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Ocho estrategias para defender a

un culpable
Por Lex -

Abril 16, 2016


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Ocho estrategias para defender a un culpable (Imagen: WikiHow).


Siempre nos hemos preguntado si es ético defender a un culpable. No solo los
inocentes tienen derecho a un abogado. Toda persona imputada, independientemente de
su culpabilidad, tiene derecho a recibir asistencia jurídica. El imputado, aun cuando
fuera culpable, tiene derecho a que su abogado defienda sus intereses para que a este se
le imponga una pena adecuada y no una arbitraria y prevaricadora, siempre que se le
haya juzgado con todas las garantías del debido proceso, sin “guantánamos” de por
medio. En ese sentido, compartimos ocho estrategias de las diez que ha preparado José
María de Pablo Hermida para defender con éxito a un culpable, y por supuesto, a un
inocente.

En los más de veinte años que llevo defendiendo a todo tipo de acusados en los
tribunales he aprendido que dividir a los acusados en “inocentes y culpables” es
tan simplista como dividir a las personas en “buenas y malas”: hay una rica
escala de grises, también entre los que se sientan en el banquillo de los acusados.

Lea también: Jeremy Bentham: «El common law es ‘derecho para perros’».

Lea también: Ramiro Salinas cuestiona el proceso inmediato en quince


minutos.

Pero este post no trata de los aspectos éticos de la defensa de un culpable, sino
de un problema práctico que también puede plantearse un abogado: ¿cómo
defender a un cliente que, no solo es culpable, sino que además cuenta con
pruebas de cargo tan rotundas que tiene imposible conseguir la absolución?

Lea también: ¿Puede el juez ordenar al condenado leer un libro como regla
de conducta?

Primero, estudiar la prescripción

La prescripción es siempre lo primero que hay que comprobar (sea o no sea


culpable el cliente) al asumir una nueva defensa. Muchas veces, por la
complejidad de la investigación, la demora de la víctima en denunciar, o la
lentitud del juzgado en cuestión, el tiempo transcurrido desde la comisión del
delito hasta que el procedimiento se dirige contra el culpable supera los plazos
del […] del Código Penal, y nos bastará alegar la prescripción para salvar a
nuestro cliente de la temida condena.

Lea también: Razones político criminales del proceso inmediato y su


aplicación en el Perú: una discusión actual.

Segundo, pedir la nulidad de las pruebas de cargo

A veces, esas pruebas que creemos demoledoras contra nuestro cliente han sido
obtenidas por medios ilícitos o con vulneración de derechos fundamentales […].

Las nulidad de las pruebas se puede pedir en diversos momentos del proceso: al
levantarse el secreto de sumario, durante la instrucción, como cuestión previa al
comenzar el juicio oral, en el recurso de apelación o casación… Y no hay que
desanimarse si la primera vez que se pide se desestima: si de verdad entendemos
que existe nulidad, reiterémoslo en cada fase del procedimiento hasta el final.

Lea también: César San Martín analiza exhaustivamente el proceso


inmediato (mal llamado proceso de flagrancia).

Tercero, la mediación y la negociación

A veces el cliente que ha cometido un delito no está imputado todavía, pero


acude a nosotros porque ha recibido un burofax de la víctima advirtiéndole de
acciones penales.

En estos casos el abogado debe utilizar sus habilidades negociadoras y su


capacidad de convicción para evitar al cliente un procedimiento penal. Y
doblemente: por un lado, para llegar a un acuerdo justo con la parte contraria
(que si de verdad ha sufrido un delito tiene derecho a ser resarcido) que evite la
interposición de querella, y por otro, para convencer a nuestro cliente de que –
aunque el orgullo le dicte otra cosa- es mejor un buen acuerdo que la posibilidad
de terminar en prisión. Defender los intereses del cliente empieza muchas veces
por convencer al obcecado cliente de cuáles son de verdad sus intereses […].

Lea también: Corte Suprema establece doctrina jurisprudencial sobre la


prórroga de la investigación preparatoria.

Cuarto, ser realistas y no obcecarse con una imposible absolución

Un vicio típico en abogados principiantes (y a veces no tan principiantes)


consiste en perder la perspectiva, dejarse llevar por un excesivo optimismo, y
convencer al cliente de que su caso está ganado cuando no es así.

El abogado debe valorar con serenidad el caso que se le encomienda (la prueba
de cargo y de descargo, la jurisprudencia aplicable…), y si hay posibilidades
objetivas de obtener una absolución, dejarse la piel en ello. Pero cuando es
objetivo que la sentencia será condenatoria, no podemos jugar al doble o nada
con la libertad de nuestro cliente: habrá que centrarse en conseguir que la
condena sea la menor posible.

