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PRIMERA PARTE CUENTOS MEDIEVALES.

1. Don Juan Manuel (Escalona, 1282-1348). El Conde Lucanor.


1.1. Cuento XXXII: De lo que sucedió a un rey con los pícaros que hicieron la tela.
Una vez el conde Lucanor le dijo a Patronio, su consejero:
-Patronio, un hombre me ha venido a proponer una cosa muy importante y que dice me conviene mucho, pero
me pide que no lo diga a ninguna persona por confianza que me inspire, y me encarece tanto el secreto que me
asegura que si lo digo toda mi hacienda y hasta mi vida estarán en peligro. Como sé que nadie os podrá decir
nada sin que os deis cuenta si es verdad o no, os ruego me digáis lo que os parece esto.
-Señor conde Lucanor -respondió Patronio-, para que veáis lo que, según mi parecer, os conviene más, me
gustaría que supierais lo que sucedió a un rey con tres granujas que fueron a estafarle.
El conde le preguntó qué le había pasado.
-Señor conde Lucanor -dijo Patronio-, tres pícaros fueron a un rey y le dijeron que sabían hacer telas muy
hermosas y que especialmente hacían una tela que sólo podía ser vista por el que fuera hijo del padre que le
atribuían, pero que no podía verla el que no lo fuera. Al rey agradó esto mucho, esperando que por tal medio
podría saber quiénes eran hijos de los que aparecían como sus padres y quiénes no, y de este modo aumentar sus
bienes, ya que los moros no heredan si no son verdaderamente hijos de sus padres; a los que no tienen hijos los
hereda el rey. Éste les dio un salón para hacer la tela.
Dijéronle ellos que para que se viera que no había engaño, podía encerrarlos en aquel salón hasta que la tela
estuviese acabada. Esto también agradó mucho al rey, que los encerró en el salón, habiéndoles antes dado todo
el oro, plata, seda y dinero que necesitaban para hacer la tela.
Ellos pusieron su taller y hacían como si se pasaran el tiempo tejiendo. A los pocos días fue uno de ellos a decir
al rey que ya habían empezado la tela y que estaba saliendo hermosísima; díjole también con qué labores y
dibujos la fabricaban, y le pidió que la fuera a ver, rogándole, sin embargo, que fuese solo. Al rey le pareció muy
bien todo ello.
Queriendo hacer antes la prueba con otro, mandó el rey a uno de sus servidores para que la viese, pero sin
pedirle le dijera luego la verdad. Cuando el servidor habló con los pícaros y oyó contar el misterio que tenía la
tela, no se atrevió a decirle al rey que no la habla visto. Después mandó el rey a otro, que también aseguró haber
visto la tela. Habiendo oído decir a todos los que había enviado que la habían visto, fue el rey a verla. Cuando
entró en el salón vio que los tres pícaros se movían como si tejieran y que le decían: "Ved esta labor. Mirad esta
historia. Observad el dibujo y la variedad que hay en los colores." Aunque todos estaban de acuerdo en lo que
decían, la verdad es que no tejían nada. Al no ver el rey nada y oír, sin embargo, describir una tela que otros
hablan visto, se tuvo por muerto, porque creyó que esto le pasaba por no ser hijo del rey, su padre, y temió que,
si lo dijera, perdería el reino. Por lo cual empezó a alabar la tela y se fijó muy bien en las descripciones de los
tejedores. Cuando volvió a su cámara refirió a sus cortesanos lo buena y hermosa que era aquella tela y aun les
pintó su dibujo y colores, ocultando así la sospecha que había concebido.
A los dos o tres días envió a un ministro a que viera la tela. Antes de que fuese el rey le contó las excelencias
