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Lenguaje, espacio carcelario e instrumentación discursiva

JOSÉ DANIEL CESANO1

El estado de encarcelamiento de una persona por parte del Estado y como


consecuencia de la comisión de un delito, no significa que sus derechos puedan ser
descuidados, sino que las manifestaciones exteriores de esos derechos deben ser
permitidas (Ruotolo, 2004: 101/102) en caso de que no resulten contrarias a la pena
que se ejecuta. Por eso es lícito afirmar que los internos que cumplen una pena
privativa de libertad mantienen, durante la ejecución de la misma, la titularidad de
todos aquellos derechos fundamentales que no se vinculen con su libertad de
abandono del centro carcelario (Pinto de Miranda Rodrigues, 2000:56).

Entre estos derechos, no afectados por la pena, se cuenta el de la libertad de


expresión; derecho subjetivo muy significativo no sólo por cuanto – en su esencia –
no provoca ningún conflicto con la ejecución de la pena sino porque, además, es uno
de los medios más importantes que posee el penado para hacer valer todos aquellos
otros derechos de los que es titular y no se ven afectados por la pena y que, en el
medio carcelario – por sus características (una malentendida relación de sujeción del
interno a la administración) - se pueden ver, indebidamente, conculcados.

La ley de ejecución de la pena privativa de libertad (Nº 24.660) que rige en


nuestro país ha resguardado debidamente este derecho a través de su artículo 67 que
garantiza al interno la posibilidad de presentar peticiones y quejas a la
administración. Como reaseguro de este derecho, el artículo 4º del mismo cuerpo
legal determina la competencia del juez de ejecución para intervenir y resolver
situaciones en donde un interno ha estimado vulnerado algún derecho.

1
Miembro correspondiente de la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba.
Doctor en derecho y Ciencias Sociales. Contacto: danielcesano@gmail.com
En la práctica lo más frecuente es que, cuando un interno vea vulnerado un
derecho, directamente efectúe su reclamo por ante el juez de ejecución. Ello así por
cuanto, es frecuente que las peticiones en sede administrativa o directamente no sean
atendidas o lo sean en una medida no acorde las expectativas del penado.

Los canales de comunicación de los internos con el juzgado de ejecución son


normalmente dos: a) la petición de audiencia en donde se verbaliza una pretensión o
b) la acción de hábeas corpus. En ambos casos, efectuada la petición, el interno es
citado por el juzgado y escuchado por un funcionario o un agente judicial y su
reclamo se vierte en un acta que es suscrita por el interno, por el secretario del
juzgado y por el juez.

¿Qué se instrumenta en estas actas? ¿Cuál es su contenido?

Existen dos posibilidades: a) la primera verter textualmente lo peticionado


por el interno y b) la segunda, realizar una selección consciente de sus
pretensiones, instrumentando sólo aquéllas que pueden ser objeto de consideración
por parte del juzgado.

¿Qué ponderación axiológica nos merece este proceso de selección consciente


que caracteriza a la segunda posibilidad, si la valoramos en cuanto modo en que la
jurisdicción ejerce su cometido? ¿No resultaría más correcto que se instrumente
textualmente y en su integridad todas las pretensiones que comunica el interno?

En nuestra opinión – y esta es la hipótesis que pretendemos someter a


discusión – el proceso selectivo constituye la metodología más adecuada para
instrumentar la petición de los internos.

Claro que para que esto sea efectivamente así, es necesario que el agente o
funcionario que actúa como interlocutor del penado tenga una adecuada preparación.
De lo contrario, todo puede transformarse en un recorte arbitrario que terminé en una
intervención meramente formal, que desvirtúe el rol asignado al control
jurisdiccional.

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La comunicación verbal se basa en gran medida en la noción de racionalidad.
La comunicación “es una actividad orientada hacia objetivos, e interpretar un acto
comunicativo equivale a intentar determinar los objetivos comunicativos del
interlocutor” (Blùm – Kulka, 2005: 93/94).

En ocasiones esto no es sencillo. Y no lo es, por varias razones:

Por una parte, porque quien interviene en este acto – como receptor del
mensaje – no se limita a percibir sino que aprehende desde “su” lugar (Costa –
Mozejko, 2002:29); lo que implica una determinada posición axiológica que puede
llevar a un recorte incorrecto, por tendencioso, del decir del otro.