Algunas fórmulas eficaces para, al menos, reducir notablemente la duración de


una inevitable condena, son las estrategias quinta a novena que describo a
continuación:

Lea también: Corte Suprema: «Mostrar imágenes pornográficas a menores


de 14 a 18 años de edad no es “justiciable penalmente”».

Quinto, la confesión y la colaboración con la justicia

Puede ocurrir que nuestro cliente acuda a nosotros antes de su imputación,


porque sabe que va a ser imputado próximamente. El cliente ha cometido un
delito, la investigación está a punto de alcanzarle, y por los datos que tenemos su
condena va a ser inevitable.
En ese caso, puede ser conveniente acudir inmediatamente al Juzgado […] a
presentar un escrito confesando el delito. De este modo, nuestro cliente podrá
beneficiarse de la atenuante de confesión […] para reducir la condena.

Lea también: Corte Suprema: Establecen doctrina jurisprudencial sobre


audiencia, motivación y elementos de la prisión preventiva.

Pero ojo: la confesión debe prestarse antes de que el procedimiento se dirija


contra nuestro cliente, de lo contrario no habrá atenuante. Además, la confesión
debe ser completa (si nos guardamos datos y nos descubren, adiós atenuante) y
sincera (si nuestro cliente falta a la verdad en algún punto esencial, también
perderá la atenuante).

Si además de confesar prestamos una útil colaboración con la investigación


(aportando documentación, etc) podríamos conseguir que la confesión se
considere como atenuante muy cualificada, o incluso que se aprecie una nueva
atenuante analógica […].

Lea también: Corte Suprema: el proceso penal de revisión y la imparcialidad.

Sexto, la reparación del daño

Otro medio sencillo para rebajar la pena con un atenuante es proceder a la


reparación del daño, esto es: indemnizar a la víctima antes del juicio […].

En realidad, esta estrategia es válida para casi todos los casos, incluidos aquellos
en que vemos accesible una libre absolución. Con frecuencia –cuando es posible
hacerlo- aconsejo a los clientes consignar el importe de la indemnización en la
cuenta del Juzgado, indicando que es para la reparación del daño. Si felizmente
absuelven a nuestro cliente, el Juzgado le devolverá el dinero; si le condenan,
será para la víctima, pero nuestro cliente verá reducida la duración de su condena
gracias a este atenuante.

Queda muy bien, en trámite de conclusiones, explicar al Juez lo honrado que es


nuestro cliente que, a pesar de estar convencido de su inocencia, consigna el
importe de la posible indemnización para no dejar desamparada a la víctima en
caso de que el Juzgado entienda que ha cometido un delito.

Lea también: Celis Mendoza: «El proceso inmediato es el nuevo medio de


coacción para someterse a la terminación anticipada».

Séptimo, las dilaciones indebidas

Cada vez es más extraño encontrar un procedimiento penal que finalice en un


plazo razonable, así que la norma habitual debe ser pedir la aplicación de esta
atenuante […].

Octavo, la conformidad

En muchos casos será conveniente acordar con el Fiscal (y en su caso, con la


acusación) un acuerdo de conformidad y aceptar una pena menor a la que
pensamos que podría recaer en caso de celebrarse el juicio.

Dos consejos. Uno, es preferible quedar con el Fiscal días antes a la fecha del
juicio para negociar y cerrar el acuerdo: mi experiencia es que se obtienen
acuerdos más favorables así que negociando en la misma sala de vistas minutos
antes del juicio (y con el Juez escuchando la negociación!!!). Dos, no hay motivo
para esperar a la fase de juicio oral para llegar a una conformidad: habitualmente
será más ventajosa para nuestro cliente la conformidad en fase de instrucción
[…].

Ser abogado es más, bastante


más, que ejercer una profesión
Por Lex -

Enero 24, 2017


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Con el transcurrir de los años, quienes ejercemos la abogacía en sus distintas


vertientes, estamos tan imbuidos en los quehaceres cotidianos, que la pátina
del tiempo va cubriendo nuestras expectativas iniciales, aquello que nos llevó
a elegir esta carrera tan diversa, incomprendida por algunos, fustigada por
otros. Pero más allá del estereotipo social del abogado (en el que se nos pinta
como seres hedonistas y frívolos), quienes lo ejercemos sabemos que hay
mucha nobleza e hidalguía en ella, porque nuestra esencia es la defensa de los
derechos.

