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EL OBISPO
SERVIDOR DEL
EVANGELIO DE JESUCRISTO
PARA LA
ESPERANZA DEL MUNDO
Instrumentum laboris
2001
© Copyright 2001
Secretería General del Sínodo de los Obispos y Libreria Editrice Vaticana.
Este texto puede ser reproducido por las Conferencias Episcopales o bajo su
autorización siempre que su contenido no sea alterado de ningún modo y que dos copias
del mismo sean enviadas a la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, 00120
Ciudad del Vaticano.
INTRODUCCIÓN
1. Cristo Jesús nuestra esperanza (1 Tim 1,1), el mismo ayer hoy y siempre (Hb 13,8),
Pastor supremo (1 P 5,4), guía su Iglesia a la plenitud de la verdad y de la vida, hasta el
día de su venida gloriosa en la cual se cumplirán todas las promesas e serán colmadas
las esperanzas de la humanidad.
2. En este nuevo inicio se coloca la Xª Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los
Obispos, prevista inicialmente en el Año Jubilar y ahora programada para el mes de
octubre del 2001.
Con intuición profética Juan Pablo II ha querido asignar a tal Asamblea un tema de
gran importancia: Episcopus minister Evangelii Iesu Christi propter spem mundi.
Son diversas y sugestivas las razones que hacen de éste un tema particularmente
apropiado al actual momento de la vida de la Iglesia y de la humanidad. Ellas son ante
todo de carácter teológico y eclesiológico, pero también de orden antropológico y
social.
En la huella de las precedentes asambleas sinodales
Parecía entonces oportuno afrontar el tema del ministerio del obispo bajo el perfil
de la proclamación del Evangelio y de la esperanza, casi como vértice y síntesis. En
efecto, las varias asambleas sinodales ordinarias han dado un nuevo impulso de
renovación a las diversas vocaciones en el pueblo de Dios, para una mayor
complementariedad, en una eclesiología de comunión y de misión, atenta a la naturaleza
jerárquica y carismática de la Iglesia. Ahora la disertación específica del tema de esta
asamblea indica la necesidad de orientar hacia el futuro la misión del entero pueblo de
Dios, en comunión con sus pastores.
5. Más aún, en la última década del siglo XX, hacia el final del segundo milenio de la
era cristiana, los obispos de los diversos continentes fueron convocados por el Romano
Pontífice en diversas Asambleas sinodales especiales, para tratar acerca de la Iglesia en
Europa (1991 y 1999), en África (1994), en América (1997), en Asia (1998) y en
Oceanía (1998). Fruto de estos encuentros son los respectivos documentos post-
sinodales publicados o de próxima publicación.
En realidad, todos los Sínodos de las últimas décadas han tocado el tema del
ministerio episcopal, no sólo porque se trató de Sínodos de Obispos, sino porque de
algún modo han ayudado a configurar la ministerialidad episcopal en las últimas
décadas en relación a la Evangelización (1974), a la Catequesis (1977), a la Familia
(1981), a la Reconciliación y la Penitencia (1983), a los Fieles laicos (1987), a los
Presbíteros (1990), a la Vida Consagrada (1994) y a la actuación del Concilio Vaticano
II, en el Sínodo extraordinario de 1985.
6. El aspecto doctrinal y pastoral específico del tema del Sínodo se concreta entonces
en el anuncio del Evangelio de Cristo para la esperanza del mundo. Es en esta
perspectiva que la temática de la próxima Asamblea ordinaria tendrá máxima
importancia también a nivel antropológico y social. La Iglesia, que quiere compartir “las
alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de hoy”, 4[4]
deberá preguntarse por qué senderos se encamina la humanidad de nuestro tiempo, en la
4[4] CONC. OECUM. VAT. II, Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis Gaudium
et spes, 1.
cual ella misma está inmersa como sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt 5,13-14). Ella
deberá preguntarse también cómo anunciar hoy la verdadera esperanza del mundo que
es Cristo y su Evangelio.
Continuidad y novedad
La rica experiencia que los obispos del mundo han vivido en las últimas asambleas
ordinarias y especiales de los Sínodos y el precioso patrimonio de doctrina que de allí
emergió, están en la base de una preparación provechosa de la próxima asamblea. Por
5[5] CONC. OECUM. VAT. II, Const. dog. de Divina revelatione Dei Verbum, 1.
6[6] IOANNES PAULUS II, Dscurso a los obispos de Austria en ocasión de la visita "ad
Limina" (06.07.1982), 2: AAS 74 (1982), 1123.
esto el Instrumentum laoris no pretende alargarse en una amplia descripción de la
situación mundial, ni menos aún atraer la atención sobre cuestiones de carácter
particular o regional, ya examinadas en las precedentes Asambleas continentales.
8. La disertación específica del ministerio del obispo como servidor del Evangelio de
Jesucristo para la esperanza del mundo se coloca en el interior de una continuidad
magisterial, que evoca los documentos del Concilio Vaticano II; en modo especial,
desde el punto de vista doctrinal, la Constitución Dogmática Lumen gentium y el
Decreto conciliar Christus Dominus.
Muchos son además los documentos del Magisterio postconciliar que en modo
específico se refieren al ministerio pastoral de los obispos, entre ellos de manera
especial las alocuciones de los Romanos Pontífices a las diversas Conferencias
episcopales con ocasión de las visitas “ad limina" o de los viajes apostólicos de las
últimas décadas.
Entre otros documentos más recientes, que se refieren a problemas específicos del
ministerio pastoral de los obispos en la Iglesia universal y en las iglesias particulares, se
debe recordar, desde el punto de vista eclesiológico, la Carta de la Congregación para la
Doctrina de la Fe Communionis notio del 22 de mayo de 1992, sobre algunos aspectos
de la Iglesia como comunión,8[8] y finalmente, la Carta apostólica en forma de Motu
propio de Juan Pablo II Apostolos suos, del 21 de mayo de 1998, sobre la naturaleza
teológica y jurídica de las Conferencias Episcopales.9[9]
9. La referencia al obispo en el tema asignado por el Santo Padre Juan Pablo II para
la próxima asamblea sinodal merece una aclaración. Se trata del ministerio episcopal,
como fue ilustrado por la Costitución dogmática Lumen gentium y por el Decreto
conciliar Chrsitus Dominus, en toda su rica gama de temas y deberes pastorales. Todos
los obispos, de hecho, tienen en común la gracia de la ordenación episcopal, son
sucesores de los apóstoles y en comunión con el Romano Pontífice forman parte del
Colegio episcopal.
Por otra parte, la importancia del tema del Sínodo aparece claramente cuando se
considera cómo en las últimas décadas ha cambiado la imagen del obispo; él aparece en
la experiencia de los fieles, más cerca y presente en medio de su pueblo, como padre,
hermano y amigo; más simple y accesible. Y sin embargo, han aumentado sus
responsabilidades pastorales y se han alargado sus deberes ministeriales, en una Iglesia
siempre más atenta a las necesidades del mundo, a tal punto que el obispo aparece hoy
empeñado en varias tareas ministeriales y muchas veces es signo de contradicción a
causa de la defensa de la verdad. Por lo tanto, él está abierto a una constante renovación
de su oficio pastoral, en una cada vez más profunda dimensión de comunión y de
colaboración con los presbíteros, las personas consagradas y los laicos.
La Xª Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos será sin duda la
ocasión para verificar que cuanto más sólida es la unidad de los obispos con el Papa,
entre ellos y con el pueblo de Dios, tanto más resulta enriquecida la comunión y la
misión de la Iglesia, y al mismo tiempo, tanto más reforzado y confortado será su
mismo ministerio.
10. Muchos son los motivos de esperanza con los que la Iglesia mira a la celebración
del próximo sínodo. El tiempo oportuno del Gran Jubileo del 2000, preparado por el
camino trinitario cumplido en los años precedentes, ha ofrecido a todo el pueblo de Dios
10[10] CONC. OECUM. VAT. II, Decretum de activ. mission. Ecclesiae Ad gentes, 38.
11[11] CONC. OECUM. VAT. II, Const. dog. de Ecclesia Lumen gentium, 23.
12[12] Ibidem 27.
la gracia de vivir un Año santo en la conversión, en la reconciliación y en la renovación
espiritual.
11. Sobre el fundamento de la esperanza cristiana que no falla (cf. Rm 5,5), la Iglesia
orienta sus pasos hacia el futuro, con un renovado impulso para una nueva
evangelización.
El mundo que ha superado el umbral del nuevo milenio espera una palabra de
esperanza, una luz que lo guíe en el futuro. El Evangelio, en la historia temporal de los
hombres, fue, es y será un fermento de libertad y de progreso, de fraternidad, de unidad
y de paz.13[13]
13[13] CONC. OECUM. VAT. II, Decrtetum de activ. mission. Ecclesiae Ad gentes, 8.
CAPÍTULO I
UN MINISTERIO DE ESPERANZA
Una mirada sobre el mundo con los sentimientos del Buen Pastor
12. ¿Qué actitud asume hoy el obispo para ser servidor del Evangelio de Jesucristo
para la esperanza del mundo?
Antes que nada, el obispo se ubica frente al mundo con una mirada contemplativa,
ante la realidad de nuestro mundo, en lo concreto del propio ministerio y en comunión
con la Iglesia universal y particular, a cuyo cuidado él está destinado. Luego, lo hace
con un corazón compasivo, capaz de entrar en comunión con los hombres y las mujeres
de nuestro tiempo, para los cuales debe ser testigo y servidor de la esperanza.
El obispo, con la gracia del Espíritu Santo que dilata y profundiza su mirada de fe,
revive los sentimientos de Cristo Buen Pastor ante las ansias y las búsquedas del mundo
de hoy, anunciando una palabra de verdad y de vida y promoviendo una acción que va
al corazón mismo de la humanidad. Sólo así, unido a Cristo, fiel a su Evangelio, abierto
con realismo a este mundo, amado por Dios, se transforma en profeta de la esperanza.
Con esta imagen se presenta ante los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, los
cuales, después de la caída de las ideologías y de las utopías, a veces sin memoria del
pasado y demasiado ansiosos por el presente, tienen proyectos más bien efímeros y
limitados y son a menudo manipulados por fuerzas económicas y políticas. Por esto
necesitan redescubrir la virtud de la esperanza, poseer válidas razones para creer y para
esperar, y, por lo tanto, también para amar y obrar más allá de lo inmediato cotidiano,
con una serena mirada sobre el pasado y una perspectiva abierta al futuro.
La Iglesia, y en ella el obispo, como pastor del rebaño, en continuidad con las
actitudes de Jesús, se propone como testigo de la esperanza que no falla (cf. Rm 5,5),
consciente de la fuerza propulsora que la orienta hacia el cumplimiento de las promesas
de Dios: en efecto “el amor de Dios, fue derramado en nuestros corazones por el
Espíritu que nos ha sido dado” (ib.).
13. La esperanza teologal, que se apoya totalmente en las promesas de Dios, reviste
hoy también un papel importante, al comienzo de un siglo y de un milenio. La espera y
la preparación de las últimas décadas para alcanzar una meta tan importante de la
historia humana, como lo es el año 2000, signado por el memorial dos veces milenario
del nacimiento de Jesús, se dilatan aún desde el punto de vista simbólico hacia el futuro.
No ya hacia una meta alcanzada, sino casi hacia un horizonte lejano, con el deber de
construir pacientemente el futuro.
La esperanza de la cual el obispo debe ser testigo, para ser servidor del Evangelio
de Cristo, es la virtud teologal o teológica de la esperanza, en la unidad de la fe que
cree y del amor que obra.
14. Sostenido por esta esperanza teologal, el obispo se prepara para programar, intuir y
casi soñar el futuro, releyendo la Palabra de Dios, bajo la gracia del Espíritu Santo y en
la comunión eclesial.
La Palabra de Dios, fecundada por el Espíritu Santo en el corazón del obispo unido
a sus sacerdotes y a sus fieles, será siempre fuente perenne de inspiración y de recursos
para afrontar los desafíos del futuro. Según una feliz expresión de Pablo VI: “La Iglesia
tiene necesidad de un perenne Pentecostés, necesita fuego en el corazón, palabra en los
labios, profecía en la mirada”.16[16]
La esperanza de los cristianos es el motor del futuro. Es la virtud que no sólo deja
huellas en la vida de la humanidad, sino que abre también nuevos surcos en la historia,
para sembrar la semilla de las promesas divinas y guiar los caminos del futuro con la
fuerza de Dios. La Iglesia será efectivamente signo de esperanza si sabrá estar atenta al
designio de Dios, que garantiza un futuro de plenitud, si seguirá fielmente su voluntad y
sabrá discernir las expectativas más válidas de la humanidad, de las cuales debe ser
intérprete y orientadora.
15. La Iglesia atraviesa el umbral de la esperanza en los comienzos del tercer milenio
con una particular atención a la humanidad de hoy, compartiendo alegrías y esperanzas,
tristezas y angustias, pero sabiendo que posee la palabra de la salvación. 18[18] Sin
embargo, hay que reflexionar a qué mundo son enviados los obispos para anunciar el
Evangelio.
También en el Sínodo de los Obispos este análisis fue llevado a cabo durante las
asambleas especiales continentales para Europa, África, América, Asia y Oceanía, así
como también en las respectivas Exhortaciones apostólicas post-sinodales hasta ahora
publicadas.19[19]
18[18] CONC. OECUM. VAT. II, Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis
Gaudium et spes, 1.
19[19] SYNODUS EPISCOPORUM, (Coetus specialis pro Europa, 1991) Declaratio Ut
testes simus Chrsti qui nos liberavit (13.12.91); IOANNES PAULUS II Adhortatio
apostolica postsynodalis Ecclesia in America (22.01.1999), 13-25; Adhortatio
Apostolica postsynodalis Ecclesia in Asia (06.11.1999), 5-9.
Entre luces y sombras en el panorama mundial
17. El panorama que ofrece nuestro mundo es variado. Sin embargo, la Iglesia con la
mirada vigilante y el corazón compasivo del Buen Pastor (cf. Mt 9,36) no puede dejar
de advertir con realismo, más allá de los análisis políticos, sociológicos o económicos,
los signos de desconfianza o, más aún, de desesperación que hay en el mundo, para
ofrecer la medicina de la consolación y el fortalecimiento de la confianza y de la
liberación en Cristo. No es una consolación pasajera y débil, que se revela caduca, sino
aquella de las certezas de la fe; certezas descubiertas por corazones capaces de amar y
de servir, fundadas en la visión unitaria y real de los aspectos de la vida personal y
social, sin reducciones pesimistas ni optimistas. Todo esto puede ofrecer el Evangelio de
la esperanza.
No fueron todavía superados los conflictos que al final del precedente siglo y
milenio, han provocado muerte y destrucción, emigración, pobreza, luchas étnicas y
odios tribales, dejando muerte y heridas profundas en el cuerpo y en el espíritu.
