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03 - Historia del sacramento de la reconciliacion.

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Desarrollo histórico del sacramento de la penitencia


Empezando por la época inmediatamente siguiente a la apostólica, la naturaleza ritual-sacramental
de la penitencia asume contornos cada vez más nítidos. En su itinerario, hay acuerdo en los autores,
se pueden destacar los siguientes períodos:

Período 1° (siglos II al VI), la penitencia canónica;

Período 2° (siglos VII al XII), la penitencia tarifada;

Período 3° (siglo XIII a XX), la penitencia de confesión, época pos-tridentina;

Período 4° (siglo XX) la penitencia de reconciliación, reforma Vaticano II.

De los siglos II al VI: la penitencia canónica.


En este período es cuando se hace más clara, tanto la existencia como la forma y la organización de la
penitencia sacramental que, en esta época, se llama de varias maneras: penitencia, segunda
penitencia, penitencia posbautismal, penitencia canónica, penitencia eclesiástica.

a) Existencia
Los primeros testimonios explícitos que nos han llegado sobre el sacramento de la penitencia nos
presentan este sacramento en un contexto polémico. Mientras que en el cristianismo apostólico la
penitencia era una realidad que progresaba pacíficamente, a la cual ciertamente recurrían los
cristianos, porque no podían negar la existencia del pecado entre sus filas, en el siglo II se convierte
en un hecho traumático para una parte de la Iglesia que, preocupada por las recaídas en el pecado,
de pronto creyó tener que restringir la posibilidad de la penitencia sacramental (cf. “El Pastor” de
Hermas, Tertuliano “ De Paenitentia”).

b) Forma
La penitencia antigua se articulaba en tres momentos:

1° Confesión del pecado, secreta, al obispo o al presbítero encargado. Si este lo consideraba


oportuno, se sometía al pecador a la penitencia canónica. Así se era admitido entre los
penitentes, que junto con los catecúmenos y los fieles formaban las tres clases de personas
de que se componía la Iglesia. Estar incorporado a este orden ya era suficiente signo de
humildad, así que no se requería necesariamente la confesión pública de los pecados,
aunque a veces se daba también ésta práctica.

2° Obras penitenciales, que consistían principalmente en ayunos prolongados y en la


prohibición de comer carne y beber vino; vestido humilde (saco), orar de rodillas, solicitar las
oraciones de los demás durante la liturgia. No podía acceder a la plena comunión hasta que
no llegara a la reconciliación. Si algún penitente se retiraba antes del plazo, que podía durar
desde semanas hasta años, se lo consideraba excomulgado.

3° Reconciliación o paz. Era el rito con el cual, mediante la imposición de manos del obispo y de
todo el clero presente, se daba la remisión de los pecados y la readmisión -de modo visible-

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en el seno de la asamblea eclesial. Los textos estaban reservados al Obispo. Los Presbíteros
podían hacerlo sólo en caso de peligro de muerte.

Desde el siglo IV el rito de la reconciliación tenía lugar durante la mañana del Jueves Santo.

c) Organización
La penitencia se requiere siempre y sólo para las culpas graves, públicas u ocultas. Aunque la Iglesia
nunca aceptó la distinción entre pecados perdonables e imperdonables, siempre conoció la distinción
entre culpas graves y pecados cotidianos. Por lo tanto, conoce también una penitencia ordinaria o
cotidiana, que consiste en hacer cualquier clase de buenas obras (como enseña a menudo, por ej.,
san Agustín) y la penitencia extraordinaria, laboriosa, para las culpas graves.

La penitencia canónica de los siglos II al VIII sólo se puede hacer una vez en la vida (se la consideraba
muy unida al bautismo que también se recibe una vez en la vida) y se retrasa lo más posible (a veces
hasta el fin de la vida), a juicio del obispo. Los penitentes estaban sujetos, además, a prohibiciones o
impedimentos particulares, ya fuera durante el tiempo de la penitencia o después de la
reconciliación. Les estaba prohibido, en efecto, comerciar, asumir cargos públicos, ser admitidos a las
órdenes sagradas, casarse (si aún eran célibes), o tener relaciones conyugales (si ya estaban casados),
etc. En la práctica, era una muerte civil, de la que se podía escapar abrazando la vida monástica (así
en los siglos IV y V). Si alguno volvía a recaer después de haber recibido la reconciliación queda en
estado de penitente hasta la muerte.

Si bien la penitencia canónica era muy rigurosa, al no haber una clara distinción entre pecados graves
y leves, quienes entraban en la orden de penitentes no eran muchos. Y se reservaba esta pena para
pecados muy graves, públicos y notorios 1.