El siguiente ensayo es del reconocido abogado y político Miguel Roca


Junyent, publicado en su libro «Sí, abogado. Lo que no aprendí en la
Facultad», publicado por la editorial Crítica. Allí el autor describe con gran
exactitud la formación de la vocación de los abogados, y orienta a quienes se
hallan transitando por la crucial decisión de estudiar derecho; pero este texto
también nos recuerda a quienes ya ejercemos esta profesión, su importancia y
valía.

Así pues, sin mayor preámbulo alcanzamos a nuestros nóveles lectores y a los
que no lo son tanto, este breve y sustancioso ensayo.

Y tú, ¿qué quieres ser cuando seas mayor?

El destinatario de esta pregunta puede ser un niño o una niña de ocho o nueve
años de edad. El niño se queda con cara de sorpresa y opta rápidamente por una
de las siguientes respuestas: en muchos casos, por un simple movimiento de
hombros, indicativo de que no tiene la menor idea; en otros casos, sabiendo que
así va a dar satisfacción a la familia, se inclina por contestar que él va a ser como
su padre; los más decididos o rebeldes suelen apostar por ser bombero si su padre
es conductor de ambulancia o carpintero si su padre es electricista. El que ha
formulado la pregunta, sea cual sea la respuesta, queda satisfecho porque cree
haberse familiarizado con el niño y aparece como «simpático y cariñoso». Los
padres y familiares del menor valoran divertidos la situación. Y el menor se aleja
indiferente del círculo de esos mayores que hacen preguntas tan incomprensibles.

Ciertamente, en algunos casos, algunos mayores destacan con satisfacción que


ellos, desde pequeños, sabían lo que querían ser. «¡Siempre tuve claro que yo
sería abogado!» Pues bien, felicidades, pero resulta poco creíble. Podría
aceptarse que la persona, por las características que rodean la formación de su
personalidad, pueda tener mayor aptitud o sensibilidad para un tipo de estudio.
En la actualidad, los sistemas educativos suelen requerir de los alumnos, a una
temprana edad –demasiada, a mi entender– la opción entre una línea de
formación más humanista o más científica. Esta es una decisión que suele
condicionar el futuro de muchos jóvenes que han tomado su opción por razones
que, en ocasiones, no están conformes con sus aptitudes.
Lea también: Revisa aquí el Cuadro de Valores de los aranceles judiciales
para el año judicial 2017

Pero el hecho cierto es que resulta difícil afirmar que la vocación nazca con el
individuo. Prefiero apuntarme a la idea que la vocación no nace, sino que se
hace. Y esto tiene importancia porque son muchos los jóvenes abogados que se
preguntan si tienen o no vocación suficiente como para comprometer su futuro en
esta actividad profesional. En un principio, parece estar más próximo a sus
planteamientos el preguntarse si la profesión les gusta o no, simplemente y sin
más. Y esto es lógico, ya que, de entrada, lo más razonable es aceptar que los
primeros contactos del joven abogado con el mundo profesional solo pueden
generar, como máximo, cierta satisfacción. De la primera búsqueda de la
jurisprudencia necesaria para formular un escrito judicial no se deriva ninguna
pasión irrefrenable de servir al derecho como abogado. No se descubre a través
de la lectura de una ley procesal una vocación clara y definitiva de asociar la
propia vida al ejercicio profesional de la abogacía.

Con todo, debe defenderse y, en lo menester, advertir que el buen jurista deberá
sentirse vocacionalmente comprometido con su función. Ser abogado es más,
bastante más, que ejercer una profesión: significa estar convencido de que con su
función se colabora con valores fundamentales que delimitan el marco de la
convivencia en libertad. Y, a través de ello, vivir apasionadamente cada caso;
estudiar y conocer el derecho, no desde la asepsia, sino leyendo en cada una de
sus palabras aquello que más y mejor puede servir los intereses que le han sido
confiados.

Lea también: La tarea del jurista, hoy

Esta vocación crece con el ejercicio de la profesión. Una vocación mal servida
profesionalmente no es mucho más que un refugio o una excusa para esconder la
incompetencia. Y una profesión que no se viva vocacionalmente hace del
abogado un mero prescriptor de soluciones teóricas, quizá correctas, pero
normalmente muy alejadas de lo que el cliente precisa. No solo cada cliente es
distinto y por ello merece un trato personal, también cada caso, incluso de un
mismo cliente, es diferente y reclama del abogado la aproximación vocacional al
problema. Es en el terreno de la personalización de la relación cliente abogado,
donde la vocación dotará a la profesión de registros y propuestas que trasciendan
y desborden el estricto contenido de la norma jurídica.