que la tela tenía. El ministro fue, pero cuando vio a los pícaros hacer que tejían y les oyó describir la tela y decir
que el rey la había visto, pensó que él no la veía por no ser hijo de quien tenía por padre y que si los demás lo
sabían quedaría deshonrado. Por eso empezó a alabar su trabajo tanto o más que el rey.
Al volver el ministro al rey, diciéndole que la había visto y haciéndole las mayores ponderaciones de la tela, se
confirmó el rey en su desdicha, pensando que si su ministro la veía y él no, no podía dudar de que no era hijo del
rey a quien había heredado. Entonces comenzó a ponderar aún más la calidad y excelencia de aquella tela y a
alabar a los que tales cosas sabían hacer.
Al día siguiente envió el rey a otro ministro y sucedió lo mismo. ¿Qué más os diré? De esta manera y por el
temor a la deshonra fueron engañados el rey y los demás habitantes de aquel país, sin que ninguno se atreviera a
decir que no veía la tela. Así pasó la cosa adelante hasta que llegó una de las mayores fiestas del año. Todos le
dijeron al rey que debía vestirse de aquella tela el día de la fiesta. Los pícaros le trajeron el paño envuelto en una
sábana, dándole a entender que se lo entregaban, después de lo cual preguntaron al rey qué deseaba que le
hiciesen con él. El rey les dijo el traje que quería. Ellos le tomaron medidas e hicieron como si cortaran la tela, que
después coserían.
Cuando llegó el día de la fiesta vinieron al rey con la tela cortada y cosida. Hiciéronle creer que le ponían el traje
y que le alisaban los pliegues. De este modo el rey se persuadió de que estaba vestido, sin atreverse a decir que
no veía la tela. Vestido de este modo, es decir, desnudo, montó a caballo para andar por la ciudad. Tuvo la suerte
de que fuera verano, con lo que no corrió el riesgo de enfriarse. Todas las gentes que lo miraban y que sabían que
el que no veía la tela era por no ser hijo de su padre, pensando que los otros sí la veían, se guardaban muy bien
de decirlo por el temor de quedar deshonrados. Por esto todo el mundo ocultaba el que creía que era su secreto.
Hasta que un negro, palafrenero del rey, que no tenía honra que conservar, se acercó y le dijo:
-Señor, a mí lo mismo me da que me tengáis por hijo del padre que creí ser tal o por hijo de otro; por eso os digo
que yo soy ciego o vos vais desnudo.
El rey empezó a insultarle, diciéndole que por ser hijo de mala madre no veía la tela. Cuando lo dijo el negro,
otro que lo oyó se atrevió a repetirlo, y así lo fueron diciendo, hasta que el rey y todos los demás perdieron el
miedo a la verdad y entendieron la burla que les habían hecho. Fueron a buscar a los tres pícaros y no los
hallaron, pues se habían ido con lo que le habían estafado al rey por medio de este engaño.
Vos, señor conde Lucanor, pues ese hombre os pide que ocultéis a vuestros más leales consejeros lo que él os
dice, estad seguro de que os quiere engañar, pues debéis comprender que, si apenas os conoce, no tiene más
motivos para desear vuestro provecho que los que con vos han vivido y han recibido muchos beneficios de
vuestra mano, y por ello deben procurar vuestro bien y servicio.
El conde tuvo este consejo por bueno, obró según él y le fue muy bien. Viendo don Juan que este cuento era
bueno, lo hizo poner en este libro y escribió unos versos que dicen así:
Al que te aconseja encubrirte de tus amigos
le es más dulce el engaño que los higos.