Pero además debe tenerse en cuenta que los internos – sobre todo aquellos
que presentan una larga prisionización (Santoro, 2008:89 y ss.) o que son
reincidentes – conforman un universo institucional de discurso, cuyas reglas deben
ser comprendidas por el interlocutor; sí es que se quiere alcanzar la finalidad que se
persigue con estas audiencias.

De esta manera visualizamos un doble desafió en el agente que mediatiza el


discurso del interno al instrumentar un acta: a) la necesidad de que se esfuerce en
despojarse de eventuales prejuicios hacia su interlocutor y b) que realice un
tratamiento de las situaciones de habla, como unidades básicas de comunicación, lo
que le exige comprender el conjunto de normas o reglas propias que caracterizan el
discurso de un penado altamente prisionizado o reincidente.

Se podrá decir, válidamente, que sí estamos marcando estos riesgos en el


proceso selectivo, quizá lo más idóneo fuese limitarse a transcribir íntegramente y en
forma textual todas las pretensiones que el interno tenga deseo de formular.

Este razonamiento, sin embargo, muestra un flanco débil: si el interlocutor se


limita a instrumentar cualquier petición, sin un proceso clasificatorio previo, se
termina por debilitar las expectativas de eficacia sobre el control jurisdiccional.
Veamos como opera este proceso:

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Por una parte, el interno de por sí posee una visión sobredimensionada de las
posibilidades del control jurisdiccional. Esto se advierte, fácilmente, cuando pretende
que el órgano judicial subrogue a la administración en aspectos que, legalmente, son
competencia de ésta. Por ejemplo: la distribución de los internos dentro de los
distintos pabellones que integran un establecimiento carcelario está determinado por
criterios de técnica penitenciaria, basados – a su vez - en pautas de agrupabilidad
estructuradas sobre perfiles criminológicos. No es posible – a los efectos de un
tratamiento individualizado – alojar a un interno primario con quien es reincidente o
a un criminal sexual con un estafador o a un interno que recién ingresa a la primera
fase del tratamiento con quien ya transita por la última. Pese a que esto es claramente
entendible – por ser una cuestión de sentido común – uno de los reclamos insistentes
de los internos, materializados tanto a través de audiencias como de hábeas corpus –
se vincula con pretensiones tendentes a obtener su reubicación. Tal petición, por
regla, no podrá obtener una respuesta acorde a las pretensiones del penado
sencillamente porque la determinación de ese lugar de alojamiento – basada en tales
pautas – resulta razonable y no vulnera derecho alguno.

Pero además – y este es otro aspecto central a tener en cuenta - cuando un


interno es escuchado en audiencia, su discurso – sea por las características propias de
una prolongada institucionalización o por otros factores (v.gr. nivel educativo) – se
muestra como caótico o desordenado. Las pretensiones o quejas son variadísimas y,
la gran mayoría de ellas, no tienen un sustento jurídico que la habilite.

Para acreditar cuanto venimos diciendo es suficiente analizar un protocolo de


resoluciones de cualquier juzgado de ejecución penal. Por ejemplo: durante el año en
curso, en el juzgado de ejecución penal nº 1 de la Ciudad de Córdoba, se presentaron
al 30 de julio, 190 hábeas corpus. De ellos sólo fueron declarados procedentes 9; lo
que está demostrando una notoria desproporción entre el nivel de pretensiones y las
conculcaciones de derechos efectivamente verificados. Estos datos se ven
confirmados si se evalúan, comparativamente, las actuaciones de los otros dos
juzgados de esta circunscripción; con lo cual no se trata de un criterio de mayor o

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menor estrictez al momento de valorar la queja sino de una brecha entre la pretensión
y su respaldo normativo.

Evidentemente, en la medida en que no se mediatice selectivamente la


petición del interno – en el sentido de depurar lo razonablemente atendible de lo que
no lo es -, habrá un incremento en la sensación – entre la comunidad carcelaria – de
que el control jurisdiccional no satisface sus expectativas; por cuanto, la mayoría de
sus reclamos, serían descartados. Esta situación se morigeraría si se lograse
canalizar, adecuadamente, las peticiones de los internos y darles respuestas
racionales (negativas o positivas) con relación a los temas que, efectivamente,
resulten atendibles dentro de la esfera de competencia jurisdiccional.