La vocación se descubre poco a poco. Progresivamente, con el conocimiento de


la profesión, la vocación se va desvelando, arraiga en la personalidad del
abogado. El «gustar o no gustar» se va sustituyendo por el «disfrutar», por la
satisfacción de encontrar el argumento que se resistía, por saber trasladar la
doctrina asentada sobre un caso a otro para el que no estaba pensada, pero que se
«descubre» que tiene la misma razón de ser. Penetrar en el derecho, leyendo su
espíritu, comprender el porqué de la norma y cómo someterla o encajarla en el
conjunto del ordenamiento jurídico. Aplicar a lo más especial y específico las
bases de los principios más generales del derecho. Poco a poco, todo resulta
apasionante.

Lea también: ¿Cómo dar el salto de abogado a jurista?

No se trata de ganar o perder. Se trata de «construir» tu propia doctrina


interpretar la norma desde una visión propia, de comprender los vericuetos del
sistema y valorar sus lagunas como un espacio propicio para la propia creación.
Se trata de disfrutar cuando se descubre que el caso que te ocupa no es ni
convencional ni de libro ni habitual, sino que este es anómalo, complicado, casi
insólito. Y que, además, tiene escasa o contradictoria regulación o incluso carece
de ella. Todo esto resulta apasionante y es aquí donde la vocación da altura a la
profesión.

En la actualidad, este comportamiento vocacional tiene un amplio campo donde


desarrollarse. Por un lado, la rapidez del cambio social a menudo otorga escasa y
corta vigencia a la norma jurídica. Lo que se legisló hace pocos años puede –
incluso debe– modificarse hoy; todo va muy rápido y el derecho también. Por el
contrario, la administración de justicia no se libera de una lentitud que perjudica
y erosiona su eficacia y credibilidad, pero además, representa que cuando se dicta
sentencia definitiva interpretando determinada norma, esta puede haber sido
derogada o modificada una o más veces. Así, la jurisprudencia presta escasa
ayuda para la interpretación de la norma: esta es tan rápida y la jurisprudencia tan
lenta que será el abogado el que, desde su conocimiento, habrá de «crear» esta
interpretación. El abogado puede acercarse a la norma sin filtros: no hay doctrina
ni jurisprudencia que pueda acompañarle en esta función. Aquí es donde la
vocación alimenta la profesión, donde el abogado «construye», «teoriza» y puede
contribuir al derecho desde su libertad creativa, acorde con un modelo coherente
de armónica integración con el sistema jurídico.

Lea también: Antonio Gómez, el jurista endeudado

Pero ¿cuándo podré sentir todo esto?

El joven abogado tiene prisa. Quiere ser abogado, en plenitud, rápidamente. Esto
es bueno, es un primer paso. Sin esta inquietud, la vocación se resiste. Podría
incluso decirse que la inquietud es la primera manifestación de la vocación. No
hay nada tan desmoralizador como un joven abogado que viva desde la
indiferencia sus primeros pasos profesionales. Pero también es peligrosa la
excesiva rapidez.

La construcción de una vocación requiere tiempo y humildad. Tiempo para


aprender y comprender; humildad para leer en los errores la oportunidad de
rectificarlos.

Pero, como hemos dicho, el joven abogado tiene prisa. Quiere sentir la profesión
como algo que le llene, que además de gustarle –desde la distancia– le
identifique, que dé sentido a su realización personal de una manera íntima, plena.
Y es bueno que así sea. Su ambición está justificada y no debería ser defraudada.
Esa es una de las más relevantes servidumbres de los seniors: no basta con
enseñar la profesión, debe desvelarse el cómo vivirla vocacionalmente. Eso
requiere esfuerzo, dedicación y comprensión, así que no hacerlo es una gran
responsabilidad, porque son muchas las vocaciones que se frustran como
consecuencia de la inhibición por parte de muchos abogados experimentados de
su compromiso con la verdadera y auténtica formación de los jóvenes que
colaboran con ellos.

Lea también: ¿Puede el juez ordenar al condenado leer un libro como regla
de conducta?

No se puede ser un buen abogado si no se sirve la profesión desde una fuerte


vocación por el derecho. Estoy convencido de que nadie, seriamente, discutiría
esta conclusión. El abogado no es un técnico especialista; puede serlo y los hay,
pero no cabe atribuirles ningún compromiso especial de servicio a la causa del
derecho en nuestra sociedad. Son buenos profesionales, incluso podrán ser
eficaces en la defensa de los intereses que les han sido confiados pero su función
vive alejada de los valores que a los abogados corresponde defender, desde el
derecho, al servicio del orden jurídico que delimita y llena de contenido a un
régimen de libertad.

