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un culpable
Por Lex -
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En los más de veinte años que llevo defendiendo a todo tipo de acusados en los
tribunales he aprendido que dividir a los acusados en “inocentes y culpables” es
tan simplista como dividir a las personas en “buenas y malas”: hay una rica
escala de grises, también entre los que se sientan en el banquillo de los acusados.
Lea también: Jeremy Bentham: «El common law es ‘derecho para perros’».
Pero este post no trata de los aspectos éticos de la defensa de un culpable, sino
de un problema práctico que también puede plantearse un abogado: ¿cómo
defender a un cliente que, no solo es culpable, sino que además cuenta con
pruebas de cargo tan rotundas que tiene imposible conseguir la absolución?
Lea también: ¿Puede el juez ordenar al condenado leer un libro como regla
de conducta?
A veces, esas pruebas que creemos demoledoras contra nuestro cliente han sido
obtenidas por medios ilícitos o con vulneración de derechos fundamentales […].
Las nulidad de las pruebas se puede pedir en diversos momentos del proceso: al
levantarse el secreto de sumario, durante la instrucción, como cuestión previa al
comenzar el juicio oral, en el recurso de apelación o casación… Y no hay que
desanimarse si la primera vez que se pide se desestima: si de verdad entendemos
que existe nulidad, reiterémoslo en cada fase del procedimiento hasta el final.
El abogado debe valorar con serenidad el caso que se le encomienda (la prueba
de cargo y de descargo, la jurisprudencia aplicable…), y si hay posibilidades
objetivas de obtener una absolución, dejarse la piel en ello. Pero cuando es
objetivo que la sentencia será condenatoria, no podemos jugar al doble o nada
con la libertad de nuestro cliente: habrá que centrarse en conseguir que la
condena sea la menor posible.
En realidad, esta estrategia es válida para casi todos los casos, incluidos aquellos
en que vemos accesible una libre absolución. Con frecuencia –cuando es posible
hacerlo- aconsejo a los clientes consignar el importe de la indemnización en la
cuenta del Juzgado, indicando que es para la reparación del daño. Si felizmente
absuelven a nuestro cliente, el Juzgado le devolverá el dinero; si le condenan,
será para la víctima, pero nuestro cliente verá reducida la duración de su condena
gracias a este atenuante.
Octavo, la conformidad
Dos consejos. Uno, es preferible quedar con el Fiscal días antes a la fecha del
juicio para negociar y cerrar el acuerdo: mi experiencia es que se obtienen
acuerdos más favorables así que negociando en la misma sala de vistas minutos
antes del juicio (y con el Juez escuchando la negociación!!!). Dos, no hay motivo
para esperar a la fase de juicio oral para llegar a una conformidad: habitualmente
será más ventajosa para nuestro cliente la conformidad en fase de instrucción
[…].
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Así pues, sin mayor preámbulo alcanzamos a nuestros nóveles lectores y a los
que no lo son tanto, este breve y sustancioso ensayo.
El destinatario de esta pregunta puede ser un niño o una niña de ocho o nueve
años de edad. El niño se queda con cara de sorpresa y opta rápidamente por una
de las siguientes respuestas: en muchos casos, por un simple movimiento de
hombros, indicativo de que no tiene la menor idea; en otros casos, sabiendo que
así va a dar satisfacción a la familia, se inclina por contestar que él va a ser como
su padre; los más decididos o rebeldes suelen apostar por ser bombero si su padre
es conductor de ambulancia o carpintero si su padre es electricista. El que ha
formulado la pregunta, sea cual sea la respuesta, queda satisfecho porque cree
haberse familiarizado con el niño y aparece como «simpático y cariñoso». Los
padres y familiares del menor valoran divertidos la situación. Y el menor se aleja
indiferente del círculo de esos mayores que hacen preguntas tan incomprensibles.