No obstante una sensibilidad cada vez más positiva hacia la ecología, puede
decirse que hasta la tierra padece - como tal vez no haya sucedido antes en la historia de
la humanidad - cambios climáticos del ecosistema, que suscitan interrogantes sobre el
futuro de nuestro planeta. Es causa de preocupación la degradación del ambiente. La
Iglesia se hace portavoz de las aspiraciones más auténticas en favor de un equilibrio
ecológico que no ponga en peligro nuestra tierra y la creación entera, obra de las manos
del Creador, ofrecida a la humanidad como lugar de belleza y de equilibrio, don y fuente
natural de la existencia humana.
20. Aunque no faltan signos de un despertar religioso, de nuevos intereses por las
realidades espirituales y de un cierto retorno a lo sagrado, los pastores ven con
preocupación la que fue definida una silenciosa y tranquila apostasía de las masas de la
práctica eclesial. Avanza una cultura inmanentista, no abierta a lo sobrenatural; también
entre los cristianos hay una creciente indiferencia con respecto al futuro escatológico y
sobrenatural de la vida que hace a la existencia mundana realmente digna de ser vivida.
Para muchos pastores es motivo de preocupación y de una oscura visión del futuro
el reducido número de las vocaciones sacerdotales y religiosas, aunque sea sólo en vista
de una pastoral ordinaria de evangelización, de una adecuada vida sacramental y
eucarística, con el relativo cuidado de la vitalidad de la fe y de la práctica cristiana.
Un nuevo horizonte de problemas éticos
21. Son causa de preocupación el crecimiento del relativismo moral, una cierta cultura
que no hace prevalecer la vida y que no la respeta, una desacralización del comienzo y
del fin de la existencia humana, tan ligados al misterio del Dios de la vida.
Nunca como en este momento de la historia la falsa ecuación que aquello que es
científicamente posible es también éticamente justo nos ha llevado a una verdadera y
propia manipulación biológica. De ella se derivan graves consecuencias para el hombre,
que es imagen y semejanza de Dios en Cristo, nuestra vida (Jn 1,14: 14,16). De aquí
provienen los problemas que han estallado en los últimos años, que se expanden como
una sombra hacia el futuro.
23. Una nueva situación eclesial se verifica en los territorios que vivieron un largo
período bajo regímenes totalitarios. Aquellas Iglesias viven en una redescubierta
20[20] Cfr. La Constitución pastoral Gaudium et spes del Concilio Vaticano II, la
Encíclica Humanae vitae de Pablo VI, la Exhortación apostólica Familiaris consortio y
la Encíclica Evangelium vitae de Juan Pablo II, junto a otras importantes y puntuales
intervenciones como la Carta a las Familias (2.02.1994), además de diversos
documentos del Pontificio Consejo para la Familia y de la Pontificia Academia para la
vida.
libertad de culto y en una nueva presencia apostólica; experimentan el florecer de las
vocaciones y un incipiente impulso misionero fuera de los confines de las propias
iglesias particulares. En ellas la fatiga y la alegría de un nuevo comienzo, el frecuente
testimonio de una alegre vitalidad católica y de un fervor de la fe desconocido en otros
países hacer esperar en un futuro prometedor.
24. El futuro de la Iglesia del tercer milenio se ha ido, poco a poco, configurando
como una desconcentración de la presencia de los católicos hacia los países de África y
Asia, donde, como también en América Latina, florecen jóvenes iglesias, llenas de
fervor y de vitalidad, ricas en vocaciones sacerdotales y religiosas, que muchas veces
ayudan a superar la escasez de fuerzas vivas que se registra en Occidente.
25. Entre los signos positivos que al final del siglo y del milenio fueron percibidos,
también en las recientes asambleas sinodales, encontramos el ansia por la paz, el deseo
de una participación solidaria de las naciones en la solución de eventuales conflictos
locales, la creciente conciencia de los derechos humanos, la igual dignidad de todas las
naciones, la búsqueda de una mayor unidad en el planeta, con una solidaridad efectiva a
nivel mundial entre países pobres y ricos. La dedicación de muchos al servicio de los
pobres y de los países más necesitados a través el voluntariado es germen de esperanza.
Crece la estima del genio femenino y se percibe una mayor responsabilidad de las
mujeres en la sociedad y en la Iglesia.
No faltan temores por los excesos de la globalización; sin embargo hay saludables
reacciones bajo formas de solidaridad, de mayor sensibilidad en la salvaguardia de los
valores culturales de los pueblos y de las naciones, de una conciencia de hacer
prevalecer los valores éticos y religiosos sobre los económicos y políticos. Existe en
nuestro mundo una acentuada búsqueda de la verdadera libertad y un creciente sentido
de comunión contra los individualismos.
También hoy hay una búsqueda del sentido y de la cualidad de la vida en cada
nivel, incluido el espiritual. Se manifiesta una mayor sensibilidad hacia el personalismo
y hacia el sentido comunitario de las relaciones interpersonales, sobre la base de una
verdadera comunión entre las personas.
27. A nivel eclesial continúa, especialmente después del Gran jubileo del 2000, la
renovación de la vida cristiana, de la participación solidaria de todos en la nueva
evangelización.
28. Algunos momentos del Jubileo han sido un signo especial para la Iglesia y para el
mundo. La Jornada mundial de la juventud ha ofrecido un testimonio de fe, de piedad y
de frescura eclesial con la gozosa presencia y participación de tantos jóvenes,
provenientes de todo el mundo y reunidos en Roma alrededor del Papa. Su presencia
eclesial es un desafío, la pastoral juvenil una de las fronteras de las próximas décadas.
En los jóvenes cristianos se siente la exigencia de una clara y decidida vida evangélica.
30. El siglo y el milenio que se abren ciertamente encuentran a los fieles y a los
pastores de las diversas iglesias y comunidades cristianas más unidos, a través de los
innegables progresos del diálogo ecuménico, fruto precioso del Espíritu en el siglo ya
transcurrido. Un diálogo que ha tenido sus variables vicisitudes en las últimas décadas.
Un proseguimiento de los contactos ecuménicos en los últimos años anima este
irreversible compromiso de la Iglesia y de las otras iglesias y comunidades cristianas.
21[21] Cf. IOANNES PAULUS II, Adhortatio apost. postsynodalis Christifideles laici
(30.12.1988), 30: AAS 81 (1989), 446.
22[22] Cf. IOANNES PAULUS II, Mensaje a los participantes al IV Congreso mundial de
los movimientos eclesiales y de las nuevas comunidades: L'Osservatore Romano,
28.05.1988, p. 6.
23[23] Cf. PAULUS VI, Encycl. Ecclesiam suam III, (6.08.1964): AAS 56 (1964), 639.
Ante todo como una fuerte llamada a la experiencia primigenia cristiana que es el
encuentro con un Viviente. Esto significa el necesario pasaje de la proclamación de la fe
a la fe vivida. Postula también una liturgia viva en el encuentro con la bondad del Dios
misericordioso que nos ofrece redención y salvación, como aquel que es “médico de la
carne y del espíritu”.24[24]
Se hace evidente, por lo tanto, la urgente necesidad de una pastoral más espiritual
que responda a las exigencias de la nueva evangelización; se perfila la necesidad de
cualificar la pastoral en modo que tienda a suscitar el encuentro personal y místico con
Cristo, a imitación de los apóstoles, antes y después de la resurrección, y de los
primeros cristianos.
32. Esta visión de la situación de la Iglesia en el mundo, con sus luces y sus sombras,
al comienzo del tercer milenio de la era cristiana, es el testimonio que cada obispo debe
dar del Evangelio de Cristo para la esperanza del mundo, ya sea en el vasto horizonte de
la Iglesia universal ya sea en las diversas iglesias particulares.
No se puede olvidar, además, el compromiso que tal situación comporta para una
ordenada visión de la Iglesia que vive en el mundo, pidiendo a los obispos la necesaria
palabra y acción en vista del bien común.
Ante las pruebas cotidianas, en el contexto de una existencia que se hace espera de
algo nuevo que debe venir de Dios, el obispo es para su Iglesia como Abrahán, que
“esperando contra toda esperanza, creyó” (Rm 4,18-22). Confía con certeza en la
palabra y en el designio de Dios, como María, mujer de la esperanza, que esperó el
cumplimiento de las promesas del Dios fiel, en Nazaret, en Belén, en el Calvario y en el
Cenáculo.
De esta esperanza el obispo es signo y ministro. Cada obispo puede acoger para sí
estas palabras de Juan Pablo II: “Sin la esperanza seríamos no sólo hombres infelices y
dignos de compasión, sino que toda nuestra acción pastoral sería infructuosa; nosotros
no osaríamos emprender más nada. En la inflexibilidad de nuestra esperanza reside el
secreto de nuestra misión. Ella es más fuerte de las repetidas desilusiones y de las dudas
fatigosas porqué toma su fuerza de una fuente que ni nuestra desatención ni nuestra
negligencia pueden agotar. La surgiente de nuestra esperanza es Dios mismo, que
mediante Cristo una vez y para siempre ha vencido al mundo y hoy continúa a través de
nosotros su misión salvífica entre los hombres!.”27[27]
27[27] IOANNES PAULUS II, Discurso a los Obispos de Austria en ocasión de la visita
"ad Limina" (06.07.1982), 2: AAS 74 (1982), 1123.
CAPÍTULO II
MISTERIO, MINISTERIO Y
CAMINO ESPIRITUAL DEL OBISPO
35. Son muchos los textos de la Escritura que aluden a la figura espiritual del obispo, a
la luz de Cristo, sumo sacerdote y pastor de nuestras almas. Son párrafos del Antiguo y
del Nuevo Testamento, centrados sobre la imagen del sumo sacerdote o del pastor.
El lugar del encuentro con el Buen Pastor es la Iglesia, donde él se hace presente,
apacienta su rebaño con la palabra y los sacramentos, lo guía hacia las praderas de la
vida eterna mediante aquellos a los cuales Cristo mismo por medio del Espíritu Santo ha
constituido pastores del rebaño. La belleza del pastor se manifiesta en la belleza de una
Iglesia que ama y que sirve. Ella es motivo de esperanza para toda la humanidad,
movida también por el instinto divino, que lleva en el corazón, hacia la belleza que
salva, la cual se expresa en el rostro del Cordero-Pastor.
36. Sólo Cristo es el buen Pastor. De él, como manantial, se irradia en la Iglesia el
ministerio pastoral, que Jesús ha confiado a Pedro (cf Jn 21, 15.17); una gracia que fue
28[28] Cf. MISSALE ROMANUM, Dominica IV Paschae, Antif. ad communionem:
“Surrexit pastor bonus qui animam suam posuit pro ovibus suis et pro grege suo mori
dignatus est”.
percibida como la continuidad del ministerio apostólico de guiar y de vigilar:
“Apacentad la grey de Dios que os está encomendada, vigilando, no forzados, sino
voluntariamente, según Dios” (1 P 5,2).
La figura del obispo como pastor es, por lo tanto, familiar a la tradición cristiana
en las palabras, en los gestos, en las insignias episcopales, siempre sin embargo en la
contemplación del único pastor y en la imitación de sus sentimientos, por la fuerza de la
gracia recibida de Él.
37. Con la consagración episcopal “se confiere la plenitud del sacramento del orden,
llamada en la práctica litúrgica de la Iglesia y en la enseñanza de los Santos Padres
sumo sacerdocio, cumbre del ministerio sagrado”.31[31] La íntima naturaleza del
misterio y del ministerio del obispo viene expresada por las palabras y por los gestos de
la ordenación episcopal, en la liturgia sacramental a la que, con razón, la antigua
tradición llama “natalis Episcopi”.
38. La dimensión trinitaria de la vida de Jesús, que lo une al Padre y al Espíritu como
consagrado y enviado en el mundo y se manifiesta en todo su ser y obrar, plasma
también la personalidad del obispo, como buen pastor, sucesor de los apóstoles.
40. La tradición que presenta al obispo como imagen del Padre es muy antigua. Se la
encuentra especialmente en las Cartas de Ignacio de Antioquía. En efecto, el Padre es
como el obispo invisible, el obispo de todos. 38[38] A su vez el obispo debe ser por todos
reverenciado porque es imagen del Padre.39[39] En modo similar un antiguo texto
amonesta: amad a los obispos que son, después de Dios, padre y madre.40[40]
Esta visión trinitaria de la vida y del ministerio del obispo signa además en
profundidad su constante referencia al misterio que resplandece también en la Iglesia,
imagen de la Trinidad, pueblo reunido en la paz y en la concordia, de la unidad del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.44[44]
41. Las mismas consignas e insignias que el obispo recibe en su ordenación episcopal,
como expresión de la gracia y del ministerio, son elocuentes en su simbolismo eclesial.
El libro del Evangelio, puesto sobre la cabeza del obispo, es signo de una vida
totalmente sometida a la Palabra de Dios y consumada en la predicación del Evangelio
con toda paciencia y doctrina.
También el palio, que los obispos desde siempre usan en Oriente y algunos obispos
reciben ahora en Occidente, tiene varios y diversos significados. Para los metropolitanos
que lo reciben en Occidente es signo de comunión con la Sede apostólica, vínculo de
caridad y estímulo de fortaleza en la confesión y defensa de la fe. El palio, sin embargo,
como el omophorion de los obispos de las Iglesias orientales, ha tenido en la antigüedad
y aún hoy conserva otros significados de gran valor espiritual y eclesial. Confeccionado
con lana y ornado con signos de cruz, es emblema del obispo, identificado con Cristo, el
Buen Pastor inmolado, que ha dado la vida por el rebaño y lleva sobre la espalda la
oveja perdida, significa la solicitud por todos, especialmente por aquellos que se alejan
del rebaño. Así lo atestigua la tradición oriental46[46] y la occidental.47[47]
44[44] Cf. S. CYPRIANUS EPISCOPUS, De oratione dominica,23: PL 4,553: "Sacrificium
Deo maius est pax nostra et fraterna concordia, et de unitate Patris, et Filii et Spiritus
sancti, plebs adunata", (Cf. CONC. OECUM. VAT. II, Const. dogm. de Ecclesia Lumen
gentium, 4)
45[45] Cf. PONTIFICALE ROMANUM, De ordinatione episcopi, n. 50-54, pp. 26-27:
Unctio capitis et Traditio libri evangeliorum atque insignium.
46[46] Cf. ISIDORUS PELUSIOTA Erminio comiti, Epistularum lib. I, 136: PG 78,271-
272: " Id autem amiculum, quod sacerdos humeris gestat, atque ex lana, non ex lino
contextum est, ovis illius, quam Dominus aberrantem quaesivit inventamque humeris
suis stultit, pellem designat. Episcopis enim qui Christi typum gerit, ipsius munere
fungitur...".
