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INTRODUCCION

Información y opinión

De entrada, resulta estratégico tener claro de qué hablamos cuando nos referimos a la
opinión. La distinción tajante entre información y opinión constituye una categoría
clave del periodismo dominante (de cuño anglosajón). Sobre ella se asienta la gran
divisoria de aguas de los géneros periodísticos, que deja de un lado a los “informativos”
(incluidos los interpretativos), y del otro a los “opinativos”.
En el periodismo español la dicotomía ha sido consagrada en esos textos
normativos sagrados, los Libros de Estilo (de por sí otro género periodístico). El de El
País, uno de los más antiguos (su primera edición data de 1977), establece como
principio fundamental de su línea editorial la separación de la información y la opinión,
que “estarán claramente diferenciadas entre sí” (1.3.); y propone plasmar esa separación
tipográficamente (gracias a su predicamento, la cursiva se convirtió en la letra de los
titulares de opinión, al punto de que hoy se considera "natural" el que dichos titulares
vayan en cursiva, a diferencia de la información, que va en Times New Roman
(Armentia Vizuete, 1992: 37). El manual de El Mundo sigue la misma tesitura al
sentenciar que en las noticias “no hay lugar para incluir opiniones o juicios de valor”
(pág. 23). El libro del ABC defiende que se las separe “escrupulosamente” (pág. 49). En
su manual de estilo periodístico, Grijelmo (1997) dedica a la opinión apenas quince
páginas de 600 (la cifra resulta algo superior si le sumamos las secciones referidas a las
opiniones indeseadas, encabezadas por epígrafes tan elocuentes como “Los juicios de
valor...no valen”, “¿Cómo se rebaja la opinión”, “Opiniones de contrabando”. “El
riesgo de editorializar” ).
Este sistema de prohibiciones1 no nos conduce a la realidad objetiva, sino a una
cosa muy distinta: “la objetividad”. Fuera de nuestras fronteras rigen criterios similares.
El Código Europeo de Deontología del Periodismo sostiene que “El principio básico de
toda consideración ética del periodismo debe partir de la clara diferenciación, evitando
toda confusión, entre noticias y opiniones. Las noticias son informaciones de hechos y
datos y las opiniones expresan pensamientos, ideas, creencias o juicios de valor por
parte de los medios de comunicación, editores o periodistas..... La opinión referente a
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Como dice Albert Chillón, “Hipercodificada y estereotipada, trenzada a base de estilemas expresivos y clichés
ideológicos, la llamada redacción periodística proscribe al menos tanto como prescribe” (2001:53).

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comentarios sobre acontecimientos o acciones de personas o de instituciones no debe
intentar negar u ocultar la realidad de los hechos o de los datos”.
No busquemos en esos textos una definición precisa de opinión; parecen dar por
sentado que es una obviedad que no merece dedicarle ningún tiempo a marcar sus
contenidos y sus lindes. Tampoco explicitan los presupuestos tácitos del precepto que
fija su separación de la información, redactado como si se tratase de una norma legal2.
Se impone, antes de proseguir, esclarecer qué entendemos por dicho concepto.

Definición de opinión

La opinión ha tenido mala fama; se la ha tachado de saber precario; incierto; mudable.


Platón afirmaba que se trataba de juicios sobre la apariencia (propios de la falsa
retórica) y no sobre la esencia, patrimonio de la filosofía. Kant la definió como un
“estado de espíritu que admite la verdad de una proposición, a sabiendas de que puede
ser erróneo, por falta de apoyos suficientes”. Se ha difundido la noción errónea de que
es subjetiva y, por ende, falsa, mientras la información es objetiva y, por consiguiente,
verdadera. Hoy diríamos que es un parecer fundado en puntos de vistas subjetivos, “no
falseable”, por decirlo en terminología popperiana, contrapuesto al conocimiento basado
en hechos, objetivamente demostrable. La opinión no puede ofrecer pruebas fácticas, la
información sí. Una afirmación del tipo “El nazismo fue nefasto para Alemania”,
pertenecería al orden de las valoraciones, y podría haber quien disintiese. En cambio, la
proposición “El nazismo asesinó seis millones de judíos” pertenecería al orden fáctico y
sería inopinable (eso no quita que una minoría revisionista se empeñe en cuestionar con
mil artimañas ese dato). Decir que una afirmación es “opinable” supone admitir la
posibilidad de su refutación por una argumentación más razonada, más persuasiva.
En el ámbito periodístico se tiende a igualar la opinión al juicio subjetivo del
autor de un texto, y se la opone a la tan meneada noción de “objetividad”. Grijelmo
señala que la vara de medida debe ser el mayor o menor grado de presencia autorial en
el texto (1998:38). Al parecer, todo se reduce al mayor o menor grado de presencia de
marcas autoriales o a la visibilidad de los valores del autor del texto. ¿Qué tiene que ver
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Se viene defendiendo la conveniencia de unificar los distintos Libros de Estilo existentes en España, en aras de una
estandarización idiomática ( v. Gómez Font,1998 ). Añadimos nosotros que sería conveniente estandarizar asimismo
conceptos tan ambiguos como “opinión” e “interpretación”. Que toda la profesión manejase significados comunes
sería de gran ayuda; aunque quizás se acabase descubriendo que la tarea resulta imposible.

