ministerial, radicada en la caridad pastoral y expresada en triple
oficio de enseñar, santificar y gobernar, no debe ser vivida por el obispo al margen de su
ministerio, sino en la unidad de vida de su ministerio.

El obispo es ante todo ministro de la verdad que salva, no sólo para enseñar e
instruir sino también para conducir a los hombres a la esperanza, y por lo tanto, al
progreso en el camino de la esperanza. Si, entonces, un obispo quiere verdaderamente
mostrarse a su pueblo como signo, testigo y ministro de la esperanza no puede hacer
otra cosa que alimentarse de la Palabra de Verdad, en total adhesión y plena
disponibilidad a ella, sobre el modelo de la santa Madre de Dios María, que “ha creído
que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor” (Lc 1,45).

Dado que esta divina Palabra está contenida y expresada en la Sagrada Escritura, a
ella el obispo debe recurrir constantemente, con una lectura asidua y un estudio
diligente, para obtener ayuda en su ministerio.58[58] Esto no solamente porque sería un
vano predicador de la Palabra de Dios al exterior si no la escuchase en su interior, 59[59]
sino también porque vaciaría su ministerio en favor de la esperanza. De hecho, el obispo
se nutre de la Escritura para crecer en su espiritualidad, en modo de desarrollar con
veracidad su ministerio de evangelizador. Sólo así, como S. Pablo, él podrá dirigirse a
sus fieles diciendo: “con la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos
la esperanza” (Rm 15,4)

En el ministerio episcopal se repite la opción de los apóstoles en el comienzo de la


Iglesia: “Nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra” (Hch 6,4).
Como ha escrito Orígenes: “Son éstas las dos actividades del Pontífice: o aprender de
Dios, leyendo las Escrituras divinas y meditándolas varias veces, o enseñar al pueblo.
Mas, enseñe las cosas que él mismo aprendió de Dios.”60[60]

Orante y maestro de la oración

47. El obispo es también orante, aquel que intercede por su pueblo, con la fiel
celebración de la liturgia de las Horas, que también debe presidir en medio de su
pueblo.

Consciente que el será maestro de oración para sus fieles sólo a través de su misma
oración personal, el obispo se dirigirá a Dios para repetir, junto con el salmista: “Yo
espero en tu palabra” (Sal 119, 114). La oración, en efecto, es un momento expresivo de
la esperanza o, como se lee en S. Tomás, ella misma es “intérprete de la esperanza”. 61
[61]

Es propio del obispo el ministerio de la oración pastoral y apostólica, delante de


Dios por su pueblo, a imitación de Jesús que reza por los apóstoles (cf. Jn 17) y del
58[58] Cf. ISIDORUS HISPALENSIS, De ecclesiasticis officiis, lib. II, 16-17: PL 83, 785.
59[59] Cf. S. AUGUSTINUS, Serm. 179, 1 PL 38, 966.
60[60] ORÍGENES, In Leviticum Hom. PG: 12, 474 C.
61[61] S. THOMAS AQ., S. Th. II-II, q. 17, a. 4,3: "Petitio est interpretativa spei".
apóstol Pablo que reza por sus comunidades (cf. Ef 3,14-21; Flp 1,3-10). En efecto, él
también en su oración, debe llevar consigo toda la Iglesia rezando en manera especial
por el pueblo que le ha sido confiado. Imitando a Jesús en la elección de sus Apóstoles
(cf. Lc 6,12-13), también él someterá al Padre todas sus iniciativas pastorales y le
presentará, mediante Cristo en el Espíritu sus expectativas y sus esperanzas. Y el Dios
de la esperanza lo colmará de todo gozo y paz, para que abunde en la esperanza por la
fuerza del Espíritu Santo (cf. Rm 15,13).

Un obispo debe además buscar las ocasiones en las cuales pueda escuchar la
Palabra de Dios y rezar junto con el presbiterio, con los diáconos permanentes, con los
seminaristas y con los consagrados y las consagradas presentes en la iglesia particular y,
donde y cuando sea posible, también con los laicos, en particular con aquellos que viven
en forma asociada su apostolado.

De este modo el obispo favorece el espíritu de comunión, sostiene la vida


espiritual de la Diócesis mostrándose como “maestro de perfección” en su iglesia
particular, comprometido a “fomentar la santidad de sus clérigos, de los religiosos y
laicos, de acuerdo con la peculiar vocación de cada uno”.62[62] Al mismo tiempo lleva
a su origen divino y confirma en la comunión de la oración a los vínculos de las
relaciones eclesiales, en las cuales ha sido injertado como visible centro de unidad.

Tampoco descuidará las ocasiones para transcurrir junto con los hermanos obispos,
sobre todo aquellos de la misma provincia y región eclesiástica, análogos momentos de
encuentro espiritual. En tales ocasiones se expresa la alegría que deriva del vivir juntos
entre hermanos (cf. Sal 133,1), se manifiesta y crece el afecto colegial.

Nutrido por la gracia de los sacramentos

48. La eficacia de la guía pastoral de un obispo y de su testimonio de Cristo, esperanza


del mundo, depende en gran parte de la autenticidad del seguimiento del Señor y del
vivir en amistad con Él.

Sólo la santidad es anuncio profético de la renovación que el obispo anticipa en la


propia vida al acercarse a aquella meta hacia la cual conduce a sus fieles. Sin embargo,
en su camino espiritual, como todo cristiano él también, siendo consciente de las
propias debilidades, de los propios desalientos y del propio pecado, experimenta la
necesidad de la conversión. Pero dado que, como predicaba S. Agustín, no puede
negarse la esperanza del perdón aquel al cual no ha sido impedido el pecado, 63[63] el
obispo, debe recurrir al sacramento de la penitencia y de la reconciliación. Cualquiera
tiene la esperanza de ser hijo de Dios y de ver a Dios así como él es, se purifica a sí
mismo como es puro el Padre celeste (cf. Jn 3,3).

62[62] CONC. OECUM. VAT. II., Decret. de past. Episcoporum munere in Ecclesia
Christus Dominus, 15.
63[63] Cf. S. AUGUSTINUS, Enarr. in psalm. ,50,5: PL 36, 588.
También los apóstoles, a los cuales Jesús resucitado ha comunicado el don del
Espíritu Santo para perdonar los pecados (cf. Jn 20,22-23), han tenido necesidad de
recibir del Señor la palabra de la paz que reconcilia y el pedido del amor arrepentido
que sana (cf. Jn 20,19.21; 21,15 ss).

Indudablemente es signo de aliento para el pueblo de Dios el ver al propio obispo


acercarse, él en primer lugar, al sacramento de la reconciliación en particulares
circunstancias, como cuando preside una celebración de ese tipo en la forma
comunitaria.

El obispo, junto con todo el pueblo de Dios, alimenta la propia esperanza a partir
de la santa liturgia. En efecto, la Iglesia cuando celebra la liturgia en la tierra, pregusta,
en la esperanza, la liturgia de la Jerusalén celeste, hacia la cual tiende como peregrina y
donde Cristo está sentado a la derecha del Padre “al servicio del santuario y de la Tienda
verdadera, erigida por el Señor y no por un hombre” (Hb 8,2).64[64]

49. Todos los sacramentos de la Iglesia, primero de todos la Eucaristía, son memorial
de las palabras, de las obras y de los misterios del Señor, representación de la salvación
obrada por Cristo una vez para siempre y anticipación de la plena posesión, que será el
don del tiempo final.65[65] Hasta entonces la Iglesia los celebra como signos eficaces
en su espera, en la invocación y en la esperanza.

Tanto en Oriente como en Occidente la espiritualidad del ministerio episcopal está


unida a la celebración de los santos misterios que el obispo preside y celebra junto con
su presbiterio, con los diáconos y con el pueblo santo de Dios.

La variedad de los ritos de la Iglesia y su especificidad, ya sea en Oriente como en


Occidente, signa la vida del pueblo de Dios, le confiere una identidad propia y es fuente
de una rica espiritualidad eclesial. Por eso, el obispo como gran sacerdote de su pueblo
debe no sólo celebrar atentamente los santos misterios, sino también hacer de la
celebración de ellos una auténtica escuela de espiritualidad para el pueblo. Le será útil
en esto su conocimiento de la teología y de la liturgia episcopal como aparece en el
Caeremoniale Episcoporum.66[66]

Los obispos de las Iglesias Orientales, fieles al propio rico patrimonio litúrgico,
con las diversas y particulares celebraciones, podrán vivir y obrar en comunión, en
plena sintonía con los valores espirituales de las propias tradiciones.67[67]

Como gran sacerdote en medio de su pueblo

64[64] CONC. OECUM. VAT. II., Const. de Sacra liturgia Sacrosanctum Concilium n. 8.
65[65] Cf. S. THOMAS AQ., S. Th. III, q. 60, a. 3.
66[66] Cf. Caeremoniale episcoporum, Editio typica, Typis Poliglottis Vaticanis, 1984.
67[67] Cf. IOANNES PAULUS II, Epistula Apostolica Orientale lumen (2.05.1995): AAS
87 (1995) pp. 745-794; cf. Cf. CONGREGACIÓN PARA LAS IGLESIAS ORIENTALES,
Instrucción para la aplicación de las prescripciones litúrgicas del CCEO (6.01.1996).
50. Entre la acciones litúrgicas hay algunas en las cuales la presencia del obispo tiene
un significado particular. En primer lugar, la Misa crismal, durante la cual son
bendecidos el Óleo de los Catecúmenos y el Óleo de los Enfermos y consagrado el
santo Crisma: es el momento de la más alta manifestación de la iglesia local, que
celebra al Señor Jesús, sacerdote sumo y eterno de su mismo sacrificio. Para un obispo
es un momento de gran esperanza, porque él encuentra el presbiterio diocesano reunido
en torno a sí para mirar juntos, en el horizonte gozoso de la Pascua, al gran sacerdote;
para renovar, así, la gracia sacramental del Orden mediante la renovación de las
promesas que, desde el día de la Ordenación, fundan el especial carácter de su
ministerio en la Iglesia. En esta circunstancia, única en el año litúrgico, los sólidos
vínculos de la comunión eclesial, son para el pueblo de Dios, aunque apesadumbrado
por innumerables ansiedades, un vibrante grito de esperanza.

A esta celebración se agregará la solemne liturgia de la ordenación de nuevos


presbíteros y de nuevos diáconos. Aquí, recibiendo de Dios los nuevos cooperadores del
orden episcopal y de su ministerio, el obispo ve cumplidas por el Espíritu, donum Dei e
dator munerum, la oración por la abundancia de las vocaciones y la esperanza de una
Iglesia todavía más esplendorosa en su rostro ministerial.

Análogamente se puede decir de la administración del sacramento de la


Confirmación, del cual el obispo es el ministro originario y, en el rito latino, ministro
ordinario.

También en este sacramento de la efusión del Espíritu Santo, que comporta


muchas veces para los pastores un gran compromiso de tiempo y es una ocasión para
cumplir la visita pastoral en las parroquias, el obispo vive un momento de intensa
espiritualidad ministerial y de comunión con sus fieles, especialmente con los jóvenes.
El hecho que sea el pastor de la diócesis quien administra el sacramento, evidencia que
éste tiene como efecto unir más estrechamente a todos al misterio de Pentecostés, a la
Iglesia de Dios en sus orígenes apostólicos, a la comunidad local y asociar a aquellos
que lo reciben a la misión de testimoniar a Cristo.68[68]

Una espiritualidad de comunión

51. Signo de una fuerte espiritualidad de comunión y elemento de gran valor para la
santidad y la santificación del obispo es la comunión con sus presbíteros, con los
diáconos, los religiosos y las religiosas, con los laicos, tanto en la relación personal
como en diversas reuniones. Su palabra de exhortación y su mensaje espiritual tiende a
favorecer y a garantizar la presencia activa y santificante de Cristo en medio a su Iglesia
y el flujo de la gracia del Espíritu Santo que crea un particular testimonio de unidad y
caridad.

Por eso es oportuno que el obispo anime y promueva también con su presencia y
su palabra los “momentos del Espíritu” que favorecen el crecimiento de la vida
espiritual, como son los retiros, los ejercicios espirituales, las jornadas de espiritualidad,
68[68] Cf. Catechismus Catholicae Ecclesiae, 1313.
usando también los medios de comunicación social que pueden alcanzar también a los
más lejanos.

Deberá saber también sacar fruto de los medios comunes de la vida espiritual,
como la búsqueda del consejo espiritual, la amistad y la comunión fraterna, para evitar
el riesgo de la soledad y el peligro del desánimo ante los problemas.

Él podrá así vivir y animar una espiritualidad de comunión con los operadores de
la pastoral a través de la escucha, de la colaboración, y de la responsable asignación de
los deberes y de los ministerios.

Un medio especial para mantener viva esta espiritualidad es la comunión afectiva


y efectiva del obispo, en su oración y en sus relaciones, con el Papa y con los otros
obispos.

El obispo no está solo en su ministerio: debe donar y recibir aquel flujo de caridad
fraterna que viene de la relación con los otros hermanos en el episcopado, en un
verdadero ejercicio de amor recíproco, como aquel pedido por Jesús a sus discípulos (cf.
Jn 13,34; 15,12-13), que se transforma también en un compartir la oración, el
discernimiento, las experiencias espirituales y pastorales.

Por este motivo son importantes las ocasiones de diálogo y de intercambio, los
retiros espirituales, los momentos de distensión y de reposo, en los cuales los obispos
pueden ejercitar la comunión y la caridad pastoral.

Animador de una espiritualidad pastoral

52. Él mismo está llamado a estar en medio del pueblo como promotor y animador de
una pastoral de santidad, maestro espiritual de su grey, con el estilo de vida y el
testimonio creíble en palabras y en obras.

La llamada a la santidad compromete al obispo a ser también promotor de la


vocación universal a la santidad en su iglesia. A este fin él debe promover la
espiritualidad y la santidad del pueblo de Dios con iniciativas específicas acogiendo los
carismas antiguos y recientes, signos de la riqueza del Espíritu Santo.

En comunión con la Santa Madre de Dios

53. La especial presencia materna de María, honrada con una relación personal de
auténtico amor filial, es sostén del obispo en su vida espiritual.
Cada obispo está llamado a revivir aquel particular acto de entrega de María y del
discípulo Juan a los pies de la cruz (cf. Jn 19,26-27); está llamado además a verse
reflejado en la oración perseverante de los discípulos con María, la Madre de Jesús,
desde la Ascensión hasta Pentecostés (cf. Hch 1,14). Cada obispo y todos los obispos en
la comunión fraterna son confiados a los cuidados maternos de María en el ministerio,
en la comunión y en la esperanza.

Esto comporta una sólida devoción mariana, que consiste en una intensa comunión
con la Santa Madre de Dios en el ministerio litúrgico de santificación y de culto, en la
enseñanza de la doctrina, en la vida y en el gobierno. Este estilo mariano en el ejercicio
del ministerio episcopal deriva del mismo perfil mariano de la Iglesia.

III. CAMINO ESPIRITUAL DEL OBISPO

Un necesario camino espiritual

54. La espiritualidad cristiana es un camino con sus etapas, sus pruebas y sus
sorpresas, en un dinamismo de fidelidad a la propia vocación. Las estaciones de la vida,
la tensión constante hacia la perfección y la santidad personal, según el designio de
Dios, ayudan también al obispo a descubrir en su ministerio un verdadero y propio
itinerario espiritual. En medio de las alegrías y de las pruebas, que no faltan en la vida
del pastor, vivirá la propia historia y la de su pueblo. Un camino que debe recorrer
precediendo a su grey, en la fidelidad a Cristo, con un testimonio también público hasta
el fin.

Podrá y deberá hacerlo con serena confianza y animado por la esperanza teologal,
también cuando se encontrará en las condiciones de presentar la renuncia al cargo. Sin
embargo, no deberá cesar de vivir hasta el fin, en las formas más apropiadas, el espíritu
del ministerio en la oración o en otras actividades.

Con el realismo espiritual de lo cotidiano

55. El realismo espiritual enseña además a evaluar cómo el obispo debe vivir su
vocación a la santidad también en su debilidad humana, en la multiplicidad de
compromisos, en los imprevistos cotidianos, en muchos problemas personales e
institucionales. A veces, comprometido y solicitado por tantas responsabilidades, corre
el riesgo de ser superado por los problemas, sin encontrar válidas respuestas y
soluciones.

Cada obispo experimenta el peso de la vida y de la historia; también sobre él pesan


la responsabilidad, el compartir los problemas y las alegrías de su gente. A veces estará
bajo la presión de los medios de comunicación, ante fenómenos que involucran a la
Iglesia y a la defensa de la verdadera doctrina y de la moral; afrontará acusaciones
injustas o problemas de carácter social.

Por esto necesita cultivar un sereno tenor de vida que favorezca el equilibrio
mental, psíquico, afectivo, capaz de fomentar una disposición a las relaciones
interpersonales, a acoger a las personas y sus problemas, a ensimismarse con las
situaciones tristes o alegres de su gente que quiere encontrar en él la madurez y la
bondad de un padre y de un maestro espiritual.

Al obispo es necesario el coraje en la fatiga de su ministerio, la audacia en llevar la


cruz con dignidad y experimentar la gloria de servir, en comunión con el Crucificado-
Glorioso.

En la armonía del divino y de lo humano

56. El obispo está llamado a cultivar una espiritualidad a la medida de la humanitas


misma de Jesús, en la cual pueda expresar el aspecto divino y humano de su
consagración y misión. De este modo dará equilibrio a sí mismo en sus compromisos: la
celebración litúrgica y la oración personal, la programación pastoral, el recogimiento y
el reposo, la justa distensión y el congruo tiempo de vacaciones, el estudio y la
actualización teológica y pastoral.

El cuidado de la propia salud, física, psíquica y espiritual, y el equilibrio de la


existencia son también para el obispo un acto de amor hacia los fieles, una garantía de
mayor disponibilidad y apertura a las inspiraciones del Espíritu.

Armado con estos subsidios de espiritualidad, encuentra la paz del corazón y la


profundidad de la comunión con la Trinidad, que lo ha elegido y consagrado. En la
gracia que Dios le asegura, cada día sabrá desarrollar su ministerio, atento a las
necesidades de la Iglesia y del mundo, como testigo de la esperanza.

En efecto, el obispo cada día renueva su confianza en Dios y se enorgullece, como


el Apóstol, “en la esperanza de la gloria de Dios... sabiendo que la tribulación engendra
paciencia, la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza” (Rm 5,2-4). De la
esperanza deriva además la alegría. La alegría cristiana, que es, en efecto, alegría en la
esperanza (cf. Rm 12,12), es además objeto de la esperanza. El obispo, testigo de la
alegría cristiana que nace de la cruz, no sólo debe hablar de la alegría, sino que debe
además “esperar la alegría” y testimoniarla ante su pueblo.69[69]

69[69] Cf. PAULUS VI, Adhort. Ap. Gaudete in Domino (9.V.1975), I: AAS 67 (1975)
293.
Fidelidad hasta el final

57. Será paciente y perseverante en la esperanza, cuando en el ejercicio de su


ministerio será puesto a la prueba de la enfermedad o será conducido por el Señor a
vivir los últimos años de su vida como una ofrenda en favor de su rebaño o bien será
llamado a dar testimonio de Cristo en difíciles condiciones de persecución y de martirio,
como no raramente ha sucedido y sucede en nuestro tiempo.

Éstas serán también ocasiones preciosas para que todo el pueblo a él confiado sepa
que su pastor vive el don total de sí como Cristo en la Cruz.

Para esto será también hermoso ver al obispo que, consciente de su enfermedad,
recibe el sacramento de la Unción de los enfermos y el santo viático con solemnidad y
en compañía del clero y del pueblo.70[70]

En este último testimonio de su vida terrena él tendrá la ocasión de enseñar a sus


fieles que jamás hay que traicionar la propia esperanza y que cada dolor del momento
presente es aliviado con la esperanza de las realidades futuras.

En el último acto de su éxodo de este mundo al Padre, él podrá reasumir y volver a


proponer la finalidad de su mismo ministerio en la Iglesia: señalar la meta escatológica
a los hijos de la Iglesia, como Moisés señaló en el monte Nebo la tierra prometida a los
hijos de Israel (cf. Dt 34,1 ss).

En consecuencia también la conclusión de su itinerario con la muerte y las


exequias solemnes celebradas en la iglesia catedral, deben ser un momento espiritual de
gran valor para la vida de los fieles, un canto a la resurrección del Señor que acoge a sus
siervos fieles. Esta es una ocasión propicia para dejar como don a la Iglesia las palabras
de un testamento espiritual y la imagen de un rostro amigo y cercano, junto a todos los
pastores que lo han precedido en la iglesia particular.

El ejemplo de los santos obispos

58. El camino espiritual del obispo está iluminado por la gran multitud de pastores de
la Iglesia, que a partir de los apóstoles han iluminado con su ejemplo la vida de la
Iglesia en cada época y en cada lugar. Sería arduo hacer una lista de estos ilustres
modelos que brillan en la Iglesia, cuya santidad ha sido o será reconocida por la Iglesia.
Pero sus nombres y sus rostros están bien presentes en la vida de la Iglesia universal y
de las iglesias locales, también en la celebración cíclica del año litúrgico o en las
lecturas de la liturgia de las horas.

Pensemos a los santos pastores que desde el comienzo de la Iglesia han unido la
santidad de vida con la predicación y la sabiduría, el sentido pastoral y también social
del mensaje evangélico. Algunos de ellos han dado su vida a través del testimonio del
70[70] Cf. SACRA CONGREGATIO PRO EPSCOPIS, Directorium Ecclesiae imago
(22.02.1973), 89.
martirio. Hay santos pastores fundadores de iglesias recordados y celebrados como
santos patronos.

Han existido pastores que resplandecen por su doctrina, que han dado una
contribución específica en los concilios ecuménicos y han puesto en práctica con
sabiduría las directivas de reforma y de renovación. Son también santos obispos muchos
misioneros que han llevado el Evangelio a nuevas tierras y han organizado la vida de las
iglesias locales nacientes. No han faltado hasta nuestros días testigos de la fe que han
pagado con la cárcel, el exilio y otros sufrimientos, su fidelidad a la Iglesia católica y a
la comunión con la Sede de Pedro. Otros en circunstancias difíciles han dado la vida por
su rebaño como defensores de los derechos humanos y religiosos.

La comunión espiritual con estos pastores es motivo de esperanza y fuente de


impulso apostólico. Cada obispo ve en ellos una manifestación de la gracia y la fuerza
del Espíritu Santo, así como también el modelo de la fidelidad a la cual está llamado en
el propio ministerio pastoral.
CAPÍTULO III

EL EPISCOPADO, MINISTERIO DE COMUNIÓN


Y DE MISIÓN EN LA IGLESIA UNIVERSAL

Amigos de Cristo, elegidos y enviados por Él

59. Las palabras de Jesús en la última Cena, en modo especial en el cap. 15 de Juan, se
refieren a la vocación de los apóstoles a la luz de la comunión y de la misión. Jesús
habla de la vid y los sarmientos en una figura bíblica que expresa con claridad la
necesidad de la comunión y la fecundidad de la misión. Aunque la palabra de Jesús tiene
una dimensión eclesial y eucarística que alcanza a todos los fieles, ella se refiere en
primer lugar al círculo de los apóstoles y en consecuencia de sus sucesores.

En el discurso de Jesús sobre la vid y los sarmientos emerge el dinamismo


trinitario de la comunión y de la misión. El padre es el viñador; Cristo es la verdadera
vid; la savia interior de comunión y fecundidad es el Espíritu Santo que vivifica los
sarmientos unidos a la vid, destinados a dar fruto abundante y duradero. En el centro de
esta parábola hay una enseñanza fundamental: los discípulos de Jesús son llamados a
permanecer en comunión vital con Cristo, con su palabra y sus mandamientos, para
crecer a través de la poda de Dios y dar frutos en abundancia (cf. Jn 15,1-10).

De esto se deriva la necesidad de la comunión con Cristo y en él con el Padre y el


Espíritu, en la vid mística, en la cual se encuentra veladamente representada la Iglesia.

