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La revolución cultural
Según Bergoglio el Concilio Vaticano II “ha revolucionado en cierta
medida el estatuto de la teología, la manera del hacer y del pensar
creyente”(Veritatis Gaudium, II); todo lo cual, por cierto, lo inunda de gozo, ya
que la Revolución, en el contexto de la herejía modernista que lo rige e informa,
es para él una categoría positiva y edificante. Siendo una de sus metas la
construcción “de un humanismo nuevo, el cual permite al hombre moderno hallarse
a sí mismo”(Ibidem). Ni siquiera un humanismo cristiano para mejor hallar a
Dios. Un neohumanismo a secas, del que el hombre es la medida de todas las
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cosas. Protágoras antes que Maritain vuelve por sus fueros; Ficino antes que
Mounier; y no está nada bien que regresen ninguno de los mentados.
Ajeno a las sutilezas, la docencia bergogliana ofrece todas las pistas
explícitas para saber dónde ubicarla. Como un homicida tosco que deja las
huellas digitales diseminadas por todo el escenario del crimen, aquí sucede
exactamente lo mismo, con el agravante de que la víctima fatal es la Esposa del
Señor. Aquí, en efecto, no existe ya la teología como scientia sacra, ni la
antropología como disciplina centrada en la creatura que encuentra su sentido
en el Creador. Existe la Revolución, que al buen decir de quien tanto la
estudiara, Salvador Borrego, es precisamente “un nuevo humanismo”, que
“mina el ámbito religioso por fuera y por dentro”; que “propugna una nueva
religión, pero formada por trozos de otras muchas, de tal manera que absorba,
disuelva y neutralice al catolicismo”; que únicamente acentúa “los valores
humanos”, forjando “un nuevo tipo de religiosidad, en el que lo preferente sea
el aquí y ahora”, y dejando en definitiva como conclusión de “que todas las
religiones vienen a ser la misma cosa, y que los dogmas y sacramentos católicos
son relativos”1.
Si De Maistre definió a la Contrarrevolución como un no conformarse
con hacer la Revolución en sentido contrario, sino lo contrario de la Revolución,
Bergoglio se encuentra en las antípodas de esta luminosa consigna. Él ejecuta lo
contrario de la Contrarrevolución; en pensamiento, en palabra y en obra. Y no
trepida en decirnos que propugna “una valiente revolución cultural” (Veritatis
Gaudium, III),”un cambio radical de paradigma” (Ibidem), una “Iglesia en
salida”(Ibidem), que esté “siempre abierta a nuevos escenarios y a nuevas
propuestas”, “en diálogo con las diversas culturas”. Una Iglesia que asuma que
“hoy no vivimos sólo una época de cambios sino un verdadero cambio de
época”, por lo que “se trata, en definitiva, de «cambiar el modelo de desarrollo
global y redefinir el progreso”(Ibidem).
No puede escapársele a Bergoglio la funesta gravedad de lo que está
predicando. No puede escribir impunemente cuanto ha escrito. Negado el
principio perenne del Ecclesia semper idem, semper fidelis, y sustituído por el
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Salvador Borrego, Soy la Revolución, México, Tipografías Editoriales, 1992, p. 86-87.
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ardid luterano del Ecclesia semper reformanda (decimos ardid porque la premisa
completa, no mencionada por los protestantes, dice originalmente: semper
reformanda est secundum verbum Dei), la ideología del cambio por el cambio
sienta sus reales. Changer pour changer, gritaban durante el Mayo Francés.
Entonces, se tomará como la cosa más natural y más deseable del mundo,
aceptar los cambios en los paradigmas, en las definiciones de desarrollo o de
progreso, o en los escenarios y las propuestas. Y lo más terrible:los cambios en
aquellas cuestiones de las que los bautizados leales esperan precisamente que la
Iglesia sea el refugio de la perennidad e inmovilidad. Ni arqueologismo ni
evolucionismo necesitamos los fieles. Simplemente la certeza de que el Señor
tiene “palabras de Vida Eterna”(Jn. 6,68), y que de ellas no se tocará ni una jota
ni una tilde (Mt. 5, 17).
Insistimos en que no pueden ser ni son inocentes estas expresiones
bergoglianas, como revolución cultural, cambio de paradigma o sustitución de época,
correspondientes todas ellas a la semántica de la insurrección marxista, al
lenguaje del desquicio progresista y hasta al estilo lingüístico de los más
frívolos intelectuales de la izquierda. Sectores los mencionados con quienes
Bergoglio tiene gratos, amables y frecuentes contactos. Los argentinos con
memoria lo conocemos muy bien.
De resultas, ¿hacia dónde es la salida de esta “Iglesia en salida”, que
insensatamente se propugna? Es, sencillamente, la salida de su ortodoxia, de su
eje, de su rectitud y de su Camino, hacia una pluralidad de vías tendidas todas
por el Mentiroso desde el Principio(Juan 8,44). Salida del quicio y del eje, del
centro diamantino diría Ramiro de Maeztu; y por eso mismo admirada entre
aplausos y vítores por lo más granado del mundo. La Iglesia en salida que se
nos propone es la Iglesia en huída del Misterio de la Cruz, y forzada a ingresar
en los arrabales de la historia. La Madre ida, evadida y desertora de su
Tradición, para buscar albergue y prestar un dócil servicio en el mercado de las
religiones del Nuevo Orden Mundial. La Iglesia en salida salió desdeñando la
puerta estrecha (Ls 13,24), buscando insensatamente el portón espacioso que
lleva a la perdición.