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eso con la objetividad? Más bien parece que con las convenciones, vale decir, con el
“ritual de la objetividad”, tal como le denominaba Gaye Tuchmann.
En el origen de esas concepciones se halla la idea de que el núcleo de la
información consiste en enunciados sobre “hechos”, mientras que el de la opinión son
“valores, creencias, ideologías, juicios hipotéticos”. ¿Más qué es un hecho? Rara vez se
define al acontecimiento periodístico. Se lo presupone, como ocurre con tantos
conceptos que funcionan como axiomas del discurso periodístico. Se echa en falta aquí
una teoría del acontecimiento, que, a nuestro modo de ver, debería figurar en un primer
lugar introductorio a la enseñanza de los géneros periodísticos.
Teóricamente, a la información le cabrían los juicios sobre lo verdadero y lo
falso, y a la opinión los relativos a lo bueno y lo malo (éticos), lo bello y lo feo
(estéticos), lo justo y lo injusto (judiciales). Mas sucede que las cosas no son tan
sencillas. Las informaciones a menudo vienen preñadas de juicios de valor que
sutilmente indican si lo referido es bueno o malo para el interés común. Además, están
plagadas de opiniones entrecomilladas de las fuentes, bazas persuasivas a favor del
sentido que el autor quiere imprimir al texto. Como señala Catherine Kerbrat, “la mejor
manera, para un periodista de ser subjetivo sin que se le note, es dejar hablar la
subjetividad de ‘otra’ instancia, individual o colectiva” (cit. en Imbert, 1988:108). Las
opiniones se cuelan asimismo por una vía autorizada: las declaraciones. Por obra y
gracia del “periodismo de declaraciones”, las opiniones de los miembros de la elite
político-económica se ven investidas de facticidad3.
El análisis minucioso de los géneros informativos ha desvelado un conjunto de
estrategias persuasivas, una retórica de la facticidad oculta bajo la apariencia del
lenguaje neutro4, objetivo, transparente, sin mediaciones, sin marcas de autor, que tiene
por trasfondo la “virginidad ideológica del periodista” (Imbert, 1988: 35). El autor
ausente del texto informativo obtiene credibilidad apelando a la razón invisible, cuya
eficacia radica en su aparente inexistencia. A semejanza del personaje de Moliere que
hablaba prosa sin saberlo, aquel autor se expresa retóricamente sin saberlo.
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¿Es la entrevista de declaraciones un género de opinión? El periodista Juan Cantavella contesta: “Aunque pensamos
que la entrevista de declaraciones cubre un espacio homogéneo que no es indispensable trocear con subdivisiones,
algunos autores descienden a matizar que en su seno coexisten dos apartados, la que se refiere a hechos y la que se
explaya en cuestiones de opinión,, lo que sin duda ocurre aunque sea difícil de discernir” (1996:37)
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“En el terreno propiamente periodístico, la presencia y la ubicuidad de la connotación son patentes. No existe en
periodismo designación neta y unívoca, acendradamente denotativa, ni siquiera en aquellos géneros –la noticia y sus
variantes– y modalidades expresivas –aplicadas a los titulares y cuerpos noticiosos, sobre todo–donde encarna con
más fuerza el mito de la objetividad” (Chillón, 2001).