47[47] Cf. BENEDICTUS XIV, Const. Rerum ecclesiasticarum (12.08.1748): De palii
benedictione et traditione, in S.D.N. Benedicti Papae XIV Bullarium, tom. II, 494-497:
La cruz que el obispo lleva visiblemente sobre el pecho es signo elocuente de su
pertenencia a Cristo, de la confesión de su confianza en él, de la fuerza recibida
constantemente de la cruz del Señor para poder donar la vida. Lejos de ser una joya o un
ornamento exterior, representa la cruz gloriosa de Cristo, signo de esperanza, según la
elocuente palabra del apóstol: “En cuanto a mí, ¡Dios me libre de gloriarme si no es en
la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo
un crucificado para el mundo!” (Ga 6,14).
Todo ello lleva en sí una connotación de universalidad para todos aquellos que han
recibido la ordenación episcopal y, en comunión con el Romano Pontífice, forman parte
del Colegio Episcopal y con él comparten la solicitud por toda la Iglesia.48[48]
El espíritu de santidad
42. De la figura del obispo, como es expresada por las palabras y por los ritos de la
ordenación, emerge la llamada a la santidad, su peculiar espiritualidad, su camino de
santidad y de perfección evangélica. Es una tradición confirmada por los ritos de
Occidente y de Oriente que confieren al obispo la plenitud de la santidad para vivirla
delante de Dios y en comunión con los fieles.
De estas premisas emerge para el obispo la llamada a la santidad propia, a raíz del
don recibido y del misterio de santificación a él confiado.
43. La vida espiritual del obispo, como vida en Cristo según el Espíritu, tiene su raíz
en la gracia del sacramento del bautismo y de la confirmación, donde, en cuanto
“christifidelis”, renacido en Cristo, fue hecho capaz de creer en Dios, de esperar en él y
de amarlo por medio de las virtudes teologales, de vivir y obrar bajo la moción del
espíritu Santo por medio de sus santos dones. En efecto, el obispo, no diversamente de
todos los otros discípulos del Señor que fueron incorporados a él y se han transformado
en templo del Espíritu, vive su vocación cristiana consciente de su relación con Cristo,
como discípulo y apóstol. Lo ha expresado bien Agustín con su notoria fórmula referida
a sus fieles: “Para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano”.51[51]
44. Se trata, sin embargo, de una espiritualidad propia, que el obispo deduce de su
realidad, orientado a vivir en la fe, en la esperanza y en la caridad el ministerio
evangelizador, de liturgo y de guía de la comunidad. Es una espiritualidad eclesial
porque cada obispo es conformado a Cristo Pastor y Esposo para amar y servir a la
Iglesia.
No es posible amar a Cristo y vivir en la intimidad con él sin amar a la Iglesia, que
Cristo ama: tanto, en efecto, se posee el Espíritu de Dios cuanto se ama a la Iglesia “una
en todos y toda en cada uno; simple en la pluralidad por la unidad de la fe, múltiple en
cada uno por el aglutinante de la caridad y la variedad de carismas”. 53[53] Sólo del amor
por la Iglesia, amada por Cristo hasta el don de sí mismo por ella (cf. Ef 5,25), nace una
espiritualidad a la medida total de aquella con la que el Señor Jesús ha amado a los
hombres, o sea hasta la cruz.
Desde los primeros siglos del cristianismo, y hasta el siglo veinte, muchos obispos
han sido modelos de sabiduría teológica y de caridad pastoral; han unido en su
existencia el ministerio de la predicación y de la catequesis, la celebración de los santos
misterios y la oración, el celo apostólico y el amor intenso por el Señor. Han fundado
Iglesias, reformado las costumbres, defendido la verdad; han sido audaces testigos en el
martirio y han dejado una huella en la sociedad, con iniciativas de caridad y justicia, con
gestos de coraje frente a los potentes del mundo en favor del propio pueblo.57[57]
El ministerio de la predicación
54[54] CONC. OECUM. VAT. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 41
55[55] Cf. SACRA CONGREGATIO PRO EPISCOPIS, Directorium Ecclesiae imago
(22.02.1973), pars I, cap. IV, 21-23..
56[56] Ibid. 25.
57[57] Cf. IOANNES PAULUS II, Homilía en la celebración eucarística del Jubileo de
los Obispos (8.10.2000) n. 4: L'Osservatore Romano, edición española (13.10.2000), 11.
46. La espiritualidad ministerial, radicada en la caridad pastoral y expresada en triple
oficio de enseñar, santificar y gobernar, no debe ser vivida por el obispo al margen de su
ministerio, sino en la unidad de vida de su ministerio.
El obispo es ante todo ministro de la verdad que salva, no sólo para enseñar e
instruir sino también para conducir a los hombres a la esperanza, y por lo tanto, al
progreso en el camino de la esperanza. Si, entonces, un obispo quiere verdaderamente
mostrarse a su pueblo como signo, testigo y ministro de la esperanza no puede hacer
otra cosa que alimentarse de la Palabra de Verdad, en total adhesión y plena
disponibilidad a ella, sobre el modelo de la santa Madre de Dios María, que “ha creído
que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor” (Lc 1,45).
Dado que esta divina Palabra está contenida y expresada en la Sagrada Escritura, a
ella el obispo debe recurrir constantemente, con una lectura asidua y un estudio
diligente, para obtener ayuda en su ministerio.58[58] Esto no solamente porque sería un
vano predicador de la Palabra de Dios al exterior si no la escuchase en su interior, 59[59]
sino también porque vaciaría su ministerio en favor de la esperanza. De hecho, el obispo
se nutre de la Escritura para crecer en su espiritualidad, en modo de desarrollar con
veracidad su ministerio de evangelizador. Sólo así, como S. Pablo, él podrá dirigirse a
sus fieles diciendo: “con la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos
la esperanza” (Rm 15,4)
47. El obispo es también orante, aquel que intercede por su pueblo, con la fiel
celebración de la liturgia de las Horas, que también debe presidir en medio de su
pueblo.
Consciente que el será maestro de oración para sus fieles sólo a través de su misma
oración personal, el obispo se dirigirá a Dios para repetir, junto con el salmista: “Yo
espero en tu palabra” (Sal 119, 114). La oración, en efecto, es un momento expresivo de
la esperanza o, como se lee en S. Tomás, ella misma es “intérprete de la esperanza”. 61
[61]
Un obispo debe además buscar las ocasiones en las cuales pueda escuchar la
Palabra de Dios y rezar junto con el presbiterio, con los diáconos permanentes, con los
seminaristas y con los consagrados y las consagradas presentes en la iglesia particular y,
donde y cuando sea posible, también con los laicos, en particular con aquellos que viven
en forma asociada su apostolado.
Tampoco descuidará las ocasiones para transcurrir junto con los hermanos obispos,
sobre todo aquellos de la misma provincia y región eclesiástica, análogos momentos de
encuentro espiritual. En tales ocasiones se expresa la alegría que deriva del vivir juntos
entre hermanos (cf. Sal 133,1), se manifiesta y crece el afecto colegial.
62[62] CONC. OECUM. VAT. II., Decret. de past. Episcoporum munere in Ecclesia
Christus Dominus, 15.
63[63] Cf. S. AUGUSTINUS, Enarr. in psalm. ,50,5: PL 36, 588.
También los apóstoles, a los cuales Jesús resucitado ha comunicado el don del
Espíritu Santo para perdonar los pecados (cf. Jn 20,22-23), han tenido necesidad de
recibir del Señor la palabra de la paz que reconcilia y el pedido del amor arrepentido
que sana (cf. Jn 20,19.21; 21,15 ss).
El obispo, junto con todo el pueblo de Dios, alimenta la propia esperanza a partir
de la santa liturgia. En efecto, la Iglesia cuando celebra la liturgia en la tierra, pregusta,
en la esperanza, la liturgia de la Jerusalén celeste, hacia la cual tiende como peregrina y
donde Cristo está sentado a la derecha del Padre “al servicio del santuario y de la Tienda
verdadera, erigida por el Señor y no por un hombre” (Hb 8,2).64[64]
49. Todos los sacramentos de la Iglesia, primero de todos la Eucaristía, son memorial
de las palabras, de las obras y de los misterios del Señor, representación de la salvación
obrada por Cristo una vez para siempre y anticipación de la plena posesión, que será el
don del tiempo final.65[65] Hasta entonces la Iglesia los celebra como signos eficaces
en su espera, en la invocación y en la esperanza.
Los obispos de las Iglesias Orientales, fieles al propio rico patrimonio litúrgico,
con las diversas y particulares celebraciones, podrán vivir y obrar en comunión, en
plena sintonía con los valores espirituales de las propias tradiciones.67[67]
64[64] CONC. OECUM. VAT. II., Const. de Sacra liturgia Sacrosanctum Concilium n. 8.
65[65] Cf. S. THOMAS AQ., S. Th. III, q. 60, a. 3.
66[66] Cf. Caeremoniale episcoporum, Editio typica, Typis Poliglottis Vaticanis, 1984.
67[67] Cf. IOANNES PAULUS II, Epistula Apostolica Orientale lumen (2.05.1995): AAS
87 (1995) pp. 745-794; cf. Cf. CONGREGACIÓN PARA LAS IGLESIAS ORIENTALES,
Instrucción para la aplicación de las prescripciones litúrgicas del CCEO (6.01.1996).
50. Entre la acciones litúrgicas hay algunas en las cuales la presencia del obispo tiene
un significado particular. En primer lugar, la Misa crismal, durante la cual son
bendecidos el Óleo de los Catecúmenos y el Óleo de los Enfermos y consagrado el
santo Crisma: es el momento de la más alta manifestación de la iglesia local, que
celebra al Señor Jesús, sacerdote sumo y eterno de su mismo sacrificio. Para un obispo
es un momento de gran esperanza, porque él encuentra el presbiterio diocesano reunido
en torno a sí para mirar juntos, en el horizonte gozoso de la Pascua, al gran sacerdote;
para renovar, así, la gracia sacramental del Orden mediante la renovación de las
promesas que, desde el día de la Ordenación, fundan el especial carácter de su
ministerio en la Iglesia. En esta circunstancia, única en el año litúrgico, los sólidos
vínculos de la comunión eclesial, son para el pueblo de Dios, aunque apesadumbrado
por innumerables ansiedades, un vibrante grito de esperanza.
51. Signo de una fuerte espiritualidad de comunión y elemento de gran valor para la
santidad y la santificación del obispo es la comunión con sus presbíteros, con los
diáconos, los religiosos y las religiosas, con los laicos, tanto en la relación personal
como en diversas reuniones. Su palabra de exhortación y su mensaje espiritual tiende a
favorecer y a garantizar la presencia activa y santificante de Cristo en medio a su Iglesia
y el flujo de la gracia del Espíritu Santo que crea un particular testimonio de unidad y
caridad.
Por eso es oportuno que el obispo anime y promueva también con su presencia y
su palabra los “momentos del Espíritu” que favorecen el crecimiento de la vida
espiritual, como son los retiros, los ejercicios espirituales, las jornadas de espiritualidad,
68[68] Cf. Catechismus Catholicae Ecclesiae, 1313.
usando también los medios de comunicación social que pueden alcanzar también a los
más lejanos.
Deberá saber también sacar fruto de los medios comunes de la vida espiritual,
como la búsqueda del consejo espiritual, la amistad y la comunión fraterna, para evitar
el riesgo de la soledad y el peligro del desánimo ante los problemas.
Él podrá así vivir y animar una espiritualidad de comunión con los operadores de
la pastoral a través de la escucha, de la colaboración, y de la responsable asignación de
los deberes y de los ministerios.
El obispo no está solo en su ministerio: debe donar y recibir aquel flujo de caridad
fraterna que viene de la relación con los otros hermanos en el episcopado, en un
verdadero ejercicio de amor recíproco, como aquel pedido por Jesús a sus discípulos (cf.
Jn 13,34; 15,12-13), que se transforma también en un compartir la oración, el
discernimiento, las experiencias espirituales y pastorales.
Por este motivo son importantes las ocasiones de diálogo y de intercambio, los
retiros espirituales, los momentos de distensión y de reposo, en los cuales los obispos
pueden ejercitar la comunión y la caridad pastoral.
52. Él mismo está llamado a estar en medio del pueblo como promotor y animador de
una pastoral de santidad, maestro espiritual de su grey, con el estilo de vida y el
testimonio creíble en palabras y en obras.
53. La especial presencia materna de María, honrada con una relación personal de
auténtico amor filial, es sostén del obispo en su vida espiritual.
Cada obispo está llamado a revivir aquel particular acto de entrega de María y del
discípulo Juan a los pies de la cruz (cf. Jn 19,26-27); está llamado además a verse
reflejado en la oración perseverante de los discípulos con María, la Madre de Jesús,
desde la Ascensión hasta Pentecostés (cf. Hch 1,14). Cada obispo y todos los obispos en
la comunión fraterna son confiados a los cuidados maternos de María en el ministerio,
en la comunión y en la esperanza.
Esto comporta una sólida devoción mariana, que consiste en una intensa comunión
con la Santa Madre de Dios en el ministerio litúrgico de santificación y de culto, en la
enseñanza de la doctrina, en la vida y en el gobierno. Este estilo mariano en el ejercicio
del ministerio episcopal deriva del mismo perfil mariano de la Iglesia.
54. La espiritualidad cristiana es un camino con sus etapas, sus pruebas y sus
sorpresas, en un dinamismo de fidelidad a la propia vocación. Las estaciones de la vida,
la tensión constante hacia la perfección y la santidad personal, según el designio de
Dios, ayudan también al obispo a descubrir en su ministerio un verdadero y propio
itinerario espiritual. En medio de las alegrías y de las pruebas, que no faltan en la vida
del pastor, vivirá la propia historia y la de su pueblo. Un camino que debe recorrer
precediendo a su grey, en la fidelidad a Cristo, con un testimonio también público hasta
el fin.
Podrá y deberá hacerlo con serena confianza y animado por la esperanza teologal,
también cuando se encontrará en las condiciones de presentar la renuncia al cargo. Sin
embargo, no deberá cesar de vivir hasta el fin, en las formas más apropiadas, el espíritu
del ministerio en la oración o en otras actividades.
55. El realismo espiritual enseña además a evaluar cómo el obispo debe vivir su
vocación a la santidad también en su debilidad humana, en la multiplicidad de
compromisos, en los imprevistos cotidianos, en muchos problemas personales e
institucionales. A veces, comprometido y solicitado por tantas responsabilidades, corre
el riesgo de ser superado por los problemas, sin encontrar válidas respuestas y
soluciones.