El abogado vocacional está comprometido en desvelar la vocación de jóvenes


abogados. Profesionalmente, la enseñanza de las técnicas jurídicas puede ser
suficiente, pero formar abogados es otra cosa: es, fundamentalmente, despertar
en ellos la vocación por el derecho. Esta obligación debe configurarse como una
exigencia del joven abogado respecto de los despachos que asuman la
responsabilidad de iniciarle en sus primeros pasos profesionales. Puede ser que,
en algunos supuestos, esta responsabilidad no quiera asumirse y ello sería
perfectamente aceptable. Pero debería saberse y decirse: «Aquí usted aprenderá
la profesión, pero su vocación deberá buscársela usted por su cuenta». Es
aceptable o, mejor dicho, es claro y no engañoso, pero ello limita las expectativas
del joven profesional.

Lea también: Locuciones latinas y aforismos usados por ilustres juristas en


sus principales obras

Intentar servir vocacionalmente la profesión no es una cuestión menor. La


profesión va a requerir muchas horas, muchos esfuerzos y más de un disgusto. A
sus exigencias se sacrificarán aficiones, familia, descanso y oportunidades. Si
estos costes solo se asumen desde el estímulo de la contraprestación económica,
no habrá grandeza en la función. Debe haber algo más: el vivir como propio el
problema, el saber que en su solución has dejado mucho de ti mismo, que en el
caso has aportado tus conocimientos y tu ingenio y que has arriesgado en ello. En
suma, que no habrías sabido hacerlo mejor para ti mismo. Es importante estar
convencido que lo que has hecho valía la pena, porque para tu cliente era
importante; que has ganado o ratificado su confianza; que defender un caso
pequeño es dar sentido al valor de la justicia, y que contribuir a una gran
operación es hacer del derecho un motor del progreso.

Muchas profesiones sirven así a sus clientes y dudo que lo puedan hacer sin
vocación. El abogado, en todo caso, no lo podría hacer. Negar esta posibilidad a
un joven abogado es algo muy grave que el sistema no debía permitirse. Y la
pregunta es: ¿a quién corresponde esta responsabilidad y cómo debe
desarrollarla? Hoy por hoy, es una realidad generalmente aceptada que esta
función no corresponde a nuestras facultades y, por ello, no se destinan recursos
ni, en consecuencia, están en condiciones de hacerlo. Se ha abierto
legislativamente todo un nuevo sistema para el acceso profesional que me parece
más preocupado por la formación técnica que por los contornos vocacionales de
la profesión. Es a los propios abogados, dentro de sus despachos, a quienes más
corresponde transmitir a los más jóvenes los elementos y estilos capaces de
desvelar su vocación.

Lea también: ¿Te sientes mal por haberte titulado en una universidad
pequeña o de provincia?

¿Cómo? El joven abogado debe aprender a trabajar en equipo y debe permitírsele


hacerlo. Normalmente, a través de su participación puntual en un tema, no llega a
percibir la importancia del mismo en toda su complejidad. Su intervención le
resulta falta de todo tipo de interés, la estima casi anecdótica, irrelevante. No
valora su gestión en un registro, su búsqueda en los anales de jurisprudencia ni
una consulta concreta sobre derecho comparado. El asunto no lo vive como suyo,
lo vive desde la distancia. Todo ello puede corregirse haciéndole sentir que forma
parte del equipo, viviendo con él los avances, los retrocesos, las dificultades, las
soluciones. Esto genera entusiasmo y así se describe vocacionalmente la pasión
por el derecho.

El joven abogado llamado a resolver un asunto de poca cuantía debe comprender


que para el cliente no lo es. Que este puede ser el asunto de su vida y que de la
intervención del abogado puede depender el futuro de dicho cliente. No hay
asunto pequeño, porque el derecho está tan en juego en ese como en otro de
mucha más cuantía. El joven abogado debe vivirlo como su problema y el equipo
debe valorarlo como si en ello se jugara el prestigio del despacho.

Lea también: Manuel Atienza: «Los juristas deben ser ‘zorizos’»

Una sentencia bien seleccionada es una gran aportación y así debe reconocerse.
Al final, el éxito puede depender de ella. Y el joven abogado que la ha localizado
debe saberlo: se le debe valorar su esfuerzo, haciéndole comprender la
complejidad global del tema. Esto puede y debe hacerse. Como también se le
debe explicar por qué no sirve el trabajo que ha realizado o sus errores. Hablar,
dialogar, compartir. Especialmente, deben explicarse los factores perimetrales de
un problema: sus consecuencias y condicionamientos. Todo ello crea interés y en
ellos se descubre la vertiente pasional de la profesión, la importancia del derecho
y la función del abogado. Así nace, se afirma y se desarrolla la vocación.