“Separados de mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5). Según el sentido de la parábola


de la vid, en el Evangelio de S. Juan, Jesús indica a sus discípulos la comunión con Él
como fidelidad a una amistad divina: “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os
mando” (Jn 15,14). En la amistad de Cristo está comprendido el compartir los secretos
del Padre, el don de la vida hasta la muerte, la comunión recíproca en el amor. Ella
supone, de parte de Jesús y en continuidad con su misión que viene del Padre, la
elección y el envío misionero de los discípulos: “No me habéis elegido vosotros a mí,
sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y
que vuestro fruto permanezca ” (Jn 15,16). De parte del discípulo se pide la fidelidad a
la palabra y a la misión.

60. El obispo, sarmiento vivo injertado en la vid que es Cristo, su amigo, discípulo y
apóstol, lleva en sí la llamada personal y ministerial a la comunión y a la misión.

La identidad del obispo en la Iglesia tiene su fundamento en el dinamismo de la


sucesión apostólica, entendida no sólo como investidura de autoridad sino como
extensión trinitaria de la comunión y de la misión. Elegido por el Señor, llamado a una
constante comunión con él, enviado al mundo, él se identifica con la persona de Jesús
en la transmisión de la vida divina, en la comunión del amor, en el sacrificio de su
existencia.
I. EL MINISTERIO EPISCOPAL EN UNA ECLESIOLOGÍA DE COMUNIÓN

En la Iglesia imagen de la Trinidad

61. El Concilio Vaticano II ha dado un lugar privilegiado en su reflexión teológica a la


Iglesia, como lugar de los misterios de la fe, con una particular atención al tema central
de la comunión. De hecho, la Iglesia, es definida desde el inicio de la Constitución
Lumen gentium como “un sacramento, o sea signo e instrumento de la íntima unión con
Dios y de la unidad de todo el género humano”.71[71]

Con razón entonces el documento de la Asamblea Extraordinaria del Sínodo de los


Obispos del 1985 ha afirmado: “la eclesiología de comunión es una idea central y
fundamental en los documentos del Concilio”. 72[72] El concepto de comunión está “en
el corazón del autoconocimiento de la Iglesia”. 73[73] Ella es a la vez vertical y
horizontal, comunión con Dios y entre los hombres, don de la Trinidad y compromiso
en la fe y en el amor, visible e invisible.74[74]

La comunión eclesial, fundada sobre la palabra de Dios y sus sacramentos,


especialmente la Eucaristía, expresada en la fe, fundada sobre la esperanza, animada por
la caridad, radicada en la unidad del ministerio de enseñanza y de gobierno del sucesor
de Pedro y de los obispos, posee a la vez fuerza de unidad y dinamismo misionero.
Análogamente al misterio de la Trinidad, que es comunión y misión para la salvación
del mundo, la Iglesia, imagen viviente de la Trinidad, con la fuerza misma del Espíritu,
es convocación (ekklesía) y manifestación (epiphanía) misionera para la salvación del
mundo.

La Iglesia debe ser siempre y en todas partes, en medida creciente, participación y


sacramento del amor trinitario, para la salvación del mundo. En consecuencia, tiene la
fuerza misma del Espíritu, que en la Trinidad es principio de comunión y de misión en
el amor.

62. Por lo tanto, la Iglesia es el misterio-sacramento en el cual convergen la


evangelización y la catequesis, la celebración de los misterios, la espiritualidad eclesial,
la vida de caridad de los cristianos, la acción y el testimonio misionero. Sólo en una
auténtica perspectiva eclesial pueden ser comprendidos los compromisos morales, las
estrategias pastorales, los caminos de espiritualidad vivida.

71[71] CONC. OECUM. VAT. II, Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 1.
72[72] Relatio finalis, Exeunte coetu II, C, 1.
73[73] CONGREGATIO PRO DCTRINA FIDEI, Litterae Communionis notio (28.05.1992), 3:
AAS 85 (1993), 839.
74[74] Ibid.
Comunión y misión se implican mutuamente. La fuerza de la comunión hace
crecer la Iglesia en extensión y en profundidad. Pero la misión hace crecer también la
comunión, que se extiende, como círculos concéntricos, hasta alcanzar a todos. En
efecto, la Iglesia se difunde en las diversas culturas y las introduce en el Reino, 75[75] de
modo que todo lo que de Dios ha salido a Dios pueda volver. Por esto se ha afirmado:
“La comunión se abre a la misión, haciéndose ella misma misión”.76[76]

La comunión corresponde al ser de la Iglesia, recuerda el destino de todos los


carismas al ágape, a la comunión en la unidad, en el mismo designio de salvación, en el
mismo proyecto eclesial.

La unidad de la Iglesia como comunión y misión no pertenece sólo a la esencia de


su misterio y de su compromiso en el mundo, ella es también la garantía y el sello de su
obrar divino: todo proviene del designio trinitario de Dios, que en su unidad está en el
origen de todo y es también el destino final de todo, según la visión de la historia de la
salvación que involucra a la humanidad y al cosmos.

En una eclesiología de comunión y de misión

63. También en nuestro tiempo la unidad es un signo de esperanza ya sea que se trate
de los pueblos, ya sea que se hable del obrar humano por un mundo reconciliado. Pero
la unidad es también signo y testimonio creíble de la autenticidad del Evangelio. De
aquí nace la urgencia también en nuestro mundo de la unidad de la Iglesia y de un modo
particular de la unidad de todos del discípulos de Cristo, para que el mundo crea (cf. Jn
17,21).

El misterio trinitario, que es misterio de comunión en la reciprocidad, es como el


cuadro de referencia de la vida de la Iglesia, de su misión, de sus ministerios y por lo
tanto del ministerio episcopal.

Tal perspectiva es un signo de esperanza para el mundo en medio de las


disgregaciones de la unidad, de las contraposiciones y de los conflictos. La fuerza de la
Iglesia está en la comunión, su debilidad está en la división y en la contraposición.

64. El ministerio episcopal se encuadra en esta eclesiología de comunión y de misión


que genera un obrar en comunión, una espiritualidad y un estilo de comunión.

En efecto, en este ministerio se expresa la unidad de la sucesión apostólica en el


Colegio de los obispos, bajo el ministerio petrino. Además, en el obispo converge la
iglesia particular, la comunidad del pueblo de Dios, con los presbíteros, los diáconos, las
personas consagradas, los laicos.

75[75] CONC. OECUM. VAT. II, Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 13.
76[76] IOANNES PAULUS II, Adhort. apost. synod. Christifideles laici (30.12.1988), 31:
AAS 81 (1989), 448.
Esta comunión en la unidad es sostenida por la caridad pastoral y por la esperanza
sobrenatural en la actuación de designio divino con la fuerza del Espíritu Santo.

Unidad y catolicidad del ministerio episcopal

65. Enviado en nombre de Cristo como pastor de una iglesia particular, el obispo cuida
la porción del pueblo de Dios que le ha sido confiada y la hace crecer como comunión
en el Espíritu por medio del Evangelio y de la Eucaristía. En ella es visible el principio
y fundamento de la unidad de la fe, de los sacramentos y del gobierno en razón de la
potestad recibida.77[77]

Sin embargo, cada obispo es pastor de una iglesia particular en cuanto es miembro
del Colegio de los obispos. En este mismo Colegio cada obispo está inserido en virtud
de la consagración episcopal y mediante la comunión jerárquica con la Cabeza del
Colegio.78[78] De esto derivan para el ministerio del obispo algunas consecuencias que,
aún en forma sintética, es oportuno considerar.

La primera es que el obispo no está nunca solo. Esto es verdad no solamente


respecto a su colocación en la propia iglesia particular, sino también en la Iglesia
universal, unido como está - por la naturaleza misma del episcopado uno e
indivisible79[79] - a todo el Colegio episcopal, el cual sucede al Colegio apostólico. Por
esta razón cada obispo está simultáneamente en relación con la iglesia particular y con
la Iglesia universal.

Visible principio y fundamento de la unidad en la propia iglesia particular, cada


obispo lleva en sí el vínculo visible de comunión eclesial entre su iglesia y la Iglesia
universal. Por esto todos los obispos, aún residiendo en diversas partes del mundo, pero
siempre custodiando la comunión jerárquica con la Cabeza del Colegio episcopal y con
el mismo Colegio en su totalidad, dan consistencia y figura a la catolicidad de la Iglesia;
al mismo tiempo confieren a la iglesia particular, de la que son encargados, la misma
nota de catolicidad.

“El obispo es principio y fundamento visible de la unidad en la iglesia particular


confiada a su ministerio pastoral, pero para que cada iglesia particular sea plenamente
Iglesia, es decir, presencia particular de la Iglesia universal con todos sus elementos
esenciales, y por lo tanto constituida a imagen de la Iglesia universal, debe hallarse
presente en ella, como elemento propio, la suprema autoridad de la Iglesia: el Colegio
episcopal ‘junto con su Cabeza, el Romano Pontífice, y jamás sin ella’”.80[80]

77[77] CONC. OECUM. VAT. II, Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 23; CIC can.
381 § 1; CCEO can. 178.
78[78] CONC. OECUM. VAT. II, Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 22; CIC can.
336; CCEO can. 49.
79[79] Cf. S. CYPRIANUS, De catholicae Ecclesiae unitate. 5: PL 4, 516; cf. CONC.
OECUM. VAT. I, Const. dogm. Pastor aeternus de Ecclesia Christi, Prologus: DS 3051;
CONC. OECUM. VAT. II, Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 18.
En la comunión de las Iglesias, entonces, el obispo representa su iglesia particular
y, en ésta, él representa la comunión de las iglesias. Mediante el ministerio episcopal, en
efecto, cada iglesia particular, que también es una portio Ecclesiae universalis,81[81]
vive la totalidad de la una-santa y está presente en ella la totalidad de la católica-
apostólica.82[82]

66. La segunda consecuencia, sobre la que parece oportuno detenerse, es que


justamente esta unión colegial, o comunión fraterna de caridad, o afecto colegial, es la
fuente de la solicitud que cada obispo, por institución y mandato de Cristo, tiene con
respecto a toda la Iglesia y a todas las otras iglesias particulares. Así se dilata también su
solicitud por “aquellas regiones del orbe terrestre en que todavía no ha sido anunciada la
palabra de Dios, o en que, principalmente por el escaso número de sacerdotes, se hallan
los fieles en peligro de apartarse de los mandamientos de la vida cristiana y aún de
perder la fe misma”.83[83]

Por otra parte, los dones divinos, mediante los cuales cada obispo edifica su iglesia
particular, o sea el Evangelio y la Eucaristía, son los mismos que no sólo constituyen
cada iglesia particular como reunión en el Espíritu, sino que también la abren, cada una,
a la comunión con todas las otras iglesias. El anuncio del Evangelio, en efecto, es
universal y, por voluntad del Señor, está dirigido a todos los hombres y es inmutable en
todos los tiempos.

Luego, la celebración de la Eucaristía por su misma naturaleza y como todas las


otras acciones litúrgicas, es acción de toda la Iglesia, pertenece al entero cuerpo de la
Iglesia, lo manifiesta y lo implica. 84[84] También de aquí surge el deber de todo obispo,
como legítimo sucesor de los apóstoles y miembro del Colegio episcopal, de ser en
cierto modo garante de la Iglesia toda (sponsor Ecclesiae).85[85]

En comunión con el Sucesor de Pedro

67. La eclesiología de comunión, característica de la Iglesia Católica, expresa las


múltiples relaciones de unidad no sólo en la misma fe, esperanza y caridad, en la misma
doctrina y en los sacramentos, entre todas las iglesias particulares, sino también en la
80[80] CONGREGATIO PRO DOCTRINA FIDEI, Litterae Communionis notio (28.05.1992),
13: AAS 85 (1993), 846.
81[81] Cf. CONC. OECUM. VAT. II, Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 23.
82[82] CONGREGATIO PRO DOCTRINA FIDEI, Litterae Communionis notio (28.05.1992),
9. 11-14: AAS 85 (1993), 844-847.
83[83] CONC. OECUM. VAT. II, Decret. de past. Episc. mun. in Ecclesia Christus
Dominus, 6; cf. CONC. OECUM. VAT. II, Const. dog. de Ecclesia Lumen Gentium, 23;
Decret. de past. Episc. mun. in Ecclesia Christus Dominus, 3.5.
84[84] CONC. OECUM. VAT. II, Const. de sacra Liturgia Sacrosanctum Concilium, 26.
85[85] Cf. CONC. OECUM. VAT. II, Decret. de past. Episc. mun. in Ecclesia Christus
Dominus, 6.
concreta comunión con el Romano Pontífice, principio visible de la unidad de la Iglesia.
Esta realidad se manifiesta en la santificación y en el culto, en la doctrina y en el
gobierno, según el proyecto divino de Cristo, que ha querido que Pedro y sus sucesores
fueran principio de unidad visible para que confirmaran a los hermanos en la fe.86[86]

La unidad de la Iglesia, en comunión y bajo la guía del sucesor de Pedro, es


además fuente de esperanza para el futuro. El designio de Dios es la unidad de la entera
familia humana y la Iglesia católica conserva en su estructura este precioso don.

Tal unidad es fuente de confianza y de esperanza para el futuro de la misión de los


cristianos en el mundo. En efecto, ella es garantía de la continuidad de la verdad y de la
vida del Evangelio: la plenitud de una Iglesia que sea una, santa, católica y apostólica,
como fue querida por Cristo, y que “subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el
sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él”.87[87]

68. Múltiples son los vínculos que unen a cada obispo con el ministerio de Pedro. En
primer lugar, la comunión en la vida divina, especialmente a través de la celebración de
la Eucaristía, fundamento de la unidad de la Iglesia en Cristo. 88[88] Cada celebración de
la Eucaristía, signo de la “sanctorum communio”, o sea de la comunión de los santos y
de las cosas santas, según la apreciada expresión de la antigüedad cristiana, 89[89] tiene
lugar en unión, no sólo con el propio obispo, sino ante todo con el Papa y con el orden
episcopal, en consecuencia con el clero y con todo el pueblo de Dios, como lo expresan
los diversos formularios de la plegaria eucarística.90[90]

A esto se agrega la comunión en la predicación del Evangelio y en la recta


doctrina, en fidelidad al magisterio de la Iglesia que el Romano Pontífice ejerce,
especialmente en las cuestiones de fe y costumbres. La cordial acogida y difusión del
magisterio pontificio es signo de auténtica comunión y garantía de unidad en la Iglesia,
también para guiar el pueblo de Dios por los senderos de la verdad, especialmente en
campos doctrinales que exigen también el estudio profundo y específico de nuevas
problemáticas.91[91]

Por último también la necesaria unidad en la disciplina eclesiástica es signo de


comunión en la verdad y en la vida, aún con las legítimas variaciones, según el derecho.

Colaboración en el ministerio petrino


86[86] Cf. CONC. OECUM. VAT. II, Const. dog. de Ecclesia Lumen gentium, 22-23.
87[87] Ibid., 8. Cfr. CONGREGATIO PRO DOCTRINA FIDEI, Declaratio Dominus Iesus
(06.08.2000), 17.
88[88] Ibid., 26.
89[89] Ibid., 6.
90[90] CONGREGATIO PRO DOCTRINA FIDEI, Litterae Communionis notio (28.05.1992),
14: AAS 85 (1993), 846.
91[91] Cf. CONC. OECUM. VAT. II, Const. dog. de Ecclesia Lumen gentium, 25.
69. La pertenencia al Colegio de los obispos, que no puede ser concebida sin la
comunión con su Cabeza visible que es el Romano Pontífice, tiene varias formas de
participación y de ejercicio de la colegialidad.

Justamente en cuanto pertenece al Colegio episcopal, cada obispo en el ejercicio


de su ministerio se encuentra y está en una viva y dinámica comunión con el obispo de
Roma, Sucesor de Pedro y Cabeza del Colegio, y con todos los otros hermanos obispos
esparcidos en el mundo entero. En tal comunión se actúa también la solicitud por todas
las iglesias diseminadas por el mundo y la dimensión de misión, de cooperación y de
colaboración misionera, que es propia del ministerio episcopal.

Una específica forma de colaboración con el Romano Pontífice en la solicitud por


toda la Iglesia es el Sínodo de los Obispos, donde tiene lugar un fructuoso intercambio
de noticias y de sugerencias y son delineadas, a la luz del Evangelio y de la doctrina de
la Iglesia, las orientaciones comunes que, si son hechas propias por el Papa y por él son
propuestas a toda la Iglesia, vuelven a las iglesias locales en beneficio de ellas mismas.
En tal modo la Iglesia entera es válidamente sostenida para mantener la comunión en la
pluralidad de las culturas y de las situaciones.

Fruto y expresión de esta unión colegial es la colaboración de los obispos


pertenecientes a todas partes del orbe católico en los organismos de la Santa Sede, en
particular en los dicasterios de la Curia Romana y en varias comisiones, donde pueden
eficazmente llevar su propia contribución como pastores de iglesias particulares.

Las visitas "ad limina" y las relaciones con la Santa Sede

70. Un momento importante, manifestación de la unión con el Papa y con los


organismos de la Santa Sede, es el constituido por las visitas ad limina. Ellas se
desarrollan en la comunión sacramental de la celebración eucarística, en la oración
común, en el encuentro personal de los obispos con el Papa y sus colaboradores. Son
ocasiones de discernimiento que llevan al centro de la comunión visible las realidades,
las ansias, las esperanzas, las alegrías y los problemas de las iglesias particulares para
un enriquecimiento de la catolicidad y una particular experiencia de unidad.

En los últimos tiempos, en ocasión de tales visitas, los mismos pastores han tenido
la oportunidad de compartir entre ellos momentos de oración, en compañía de los más
estrechos colaboradores diocesanos y de algún grupo de fieles, poniendo así en
evidencia un verdadero y auténtico sentido de renovación de las visitas de los pastores
de las iglesias particulares “ad limina apostolorum”.92[92]

Muchos obispos en las respuestas a los Lineamenta, expresan el deseo que la


relación entre el Sucesor de Pedro y los obispos diocesanos, a través de los dicasterios
de la Santa Sede y los representantes pontificios, sea cada vez más marcada por criterios

92[92] Cf. CONGREGATIO POR EPISCOPIS, directorium pro visitatione "ad limina"
Constitutione apostolicae Pastor Bonus adnexum (29.06.88).
de colaboración recíproca y de estima fraterna, como actuación concreta de una
eclesiología de comunión, en el respeto de las competencias.

Las conferencias episcopales

71. Los obispos viven su comunión con los otros Pastores en el ejercicio de la
colegialidad episcopal. Desde la antigüedad cristiana tal realidad de comunión ha
encontrado una expresión particularmente calificada en la celebración de los Concilios
ecuménicos, también en los concilios particulares, tanto plenarios como provinciales,
concilios que todavía hoy tienen una utilidad, contemporáneamente a la consolidación
de las Conferencias episcopales.

A partir del siglo pasado, en efecto, han nacido las Conferencias episcopales que
en el Decreto Christus Dominus han encontrado una acogida particular y en el CIC una
específica normativa.93[93] Recientemente, siguiendo las recomendaciones del Sínodo
Extraordinario de 1985, que pedía un estudio sobre la naturaleza teológica de las
Conferencias episcopales, Juan Pablo II ha promulgado, a propósito, el Motu proprio
Apostolos suos, que esclarece y analiza detalladamente todo el argumento.94[94]

En el Directorio Ecclesiae imago venía de algún modo expresada su naturaleza


con estas palabras: “La Conferencia episcopal ha sido instituida con el fin de que pueda
hoy por hoy aportar una múltiple y fecunda contribución a la aplicación concreta del
afecto colegial. Por medio de las Conferencias se fomenta de manera excelente el
espíritu de comunión con la Iglesia universal y de las diversas iglesias particulares entre
sí”.95[95]

72. Quedando firme la autoridad de cada obispo en su iglesia particular, “en la


Conferencia los obispos ejercen unidos el ministerio episcopal en favor de los fieles del
territorio de la Conferencia; pero, para que tal servicio sea legítimo y obligatorio para
cada obispo, es necesaria la intervención de la autoridad suprema de la Iglesia que,
mediante ley universal o mandato especial, confía determinadas cuestiones a la
deliberación de la Conferencia episcopal”.96[96]

93[93] Cf.CONC. OECUM. VAT. II, Decret. de past. Episcoporum munere in Ecclesia
Christus Dominus, 37-38; CIC c. 447-449.
94[94] Cf. IOANNES PAULUS II, Litterae Apostolicae motu proprio datae Apostolos suos,
(21.05.1998): AAS 90 (1998), 641-658; cf. CONGREGATIO POR EPISCOPIS, Epistolae
Praesidibus Conferentiarum Episcoporum missa, nomine quoque Congregationis pro
Gentium Evangelizatione (21.06.1999): AAS 91 (1999), 996-999.
95[95] Cf. CONGREGATIO POR EPISCOPIS, Direcotirum Ecclesiae imago, n. 210; cf.
IOANNES PAULUS II, Litterae Ap. Apostolos suos, 5.
96[96] IOANNES PAULUS II, Litterae Ap. Apostolos suos, (21.05.1998), 20: AAS 90
(1998), 654.
“El ejercicio conjunto del ministerio episcopal incluye también la función
doctrinal”.97[97] Los obispos reunidos en la Conferencia episcopal deben procurar que
el magisterio universal llegue al pueblo a ellos confiado. 98[98] Para que las
declaraciones doctrinales de la Conferencia episcopal obliguen a los fieles a adherir a
ellas con religioso obsequio de ánimo deben, o ser aprobadas por unanimidad, o bien,
aprobadas por mayoría cualificada, obtener la recognitio de la Sede Apostólica.99[99]

Las Iglesias orientales patriarcales y arzobispales mayores tienen sus propias


instituciones de carácter sinodal, como el Sínodo patriarcal100[100] y la Asamblea
patriarcal, y gozan de leyes propias. El mismo CCEO contempla las asambleas de los
jerarcas de diversas iglesias sui iuris.101[101]

Existen también organismos como las Reuniones Internacionales de Conferencias


Episcopales a nivel continental o regional por su cercanía, que, aún no teniendo las
competencias de las Conferencias episcopales, propiamente dichas, según las normas
del derecho canónico, sin embargo, son instrumentos útiles a través de los cuales se
establecen relaciones de colaboración entre los obispos en vista del bien común.102[102]

Comunión afectiva y efectiva

73. Las relaciones que se establecen entre los obispos, ya sea en el ámbito de los
Sínodos patriarcales de la Iglesias orientales, ya sea a través de las Conferencias
episcopales, ya sea mediante otras formas de colaboración y comunión, cada una según
la propia naturaleza teológica y jurídica, no deben ser vistas sólo en función del trámite
burocrático de cuestiones internas y externas. Es más, en el espíritu de comunión entre
los pastores de las iglesias y en el affectus collegialis, propio de la participación
sacramental a la solicitud por el entero pueblo de Dios, dichas relaciones deben
constituir una verdadera experiencia de espiritualidad, un ejercicio de comunión
afectiva y efectiva.

Las asambleas episcopales deben entonces desarrollarse en la escucha recíproca en


virtud de la común responsabilidad y solicitud eclesial. Ellas constituyen momentos de
responsabilidad pastoral, de evangélica fraternidad, de compartir problemas, de
verdadero discernimiento eclesial y espiritual; son momentos en los cuales los obispos
iluminan con la sabiduría del Evangelio los problemas de nuestro tiempo, en una mutua
ayuda que se confía a la gracia del Señor, presente en medio de los que están reunidos
en su nombre (cf. Mt 18,20), y a la asistencia del Espíritu Santo que guía a la Iglesia.

97[97] Ibidem, 21 AAS 90 (1998), 655.


98[98] Cf. Idem.
99[99] Cf. Ibidem, 22: AAS 90 (1998), 665.
100[100] Cf. CCEO c. 110 y 152.
101[101] Cf. CCEO, c. 322.
102[102] Cf. OANNES PAULUS II, Litterae Ap. Apostolos suos, (21.05.1998), 32: AAS 90
(1998), 645.
74. Esta ayuda recíproca entre los obispos, y en modo especial de parte de los
metropolitanos, puede y debe transformarse en estímulo, en sostén en el discernimiento,
en consejo recíproco y eventualmente en una oportuna corrección fraterna, según el
Evangelio, en momentos de dificultad.