1.2. Don Juan Manuel. El Conde Lucanor. Cuento XLII. Lo que sucedió al diablo con una falsa devota
Otra vez hablaba el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, de este modo:
- Patronio, en una conversación con varios amigos nos hemos preguntado cómo un hombre muy perverso puede
causar más daño a los demás. Unos dicen que encabezando revueltas; otros, que peleando contra todos; otros,
que cometiendo graves delitos y crímenes y, otros, que calumniando y difamando. Por vuestro buen
entendimiento os ruego que digáis con cuál de estos vicios se puede causar peor daño a las gentes.
- Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, para responder, me gustaría que supieseis lo que sucedió al diablo con una
de esas mujeres que se hacen beguinas.
El conde le preguntó qué le había sucedido.
- Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, había en una villa un hombre joven, casado, que se llevaba muy bien con
su mujer, sin que nunca hubiera entre ellos desacuerdos o riñas.
» Como al diablo le desagradan siempre las cosas buenas, tenía con este matrimonio gran pesar, pues, aunque
anduvo mucho tiempo tras ellos para meter cizaña, nunca lo pudo conseguir.
» Un día, al volver de la casa donde vivía este matrimonio, iba el diablo muy triste, porque no podía hacerles caer
en sus tentaciones, cuando se encontró con una beguina, que, al reconocerlo, le preguntó por qué estaba tan
apenado. El demonio le respondió que venía de la casa de aquel matrimonio, cuyas buenas relaciones quería
romper desde hacía mucho tiempo sin conseguirlo, y que, como su superior se había enterado de su inutilidad, le
había retirado su estimación, motivo este de su tristeza.
» La mala mujer le respondió que le asombraba que, sabiendo tanto, no lo hubiera conseguido ya, pero que, si
hacía lo que ella le dijera, podría lograr sus propósitos.
» El diablo le contestó que haría cuanto le aconsejara, con tal de llevar la desavenencia a la vida de aquel
matrimonio.
» Cuando el demonio y la beguina llegaron a ese acuerdo, se encaminó la mujer hacia la casa del matrimonio, y
tantas vueltas dio que consiguió hablar con la esposa, a la que hizo creer que había sido educada por su madre y
que, para mostrarle su agradecimiento, la intentaría servir en todo cuanto pudiese.
» La esposa, que era muy buena, creyó sus palabras, le permitió vivir en su casa y le entregó su gobernación.
También el marido se fiaba de ella.
» Cuando ya había vivido mucho tiempo con ellos y había conseguido toda su confianza, fue un día a la esposa,
simulando estar preocupada, y le dijo:
»-Hija mía, mucho me duele lo que me han contado: que a vuestro marido le agrada más otra mujer; así que
debéis tratarlo con mucho cariño para que nunca ame a otra mujer sino a vos, pues, si esto ocurriera, podrían
veniros grandes males y perjuicios.
» Al oír esto, la buena esposa, aunque no acabó de creerlo, tuvo gran pesar y quedó muy acongojada. Cuando la
falsa devota la vio tan pesarosa, se dirigió al camino que solía hacer el esposo para volver a su casa. Cuando se
encontraron, le reprobó lo que hacía, porque, teniendo una esposa tan buena, amaba más a otra mujer; también
le dijo que su mujer ya lo sabía y, aunque le pesaba mucho, le había contado que, como él se portaba así sabiendo
que ella lo quería tanto, estaba dispuesta a buscar a otro hombre que la quisiera tanto o más que él. Luego le
pidió que, por Dios, no se enterase su mujer pues, si lo supiera, ella se moriría.
» El marido, al oír esto, aunque no se lo pudo creer, sintió gran pesar y se puso muy triste.
» La falsa devota, al dejar al marido con esta sospecha, se fue a donde estaba la esposa, a la que dijo entre
muestras de gran pesar y dolor:
»-Hija mía, no sé qué desgracia os amenaza, pero vuestro marido está muy enfadado con vos; como es verdad lo
que os digo, ahora lo veréis venir muy enojado y triste, lo que no le pasaba antes.
» Al dejarla con esta preocupación, se dirigió hacia el marido y le dijo lo mismo que a la esposa. Cuando aquel
llegó a su casa, vio que la mujer estaba muy triste y que ya no sentían placer el uno con el otro, por lo cual
quedaron los dos aún más preocupados.
» Cuando el marido salió de nuevo, dijo la mala mujer a la honrada esposa que, si se lo permitía, buscaría a algún
mago para que hiciera un -158- encantamiento con el que su marido perdiese la indiferencia que tenía con ella.