Pero esta se sirve desde la calidad profesional, desde la autoexigencia. Al final, la


vocación comporta, sin más, hacerlo bien. Muy a menudo la satisfacción se
encuentra en el trabajo bien hecho. Antes de conocer su eficacia o el resultado
del pleito, no haber dormido durante dos días seguidos, absorto y entregado a la
redacción de un contrato o de un recurso del que te sientes satisfecho, vale la
pena. Así, la vocación estimula el compromiso, te exige más. Sin ello, desde la
rutina conformada en «salvar» los trámites, es difícil –prácticamente imposible–
vivir vocacionalmente la profesión.

Efectivamente, la calidad –buscarla como mínimo acompaña la vocación. Y ello


tiene un claro sentido. Los valores de la convivencia reclaman del abogado un
plus especial. No se trata, simplemente, de respetar la norma como cualquier
ciudadano; en su caso, el abogado, además, debe construir a su amparo. Este
debe respetar el derecho para buscar la seguridad jurídica, para garantizarla y
hacerla posible; debe dar vida a los contratos que consagran la autonomía de la
libertad individual, sin transgredir los derechos colectivos. El abogado construye
la convivencia; no solo él, ciertamente, pero participa de manera destacada en
esta actividad.

Lea también: ¿Deben los jueces dictar clases de derecho?

En los diversos órdenes del derecho y ante todo tipo de instancias y


jurisdicciones, el abogado llena de contenido el marco de la convivencia. Es su
garantía primera; sin perjuicio de la función que a jueces y magistrados
corresponde, el abogado tiene la aplicación inmediata del derecho como su
principal responsabilidad. Por ello, no me cansaré de repetir que la abogacía es
más que el ejercicio de una profesión. Es contribuir a hacer realidad la gran
conquista del estado de derecho.

De hecho, me doy cuenta de que esta invitación a vivir el derecho como una
vocación constituye un motivo muy determinante en mi decisión de escribir este
libro. He vivido apasionadamente el servicio al derecho y me parecía que debía
hacer partícipe de este entusiasmo a los jóvenes abogados que acceden al
ejercicio profesional. Viví el derecho más allá de la norma cuando en España esta
no era la expresión de una convivencia en libertad y aprendimos a usar el derecho
precisamente para construir y recuperar espacios de libertad. Descubrí la
grandeza del derecho cuando en su respeto pudimos construir un estado
democrático como garantía de aquella convivencia en libertad. Y, desde
entonces, profesionalmente, he podido experimentar la satisfacción de avanzar,
desde el derecho y con el derecho, en el desarrollo y el progreso de una sociedad
democrática. Esta percepción del derecho como vocación para fundamentar el
ejercicio de la abogacía es un privilegio que está al alcance de todos los jóvenes
abogados. Otras ambiciones pueden ser más difíciles, pero vivir vocacionalmente
la profesión puede conseguirse.

Lea también: ¿La importancia del latín para el mundo jurídico?


Seguro que ello requiere esfuerzos de todos: universidades, colegios
profesionales y abogados con experiencia. Pero puede conseguirse si los jóvenes
abogados asumen también su reto: autoexigencia, calidad, conocer y comprender
el alcance de su función y buscar en ella su satisfacción. La degradación de la
abogacía a un empleo más no beneficia a la convivencia en libertad. Antes al
contrario, debilita la eficacia del ordenamiento jurídico, perjudica la garantía de
los derechos de todos y castiga a los jóvenes abogados al restringirles la
posibilidad de vivir su profesión como una gran y apasionante vocación de
servicio al derecho.

Fuente: Miquel Roca Junyent, «Sí, abogado. Lo que no aprendí en la Facultad»,


Barcelona: Crítica, pp. 37-46

La nulidad de los títulos


otorgados por Cofopri
Por Mitchel Torres -

Febrero 10, 2017


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Hace unos días se aprobó el formato de “Título de saneamiento de
propiedad” el cual será usado para el procedimiento de regularización de
tracto sucesivo ante Cofopri (Anexo B de la Resolución Directoral N° 030-
2017-COFOPRI/DE). Asimismo, se modificó el formato de “Título de
propiedad gratuito” (Anexo A).