Pero el hecho cierto es que resulta difícil afirmar que la vocación nazca con el
individuo. Prefiero apuntarme a la idea que la vocación no nace, sino que se
hace. Y esto tiene importancia porque son muchos los jóvenes abogados que se
preguntan si tienen o no vocación suficiente como para comprometer su futuro en
esta actividad profesional. En un principio, parece estar más próximo a sus
planteamientos el preguntarse si la profesión les gusta o no, simplemente y sin
más. Y esto es lógico, ya que, de entrada, lo más razonable es aceptar que los
primeros contactos del joven abogado con el mundo profesional solo pueden
generar, como máximo, cierta satisfacción. De la primera búsqueda de la
jurisprudencia necesaria para formular un escrito judicial no se deriva ninguna
pasión irrefrenable de servir al derecho como abogado. No se descubre a través
de la lectura de una ley procesal una vocación clara y definitiva de asociar la
propia vida al ejercicio profesional de la abogacía.
Con todo, debe defenderse y, en lo menester, advertir que el buen jurista deberá
sentirse vocacionalmente comprometido con su función. Ser abogado es más,
bastante más, que ejercer una profesión: significa estar convencido de que con su
función se colabora con valores fundamentales que delimitan el marco de la
convivencia en libertad. Y, a través de ello, vivir apasionadamente cada caso;
estudiar y conocer el derecho, no desde la asepsia, sino leyendo en cada una de
sus palabras aquello que más y mejor puede servir los intereses que le han sido
confiados.
Esta vocación crece con el ejercicio de la profesión. Una vocación mal servida
profesionalmente no es mucho más que un refugio o una excusa para esconder la
incompetencia. Y una profesión que no se viva vocacionalmente hace del
abogado un mero prescriptor de soluciones teóricas, quizá correctas, pero
normalmente muy alejadas de lo que el cliente precisa. No solo cada cliente es
distinto y por ello merece un trato personal, también cada caso, incluso de un
mismo cliente, es diferente y reclama del abogado la aproximación vocacional al
problema. Es en el terreno de la personalización de la relación cliente abogado,
donde la vocación dotará a la profesión de registros y propuestas que trasciendan
y desborden el estricto contenido de la norma jurídica.
El joven abogado tiene prisa. Quiere ser abogado, en plenitud, rápidamente. Esto
es bueno, es un primer paso. Sin esta inquietud, la vocación se resiste. Podría
incluso decirse que la inquietud es la primera manifestación de la vocación. No
hay nada tan desmoralizador como un joven abogado que viva desde la
indiferencia sus primeros pasos profesionales. Pero también es peligrosa la
excesiva rapidez.
Pero, como hemos dicho, el joven abogado tiene prisa. Quiere sentir la profesión
como algo que le llene, que además de gustarle –desde la distancia– le
identifique, que dé sentido a su realización personal de una manera íntima, plena.
Y es bueno que así sea. Su ambición está justificada y no debería ser defraudada.
Esa es una de las más relevantes servidumbres de los seniors: no basta con
enseñar la profesión, debe desvelarse el cómo vivirla vocacionalmente. Eso
requiere esfuerzo, dedicación y comprensión, así que no hacerlo es una gran
responsabilidad, porque son muchas las vocaciones que se frustran como
consecuencia de la inhibición por parte de muchos abogados experimentados de
su compromiso con la verdadera y auténtica formación de los jóvenes que
colaboran con ellos.
Lea también: ¿Puede el juez ordenar al condenado leer un libro como regla
de conducta?
Muchas profesiones sirven así a sus clientes y dudo que lo puedan hacer sin
vocación. El abogado, en todo caso, no lo podría hacer. Negar esta posibilidad a
un joven abogado es algo muy grave que el sistema no debía permitirse. Y la
pregunta es: ¿a quién corresponde esta responsabilidad y cómo debe
desarrollarla? Hoy por hoy, es una realidad generalmente aceptada que esta
función no corresponde a nuestras facultades y, por ello, no se destinan recursos
ni, en consecuencia, están en condiciones de hacerlo. Se ha abierto
legislativamente todo un nuevo sistema para el acceso profesional que me parece
más preocupado por la formación técnica que por los contornos vocacionales de
la profesión. Es a los propios abogados, dentro de sus despachos, a quienes más
corresponde transmitir a los más jóvenes los elementos y estilos capaces de
desvelar su vocación.