Por esto necesita cultivar un sereno tenor de vida que favorezca el equilibrio
mental, psíquico, afectivo, capaz de fomentar una disposición a las relaciones
interpersonales, a acoger a las personas y sus problemas, a ensimismarse con las
situaciones tristes o alegres de su gente que quiere encontrar en él la madurez y la
bondad de un padre y de un maestro espiritual.
69[69] Cf. PAULUS VI, Adhort. Ap. Gaudete in Domino (9.V.1975), I: AAS 67 (1975)
293.
Fidelidad hasta el final
Éstas serán también ocasiones preciosas para que todo el pueblo a él confiado sepa
que su pastor vive el don total de sí como Cristo en la Cruz.
Para esto será también hermoso ver al obispo que, consciente de su enfermedad,
recibe el sacramento de la Unción de los enfermos y el santo viático con solemnidad y
en compañía del clero y del pueblo.70[70]
58. El camino espiritual del obispo está iluminado por la gran multitud de pastores de
la Iglesia, que a partir de los apóstoles han iluminado con su ejemplo la vida de la
Iglesia en cada época y en cada lugar. Sería arduo hacer una lista de estos ilustres
modelos que brillan en la Iglesia, cuya santidad ha sido o será reconocida por la Iglesia.
Pero sus nombres y sus rostros están bien presentes en la vida de la Iglesia universal y
de las iglesias locales, también en la celebración cíclica del año litúrgico o en las
lecturas de la liturgia de las horas.
Pensemos a los santos pastores que desde el comienzo de la Iglesia han unido la
santidad de vida con la predicación y la sabiduría, el sentido pastoral y también social
del mensaje evangélico. Algunos de ellos han dado su vida a través del testimonio del
70[70] Cf. SACRA CONGREGATIO PRO EPSCOPIS, Directorium Ecclesiae imago
(22.02.1973), 89.
martirio. Hay santos pastores fundadores de iglesias recordados y celebrados como
santos patronos.
Han existido pastores que resplandecen por su doctrina, que han dado una
contribución específica en los concilios ecuménicos y han puesto en práctica con
sabiduría las directivas de reforma y de renovación. Son también santos obispos muchos
misioneros que han llevado el Evangelio a nuevas tierras y han organizado la vida de las
iglesias locales nacientes. No han faltado hasta nuestros días testigos de la fe que han
pagado con la cárcel, el exilio y otros sufrimientos, su fidelidad a la Iglesia católica y a
la comunión con la Sede de Pedro. Otros en circunstancias difíciles han dado la vida por
su rebaño como defensores de los derechos humanos y religiosos.
59. Las palabras de Jesús en la última Cena, en modo especial en el cap. 15 de Juan, se
refieren a la vocación de los apóstoles a la luz de la comunión y de la misión. Jesús
habla de la vid y los sarmientos en una figura bíblica que expresa con claridad la
necesidad de la comunión y la fecundidad de la misión. Aunque la palabra de Jesús tiene
una dimensión eclesial y eucarística que alcanza a todos los fieles, ella se refiere en
primer lugar al círculo de los apóstoles y en consecuencia de sus sucesores.
60. El obispo, sarmiento vivo injertado en la vid que es Cristo, su amigo, discípulo y
apóstol, lleva en sí la llamada personal y ministerial a la comunión y a la misión.
71[71] CONC. OECUM. VAT. II, Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 1.
72[72] Relatio finalis, Exeunte coetu II, C, 1.
73[73] CONGREGATIO PRO DCTRINA FIDEI, Litterae Communionis notio (28.05.1992), 3:
AAS 85 (1993), 839.
74[74] Ibid.
Comunión y misión se implican mutuamente. La fuerza de la comunión hace
crecer la Iglesia en extensión y en profundidad. Pero la misión hace crecer también la
comunión, que se extiende, como círculos concéntricos, hasta alcanzar a todos. En
efecto, la Iglesia se difunde en las diversas culturas y las introduce en el Reino, 75[75] de
modo que todo lo que de Dios ha salido a Dios pueda volver. Por esto se ha afirmado:
“La comunión se abre a la misión, haciéndose ella misma misión”.76[76]
63. También en nuestro tiempo la unidad es un signo de esperanza ya sea que se trate
de los pueblos, ya sea que se hable del obrar humano por un mundo reconciliado. Pero
la unidad es también signo y testimonio creíble de la autenticidad del Evangelio. De
aquí nace la urgencia también en nuestro mundo de la unidad de la Iglesia y de un modo
particular de la unidad de todos del discípulos de Cristo, para que el mundo crea (cf. Jn
17,21).
75[75] CONC. OECUM. VAT. II, Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 13.
76[76] IOANNES PAULUS II, Adhort. apost. synod. Christifideles laici (30.12.1988), 31:
AAS 81 (1989), 448.
Esta comunión en la unidad es sostenida por la caridad pastoral y por la esperanza
sobrenatural en la actuación de designio divino con la fuerza del Espíritu Santo.
65. Enviado en nombre de Cristo como pastor de una iglesia particular, el obispo cuida
la porción del pueblo de Dios que le ha sido confiada y la hace crecer como comunión
en el Espíritu por medio del Evangelio y de la Eucaristía. En ella es visible el principio
y fundamento de la unidad de la fe, de los sacramentos y del gobierno en razón de la
potestad recibida.77[77]
Sin embargo, cada obispo es pastor de una iglesia particular en cuanto es miembro
del Colegio de los obispos. En este mismo Colegio cada obispo está inserido en virtud
de la consagración episcopal y mediante la comunión jerárquica con la Cabeza del
Colegio.78[78] De esto derivan para el ministerio del obispo algunas consecuencias que,
aún en forma sintética, es oportuno considerar.
77[77] CONC. OECUM. VAT. II, Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 23; CIC can.
381 § 1; CCEO can. 178.
78[78] CONC. OECUM. VAT. II, Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 22; CIC can.
336; CCEO can. 49.
79[79] Cf. S. CYPRIANUS, De catholicae Ecclesiae unitate. 5: PL 4, 516; cf. CONC.
OECUM. VAT. I, Const. dogm. Pastor aeternus de Ecclesia Christi, Prologus: DS 3051;
CONC. OECUM. VAT. II, Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 18.
En la comunión de las Iglesias, entonces, el obispo representa su iglesia particular
y, en ésta, él representa la comunión de las iglesias. Mediante el ministerio episcopal, en
efecto, cada iglesia particular, que también es una portio Ecclesiae universalis,81[81]
vive la totalidad de la una-santa y está presente en ella la totalidad de la católica-
apostólica.82[82]
Por otra parte, los dones divinos, mediante los cuales cada obispo edifica su iglesia
particular, o sea el Evangelio y la Eucaristía, son los mismos que no sólo constituyen
cada iglesia particular como reunión en el Espíritu, sino que también la abren, cada una,
a la comunión con todas las otras iglesias. El anuncio del Evangelio, en efecto, es
universal y, por voluntad del Señor, está dirigido a todos los hombres y es inmutable en
todos los tiempos.
68. Múltiples son los vínculos que unen a cada obispo con el ministerio de Pedro. En
primer lugar, la comunión en la vida divina, especialmente a través de la celebración de
la Eucaristía, fundamento de la unidad de la Iglesia en Cristo. 88[88] Cada celebración de
la Eucaristía, signo de la “sanctorum communio”, o sea de la comunión de los santos y
de las cosas santas, según la apreciada expresión de la antigüedad cristiana, 89[89] tiene
lugar en unión, no sólo con el propio obispo, sino ante todo con el Papa y con el orden
episcopal, en consecuencia con el clero y con todo el pueblo de Dios, como lo expresan
los diversos formularios de la plegaria eucarística.90[90]
En los últimos tiempos, en ocasión de tales visitas, los mismos pastores han tenido
la oportunidad de compartir entre ellos momentos de oración, en compañía de los más
estrechos colaboradores diocesanos y de algún grupo de fieles, poniendo así en
evidencia un verdadero y auténtico sentido de renovación de las visitas de los pastores
de las iglesias particulares “ad limina apostolorum”.92[92]
92[92] Cf. CONGREGATIO POR EPISCOPIS, directorium pro visitatione "ad limina"
Constitutione apostolicae Pastor Bonus adnexum (29.06.88).
de colaboración recíproca y de estima fraterna, como actuación concreta de una
eclesiología de comunión, en el respeto de las competencias.
71. Los obispos viven su comunión con los otros Pastores en el ejercicio de la
colegialidad episcopal. Desde la antigüedad cristiana tal realidad de comunión ha
encontrado una expresión particularmente calificada en la celebración de los Concilios
ecuménicos, también en los concilios particulares, tanto plenarios como provinciales,
concilios que todavía hoy tienen una utilidad, contemporáneamente a la consolidación
de las Conferencias episcopales.
A partir del siglo pasado, en efecto, han nacido las Conferencias episcopales que
en el Decreto Christus Dominus han encontrado una acogida particular y en el CIC una
específica normativa.93[93] Recientemente, siguiendo las recomendaciones del Sínodo
Extraordinario de 1985, que pedía un estudio sobre la naturaleza teológica de las
Conferencias episcopales, Juan Pablo II ha promulgado, a propósito, el Motu proprio
Apostolos suos, que esclarece y analiza detalladamente todo el argumento.94[94]
93[93] Cf.CONC. OECUM. VAT. II, Decret. de past. Episcoporum munere in Ecclesia
Christus Dominus, 37-38; CIC c. 447-449.
94[94] Cf. IOANNES PAULUS II, Litterae Apostolicae motu proprio datae Apostolos suos,
(21.05.1998): AAS 90 (1998), 641-658; cf. CONGREGATIO POR EPISCOPIS, Epistolae
Praesidibus Conferentiarum Episcoporum missa, nomine quoque Congregationis pro
Gentium Evangelizatione (21.06.1999): AAS 91 (1999), 996-999.
95[95] Cf. CONGREGATIO POR EPISCOPIS, Direcotirum Ecclesiae imago, n. 210; cf.
IOANNES PAULUS II, Litterae Ap. Apostolos suos, 5.
96[96] IOANNES PAULUS II, Litterae Ap. Apostolos suos, (21.05.1998), 20: AAS 90
(1998), 654.
“El ejercicio conjunto del ministerio episcopal incluye también la función
doctrinal”.97[97] Los obispos reunidos en la Conferencia episcopal deben procurar que
el magisterio universal llegue al pueblo a ellos confiado. 98[98] Para que las
declaraciones doctrinales de la Conferencia episcopal obliguen a los fieles a adherir a
ellas con religioso obsequio de ánimo deben, o ser aprobadas por unanimidad, o bien,
aprobadas por mayoría cualificada, obtener la recognitio de la Sede Apostólica.99[99]
73. Las relaciones que se establecen entre los obispos, ya sea en el ámbito de los
Sínodos patriarcales de la Iglesias orientales, ya sea a través de las Conferencias
episcopales, ya sea mediante otras formas de colaboración y comunión, cada una según
la propia naturaleza teológica y jurídica, no deben ser vistas sólo en función del trámite
burocrático de cuestiones internas y externas. Es más, en el espíritu de comunión entre
los pastores de las iglesias y en el affectus collegialis, propio de la participación
sacramental a la solicitud por el entero pueblo de Dios, dichas relaciones deben
constituir una verdadera experiencia de espiritualidad, un ejercicio de comunión
afectiva y efectiva.
En las respuestas a los Lineamenta se pide aclarar las relaciones cuando, por varias
razones, especialmente por la diversidad de iglesias “sui iuris” o bien por la existencia
de una prelatura personal o de un ordinario militar, diversos obispos dentro del mismo
territorio se encuentran ejerciendo la función de pastor respecto a sus respectivos fieles.
Es necesario que se establezcan definidos criterios para favorecer el testimonio de la
unidad.
75. De las respuestas a los Lineamenta emergen algunas cuestiones que merecen una
especial atención, de tal manera que puedan ser aclaradas, a la luz de los últimos años,
particulares tareas, derechos y deberes, en el respeto de los dones propios de cada
obispo.
Hay que mencionar además los obispos metropolitanos de las Iglesias de Oriente
que están encargados de una provincia dentro de los límites del territorio de una Iglesia
Patriarcal, a norma del propio derecho particular. También en la Iglesia latina se
encuentran los metropolitanos, que presiden una provincia eclesiástica con propios
derechos y deberes a norma del derecho.
76. Hoy han aumentado en modo considerable los obispos que por las razones
previstas en el derecho han sido dispensados de la función pastoral. Se ha puesto
repetidamente el problema de una mayor participación de ellos en la vida eclesial.
104[104] Cf. CONC. OECUM. VAT. II, Decretum de Ecclesiis orientalibus catholicis
Orientalium ecclesiarum, 9; CCEO, cc. 55-56.
105[105] Cf. CCEO cc. 152-153.
106[106] Cf. CIC c. 336; 337; 339.
Además, vista su experiencia pastoral, son consultados sobre las cuestiones de
índole general. Para que, entonces, permanezcan informados sobre los problemas de
mayor importancia, deben ser enviados a ellos con anticipación los documentos de la
Santa Sede y, de parte del obispo diocesano, el boletín eclesiástico y otros documentos.
Por su competencia en determinadas materias ellos pueden ser contados entre los
miembros adjuntos de los Dicasterios de la Curia Romana y ser nombrados consultores
de los mismos; ser elegidos, en los casos previstos por los estatutos de la diversas
Conferencias episcopales, para el Sínodo de los obispos; participar en alguna reunión o
comisión de estudio, si en los estatutos de la Conferencias de los obispos no fuera
prevista su presencia con voto deliberativo.107[107]
En las respuestas a los Lineamenta se espera que cuanto está previsto por el
derecho sea llevado a fiel aplicación.
77. Entre las respuestas a los Lineamenta algunas se refieren al argumento de las
consultaciones previas a la elección de los obispos, con el objeto de que a través de
dichas consultaciones se pueda favorecer la elección del candidato más adecuado a la
misión para la cual es destinado.
107[107] Cf. CONGREGATIO POR EPISCOPIS, Normae In vita Ecclesiae sobre los Obispos
que han cesado de su oficio (31.10.1988); Cf. PONTIFICIUM CONSILIUM POR
INTERPRETATIONE LEGUM, Responsio (3.12.1991): AAS 83 (1991) 1093..
A través de oportunos programas de formación permanente se propone también la
necesaria actualización doctrinal, pastoral y espiritual de los obispos junto con un
aumento de la comunión colegial y de la eficacia pastoral en las respectivas diócesis.
CAPÍTULO IV
Con el lavatorio de los pies, Jesús ha dejado la imagen del amor servicial hasta el
don de la vida, como modelo para los verdaderos discípulos del Evangelio. El ejemplo
de Cristo exige una continuidad de su misma actitud: “Os he dado ejemplo, para que
también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros” (Jn 13, 15). Este gesto de
humilde servicio, que todo obispo esta llamado a repetir ritualmente cada año el Jueves
Santo en la celebración de la Cena del Señor, está vinculado al ministerio de la caridad,
al mandamiento nuevo del amor recíproco (cf. Jn 13, 34-35) y se muestra como un
signo que tiene su cumplimiento en la Eucaristía y en el sacrificio de la muerte en cruz.