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Prescribe el canon que los géneros interpretativos, a medio camino de la
información y la opinión, se abstengan de juicios de valor, limitándose a ampliar la
información conectando los hechos con sus antecedentes, su contexto y sus posibles
consecuencias. Mas en la práctica a menudo resulta difícil discernir entre un análisis y
una columna de opinión sobre el mismo hecho. Prima facie, aquel aparenta sobriedad,
impersonalidad, argumentación rigurosa –abundancia de cifras- y ésta utiliza la primera
persona, los juicios categóricos. Sin embargo, un columnista hábil sabe darle a sus
opiniones el aire de un análisis razonado y objetivo. Tampoco es raro encontrar textos
rotulados “Análisis” que no son otra cosa que descaradas defensas de propuestas
político o económicas. “La tendencia del periodismo de opinión a emplear la
argumentación con el interés de fijar un enfoque claro en relación con los problemas de
la sociedad no es exclusiva ni excepcional. Hoy día, el llamado periodismo de
profundidad emplea continuamente esta técnica comunicativa con el propósito de
explicar una realidad social compleja en muchos casos. La inclusión de textos
argumentativos resulta habitual en un tipo de periodismo comprometido con la solución
de los problemas sociales, con la veracidad de los hechos y con un lector ávido de
información precisa aunque no por ello escueta” (Boscán Sánchez, 2006:46).
¿Qué distingue a la información de la opinión? Que la primera está sometida a
reglas referenciales estrictas, y la segunda no. La información es el ámbito de lo que
podemos referir con certidumbre; si no hay certeza de que lo que decimos ocurrió como
sostenemos, no hay información.
La interpretación es el conjunto de operaciones mentales destinadas a rellenar el
espacio vacío de información con el fin de enlazar de modo congruente el sentido de
unas informaciones con el de otras.
“La opinión es más libre, menos sujeta a la constricción de atenerse a relacionar
hechos, no establece, pues, nexos entre informaciones delimitadas sino entre elementos
inconcretos de diversa especie, nexos que pueden consistir en apreciaciones, previsiones
de futuros efectos, juicios de intención sobre las motivaciones que han conducido a una
situación, juicios de valor y apreciaciones normativas (...) expresa algún tipo de
incertidumbre sobre lo ocurrido o de discrepancia sobre un modelo normativo o su
concreción; algo que, en sí mismo, posiblemente pudiera ser objeto de información si la
capacidad de observación no fuera limitada” (Núñez Ladeveze, 2004:55).

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Información, interpretación y opinión se encuentran vinculadas. Rellenamos los
vacíos informativos conjeturando cómo habrá sido lo ocurrido para que contribuya al
sentido de lo que sabemos que ocurrió. A esa actividad de formular hipótesis o
conjeturas sobre las informaciones no comprobadas, se le llama interpretación si se
refiere a informaciones concretas u opinión si se refiere a circunstancias y contextos”.
La información está sometida a reglas5 más o menos creíbles y aceptables en la medida
en que sean más o menos coherentes con el sentido de las informaciones con que ha de
relacionarse el vacío informativo que se trata de rellenar mediante la interpretación o la
opinión”. No hay "opinión" que no se base en o no incluya algún ingrediente de
información.
Siguiendo a Ladeveze, la opinión es el conjunto de operaciones mentales
dirigidas a establecer relaciones de congruencia entre interpretaciones que no acaban de
rellenar los vacíos de información. Es indispensable porque hay materias sobre las que
no tenemos información, pero sobre las que estamos conminados a tener un criterio.
Presupone la información y la interpretación. “Siempre hay espacios vacíos, porque la
mayor carencia de información se refiere a la relación entre el pasado, el presente y el
ignoto futuro. Opinamos sobre nosotros y sobre ellas a través de la interpretación de
nosotros mismos y de la conducta ajena... Opinamos sobre la adecuación o inadecuación
de las normas pues no podemos sino conjeturar las consecuencias de su aplicación y
sobre la adecuación de los modelos que representan” (Núñez Ladeveze, 2004:56),
opinamos del pasado; opinamos del sentido del presente en tanto condicionado por
tradiciones sobre las que opinamos, y conjeturamos el futuro en nuestro esfuerzo por
preverlo.
Estas reflexiones nos sitúan en el camino correcto. Abandonar la información
junto con el dogma “objetivista”, equivaldría a tirar el agua de la bañera con el bebe, es
decir, incurrir en un “relativismo informativo”6 . Nada se puede edificar sobre el

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Suministrar "información" es una acción que responde a la aplicación de reglas (textuales y
contextuales) distintas de la de expresar una opinión. reglas sociales para la representación, reglas
objetivadas en el sentido en que lo son todas las reglas de esta especie, que no dependen de la voluntad de
un sujeto sino de la aceptación social. A la conformidad con ciertas de esas reglas es a lo que llamo
objetividad informativa” (Núñez Ladeveze, 2004:60).
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“si no hay posibilidad de distinción plena, entonces lo que hay es información al servicio de: siempre que
informamos, juzgamos, por tanto, adaptando nuestra información a nuestra intención, convirtiéndola en instrumento
de nuestros dogmas, intereses o ideales, puesto que es inútil pretender separar unos, los juicios informativos, de otros,
los de opinión. El relativismo multiculturalista se disfraza de relativismo informativo. La información no tiene un
valor por sí mismo, sino sólo como instrumento o al servicio de una previa idea de la verdad” (Ladeveze, 2004:52)

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desconocimiento de las reglas de verificación de las informaciones. La grandeza del
“objetivismo” radica en haber fijado unas pautas comunes sobre la comunicación de los
hechos que permita la circulación de las noticias. Ese consenso de mínimos garantiza
una base común de acuerdo intersubjetivo sobre el cual discutir (por más
interpretaciones que se hagan de lo ocurrido en septiembre de 1939 en la frontera
germanopolaca, nadie podrá sostener que la Segunda Guerra Mundial comenzó cuando
Polonia invadió Alemania). Por supuesto, los consensos llevan la marca de fábrica; y en
este caso su factura anglosajona determinó que el hecho “periodístico” cuajase en la
horma del empirismo.