Se dirá, tal vez, que medir expectativas en relación con la sensación que
pueden percibir quienes conforman la comunidad carcelaria respecto a la eficacia del
control judicial no es correcto. No coincidimos con esta apreciación. Las sensaciones
– aún cuando no se correspondan con la realidad – deben ser también atendidas. Y
sostenemos esto porque los internos se caracterizan, de por sí, por una notoria
desconfianza hacia la judicatura porque suelen percibir una asimilación del juez con
las autoridades penitenciarias, sin alcanzar a comprender la necesaria diferenciación
de roles que existe (Salt,2005:464). Por eso es conveniente dar elementos de juicio a
los penados que coadyuven a fortalecer la imagen que éstos poseen con relación al
control. Una cárcel es un mundo intrincado; que se conforma con percepciones,
símbolos, actitudes de los internos y del personal de prisiones, etcétera. Y en este
espacio, cualquier situación de desequilibrio – sea real o percibida – puede conducir
al aumento del descontento y así a un espiral ascendente de descontento que deje la
situación al borde de un motín o revuelta (Matthews, 2003: 113 y ss.).

Insistimos en esto: una selección razonable que canalice la petición se traduce


en una imagen de control acorde a una expectativa que se enmarca dentro de lo
legalmente esperable (Cesano, 2010: 81 y ss.).

Para concluir estimamos necesario realizar dos apreciaciones:

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Por una parte, es evidente que los agentes y funcionarios judiciales que
tengan a cargo la recepción de esta tarea, deben tener un perfil idóneo, con la
finalidad de que, al realizar esta selección consciente no se frustre la efectividad del
control. Esto exige, de parte de las autoridades, que la provisión de dichos cargos
responda a un proceso de designación que parta de una suerte de protocolo en donde
se evalúen estas aptitudes, destrezas y capacidades específicas en el agente o
funcionario respectivo.

Desde otra perspectiva, esta actitud frente al discurso del penado,


indudablemente, representa, en la persona del interlocutor, el ejercicio de poder. Sin
embargo el poder, en sí mismo, no es malo. Hay instancias de realizaciones
aceptables del poder. Lo que es éticamente censurable es el ejercicio ilegítimo del
poder o su abuso (van Dijk, 2005:49). Y las posibilidades de este déficit se aminoran
en la medida de que se capacite a los agentes o funcionarios judiciales para que, al
efectuar esta selección consciente del discurso, no incurra en tales vicios
descalificantes.

BIBLIOGRAFÍA

Blùm – Kulka, Shoshana, “Pragmática del discurso”, en Teun A. van Dijk


(compilador), El discurso como interacción social, Gedisa Editorial, Barcelona,
2005, pp. 67/99.

Cesano, José Daniel, “Las expectativas respecto del control jurisdiccional”, en José
Daniel Cesano – Fernando Reviriego Picón, Teoría y práctica de los derechos
fundamentales en las prisiones, Ed. B de F, Montevideo – Buenos Aires, 2010, pp.
81/107.

Costa, Ricardo Lionel – Mozejko, Danuta Teresa, “Producción discursiva:


diversidad de sujetos”, en Danuta Teresa Mozejko y Ricardo Lionel Costa,
compiladores, Lugares del decir. Competencia social y estrategias discursivas,
Homo sapiens Ediciones, Rosario, 2002, pp. 13/42.

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Matthews, Roger, Pagando tiempo. Una introducción a la sociología del
encarcelamiento, Ediciones Belaterra, Barcelona, 2003.

Pinto de Miranda Rodrigues, Anabela María, “derechos de los reclusos y control


jurisdiccional de la ejecución de la pena de prisión”, en AA. VV., Legalidad
constitucional y relaciones penitenciarias de especial sujeción, Ed. M.J. Bosch, S.
L., Barcelona, 2000, pp. 35/63.

Ruotolo, Marco, Derechos de los Detenidos y Constitución, Ed. Ad – Hoc, Bs. As.,
2004.

Salt, Marcos G., “La figura del Juez de ejecución penal en América Latina”, en AA.
VV., Estudios sobre justicia penal. Homenaje al Profesor Julio B. J. Maier, Editores
del puerto, Bs. As., 2005.

Santoro, Emilio, Cárcel y sociedad liberal, Ed. Temis, Bogotá, 2008.

van Dijk, Teun A., “El discurso como interacción en la sociedad”, en Teun A. van
Dijk (compilador), El discurso como interacción social, Gedisa Editorial, Barcelona,
2005, pp. 19/66.

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