Servicio, caridad, Eucaristía, cruz y resurrección, aparecen íntimamente ligados entre sí
en la vida de Jesús, en su enseñanza y en el ejemplo que dejó para su Iglesia, en su
memorial.
La iglesia particular
79. La misión específica del ministerio episcopal adquiere una particular relevancia y
concretización en la iglesia particular, para la cual el obispo diocesano ha sido elegido y
consagrado. El ministerio de los obispos se hace especifico como un servicio a las
iglesias particulares dispersas por el mundo, en las cuales y a partir de las cuales ("in
quibus et ex quibus") existe la sola y única Iglesia católica.108[108]
108[108] Cf. CONC. OECUM. VAT. II, Const. dogm. de Ecclesia Lumen Gentium, 23.
109[109] S. CYPRIANUS, Epistola 69,8: PL 4, 418-419: "Unde scire debes Episcopum
in Ecclesia esse et Ecclesiam in Episcopo, et si quis cum Episcopo non sit, in Ecclesiam
non esse".
110[110] Cf. CONC. OECUM. VAT. II, Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 9-13.
111[111] SACRA CONGREGATIO PRO EPISCOPIS, Directorium Ecclesiae imago
(22.02.1973), 14.
Obra en él la comunión jerárquica que lo une al carisma petrino, como los apóstoles
estaban unidos a Pedro en Jerusalén.
En estos tres signos se pueden advertir tres características originales del ser
cristiano. En efecto, la Iglesia en su comunicación con el Maestro invisible y con su
Espíritu recibe la Palabra del Evangelio, celebra el misterio de la Cena del Señor y vive
en la caridad mediante la misma fe y la misma esperanza.
82. La iglesia particular lleva consigo toda la compleja realidad de la Iglesia como
Pueblo de Dios; empeña a todos los bautizados en su múltiple y comprometida realidad
sacerdotal, profética y real, junto con la variedad de ministerios ordenados y carismas.
Es necesario valorar esta realidad terrena de la iglesia particular, que vive aquí y
hoy, para entender profundamente su ser y su actuar, sus riquezas y sus debilidades, sus
necesidades, en vista de la evangelización y el testimonio. Como iglesia particular,
además, tiene la conciencia de estar en la comunión de las cosas santas y de los santos
del cielo y de la tierra, que es la verdadera y grande “communio sanctorum”.
En esta “iglesia de los rostros” se puede leer un mensaje concreto, una urgencia de
presencia, de evangelización, de testimonio, un ofrecimiento de diálogo, un pedido de
autenticidad. Cada vez que se piensa en la iglesia particular no se deben olvidar los
rostros concretos porque en ellos se refleja la imagen viva del Cristo. Pablo VI ha
recordado que “la Iglesia universal se encarna de hecho en las iglesias particulares,
constituidas de tal o cual porción de humanidad concreta, que hablan tal lengua, son
tributarias de una herencia cultural, de una visión del mundo, de un pasado histórico, de
un sustrato humano determinado”.116[116]
Así, por ejemplo, pone en guardia contra un concepto de iglesia particular que
presente la comunión de cada iglesia de modo tal que debilite, en el plano visible e
institucional, la concepción de la unidad de la Iglesia. “Se llega así a afirmar- observa el
documento - que cada iglesia particular es sujeto en sí mismo completo, y que la Iglesia
universal resulta del reconocimiento recíproco de las iglesias particulares. Esta
unilateralidad eclesiológica, reductiva no sólo en el concepto de Iglesia universal sino
85. En esta porción del Pueblo de Dios una comunidad perteneciente a la única familia
de Dios, vive plenamente la referencia al Reino de Cristo, en el cual están integradas
todas las riquezas de la catolicidad,120[120] prefiguradas en la Iglesia de Pentecostés.121
[121]
87. E1 Concilio Vaticano II ha descrito las relaciones recíprocas entre el obispo y los
presbíteros con imágenes y términos diversos. Ha indicado en el obispo al “padre” de
los presbíteros,126[126] pero ha unido al aspecto de la paternidad espiritual, el de la
fraternidad, el de la amistad, el de la colaboración necesaria y el del consejo. Sin
embargo, es cierto que la gracia sacramental llega al presbítero a través del ministerio
del obispo, y ésta misma le es donada en vistas de la cooperación con el obispo en la
122[122] CONC. OECUM. VAT. II, Const. dogm. de Ecclesia Lumen Gentium, 28.
123[123] IOANNES PAULUS II, Adhort. apost. postsyn. Pastores dabo vobis
(25.03.1992), 31: AAS 84 (1992), 708.
124[124] Cf. CONGREGATIO PRO DOCTRINA FIDEI, Litterae Communionis notio,
(28.05.1992), 16: AAS 85 (1993), 847-848.
125[125] Cfr. CONC. VAT. II, Decr. de Presbyt. ministerio et vita Presbyterorum ordinis,
10; IOANNES PAULUS II, Adhort. apost. postsyn. Pastores dabo vobis (25.03.1992), 32:
AAS 84 (1992), 709-710; Litterae Encyclicae Redemptoris missio (07.12.1990), 67:
AAS 83 (1991), 329-330.
126[126] Cf. CONC. OECUM. VAT. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 28.
misión apostólica. Esa gracia une a los presbíteros a las diversas funciones del
ministerio episcopal, de modo particular a la de servidor del Evangelio de Jesucristo
pare la esperanza del mundo. En virtud de este vínculo sacramental y jerárquico los
presbíteros, necesarios colaboradores y consejeros, asumen, según su grado, los oficios
y la solicitud del obispo y lo hacen presente en cada comunidad.127[127]
88. Como modelo de la grey (cf. 1P 5,3), el obispo debe serlo, ante todo, para su clero,
al cual se propone como ejemplo de oración, de sentido eclesial, de celo apostólico, de
dedicación a la pastoral de conjunto y de colaboración con todos los otros fieles.
En las respuestas a los Lineamenta se destaca el hecho de que, puesto que los
sacerdotes necesitan un punto de referencia espiritual, deben encontrar en el obispo su
apoyo. El obispo, como padre y pastor, expresa y promueve relaciones, tanto personales
como colectivas , con sus sacerdotes al comprometerlos responsablemente en el Consejo
presbiteral o en otros encuentros formativos de carácter pastoral y espiritual. Toda
división entre el obispo y los presbíteros constituye un escándalo para los fieles y ello
hace no creíble el anuncio; en cambio, en el signo de la fraternidad, el ejercicio de la
autoridad se transforma realmente en un servicio. Además el obispo, estableciendo una
profunda relación con sus presbíteros, llega a conocer sus dotes y así a cada uno podrá
confiar la tarea a la que mejor se adapta.
127[127] Ibidem.
128[128] Cf. Ibidem, 7; cf. CIC c. 495.
89. En la comunión de la iglesia particular participan los diáconos, tanto los ordenados
en vista al presbiterado como los diáconos permanentes. Ellos están al servicio del
obispo y de la iglesia particular en su ministerio de la predicación del Evangelio, del
servicio de la Eucaristía y de la caridad.129[129]
129[129] Cf. CONC. OECUM. VAT. II, Constitutio dogm. de Ecclesia Lumen Gentium,
29.
130[130] Cf. Ibidem, 29. 41.
131[131] Cf. IOANNES PAULUS II, Adhort. Ap. postsynod. Pastores dabo vobis
(25.03.1992), 65: AAS 84 (1992), 770-772.
132[132] Cf. CONGREGATIO DE INSTITUTIONE CATHOLICA et CONGREGATIO PRO
CLERICIS, Declaratio coniuncta Diaconatus permanens (22.02.1998): AAS 90 (1998),
835-842; CONGREGATIO DE INSTITUTIONE CATHOLICA, Ratio fundamentalis institutionis
diaconorum permanentium, Institutio diaconorum: AAS 90 (1998), 843-879;
CONGREGATIO PRO CLERICIS, Directorium pro ministerio et vita diaconorum
permanentium Diaconatus originem: AAS 90 (1998), 879-927.
Hoy debe volver a proponerse con confianza la estima por la llamada al sacerdocio
con la colaboración de las familias, de las parroquias, de las personas consagradas y de
los movimientos eclesiales y comunidades. Una Iglesia en la cual falte la referencia
necesaria al presbítero ordenado, corre el riesgo de perder su identidad. No se puede
entonces considerar hipotéticamente una comunidad cristiana que prescinda del
ministerio presbiteral en vista de la enseñanza, del gobierno y de los sacramentos,
especialmente de la penitencia, de la unción de los enfermos y de la Eucaristía.
92. La vida consagrada es una expresión privilegiada de la Iglesia Esposa del Verbo y
más aún una parte integrante de la misma Iglesia, como se recuerda desde el principio
en la Exhortación apostólica post-sinodal Vita consecrata, donde se afirma que este tipo
de vida está “en el corazón mismo de la Iglesia como elemento decisivo para su
misión”.133[133]. Por medio de la vida consagrada, en la variedad de sus formas, con
una típica y permanente visibilidad, se hacen presentes de algún modo en el mundo y se
señalan como valor absoluto y escatológico los rasgos característicos de Jesús, casto,
pobre y obediente. La Iglesia entera agradece a la Trinidad Santa por el don de la vida
consagrada. Esto demuestra que la vida de la Iglesia no se agota en la estructura
jerárquica, como si estuviese compuesta únicamente de ministros sagrados y de fieles
133[133] IOANNES PAULUS II, Adhort. Ap. postsynod. Vita consecrata (25.III.1996),
3: AAS 88 (1996), 379.
laicos, sino que hace referencia a una estructura fundamental más amplia, rica y
articulada, que es carismático-institucional, querida por Cristo mismo y que incluye la
vida consagrada.134[134]
La Iglesia agradece a tantos obispos que, en el curso de su historia hasta hoy, han
estimado a tal punto la vida consagrada como peculiar don del Espíritu para el pueblo
de Dios, que ellos mismos han fundado familias religiosas, muchas de las cuales están
aún hoy activas al servicio de la Iglesia universal y de las iglesias particulares. Además,
el hecho de que el obispo se dedique a tutelar la fidelidad de los institutos a su carisma
134[134] Cf. ibidem, 29; CONC. OECUM. VAT. II, Const. dogm. de Ecclesia Lumen
gentium, 44.
135[135] Cf. IOANNNES PAULUS II, Adhort. apost. postsyn. Vita consecrata
(25.III.1996), 47: AAS 88 (1996), 420-421.
136[136] SACRA CONGREGATIO PRO RELIGIOSIS ET INSTITUTIS SAECULARIBUS ET
SACRA CONGREGATIO PRO EPISCOPIS, Notae directivae Mutuae relationes (14.V.1978),
9c: AAS 70 (1978), 479.
137[137] Cf. IOANNES PAULUS II, Adhort. Ap. postsynod. Vita consecrata (25.III.1996),
84.88: AAS 88 (1996), 461-462. 464.
138[138] Cf. ibidem, 48: AAS 88 (1996) 421-422; SACRA CONGREGATIO PRO
EPISCOPIS, Directorium Ecclesiae imago (22.02.1973) 207.
es un motivo de esperanza para los institutos mismos, especialmente para aquellos que
se encuentran en dificultades.139[139]
93. El Concilio Vaticano II, la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos
de 1987 y la sucesiva Exhortación apostólica Christifideles laici de Juan Pablo II han
ilustrado ampliamente la vocación y misión de los fieles laicos en la Iglesia y en el
mundo.140[140] La dignidad bautismal, que los hace partícipes del sacerdocio de Cristo,
juntamente con un don particular del Espíritu les confieren un puesto propio en el
Cuerpo de la Iglesia. Así los laicos son llamados a participar, según su modo propio, en
la misión redentora que la Iglesia lleva a cabo, por mandato de Cristo, hasta el fin de los
siglos.
En todas sus múltiples actividades los fieles laicos unen el propio talento personal
y la competencia adquirida al testimonio límpido de la propia fe en Jesucristo.
Comprometidos en las realidades temporales, los laicos tienen el mandato de dar cuenta
de la esperanza teologal (cf. 1 P 3,15) y de ser solícitos en el trabajo en esta tierra,
justamente porque son estimulados por la esperanza en una “nueva tierra”.141[141] Ellos
tienen la capacidad de ejercer una gran influencia sobre la cultura, ensanchando en ella
las perspectivas y los horizontes de esperanza. Actuando así, cumplen también un
especial servicio al Evangelio y a la cultura misma, tanto más necesario cuanto
persistente es, en nuestro tiempo, el drama de la separación entre ambos. Además, en el
ámbito de las comunicaciones, que influyen mucho la mentalidad de las personas, a los
fieles laicos toca una responsabilidad particular, sobre todo en relación a una correcta
divulgación de los valores éticos.
En las respuestas a los Lineamenta se aconseja a los obispos, a fin de evitar las
intervenciones impropias o el silencio ante problemas emergentes, el crear algunos
"forum" en que los laicos intervengan, según el carisma propio de la secularidad laical,
con sus competencias, cubriendo la discordancia entre el Evangelio y la sociedad
contemporánea.
139[139] Cf. IOANNES PAULUS II, Adhort, apost. postsyn. Vita consecrata (25.III.1996),
48-49: AAS 88 (1996), 421-423.
140[140] Cf. CONC. OECUM. VAT. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, cap.
IV ; Decretum de apostol. laicor. Apostolicam actuositatem ; IOANNES PAULUS II,
Adhort. Ap. postsynod. Christifideles laici (30.12.1988): AAS 81(1989), 393-521;
SACRA CONGREGATIO PRO EPISCOPIS, Directorium Ecclesiae imago (22.03.1973), 153-
161.208
141[141] Cf. CONC. OECUM. VAT. II., Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis
Gaudium et spes, 39.
94. Si bien los laicos, por vocación, tienen ocupaciones primordialmente seculares, no
debe olvidarse que ellos pertenecen a la única comunidad eclesial, de la que
numéricamente constituyen la mayor parte. Después del Concilio Vaticano II se han
desarrollado felizmente nuevas formas de participación responsable de los laicos,
hombres y mujeres, en la vida de las comunidades diocesanas y parroquiales. Por este
motivo, ellos están presentes en diversos consejos pastorales, desenvuelven una función
de creciente importancia en varios servicios, como la animación de la liturgia o de la
catequesis, se comprometen en la enseñanza de la religión católica en las escuelas, etc.