Necesidad de la opinión

Las noticias generan comentarios. La gente se intercambia opiniones e ideas sobre los
hechos comunicados por la prensa, y los periódicos aspiran a amplificar esas
conversaciones cotidianas en un debate público. Las páginas de opinión forman parte de
la ‘arena’ para esa discusión comunitaria, una ‘arena’ con unas reglas y estrategias
concretas, y arbitrada por el periodismo. Desde la perspectiva liberal, una función
esencial del periodismo es la de servir de foro para la crítica y la opinión de los asuntos
públicos (Kovach y Rosenstiel, 2003). Así lo establece la teoría de la responsabilidad
social de la prensa acuñada por la Comisión sobre la Libertad de Prensa de Estados
Unidos, que en 1947 dictaminó que la pluralidad de opiniones existentes en una
sociedad democrática debe verse reflejada en cada medio de comunicación, porque sólo
el intercambio de comentarios y críticas puede formar opiniones libres.
En la misma dirección apunta la Declaración Universal de los Derechos
Humanos de las Naciones Unidas, al incluir en el derecho a la información el de
“investigar y recibir información y opiniones y el de difundirlas, sin limitación de
fronteras, por cualquier medio de expresión”.
Mas una cosa es el papel ideal de los medios en la construcción de un espacio
público, convirtiendo a cada ciudadano en parte del cuerpo social; y otra es que
efectivamente participen todos en el proceso constructivo de la opinión pública. James
Curran observa que los medios pueden ayudar a alcanzar soluciones comunes a través
del tratamiento informativo exacto, “asumiendo que no se desafiará al poder social

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establecido” (1991), por lo que no todas las opiniones estarán representadas, puesto que
sólo ciertos grupos tienen acceso a la difusión de contenidos. Piensa que la
profesionalización del periodismo como mero transmisor de información le hizo abdicar
de su rol de canalizador de opinión e información para promover el debate ciudadano y
cultivar hábitos esenciales en una comunidad democrática: la capacidad de entender un
argumento, de captar el punto de vista ajeno y de discutir los distintos objetivos
disponibles.
A ese respecto, Christopher Lasch retoma los postulados de Habermas y sostiene
que “la democracia requiere un debate público vigoroso. Por supuesto, también requiere
información, pero la clase de información que necesita sólo puede generarse mediante la
discusión” (1996). A juicio de este autor, “la prensa renunció a crear opinión para
incentivar el debate, imbuida por el referente inalcanzable de la objetividad. La
independización de los periódicos de los partidos políticos y su constitución en
empresas, así como la llegada de la publicidad y de la prensa masiva, mermaron su
labor dinamizadora del debate cívico” (Teruel Rodríguez, 2004).
La opinión no debe ser arbitraria; deben sujetarse a las reglas de inferencia,
implicación y, en fin, de coherencia argumentativa. Una cosa es la "libertad de opinión"
y otra la equiparación social de las opiniones. No existe opinión vacía. Opinamos
cuando carecemos de información. La opinión es el resultado de la limitación del
conocimiento (siempre es limitado). Esa limitación impone que no opinemos
caprichosamente sino que razonemos y argumentemos a través de la capacidad de
relaciones y de interpretar. La opinión debe, por lo tanto, ser responsable. Como afirma
Núñez Ladeveze, “La firmeza y validez de una opinión depende en gran parte de la
información en que se sustenta y de las relaciones de implicación o de coherencia
interna entre los lugares vacíos de la información. Así, pues, puede que la opinión sea
libre, pero no puede serlo tanto que deje también en libertad a la sagrada información
en que se base. Opinar libremente de todo sin tener información de nada es una facultad
que sólo puede estar al alcance de los preadolescentes o de los tertulianos de los
programa de sobremesa de televisión” (2004: 50).
Tales observaciones pueden servir de guía de conducta a las autores de la
opinión periodística. “Ser a un mismo tiempo el encargado de proteger y aguijonear a la
comunidad es un gran reto, pero es un reto que el periodismo siempre ha reclamado. Es

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un reto al que se puede hacer frente aceptando la obligación de proporcionar a los
miembros de la comunidad no sólo la información y los elementos de juicio que
necesitan, sino el foro en el que puedan comprometerse en el desarrollo de esa misma
comunidad” (Kovach y Rosenstiel, 2003: 197).

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