Algunos esperan que en razón de la comunión fraterna en la gracia del Episcopado


y en la unidad de la Iglesia se establezcan relaciones de ayuda recíproca entre diócesis
grandes y pequeñas, con aquellas ayudas que se revelarán oportunas como el
intercambio de agentes de pastoral, de medios económicos y de subsidios, así como
también la constitución de estructuras y organismos comunes, cuando las diócesis sean
vecinas. Hay que alentar también las relaciones de fraternidad entre diócesis, como
gemelas, como iglesias esparcidas por el mundo, especialmente con aquellas más
necesitadas y jóvenes, como signo de solicitud por la Iglesia universal.

En las respuestas a los Lineamenta se pide aclarar las relaciones cuando, por varias
razones, especialmente por la diversidad de iglesias “sui iuris” o bien por la existencia
de una prelatura personal o de un ordinario militar, diversos obispos dentro del mismo
territorio se encuentran ejerciendo la función de pastor respecto a sus respectivos fieles.
Es necesario que se establezcan definidos criterios para favorecer el testimonio de la
unidad.

II. ALGUNOS PROBLEMAS PARTICULARES

Distintas tipologías del ministerio episcopal

75. De las respuestas a los Lineamenta emergen algunas cuestiones que merecen una
especial atención, de tal manera que puedan ser aclaradas, a la luz de los últimos años,
particulares tareas, derechos y deberes, en el respeto de los dones propios de cada
obispo.

La primera de estas cuestiones toca la variedad del ministerio episcopal, como se


ha delineado a través de la historia y de las tradiciones de la Iglesia.

Dentro de la Iglesia sobresale el ministerio del obispo elegido y consagrado al


servicio de una iglesia particular. Entre éstos está investido por el Señor de una función
particular el Obispo de Roma. La Iglesia que está en Roma preside la asamblea
universal de la caridad, posee una particular principalidad y, por su peculiar vínculo con
el apóstol Pedro, su Obispo es Cabeza y Pastor de la Iglesia universal. 103[103] Él,
animado por el Espíritu del Buen Pastor, apacienta el rebaño universal de Cristo y
confirma a los hermanos en la verdad, como signo de comunión y de unidad ante todas
las otras iglesias y confesiones cristianas, ante las otras religiones y ante la entera
sociedad.
103[103] Cf. CONC. OECUM. VAT. II, Const. dog. de Ecclesia Lumen gentium, 22-23,
cum notis.
Una particular figura episcopal, según la tradición de la Iglesia, revisten los
obispos que, con el título de Patriarca, presiden las Iglesias católicas orientales. Al
Patriarca está reservado un especial honor como Padre y Cabeza de su iglesia
patriarcal.104[104] En las Iglesias orientales católicas se encuentran también los
arzobispos mayores, que son metropolitanos de una sede determinada reconocida por la
suprema autoridad de la Iglesia. Ellos presiden una entera Iglesia oriental sui iuris que
no tiene título patriarcal.105[105]

Los arzobispos y obispos diocesanos o eparquiales son constituidos pastores de


sus respectivas iglesias particulares.

Existen, además de los arzobispos y obispos diocesanos al frente de una iglesia


particular residencial, otros arzobispos y obispos, a quienes ha sido conferida la gracia y
la dignidad episcopal, al servicio de toda la Iglesia y con un particular vínculo con el
ministerio petrino en el gobierno de la Iglesia; entre éstos los obispos creados
cardenales sin una sede particular. Otros colaboran con el Romano Pontífice en la
solicitud de la Iglesia universal y están al servicio de la Santa Sede, con cargos en la
Curia Romana o en las Nunciaturas y Delegaciones apostólicas.

Hay que mencionar además los obispos metropolitanos de las Iglesias de Oriente
que están encargados de una provincia dentro de los límites del territorio de una Iglesia
Patriarcal, a norma del propio derecho particular. También en la Iglesia latina se
encuentran los metropolitanos, que presiden una provincia eclesiástica con propios
derechos y deberes a norma del derecho.

Los obispos coadjutores y auxiliares, sean diocesanos o eparquiales, están al


servicio de las propias diócesis o eparquías y colaboran con el obispo diocesano o
eparquial cuando las circunstancias lo aconsejan, a norma del propio derecho.

Esta simple enumeración ilustra la rica variedad del ministerio episcopal en la


Iglesia universal y particular desde el punto de vista teológico e institucional.

Los obispos eméritos

76. Hoy han aumentado en modo considerable los obispos que por las razones
previstas en el derecho han sido dispensados de la función pastoral. Se ha puesto
repetidamente el problema de una mayor participación de ellos en la vida eclesial.

Los obispos eméritos, continuando a formar parte del Colegio Episcopal,


mantienen el derecho/deber de participar en los actos del Colegio en los modos
previstos por el derecho.106[106]

104[104] Cf. CONC. OECUM. VAT. II, Decretum de Ecclesiis orientalibus catholicis
Orientalium ecclesiarum, 9; CCEO, cc. 55-56.
105[105] Cf. CCEO cc. 152-153.
106[106] Cf. CIC c. 336; 337; 339.
Además, vista su experiencia pastoral, son consultados sobre las cuestiones de
índole general. Para que, entonces, permanezcan informados sobre los problemas de
mayor importancia, deben ser enviados a ellos con anticipación los documentos de la
Santa Sede y, de parte del obispo diocesano, el boletín eclesiástico y otros documentos.
Por su competencia en determinadas materias ellos pueden ser contados entre los
miembros adjuntos de los Dicasterios de la Curia Romana y ser nombrados consultores
de los mismos; ser elegidos, en los casos previstos por los estatutos de la diversas
Conferencias episcopales, para el Sínodo de los obispos; participar en alguna reunión o
comisión de estudio, si en los estatutos de la Conferencias de los obispos no fuera
prevista su presencia con voto deliberativo.107[107]

En las respuestas a los Lineamenta se espera que cuanto está previsto por el
derecho sea llevado a fiel aplicación.

Se pide que no falte a cada obispo emérito un adecuado trato económico y se


busquen laudables soluciones que eviten su aislamiento y favorezcan su plena vitalidad
eclesial.

Conviene tomar en consideración las necesarias atenciones debidas a los obispos


ancianos o enfermos que también constituyen en la Iglesia y en medio de los fieles un
ejemplo de amor a Cristo y de donación de la vida en su ministerio, en la oración y en el
sufrimiento.

Finalmente, el consejo de los hermanos obispos puede ser de gran ayuda y


consuelo en el momento en el cual llega el tiempo de renunciar al oficio. De la
sabiduría, comprensión y aliento de otros obispos puede venir también la ayuda para
que en este difícil pasaje humano y espiritual, las decisiones que se refieren al propio
futuro puedan ser tomadas con serenidad y confianza en la divina providencia.

Elección y formación de los obispos

77. Entre las respuestas a los Lineamenta algunas se refieren al argumento de las
consultaciones previas a la elección de los obispos, con el objeto de que a través de
dichas consultaciones se pueda favorecer la elección del candidato más adecuado a la
misión para la cual es destinado.

Dada la especial responsabilidad del ministerio episcopal, se considera siempre


más la oportunidad de iniciativas particulares en favor de los obispos recientemente
nombrados. Para ellos en los últimos años han sido propuestas actividades formativas,
para que tengan la ocasión de prepararse mejor a responder a las exigencias del
ministerio desde el punto de vista teológico, pastoral, canónico, espiritual y
administrativo.

107[107] Cf. CONGREGATIO POR EPISCOPIS, Normae In vita Ecclesiae sobre los Obispos
que han cesado de su oficio (31.10.1988); Cf. PONTIFICIUM CONSILIUM POR
INTERPRETATIONE LEGUM, Responsio (3.12.1991): AAS 83 (1991) 1093..
A través de oportunos programas de formación permanente se propone también la
necesaria actualización doctrinal, pastoral y espiritual de los obispos junto con un
aumento de la comunión colegial y de la eficacia pastoral en las respectivas diócesis.

Además, en vista, de las ordinarias y graves decisiones a tomar, se siente la


particular necesidad de invitar a los obispos a destinar un tiempo adecuado a la
meditación y a la contemplación en medio de las tareas cotidianas del ministerio,
cuando la urgencia de las cuestiones golpea a la puerta del corazón y la preocupación
del pastor invoca la pausa de la piedad y la escucha del Espíritu en la serenidad interior.

CAPÍTULO IV

EL OBISPO AL SERVICIO DE SU IGLESIA

La imagen bíblica del lavatorio de los pies: Jn 13,1-16

78. En el punto culminante de su vida, cuando Jesús comienza la última etapa de su


éxodo pascual, para ofrecerse libremente al Padre por nuestra salvación, se revela ante
sus discípulos como el siervo de todos.

Con el lavatorio de los pies, Jesús ha dejado la imagen del amor servicial hasta el
don de la vida, como modelo para los verdaderos discípulos del Evangelio. El ejemplo
de Cristo exige una continuidad de su misma actitud: “Os he dado ejemplo, para que
también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros” (Jn 13, 15). Este gesto de
humilde servicio, que todo obispo esta llamado a repetir ritualmente cada año el Jueves
Santo en la celebración de la Cena del Señor, está vinculado al ministerio de la caridad,
al mandamiento nuevo del amor recíproco (cf. Jn 13, 34-35) y se muestra como un
signo que tiene su cumplimiento en la Eucaristía y en el sacrificio de la muerte en cruz.
Servicio, caridad, Eucaristía, cruz y resurrección, aparecen íntimamente ligados entre sí
en la vida de Jesús, en su enseñanza y en el ejemplo que dejó para su Iglesia, en su
memorial.

A la luz de esta imagen joánica el ministerio del obispo en su iglesia particular


aparece como un servicio de amor y su figura, como la de Cristo, siervo de los
hermanos. Con estos sentimientos, Jesús cumplió aquel gesto también como signo de
esperanza, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos y que había venido del
Padre y al Padre tornaba, con la esperanza cierta de volver a ver a sus discípulos
después de la Pascua (cf. Jn 13,3). Así también, el obispo en la humildad de su servicio
proclamará la esperanza con la palabra, la celebrará con los sacramentos, la actuará en
medio a su pueblo y con su gente, como el humilde inclinarse hacia todas las
necesidades de los fieles, en modo especial hacia los más necesitados.
I. EL OBISPO EN SU IGLESIA PARTICULAR

La iglesia particular

79. La misión específica del ministerio episcopal adquiere una particular relevancia y
concretización en la iglesia particular, para la cual el obispo diocesano ha sido elegido y
consagrado. El ministerio de los obispos se hace especifico como un servicio a las
iglesias particulares dispersas por el mundo, en las cuales y a partir de las cuales ("in
quibus et ex quibus") existe la sola y única Iglesia católica.108[108]

La mutua relación de identidad y representación que coloca al obispo al centro de


la iglesia particular se expresa en la sentencia de la tradición, formulada con las palabras
de Cipriano: “Debes saber que el obispo está en la Iglesia y la Iglesia está en el obispo,
y si uno no está con el obispo no está tampoco en la Iglesia”.109[109] Así, el ministerio
del obispo está todo en relación a su iglesia, que lo comprende a él mismo, y representa
una serie de elementos de comunión y de unidad en la Iglesia universal. Por otra parte,
no se puede pensar en una iglesia particular sin la referencia a su pastor. La iglesia
particular se puede explicar a partir de la triple función episcopal de la santificación, del
magisterio y del gobierno, que se entrelaza con la dimensión profética, sacerdotal y real
del Pueblo de Dios.110[110]

Por ello, como ya recordaba el Directorio Ecclesiae imago, el obispo “debe


armonizar en su propia persona los aspectos de hermano y de padre, de discípulo de
Cristo y de maestro de la fe, de hijo de la Iglesia y, en un cierto sentido, de padre de la
misma, por ser ministro de la regeneración sobrenatural de los cristianos (cf. 1 Co
4,15)”.111[111]

Un misterio que converge en el obispo junto a su pueblo

80. En la persona del obispo, unido a su pueblo, convergen las características de la


comunión eclesial. Se manifiesta en él la comunión trinitaria, porque él se convierte en
signo del “Padre”; es presencia de Cristo, “cabeza, esposo y siervo”; es “ecónomo” de la
gracia y hombre del Espíritu. Se cumple en el obispo la comunión apostólica, que lo
hace testigo de la tradición viva del Evangelio, en conexión con la sucesión apostólica.

108[108] Cf. CONC. OECUM. VAT. II, Const. dogm. de Ecclesia Lumen Gentium, 23.
109[109] S. CYPRIANUS, Epistola 69,8: PL 4, 418-419: "Unde scire debes Episcopum
in Ecclesia esse et Ecclesiam in Episcopo, et si quis cum Episcopo non sit, in Ecclesiam
non esse".
110[110] Cf. CONC. OECUM. VAT. II, Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 9-13.
111[111] SACRA CONGREGATIO PRO EPISCOPIS, Directorium Ecclesiae imago
(22.02.1973), 14.
Obra en él la comunión jerárquica que lo une al carisma petrino, como los apóstoles
estaban unidos a Pedro en Jerusalén.

En la gracia de su ministerio de maestro, sacerdote y pastor se hace concreta la


unidad de la iglesia particular, que encuentra en él el punto de comunión entre los
presbíteros y las diversas parroquias y asambleas locales; éstas, en comunión con él, se
hacen “legítimas”. Él es, en fin, animador de la comunión de carismas y ministerios de
los otros fieles de Cristo, consagrados y laicos, que encuentran en él el principio de
unidad y de fuerza misionera.

También en la persona del obispo se manifiesta la reciprocidad entre la Iglesia


Universal y las iglesias particulares, que abiertas las unas a las otras, se reencuentran
como porciones del pueblo de Dios y “portiones Ecclesiae”112[112] en la una, santa,
católica y apostólica, la cual preexiste a ellas y en ellas se encarna como comunidades
históricas, territoriales y culturales concretas.

Palabra, Eucaristía, comunidad

81. En el Decreto sobre el oficio pastoral de los obispos en la Iglesia Christus


Dominus encontramos trazada en términos teológicos la imagen de la iglesia particular
con estas palabras, referidas explícitamente a la diócesis: “La diócesis es una porción
del Pueblo de Dios que se confía al obispo para ser apacentada con la cooperación de
sus sacerdotes, de suerte que, adherida a su pastor y reunida por él en el Espíritu Santo
por medio del Evangelio y la Eucaristía, constituya una iglesia particular, en que se
encuentra y opera verdaderamente la Iglesia de Cristo, que es una, santa, católica y
apostólica.”113[113]

Los elementos constitutivos de la iglesia particular en torno al obispo pueden ser


resumidos en estas instancias fundamentales de la eclesiología del Nuevo Testamento:114
[114]

a) La predicación del Evangelio como presencia de Cristo y de su Palabra. Esta


Palabra hace la Iglesia. La Iglesia nace ante todo de la Palabra; ella es “creatura Verbi”,
en el soplo vivificante del Espíritu. En efecto, la Iglesia comienza a ser "ecclesia",
comunidad de los convocados a través de la Palabra del Evangelio; es formada y como
plasmada por la Palabra proclamada, acogida con fe, predicada continuamente, como
nos enseñan los Hechos de los Apóstoles (cf. Hch 2, 42 ss). Por eso son intrínsecas a la
Iglesia la proclamación litúrgica de la Palabra, la evangelización y la catequesis, en la
potencia vivificadora del Espíritu.

b) El misterio de la Cena del Señor o Eucaristía que hace la Iglesia. Es,


precisamente, Cristo la Cabeza y el Esposo de la Iglesia y es la Eucaristía el memorial
112[112] Cf. CONC. OECUM. VAT. II, Const. dogm. de Ecclesia Lumen Gentium, 23.
113[113] CONC. OECUM. VAT. II, Decretum de pastorali episcoporum munere in
Ecclesia Christus Dominus, 11; cf. CIC can. 368; CCEO can. 177.
114[114] Cf. CONC. OECUM. VAT. II, Const. dogm. de Ecclesia, Lumen Gentium, 26.
sacramental de la muerte y resurrección del Cristo glorioso que hace a la Iglesia una,
santa, católica y apostólica.

c) Esta sinaxis, que se hace concreta también en “comunidades pequeñas, pobres y


dispersas”, presupone y genera la vida teologal: el amor, la esperanza y la caridad, es
decir, la existencia cristiana que se expresa en la comunión entre los fieles y en su
misión. La Eucaristía es siempre fuente y culmen de la vida de la Iglesia.115[115]

En estos tres signos se pueden advertir tres características originales del ser
cristiano. En efecto, la Iglesia en su comunicación con el Maestro invisible y con su
Espíritu recibe la Palabra del Evangelio, celebra el misterio de la Cena del Señor y vive
en la caridad mediante la misma fe y la misma esperanza.

Una, santa, católica y apostólica

82. La iglesia particular lleva consigo toda la compleja realidad de la Iglesia como
Pueblo de Dios; empeña a todos los bautizados en su múltiple y comprometida realidad
sacerdotal, profética y real, junto con la variedad de ministerios ordenados y carismas.

Se trata de un pueblo sellado por la gracia de los sacramentos, constituido Iglesia


en Cristo y en el Espíritu para gloria del Padre. Pero es también un pueblo peregrino,
radicado aquí y ahora en una tierra, en una historia, en una cultura.

La iglesia particular es llamada continuamente a medirse con la riqueza de la


Iglesia universal que ella misma actualiza, hace presente y operante. Es iglesia local,
particular, pero proyectada en el plan escatológico que comprende: la unidad en la vida
teologal, en el ministerio, en los sacramentos, en la vida, en la misión, en comunión con
Pedro; la santidad en la riqueza del Evangelio vivido y en la madura y rica experiencia
de los dones del Espíritu Santo; la catolicidad como cordial comunión con todos, en la
apertura a la universalidad de la Iglesia y a sus múltiples riquezas, que han de ser
integradas en la reciprocidad; la apostolicidad, en virtud de la tradición de fe y de vida
sacramental que viene de los apóstoles, con la fuerza del mandato misionero hasta los
confines de la tierra y hasta el fin de los tiempos.

Una Iglesia con rostro humano

83. La Iglesia es la convergencia de lo divino y lo humano; por ello, su raíz divina es


la Trinidad, pero, como campo y viña de Dios, ella está también plantada en esta tierra;
como pueblo en camino vive en un lugar, tiene una historia, un presente y un futuro.
Una iglesia particular posee, en efecto, sus tradiciones y a veces incluso sus liturgias,
115[115] Cf. CONC. OECUM. VAT. II, Constitutio de sacra Liturgia, Sacrosanctum
Concilium, 10.
conserva las huellas de la historia de la salvación pasada y presente, de las cuales vive y
se proyecta hacia un futuro.

Es necesario valorar esta realidad terrena de la iglesia particular, que vive aquí y
hoy, para entender profundamente su ser y su actuar, sus riquezas y sus debilidades, sus
necesidades, en vista de la evangelización y el testimonio. Como iglesia particular,
además, tiene la conciencia de estar en la comunión de las cosas santas y de los santos
del cielo y de la tierra, que es la verdadera y grande “communio sanctorum”.

Además, la Iglesia es comunión de personas y de rostros, donde cada uno es


irrepetible y donde ninguna individualidad es cancelada. Los rostros indican la
concreción de lo vivido de parte de las personas, hombres y mujeres de toda edad y
condición.

En esta “iglesia de los rostros” se puede leer un mensaje concreto, una urgencia de
presencia, de evangelización, de testimonio, un ofrecimiento de diálogo, un pedido de
autenticidad. Cada vez que se piensa en la iglesia particular no se deben olvidar los
rostros concretos porque en ellos se refleja la imagen viva del Cristo. Pablo VI ha
recordado que “la Iglesia universal se encarna de hecho en las iglesias particulares,
constituidas de tal o cual porción de humanidad concreta, que hablan tal lengua, son
tributarias de una herencia cultural, de una visión del mundo, de un pasado histórico, de
un sustrato humano determinado”.116[116]

En realidad, también cada iglesia particular tiene su rostro peculiar, humano y


geográfico, que determina también una organización pastoral particular. Hay diócesis
que comprenden ciudades modernas especialmente populosas; otras se extienden en
territorios grandes y difíciles de recorrer por parte del Pastor.

Iglesia universal, iglesia particular

84. El Documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe Communionis notio,


con el fin de especificar algunos valores y límites de la eclesiología de comunión y de la
eclesiología eucarística, ha querido aclarar con razón algunos aspectos de la plenitud y
de los límites de la iglesia particular, para que responda a su auténtica perspectiva
católica.

Así, por ejemplo, pone en guardia contra un concepto de iglesia particular que
presente la comunión de cada iglesia de modo tal que debilite, en el plano visible e
institucional, la concepción de la unidad de la Iglesia. “Se llega así a afirmar- observa el
documento - que cada iglesia particular es sujeto en sí mismo completo, y que la Iglesia
universal resulta del reconocimiento recíproco de las iglesias particulares. Esta
unilateralidad eclesiológica, reductiva no sólo en el concepto de Iglesia universal sino

116[116] PAULUS VI, Adhortatio apost. Evangelii nuntiandi (08.12.1975),62: AAS 68


(1976), 52.
también en el de iglesia particular, manifiesta una insuficiente comprensión del
concepto de comunión”.117[117]

Justamente para no ensombrecer la comunión en su dimensión de universalidad, en


el mismo documento se encuentra una afirmación iluminadora: “en la Iglesia nadie es
extranjero: especialmente en la celebración de la Eucaristía, todo fiel se encuentra en su
Iglesia, en la Iglesia de Cristo”.118[118] En efecto, cada fiel, pertenezca o no a la
diócesis, a la parroquia o a la comunidad particular, en la celebración de la Eucaristía
debe sentirse siempre en su Iglesia. Aún perteneciendo a una iglesia particular en la cual
ha sido bautizado o vive o participa de la vida de Cristo, el fiel pertenece de algún modo
a todas las iglesias particulares.119[119]

Este misterio de unidad es confiado al ministerio del obispo en la referencia


indisoluble de la iglesia particular a la Iglesia universal.

85. En esta porción del Pueblo de Dios una comunidad perteneciente a la única familia
de Dios, vive plenamente la referencia al Reino de Cristo, en el cual están integradas
todas las riquezas de la catolicidad,120[120] prefiguradas en la Iglesia de Pentecostés.121
[121]

La referencia a la Iglesia de Jerusalén hace que cada iglesia tenga un vínculo


necesario con Pedro, cabeza de esta Iglesia de los orígenes. Tal vínculo confiere carácter
apostólico a cada iglesia local a través de la sucesión apostólica de los obispos. La
comunión en la única Iglesia y en cada iglesia supone también la unidad en el carisma
de Pedro y por ello la comunión con todas las otras iglesias dispersas por el mundo.

En este designio de la unidad universal y de las peculiaridades particulares se


manifiesta como una especie de plan trinitario, que sella y modela la existencia propia
de cada iglesia en la Iglesia católica y la correspondiente mutua relación. Por ello, no
carece de significado la realidad social, cultural, geográfica, histórica de cada iglesia. En
la realidad de las iglesias locales dispersas por el mundo la Iglesia universal realiza el
misterio de la unidad y de la reconciliación de todos en Cristo. Y esta comunión de
todos los miembros de la Iglesia particular tiene el signo y el garante en el obispo.

II. LA COMUNIÓN Y LA MISIÓN EN LA IGLESIA PARTICULAR

117[117] CONGREGATIO PRO DOCTRINA FIDEI, Litterae Communionis notio


(28.05.1992), 8: AAS 85 (1993), 842.
118[118] Ibid., 10: AAS 85 (1993), 844.
119[119] Cf. Idem.
120[120] Cf. CONC. OECUM. VAT. II, Const. dogm. de Ecclesia Lumen Gentium, 9. 13.
121[121] Cf. CONGREGATIO PRO DOCTRINA FIDEI, Litterae Communionis notio
(28.05.1992), 9: AAS 85 (1993), 843.
En comunión con el presbiterio

86. Un acto necesario de la comunión es el de la unión sacramental del presbiterio en


torno a su obispo. Según los textos más antiguos de la tradición, como los de Ignacio de
Antioquía, ello es parte esencial de la iglesia particular. Entre el obispo y los presbíteros
existe la “communio sacramentalis” en el sacerdocio ministerial o jerárquico,
participación al único sacerdocio de Cristo y por lo tanto, aunque en grado diverso, en el
único ministerio eclesial ordenado y en la única misión apostólica.