Como la esposa quería que la armonía volviera a su matrimonio, accedió a ello y se lo agradeció.
» Pasados unos días, volvió ella y le dijo que había encontrado un mago que, con algunos pelos de la barba de su
marido, de los que nacen cerca de la garganta, podría preparar algún remedio para que su marido perdiese el
enojo que tenía contra ella y, así, volvieran a llevar tan buena vida como antes, o aún mejor. Le pidió que, al
volver el esposo, consiguiera que se echara en su regazo y, una vez dormido, con una navaja que le dio, podía
cortarle los pelos necesarios.
» Aquella buena esposa, por el gran amor que tenía a su marido y muy pesarosa por la desavenencia que había
entre ellos, como deseaba muchísimo gozar de la vida que antes llevaban, se lo agradeció y le dijo que así lo haría.
Para ello cogió la navaja que le entregó la falsa mujer.
» La mala mujer se dirigió en seguida al marido y le dijo que sentía mucho su próxima muerte, por lo cual no
deseaba ocultarle lo que su mujer había preparado: darle muerte a él y marcharse con su amante. Para probarle
que esto era cierto, le dijo cómo su esposa y el amante de esta lo tenían dispuesto: a su vuelta la mujer le pediría
que se durmiese en su regazo para, una vez dormido, degollarlo con una navaja que tenía escondida.
» Cuando el marido oyó todo esto, quedó lleno de espanto y, aunque estaba muy preocupado ya por tantas
falsedades como la beguina le había dicho, con esto que le contaba ahora se preocupó aún más, resolviendo estar
muy alerta y ver si era cierto cuanto le decía. Con esta turbación volvió a su casa.
» Al verlo entrar, la mujer recibió a su marido más cariñosamente que nunca, a la vez que le recordó cómo con
tanto trabajo no podían nunca tratarse ni tomar un descanso, por lo que le pidió que se echara junto a ella y que
pusiese la cabeza en su regazo para espulgarlo.
» El marido, al oír las demandas de la mujer, pensó que cuanto le había dicho la falsa beguina era cierto, pero, por
ver hasta dónde llegaba la maldad de su esposa, se echó junto a ella y se hizo el dormido. Cuando así lo vio su
mujer, sacó la navaja que tenía para cortarle los pelos de la barba, siguiendo el consejo de la mala beguina. El
marido, que vio a su mujer con una navaja en la mano, muy cerca de su garganta, no dudó de cuanto la beguina le
había dicho, se levantó, le quitó la navaja a su esposa y la degolló allí mismo.
» El padre y los hermanos de la esposa escucharon el ruido de la pelea, acudieron prestamente a la casa y vieron a
la esposa muerta en el suelo. Aunque nunca habían oído quejas contra ella, ni por parte del marido ni por ningún
vecino, al ver aquel crimen, llenos de cólera y de rabia, se lanzaron contra el esposo, al que mataron en el acto.
» Al oír los gritos que daban, vinieron los parientes del marido y, como lo vieran así muerto, arremetieron contra
quienes lo habían asesinado y les dieron muerte. Tanto creció la venganza, por ambas partes, que aquel día
murieron casi todos los moradores de la villa.
» Todo esto ocurrió por las malas palabras de la perversa beguina. Pero, como Dios nunca permite que el delito
quede sin castigo, así como no permite tampoco su encubrimiento, hizo entender a las gentes que toda aquella
sangre se había vertido por las calumnias de aquella falsa devota, a la que torturaron hasta que murió entre
grandes dolores.
» Vos, señor Conde Lucanor, si deseáis saber cuál es el peor hombre del mundo y el que puede causar más daño a
los demás, debéis saber que es quien simula ser buen cristiano, hombre honrado y leal, pero cuyo corazón es
falso y se dedica a verter calumnias y falsedades que enemistan a las personas. Yo os aconsejo que evitéis a los
hipócritas, pues siempre viven con engaño y mentira. Para que los podáis conocer, recordad este consejo del
evangelio: «A fructibus eorum cognoscetis eos»; que significa: «Por sus obras los conoceréis». Por último, pensad
que nadie en el mundo puede ocultar por siempre los secretos de su corazón, pues más tarde o más temprano
saldrán a la luz.
El conde vio que era verdad lo que Patronio le decía, se propuso seguir su consejo y pidió a Dios que lo guardase a
él y a todos los suyos de hombre tan dañino.
Y viendo don Juan que este cuento era muy bueno; lo mandó escribir en este libro e hizo estos versos que dicen
así:
Si deseas evitar tan grandes desventuras
no te dejes convencer por las falsas criaturas.