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Bergoglio está felicísimo por lo que debería ser causa de angustia para
un católico genuino; esto es, por la pertenencia a una época signada por el más
pavoroso de los cambios de paradigmas, que es el de la hostilidad manifiesta e
infame al Orden Natural y al Orden Sobrenatural. Contrariamente lo que lo
apena son los católicos que aún no están en salida, ni en retirada ni en fuga, sino
decididos a formar parte del pequeño rebaño desde el cual poder hacerle frente
a la Bestia, con el auxilio de la Gracia.
La Iglesia en salida
Para justificar esta torva eclesiología, Bergoglio –ya otras veces lo ha
hecho- no vacila en utilizar textos de santos venerables, a los que vacía de
sentido y de contexto, amparado en la ignorancia o en la obsecuencia de sus
lectores. Dice en esta ocasión: “El teólogo que se complace en su pensamiento
completo y acabado es un mediocre. El buen teólogo y filósofo tiene un
pensamiento abierto, es decir, incompleto, siempre abierto al maius de Dios y de
la verdad, siempre en desarrollo, según la ley que san Vicente de Lerins
describe así: <annis consolidetur, dilatetur tempore, sublimetur aetate>
(Commonitorium primum, 23: PL50,668)”.(Veritatis Gaudium, III).
Cortado y reducido de este modo el texto del célebre Padre de la
Iglesia, dá la impresión de que el mismo está a favor de un evolucionismo
dogmático, según el cual la Verdad se va consolidando por causa del devenir de
los años, desarrollándose según el tiempo y ahondándose con el correr de la
edad.
Sin embargo, en la misma obra a la que remite Bergoglio, San Vicente de
Lerins sienta la primera norma de Fe, no precisamente convalidadora de una
“Iglesia en salida”. Esa primera norma sostiene la obligación de creer “sólo y
todo cuanto fue creído siempre, por todos y en todas partes”: quod semper, quod
ubique, quod ab omnibus. “Evita, pues, las novedades profanas en las expresiones,
ya que recibirlas y seguirlas no fue nunca costumbre de los católicos, y sí de los
herejes”( Commonitorium, 24).
Pero vayamos al párrafo completo citado en la Veritatis Gaudium:
“Quizá alguien diga: ¿ningún progreso de la religión es entonces posible en la
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Mucho nos tememos que el lector corriente desconozca la repugnancia y la sordidez de la
llamada “teoría Queer”, obra, entre otras, de la judía Judith Butler. Recomendamos al respecto
el ensayo de Ernesto Alonso, ¿Qué es la teoría Queer”, publicado en el blog de la revista
Cabildo. Cfr. http://elblogdecabildo.blogspot.com.ar/search?q=Ernesto+Alonso&updated-max=2016-06-
11T07:40:00-03:00&max-results=20&start=4&by-date=false Medítese después lo que significa
acudir a un “teólogo” contemporizador de estas aberraciones, para que dicte –nada menos- que
los Ejercicios Cuaresmales en la Curia Romana.
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mundo: pleno dominicae crucis velo Sancti Spiritus flatu in hoc bene navigat
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Así las cosas –con una gravedad que no logran atenuar ni la síntesis ni la
leve cuota de humorismo de estas glosas- suena a sarcasmo que la Veritatis
Gaudium nos diga que “se deben investigar, escoger y tomar con cuidado los
valores positivos que se encuentran en las distintas filosofías y culturas; pero no
se deben aceptar sistemas y métodos que no puedan conciliarse con la fe
cristiana”( II Parte, Artículo 71. § 2). Cuando la inconciabilidad con la fe
cristiana no sólo está en las directrices de esta Constitución Apostólica, sino en
la totalidad de cuanto dice y obra Jorge Mario Bergoglio. Una inconciabilidad
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Sarcasmo es también, y del peor gusto, que se deje asentado que “la
investigación y la enseñanza de la filosofía en una Facultad eclesiástica de
Filosofía deben basarse en el patrimonio filosófico perennemente válido, que se
ha desarrollado a lo largo de la historia, teniendo en cuenta particularmente la
obra de Santo Tomás de Aquino”( II Parte, Título III, Art. 64. § 1). Primero,
porque si alguien está ausente en la Veritatis Gaudium y en la Iglesia Salidora
construida enfermizamente por Francisco, ese alguien es el Doctor Angélico.
Pero segundo,porque querer separar en el Aquinate la filosofía de la teología, es
pisotear y atomizar la obra insigne del Doctor Común, en el cual lo filosófico se
imbrica con lo teológico, y de ese seno teologal brota y esplende.
Corolario
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Francisco José Delgado, Veritatis Gaudium y la teología tomista, Publicado en Infocatólica,
cfr.:
http://infocatolica.com/blog/duropedernal.php/1801300210-veritatis-gaudium-y-la-teolog
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Esto sin mengua de que la Divina Providencia nos mande otra vez un
santo de la talla de San Nicolás de Myra, que venciendo para su gloria todo
respeto humano y toda prudencia carnal, cruzó el rostro del heresiarca Arrio,
con una bofetada viril y justiciera, cuya resonancia magnífica llegó hasta el
trono del Emperador y estremeció la Silla de Pedro.