Siempre de las respuestas a los Lineamenta emerge que un laicado adulto bien
formado no solo doctrinalmente, sino también eclesialmente, es esencial para el
ministerio de la evangelización. Sin un tal laicado existe el peligro de que en ciertas
zonas cese la misión evangelizadora de la Iglesia, especialmente donde se lamenta una
fuerte falta de sacerdotes y los laicos cumplen la función de ministros asistentes. En
muchos territorios asume una gran relevancia la figura del catequista. Es necesario
entonces una sólida formación doctrinal, pastoral y espiritual de catequistas válidos,
pero también de otros agentes pastorales capaces de obrar en la diócesis y en las
parroquias, con una auténtica acción eclesial también en los diversos campos en los que
el Evangelio debe hacerse levadura de la sociedad actual, como signo de transformación
y de esperanza. Se pide una mayor confianza de parte de los obispos y de los presbíteros
en los laicos, que frecuentemente no se sienten apreciados como adultos en la fe y
quisieran sentirse más partícipes en la vida y en los proyectos diocesanos, especialmente
en el campo de la evangelización.
Al servicio de la familia
La cercanía del obispo a los cónyuges y a sus hijos, incluso a través de jornadas
diocesanas de la familia, es un aliciente recíproco.
96. Una atención especial de los pastores está dirigida a los jóvenes. Ellos son el
futuro de la Iglesia y de la humanidad. Un ministerio de esperanza no puede dejar de
construir el futuro con aquellos a los cuales ha sido confiado el porvenir. Como
“centinelas de la noche”, los jóvenes esperan la aurora de un mundo nuevo, listos para
comprometerse en la vida y en la acción de la Iglesia, si se les propone una auténtica
responsabilidad y una verdadera formación cristiana. Como evangelizadores de sus
coetáneos, los jóvenes, que frecuentemente están alejados de la Iglesia, son un estímulo
y un incentivo para los Pastores, en vistas de la renovación interior de las parroquias.
El ejemplo de Juan Pablo II, que a través de las Jornadas mundiales de la Juventud
ha demostrado creer en el futuro, abriendo un camino de esperanza, puede sostener a los
pastores de la Iglesia en la propuesta de una auténtica pastoral juvenil, fundada en
Cristo. La pasión por el bien espiritual de los jóvenes del tercer milenio es un motivo
fuerte para educarlos a transmitir el Evangelio a las generaciones futuras.
Las parroquias
La parroquia debe ser vista entonces como familia de Dios, fraternidad animada
por el Espíritu,143[143] como casa de familia, fraterna y acogedora.144[144] Ella es la
comunidad de los fieles,145[145] que se define como comunidad eucarística: comunidad
de fe, donde viven los fieles de Cristo destinatarios de carismas y servicios ministeriales
142[142] Cf. IOANNES PAULUS II, Adhort. apost. postsyn. Christifideles laici
(30.12.1988), 26: AAS 81(1989), 437-440.
143[143] Cf. CONC. OECUM. VAT. II, Const. dogma. de Ecclesia, Lumen Gentium, 28.
144[144] Cf. IOANNES PAULUS II, Adhort. apost. Catechesi tradendae (16.10.1979), 67:
AAS 71 (1979), 1331-1333.
145[145] Cf. CIC can. 515.
y donde obran el párroco, los presbíteros y los diáconos. En ella, además, la comunión
con el obispo expresa la unidad orgánica y jerárquica de toda la iglesia particular.
Las familias, además, reflejan la realidad de una iglesia doméstica, donde se hace
viva la presencia de Cristo. Así la Iglesia puede hacerse, en su tradicional y siempre
válida expresión parroquial, para decirlo con el beato Juan XXIII, la “fuente de la
aldea”, un manantial que brota para calmar la sed de Dios y ofrecer el agua viva del
Evangelio de Cristo.146[146]
98. Para organizar el trabajo pastoral y hacer crecer la unidad en las iglesias
particulares es tarea del obispo promover la coordinación de las parroquias a través de
vicarias foráneas, decanatos, prefecturas u otras denominaciones, según las diversas
formas de trabajo pastoral de las diócesis. Se trata de estructuras que han de ser
frecuentemente evaluadas para que respondan mejor a las finalidades de cada iglesia
particular.
Los diversos carismas - religiosos, laicales, misioneros - hacen que la Iglesia local
se encuentre abierta a una dimensión de universalidad, mientras ellos encuentran su
concreción en el servicio y el compromiso apostólico, querido por los Fundadores.
Por eso se pide afrontar el tema del estatuto teológico y jurídico de tales
movimientos dentro de la iglesia particular y clarificar su relación concreta con el
obispo.
Respecto a las nuevas comunidades que no han recibido todavía una aprobación
eclesial, el necesario discernimiento es confiado a los pastores, los cuales deben
examinar con atención las personas, evaluar la espiritualidad, con un necesario tiempo
de prueba.
Cuando se trata de examinar las vocaciones sacerdotales que pueden surgir dentro
de estos grupos, se pide una atención aún más cuidadosa. Los candidatos necesitan una
sólida formación bajo la responsabilidad del obispo, al que corresponde también el
necesario discernimiento en vistas de la ordenación a los ministerios y la asignación de
las tareas apostólicas en la diócesis.148[148]
148[148] Cf. CONC. OECUM. VAT. II, Const. dogm. de Ecclesia Lumen Gentium, 12;
IOANNES PAULUS II, Adhort. apost. postsyn. Vita consecrata (25.III.1996), 62: AAS 88
(1996), 435-437.
con la palabra, celebra en la liturgia, vive y difunde con su servicio pastoral el
Evangelio de la esperanza.
1. EL MINISTERIO DE LA PALABRA
101. Como enseña el Concilio, la función que identifica al obispo más que todas, y que,
en cierto modo, resume todo su ministerio es la de vicario y embajador de Cristo en la
iglesia particular que le es confiada.149[149] Así pues, el obispo en cuanto expresión
viviente de Cristo, ejerce su función sacramental con la predicación del Evangelio.
Como ministro de la Palabra de Dios que actúa con la fuerza del Espíritu y mediante el
carisma del servicio episcopal, él hace manifiesto a Cristo en el mundo, lo hace presente
en la comunidad y lo comunica eficazmente a aquellos que le hacen un lugar en la
propia vida.
Por ello, la predicación del Evangelio sobresale entre los principales deberes de los
obispos, que son “los pregoneros de la fe... los maestros auténticos, o sea los que están
dotados de la autoridad de Cristo, que predican al pueblo que les ha sido confiado la fe
que ha de ser creída y ha de ser aplicada a la vida”.150[150] De ello se deriva que todas
149[149] Cf. CONC. OECUM. VAT. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 27.
150[150] Ibidem, 25; cf. Decret. de past. Episc. mun. in Ecclesia Christus Dominus, 12-
14; cf. SACRA CONGREGATIO PRO EPISCOPIS, Directorium Ecclesiae imago
las actividades del obispo deben estar dirigidas a la proclamación del Evangelio, “fuerza
de Dios para la salvación de todo el que cree” (Rom 1,16), orientadas a ayudar al pueblo
de Dios a la obediencia de la fe (cf. Rom 1, 15) a la Palabra de Dios y a abrazar
integralmente la enseñanza de Cristo.
102. El Concilio Vaticano II expresa muy adecuadamente el objeto del magisterio del
obispo cuando indica que se trata unitariamente de la fe que ha de ser creída y
practicada en la vida.151[151] Puesto que el centro vivo del anuncio es Cristo, el obispo
debe precisamente anunciar el misterio de Cristo crucificado y resucitado: Cristo, único
salvador del hombre, el mismo ayer, hoy y siempre (cf. Hb 13,8), centro de la historia y
de toda la vida de los fieles.
De este centro, que es el misterio de Cristo, se irradian todas las otras verdades de
fe y se irradia también la esperanza para cada hombre. Cristo es la luz que ilumina a
todo hombre y todo aquel que es regenerado en Él recibe las primicias del Espíritu que
lo habilitan a cumplir la ley nueva del amor.152[152]
A tal deber ningún obispo puede faltar, aún cuando ello pudiera costarle sacrificio
o incomprensión. Como el apóstol San Pablo, el obispo es consciente de haber sido
mandado a proclamar el Evangelio “y no con palabras sabias, para no desvirtuar la Cruz
de Cristo” (1 Co 1,17); como él, también el obispo se dedica a “la predicación de la
Cruz” (1 Co 1,18), no para obtener un consenso humano sino como trasmitir una
revelación divina.
Educación en la fe y catequesis
(22.02.1973), 55-65.
151[151] Cf. CIC can. 386.
152[152] Cf. CONC. OECUM. VAT. II., Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis
Gaudium et spes, 22.
153[153] Cf. CIC can. 386 §2.
154[154] Cf. S. IRAENEUS, Adversus haereses, IV, 26, 2: PG 7, 1053-1054: "Qui cum
episcopali successione charisma veritatis certum secundum placitum Patris acceperunt".
104. Maestro de la fe, el obispo es también educador de la fe, a la luz de la Palabra de
Dios y del Magisterio de la Iglesia. Se trata de su obra de catequesis, que merece la
atención plena de los obispos en cuanto pastores y maestros, en cuanto “catequistas por
excelencia”.
Son diversas las formas a través de las cuales el obispo ejerce su servicio de la
Palabra de Dios. El Directorio Ecclesiae imago recuerda una forma particular de
predicación a la comunidad ya evangelizada, es decir la Homilía, que se destaca por
encima de las otras por su contexto litúrgico y por su vínculo con la proclamación de la
Palabra mediante las lecturas de la Sagrada Escritura. Otra forma de anuncio es la que
un obispo ejerce mediante sus Cartas Pastorales.155[155]
Gracias a los obispos la auténtica fe católica es transmitida a los padres para que a
su vez ellos la trasmitan a los hijos; esto sucede también con los profesores y
educadores, a todos los niveles. Todo el laicado da testimonio de la pureza de la fe que
los obispos se dedican a mantener infatigablemente y es importante que ningún obispo
olvide procurar a los laicos, con escuelas apropiadas, los medios necesarios para una
formación conveniente.
106. Particularmente útil, para los fines del anuncio, es también el dialogo y la
colaboración con los teólogos, los cuales se dedican a profundizar metódicamente la
insondable riqueza del misterio de Cristo. El magisterio de los pastores y el trabajo
teológico, aún teniendo funciones diferentes, dependen ambos de la única Palabra de
Dios y tienen el mismo fin de conservar al pueblo de Dios en la verdad. De aquí nace
para los obispos la tarea de dar a los teólogos el aliento y el apoyo para que puedan
155[155] Cf. SACRA CONGREGATIO PRO EPISCOPIS, Directorium Ecclesiae imago, 59-
60.
realizar su tarea en la fidelidad a la Tradición y en la atención a las nuevas necesidades
de la historia.156[156]
En diálogo con todos sus fieles, el obispo sabrá reconocer y apreciar su fe,
fortalecerla liberarla de añadidos superfluos y darle un contenido doctrinal apropiado.
Para esto, y también con el fin de elaborar catecismos locales que tengan en cuenta las
diversas situaciones y culturas, el Catecismo de la Iglesia Católica será un punto de
referencia para que sea custodiada con atención la unidad de la fe y la fidelidad a la
doctrina católica.157[157]
Testigo de la verdad
109. De las respuestas a los Ltneamenta surgen algunos pedidos precisos para extender
y actualizar las tareas del magisterio de los obispos.
Cultura e inculturación
2. EL MINISTERIO DE LA SANTIFICACIÓN
111. En el origen de la reunión del pueblo de Dios en Ekklesìa, o sea en una asamblea
santa, está la proclamación de la Palabra de Dios y ésta alcanza su plenitud en el
Sacramento. En efecto, palabra y sacramento forman una unidad, son inseparables entre
ellas como dos momentos de una única obra salvífica. Ambos hacen actual y operante,
en toda su eficacia, la salvación obrada por Cristo. Él mismo, como Verbo que se hace
carne, es la razón ejemplar del vínculo íntimo que enlaza Palabra y Sacramento. Ello es
cierto para todos los sacramentos, pero lo es de modo particular y excelente para la
santa Eucaristía, que es fuente y culmen de toda la evangelización.161[161]
Por esta unidad de la Palabra y del Sacramento, así como los Apóstoles fueron
enviados por el Resucitado para enseñar y bautizar a todas las naciones (cf. Mt 28, 19),
también el obispo, en cuanto sucesor de los Apóstoles, en virtud de la plenitud del
Sacramento del Orden con el cual ha sido distinguido, recibe, junto con la misión de
heraldo del Evangelio, la de “administrador de la gracia del supremo sacerdocio”.162
[162] El servicio del anuncio del Evangelio está ordenado al servicio de la gracia de los
sacramentos de la Iglesia. Como ministro de la gracia, el obispo “actúa el munus
sanctificandi al que se orienta el munus docendi, que realiza en medio del pueblo de
Dios que se le ha confiado”.163[163]
160[160] Cf. IOANNES PAULUS II, Adhort. apost. postsyn. Ecclesia in Africa (14.09.95),
59-62: AAS 88 (1996), 37-39; Ecclesia in Asia (06.11.1999) 21-22: AAS 92 (2000),
482-487; Vita consecrata (25.03.1996), 80-81: AAS 88 (1996), 456-458.
161[161] Cf. CONC. OECUM. VAT. II., Decret. de presbyterorum ministerio et vita
Presbyterorum ordinis, 5.
162[162] CONC. OECUM. VAT. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 26.
163[163] IOANNES PAULUS II, Catequesis del miércoles (11.11.1992), 1: “L’Osservatore
Romano” edición española (13.11.1992), 3.
El obispo como sacerdote y liturgo en su catedral
Es el lugar de las celebraciones más solemnes del año litúrgico; en modo especial,
de la consagración del crisma y de las ordenaciones sagradas. Imagen de la Iglesia de
Cristo, de la unidad del cuerpo místico, de la asamblea de los bautizados y de la
Jerusalén celestial, debe ser en sí misma un ejemplo para las otras iglesias de la diócesis
en el orden de los espacios sagrados, en el decoro y en el modo como se celebra la
liturgia según las prescripciones.168[168]
113. Una de las tareas preeminentes del obispo es la de proveer a que en las
comunidades de la iglesia particular los fieles tengan la posibilidad de acceder a la mesa
del Señor, especialmente en el domingo, que es el día en que la Iglesia celebra el
misterio pascual y los fieles, en la alegría y en el descanso, dan gracias a Dios “quién
mediante la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos nos ha reengendrado a una
esperanza viva” (1P 1, 3).174[174]
114. La Liturgia es la forma más alta de la alabanza a la Santa Trinidad. En ella, sobre
todo con la celebración de los sacramentos, el pueblo de Dios, reunido localmente,
expresa y actualiza su índole de comunidad sacerdotal, sagrada y orgánica.175[175]
Ejerciendo el munus sanctificandi el obispo obra de modo que toda la iglesia particular
se convierta en una comunidad de orantes, de fieles perseverantes y concordes en la
oración (cf. Hch 1,14).