En virtud de esto y además de la cooperación en el ministerio episcopal, los


presbíteros “reúnen la familia de Dios como fraternidad, animada con espíritu de
unidad”.122[122]

En la línea del Concilio Vaticano II, Juan Pablo II ha resaltado la pertenencia de


los presbíteros a la iglesia particular como fundamento de una rica teología y
espiritualidad: “Es necesario que el sacerdote tenga la conciencia de que su ‘estar en una
iglesia particular’ constituye, por su propia naturaleza, un elemento calificativo para
vivir una espiritualidad cristiana. Por ello, el presbítero encuentra, precisamente en su
pertenencia y dedicación a la iglesia particular, una fuente de significados, de criterios
de discernimiento y de acción, que configuran tanto su misión pastoral, como su vida
espiritual”.123[123]

Al presbiterio de la diócesis pertenecen también todos los presbíteros de los


Institutos de vida consagrada y de las Sociedades de vida apostólica. Estos viven los
propios carismas en la unidad, en la comunión y en la misión de la iglesia particular. En
ella contribuyen a poner en común la riqueza de los dones de espiritualidad y de
apostolado que les son propios. Así las iglesias particulares pueden ser enriquecidas a
nivel carismático “a imagen” de la Iglesia universal, a la cual se refieren ciertas
instituciones supra-diocesanas.124[124]

En realidad, la dimensión de universalidad es inherente a la comunión con todas


las iglesias y a la naturaleza misma del ministerio presbiteral, que tiene una misión
universal.125[125]

87. E1 Concilio Vaticano II ha descrito las relaciones recíprocas entre el obispo y los
presbíteros con imágenes y términos diversos. Ha indicado en el obispo al “padre” de
los presbíteros,126[126] pero ha unido al aspecto de la paternidad espiritual, el de la
fraternidad, el de la amistad, el de la colaboración necesaria y el del consejo. Sin
embargo, es cierto que la gracia sacramental llega al presbítero a través del ministerio
del obispo, y ésta misma le es donada en vistas de la cooperación con el obispo en la
122[122] CONC. OECUM. VAT. II, Const. dogm. de Ecclesia Lumen Gentium, 28.
123[123] IOANNES PAULUS II, Adhort. apost. postsyn. Pastores dabo vobis
(25.03.1992), 31: AAS 84 (1992), 708.
124[124] Cf. CONGREGATIO PRO DOCTRINA FIDEI, Litterae Communionis notio,
(28.05.1992), 16: AAS 85 (1993), 847-848.
125[125] Cfr. CONC. VAT. II, Decr. de Presbyt. ministerio et vita Presbyterorum ordinis,
10; IOANNES PAULUS II, Adhort. apost. postsyn. Pastores dabo vobis (25.03.1992), 32:
AAS 84 (1992), 709-710; Litterae Encyclicae Redemptoris missio (07.12.1990), 67:
AAS 83 (1991), 329-330.
126[126] Cf. CONC. OECUM. VAT. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 28.
misión apostólica. Esa gracia une a los presbíteros a las diversas funciones del
ministerio episcopal, de modo particular a la de servidor del Evangelio de Jesucristo
pare la esperanza del mundo. En virtud de este vínculo sacramental y jerárquico los
presbíteros, necesarios colaboradores y consejeros, asumen, según su grado, los oficios
y la solicitud del obispo y lo hacen presente en cada comunidad.127[127]

La relación sacramental-jerárquica se traduce en la búsqueda constante de una


comunión real del obispo con los miembros de su presbiterio y confiere consistencia y
significado a la actitud interior y exterior del obispo hacia sus presbíteros. E1 Consejo
presbiteral es el lugar en el que se realiza tal comunión. Dicho Consejo, representando
al presbiterio, es el senado del obispo y lo ayuda en el gobierno de la diócesis, para
promover de modo más eficaz el bien de todos los fieles. Es tarea del obispo consultarlo
y escuchar de buen animo su parecer.128[128]

Una atención particular para los sacerdotes

88. Como modelo de la grey (cf. 1P 5,3), el obispo debe serlo, ante todo, para su clero,
al cual se propone como ejemplo de oración, de sentido eclesial, de celo apostólico, de
dedicación a la pastoral de conjunto y de colaboración con todos los otros fieles.

Además, al obispo incumbe en primer lugar la responsabilidad de la santificación


de sus presbíteros y de su formación permanente. A la luz de estas instancias espirituales
actúa de manera que compromete el ministerio de los presbíteros en el modo más
adecuado posible. Él debe velar cotidianamente para que todos los presbíteros sepan y
adviertan concretamente que no están solos o abandonados, sino que son miembros y
parte de un “único presbiterio”.

En las respuestas a los Lineamenta se destaca el hecho de que, puesto que los
sacerdotes necesitan un punto de referencia espiritual, deben encontrar en el obispo su
apoyo. El obispo, como padre y pastor, expresa y promueve relaciones, tanto personales
como colectivas , con sus sacerdotes al comprometerlos responsablemente en el Consejo
presbiteral o en otros encuentros formativos de carácter pastoral y espiritual. Toda
división entre el obispo y los presbíteros constituye un escándalo para los fieles y ello
hace no creíble el anuncio; en cambio, en el signo de la fraternidad, el ejercicio de la
autoridad se transforma realmente en un servicio. Además el obispo, estableciendo una
profunda relación con sus presbíteros, llega a conocer sus dotes y así a cada uno podrá
confiar la tarea a la que mejor se adapta.

El ministerio y la cooperación de los diáconos

127[127] Ibidem.
128[128] Cf. Ibidem, 7; cf. CIC c. 495.
89. En la comunión de la iglesia particular participan los diáconos, tanto los ordenados
en vista al presbiterado como los diáconos permanentes. Ellos están al servicio del
obispo y de la iglesia particular en su ministerio de la predicación del Evangelio, del
servicio de la Eucaristía y de la caridad.129[129]

En cuanto a los diáconos ordenados, no para el sacerdocio sino para el ministerio,


por su grado en el Orden sagrado están ciertamente ligados en modo estrecho al obispo
y a su presbiterio.130[130] Por ello, el obispo es el primer responsable del discernimiento
de la vocación de los candidatos,131[131] de su formación espiritual, teológica y
pastoral. Es también el obispo quien, tomando en cuenta las necesidades pastorales y las
condiciones familiares y profesionales, les confía las tareas ministeriales, haciendo que
estén orgánicamente integrados en la vida de la iglesia particular y que no se descuide
su formación permanente ni la promoción de su espiritualidad especifica.132[132]

El Seminario y la pastoral vocacional

90. De la importancia fundamental de los presbíteros y los diáconos en la iglesia


particular, nace también la primordial preocupación del obispo por la pastoral
vocacional en general y por la pastoral de las vocaciones sacerdotales y diaconales en
especial, con una atención particular con respecto al Seminario, frecuentemente llamado
en la tradición eclesiástica como la pupila de los ojos del pastor. El Seminario, como
lugar y ambiente comunitario, donde crecen, maduran y se forman los futuros
presbíteros, es signo de aquella esperanza de la que vive una iglesia particular de cara al
futuro.

Ante la escasez de vocaciones en una Iglesia que no puede renunciar a la plenitud


del ministerio sacerdotal para celebrar la palabra y los sacramentos, de manera especial
la Eucaristía y la remisión de los pecados; se hace necesario proponer con coraje la vida
sacerdotal. Para esto, y también como específico testimonio de esperanza, entre las
tareas más importantes del obispo se cuenta la atención a las vocaciones y el interés
directo por la formación integral de los futuros sacerdotes, según las directivas del
Magisterio. Ello exige del obispo un conocimiento personal de quienes deben recibir la
ordenación sacerdotal y diaconal.

129[129] Cf. CONC. OECUM. VAT. II, Constitutio dogm. de Ecclesia Lumen Gentium,
29.
130[130] Cf. Ibidem, 29. 41.
131[131] Cf. IOANNES PAULUS II, Adhort. Ap. postsynod. Pastores dabo vobis
(25.03.1992), 65: AAS 84 (1992), 770-772.
132[132] Cf. CONGREGATIO DE INSTITUTIONE CATHOLICA et CONGREGATIO PRO
CLERICIS, Declaratio coniuncta Diaconatus permanens (22.02.1998): AAS 90 (1998),
835-842; CONGREGATIO DE INSTITUTIONE CATHOLICA, Ratio fundamentalis institutionis
diaconorum permanentium, Institutio diaconorum: AAS 90 (1998), 843-879;
CONGREGATIO PRO CLERICIS, Directorium pro ministerio et vita diaconorum
permanentium Diaconatus originem: AAS 90 (1998), 879-927.
Hoy debe volver a proponerse con confianza la estima por la llamada al sacerdocio
con la colaboración de las familias, de las parroquias, de las personas consagradas y de
los movimientos eclesiales y comunidades. Una Iglesia en la cual falte la referencia
necesaria al presbítero ordenado, corre el riesgo de perder su identidad. No se puede
entonces considerar hipotéticamente una comunidad cristiana que prescinda del
ministerio presbiteral en vista de la enseñanza, del gobierno y de los sacramentos,
especialmente de la penitencia, de la unción de los enfermos y de la Eucaristía.

En relación a los otros ministerios

91. Junto al presbiterado y al diaconado, la Iglesia también ejerce su misión a través de


los ministros instituidos y otras tareas y oficios. Considerando esta multiplicidad es
necesario que el obispo promueva los diversos ministerios con los que la Iglesia se hace
idónea para toda obra buena. Estos deben ser confiados tanto a las personas consagradas
como a los fieles laicos, en virtud de la vocación común y de la misión que nacen del
bautismo y de la confirmación, en razón de las dotes particulares que cada uno
alegremente pone al servicio del Evangelio.

Es aquí que aflora el triple carácter ministerial de la Iglesia, ligado a la triple


dignidad de los bautizados en el pueblo de Dios: del oficio profético nacen la
evangelización y la catequesis, que brotan de la escucha de la Palabra; del oficio
sacerdotal se irradian los ministerios ligados a la celebración litúrgica, como también el
culto espiritual de la vida cotidiana y la oración, para hacer de la existencia un don, una
adoración en Espíritu y verdad; del oficio real surgen todos los ministerios que están al
servicio del Reino de Dios en el mundo, en las estructuras de la sociedad, en la familia,
en las fábricas, con todas las formas concretas de caridad, de acción social, de la sana y
comprometida “caridad política”.

Si en todo predomina la comunión, entonces obra y se manifiesta la fuerza de la


Trinidad, que es la caridad y se renueva la esperanza en la comunión recíproca.

Solicitud por la vida consagrada

92. La vida consagrada es una expresión privilegiada de la Iglesia Esposa del Verbo y
más aún una parte integrante de la misma Iglesia, como se recuerda desde el principio
en la Exhortación apostólica post-sinodal Vita consecrata, donde se afirma que este tipo
de vida está “en el corazón mismo de la Iglesia como elemento decisivo para su
misión”.133[133]. Por medio de la vida consagrada, en la variedad de sus formas, con
una típica y permanente visibilidad, se hacen presentes de algún modo en el mundo y se
señalan como valor absoluto y escatológico los rasgos característicos de Jesús, casto,
pobre y obediente. La Iglesia entera agradece a la Trinidad Santa por el don de la vida
consagrada. Esto demuestra que la vida de la Iglesia no se agota en la estructura
jerárquica, como si estuviese compuesta únicamente de ministros sagrados y de fieles
133[133] IOANNES PAULUS II, Adhort. Ap. postsynod. Vita consecrata (25.III.1996),
3: AAS 88 (1996), 379.
laicos, sino que hace referencia a una estructura fundamental más amplia, rica y
articulada, que es carismático-institucional, querida por Cristo mismo y que incluye la
vida consagrada.134[134]

La vida consagrada proviene del Espíritu y es un don suyo que constituye un


elemento esencial para la vida y la santidad de la Iglesia. Ella está necesariamente en
una relación jerárquica con el ministerio sagrado, especialmente con el del Romano
Pontífice y de los obispos. En la Exhortación apostólica Vita consecrata, Juan Pablo II
ha recordado que los diversos Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida
apostólica tienen un peculiar vínculo de comunión con el Sucesor de Pedro, en el cual
está también radicado su carácter de universalidad y su connotación supra-diocesana.135
[135]

A los obispos en comunión con el Romano Pontífice, como enunciaban ya las


notas directivas de Mutuae relationes, Cristo-cabeza confía “el cuidado de los carismas
religiosos; tanto más al ser, en virtud de su indivisible ministerio pastoral,
perfeccionadores de toda su grey. Y por lo mismo, al promover la vida religiosa y
protegerla según sus propias notas características, los obispos cumplen su propia misión
pastoral”.136[136]

En la Exhortación apostólica Vita consecrata está siempre presente la instancia de


incrementar las relaciones mutuas entre las Conferencias episcopales, los Superiores
generales y sus mismas Conferencias, con el fin de favorecer la riqueza de los carismas
y de trabajar por el bien de la Iglesia universal y particular.

Las personas consagradas, dondequiera que se encuentren, viven su vocación para


la Iglesia universal dentro de una determinada iglesia particular, donde expresan su
pertenencia eclesial y desenvuelven tareas significativas. De modo especial, con motivo
del carácter profético inherente a la vida consagrada, son anuncio vivido del Evangelio
de la esperanza, testigos elocuentes del primado de Dios en la vida cristiana y de la
fuerza de su amor en la fragilidad de la condición humana.137[137] De aquí nace la
importancia, para el desarrollo armonioso de la pastoral diocesana, de la colaboración
entre cada obispo y las personas consagradas.138[138]

La Iglesia agradece a tantos obispos que, en el curso de su historia hasta hoy, han
estimado a tal punto la vida consagrada como peculiar don del Espíritu para el pueblo
de Dios, que ellos mismos han fundado familias religiosas, muchas de las cuales están
aún hoy activas al servicio de la Iglesia universal y de las iglesias particulares. Además,
el hecho de que el obispo se dedique a tutelar la fidelidad de los institutos a su carisma
134[134] Cf. ibidem, 29; CONC. OECUM. VAT. II, Const. dogm. de Ecclesia Lumen
gentium, 44.
135[135] Cf. IOANNNES PAULUS II, Adhort. apost. postsyn. Vita consecrata
(25.III.1996), 47: AAS 88 (1996), 420-421.
136[136] SACRA CONGREGATIO PRO RELIGIOSIS ET INSTITUTIS SAECULARIBUS ET
SACRA CONGREGATIO PRO EPISCOPIS, Notae directivae Mutuae relationes (14.V.1978),
9c: AAS 70 (1978), 479.
137[137] Cf. IOANNES PAULUS II, Adhort. Ap. postsynod. Vita consecrata (25.III.1996),
84.88: AAS 88 (1996), 461-462. 464.
138[138] Cf. ibidem, 48: AAS 88 (1996) 421-422; SACRA CONGREGATIO PRO
EPISCOPIS, Directorium Ecclesiae imago (22.02.1973) 207.
es un motivo de esperanza para los institutos mismos, especialmente para aquellos que
se encuentran en dificultades.139[139]

Un laicado comprometido y responsable

93. El Concilio Vaticano II, la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos
de 1987 y la sucesiva Exhortación apostólica Christifideles laici de Juan Pablo II han
ilustrado ampliamente la vocación y misión de los fieles laicos en la Iglesia y en el
mundo.140[140] La dignidad bautismal, que los hace partícipes del sacerdocio de Cristo,
juntamente con un don particular del Espíritu les confieren un puesto propio en el
Cuerpo de la Iglesia. Así los laicos son llamados a participar, según su modo propio, en
la misión redentora que la Iglesia lleva a cabo, por mandato de Cristo, hasta el fin de los
siglos.

Los laicos desarrollan la característica responsabilidad cristiana que les es propia


en los diversos campos de la vida y de la familia, de la política, del mundo profesional y
social, de la economía, de la cultura, de la ciencia, de las artes, de la vida internacional y
de los medios de comunicación.

En todas sus múltiples actividades los fieles laicos unen el propio talento personal
y la competencia adquirida al testimonio límpido de la propia fe en Jesucristo.
Comprometidos en las realidades temporales, los laicos tienen el mandato de dar cuenta
de la esperanza teologal (cf. 1 P 3,15) y de ser solícitos en el trabajo en esta tierra,
justamente porque son estimulados por la esperanza en una “nueva tierra”.141[141] Ellos
tienen la capacidad de ejercer una gran influencia sobre la cultura, ensanchando en ella
las perspectivas y los horizontes de esperanza. Actuando así, cumplen también un
especial servicio al Evangelio y a la cultura misma, tanto más necesario cuanto
persistente es, en nuestro tiempo, el drama de la separación entre ambos. Además, en el
ámbito de las comunicaciones, que influyen mucho la mentalidad de las personas, a los
fieles laicos toca una responsabilidad particular, sobre todo en relación a una correcta
divulgación de los valores éticos.

En las respuestas a los Lineamenta se aconseja a los obispos, a fin de evitar las
intervenciones impropias o el silencio ante problemas emergentes, el crear algunos
"forum" en que los laicos intervengan, según el carisma propio de la secularidad laical,
con sus competencias, cubriendo la discordancia entre el Evangelio y la sociedad
contemporánea.

139[139] Cf. IOANNES PAULUS II, Adhort, apost. postsyn. Vita consecrata (25.III.1996),
48-49: AAS 88 (1996), 421-423.
140[140] Cf. CONC. OECUM. VAT. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, cap.
IV ; Decretum de apostol. laicor. Apostolicam actuositatem ; IOANNES PAULUS II,
Adhort. Ap. postsynod. Christifideles laici (30.12.1988): AAS 81(1989), 393-521;
SACRA CONGREGATIO PRO EPISCOPIS, Directorium Ecclesiae imago (22.03.1973), 153-
161.208
141[141] Cf. CONC. OECUM. VAT. II., Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis
Gaudium et spes, 39.
94. Si bien los laicos, por vocación, tienen ocupaciones primordialmente seculares, no
debe olvidarse que ellos pertenecen a la única comunidad eclesial, de la que
numéricamente constituyen la mayor parte. Después del Concilio Vaticano II se han
desarrollado felizmente nuevas formas de participación responsable de los laicos,
hombres y mujeres, en la vida de las comunidades diocesanas y parroquiales. Por este
motivo, ellos están presentes en diversos consejos pastorales, desenvuelven una función
de creciente importancia en varios servicios, como la animación de la liturgia o de la
catequesis, se comprometen en la enseñanza de la religión católica en las escuelas, etc.

Un cierto numero de laicos acepta también dedicarse a tales tareas con


compromisos permanentes y en ocasiones perpetuos. Esta colaboración de los fieles
laicos es ciertamente preciosa frente a las exigencias de la “nueva evangelización”,
particularmente allí donde se registra un número insuficiente de ministros ordenados.

La reflexión sobre los fieles laicos debe incluir también la necesidad de su


formación adecuada. Es obvio, por otra parte, que el obispo debe estar atento en
sostener, particularmente en el plano espiritual, a cuantos colaboran más de cerca en la
misión eclesial.

Un puesto especial en la formación de los fieles laicos debe ser reconocido a la


doctrina social de la Iglesia, que ha de iluminarlos y estimularlos en su trabajo, según
las exigencias urgentes de justicia y bien común; éstas deben impulsar su contribución
decidida en las obras y servicios que la sociedad reclama. Por esto se hace necesaria la
promoción de escuelas diocesanas de formación social y política, como instrumento
pastoral indispensable.

Siempre de las respuestas a los Lineamenta emerge que un laicado adulto bien
formado no solo doctrinalmente, sino también eclesialmente, es esencial para el
ministerio de la evangelización. Sin un tal laicado existe el peligro de que en ciertas
zonas cese la misión evangelizadora de la Iglesia, especialmente donde se lamenta una
fuerte falta de sacerdotes y los laicos cumplen la función de ministros asistentes. En
muchos territorios asume una gran relevancia la figura del catequista. Es necesario
entonces una sólida formación doctrinal, pastoral y espiritual de catequistas válidos,
pero también de otros agentes pastorales capaces de obrar en la diócesis y en las
parroquias, con una auténtica acción eclesial también en los diversos campos en los que
el Evangelio debe hacerse levadura de la sociedad actual, como signo de transformación
y de esperanza. Se pide una mayor confianza de parte de los obispos y de los presbíteros
en los laicos, que frecuentemente no se sienten apreciados como adultos en la fe y
quisieran sentirse más partícipes en la vida y en los proyectos diocesanos, especialmente
en el campo de la evangelización.

Al servicio de la familia

95. Igualmente importante es la formación de los jóvenes para la vida matrimonial y


familiar, según sus esperanzas y sus anhelos, para lograr un amor profundo y auténtico,
a la luz del plan que Dios tiene para el matrimonio y para la familia. La pastoral y la
espiritualidad familiar, la atención a las parejas en dificultad, la experiencia de parejas
maduras y la formación para el sacramento del matrimonio en un itinerario de iniciación
sacramental son medios eficaces para afrontar la crisis de inestabilidad y de infidelidad
en la alianza matrimonial.

La cercanía del obispo a los cónyuges y a sus hijos, incluso a través de jornadas
diocesanas de la familia, es un aliciente recíproco.

Los jóvenes: una prioridad pastoral para el futuro

96. Una atención especial de los pastores está dirigida a los jóvenes. Ellos son el
futuro de la Iglesia y de la humanidad. Un ministerio de esperanza no puede dejar de
construir el futuro con aquellos a los cuales ha sido confiado el porvenir. Como
“centinelas de la noche”, los jóvenes esperan la aurora de un mundo nuevo, listos para
comprometerse en la vida y en la acción de la Iglesia, si se les propone una auténtica
responsabilidad y una verdadera formación cristiana. Como evangelizadores de sus
coetáneos, los jóvenes, que frecuentemente están alejados de la Iglesia, son un estímulo
y un incentivo para los Pastores, en vistas de la renovación interior de las parroquias.

El ejemplo de Juan Pablo II, que a través de las Jornadas mundiales de la Juventud
ha demostrado creer en el futuro, abriendo un camino de esperanza, puede sostener a los
pastores de la Iglesia en la propuesta de una auténtica pastoral juvenil, fundada en
Cristo. La pasión por el bien espiritual de los jóvenes del tercer milenio es un motivo
fuerte para educarlos a transmitir el Evangelio a las generaciones futuras.

Las parroquias

97. Al centro de las iglesias particulares se encuentran, como infraestructura cristiana,


las parroquias. La Exhortación apostólica post-sinodal Christifideles laici, remitiéndose
claramente a la teología y al lenguaje de la Lumen gentium, describe las comunidades
parroquiales como una presencia de la iglesia particular en el territorio. Se puede hablar
entonces del misterio eclesial de la parroquia aún cuando ésta sea pobre en personas y
en medios, cuando aparece casi absorbida por edificios en los caóticos y populosos
barrios modernos, o cuando se encuentra perdida en poblaciones entre las montañas o
los valles o en las extensiones interminables de ciertas regiones.142[142]

La parroquia debe ser vista entonces como familia de Dios, fraternidad animada
por el Espíritu,143[143] como casa de familia, fraterna y acogedora.144[144] Ella es la
comunidad de los fieles,145[145] que se define como comunidad eucarística: comunidad
de fe, donde viven los fieles de Cristo destinatarios de carismas y servicios ministeriales
142[142] Cf. IOANNES PAULUS II, Adhort. apost. postsyn. Christifideles laici
(30.12.1988), 26: AAS 81(1989), 437-440.
143[143] Cf. CONC. OECUM. VAT. II, Const. dogma. de Ecclesia, Lumen Gentium, 28.
144[144] Cf. IOANNES PAULUS II, Adhort. apost. Catechesi tradendae (16.10.1979), 67:
AAS 71 (1979), 1331-1333.
145[145] Cf. CIC can. 515.
y donde obran el párroco, los presbíteros y los diáconos. En ella, además, la comunión
con el obispo expresa la unidad orgánica y jerárquica de toda la iglesia particular.