Este mismo rigor, que pretendía levantar la vara de la vida cristiana, en la práctica impulsaba a
muchos a escapar de este sacramento no pidiendo la penitencia, pero al mismo tiempo alejándose de
la Iglesia y de la eucaristía. Permanecían atrapados entre el remordimiento de los pecados y la falta
de coraje para afrontar la penitencia pública. De esta forma, la penitencia canónica, con el
consentimiento de la Iglesia docente se convierte, cada vez más y casi necesariamente, en el
sacramento de los ancianos y de los moribundos.

d) Observaciones sobre la antigua penitencia canónica


Como elementos positivos de esta antigua organización penitencial se pueden destacar, sobre todo:
su lazo con el bautismo, su sentido eclesial y su valor pedagógico.

Pero, por otra parte, en sus aspectos negativos se puede mencionar el alejamiento de muchos fieles
de esta forma de penitencia, el rigor de las obras de penitencia (la pena exterior) versus la gratuidad
del perdón y la invitación a concederlo setenta veces siete, si fuera necesario. La duración e
intensidad de la penitencia pasan a ser consideradas, en vez de signos de la conversión interior, el
precio con que se compraba, un día tras otro, el perdón deseado. No por casualidad, muy pronto se
hablará de tarifa penitencial o de penitencia tarifada.

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En general se reconocen tres pecados muy graves: apostasía, adulterio y homicidio.
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De los siglos VII al Xll: la penitencia tarifada


a) La entrada en vigor
En el siglo VI, junto a la permanencia de la antigua disciplina, ya aparecen síntomas de un cambio
penitencial, en cuanto que hay algunos que ya no aceptan una única penitencia en la vida, sino que
“piden la reconciliación con el presbítero cada vez que lo deseen”. Así, deplorando el hecho como
“execrable pretexto” en el 589, el III Sínodo de Toledo ordena severamente atenerse a la “forma de
los antiguos cánones de la penitencia”.

Pero, poco después, otro sínodo (Chálon-sur-Saóne, Francia, en el 644) se expresa en términos muy
diferentes: “Los obispos están de acuerdo, por unanimidad, en que a los penitentes se les de la
penitencia cada vez que hagan la confesión”.

Esta nueva práctica parece tener su origen en los monasterios celtas y anglosajones. La Iglesia se
organizó en torno a las abadías y la práctica de abrir a otro la propia conciencia era una práctica
común entre los monjes. Son los monjes irlandeses los que difunden esta práctica en el continente.

La hagiografía de la época nos habla de obispos que, aunque sólo en determinados casos, conceden
la reconciliación inmediatamente después de la confesión del pecado, sin imponer ninguna
penitencia ni pública ni privada, sino sólo diciendo, a ejemplo de Cristo: “ No peques más”...

b) Los libros penitenciales


Pero la señal más evidente del desarrollo de la forma privada de la penitencia en los siglos VII-VIII es
la aparición de los libros penitenciales venidos desde Irlanda e Inglaterra. Estos establecen elencos y
listas de pecados, más o menos difundidas y circunstanciales, que llevan anexa la pena
correspondiente que hay que imponer al penitente por cada uno de los pecados (tarifa-tasa), y que
consiste, por lo general, en un cierto número de días, semanas, meses, años de ayuno a pan y agua.

Esta práctica era reiterable y privada. Y el pecador respondía a las preguntas del confesor que se
guiaba por los libros penitenciales. En algunos casos bastaba con la confesión y la recepción de la
pena para estar reconciliado. En otros casos, una vez cumplidas las penitencias se debía volver para
recibir la absolución. Si este regreso era difícil, por cuestiones de salud por ejemplo, se podía recitar
la absolución directamente.

Esta forma de perdón estaba abierta a presbíteros y monjes. Aunque a medida que se hace más
frecuente la práctica, los sacerdotes van asumiendo esta función, mientras el Obispo se reserva la
celebración pública de la reconciliación según la forma antigua que siguió existiendo por un tiempo
en forma simultánea.

El asunto sólo tuvo éxito a medias, y siguieron estando en vigor los libros penitenciales para la
penitencia privada pero se estableció que los pecados públicos y notorios estuvieran sometidos a la
penitencia pública basándose en el principio: “A pecado grave-oculto penitencia secreta, según la
tarifa; a pecado grave-público, penitencia pública, según el sistema antiguo”.

c) Conmutaciones o rescates
Era evidente que la aplicación material de la tarifa prevista para cada pecado podía tener el resultado
de que, al final de una sola confesión, se sumaran muchos años de penitencia. Para evitar
acumulaciones penitenciales, que luego fueran imposibles de practicar, se inventaron las
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conmutaciones o rescates de la penitencia que podían hacerse de varios modos, según cálculos ya
previstos.

 La penitencia de una cierta duración se conmutaba por otra más breve pero más dura;

 Penitencia conmutada-rescatada con dinero: por ej., un año de ayuno se rescataba con 26
sueldos de oro (donados a los pobres o a la Iglesia);

 A esta mayor facilidad se une, sin embargo, la obligación de todos indistintamente de


confesarse tres veces al año (Navidad, Pascua, Pentecostés) para poder comulgar, obligación
que, sin embargo, pocos observan. Ésta es la razón que impulsó al IV Concilio de Letrán
(1215) a imponer como obligación de conciencia la confesión una vez al año. Así que, aquella
penitencia que sólo se concedía una vez en la vida, ahora es obligatoria una vez al año.

 Penitencia conmutada-rescatada con la misa, o sea, haciendo celebrar cierto número de


misas cuyo pago correspondía a la penitencia impuesta;

 Penitencia conmutada-rescatada por medio de otra persona, invocando para ello el precepto
evangélico de llevar unos las cargas de los otros. Esto se prestaba a claros abusos, ya que los
ricos podían tener un montón de gente a su servicio que cumpliera las penitencias en lugar
de ellos, mientras que los pobres debían hacerlos ellos solos 2.

d) Observaciones sobre la penitencia tarifada


Lo positivo de esta forma, es la posibilidad de reiterar el perdón y, por lo tanto, acceder más
fácilmente al sacramento. Lo negativo es la insistencia casi matemática en las penas que, por hacerse
tan difícil su cumplimiento, se pueden conmutar o reducir. En este contexto se destacan sólo dos
momentos: la confesión y reconciliación. Y, dado lo difícil de la expiación, la confesión empieza a ser
el momento determinante, sobre todo por la vergüenza que nunca dejaba de acompañarla. Esta
adquiere tanta importancia que, por sí misma, ya sirve de expiación. En caso de necesidad, de hecho,
la confesión hecha a un laico, que, por supuesto, no tiene el poder de perdonar los pecados, basta de
por sí, por su fuerza de expiación, para obtener el perdón directamente de Dios.

Del siglo XIII a la época postridentina: la penitencia de confesión


Así las cosas, subrayando su valor expiatorio, la importancia de los actos del penitente se concentraba
en la confesión de los pecados. A este se le agregaba un sentido adicional que era la humillación-
vergüenza que había que soportar. Por lo tanto, la concesión del perdón por parte de Dios se atribuía
en su mayor parte a la confesión: La acción de reconciliación (que se va llamando cada vez más
“absolución”), de hecho, era tenida más bien por una especie de “declaración” autoritaria, con la que
el sacerdote confirmaba el perdón alcanzado por parte de Dios. En este contexto de práctica y
pensamiento, la penitencia entra en el período conocido como el momento de la gran teología
escolástica.

Fundamentalmente se plantean dos cuestiones, una relacionada con los actos del pecador y la otra
con la intervención de la Iglesia. La primera, por todo lo dicho, se va concentrando cada vez más en la
confesión de los pecados, mientras que la segunda apunta a la absolución dada por el sacerdote. Lo
que se ha perdido es la dimensión eclesial y comunitaria de todo este proceso.

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Mirar los textos citados por Ramos-Regidor, op. cit. pag. 215.
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Según santo Tomás dar a la absolución un valor puramente declaratorio rompe, en la práctica, la
unidad sacramental, en la cual la acción del hombre no puede ser separada de la de Dios si se quiere
que haya “sacramento”. Usando las categorías de materia y forma, la una exige la otra: la confesión
exige la absolución y la absolución presupone la confesión para formar así una “realidad
sacramental”, llamada “penitencia”.

El Concilio de Trento, influenciado principalmente por el pensamiento de santo Tomás, tiene la


preocupación de dar un cuerpo doctrinal, tanto en este caso como para los demás sacramentos, para
precisar el pensamiento de la Iglesia católica frente a las innovaciones protestantes.

Sintéticamente se resume en los puntos siguientes:

a) La penitencia-conversión siempre fue necesaria para el hombre. Para el cristiano, se convierte


en un sacramento, por la institución de Cristo. Los protestantes, especialmente Calvino y
Lutero negaban, con matices, este sacramento aludiendo que el perdón de los pecados se da
con el bautismo. En esa misma línea interpretan Jn 20, 21-23.

b) Que el sacramento fuera instituido por Cristo se deduce principalmente de Jn 20, 22s:
“Reciban el Espíritu Santo: a quienes les perdonen...”.

c) El sacramento se compone de diferentes partes: una constituida por todos los actos del
penitente, que son la contrición (perfecta o imperfecta) 3, la confesión y la satisfacción; la otra
está constituida por las palabras del ministro, que dice: “yo te absuelvo...”.

d) La confesión es la acusación íntegra, o sea completa, de “todos los pecados mortales” y de las
“circunstancias” que pueden cambiar la especie del pecado. Se la declara necesaria por
derecho divino para todos los que han pecado después del bautismo y como tal, hay que
tenerla por implícita en la misma institución del sacramento de la penitencia. Esta confesión
íntegra se entiende, en términos técnicos, como formal o subjetiva y no material u objetiva,
ya que sería imposible. Esto implica también que quien conscientemente excluye un pecado
grave en su confesión no está dispuesto a la conversión.