Por lo tanto, el obispo, imbuido él mismo en primer lugar, junto con su presbiterio,
del espíritu y la fuerza de la liturgia, procura favorecer y desarrollar en la propia
diócesis una educación intensiva donde se descubran las riquezas contenidas en la
Liturgia, celebrada según los textos aprobados y vivida ante todo como una realidad de
orden espiritual. Como responsable del culto divino en la iglesia particular, el obispo,
mientras dirige y protege la vida litúrgica de la diócesis, actuando junto con los obispos
de la misma Conferencia Episcopal y en la fidelidad a la fe común, sostiene el esfuerzo
de su misma iglesia particular para que, en correspondencia a las exigencias de los
172[172] Cf. Ibid., 51. 17.
173[173] Cf. Ibid., n. 52.
174[174] Cf. CONC. OECUM. VAT. II., Const. de sacra Liturgia Sacrosanctum concilium,
106; IOANNES PAULUS II, Epistula apostolica Dies Domini, de diei dominicae
santificatione (31.05.1998): AAS 90 (1998), 713-766.
175[175] Cf. CONC. OECUM. VAT. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 11.
tiempos y los lugares, la liturgia sea radicada en las culturas, teniendo en cuenta aquello
que en la liturgia es inmutable, porque es de institución divina, y aquello que, en
cambio, es susceptible de cambio.176[176]
115. La oración, en todas sus formas, es el acto con el que se expresa la esperanza de la
Iglesia. Cada oración de la Esposa de Cristo, que anhela la perfecta unión con el Esposo,
queda asumida en aquella invocación que el Espíritu le sugiere: “¡Ven!”.177[177] El
Espíritu pronuncia esta oración con la Iglesia y en la Iglesia. Es la esperanza
escatológica, la esperanza del cumplimiento definitivo en Dios, la esperanza del Reino
eterno, que se actualiza en la participación en la vida trinitaria. El Espíritu Santo, dado a
los Apóstoles como consolador, es el custodio y el animador de esta esperanza en el
corazón de la Iglesia. En la perspectiva del tercer milenio después de Cristo, mientras
“el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús: ‘¡Ven!’”,178[178] esta oración de ellos está
cargada, como siempre, de una connotación escatológica.
116. En las respuestas a los Lineamenta se subrayan algunas tareas propias del
ministerio litúrgico del obispo, que conviene recordar aquí brevemente.
176[176] Cf. CONC. OECUM. VAT. II., Const. de sacra Liturgia Sacrosanctum concilium,
21.
177[177] Cf. CONC. OECUM. VAT. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 4.
178[178] IOANNES PAULUS II, Litt. encycl. Dominum et vivificantem (18.V.1986), 66:
AAS 78 (1986), 897.
179[179] Cf. PAULUS VI, Adhort. Ap. Evangelii nuntiandi (8.XII.1975), 48: AAS 68
(1976), 37-38.
180[180] Cf. Catechismus Catholicae Ecclesiae, 1674-1676.
Ante todo, el obispo es en su iglesia el primer responsable de la celebración y de
la disciplina de la iniciación cristiana. De modo especial es el promotor, el custodio
atento y ministro de los ritos de la iniciación cristiana de los adultos. Por esto conviene
que sea él quien presida las celebraciones más características del catecumenado,
especialmente en la preparación próxima al bautismo y en la iniciación cristiana de los
adultos en la Vigilia pascual.
Para una más auténtica y profunda promoción de la liturgia, conviene que presida
frecuentemente, también en las visitas, la Liturgia de la Palabra y la Liturgia de las
Horas, como está previsto en el Caeremoniale Episcoporum.181[181] En este sentido, él
podrá aparecer en su característica función de maestro que celebra la palabra de la
salvación y de sacerdote que ora e intercede por su pueblo.
117. La función ministerial del obispo se completa en el oficio de guía de la porción del
pueblo de Dios que le ha sido confiada. La Tradición de la Iglesia ha siempre asimilado
esta tarea a dos figuras que, como atestiguan los Evangelios, Jesús aplica a sí mismo, la
figura del Pastor y la del Siervo. El Concilio describe así el oficio propio de los obispos
de gobernar a los fieles: “Los obispos rigen, como vicarios y legados de Cristo, las
iglesias particulares que se les han sido encomendadas, con sus consejos, con sus
exhortaciones, con sus ejemplos, pero también con su autoridad y sacra potestad, de la
que usan únicamente para edificar a su grey en la verdad y en la santidad, teniendo en
cuenta que el que es mayor debe hacerse como el menor y el que ocupa el primer puesto
como el servidor (cf. Lc 22, 26-27)”.182[182]
Juan Pablo II explica que “se debe insistir en el concepto de ‘servicio’, que se
puede aplicar a todo ‘ministerio eclesiástico’, comenzando por el de los obispos. Sí, el
episcopado es más un servicio que un honor. Y, si es también un honor, lo es cuando el
obispo, sucesor de los Apóstoles, sirve con espíritu de humildad evangélica, a ejemplo
del Hijo del hombre... A esta luz del servicio ‘como buenos pastores’ se debe entender la
autoridad que el obispo posee como propia, aunque esté siempre sometida a la del Sumo
Pontífice”.183[183] Por esto, con buena razón, el Código de Derecho Canónico indica tal
oficio como munus pastoris y le une la característica de la solicitud pastoral.184[184]
118. La caritas pastoralis es una virtud típica del obispo, el cual a través de ella imita a
Cristo “Buen” Pastor, que es tal porque da la propia vida. Esta virtud, por lo tanto, se
realiza no solamente en el ejercicio de las acciones ministeriales, sino más aún en el don
de sí, que manifiesta el amor de Cristo por su grey.
Una de las formas con las que se expresa la caridad pastoral es la compasión, a
imitación de Cristo, Sumo Sacerdote, capaz de compadecer la debilidad humana
habiendo sido Él mismo probado en todo, como nosotros, menos en el pecado (cf. Hb 4,
15). Sin embargo, tal compasión, que el obispo indica y vive como signo de la
compasión de Cristo, no puede ser separada de la verdad de Cristo. Otra expresión de la
caridad pastoral es la responsabilidad ante Dios y ante la Iglesia en relación a la verdad,
que ha de ser anunciada en toda ocasión, “a tiempo y a destiempo” (2Tm 4,2).
La caridad pastoral hace que el obispo se sienta ávido por servir al bien común de
la propia diócesis que, subordinado al de toda la Iglesia, reúne el bien de las
comunidades particulares de la diócesis. El Directorio Ecclesiae imago indica al
respecto los principios fundamentales de la unidad, de la colaboración responsable y de
la coordinación.185[185]
Los obispos pueden superar todo esto con el ejercicio de su prerrogativa de padres,
presentándose como sucesores de los Apóstoles no sólo en la autoridad que ejercen, sino
también en su forma de vida evangélica, coherente con cuanto anuncian, en los
sufrimientos apostólicos, en el cuidado amoroso y misericordioso de los fieles,
especialmente de los más pobres, necesitados y sufrientes.
En esto serán signo de Cristo en medio del pueblo de Dios y su gobierno mismo
verdaderamente pastoral será un anuncio del Evangelio de la esperanza. Ciertas formas
y atribuciones exteriores, como títulos honoríficos y vestiduras, no deben ofuscar el
ministerio episcopal de enseñanza en palabras y obras.
188[188] Cf. CONC. OECUM. VAT. II., Decret. de presbyterorum ministerio et vita
Presbyterorum ordinis, 17.
El obispo debe ser imagen viva del Cristo, que ha lavado los pies a sus discípulos
como Señor y Maestro, y por lo tanto, debe mostrar con su vida simple y pobre el rostro
evangélico de Jesús y su condición de verdadero “hombre de Dios” (cf. 2Tm 3, 17).
121. La tradición eclesiástica indica algunas formas específicas a través de las cuales el
obispo ejerce en su iglesia particular el ministerio del pastor. Se recuerdan dos de ellas
en particular. La primera se refiere directamente al compromiso pastoral; la segunda, en
cambio, implica una obra sinodal.
La experiencia además sugiere otros encuentros del obispo con los componentes
de la diócesis, en ocasión de asambleas diocesanas de programación pastoral y
verificación, como también en vista de ordenaciones sacerdotales o diaconales y de
fiestas patronales o, en fin, en las jornadas dedicadas a sujetos particulares como el
clero, los religiosos y las religiosas, las familias.
El Sínodo diocesano
De este modo él testimonia que las tristezas y las angustias de los hombres, de los
pobres sobre todo y de todos aquellos que sufren, son también las ansias de los
discípulos de Cristo.195[195] Indudablemente, las pobrezas son muchas y a las antiguas
se han añadido otras nuevas . En tales situaciones el obispo está en primera linea en
suscitar nuevas formas de apostolado y de caridad allá donde la indigencia se presenta
bajo nuevos aspectos. Servir, alentar, educar en estos compromisos de solidaridad,
renovando cada día la antigua historia del Samaritano, es, ya de por sí, un signo de
esperanza para el mundo.
191[191] Cf. CIC can. 460-468; cf. SACRA CONGREGATIO PRO EPISCOPIS, Directorium
Ecclesiae imago (22.02.1973), 163-165.
192[192] Cf. CIC can 212 § 2.3.
193[193] Cf. CONGR. PRO EPISCOPIS ET CONGR. PRO GENTIUM EVANGELIZATIONE , Istr.
In constitutione apostolica de Synodis dioecesanis agendis (19.03.1997): AAS 89 (1997)
pp. 706-727.
194[194] Cf. Ibidem, V, 2.3.4; Cf. CIC c. 466.
195[195] Cf. CONC. OECUM. VAT. II., Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis
Gaudium et spes, 1.
124. Para cumplir el ministerio de guía pastoral y de discernimiento el obispo necesita
de la colaboración de todos los fieles, en espíritu de comunión y de fervor misionero.
La administración económica
Se recuerda también el problema de las diócesis dejadas largo tiempo sin pastor,
por retrasos en el nombramiento de los obispos. Tales situaciones crean malestar en el
presbiterio y en el pueblo de Dios, privados del ministerio episcopal de la unidad y de la
comunión.
En él se hace evidente que la salvación es para todos. Él, que se unió con la
encarnación a cada hombre y con su pasión y muerte a cada sufrimiento humano,
mediante la resurrección se transforma en causa de salvación y de esperanza para cada
ser humano, destinado a la comunión con Dios en la gloria.
La Iglesia, desde Pentecostés, con la gracia del Espíritu Santo, continua la misión
de Jesús, anunciando cada día la buena noticia y la liberación del mal.
Aún cuando puedan escapar a nuestra consideración los caminos a través de los
cuales Cristo ejerce esta salvación más allá de las estructuras sacramentales de su
197[197] Cf. CONC. OECUM. VAT. II, Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis
Gaudium et spes, 22.
Cuerpo, al cual él mismo ha confiado el ministerio de la predicación y de la
santificación, la Iglesia cree que toda la humanidad pertenece a Cristo, primogénito de
toda creatura (cf. Col 1,15 ss).
Por este motivo, el horizonte de la esperanza, que tiene como último término la
reconciliación de todo y de todos en Cristo, ilumina a la Iglesia que anuncia la paz y la
salvación a los que están lejos y a los que están cerca, “pues por él, unos y otros
tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu”(Ef 2,17-18) y reanuda con
confianza el múltiple diálogo de la salvación, para que también el futuro de la historia
pertenezca al Señor, conocido y amado como nuestro Hermano, revelación del amor del
Padre. “Por esta vía, - afirma la Gaudium et spes en la conclusión - en todo el mundo
los hombres se sentirán despertados a una viva esperanza, que es don del Espíritu Santo,
para que, por fin, llegada la hora, sean recibidos en la paz y en la suma bienaventuranza
en la patria que brillará con la gloria del Señor”. 198[198]
129. La situación religiosa al comienzo del milenio es muy compleja y no hace fácil la
misión de la Iglesia. La presencia de las grandes religiones, en cuanto ellas son
portadoras de auténticos valores humanos, exige de la Iglesia una actitud respetuosa
para descubrir en tales religiones el designio del único Dios salvador.
Por otra parte, en los grandes continentes invadidos por las religiones
tradicionales, hoy a causa de las migraciones destinadas a aumentar en el futuro, así
como también a raíz de los movimientos y de los intercambios económicos y culturales,
se vive una situación nueva, multiétnica y multirreligiosa.
Las iglesias jóvenes, que especialmente en Asia, África y Oceanía conviven con
aquellas religiones, mientras están particularmente comprometidas en el diálogo
interreligioso, prestan también una considerable ayuda misionera en otras partes del
pueblo de Dios.
Diálogo ecuménico
Él promueve entre sus fieles la pasión por la unidad que ardía en el corazón de
Cristo, anhelando con esperanza la gracia de la comunión de todos en la única Iglesia de
Cristo, según el designio del Espíritu Santo.
132. Nuevas son las tareas de la misión de la Iglesia porque nuevos son los fenómenos
sociales y las emergencias culturales, los areópagos de la evangelización, los
compromisos que surgen de la comprensión del mensaje evangélico: la promoción de la
paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos, el reconocimiento de los derechos de
las minorías, la promoción de la mujer, una nueva preocupación por los niños y los
jóvenes, la salvaguardia de la creación, la promoción de una auténtica cultura y la
investigación científica respetuosa de los valores de la vida, el diálogo internacional y
los nuevos proyectos mundiales.202[202]
133. A imitación de Jesús de Nazaret, evangelizador del Padre, el obispo, animado por
la esperanza inherente al anuncio de la Buena Nueva, dilata los confines de su
ministerio a todo el mundo, puesto que todos son destinatarios de su solicitud pastoral.
La misma posición del obispo en la Iglesia y la misión que es llamado a desarrollar
hacen de él el primer responsable de la perenne misión de llevar el Evangelio a cuantos
aún no conocen a Cristo, redentor del hombre. La misión del obispo está
intrínsecamente vinculada a su ministerio universal de enseñanza y a la plena relación
con la comunidad que él preside en nombre de Cristo Pastor.
El mandato confiado por el Señor Resucitado a sus apóstoles se refiere a todas las
gentes. En los apóstoles mismos, “la Iglesia recibió una misión universal, que no conoce
confines y concierne a la salvación en toda su integridad, de conformidad con la
plenitud de vida que Cristo vino a traer (cf. Jn 10,10)”.203[203]
En este contexto no pueden ser olvidados tantos obispos misioneros que, ayer
como hoy, ofrecen a la Iglesia la santidad de vida y la generosidad de su ímpetu
apostólico. Algunos de ellos han sido además fundadores de Institutos misioneros.