2. Juan Ruiz, Arcipreste de Hita (1284 -1351). Libro de Buen Amor.


2.1. Fábula de la disputa entre griegos y romanos.
Palabras son del sabio y díjolo Catón:
el hombre, entre las penas que tiene el corazón,
debe mezclar placeres y alegrar el corazón,
pues las muchas tristezas mucho pecado son.

Como de cosas serias nadie puede reír,


algunos chistecillos tendré que introducir;
cada vez que los oigas no quieras discutir
a no ser en manera de trovar y decir.

Entiende bien mis dichos y medita su esencia


no me pase contigo lo que al doctor de Grecia
con el truhán romano de tan poca sapiencia,
cuando Roma pidió a los griegos su ciencia.
Así ocurrió que Roma de leyes carecía;
pidióselas a Grecia, que buenas las tenía.
Respondieron los griegos que no las merecía
ni había de entenderlas, ya que nada sabía.

Pero, si las quería para de ellas usar,


con los sabios de Grecia debería tratar,
mostrar si las comprende y merece lograr;
esta respuesta hermosa daban por se excusar.

Los romanos mostraron en seguida su agrado;


la disputa aceptaron en contrato firmado
más, como no entendían idioma desusado,
pidieron dialogar por señas de letrado.

Fijaron una fecha para ir a contender;


los romanos se afligen, no sabiendo qué hacer,
pues, al no ser letrados, no podrán entender
a los griegos doctores y su mucho saber.

Estando en esta cuita, sugirió un ciudadano


tomar para el certamen a un bellaco romano
que, como Dios quisiera, señales con la mano
hiciese en la disputa y fue consejo sano.

A un gran bellaco astuto se apresuran a ir


y le dicen: «Con Grecia hemos de discutir;
por disputar por señas, lo que quieras pedir
te daremos, si sabes de este trance salir».

Vistiéronle muy ricos paños de gran valía


cual si fuese doctor en la filosofía.
Dijo desde un sitial, con bravuconería:
«Ya pueden venir griegos con su sabiduría».

Entonces llegó un griego, doctor muy esmerado,


famoso entre los griegos, entre todos loado;
subió en otro sitial, todo el pueblo juntado.
Comenzaron sus señas, como era lo tratado.

El griego, reposado, se levantó a mostrar


un dedo, el que tenemos más cerca del pulgar,
y luego se sentó en el mismo lugar.
Levantose el bigardo, frunce el ceño al mirar.

Mostró luego tres dedos hacia el griego tendidos,


el pulgar y otros dos con aquel recogidos
a manera de arpón, los otros encogidos.
Sentose luego el necio, mirando sus vestidos.

Levantose el griego, tendió la palma llana


y volviose a sentar, tranquila su alma sana;
levantose el bellaco con fantasía vana,
mostró el puño cerrado, de pelea con gana.

Ante todos los suyos opina el sabio griego:


«Merecen los romanos la ley, no se la niego».
Levantáronse todos con paz y con sosiego,
¡gran honra tuvo Roma por un vil andariego!

Preguntaron al griego qué fue lo discutido


y lo que aquel romano le había respondido:
«Afirmé que hay un Dios y el romano entendido
tres en uno, me dijo, con su signo seguido.

»Yo: que en la mano tiene todo a su voluntad;


él: que domina el mundo su poder, y es verdad.
Si saben comprender la Santa Trinidad,
de las leyes merecen tener seguridad».

Preguntan al bellaco por su interpretación:


«Echarme un ojo fuera, tal era su intención
al enseñar un dedo, y con indignación
le respondí airado, con determinación,

»que yo le quebraría delante de las gentes,


con dos dedos los ojos, con el pulgar los dientes.
Dijo él que si yo no le paraba mientes,
a palmadas pondría mis orejas calientes.

»Entonces hice seña de darle una puñada


que ni en toda su vida la vería vengada;
cuando vio la pelea tan mal aparejada
no siguió amenazando a quien no teme nada».

1.4. Juan Ruiz, Arcipreste de Hita. El libro del buen amor.


Aquí habla de las armas de que debe armarse todo cristiano para vencer al diablo, al mundo y a la carne.