A través de los laicos se desenvuelve la mediación humana de la comunidad


evangelizada y evangelizadora. Ellos realizan la conjunción entre la Iglesia y el mundo,
entre la asamblea que se reúne en unidad y los pueblos donde se difunde en misión.

Al interior de la comunidad parroquial es necesario que encuentren particulares


momentos y expresiones de presencia y de convergencia, en el respeto de la propia
vocación y carisma, los religiosos y las religiosas, los miembros de los institutos
seculares y de las sociedades de vida apostólica, las diversas asociaciones de fieles y los
movimientos eclesiales. Todos representan, por su vida en común, a la Iglesia que
permanece unida en la oración, en el trabajo, en el compartir los aspectos fundamentales
de la existencia cotidiana.

Las familias, además, reflejan la realidad de una iglesia doméstica, donde se hace
viva la presencia de Cristo. Así la Iglesia puede hacerse, en su tradicional y siempre
válida expresión parroquial, para decirlo con el beato Juan XXIII, la “fuente de la
aldea”, un manantial que brota para calmar la sed de Dios y ofrecer el agua viva del
Evangelio de Cristo.146[146]

98. Para organizar el trabajo pastoral y hacer crecer la unidad en las iglesias
particulares es tarea del obispo promover la coordinación de las parroquias a través de
vicarias foráneas, decanatos, prefecturas u otras denominaciones, según las diversas
formas de trabajo pastoral de las diócesis. Se trata de estructuras que han de ser
frecuentemente evaluadas para que respondan mejor a las finalidades de cada iglesia
particular.

A través de tales estructuras de comunión y de misión se promueve la fraternidad


entre los sacerdotes, el discernimiento y la programación, con reuniones periódicas bajo
la guía de un responsable. Se puede favorecer así la eventual suplencia y ayuda en el
ministerio como también la atención a los hermanos enfermos o impedidos. Además,
son favorecidas entre los fieles de un mismo territorio iniciativas de evangelización y de
catequesis, de formación y de testimonio de carácter interparroquial.147[147]

Movimientos eclesiales y nuevas comunidades

99. Es responsabilidad del obispo dedicar atención a los llamados movimientos


eclesiales y a otras nuevas realidades que surgen en la iglesia particular como
experiencia de vida evangélica. La iglesia particular es el espacio donde el aspecto
146[146] Cf. IOANNES PAULUS II, Adhort. apost. postsyn. Christifideles laici
(30.12.1988), 27: AAS 81(1989), 442.
147[147] Cf. SACRA CONGREGATIO PRO EPISCOPIS, Directorium Ecclesiae imago
(22.02.1973), 184-188.
institucional y carismático, coesenciales en el plan de Dios sobre la Iglesia, se
encuentran y se vivifican mutuamente. En la experiencia de la verdadera comunión, los
dones prodigados por Dios para el bien común no se agotan en sí mismos, no se
descentran del ágape ni de la Eucaristía, no son dones narcisistas, por el contrario,
manifiestan su medida humilde y discreta, a la vez que necesaria, integrándose con los
otros dones del Espíritu.

Los diversos carismas - religiosos, laicales, misioneros - hacen que la Iglesia local
se encuentre abierta a una dimensión de universalidad, mientras ellos encuentran su
concreción en el servicio y el compromiso apostólico, querido por los Fundadores.

En las respuestas a los Lineamenta se indican con particular insistencia algunos


movimientos eclesiales que son verdaderamente constructivos a nivel universal,
diocesano y parroquial; también se alude a otros, que cuando permanecen al margen de
la vida parroquial y diocesana, no ayudan al crecimiento de la iglesia local; y finalmente
se señalan algunos otros que, al hacer alarde de sus particularidades, corren el riesgo de
sustraerse a la comunión entre todos.

Por eso se pide afrontar el tema del estatuto teológico y jurídico de tales
movimientos dentro de la iglesia particular y clarificar su relación concreta con el
obispo.

Respecto a las nuevas comunidades que no han recibido todavía una aprobación
eclesial, el necesario discernimiento es confiado a los pastores, los cuales deben
examinar con atención las personas, evaluar la espiritualidad, con un necesario tiempo
de prueba.

Cuando se trata de examinar las vocaciones sacerdotales que pueden surgir dentro
de estos grupos, se pide una atención aún más cuidadosa. Los candidatos necesitan una
sólida formación bajo la responsabilidad del obispo, al que corresponde también el
necesario discernimiento en vistas de la ordenación a los ministerios y la asignación de
las tareas apostólicas en la diócesis.148[148]

En fidelidad al Espíritu, los diversos carismas deben ser integrados en la comunión


y en la misión de la Iglesia. Así se evita el peligro del aislamiento y se favorece la
generosidad en el don de sí, la fraternidad y la eficacia en la misión, para el bien de la
Iglesia.

III. EL MINISTERIO EPISCOPAL AL SERVICIO DEL EVANGELIO

100. El triple ministerio de la enseñanza, la santificación y el gobierno, constituye un


servicio al Evangelio de Cristo para la esperanza del mundo. El obispo, pues, proclama

148[148] Cf. CONC. OECUM. VAT. II, Const. dogm. de Ecclesia Lumen Gentium, 12;
IOANNES PAULUS II, Adhort. apost. postsyn. Vita consecrata (25.III.1996), 62: AAS 88
(1996), 435-437.
con la palabra, celebra en la liturgia, vive y difunde con su servicio pastoral el
Evangelio de la esperanza.

No se trata de tres dimensiones diversas, sino de la única esperanza proclamada y


acogida con la adhesión de la fe, celebrada en el corazón mismo del misterio pascual
que es la Eucaristía, vivida de modo que ilumine e informe toda la vida personal y
social de los creyentes.

Sin embargo, aún considerando esta unidad es necesario también acoger la


intención del Concilio, que en su magisterio sobre los tria munera respecto al obispo y a
los presbíteros, prefiere anteponer a los otros ministerios el de la enseñanza. En ello el
Vaticano II retoma idealmente la sucesión presente en las palabras que el Resucitado
dirigió a sus discípulos: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues,
y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas... y enseñandoles a guardar todo lo
que yo os he mandado” (Mt. 28, 18-20). En esta prioridad dada a la tarea episcopal del
anuncio del Evangelio, que es una característica de la eclesiología conciliar, todo obispo
puede reencontrar el sentido de aquella paternidad espiritual que hacía escribir al
apóstol San Pablo: “Pues aunque hayáis tenido diez mil pedagogos en Cristo, no habéis
tenido muchos padres. He sido yo quien, por el Evangelio, os engendré en Cristo Jesús”
(1 Co 4,15).

1. EL MINISTERIO DE LA PALABRA

Proclamar el Evangelio de la esperanza

101. Como enseña el Concilio, la función que identifica al obispo más que todas, y que,
en cierto modo, resume todo su ministerio es la de vicario y embajador de Cristo en la
iglesia particular que le es confiada.149[149] Así pues, el obispo en cuanto expresión
viviente de Cristo, ejerce su función sacramental con la predicación del Evangelio.
Como ministro de la Palabra de Dios que actúa con la fuerza del Espíritu y mediante el
carisma del servicio episcopal, él hace manifiesto a Cristo en el mundo, lo hace presente
en la comunidad y lo comunica eficazmente a aquellos que le hacen un lugar en la
propia vida.

Se trata de la proclamación del Evangelio de la esperanza como tarea fundamental


del ministerio episcopal.

Por ello, la predicación del Evangelio sobresale entre los principales deberes de los
obispos, que son “los pregoneros de la fe... los maestros auténticos, o sea los que están
dotados de la autoridad de Cristo, que predican al pueblo que les ha sido confiado la fe
que ha de ser creída y ha de ser aplicada a la vida”.150[150] De ello se deriva que todas
149[149] Cf. CONC. OECUM. VAT. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 27.
150[150] Ibidem, 25; cf. Decret. de past. Episc. mun. in Ecclesia Christus Dominus, 12-
14; cf. SACRA CONGREGATIO PRO EPISCOPIS, Directorium Ecclesiae imago
las actividades del obispo deben estar dirigidas a la proclamación del Evangelio, “fuerza
de Dios para la salvación de todo el que cree” (Rom 1,16), orientadas a ayudar al pueblo
de Dios a la obediencia de la fe (cf. Rom 1, 15) a la Palabra de Dios y a abrazar
integralmente la enseñanza de Cristo.

El centro del anuncio

102. El Concilio Vaticano II expresa muy adecuadamente el objeto del magisterio del
obispo cuando indica que se trata unitariamente de la fe que ha de ser creída y
practicada en la vida.151[151] Puesto que el centro vivo del anuncio es Cristo, el obispo
debe precisamente anunciar el misterio de Cristo crucificado y resucitado: Cristo, único
salvador del hombre, el mismo ayer, hoy y siempre (cf. Hb 13,8), centro de la historia y
de toda la vida de los fieles.

De este centro, que es el misterio de Cristo, se irradian todas las otras verdades de
fe y se irradia también la esperanza para cada hombre. Cristo es la luz que ilumina a
todo hombre y todo aquel que es regenerado en Él recibe las primicias del Espíritu que
lo habilitan a cumplir la ley nueva del amor.152[152]

103. La tarea de la predicación y la custodia del depósito de la fe implican el deber de


defender la Palabra de Dios de todo aquello que podría comprometer la pureza y la
integridad, aún reconociendo la justa libertad en la profundización ulterior de la fe.153
[153] En efecto, en la sucesión apostólica, el obispo ha recibido, según el beneplácito
del Padre, el carisma seguro de la verdad que debe transmitir.154[154]

A tal deber ningún obispo puede faltar, aún cuando ello pudiera costarle sacrificio
o incomprensión. Como el apóstol San Pablo, el obispo es consciente de haber sido
mandado a proclamar el Evangelio “y no con palabras sabias, para no desvirtuar la Cruz
de Cristo” (1 Co 1,17); como él, también el obispo se dedica a “la predicación de la
Cruz” (1 Co 1,18), no para obtener un consenso humano sino como trasmitir una
revelación divina.

Educación en la fe y catequesis

(22.02.1973), 55-65.
151[151] Cf. CIC can. 386.
152[152] Cf. CONC. OECUM. VAT. II., Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis
Gaudium et spes, 22.
153[153] Cf. CIC can. 386 §2.
154[154] Cf. S. IRAENEUS, Adversus haereses, IV, 26, 2: PG 7, 1053-1054: "Qui cum
episcopali successione charisma veritatis certum secundum placitum Patris acceperunt".
104. Maestro de la fe, el obispo es también educador de la fe, a la luz de la Palabra de
Dios y del Magisterio de la Iglesia. Se trata de su obra de catequesis, que merece la
atención plena de los obispos en cuanto pastores y maestros, en cuanto “catequistas por
excelencia”.

Son diversas las formas a través de las cuales el obispo ejerce su servicio de la
Palabra de Dios. El Directorio Ecclesiae imago recuerda una forma particular de
predicación a la comunidad ya evangelizada, es decir la Homilía, que se destaca por
encima de las otras por su contexto litúrgico y por su vínculo con la proclamación de la
Palabra mediante las lecturas de la Sagrada Escritura. Otra forma de anuncio es la que
un obispo ejerce mediante sus Cartas Pastorales.155[155]

A este propósito, el uso discreto de los medios de comunicación diocesanos,


interdiocesanos o nacionales, será de gran ayuda para la divulgación de los documentos
del Magisterio, de los programas pastorales y de los acontecimientos eclesiales.

Toda la iglesia comprometida en la catequesis

105. El carisma magisterial de los obispos es único en su responsabilidad y no puede


ser delegado en modo alguno. Sin embargo, como dan testimonio las respuestas a los
Lineamenta, no esta aislado en la Iglesia. Cada obispo cumple el propio servicio
pastoral en una iglesia particular donde, íntimamente unidos a su ministerio y bajo su
autoridad, los presbíteros son sus primeros colaboradores, a los que se añaden los
diáconos. Una ayuda eficaz viene también de las religiosas y los religiosos y de un
creciente número de fieles laicos que colaboran, según la constitución de la Iglesia, en el
proclamar y en el vivir la Palabra de Dios.

Gracias a los obispos la auténtica fe católica es transmitida a los padres para que a
su vez ellos la trasmitan a los hijos; esto sucede también con los profesores y
educadores, a todos los niveles. Todo el laicado da testimonio de la pureza de la fe que
los obispos se dedican a mantener infatigablemente y es importante que ningún obispo
olvide procurar a los laicos, con escuelas apropiadas, los medios necesarios para una
formación conveniente.

Diálogo y colaboración con teólogos y fieles

106. Particularmente útil, para los fines del anuncio, es también el dialogo y la
colaboración con los teólogos, los cuales se dedican a profundizar metódicamente la
insondable riqueza del misterio de Cristo. El magisterio de los pastores y el trabajo
teológico, aún teniendo funciones diferentes, dependen ambos de la única Palabra de
Dios y tienen el mismo fin de conservar al pueblo de Dios en la verdad. De aquí nace
para los obispos la tarea de dar a los teólogos el aliento y el apoyo para que puedan
155[155] Cf. SACRA CONGREGATIO PRO EPISCOPIS, Directorium Ecclesiae imago, 59-
60.
realizar su tarea en la fidelidad a la Tradición y en la atención a las nuevas necesidades
de la historia.156[156]

En diálogo con todos sus fieles, el obispo sabrá reconocer y apreciar su fe,
fortalecerla liberarla de añadidos superfluos y darle un contenido doctrinal apropiado.
Para esto, y también con el fin de elaborar catecismos locales que tengan en cuenta las
diversas situaciones y culturas, el Catecismo de la Iglesia Católica será un punto de
referencia para que sea custodiada con atención la unidad de la fe y la fidelidad a la
doctrina católica.157[157]

Testigo de la verdad

107. Llamado a proclamar la salvación en Cristo Jesús con su predicación, el obispo


representa para el pueblo de Dios el signo de la certeza de la fe. Si bien el obispo, como
la Iglesia misma, no tiene soluciones listas frente a los problemas del hombre, él es
ministro del esplendor de una verdad capaz de iluminar el camino.158[158]Aún sin
poseer prerrogativas específicas en referencia a la promoción del orden temporal, el
obispo, ejerciendo su magisterio y educando en la fe a las personas y las comunidades a
él confiadas, prepara a los fieles laicos en vista de soluciones que a ellos corresponde
ofrecer según las respectivas competencias.

Como subrayan repetidamente las respuestas a los Lineamenta, la mentalidad


secularizada de gran parte de la sociedad, así como el énfasis exagerado en la autonomía
del pensamiento y la cultura relativista, llevan a la gente a considerar las intervenciones
del obispo, y también del Papa, especialmente en materia de moral sexual y familiar,
como opiniones entre otras opiniones, sin influencia sobre la vida. Esto, si bien por una
parte plantea un desafío radical, por otra es también el terreno para un anuncio de
esperanza de parte del obispo.

108. Además, el obispo, aún en el respeto de la autonomía de aquellos que son


competentes en cuestiones seculares, no puede renunciar al carácter profético de su
mensaje portador de esperanza, aún cuando sabe que éste no será aceptado. Ello ocurre
especialmente cuando denuncia con valentía, no sólo con palabras, sino con la
promoción de medios eficaces a estos fines, la guerra, la injusticia y todo aquello que es
destructivo de la dignidad del hombre.

156[156] Cf. CONGREGATIO DE DOCTRINA FIDEI, Instructio Donum veritatis de


ecclesiali theologi vocatione (24.V.1990), 21: AAS 82 (1990), 1559.
157[157] Cf. IOANNES PAULUS II, Const. apost. Fidei depositum (11.X.1992), 4: AAS 86
(1994), 113-118.
158[158] Cf. CONC. OECUM. VAT. II., Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis
Gaudium et spes, 33.
Hacer presente en el mundo la potencia de la Palabra que salva es el gran acto de
caridad pastoral que un obispo ofrece a los hombres y es también la primera razón de
esperanza.

Tareas para el futuro

109. De las respuestas a los Ltneamenta surgen algunos pedidos precisos para extender
y actualizar las tareas del magisterio de los obispos.

Según las circunstancias es conveniente que se promuevan iniciativas de amplio


alcance diocesano o interdiocesano como la creación de universidades católicas para un
influjo adecuado en la vida social, con la formación de un laicado que se destaque en los
diversos campos de la ciencia y de la técnica al servicio del hombre y de la verdad. En
esta perspectiva, se pide también dar un impulso particular a la pastoral universitaria,
según las directivas de la Santa Sede.

Como compromiso en campo educativo, se hacen necesarias instituciones idóneas


para la promoción y la defensa de las escuelas católicas, a través de la obra de
sacerdotes y laicos. Se pide a los gobiernos el reconocimiento de éstas, en cuanto hacen
referencia a los derechos de los padres de dar una adecuada educación de los hijos,
según los valores culturales y religiosos escogidos libremente por ellos.

La promoción de los medios de comunicación social en una sociedad pluralista


reclama una adecuada formación de comunicadores a través de varias iniciativas
diocesanas o interdiocesanas.

Cultura e inculturación

110. La proclamación del Evangelio de parte del obispo en el ámbito de la cultura


reclama la promoción de la fe en los campos más sensibles al mensaje del Evangelio.

Es necesario favorecer el diálogo con las instituciones culturales laicas, mediante


encuentros entre personas preparadas, en los cuales la Iglesia ofrezca su imagen de
amiga de todo aquello que es auténticamente humano.

Puede ayudar a este diálogo la valorización del patrimonio cultural, artístico e


histórico de la diócesis. Existen en las diócesis riquezas culturales, históricas, archivos
y bibliotecas, obras de arte que merecen una atención particular como testimonio
cultural. Las iniciativas a favor de museos y exposiciones, la adecuada conservación, la
catalogación y exposición de los tesoros de la tradición artística y literaria, pueden
convertirse en instrumento de evangelización y contemplación de la belleza, testimonio
de un cuidado particular de la Iglesia por la propia historia humane, geográfica y
cultural.159[159]

159[159] Cf. PONTIFICIA COMISIÓN PARA LOS BIENES CULTURALES DE LA IGLESIA ,


Carta circular sobre la función pastoral de los Archivos eclesiásticos (2.02.1997).
Pertenece al ministerio del obispo, según las directivas de la Santa Sede y en
colaboración con la Conferencia episcopal, llevar la fe y la vida cristiana a las diversas
culturas según las directivas ofrecidas en ocasión de las Asambleas del Sínodo de
Obispos, especialmente en lo relacionado con la liturgia, la formación sacerdotal y la
vida consagrada.160[160]

2. EL MINISTERIO DE LA SANTIFICACIÓN

111. En el origen de la reunión del pueblo de Dios en Ekklesìa, o sea en una asamblea
santa, está la proclamación de la Palabra de Dios y ésta alcanza su plenitud en el
Sacramento. En efecto, palabra y sacramento forman una unidad, son inseparables entre
ellas como dos momentos de una única obra salvífica. Ambos hacen actual y operante,
en toda su eficacia, la salvación obrada por Cristo. Él mismo, como Verbo que se hace
carne, es la razón ejemplar del vínculo íntimo que enlaza Palabra y Sacramento. Ello es
cierto para todos los sacramentos, pero lo es de modo particular y excelente para la
santa Eucaristía, que es fuente y culmen de toda la evangelización.161[161]

Por esta unidad de la Palabra y del Sacramento, así como los Apóstoles fueron
enviados por el Resucitado para enseñar y bautizar a todas las naciones (cf. Mt 28, 19),
también el obispo, en cuanto sucesor de los Apóstoles, en virtud de la plenitud del
Sacramento del Orden con el cual ha sido distinguido, recibe, junto con la misión de
heraldo del Evangelio, la de “administrador de la gracia del supremo sacerdocio”.162
[162] El servicio del anuncio del Evangelio está ordenado al servicio de la gracia de los
sacramentos de la Iglesia. Como ministro de la gracia, el obispo “actúa el munus
sanctificandi al que se orienta el munus docendi, que realiza en medio del pueblo de
Dios que se le ha confiado”.163[163]

El ministerio de la santificación está íntimamente unido a la celebración de la


salvación en Cristo, en una perspectiva de esperanza que proyecta a los fieles hacia el
cumplimiento de las promesas, mientras como pueblo, atraviesan el mundo en
peregrinación hacia la ciudad definitiva.

160[160] Cf. IOANNES PAULUS II, Adhort. apost. postsyn. Ecclesia in Africa (14.09.95),
59-62: AAS 88 (1996), 37-39; Ecclesia in Asia (06.11.1999) 21-22: AAS 92 (2000),
482-487; Vita consecrata (25.03.1996), 80-81: AAS 88 (1996), 456-458.
161[161] Cf. CONC. OECUM. VAT. II., Decret. de presbyterorum ministerio et vita
Presbyterorum ordinis, 5.
162[162] CONC. OECUM. VAT. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 26.
163[163] IOANNES PAULUS II, Catequesis del miércoles (11.11.1992), 1: “L’Osservatore
Romano” edición española (13.11.1992), 3.
El obispo como sacerdote y liturgo en su catedral

112. La función de santificar es inherente a la misión del obispo. De hecho, en su


iglesia particular él es el principal dispensador de los misterios de Dios, sobre todo de la
Eucaristía. Al presidirla, él aparece a los ojos de su pueblo como el hombre del nuevo y
eterno culto a Dios, instituido por Jesucristo con el sacrificio de la Cruz. Él regula
además la administración del Bautismo, en razón del cual los fieles participan del
sacerdocio real de Cristo; él es ministro originario de la Confirmación, dispensador del
Orden sagrado y moderador de la disciplina penitencial.164[164] El obispo es liturgo de
la iglesia particular principalmente en la presidencia de la sinaxis Eucarística.165[165]

En ella tiene lugar el acontecimiento más alto de la vida de la Iglesia y encuentra


plenitud también el munus sanctificandi, que el obispo ejerce en la persona de Cristo,
sumo y eterno Sacerdote. Lo expresa bien un insigne texto del Concilio Vaticano II:
“Por eso conviene que todos tengan en gran aprecio la vida litúrgica de la diócesis en
torno al obispo, sobre todo en la iglesia catedral, persuadidos de que la principal
manifestación de la Iglesia se realiza en la participación plena y activa de todo el pueblo
santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgicas, especialmente en la misma
Eucaristía, en una misma oración, junto al único altar, donde preside el obispo rodeado
de su presbiterio y ministros”.166[166]

Lugar privilegiado de las celebraciones episcopales es la catedral, donde está


colocada la cátedra del obispo y desde donde él educa a su pueblo. Es la Iglesia madre y
el centro de la Diócesis, signo de la continuidad de una historia, espacio simbólico de su
unidad. El Caeremoniale episcoporum dedica a este tema un capítulo entero, bajo el
título: La Iglesia catedral.167[167]

Es el lugar de las celebraciones más solemnes del año litúrgico; en modo especial,
de la consagración del crisma y de las ordenaciones sagradas. Imagen de la Iglesia de
Cristo, de la unidad del cuerpo místico, de la asamblea de los bautizados y de la
Jerusalén celestial, debe ser en sí misma un ejemplo para las otras iglesias de la diócesis
en el orden de los espacios sagrados, en el decoro y en el modo como se celebra la
liturgia según las prescripciones.168[168]

La figura del obispo celebrante expresa y despliega su verdad interior también a


través de los lugares destinados a la liturgia: la cátedra, sede del obispo, desde donde él
preside la asamblea y guía la oración;169[169] el altar, símbolo del cuerpo de Cristo y
mesa del Señor donde se celebra la Eucaristía;170[170] el presbiterio, donde ocupan su
lugar el obispo, los presbíteros, los diáconos y otros ministros;171[171] el ambón donde
164[164] Cf. CONC. OECUM. VAT. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 26
165[165] Cf. S. IGNATIUS ANTIOCH. Ad Magn. 7: Patres Apostolici,I, Edidit F-X. Funk,
Tubingae 1897, 194-196; CONC. OECUM. VAT. II, Const. de sacra Liturgia
Sacrosanctum concilium, 41; Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 26 ; Decretum
de oecumenismo Unitatis redintegratio, 15.
166[166] CONC. OECUM. VAT. II, Const. de sacra Liturgia Sacrosanctum Concilium, 41.
167[167] Cf. Caeremoniale Episcoporum, 42-54.
168[168] Cf. Ibid., 42-46.
169[169] Cf. Ibid.,47.
170[170] Cf. Ibid.,48.
171[171] Cf. CE, 50.
tiene lugar el anuncio del Evangelio y la predicación de la palabra, a menos que el
obispo no lo haga, si prefiere, desde su cátedra;172[172] el baptisterio donde se celebra
eventualmente el bautismo en la noche de Pascua.173[173]

La Eucaristía al centro de la iglesia particular

113. Una de las tareas preeminentes del obispo es la de proveer a que en las
comunidades de la iglesia particular los fieles tengan la posibilidad de acceder a la mesa
del Señor, especialmente en el domingo, que es el día en que la Iglesia celebra el
misterio pascual y los fieles, en la alegría y en el descanso, dan gracias a Dios “quién
mediante la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos nos ha reengendrado a una
esperanza viva” (1P 1, 3).174[174]

En muchos lugares, por la escasez de presbíteros o por otras graves razones, se


hace difícil proveer a la celebración eucarística . Ello acrecienta el deber del obispo de
ser el administrador de la gracia, atento siempre a discernir las necesidades efectivas y
la gravedad de las situaciones, procediendo a una hábil distribución de los miembros de
su presbiterio y a buscar el modo para que, aún en necesidades de ese tipo, las
comunidades de los fieles no queden por mucho tiempo privadas de la Eucaristía. Ello
vale también en referencia a los fieles que por enfermedad, ancianidad o por otros
motivos razonables pueden recibir la Eucaristía sólo en sus casas o en los lugares donde
son acogidos.