Lea también: ¿Te sientes mal por haberte titulado en una universidad
pequeña o de provincia?
Una sentencia bien seleccionada es una gran aportación y así debe reconocerse.
Al final, el éxito puede depender de ella. Y el joven abogado que la ha localizado
debe saberlo: se le debe valorar su esfuerzo, haciéndole comprender la
complejidad global del tema. Esto puede y debe hacerse. Como también se le
debe explicar por qué no sirve el trabajo que ha realizado o sus errores. Hablar,
dialogar, compartir. Especialmente, deben explicarse los factores perimetrales de
un problema: sus consecuencias y condicionamientos. Todo ello crea interés y en
ellos se descubre la vertiente pasional de la profesión, la importancia del derecho
y la función del abogado. Así nace, se afirma y se desarrolla la vocación.
De hecho, me doy cuenta de que esta invitación a vivir el derecho como una
vocación constituye un motivo muy determinante en mi decisión de escribir este
libro. He vivido apasionadamente el servicio al derecho y me parecía que debía
hacer partícipe de este entusiasmo a los jóvenes abogados que acceden al
ejercicio profesional. Viví el derecho más allá de la norma cuando en España esta
no era la expresión de una convivencia en libertad y aprendimos a usar el derecho
precisamente para construir y recuperar espacios de libertad. Descubrí la
grandeza del derecho cuando en su respeto pudimos construir un estado
democrático como garantía de aquella convivencia en libertad. Y, desde
entonces, profesionalmente, he podido experimentar la satisfacción de avanzar,
desde el derecho y con el derecho, en el desarrollo y el progreso de una sociedad
democrática. Esta percepción del derecho como vocación para fundamentar el
ejercicio de la abogacía es un privilegio que está al alcance de todos los jóvenes
abogados. Otras ambiciones pueden ser más difíciles, pero vivir vocacionalmente
la profesión puede conseguirse.
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Hace unos días se aprobó el formato de “Título de saneamiento de
propiedad” el cual será usado para el procedimiento de regularización de
tracto sucesivo ante Cofopri (Anexo B de la Resolución Directoral N° 030-
2017-COFOPRI/DE). Asimismo, se modificó el formato de “Título de
propiedad gratuito” (Anexo A).
Presentación de la solicitud.
Calificación e inspección tratándose de lotes individuales.
Anotación preventiva.
Notificación de la pretensión.
Diagnóstico técnico y legal.
Elaboración de planos.
Emisión de la resolución e inscripción.
“No debe confundirse el acto con el documento que sirve para probarlo. Puede
subsistir el acto aunque el documento se declare nulo”.
Ejemplo:
3.2. En el caso del título que contiene por regularización de tracto sucesivo, quien
tenga interés puede cuestionar la validez de los negocios jurídicos contenidos en
los documentos presentados por el solicitante, basándose también en cualquiera
de las causales contenidas en el artículo 219 del Código Civil.
Ejemplo:
A = Solicitante
B = Transferente de A
C = Transferente de B
D = Verdadero propietario
Ante ello “D”, como verdadero propietario (u otro con interés), puede demandar
la nulidad del primer documento por falta de manifestación de voluntad en la
creación del negocio jurídico que peste contiene, dado que éste contiene una
declaración que en realidad no ha sido emitida por él. Asimismo puede demandar
la nulidad de los posteriores negocios, por la causal de fin ilícito (si acredita que
la finalidad ha sido despojarlo de su derecho).
Normas: