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Miembro correspondiente de la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba.
Doctor en derecho y Ciencias Sociales. Contacto: danielcesano@gmail.com
En la práctica lo más frecuente es que, cuando un interno vea vulnerado un
derecho, directamente efectúe su reclamo por ante el juez de ejecución. Ello así por
cuanto, es frecuente que las peticiones en sede administrativa o directamente no sean
atendidas o lo sean en una medida no acorde las expectativas del penado.
Claro que para que esto sea efectivamente así, es necesario que el agente o
funcionario que actúa como interlocutor del penado tenga una adecuada preparación.
De lo contrario, todo puede transformarse en un recorte arbitrario que terminé en una
intervención meramente formal, que desvirtúe el rol asignado al control
jurisdiccional.
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La comunicación verbal se basa en gran medida en la noción de racionalidad.
La comunicación “es una actividad orientada hacia objetivos, e interpretar un acto
comunicativo equivale a intentar determinar los objetivos comunicativos del
interlocutor” (Blùm – Kulka, 2005: 93/94).
Por una parte, porque quien interviene en este acto – como receptor del
mensaje – no se limita a percibir sino que aprehende desde “su” lugar (Costa –
Mozejko, 2002:29); lo que implica una determinada posición axiológica que puede
llevar a un recorte incorrecto, por tendencioso, del decir del otro.
Pero además debe tenerse en cuenta que los internos – sobre todo aquellos
que presentan una larga prisionización (Santoro, 2008:89 y ss.) o que son
reincidentes – conforman un universo institucional de discurso, cuyas reglas deben
ser comprendidas por el interlocutor; sí es que se quiere alcanzar la finalidad que se
persigue con estas audiencias.
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Por una parte, el interno de por sí posee una visión sobredimensionada de las
posibilidades del control jurisdiccional. Esto se advierte, fácilmente, cuando pretende
que el órgano judicial subrogue a la administración en aspectos que, legalmente, son
competencia de ésta. Por ejemplo: la distribución de los internos dentro de los
distintos pabellones que integran un establecimiento carcelario está determinado por
criterios de técnica penitenciaria, basados – a su vez - en pautas de agrupabilidad
estructuradas sobre perfiles criminológicos. No es posible – a los efectos de un
tratamiento individualizado – alojar a un interno primario con quien es reincidente o
a un criminal sexual con un estafador o a un interno que recién ingresa a la primera
fase del tratamiento con quien ya transita por la última. Pese a que esto es claramente
entendible – por ser una cuestión de sentido común – uno de los reclamos insistentes
de los internos, materializados tanto a través de audiencias como de hábeas corpus –
se vincula con pretensiones tendentes a obtener su reubicación. Tal petición, por
regla, no podrá obtener una respuesta acorde a las pretensiones del penado
sencillamente porque la determinación de ese lugar de alojamiento – basada en tales
pautas – resulta razonable y no vulnera derecho alguno.
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menor estrictez al momento de valorar la queja sino de una brecha entre la pretensión
y su respaldo normativo.
Se dirá, tal vez, que medir expectativas en relación con la sensación que
pueden percibir quienes conforman la comunidad carcelaria respecto a la eficacia del
control judicial no es correcto. No coincidimos con esta apreciación. Las sensaciones
– aún cuando no se correspondan con la realidad – deben ser también atendidas. Y
sostenemos esto porque los internos se caracterizan, de por sí, por una notoria
desconfianza hacia la judicatura porque suelen percibir una asimilación del juez con
las autoridades penitenciarias, sin alcanzar a comprender la necesaria diferenciación
de roles que existe (Salt,2005:464). Por eso es conveniente dar elementos de juicio a
los penados que coadyuven a fortalecer la imagen que éstos poseen con relación al
control. Una cárcel es un mundo intrincado; que se conforma con percepciones,
símbolos, actitudes de los internos y del personal de prisiones, etcétera. Y en este
espacio, cualquier situación de desequilibrio – sea real o percibida – puede conducir
al aumento del descontento y así a un espiral ascendente de descontento que deje la
situación al borde de un motín o revuelta (Matthews, 2003: 113 y ss.).
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Por una parte, es evidente que los agentes y funcionarios judiciales que
tengan a cargo la recepción de esta tarea, deben tener un perfil idóneo, con la
finalidad de que, al realizar esta selección consciente no se frustre la efectividad del
control. Esto exige, de parte de las autoridades, que la provisión de dichos cargos
responda a un proceso de designación que parta de una suerte de protocolo en donde
se evalúen estas aptitudes, destrezas y capacidades específicas en el agente o
funcionario respectivo.
BIBLIOGRAFÍA
Cesano, José Daniel, “Las expectativas respecto del control jurisdiccional”, en José
Daniel Cesano – Fernando Reviriego Picón, Teoría y práctica de los derechos
fundamentales en las prisiones, Ed. B de F, Montevideo – Buenos Aires, 2010, pp.
81/107.
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Matthews, Roger, Pagando tiempo. Una introducción a la sociología del
encarcelamiento, Ediciones Belaterra, Barcelona, 2003.
Ruotolo, Marco, Derechos de los Detenidos y Constitución, Ed. Ad – Hoc, Bs. As.,
2004.
Salt, Marcos G., “La figura del Juez de ejecución penal en América Latina”, en AA.
VV., Estudios sobre justicia penal. Homenaje al Profesor Julio B. J. Maier, Editores
del puerto, Bs. As., 2005.
van Dijk, Teun A., “El discurso como interacción en la sociedad”, en Teun A. van
Dijk (compilador), El discurso como interacción social, Gedisa Editorial, Barcelona,
2005, pp. 19/66.