114. La Liturgia es la forma más alta de la alabanza a la Santa Trinidad. En ella, sobre
todo con la celebración de los sacramentos, el pueblo de Dios, reunido localmente,
expresa y actualiza su índole de comunidad sacerdotal, sagrada y orgánica.175[175]
Ejerciendo el munus sanctificandi el obispo obra de modo que toda la iglesia particular
se convierta en una comunidad de orantes, de fieles perseverantes y concordes en la
oración (cf. Hch 1,14).

Por lo tanto, el obispo, imbuido él mismo en primer lugar, junto con su presbiterio,
del espíritu y la fuerza de la liturgia, procura favorecer y desarrollar en la propia
diócesis una educación intensiva donde se descubran las riquezas contenidas en la
Liturgia, celebrada según los textos aprobados y vivida ante todo como una realidad de
orden espiritual. Como responsable del culto divino en la iglesia particular, el obispo,
mientras dirige y protege la vida litúrgica de la diócesis, actuando junto con los obispos
de la misma Conferencia Episcopal y en la fidelidad a la fe común, sostiene el esfuerzo
de su misma iglesia particular para que, en correspondencia a las exigencias de los
172[172] Cf. Ibid., 51. 17.
173[173] Cf. Ibid., n. 52.
174[174] Cf. CONC. OECUM. VAT. II., Const. de sacra Liturgia Sacrosanctum concilium,
106; IOANNES PAULUS II, Epistula apostolica Dies Domini, de diei dominicae
santificatione (31.05.1998): AAS 90 (1998), 713-766.
175[175] Cf. CONC. OECUM. VAT. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 11.
tiempos y los lugares, la liturgia sea radicada en las culturas, teniendo en cuenta aquello
que en la liturgia es inmutable, porque es de institución divina, y aquello que, en
cambio, es susceptible de cambio.176[176]

Atención a la oración y a la piedad popular

115. La oración, en todas sus formas, es el acto con el que se expresa la esperanza de la
Iglesia. Cada oración de la Esposa de Cristo, que anhela la perfecta unión con el Esposo,
queda asumida en aquella invocación que el Espíritu le sugiere: “¡Ven!”.177[177] El
Espíritu pronuncia esta oración con la Iglesia y en la Iglesia. Es la esperanza
escatológica, la esperanza del cumplimiento definitivo en Dios, la esperanza del Reino
eterno, que se actualiza en la participación en la vida trinitaria. El Espíritu Santo, dado a
los Apóstoles como consolador, es el custodio y el animador de esta esperanza en el
corazón de la Iglesia. En la perspectiva del tercer milenio después de Cristo, mientras
“el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús: ‘¡Ven!’”,178[178] esta oración de ellos está
cargada, como siempre, de una connotación escatológica.

Consciente de ello, el obispo se compromete cotidianamente a comunicar a los


fieles, con el testimonio personal, con la palabra, con la oración y con los sacramentos,
la plenitud de la vida en Cristo.

En tal contexto el obispo dirige su atención también a las diversas formas de la


piedad popular cristiana y a su relación con la vida litúrgica. En cuanto expresa la
actitud religiosa del hombre, esta piedad popular no puede ser ni ignorada ni tratada con
indiferencia o desprecio, porque, como escribía Pablo VI, es rica de valores.179[179] Sin
embargo, ella tiene necesidad de ser siempre evangelizada para que la fe que expresa,
sea un acto cada vez más maduro. Una auténtica pastoral litúrgica, bíblicamente
formada, sabrá apoyarse en las riquezas de la piedad popular, purificarlas y orientarlas
hacia la litúrgica como ofrenda de los pueblos.180[180]

Algunas cuestiones particulares

116. En las respuestas a los Lineamenta se subrayan algunas tareas propias del
ministerio litúrgico del obispo, que conviene recordar aquí brevemente.

176[176] Cf. CONC. OECUM. VAT. II., Const. de sacra Liturgia Sacrosanctum concilium,
21.
177[177] Cf. CONC. OECUM. VAT. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 4.
178[178] IOANNES PAULUS II, Litt. encycl. Dominum et vivificantem (18.V.1986), 66:
AAS 78 (1986), 897.
179[179] Cf. PAULUS VI, Adhort. Ap. Evangelii nuntiandi (8.XII.1975), 48: AAS 68
(1976), 37-38.
180[180] Cf. Catechismus Catholicae Ecclesiae, 1674-1676.
Ante todo, el obispo es en su iglesia el primer responsable de la celebración y de
la disciplina de la iniciación cristiana. De modo especial es el promotor, el custodio
atento y ministro de los ritos de la iniciación cristiana de los adultos. Por esto conviene
que sea él quien presida las celebraciones más características del catecumenado,
especialmente en la preparación próxima al bautismo y en la iniciación cristiana de los
adultos en la Vigilia pascual.

Para una más auténtica y profunda promoción de la liturgia, conviene que presida
frecuentemente, también en las visitas, la Liturgia de la Palabra y la Liturgia de las
Horas, como está previsto en el Caeremoniale Episcoporum.181[181] En este sentido, él
podrá aparecer en su característica función de maestro que celebra la palabra de la
salvación y de sacerdote que ora e intercede por su pueblo.

3. EL EJERCICIO DEL MINISTERIO DE GOBIERNO

El servicio del gobierno

117. La función ministerial del obispo se completa en el oficio de guía de la porción del
pueblo de Dios que le ha sido confiada. La Tradición de la Iglesia ha siempre asimilado
esta tarea a dos figuras que, como atestiguan los Evangelios, Jesús aplica a sí mismo, la
figura del Pastor y la del Siervo. El Concilio describe así el oficio propio de los obispos
de gobernar a los fieles: “Los obispos rigen, como vicarios y legados de Cristo, las
iglesias particulares que se les han sido encomendadas, con sus consejos, con sus
exhortaciones, con sus ejemplos, pero también con su autoridad y sacra potestad, de la
que usan únicamente para edificar a su grey en la verdad y en la santidad, teniendo en
cuenta que el que es mayor debe hacerse como el menor y el que ocupa el primer puesto
como el servidor (cf. Lc 22, 26-27)”.182[182]

Juan Pablo II explica que “se debe insistir en el concepto de ‘servicio’, que se
puede aplicar a todo ‘ministerio eclesiástico’, comenzando por el de los obispos. Sí, el
episcopado es más un servicio que un honor. Y, si es también un honor, lo es cuando el
obispo, sucesor de los Apóstoles, sirve con espíritu de humildad evangélica, a ejemplo
del Hijo del hombre... A esta luz del servicio ‘como buenos pastores’ se debe entender la
autoridad que el obispo posee como propia, aunque esté siempre sometida a la del Sumo
Pontífice”.183[183] Por esto, con buena razón, el Código de Derecho Canónico indica tal
oficio como munus pastoris y le une la característica de la solicitud pastoral.184[184]

181[181] Caeremoniale Episcoporum, Pars III; De liturgia horarum et celebrationibus


Verbi Dei.
182[182] CONC. OECUM. VAT. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 27 ; cf.
Decret. de past. Episc. mun. in Ecclesia Christus Dominus, 16.
183[183] IOANNES PAULUS II, Catequesis del miércoles (18.11.1992), 2.4:
“L’Osservatore Romano” edición española (20.11.1992), 3.
184[184] Cf. CIC can. 383 §1; 384.
Ejercicio de auténtica caridad pastoral

118. La caritas pastoralis es una virtud típica del obispo, el cual a través de ella imita a
Cristo “Buen” Pastor, que es tal porque da la propia vida. Esta virtud, por lo tanto, se
realiza no solamente en el ejercicio de las acciones ministeriales, sino más aún en el don
de sí, que manifiesta el amor de Cristo por su grey.

Una de las formas con las que se expresa la caridad pastoral es la compasión, a
imitación de Cristo, Sumo Sacerdote, capaz de compadecer la debilidad humana
habiendo sido Él mismo probado en todo, como nosotros, menos en el pecado (cf. Hb 4,
15). Sin embargo, tal compasión, que el obispo indica y vive como signo de la
compasión de Cristo, no puede ser separada de la verdad de Cristo. Otra expresión de la
caridad pastoral es la responsabilidad ante Dios y ante la Iglesia en relación a la verdad,
que ha de ser anunciada en toda ocasión, “a tiempo y a destiempo” (2Tm 4,2).

La caridad pastoral hace que el obispo se sienta ávido por servir al bien común de
la propia diócesis que, subordinado al de toda la Iglesia, reúne el bien de las
comunidades particulares de la diócesis. El Directorio Ecclesiae imago indica al
respecto los principios fundamentales de la unidad, de la colaboración responsable y de
la coordinación.185[185]

Gracias a la caridad pastoral, que es el principio interior unificador de toda la


actividad ministerial, “puede encontrar respuesta la exigencia esencial y permanente de
unidad entre la vida interior y tantas tareas y responsabilidades del ministerio, exigencia
tanto más urgente en un contexto sociocultural y eclesial fuertemente marcado por la
complejidad, la fragmentación y la dispersión”.186[186] Por eso, es la misma caridad la
que debe distinguir los modos de pensar y actuar del obispo y de su relación con cuantos
encuentra.

En el gobierno de la diócesis el obispo cuida también que sea reconocido el valor


de la ley canónica de la Iglesia, cuyo objetivo es el bien de las personas y de las
comunidades eclesiales.187[187]

Un estilo pastoral confirmado por la vida

119. La caridad pastoral exige, en consecuencia, estilos y formas de vida que, a


imitación de Cristo pobre y humilde, consientan al obispo estar cerca de todos los
miembros de la grey, desde el más grande hasta el más pequeño, para compartir sus
alegrías y sus dolores, no solamente en los pensamientos y en las oraciones, sino
185[185] Cf. SACRA CONGREGATIO PRO EPISCOPIS, Directorium Ecclesiae imago
(22.02.1973), 93-98.
186[186] IOANNES PAULUS II, Adhort. Ap. postsynod. Pastores dabo vobis
(25.III.1992), 23: AAS 84 (1992) 694.
187[187] Cf. IOANNES PAULUS II, Discorso ai Vescovi della Conferenza Episcopale del
Brasile della Regione Nord in visita “ad Limina” (28.X.1995), 5: “L’Osservatore
Romano” (4.XI.1995), 4.
también estando junto a ellos. De este modo, a través de la presencia y el ministerio, el
obispo se acerca a todos sin avergonzarse ni hacer sentir incómodos a los demás, para
que puedan experimentar el amor de Dios por el hombre.188[188]

De las respuestas a los Lineamenta por parte de las Conferencias episcopales


surgen algunas características de la figura del obispo tal como son percibidas en
diversos lugares y sociedades. A veces aparece una cierta visión “monárquica” o
“autoritaria”, que tiende a atribuir al obispo una parte impropia en la Iglesia y en el
mundo; otras veces se considera en cambio al obispo como “pastor en medio de su
grey”, “padre en la fe”, de modo tal que los presbíteros, los religiosos y los laicos no son
simplemente “ayudantes” del obispo, sino sus “colaboradores”.

Una profundización de la realidad de la “communio” puede conducir a ver al


obispo como autentico “siervo de los siervos de Dios”, es decir, el primero entre los
siervos de Dios. En efecto, el obispo será fiel a su misión recordando que su
responsabilidad personal de pastor es participada, por todos los fieles en virtud del
bautismo, en los modos que les son propios, por algunos en virtud del orden sagrado y
por otros a raíz de la especial consagración por los consejos evangélicos.

120. Una condición no favorable a esta “communio”, como advierten muchos, se


produce frecuentemente por la vastedad de la diócesis y los muchos compromisos del
obispo.

En efecto, las respuestas subrayan que existe el peligro de que en el modo de


gobernar del obispo se introduzcan elementos poco convenientes a una pastoral
genuinamente evangélica, al punto que la gente corra el riesgo de considerarlo como
uno de los personajes notables de la sociedad. A veces la misma presencia del obispo
junto a las autoridades civiles parecería hacer sombra a su autonomía y por lo tanto a su
figura.

Además, en las sociedades que nutren sentimientos contrarios a un cierto ejercicio


de la autoridad se manifiesta una cierta tendencia a revisar la figura del obispo, dando
interpretaciones particulares al principio de subsidiaridad y a las normas jurídicas de la
consultación. Esto porque frecuentemente la autoridad es vista solo como “poder”.

Los obispos pueden superar todo esto con el ejercicio de su prerrogativa de padres,
presentándose como sucesores de los Apóstoles no sólo en la autoridad que ejercen, sino
también en su forma de vida evangélica, coherente con cuanto anuncian, en los
sufrimientos apostólicos, en el cuidado amoroso y misericordioso de los fieles,
especialmente de los más pobres, necesitados y sufrientes.

En esto serán signo de Cristo en medio del pueblo de Dios y su gobierno mismo
verdaderamente pastoral será un anuncio del Evangelio de la esperanza. Ciertas formas
y atribuciones exteriores, como títulos honoríficos y vestiduras, no deben ofuscar el
ministerio episcopal de enseñanza en palabras y obras.

188[188] Cf. CONC. OECUM. VAT. II., Decret. de presbyterorum ministerio et vita
Presbyterorum ordinis, 17.
El obispo debe ser imagen viva del Cristo, que ha lavado los pies a sus discípulos
como Señor y Maestro, y por lo tanto, debe mostrar con su vida simple y pobre el rostro
evangélico de Jesús y su condición de verdadero “hombre de Dios” (cf. 2Tm 3, 17).

Las visitas pastorales

121. La tradición eclesiástica indica algunas formas específicas a través de las cuales el
obispo ejerce en su iglesia particular el ministerio del pastor. Se recuerdan dos de ellas
en particular. La primera se refiere directamente al compromiso pastoral; la segunda, en
cambio, implica una obra sinodal.

La visita pastoral no es una simple institución jurídica, prescrita al obispo por la


disciplina eclesiástica, ni tampoco una suerte de instrumento de investigación.189[189]
Mediante la visita pastoral el obispo se presenta concretamente como principio visible y
fundamento de la unidad en la iglesia particular y ella “refleja de alguna manera la
imagen de aquella singularísima y totalmente maravillosa visita, por medio de la cual el
'sumo pastor' (1 P 5,4), el obispo de nuestras almas (cf. I P 2, 25) Jesucristo, ha visitado
y redimido a su pueblo (cf. Lc 1, 68)”.190[190] Además, puesto que la diócesis antes de
ser un territorio, es una porción del pueblo de Dios confiada a los cuidados pastorales de
un obispo, oportunamente el Directorio Ecclesiae imago escribe que el primer lugar en
la visita pastoral corresponde a las personas. Para mejor dedicarse a ellas es oportuno
que el obispo delegue a otros el examen de las cuestiones de carácter más
administrativo.

Las visitas pastorales, preparadas y programadas, son ocasión propicia para un


conocimiento mutuo entre el Pastor y el pueblo que se le ha confiado.

En las parroquias debe privilegiarse el encuentro con el párroco y los otros


sacerdotes. La visita pastoral es el momento en el que se ejerce el ministerio de la
predicación y de la catequesis, del diálogo y del contacto directo con los problemas de
la gente; ocasión pare celebrar en comunión la Eucaristía y los sacramentos, compartir
la oración y la piedad popular. En esta circunstancia se imponen a la atención del Pastor
algunas categorías: los jóvenes, los niños, los enfermos, los pobres, los emarginados, los
alejados.

La experiencia además sugiere otros encuentros del obispo con los componentes
de la diócesis, en ocasión de asambleas diocesanas de programación pastoral y
verificación, como también en vista de ordenaciones sacerdotales o diaconales y de
fiestas patronales o, en fin, en las jornadas dedicadas a sujetos particulares como el
clero, los religiosos y las religiosas, las familias.

El Sínodo diocesano

189[189] Cf. CIC can. 396 §1 ; cf. can. 398.


190[190] SACRA CONGREGATIO PRO EPISCOPIS, Directorium Ecclesiae imago
(22.02.1973), 166; cf. ibidem 166-170.
122. La celebración del Sínodo Diocesano, cuyo perfil jurídico es delineado por el
Código de Derecho Canónico,191[191] tiene indudablemente un puesto de preeminencia
entre los deberes pastorales del obispo. El Sínodo, en efecto, es el primero de los
organismos que la disciplina eclesiástica indica para el desarrollo de la vida de una
iglesia particular. Su estructura, como la de otros organismos llamados “de
participación”, responde a fundamentales exigencias eclesiológicas y es expresión
institucional de realidades teológicas, como son, por ejemplo, la necesaria cooperación
entre presbiterio y obispo, la participación de todos los bautizados en el oficio profético
de Cristo, el deber de los pastores de reconocer y promover la dignidad de los fieles
laicos sirviéndose de buena gana de su prudente consejo.192[192] En su realidad el
Sínodo diocesano se inserta en el contexto de la corresponsabilidad de todos en torno al
propio obispo, en orden al bien de la diócesis. En su composición, como requiere la
disciplina canónica vigente, es expresión privilegiada de la comunión orgánica en la
iglesia particular. En el Sínodo, que debe ser bien preparado y ser convocado con
objetivos bien determinados,193[193] el obispo, responsable de las decisiones
definitivas,194[194] escucha lo que el Espíritu dice a la iglesia particular, de modo que
todos permanezcan firmes en la fe, unidos en la comunión, abiertos al carácter
misionero, disponibles hacia las necesidades espirituales del mundo y llenos de
esperanza ante sus desafíos.

Un gobierno animado de espíritu de comunión

123. Por su oficio pastoral el obispo es el ministro de la caridad en su iglesia particular,


edificándola mediante la Palabra y la Eucaristía. Ya en la Iglesia apostólica los Doce
dispusieron la institución de “siete hombres de buena fama, llenos de Espíritu y de
sabiduría”(Hch 6, 2-3) a los cuales confiaron el servicio de las mesas. El mismo San
Pablo tenía como punto firme de su apostolado el cuidado de los pobres, que sigue
siendo para nosotros el signo fundamental de la comunión entre los cristianos. Así el
obispo, también hoy, es llamado a ejercer personalmente la caridad en la propia
diócesis, mediante las estructuras adecuadas.

De este modo él testimonia que las tristezas y las angustias de los hombres, de los
pobres sobre todo y de todos aquellos que sufren, son también las ansias de los
discípulos de Cristo.195[195] Indudablemente, las pobrezas son muchas y a las antiguas
se han añadido otras nuevas . En tales situaciones el obispo está en primera linea en
suscitar nuevas formas de apostolado y de caridad allá donde la indigencia se presenta
bajo nuevos aspectos. Servir, alentar, educar en estos compromisos de solidaridad,
renovando cada día la antigua historia del Samaritano, es, ya de por sí, un signo de
esperanza para el mundo.
191[191] Cf. CIC can. 460-468; cf. SACRA CONGREGATIO PRO EPISCOPIS, Directorium
Ecclesiae imago (22.02.1973), 163-165.
192[192] Cf. CIC can 212 § 2.3.
193[193] Cf. CONGR. PRO EPISCOPIS ET CONGR. PRO GENTIUM EVANGELIZATIONE , Istr.
In constitutione apostolica de Synodis dioecesanis agendis (19.03.1997): AAS 89 (1997)
pp. 706-727.
194[194] Cf. Ibidem, V, 2.3.4; Cf. CIC c. 466.
195[195] Cf. CONC. OECUM. VAT. II., Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis
Gaudium et spes, 1.
124. Para cumplir el ministerio de guía pastoral y de discernimiento el obispo necesita
de la colaboración de todos los fieles, en espíritu de comunión y de fervor misionero.

El Consejo presbiteral y el Consejo pastoral son estructuras de diálogo, comunión


y discernimiento para esta finalidad, como fue ya recordado.

Las necesidades pastorales crecientes han llevado a configurar ordenadamente la


Curia diocesana con las diversas oficinas, según las normas canónicas, de acuerdo a las
posibilidades de cada iglesia particular y a la competencia del clero diocesano, de las
personas consagradas y de los laicos, en modo de poder dar respuesta a todas las
necesidades de la diócesis.

Es tarea del obispo no sólo favorecer la acción responsable y coordinada, la


iniciativa y el trabajo asiduo de los responsables de las diversas oficinas diocesanas,
sino también estimular con el ejemplo y favorecer los encuentros colegiales de
coordinación. Es necesario infundir en todos un sereno sentido de confianza, amistad y
responsabilidad en los diversos organismos de la Curia, de modo que la unidad y el
entendimiento mutuo creen un estilo eclesial de trabajo.

La administración económica

125. Particular importancia tiene en este tiempo, incluso en vista de las


responsabilidades civiles, la administración de los bienes de la diócesis. Es necesaria la
vigilancia y la seriedad en la administración económica de las diócesis, como ejemplo
para las otras instituciones diocesanas. Ello ha de hacerse a través del trabajo de
personas competentes y eclesialmente expertas en los consejos diocesanos de
administración.

Se trata de una tarea de gobierno de la máxima importancia, dirigida a garantizar el


bien común de la diócesis y la comunión de los bienes con la obligación de la caridad a
favor de las misiones y de los más pobres.

Cuestiones prácticas relacionadas con la iglesia particular

126. Parece oportuno enumerar sintéticamente aquí algunas cuestiones prácticas, ya


desarrolladas en otros puntos, para que, conforme a las indicaciones que emergen de las
respuestas a los Lineamenta, el Sínodo preste a ellas una particular y adecuada atención.

Es deseo de muchas Conferencias episcopales que se insista en la presencia del


obispo en la diócesis a tiempo completo, puesto que ausencias frecuentes y prolongadas
amenazan la continuidad del servicio pastoral.
La presencia y permanencia del obispo en su sede o en visita a sus parroquias, la
disponibilidad al encuentro con sacerdotes, religiosos y laicos, las visitas pastorales, son
garantía de estabilidad y de corresponsabilidad en el ejercicio cotidiano del ministerio.
El obispo aparece de este modo como un modelo de servicio constante en su iglesia.