Lea también: COFOPRI: Descargue aquí el nuevo formato de «título de


saneamiento de propiedad»

A propósito de ello, en el presente trabajo analizamos las facultades


de Cofopri para el saneamiento de propiedad, los procedimientos para lograr la
titulación, y formulamos desde un punto lógico normativo, una propuesta para
alcanzar en un proceso civil la nulidad de dichos títulos.

Lea también: Conoce cómo funciona el servicio de inmovilización temporal


de partidas en el registro de predios

FACULTADES DE COFOPRI Y LOS PROCEDIMIENTOS DE


TITULACIÓN A SU CARGO
Mediante Decreto Legislativo N° 803 (modificada luego por Ley Nº 27046) se
creó la Comisión de Formalización de la Propiedad Informal (artículo 2 del D.S.
N° 009-99-MTC), como organismo rector máximo encargado de diseñar y
ejecutar de manera integral, comprensiva y rápida un Programa de Formalización
de la Propiedad y de su mantenimiento dentro de la formalidad a nivel nacional.

Lea también: ¿Cómo se regulaba la propiedad inmueble antiguamente?

El 17/03/2006 se publicó la Ley N° 28687, en cuyo artículo 4.1 se estableció


que las Municipalidades Provinciales asumirían de manera exclusiva y
excluyente la competencia correspondiente a la formalización de propiedad
informal hasta la inscripción de títulos de propiedad; estableciendo en su artículo
8 que el procedimiento para dicha formalización constaba de los siguientes
pasos/etapas:

1. Toma de competencia de posesiones informales.


2. Identificación y reconocimiento de la posesión, ocupación, tenencia y titularidad
de terrenos.
3. Aprobación de planos.
4. Empadronamiento de los ocupantes de las posesiones informales e identificación
de los lotes vacío.
5. Entrega de títulos de propiedad.

Y precisando en su artículo 11 que los procedimientos administrativos de


declaración de propiedad previstos los párrafos primero y tercero del artículo 11
del D.S. N° 009-99-MTC, son:

1. Por prescripción adquisitiva de dominio.


2. Por regularización del tracto sucesivo.

Siendo los requisitos de cada procedimiento, los señalados en los Capítulos 2 y 3


del Título IV del D.S. N° 006-2006-VIVIENDA (Reglamento del Título I de
la Ley N° 28687); es decir, los siguientes:

Para la declaración por prescripción adquisitiva (artículo 58)


 Ejercer la posesión continua y sin interrupciones por un plazo de diez años o
más años.
 Ejercer la posesión pacífica.
 Ejercer la posesión en forma pública.
 Ejercer la posesión como propietario.

Para la declaración por regularización del tracto sucesivo (artículo 90)

 Presentación de la solicitud.
 Calificación e inspección tratándose de lotes individuales.
 Anotación preventiva.
 Notificación de la pretensión.
 Diagnóstico técnico y legal.
 Elaboración de planos.
 Emisión de la resolución e inscripción.

Lea también: Casación 11026-2014, Piura: Personas jurídicas pueden


adquirir bien por prescripción adquisitiva de dominio

Asimismo, en el artículo 92 se estableció -para este segundo procedimiento- que


a lasolicitud se debe acompañar: 1) Documentos que acrediten la cadena
ininterrumpida de transferencias del propietario registrado al propietario
actual. 2) Documentos que acrediten el error de cálculo de los antecedentes
gráficos del predio matriz.

El 02/12/2006 se publicó la Ley N° 28923, que estableció un régimen temporal


de formalización a cargo de COFOPRI por tres años (plazo ampliado en el 2009
por la Ley Nº 29320 y en el 2011 por la Ley Nº 29802), y en cuyo artículo
4 precisó que mientras exista Convenio de Delegación de las municipalidades
provinciales, COFOPRI llevaría a cabo los (dos) procedimientos de declaración
de propiedad a que se refiere el artículo 11 de la Ley Nº 28687 (Véase: Decreto
Supremo N° 030-2008-VIVIENDA).

CONTENIDO DE LOS TÍTULOS OTORGADOS POR COFOPRI


Lea también. Todo lo que debes saber sobre la posesión en el ordenamiento
peruano (parte I)

El título otorgado por Cofopri, no constituye un negocio jurídico sino un


documento que sirve para probar la existencia de éste o una situación de hecho
(la posesión). Hay que tener en cuenta que el artículo 225 del Código Civil
efectúa esta distinción, en los siguientes términos:

“No debe confundirse el acto con el documento que sirve para probarlo. Puede
subsistir el acto aunque el documento se declare nulo”.