134. En cuando pastor de una iglesia particular, corresponde al obispo guiar sus
caminos misioneros, dirigirlos y coordinarlos. Él cumple con su deber de comprometer
a fondo el impulso evangelizador de la propia iglesia particular cuando suscita,
promueve y guía la obra misionera en su diócesis. De este modo, “hace presente y como
visible el espíritu y el ardor misionero del Pueblo de Dios, de forma que toda la diócesis
se haga misionera”.206[206]
Anunciando a Cristo Resucitado, los cristianos anuncian a Aquel que inaugura una
nueva era de la historia y proclaman al mundo la buena noticia de una salvación integral
y universal, que contiene en sí la anticipación de un mundo nuevo, en el cual el dolor y
la injusticia dejarán lugar a la alegría y a la belleza. Por lo tanto oran como Jesús les ha
enseñado: “Venga tu Reino” (Mt 6, 10). La actividad misionera, además, en su objetivo
último de poner a disposición de cada hombre la salvación ofrecida por Cristo de una
vez para siempre, tiende de por sí a la plenitud escatológica. Gracias a ella se acrecienta
el Pueblo de Dios, se dilata el Cuerpo de Cristo y se amplía el Templo del Espíritu hasta
la consumación de los siglos.208[208]
135. Como maestros de la fe, los obispos deben también prestar una adecuada atención
al diálogo interreligioso, primero entre todos el especial diálogo con los hermanos de
Israel, pueblo de la primera alianza.
En este diálogo los cristianos tienen, además, no pocas cosas para aprender. Sin
embargo, deben siempre testimoniar la propia esperanza en Cristo, único Salvador del
hombre, cultivando el deber y la determinación en la proclamación, sin titubeos, de la
unicidad de Cristo redentor. En ningún otro, el cristiano pone su esperanza, puesto que
es Cristo el cumplimiento di cualquier esperanza. Él es “la esperanza de cuantos, en
todos los pueblos, esperan la manifestación de la bondad divina”.211[211] Además, el
diálogo deber ser conducido y actuado por los fieles con la convicción que la única
verdadera religión subsiste “en la Iglesia católica y apostólica, a la cual el Señor Jesús
confió la obligación de difundirla a todos los hombres”.212[212]
210[210] Cf. IOANNES PAULUS II, Litt. Encycl. Redemptoris missio (07.12.1990), 55:
AAS 83 (1991), 302-304; cf. Epist. Apost. Tertio millennio adveniente (10.11.1994), 53:
AAS 87 (1995), 37.
211[211] S. IUSTINUS, Dialogus cum Tryphone 11: PG 6, 499; cf. CONGREGATIO PRO
DOCTRINA FIDEI, Declaratio Dominus Iesus (6.08.2000), 13-15: AAS 92 (2000), 754-
756.
212[212] CONC. OECUM. VAT. II., Declar. de libert. religiosa Dignitatis humanae, 1; cf.
CONGREGATIO PRO DOCTRINA FIDEI, Declaratio Dominus Iesus (6.08.2000), 16-17:
AAS 92 (2000), 756-759.
136. A todos los fieles y a todas las comunidades cristianas corresponde practicar el
diálogo interreligioso, aún cuando no siempre con la misma intensidad y al mismo
nivel. Sin embargo, allí donde las situaciones lo requieran y lo permitan, es deber de
cada obispo en su iglesia particular ayudar, con su predicación y con la acción pastoral,
a todos los fieles a respetar y estimar los valores, las tradiciones, la convicciones de los
otros creyentes, así como también promover una sólida y adecuada formación religiosa
de los mismos cristianos, para que sepan dar un convincente testimonio del gran don de
la fe cristiana.
137. La solicitud del obispo por sus fieles debe tener en cuenta con realismo también el
peligro de la seducción que las sectas religiosas y otros movimientos alternativos de
diverso género y nombre pueden suscitar en las personas menos preparadas.
Frecuentemente se trata de movimientos orientados a corroer la fe católica, propuestos
en ambientes de incomodidad social y familiar, juntamente con la manipulación de las
personas y de las conciencias. Se difunden incluso sectas satánicas que se distinguen por
tener objetivos anticristianos, ritos y formas morales aberrantes.
Por este motivo, el obispo en su iglesia debe favorecer los encuentros que puedan
comprometer a los hombres y a las mujeres que buscan la verdad, que son sensibles a
los valores trascendentes de la bondad, de la justicia y de la belleza, que están
preocupados por la humanidad de nuestro tiempo. Y todo ello con la finalidad de
favorecer la búsqueda común de senderos para la promoción de los valores del hombre,
especialmente a través del diálogo con autorizados exponentes de la cultura y de la
espiritualidad.
Dado que, el mandamiento del amor al prójimo es muy concreto, será necesario
que el obispo promueva en su diócesis iniciativas apropiadas y exhorte a la superación
de eventuales actitudes de apatía, de pasividad y de egoísmo individual y de grupo. Es
igualmente importante que con su predicación el obispo despierte la conciencia cristiana
de todos los ciudadanos, exhortándolos a obrar, con una solidaridad activa y con los
medios a su disposición, en la defensa del hermano, contra cualquier abuso que atente a
la dignidad humana. Debe, a este respecto, recordar siempre a los fieles que en cada
pobre y en cada necesitado está presente Cristo (cf. Mt 25, 31-46). La misma figura del
Señor como juez escatológico es la promesa de una justicia finalmente perfecta para los
vivos y para los muertos, para los hombres de todos los tiempos y de todos los
lugares.218[218]
141. Recordando su título de padre y defensor de los pobres, el obispo tiene el deber de
alentar el ejercicio de la caridad hacia los pobres con el ejemplo, con las obras de
misericordia y de la justicia, con intervenciones individuales, y también con amplios
programas de solidaridad.
215[215] Cf. CONC. OECUM. VAT. II., Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis
Gaudium et spes, 63.
216[216] Catechismus Catholicae Ecclesiae, 1818.
217[217] Cf. CONGREGATIO PRO DOCTRINA FIDEI, Libertatis conscientia Instructio de
libertate christiana et liberatione, (22.III.1986) 62: AAS 79 (1987), 580-581.
218[218] Cf. Ibidem, 60: AAS 79 (1987), 579.
De entre las tareas, que en las respuestas a los Lineamenta se asignan a los obispos
como promotores de la caridad de nuestro tiempo, es necesario recordar algunas en
particular.
142. Los temas de la justicia y del amor al prójimo aluden espontáneamente al tema de
la paz: “frutos de justicia se siembran en la paz para los que procuran la paz” (St 3, 18).
Lo que la Iglesia anuncia es la paz de Cristo, el “príncipe de la paz” que ha proclamado
la bienaventuranza de los “que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de
Dios”(Mt 5, 9). Tales son no solamente aquellos que renuncian al uso de la violencia
como método habitual, sino también todos aquellos que tienen el coraje de obrar para
que sea cancelado lo que impide la paz. Ellos saben bien que la paz nace en el corazón
del hombre. Por ello actúan contra el egoísmo, que impide ver a los otros como
hermanos y hermanas en una única familia humana, sostenidos en esto por la esperanza
en Jesucristo, el Redentor inocente cuyo sufrimiento es un signo irrevocable de
esperanza para la humanidad. Cristo es la paz (cf. Ef 2,14) y el hombre no encontrará la
paz si no encuentra a Cristo.
Es necesario, por lo tanto, que el obispo no deje perder ninguna ocasión para
promover en las conciencias la aspiración a la concordia y para favorecer el
entendimiento entre las personas en la preocupación por la causa de la justicia y la paz.
Se trata de una tarea ardua, que exige dedicación, esfuerzos renovados y una insistente
acción educativa, sobre todo hacia las nuevas generaciones, para que se empeñen, con
nuevo gozo y esperanza cristiana, en la construcción de un mundo más pacífico y
fraterno. El obrar en favor de la paz es también una tarea prioritaria de la
evangelización. Por este motivo, la promoción de una auténtica cultura del diálogo y de
la paz es, al mismo tiempo, un objetivo fundamental de la acción pastoral de un obispo.
219[219] Cf. IOANNES PAULUS II, Discurso para la jornada mundial de oración por la
paz en Asís (27.X.1986), 7: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, IX/2, 1263.
143. El obispo, en cuanto voz de la Iglesia que, evangelizando, llama y convoca a todos
los hombres, no deja de obrar concretamente y de hacer escuchar su palabra sabia y
equilibrada, para que los responsables de la vida política, social y económica busquen
soluciones posibles más justas para resolver los problemas de la convivencia civil.
Las condiciones en las cuales los pastores desarrollan su misión en estos ámbitos
son a menudo muy difíciles, tanto para la evangelización como para la promoción
humana, y es sobre todo aquí que se pone de manifiesto cuánto y cómo, en el ministerio
episcopal, deba ser incluida la disponibilidad al sufrimiento. Sin ella no es posible que
los obispos se dediquen a su misión. Por ello, grande debe ser su confianza en el
Espíritu del Señor resucitado y sus corazones deben estar siempre llenos de la esperanza
que no falla (cf. Rom 5, 5).
144. Los cristianos cumplen con un mandato profético recibido de Cristo cuando actúan
para llevar al mundo el germen de la esperanza. Por esta razón el Concilio Vaticano II
recuerda que la Iglesia “avanza juntamente con toda la humanidad, experimenta la
suerte terrena del mundo, y su razón de ser es actuar como fermento y como alma de la
sociedad, que debe renovarse en Cristo y transformarse en familia de Dios”.220[220]
Entre los ámbitos en los cuales el obispo guía a la propia comunidad, delineando
empeños y poniendo en acto comportamientos que son ejemplos de la fuerza renovadora
del Evangelio y eficaces señales de esperanza, deben indicarse algunos de particular
relieve, que se refieren a la doctrina social de la Iglesia. Ésta, en efecto, no sólo no es
ajena, sino que es parte esencial del mensaje cristiano, porque propone las directas
consecuencias del Evangelio en la vida de la sociedad. Por lo tanto, sobre ella se ha
detenido varias veces el Magisterio, ilustrándola a la luz del misterio pascual, que es
para la Iglesia fuente del conocimiento de la verdad sobre la historia y sobre el hombre,
recordando además que corresponde a las iglesias particulares, en comunión con la Sede
de Pedro y entre ellas, llevar esa misma doctrina a aplicaciones concretas.
Por lo tanto la Iglesia, por mandato del Señor, abierta a todos los hombres de
buena voluntad, no es, ni jamás puede ser, competidora de la vida política, mas ni
siquiera extraña a los problemas de la vida social. Por este motivo, permaneciendo
dentro de la propia competencia de la promoción integral del hombre, la Iglesia puede
buscar también soluciones a los problemas de orden temporal, especialmente allí donde
está comprometida la dignidad del hombre y son pisoteados sus más elementales
derechos.
147. En este contexto se coloca también la actividad del obispo, el cual reconoce la
autonomía del Estado y evita, por ello, la confusión entre fe y política sirviendo, en
cambio, a la libertad de todos. Ajeno a gestos que induzcan a identificar la fe con una
determinada forma política, él busca sobre todo el Reino de Dios y es así que,
asumiendo un más valido y puro amor para ayudar a sus hermanos y para realizar,
inspirado por la caridad, las obras de la justicia, él se presenta como custodio del
carácter trascendente de la persona humana y como signo de esperanza.222[222] La
contribución específica que un obispo ofrece en este ámbito es aquella misma de la
Iglesia, es decir, “la dignidad de la persona, que se manifiesta en toda su plenitud en el
misterio del Verbo encarnado”.223[223]
221[221] Cf. CONC. OECUM. VAT. II., Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis
Gaudium et spes, 76.
222[222] Cf. ibidem, 72. 76.
La autonomía de la comunidad política no incluye, en efecto, su independencia de
los principios morales; es más, una política carente de referencias morales lleva
inevitablemente al degrado de la vida social, a la violación de la dignidad y de los
derechos de la persona humana. Por esta razón, a la Iglesia le interesa que en lo que se
refiere a la política sea conservada, o restituida, la imagen del servicio que hay que
ofrecer al hombre y a la sociedad. Dado que, además, es tarea propia de los fieles laicos
comprometerse directamente en la política, la preocupación del obispo es la de ayudar a
sus feligreses a discutir sus cuestiones y asumir las propias decisiones a la luz de la
Palabra de la Verdad; de favorecer y guiar la formación en modo que en las decisiones
los fieles sean motivados por una sincera solicitud por el bien común de la sociedad en
que viven, es decir, el bien de todos los hombres y de todo el hombre; de insistir para
que exista coherencia entre la moral pública y la privada.
El obispo, aferrado a la esperanza, segura y firme como un ancla (cf. Hb 6,18 ss),
guía a su pueblo con confianza, en el espíritu del servidor del Evangelio de Jesucristo
para la esperanza del mundo.
223[223] IOANNES PAULUS II, Litt. Encycl. Centesimus annus (1.V.1991), 47: AAS 83
(1991), 851-852.
224[224] CONC. OECUM. VAT II, Const. dogmat. de Ecclesia Lumen gentium, 8.
225[225] Cf. CONC. OEC. VAT. II, Const. past. de Ecclesia in mundo hius temporis
Gaudium et spes, 22.
CONCLUSIÓN
149. Entre los días 6 y 8 de octubre del 2000, los obispos de todo el mundo han
celebrado el Jubileo en comunión con el Papa en un clima de conversión y de oración,
inspirándose al mismo tema de la próxima Asamblea General Ordinaria del sínodo: El
Obispo servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo.226[226]
Como ha sido observado, por la primera vez desde los tiempos del Concilio Vaticano II,
tantos obispos, provenientes de todo el mundo, se encontraron juntos para vivir
momentos de auténtica espiritualidad jubilar: el rito penitencial en San Juan de Letrán,
la celebración misionera en San Pablo extra muros, el Santo Rosario en el Aula Pablo
VI, los encuentros con el Romano Pontífice, especialmente la solemne concelebración
eucarística del Domingo 8 de octubre, momento culminante del Jubileo de los Obispos.
150. En esta particular circunstancia Juan Pablo II ha confiado a la Madre del Señor,
con una vibrante oración, los frutos del Jubileo y las ansias del nuevo milenio.
ÍNDICE
Introducción
Continuidad y novedad
Capítulo I
Un ministerio de esperanza
Una mirada sobre el mundo con los sentimientos del Buen Pastor
228[228] CONC. OECUM. VAT. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 68.
Un nuevo horizonte de problemas éticos
Capítulo II
El espíritu de santidad
El ministerio de la predicación
Capítulo III
Capítulo IV
La iglesia particular
Al servicio de la familia
Las parroquias
Educación en la fe y catequesis
Testigo de la verdad
Cultura e inculturación
2. El Ministerio de la Santificación
El Sínodo diocesano
La administración económica
Capítulo V
Diálogo ecuménico
Conclusión