e) El carácter público o privado de la confesión no es algo instituido por Cristo sino que es
derecho eclesiástico.

f) La absolución de los pecados confesados no es sólo una declaración de perdón de los


pecados, sino que alcanza su efecto (remisión de los pecados) a modo de acto judicial4, de
modo que puede declarar extinguido el delito y dejar libre al reo “absuelto”.
3
La noción de contrición que maneja el concilio de Trento es la de “dolor del alma y odio del pecado cometido,
con el propósito de no pecar más”. Cuando se habla de atrición se hace referencia a una “contrición imperfecta”
que implica un arrepentimiento aunque sea por miedo a la condenación.

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Vale la pena remarcar este “a modo de acto judicial” ya que por un lado se aclara que es una forma análoga de
entender el tema, pero al mismo tiempo la figura ha hecho un recorrido histórico distinto del pretendido por los
padres conciliares. Recordemos que recién después de la Revolución Francesa se separó el poder judicial del
administrativo. En la época del concilio de Trento, el poder judicial hace referencia a una autoridad que hace
efectivo el perdón (esto tiene relación con la eficacia del sacramento) y que tiene también el poder de pedir una
satisfacción. En este caso se podría entender la función del juez como aquel que concede también el indulto.
(Cfr. Ramos-Regidor, op. cit. pag 271).
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g) La satisfacción que se impone en la penitencia tiene una doble finalidad:

 es aceptación de una pena (sufrimiento-dolor), que debe rescatar del todo o en parte
la pena aún debida por el pecado, cuya culpa ha sido remitida con la absolución;

 es un medio para hacer “más cautos y vigilantes a los pecadores en el futuro,


mientras que contribuye a curar de los malos hábitos inducidos en el alma con el
pecado”.

En el período que siguió al Concilio de Trento la situación teológica del sacramento de la penitencia
no cambia en la práctica, aunque las disputas a propósito de la intensidad de contrición requerida
para una fructífera penitencia fueron muy encendidas. Lo que más resalta en esta época es, sobre
todo, el desarrollo de la pastoral de la Iglesia, que impulsa cada vez más a la confesión, como se la
llamaba. En otras palabras, la confesión frecuente, se convierte en un factor verdaderamente real en
la vida de la Iglesia y, a diferencia de la penitencia antigua, no está reservada ya a los pecados
mortales, sino que se extiende normalmente a todos los pecados, incluido los veniales, que muy a
menudo en las personas devotas son los únicos pecados sometidos al sacramento. Así se crea la
confesión de devoción, considerada por muchos como un gran factor de progreso espiritual, pero
vista también por muchos como una purificación necesaria, antes de acudir a la eucaristía.

Reforma del sacramento en el Concilio Vaticano II: La penitencia de


reconciliación
Ya en los años anteriores al Concilio Vaticano II se notaba una actitud cada vez más crítica con
respecto al sacramento de la penitencia. El asunto fue adquiriendo las dimensiones de un problema
pastoral generalizado que se expresaba, especialmente, en la disminución de la frecuencia de la
confesión en diversos estratos de fieles. Las causas de este hecho son diversas, como por ejemplo:

a) Una cierta conciencia de inutilidad del sacramento, tantas veces repetido, para volver a
confesar los mismos pecados.

b) La falta de una expresión eclesial, a nivel litúrgico, de la penitencia-confesión.

c) La reducción de la confesión a una larga lista de pecados, sin llegar a detectar el o los pecados
que están a la base de esos actos;

d) La concentración en el pecado más que en la misericordia de Dios;

e) La pobreza del rito confesión-absolución, con pérdida de expresión significativa de otros


actos del penitente, etc.

El Concilio Vaticano II no podía ignorar esta crisis. Por lo tanto, el Concilio también para la penitencia
estableció que se procediese a su reforma tanto en el plano del signo como en el del contenido-
significado del sacramento: “Que se revisen el rito y las fórmulas de la penitencia, de modo que
expresen claramente la naturaleza y el efecto del sacramento” (SC 72). Es tanto como decir que el rito
y las fórmulas que entonces tenía el sacramento no expresaban de modo suficiente ni su naturaleza
ni su efecto completo.

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Como esta reforma, a nivel ritual quedó establecida en el Ritual de la penitencia (Paulo VI, Ordo
paenitentiae, 02 de diciembre de 1973), con algunas precisiones posteriores en el nuevo Código de
Derecho Canónico y en el Catecismo de la Iglesia, nos referiremos extensamente a ella en el próximo
punto, dedicado a la celebración del sacramento de la reconciliación..

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