El documento viene a ser el continente y el negocio jurídico el contenido. Los


requisitos de validez del negocio jurídico se encuentran regulados en el artículo
140 del Código Civil, mientras que los requisitos del documento, entendido aquí
como formalidad, varían dependiendo de su naturaleza. No hay que confundir la
naturaleza del documento (por ejemplo: privado o público) con el tipo de
formalidad del negocio jurídico (ad probationem o ad solemnitatem).

 En el caso del procedimiento de declaración de propiedad por prescripción


adquisitiva de dominio, para la obtención de su título, el solicitante no acredita
la existencia de un negocio jurídico, sino una situación de hecho: el ejercicio de
la posesión, pacífica, pública y continua sobre un determinado bien.
 En el caso del procedimiento de declaración de propiedad por regularización de
tracto sucesivo, para la obtención de su título, el solicitante debe acreditar
la existencia de negocios jurídicos anteriores al suyo, contenidos en documentos
de diversa naturaleza, sin analizar su validez. Aquí, la verificación del ejercicio
de la posesión no es relevante.

Lea también: Todo lo que debes saber sobre la posesión en el ordenamiento


peruano (parte II)

CUESTIONAMIENTO DEL CONTENIDO DE LOS TÍTULOS


OTORGADOS POR COFOPRI
Para lograr la nulidad del título otorgado por COFOPRI en cualquiera de los dos
procedimientos antes descritos, el interesado puede cuestionar el contenido de
éstos. Lo explicamos:

3.1. En el caso del título obtenido por prescripción adquisitiva de dominio, el


interesado puede cuestionar judicialmente, el ejercicio de la posesión del
adquirente: cumplimiento del plazo, la publicidad y/o la pacificidad; y puede
basar su demanda en cualquiera de las causales contenidas en el artículo 219 del
Código Civil.

Ejemplo:

Si el solicitante (poseedor) presentó documentos falsos para acreditar el


cumplimiento del plazo en el ejercicio de su posesión, el interesado (propietario)
puede demandar la nulidad basándose en la causal de fin ilícito, argumentando
que su propósito era despojarlo de su derecho.

3.2. En el caso del título que contiene por regularización de tracto sucesivo, quien
tenga interés puede cuestionar la validez de los negocios jurídicos contenidos en
los documentos presentados por el solicitante, basándose también en cualquiera
de las causales contenidas en el artículo 219 del Código Civil.

Ejemplo:

A = Solicitante

B = Transferente de A

C = Transferente de B

D = Verdadero propietario

Si “A, B y C” se ponen de acuerdo para un documento (privado o público, ad


probationem o ad solemnitatem) de transferencia de éste último a favor de “D” a
favor de “C”, y para ello falsifican la firma “D”. Con dicho documento “C”
transfiere el supuesto derecho adquirido a “B” y éste finalmente a favor de “A”.

Lea también: Los prácticos deben enseñar Derecho Procesal Civil

Ante ello “D”, como verdadero propietario (u otro con interés), puede demandar
la nulidad del primer documento por falta de manifestación de voluntad en la
creación del negocio jurídico que peste contiene, dado que éste contiene una
declaración que en realidad no ha sido emitida por él. Asimismo puede demandar
la nulidad de los posteriores negocios, por la causal de fin ilícito (si acredita que
la finalidad ha sido despojarlo de su derecho).

CONSECUENCIA DE LA DECLARACIÓN DE NULIDAD DEL


CONTENIDO DE LOS TÍTULOS OTORGADOS POR COFOPRI

No hay que olvidar que la nulidad o anulabilidad de un negocio jurídico (ojo: no


hablamos de un acto administrativo) solo puede ser declarado judicialmente (en
un proceso civil) y su consecuencia lógica es que el título que lo contiene
también devenga en nulo, pues la razón de ser de éste último es justamente
acreditar la existencia válida del primero.

Lea también: IX Pleno Casatorio Civil. Aspectos relevantes del precedente


vinculante

CONCLUSIÓN: Para alcanzar la declaración de nulidad del título otorgado por


COFOPRI, en un proceso civil, se debe atacar la validez del negocio jurídico o la
situación de hecho que éste contiene y/o declara.

Normas:

 Decreto Legislativo N° 803


 Decreto Supremo N° 009-99-MTC
 Ley Nº 27046
 Ley Nº 28687
 Decreto Supremo N° 006-2006-VIVIENDA
 Ley N° 28923
 S. N° 008-2007-VIVIENDA
 Ley N° 29802
 Código Civil

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