Otros recomiendan la estabilidad del obispo en la diócesis para la cual ha sido


elegido, para que se confirme en él una mentalidad de donación a la Iglesia que le ha
sido confiada con un vínculo de fidelidad y amor esponsal. Se quisieran así evitar, en
cuanto sea posible, ciertos problemas como la mentalidad de un compromiso pasajero
en favor de la diócesis, el deseo de cambio o transferencia a otras iglesias particulares
más prestigiosas o menos problemáticas, la discontinuidad de los programas y las
iniciativas pastorales.

Se recuerda también el problema de las diócesis dejadas largo tiempo sin pastor,
por retrasos en el nombramiento de los obispos. Tales situaciones crean malestar en el
presbiterio y en el pueblo de Dios, privados del ministerio episcopal de la unidad y de la
comunión.

Surge también la necesidad de que las responsabilidades de gobierno del obispo


gocen de una mejor organización; éste se encuentra frecuentemente abrumado con
demasiados problemas administrativos, burocráticos y organizativos, que amenazan con
hacer de él, a veces, más un dirigente que un Pastor. Se propone una conveniente
descentralización administrativa para un mejor servicio suyo a la diócesis.

Algunos, en fin, ponen de relieve la cuestión de la conflictualidad que se advierte


hoy entre el foro eclesiástico y el foro civil en materia de los procesos referidos a las
personas eclesiásticas. No raramente se pide claridad en el reconocimiento público de
las leyes eclesiásticas que se refieren a los procesos canónicos. Debe ser reconocida al
obispo la libertad y la responsabilidad en el proceso hacia sus súbditos, evitando
escándalos y procediendo en manera adecuada, con justicia y caridad, en relación a la
salvación de las almas, que es siempre la ley suprema de la Iglesia.196[196]

196[196] Cf. CIC c. 1752.


CAPÍTULO V

AL SERVICIO DEL EVANGELIO PARA


LA ESPERANZA DEL MUNDO

En Jesucristo el perenne Jubileo de la Iglesia

127. El Jubileo del 2000, apenas concluido, ha ofrecido a la Iglesia y al mundo la


ocasión de fijar la mirada en Cristo, que ha venido a anunciar la buena noticia a los
pobres (cf. Lc 4,16 ss.). Él, enviado por el Padre ha venido a llamar a todos a la
conversión, a dar a la humanidad la esperanza, a revelar al hombre su dignidad de hijo
de Dios y su destino de gloria. Con sus obras, especialmente con su misterio pascual, ha
manifestado el amor de Dios que busca al hombre, le revela su vocación, le hace tomar
conciencia de su altísima vocación.197[197]

Toda la vida de Jesús ha sido un gran tiempo jubilar, en el cual él ha comunicado


la gracia y el perdón del Padre, ha mostrado el sendero de la verdad, se ha hecho
prójimo de todos. Él ha anunciado la salvación y la ha llevado a cumplimiento con sus
palabras, con sus obras y con la efusión del Espíritu Santo.

En la figura evangélica de Jesús de Nazaret, la Iglesia reconoce un Mesías jubilar,


que vive en el don total de sí mismo, comunica la verdad y la vida a todos, llama a la
conversión, enseña el camino nuevo del amor que él trae al mundo como modo de ser y
de obrar de la Trinidad.

En él se hace evidente que la salvación es para todos. Él, que se unió con la
encarnación a cada hombre y con su pasión y muerte a cada sufrimiento humano,
mediante la resurrección se transforma en causa de salvación y de esperanza para cada
ser humano, destinado a la comunión con Dios en la gloria.

La Iglesia, desde Pentecostés, con la gracia del Espíritu Santo, continua la misión
de Jesús, anunciando cada día la buena noticia y la liberación del mal.

El ministerio de salvación de la Iglesia

128. Según el espíritu de la colegialidad y de la comunión jerárquica todos los obispos


continúan este anuncio que pone al centro de la predicación Jesucristo, verdadero Dios y
verdadero hombre, único salvador del mundo.

Aún cuando puedan escapar a nuestra consideración los caminos a través de los
cuales Cristo ejerce esta salvación más allá de las estructuras sacramentales de su
197[197] Cf. CONC. OECUM. VAT. II, Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis
Gaudium et spes, 22.
Cuerpo, al cual él mismo ha confiado el ministerio de la predicación y de la
santificación, la Iglesia cree que toda la humanidad pertenece a Cristo, primogénito de
toda creatura (cf. Col 1,15 ss).

Por este motivo, el horizonte de la esperanza, que tiene como último término la
reconciliación de todo y de todos en Cristo, ilumina a la Iglesia que anuncia la paz y la
salvación a los que están lejos y a los que están cerca, “pues por él, unos y otros
tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu”(Ef 2,17-18) y reanuda con
confianza el múltiple diálogo de la salvación, para que también el futuro de la historia
pertenezca al Señor, conocido y amado como nuestro Hermano, revelación del amor del
Padre. “Por esta vía, - afirma la Gaudium et spes en la conclusión - en todo el mundo
los hombres se sentirán despertados a una viva esperanza, que es don del Espíritu Santo,
para que, por fin, llegada la hora, sean recibidos en la paz y en la suma bienaventuranza
en la patria que brillará con la gloria del Señor”. 198[198]

Una nueva situación religiosa

129. La situación religiosa al comienzo del milenio es muy compleja y no hace fácil la
misión de la Iglesia. La presencia de las grandes religiones, en cuanto ellas son
portadoras de auténticos valores humanos, exige de la Iglesia una actitud respetuosa
para descubrir en tales religiones el designio del único Dios salvador.

Por otra parte, en los grandes continentes invadidos por las religiones
tradicionales, hoy a causa de las migraciones destinadas a aumentar en el futuro, así
como también a raíz de los movimientos y de los intercambios económicos y culturales,
se vive una situación nueva, multiétnica y multirreligiosa.

Las iglesias jóvenes, que especialmente en Asia, África y Oceanía conviven con
aquellas religiones, mientras están particularmente comprometidas en el diálogo
interreligioso, prestan también una considerable ayuda misionera en otras partes del
pueblo de Dios.

130. En las repuestas a los Lineamenta algunas Conferencias Episcopales se refieren a


la necesidad de afrontar un fenómeno, ciertamente no ajeno a la historia, pero que hoy
adquiere, tal vez, dimensiones desconocidas. Se trata de las nuevas y reiteradas
inmigraciones. Éstas crean problemas pastorales nuevos y concretos como son la
evangelización y el diálogo interreligioso, especialmente para cuantos profesan
religiones no cristianas. En cuanto a los inmigrantes católicos, desarraigados de sus
tierras y de sus costumbres, es necesaria la colaboración de sacerdotes nativos para
sostener y fortalecer la fe y la vida cristiana de esa gente.

La Iglesia entera, por lo tanto, se orienta hacia un renovado compromiso de


evangelización en el cual no deben faltar jamás el anuncio explícito de la revelación
como don irrenunciable, el diálogo como método de comprensión recíproca, el
198[198] Ibidem, n. 93 ; cf. PAULUS VI, Litt. Encycl. Ecclesiam suam, III: AAS 56
(1964), 637-659.
testimonio evangélico, especialmente el de la caridad, en todo y sobre todo, como signo
de la verdad proclamada y fundamento del diálogo, para que Cristo sea reconocido en
sus discípulos. Además el anuncio integral de la salvación requiere una solicitud de la
Iglesia por todos los valores humanos auténticos.

De estas premisas surge la acción pastoral de la Iglesia, la cual no puede renunciar


a proclamar el sentido de la vida y de la historia a la luz del misterio de Cristo,
confiando en la fuerza del Evangelio y en la ayuda del Espíritu Santo, don de Cristo
resucitado para revelar y realizar la plenitud de la verdad y de la vida divina.199[199]

Diálogo ecuménico

131. El compromiso de la Iglesia en el diálogo ecuménico por la unidad de los


cristianos, fruto precioso de la acción del Espíritu Santo, es irreversible. Ello responde a
la oración y a las intenciones del Señor (cf. Jn 17, 21-23), a su oblación en la cruz para
reunir a todos los hijos dispersos (cf. Jn 11,52), al necesario testimonio de la Iglesia en
el mundo (cf. Ef 4,4-5).

Los obispos participan de la solicitud del Romano Pontífice, expresada por el


Decreto conciliar Unitatis redintegratio, y del renovado empeño de la Iglesia por la
unidad de todos los bautizados, confirmado por la Encíclica Ut unum sint, como tarea
prioritatia del nuevo milenio para la esperanza del mundo.200[200]

Siguiendo las directivas de la Santa Sede, en comunión con la Conferencia


Episcopal cada obispo es promotor de la unidad y apóstol del ecumenismo espiritual y
del diálogo, por medio de contactos fraternos con las iglesias y comunidades cristianas.
Con la promoción de cuanto haya de positivo no puede admitir gestos ambiguos y
apresurados que dañen, con la impaciencia, el verdadero ecumenismo.

Él promueve entre sus fieles la pasión por la unidad que ardía en el corazón de
Cristo, anhelando con esperanza la gracia de la comunión de todos en la única Iglesia de
Cristo, según el designio del Espíritu Santo.

Al obispo y sus colaboradores en la diócesis es confiada la tarea específica del


ecumenismo local,201[201] con todas las iniciativas posibles, como la semana de oración
por la unidad de los cristianos, los intercambios de oración y el testimonio del único
Evangelio de Cristo Señor. Finalmente, es siempre valioso el diálogo cotidiano y el
ecumenismo de los simples gestos cotidianos de comunión y de servicio, que acercan
los corazones y las mentes de los cristianos.
199[199] Cf. CONGREGATIO PRO DOCTRINA FIDEI, Declaratio Dominus Iesus
(6.08.200), 20-22: AAS 92 (2000), 761-764.
200[200] Cf. IOANNES PAULUS II, Litt. Encycl. Ut unum sint (25.05.1995): AAS 87
(1995), 921-982.
201[201] Cf. PONTIFICIO CONSEJO PARA LA UNIÓN DE LOS CRISTIANOS, Directorio para
la aplicación de los Principios y Normas sobre el ecumenismo (25.03.1993): AAS 85
(1993), 1039-1119; espec. nn. 37-47.
El anuncio del Evangelio

132. Nuevas son las tareas de la misión de la Iglesia porque nuevos son los fenómenos
sociales y las emergencias culturales, los areópagos de la evangelización, los
compromisos que surgen de la comprensión del mensaje evangélico: la promoción de la
paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos, el reconocimiento de los derechos de
las minorías, la promoción de la mujer, una nueva preocupación por los niños y los
jóvenes, la salvaguardia de la creación, la promoción de una auténtica cultura y la
investigación científica respetuosa de los valores de la vida, el diálogo internacional y
los nuevos proyectos mundiales.202[202]

En este contexto social y cultural el Evangelio de la esperanza es anunciado como


la verdad de siempre, pero con nuevos lenguajes, con nuevo brío y fervor, con nuevos
métodos, especialmente con la fuerza que nace de la santidad de la Iglesia y del
testimonio de su unidad. Este objetivo es confiado a aquellos que por el Espíritu Santo
han sido puestos como obispos para apacentar la Iglesia de Dios (cf. Hch 20, 28).

Acción y cooperación misionera

133. A imitación de Jesús de Nazaret, evangelizador del Padre, el obispo, animado por
la esperanza inherente al anuncio de la Buena Nueva, dilata los confines de su
ministerio a todo el mundo, puesto que todos son destinatarios de su solicitud pastoral.
La misma posición del obispo en la Iglesia y la misión que es llamado a desarrollar
hacen de él el primer responsable de la perenne misión de llevar el Evangelio a cuantos
aún no conocen a Cristo, redentor del hombre. La misión del obispo está
intrínsecamente vinculada a su ministerio universal de enseñanza y a la plena relación
con la comunidad que él preside en nombre de Cristo Pastor.

El mandato confiado por el Señor Resucitado a sus apóstoles se refiere a todas las
gentes. En los apóstoles mismos, “la Iglesia recibió una misión universal, que no conoce
confines y concierne a la salvación en toda su integridad, de conformidad con la
plenitud de vida que Cristo vino a traer (cf. Jn 10,10)”.203[203]

También para los sucesores de los apóstoles el deber de anunciar el Evangelio no


está limitado al ámbito eclesial, puesto que el Evangelio es para todos los hombres y la
misma Iglesia es sacramento de salvación para todos los hombres. Ella, más bien, es
“fuerza dinámica en el camino de la humanidad hacia el Reino escatológico; es signo y
a la vez promotora de los valores evangélicos entre los hombres”.204[204] Por ello,
siempre incumbe a los sucesores de los apóstoles la responsabilidad de difundir el
Evangelio en toda la tierra.
202[202] Cf. IOANNES PAULUS II, Litt. Encyc. Redemptoris missio (07.12.1990) 37:
AAS 83 (1991), 282-286.
203[203] Ibidem, 31: AAS 83 (1991), 276-277.
204[204] Ibidem., 20: AAS 83 (1991), 267-268.
Consagrados no solamente para una diócesis sino también para la salvación del
mundo entero,205[205] los obispos, ya sea como miembros del colegio episcopal, ya sea
como pastores individuales de las iglesias particulares, son, junto con el obispo de
Roma, directamente responsables de la evangelización de cuantos aún no reconocen en
Cristo al único salvador y todavía no ponen en él la propia esperanza.

En este contexto no pueden ser olvidados tantos obispos misioneros que, ayer
como hoy, ofrecen a la Iglesia la santidad de vida y la generosidad de su ímpetu
apostólico. Algunos de ellos han sido además fundadores de Institutos misioneros.

134. En cuando pastor de una iglesia particular, corresponde al obispo guiar sus
caminos misioneros, dirigirlos y coordinarlos. Él cumple con su deber de comprometer
a fondo el impulso evangelizador de la propia iglesia particular cuando suscita,
promueve y guía la obra misionera en su diócesis. De este modo, “hace presente y como
visible el espíritu y el ardor misionero del Pueblo de Dios, de forma que toda la diócesis
se haga misionera”.206[206]

En su celo por la actividad misionera el obispo se muestra siempre servidor y


testigo de la esperanza. En efecto, la misión es, sin duda, “el índice exacto de nuestra fe
en Cristo y en su amor por nosotros”207[207] y, mientras impulsa al hombre de todos los
tiempos a una vida nueva, es, ella misma, fruto de la esperanza cristiana.

Anunciando a Cristo Resucitado, los cristianos anuncian a Aquel que inaugura una
nueva era de la historia y proclaman al mundo la buena noticia de una salvación integral
y universal, que contiene en sí la anticipación de un mundo nuevo, en el cual el dolor y
la injusticia dejarán lugar a la alegría y a la belleza. Por lo tanto oran como Jesús les ha
enseñado: “Venga tu Reino” (Mt 6, 10). La actividad misionera, además, en su objetivo
último de poner a disposición de cada hombre la salvación ofrecida por Cristo de una
vez para siempre, tiende de por sí a la plenitud escatológica. Gracias a ella se acrecienta
el Pueblo de Dios, se dilata el Cuerpo de Cristo y se amplía el Templo del Espíritu hasta
la consumación de los siglos.208[208]

Al comienzo del tercer milenio, cuando ya se ha acentuado la conciencia de la


universalidad de la salvación y se experimenta que el anuncio del Evangelio debe ser
renovado cada día, la Iglesia siente que no debe disminuir su empeño misionero, es más,
debe unir las fuerzas en vista de una nueva y más profunda cooperación misionera, con
la colaboración de todos los sucesores de los apóstoles y de sus iglesias particulares.209
[209]
205[205] Cf. CONC. OECUM. VAT. II., Decretum de activ. mission. Ecclesiae Ad gentes,
38.
206[206] Ibidem; cf. IOANNES PAULUS II, Litt. Encycl. Redemptoris missio, 63: AAS 83
(1991), 311-312.
207[207] IOANNES PAULUS II, Litt. Encycl. Redemptoris missio, 11: AAS 83 (1991),
259-260.
208[208] Cf. CONC. OECUM. VAT. II., Decretum de activ. mission. Ecclesiae Ad gentes,
9.
209[209] Cf. CONGREGATIO PRO GENTIUM EVANGELIZATIONE, Instructio Cooperatio
missionalis (1.10. 1998), de cooperatione missionali: AAS 91 (1999), 306-324.
Diálogo interreligioso y encuentro con las otras religiones

135. Como maestros de la fe, los obispos deben también prestar una adecuada atención
al diálogo interreligioso, primero entre todos el especial diálogo con los hermanos de
Israel, pueblo de la primera alianza.

A todos resulta evidente, en efecto, que en las actuales circunstancias históricas el


diálogo interreligioso ha asumido una nueva e inmediata urgencia. Para muchas
comunidades cristianas, como por ejemplo las que se encuentran en África y en Asia, el
diálogo interreligioso constituye una parte de la vida cotidiana de las familias, de las
comunidades locales, del ambiente de trabajo y de los servicios públicos. En otras
comunidades, en cambio, como sucede en las de Europa occidental y, en todo caso, en
los países de más antigua cristiandad, se trata de un fenómeno nuevo. También aquí
sucede siempre más frecuentemente que creyentes de diversas religiones y cultos se
encuentren y a menudo vivan juntos, a raíz de las migraciones de los pueblos, de los
viajes, de las comunicaciones sociales y de decisiones personales.

El diálogo interreligioso, como ha recordado Juan Pablo II, es parte de la misión


evangelizadora de la Iglesia y entra en la perspectiva del Jubileo del 2000 y de los
desafíos del tercer milenio.210[210] Entre las principales razones el decreto Nostra
aetate enumera aquellas que nacen de la profesión de la esperanza cristiana. Todos los
hombres, en efecto, tienen un origen común en Dios, en cuanto ellos son criaturas
amadas por Él, y además tienen el común destino del fin último que es Dios.

En este diálogo los cristianos tienen, además, no pocas cosas para aprender. Sin
embargo, deben siempre testimoniar la propia esperanza en Cristo, único Salvador del
hombre, cultivando el deber y la determinación en la proclamación, sin titubeos, de la
unicidad de Cristo redentor. En ningún otro, el cristiano pone su esperanza, puesto que
es Cristo el cumplimiento di cualquier esperanza. Él es “la esperanza de cuantos, en
todos los pueblos, esperan la manifestación de la bondad divina”.211[211] Además, el
diálogo deber ser conducido y actuado por los fieles con la convicción que la única
verdadera religión subsiste “en la Iglesia católica y apostólica, a la cual el Señor Jesús
confió la obligación de difundirla a todos los hombres”.212[212]

210[210] Cf. IOANNES PAULUS II, Litt. Encycl. Redemptoris missio (07.12.1990), 55:
AAS 83 (1991), 302-304; cf. Epist. Apost. Tertio millennio adveniente (10.11.1994), 53:
AAS 87 (1995), 37.
211[211] S. IUSTINUS, Dialogus cum Tryphone 11: PG 6, 499; cf. CONGREGATIO PRO
DOCTRINA FIDEI, Declaratio Dominus Iesus (6.08.2000), 13-15: AAS 92 (2000), 754-
756.
212[212] CONC. OECUM. VAT. II., Declar. de libert. religiosa Dignitatis humanae, 1; cf.
CONGREGATIO PRO DOCTRINA FIDEI, Declaratio Dominus Iesus (6.08.2000), 16-17:
AAS 92 (2000), 756-759.
136. A todos los fieles y a todas las comunidades cristianas corresponde practicar el
diálogo interreligioso, aún cuando no siempre con la misma intensidad y al mismo
nivel. Sin embargo, allí donde las situaciones lo requieran y lo permitan, es deber de
cada obispo en su iglesia particular ayudar, con su predicación y con la acción pastoral,
a todos los fieles a respetar y estimar los valores, las tradiciones, la convicciones de los
otros creyentes, así como también promover una sólida y adecuada formación religiosa
de los mismos cristianos, para que sepan dar un convincente testimonio del gran don de
la fe cristiana.

El obispo debe además cuidar la calidad teológica del diálogo interreligioso,


cuando éste tuviera lugar en la propia iglesia particular, de modo que nunca caiga en el
silencio o no sea afirmada la universalidad y la unicidad de la redención realizada por
Cristo, único Salvador del hombre y revelador del misterio de Dios.213[213] Sólo en la
coherencia con la propia fe, en efecto, es posible también compartir, comparar y
enriquecer las experiencias espirituales y las formas de oración, como caminos de
encuentro con Dios.

El diálogo interreligioso, no obstante, no se refiere solamente al campo doctrinal,


sino que se extiende a las múltiples relaciones cotidianas entre los creyentes, en el
respeto recíproco y el conocimiento común. Se trata del diálogo de la vida, donde los
creyentes de las diversas religiones dan recíprocamente testimonio de los propios
valores humanos y espirituales con el objetivo de favorecer la convivencia pacífica y la
colaboración para que la sociedad sea más justa y más fraterna. Al favorecer y al
preocuparse atentamente por ese diálogo, el obispo recordará siempre a los fieles que
este empeño nace de las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad y que
crece juntamente con ellas.

Una atención particular al fenómeno de las sectas

137. La solicitud del obispo por sus fieles debe tener en cuenta con realismo también el
peligro de la seducción que las sectas religiosas y otros movimientos alternativos de
diverso género y nombre pueden suscitar en las personas menos preparadas.
Frecuentemente se trata de movimientos orientados a corroer la fe católica, propuestos
en ambientes de incomodidad social y familiar, juntamente con la manipulación de las
personas y de las conciencias. Se difunden incluso sectas satánicas que se distinguen por
tener objetivos anticristianos, ritos y formas morales aberrantes.

El estudio diligente de las sectas y de su modo de obrar, así como también el


recurso a quien tiene la capacidad de ayudar a los fieles atrapados o amenazados por las
mismas sectas, puede ser de gran ayuda para restituir a las personas la serenidad y la
profesión de la fe.214[214] Pero se trata sobre todo de formar comunidades
213[213] Cf. IOANNES PAULUS II, Litt. Encycl. Redemptoris missio (07.12.1990), 5:
AAS 83 (1991), 253-254.
214[214] Cf. SECRETARIADO PARA LA UNIÓN DE LOS CRISTIANOS - SECRETARIADO
PARA LOS NO CRISTIANOS - PONTIFICIO CONSEJO PARA LA CULTURA , Relación
provisoria El fenómeno de las sectas y nuevos movimientos alternativos (7.05.1986), 10.
cristianas vivas y auténticas, plenas de vitalidad y de entusiasmo, promotoras de
esperanza; es decir, comunidades capaces de transformarse en lugares para compartir el
Evangelio, para comprometerse en la misión, para atender a la persona, para ayudarse
recíprocamente y para llevar adelante una verdadera y propia terapia espiritual para los
hombres y las mujeres de nuestro mundo, mediante la oración y los sacramentos.

En lo que se refiere, luego, a la lucha contra el mal y el maligno, corresponde al


obispo encargar, según la legislación canónica, a sacerdotes dotados de piedad, ciencia,
prudencia e integridad de vida, el ejercicio de exorcismos y proveer también a la
práctica de oraciones para obtener la curación de parte de Dios.

Diálogo con personas de otras convicciones

138. La Iglesia, en su empeño de evangelizar y anunciar la salvación en Cristo a todos,


no descuida establecer en los modos más idóneos el diálogo con personas de otras
convicciones religiosas. Ellas son a menudo sensibles al atractivo del Evangelio, a la
persona de Jesús, a los valores auténticamente humanos de su predicación y de su
ejemplo. Frecuentemente esperan de la Iglesia la palabra iluminadora, la superación de
los prejuicios, la búsqueda atenta de los valores creíbles de la verdad y de la justicia.
Sienten a veces una secreta nostalgia del cristianismo donde se conjugan las razones de
la fe con las de la esperanza, mientras hoy, caídas la utopías, la falta de fe se traduce en
una actitud incapaz de atravesar el umbral de la esperanza.

Por este motivo, el obispo en su iglesia debe favorecer los encuentros que puedan
comprometer a los hombres y a las mujeres que buscan la verdad, que son sensibles a
los valores trascendentes de la bondad, de la justicia y de la belleza, que están
preocupados por la humanidad de nuestro tiempo. Y todo ello con la finalidad de
favorecer la búsqueda común de senderos para la promoción de los valores del hombre,
especialmente a través del diálogo con autorizados exponentes de la cultura y de la
espiritualidad.

Como pastor de todos y responsable del anuncio del Evangelio en la compleja


situación de nuestra sociedad, el obispo no debe olvidar que es defensor de los derechos
de los fieles católicos y también de la Iglesia, frecuentemente negados o contestados en
diversos lugares o en ciertas circunstancias sociales o políticas. Porque es el sostén de
sus fieles, el obispo debe infundir y promover la esperanza en los momentos de
persecución o de hostilidad contra los propios feligreses, fortalecido con el testimonio
de la verdad y con la coherencia de la propia vida.

Atención a los nuevos problemas sociales y a las nuevas pobrezas


139. La solicitud por los pobres es un aspecto privilegiado del anuncio de la esperanza
en nuestra sociedad actual, en la cual ninguno debe olvidar que de la vida económica y
social, como ha recordado el Concilio Vaticano II, el hombre es autor, centro y fin.215
[215] De ahí la preocupación de la Iglesia para que el desarrollo no sea entendido en
sentido exclusivamente económico, sino más bien en sentido integralmente humano.

La esperanza cristiana está ciertamente orientada hacia el Reino de los cielos y


hacia la vida eterna. Este destino escatológico, sin embargo, no atenúa el compromiso
por el progreso de la ciudad terrena. Al contrario, le da sentido y fuerza, mientras “el
impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad”.216
[216] La distinción entre progreso terrestre y crecimiento del Reino, en efecto, no
implica separación, porque la vocación del hombre a la vida eterna, más que abolir,
aumenta el deber del hombre de poner en acto las energías recibidas del Creador para el
desarrollo de su vida temporal.

140. No es competencia específica de la Iglesia ofrecer soluciones a las cuestiones


económicas y sociales, pero su doctrina contiene un conjunto de principios
indispensables para la construcción de un sistema social y económico justo. También en
este ámbito la Iglesia tiene un Evangelio que anunciar, del cual el obispo, en su iglesia
particular, debe hacerse portador, indicando en esa Buena Noticia el corazón en las
Bienaventuranzas evangélicas.217[217]

Dado que, el mandamiento del amor al prójimo es muy concreto, será necesario
que el obispo promueva en su diócesis iniciativas apropiadas y exhorte a la superación
de eventuales actitudes de apatía, de pasividad y de egoísmo individual y de grupo. Es
igualmente importante que con su predicación el obispo despierte la conciencia cristiana
de todos los ciudadanos, exhortándolos a obrar, con una solidaridad activa y con los
medios a su disposición, en la defensa del hermano, contra cualquier abuso que atente a
la dignidad humana. Debe, a este respecto, recordar siempre a los fieles que en cada
pobre y en cada necesitado está presente Cristo (cf. Mt 25, 31-46). La misma figura del
Señor como juez escatológico es la promesa de una justicia finalmente perfecta para los
vivos y para los muertos, para los hombres de todos los tiempos y de todos los
lugares.218[218]

Cercano a cuantos sufren

141. Recordando su título de padre y defensor de los pobres, el obispo tiene el deber de
alentar el ejercicio de la caridad hacia los pobres con el ejemplo, con las obras de
misericordia y de la justicia, con intervenciones individuales, y también con amplios
programas de solidaridad.
215[215] Cf. CONC. OECUM. VAT. II., Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis
Gaudium et spes, 63.
216[216] Catechismus Catholicae Ecclesiae, 1818.
217[217] Cf. CONGREGATIO PRO DOCTRINA FIDEI, Libertatis conscientia Instructio de
libertate christiana et liberatione, (22.III.1986) 62: AAS 79 (1987), 580-581.
218[218] Cf. Ibidem, 60: AAS 79 (1987), 579.
De entre las tareas, que en las respuestas a los Lineamenta se asignan a los obispos
como promotores de la caridad de nuestro tiempo, es necesario recordar algunas en
particular.

En su diócesis cada pastor, con el auxilio de personas cualificadas en el campo de


la pastoral sanitaria, anuncia el Evangelio en el ámbito de la asistencia a la salud física y
psíquica. El cuidado de la salud ocupa un puesto de relieve en nuestra sociedad. La
humanización de la medicina y de la asistencia a los enfermos, así como la cercanía a
todos en el momento del sufrimiento, despierta en el corazón de cada discípulo de Jesús
la figura del Cristo misericordioso, médico de los cuerpos y de las almas, y al mismo
tiempo recuerda la perentoria palabra de la misión: “Curad enfermos”(Mt 10,8).

La organización y la promoción continua de este sector de la pastoral merece una


prioridad en el corazón y en la vida de un obispo.

Promotor de la justicia y de la paz

142. Los temas de la justicia y del amor al prójimo aluden espontáneamente al tema de
la paz: “frutos de justicia se siembran en la paz para los que procuran la paz” (St 3, 18).
Lo que la Iglesia anuncia es la paz de Cristo, el “príncipe de la paz” que ha proclamado
la bienaventuranza de los “que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de
Dios”(Mt 5, 9). Tales son no solamente aquellos que renuncian al uso de la violencia
como método habitual, sino también todos aquellos que tienen el coraje de obrar para
que sea cancelado lo que impide la paz. Ellos saben bien que la paz nace en el corazón
del hombre. Por ello actúan contra el egoísmo, que impide ver a los otros como
hermanos y hermanas en una única familia humana, sostenidos en esto por la esperanza
en Jesucristo, el Redentor inocente cuyo sufrimiento es un signo irrevocable de
esperanza para la humanidad. Cristo es la paz (cf. Ef 2,14) y el hombre no encontrará la
paz si no encuentra a Cristo.

La paz es una responsabilidad universal, que pasa a través de muchos pequeños


actos de la vida de cada día. Los hombres se expresan a favor de la paz o contra ella
según el proprio modo cotidiano de vivir con los otros. La paz espera sus profetas y sus
artífices.219[219] Estos arquitectos de la paz no pueden faltar sobre todo en la comunidad
eclesial, de la cual el obispo es pastor.

Es necesario, por lo tanto, que el obispo no deje perder ninguna ocasión para
promover en las conciencias la aspiración a la concordia y para favorecer el
entendimiento entre las personas en la preocupación por la causa de la justicia y la paz.
Se trata de una tarea ardua, que exige dedicación, esfuerzos renovados y una insistente
acción educativa, sobre todo hacia las nuevas generaciones, para que se empeñen, con
nuevo gozo y esperanza cristiana, en la construcción de un mundo más pacífico y
fraterno. El obrar en favor de la paz es también una tarea prioritaria de la
evangelización. Por este motivo, la promoción de una auténtica cultura del diálogo y de
la paz es, al mismo tiempo, un objetivo fundamental de la acción pastoral de un obispo.

219[219] Cf. IOANNES PAULUS II, Discurso para la jornada mundial de oración por la
paz en Asís (27.X.1986), 7: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, IX/2, 1263.
143. El obispo, en cuanto voz de la Iglesia que, evangelizando, llama y convoca a todos
los hombres, no deja de obrar concretamente y de hacer escuchar su palabra sabia y
equilibrada, para que los responsables de la vida política, social y económica busquen
soluciones posibles más justas para resolver los problemas de la convivencia civil.

Las condiciones en las cuales los pastores desarrollan su misión en estos ámbitos
son a menudo muy difíciles, tanto para la evangelización como para la promoción
humana, y es sobre todo aquí que se pone de manifiesto cuánto y cómo, en el ministerio
episcopal, deba ser incluida la disponibilidad al sufrimiento. Sin ella no es posible que
los obispos se dediquen a su misión. Por ello, grande debe ser su confianza en el
Espíritu del Señor resucitado y sus corazones deben estar siempre llenos de la esperanza
que no falla (cf. Rom 5, 5).

Custodios de la esperanza, testigos de la caridad de Cristo

144. Los cristianos cumplen con un mandato profético recibido de Cristo cuando actúan
para llevar al mundo el germen de la esperanza. Por esta razón el Concilio Vaticano II
recuerda que la Iglesia “avanza juntamente con toda la humanidad, experimenta la
suerte terrena del mundo, y su razón de ser es actuar como fermento y como alma de la
sociedad, que debe renovarse en Cristo y transformarse en familia de Dios”.220[220]

La asunción de responsabilidades en relación al mundo entero y a sus problemas, a


sus interrogantes y a sus anhelos, pertenece a la tarea de la evangelización, a la cual la
Iglesia es llamada por el Señor. Todo ello implica en primera persona a cada obispo,
obligándolo a leer con atención “los signos de los tiempos”, de modo que sea reavivada
en los hombres una nueva esperanza. En esto él obra como ministro del Espíritu que,
también hoy, en el umbral del tercer milenio, no cesa de obrar grandes cosas para que
sea renovada la faz de la tierra. Siguiendo el ejemplo del Buen Pastor, el obispo también
indica al hombre el camino que debe recorrer y, como el Samaritano, se inclina sobre él
para curar sus heridas.

145. Además, el hombre es esencialmente un “ser de la esperanza”. Es verdad que no


son pocos, en varias partes de la tierra, los eventos que inducen al escepticismo y a la
desconfianza: tales y tantos son los desafíos que hoy son dirigidos a la esperanza. Sin
embargo, la Iglesia encuentra en el misterio de la cruz y de la resurrección de su Señor
el fundamento de la “beata esperanza”. De ahí ella toma fuerzas para ponerse y
permanecer al servicio del hombre y de cada hombre.

El Evangelio, del cual la Iglesia es servidora, es un mensaje de libertad y una


fuerza de liberación que, mientras pone al descubierto y juzga las esperanzas ilusorias y
220[220] CONC. OECUM. VAT. II., Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis
Gaudium et spes, 40.
falaces, lleva a cumplimiento las aspiraciones más auténticas del hombre. El núcleo
central de este anuncio consiste en que Cristo, mediante su cruz, su resurrección y el
don del Espíritu Santo, ha abierto nuevos caminos de libertad y de liberación para la
humanidad.

Entre los ámbitos en los cuales el obispo guía a la propia comunidad, delineando
empeños y poniendo en acto comportamientos que son ejemplos de la fuerza renovadora
del Evangelio y eficaces señales de esperanza, deben indicarse algunos de particular
relieve, que se refieren a la doctrina social de la Iglesia. Ésta, en efecto, no sólo no es
ajena, sino que es parte esencial del mensaje cristiano, porque propone las directas
consecuencias del Evangelio en la vida de la sociedad. Por lo tanto, sobre ella se ha
detenido varias veces el Magisterio, ilustrándola a la luz del misterio pascual, que es
para la Iglesia fuente del conocimiento de la verdad sobre la historia y sobre el hombre,
recordando además que corresponde a las iglesias particulares, en comunión con la Sede
de Pedro y entre ellas, llevar esa misma doctrina a aplicaciones concretas.

146. Un primer ámbito se refiere a la relación con la sociedad civil y política. Es


evidente, a este respecto, que la misión de la Iglesia es una misión religiosa y que el fin
privilegiado de su actividad es el anuncio de Jesucristo, el único Nombre “dado a los
hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hch 4, 12). De ello deriva, entre otras
cosas, la distinción, reafirmada por el Concilio Vaticano II, entre comunidad política e
Iglesia. Independientes y autónomas en el propio campo, ellas tienen en común, sin
embargo, el servicio a la vocación personal y social de las mismas personas.221[221]

Por lo tanto la Iglesia, por mandato del Señor, abierta a todos los hombres de
buena voluntad, no es, ni jamás puede ser, competidora de la vida política, mas ni
siquiera extraña a los problemas de la vida social. Por este motivo, permaneciendo
dentro de la propia competencia de la promoción integral del hombre, la Iglesia puede
buscar también soluciones a los problemas de orden temporal, especialmente allí donde
está comprometida la dignidad del hombre y son pisoteados sus más elementales
derechos.

147. En este contexto se coloca también la actividad del obispo, el cual reconoce la
autonomía del Estado y evita, por ello, la confusión entre fe y política sirviendo, en
cambio, a la libertad de todos. Ajeno a gestos que induzcan a identificar la fe con una
determinada forma política, él busca sobre todo el Reino de Dios y es así que,
asumiendo un más valido y puro amor para ayudar a sus hermanos y para realizar,
inspirado por la caridad, las obras de la justicia, él se presenta como custodio del
carácter trascendente de la persona humana y como signo de esperanza.222[222] La
contribución específica que un obispo ofrece en este ámbito es aquella misma de la
Iglesia, es decir, “la dignidad de la persona, que se manifiesta en toda su plenitud en el
misterio del Verbo encarnado”.223[223]

221[221] Cf. CONC. OECUM. VAT. II., Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis
Gaudium et spes, 76.
222[222] Cf. ibidem, 72. 76.
La autonomía de la comunidad política no incluye, en efecto, su independencia de
los principios morales; es más, una política carente de referencias morales lleva
inevitablemente al degrado de la vida social, a la violación de la dignidad y de los
derechos de la persona humana. Por esta razón, a la Iglesia le interesa que en lo que se
refiere a la política sea conservada, o restituida, la imagen del servicio que hay que
ofrecer al hombre y a la sociedad. Dado que, además, es tarea propia de los fieles laicos
comprometerse directamente en la política, la preocupación del obispo es la de ayudar a
sus feligreses a discutir sus cuestiones y asumir las propias decisiones a la luz de la
Palabra de la Verdad; de favorecer y guiar la formación en modo que en las decisiones
los fieles sean motivados por una sincera solicitud por el bien común de la sociedad en
que viven, es decir, el bien de todos los hombres y de todo el hombre; de insistir para
que exista coherencia entre la moral pública y la privada.

La legión de los testigos y el ancla de la esperanza

148. Discípulo y testigo de Cristo, el obispo en este inicio de siglo y de milenio se


preocupa por anunciar, celebrar y promover, como Jesús, el Reino del Padre en la
esperanza.

Firme en la fe, que es la “garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades


que no se ven” (Hb 11,1), está dispuesto a hacer caminar a su pueblo, como Israel en el
desierto, imagen viva de la Iglesia peregrina en el tiempo, “entre las persecuciones del
mundo y los consuelos de Dios”.224[224] Con la mirada fija en Cristo, autor y
perfeccionador de la fe, sostenido por la legión de los testigos de la fe y la esperanza, el
obispo se transforma en testigo creíble de la fidelidad de Dios en todo tiempo. Por ello,
la Iglesia del final del siglo y del milenio ha querido, entre otras cosas, hacer memoria
ecuménica de los testigos de la fe del siglo XX, como heraldos de la esperanza cristiana,
para las nuevas generaciones.

En un modo globalizado el obispo proclama la comunión y la solidaridad, la


unidad y la reconciliación. En una sociedad que va a la búsqueda del sentido de la vida,
el obispo ofrece la palabra liberadora del Evangelio, palabra de verdad que abre los
horizontes de los hombres más allá de la muerte e ilumina con la luz de la Pascua de
Cristo los senderos de la vida.225[225]

El obispo, aferrado a la esperanza, segura y firme como un ancla (cf. Hb 6,18 ss),
guía a su pueblo con confianza, en el espíritu del servidor del Evangelio de Jesucristo
para la esperanza del mundo.

223[223] IOANNES PAULUS II, Litt. Encycl. Centesimus annus (1.V.1991), 47: AAS 83
(1991), 851-852.
224[224] CONC. OECUM. VAT II, Const. dogmat. de Ecclesia Lumen gentium, 8.
225[225] Cf. CONC. OEC. VAT. II, Const. past. de Ecclesia in mundo hius temporis
Gaudium et spes, 22.
CONCLUSIÓN

149. Entre los días 6 y 8 de octubre del 2000, los obispos de todo el mundo han
celebrado el Jubileo en comunión con el Papa en un clima de conversión y de oración,
inspirándose al mismo tema de la próxima Asamblea General Ordinaria del sínodo: El
Obispo servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo.226[226]
Como ha sido observado, por la primera vez desde los tiempos del Concilio Vaticano II,
tantos obispos, provenientes de todo el mundo, se encontraron juntos para vivir
momentos de auténtica espiritualidad jubilar: el rito penitencial en San Juan de Letrán,
la celebración misionera en San Pablo extra muros, el Santo Rosario en el Aula Pablo
VI, los encuentros con el Romano Pontífice, especialmente la solemne concelebración
eucarística del Domingo 8 de octubre, momento culminante del Jubileo de los Obispos.

La devoción a María, manifestada en la veneración de la estatua de la Virgen de


Fátima, que ha guiado por senderos de esperanza la afanosa historia de la Iglesia en el
siglo XX, ha dado al encuentro jubilar una particular intensidad emotiva. Como a
menudo ha repetido el Papa, ha sido casi como un retorno de los sucesores de los
apóstoles al Cenáculo de Pentecostés, con María, la Madre de Jesús.

150. En esta particular circunstancia Juan Pablo II ha confiado a la Madre del Señor,
con una vibrante oración, los frutos del Jubileo y las ansias del nuevo milenio.

En las palabras de la oración de consagración a la Virgen María se han


concentrado las esperanzas para el futuro, con la convicción que la única salvación es
Cristo Señor y que el Espíritu de la verdad es la indispensable fuente de la vida para la
Iglesia.

Junto a la memoria de los grandes progresos de una humanidad que se encuentra


en la encrucijada de la historia, el Santo Padre ha recordado las necesidades de los más
débiles: niños aún no nacidos o nacidos en condiciones de pobreza y sufrimiento;
jóvenes a la búsqueda del sentido de la vida; personas carentes de trabajo o probadas
por el hambre y la enfermedad, familias arruinadas, ancianos sin asistencia, personas
solas y sin esperanza.227[227]

Está en juego en las esperanzas de la humanidad el valor de la vida humana que la


Iglesia defiende y propone con coraje ante todas las amenazas, confiando en el Dios de
la vida y en la Madre de Aquel que es el camino, la verdad y la vida.

En las palabras del Sucesor de Pedro y en su imploración en favor de la humanidad


hemos escuchado nuevamente la oración por un mundo que busca razones para creer y
226[226] Cf. Jubileo de los Obispos. El Obispo servidor del Evangelio de Jesucristo
para la esperanza del mundo, Roma 6-8 de octubre del 2000: opúsculo de participación
en el Jubileo de los Obispos.
227[227] Cf. IOANNES PAULUS II, Acto de consagración a la Beata Virgen María, 3-4:
“L'Osservatore Romano” edición española (13.10.2000), 1.
esperar. Como una lógica continuación los obispos se reunirán en la próxima Asamblea
sinodal para proclamar la esperanza en Cristo y en la acción del Espíritu para el futuro
de la Iglesia y de la humanidad.

De María, la humilde servidora que se entregó a Dios, la Iglesia aprende a


proclamar el Evangelio de la salvación y de la esperanza. En el canto del Magnificat
resuenan las certezas de todos los pobres del Señor que esperan en su Palabra. En ella,
mujer vestida de sol, asunta a la gloria junto al Hijo resucitado, la Iglesia tiene la
garantía del cumplimiento de las promesas del Señor por la humanidad, llamada a la
victoria final sobre el mal y sobre la muerte. A Ella, que para cuantos son aún peregrinos
sobre la tierra brilla “como signo de esperanza cierta y de consuelo, hasta que llegue el
día del Señor”228[228], la Iglesia dirige su súplica invocándola como madre de la
esperanza, primicia del mundo futuro.

ÍNDICE

Introducción

En la perspectiva de un nuevo milenio

En la huella de las precedentes asambleas sinodales

Continuidad y novedad

Un renovado anuncio del Evangelio de la esperanza

Capítulo I

Un ministerio de esperanza

Una mirada sobre el mundo con los sentimientos del Buen Pastor

Bajo el signo de la esperanza teologal

Entre el pasado y el futuro

Entre luces y sombras en el panorama mundial

Entre el retorno a lo sagrado y la indiferencia

228[228] CONC. OECUM. VAT. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 68.
Un nuevo horizonte de problemas éticos

Situaciones eclesiales emergentes

Signos de vitalidad y de esperanza

Hacia un nuevo humanismo

Los frutos del Jubileo

Bajo la guía del Espíritu

Hacia senderos convergentes de unidad

Un fuerte reclamo de espiritualidad

Obispos testigos de esperanza

Fieles en las expectativas y las promesas de Dios como la Virgen María

Capítulo II

Misterio, Ministerio y Camino Espiritual del Obispo

La imagen de Cristo Buen Pastor

I. Misterio y Gracia del Episcopado

La gracia de la ordenación episcopal

En comunión con la Trinidad

Desde el Padre por Cristo en el Espíritu

La imagen eclesial del obispo

El espíritu de santidad

II. La Santificación en el Propio Ministerio

La vida espiritual del obispo

Una auténtica caridad pastoral

El ministerio de la predicación

Orante y maestro de la oración

Nutrido por la gracia de los sacramentos


Como gran sacerdote en medio de su pueblo

Una espiritualidad de comunión

Animador de una espiritualidad pastoral

En comunión con la Santa Madre de Dios

III. Camino Espiritual del Obispo

Un necesario camino espiritual

Con el realismo espiritual del cotidiano

En la armonía del divino y de lo humano

Fidelidad hasta el final

El ejemplo de los santos obispos

Capítulo III

El Episcopado, Ministerio de Comunión y de Misión en la Iglesia Universal

Amigos de Cristo, elegidos y enviados por Él

I. El Ministerio Episcopal en una Eclesiología de Comunión

En la Iglesia imagen de la Trinidad

En una eclesiología de comunión y de misión

Unidad y catolicidad del ministerio episcopal

En comunión con el Sucesor de Pedro

Colaboración en el ministerio petrino

Las visitas "ad limina" y las relaciones con la S. Sede

Las conferencias episcopales

Comunión afectiva y efectiva

II. Algunos Problemas Particulares

Distintas tipologías del ministerio episcopal

Los obispos eméritos


Elección y formación de los obispos

Capítulo IV

El Obispo al Servicio de su Iglesia

La imagen bíblica del lavatorio de los pies: Jn. 13,1-16

I. El Obispo en su Iglesia Particular

La iglesia particular

Un misterio que converge en el obispo junto a su pueblo

Palabra, Eucaristía, comunidad

Una, santa, católica y apostólica

Una Iglesia con rostro humano

Iglesia universal, iglesia particular

II. La Comunión y la Misión en la Iglesia Particular

En comunión con el presbiterio

Una atención particular para los sacerdotes

El ministerio y la cooperación de los diáconos

El Seminario y la pastoral vocacional

En relación a los otros ministerios

Solicitud por la vida consagrada

Un laicado comprometido y responsable

Al servicio de la familia

Los jóvenes: una prioridad pastoral para el futuro

Las parroquias

Movimientos eclesiales y nuevas comunidades

III. El Ministerio Episcopal al Servicio del Evangelio


1. El Ministerio de la Palabra

Proclamar el Evangelio de la esperanza

El centro del anuncio

Educación en la fe y catequesis

Toda la iglesia comprometida en la catequesis

Diálogo y colaboración con teólogos y fieles

Testigo de la verdad

Tareas para el futuro

Cultura e inculturación

2. El Ministerio de la Santificación

El obispo como sacerdote y liturgo en su catedral

La Eucaristía al centro de la iglesia particular

Atención a la oración y a la piedad popular

Algunas cuestiones particulares

3. El Ejercicio del Ministerio de Gobierno

El servicio del gobierno

Ejercicio de auténtica caridad pastoral

Un estilo pastoral confirmado por la vida

Las visitas pastorales

El Sínodo diocesano

Un gobierno animado de espíritu de comunión

La administración económica

Cuestiones prácticas relacionadas con la iglesia particular

Capítulo V

Al Servicio del Evangelio para la Esperanza del Mundo


En Jesucristo el perenne Jubileo de la Iglesia

El ministerio de salvación de la Iglesia

Una nueva situación religiosa

Diálogo ecuménico

El anuncio del Evangelio

Acción y cooperación misionera

Diálogo interreligioso y encuentro con las otras religiones

Una atención particular al fenómeno de las sectas

Diálogo con personas de otras convicciones

Atención a los nuevos problemas sociales y a las nuevas pobrezas

Cercano a cuantos sufren

Promotor de la justicia y de la paz

Custodios de la esperanza, testigos de la caridad de Cristo

La legión de los testigos y el ancla de la esperanza

Conclusión

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