Mis señores, acordaos del bien como yo os digo.


No confiéis nunca en tregua del que es mortal enemigo,
puesto que no encuentra hora para llevaros consigo,
y, si creéis que yo os miento, no me preciéis un higo..
[…]
Lidian también con nosotros otros tres más principales;
la carne, el demonio, el mundo; de estos nacen los mortales
de que antes hemos tratado. Tomemos pues, armas tales
que nosotros los venzamos. Os quiero decir yo cuales:
[…]
Contra grande codicia Santo Bautismo porfía
que es don de Espíritu santo, de buena sabiduría;
no codiciar nada ajeno, no decir << ¡esto quería! >>;
con la virtud de justicia juzgar nuestra falsía;
[…]
Vencer a la gran soberbia, hablar con mucha humildad:
es deber temer a Dios, y a su santa Majestad
con virtudes de templanza, mesura y honestidad:
con estas fuertes espadas duramente golpead;
[…]
Tengamos contra la avaricia espíritu de piedad,
dando a los pobres limosna, doliéndonos de su mal;
Con la virtud de justicia juzgando con humildad:
con tal maza la avaricia cumplidamente atacad;
[…]
Ligeramente podremos la lujuria refrenar,
con castidad y conciencia nos podremos excusar:
siempre que la fortaleza no nos deje de ayudar;
con aquestas brahoneras bien la podemos matar;
[…]
Para la ira que mata y es enemiga continua,
con el don de entendimiento y con caridad divina,
entendiendo su gran daño, usando su blanda harina,
podremos a la paciencia convertir en capellina;
[…]
Grande pecado es la gula, pues puede a muchos matar;
la abstinencia y el ayuno nos pueden de él apartar;
con espíritu de ciencia, sabiendo mesura obrar,
para los pobres podremos alguna cosa dejar;
[…]
La envidia mató a muchos de los profetas;
contra tan gran enemiga, que nos hiere con saetas,
tomemos escudo fuerte adornado con tabletas,
espíritu de consejo, guarnecido de estas letras;
[…]
Tengamos muy bien armados la pereza, mala cosa,
que es de los siete pecados la más sutil y engañosa;
ésta da a luz cada día allí donde el diablo posa,
y tiene más hijos malos que perra alana rabiosa.
[…]
Contra los tres principales, que no se junten en uno:
al mundo, con caridad; a la carne, con ayuno;
con oración, al demonio; no quedará así ninguno;
luchando con estas armas no queda pecado alguno.
Todos los otros pecados los mortales y veniales,
de éstos nacen, como ríos de las fuentes perenales;
son estos tres el comienzo y suma de todos los males;
¡que Dios nos libre de padres, de hijos y de nietos tales!

3. Marie de Francia. (XII)


3.1. Lai de la Madreselva.
Mucho me complace y es mi deseo relataros ahora la verdadera causa y el autor del lai La Madreselva…Varias
personas me han contado (incluso lo he encontrado por escrito) la historia de Tristán y de la reina, del amor tan
tierno que se profesaron y por el que tanto sufrieron hasta morir, al fin, un mismo día. El rey Mark estaba irritado,
enfurecido contra su sobrino Tristán. Lo expulsó de su tierra por amar a la reina. Tristán se ha ido a su país, al Sur
de Gales, donde había nacido. Allí permaneció un año entro. Sin poder regresar. Más finalmente se abismó en
pensamientos de muerte y destrucción. No os maravilléis de ello, pues quien ama lealmente muy triste y
angustiado está cuando no puede realizar sus deseos.

Triste está Tristán y pensativo; por eso se va de su país. Y se dirige sin demora a Cornualles, donde se encontraba
la reina.

Sólo, en el bosque se internó. No quería que nadie lo viese. A la caída del sol salía, cuando era hora de buscar
cobijo. Entre campesinos y pobres encontraba albergue por las noches. Les pedía noticias acerca del rey. Al
parecer, según le dicen, había convocado a sus barones: habrán todos de ir a Tintagel, pues allí quiere el rey tener
su corte; para Pentecostés estarán todos reunidos; habrá gran alegría y diversión, y la reina estará presente.

Tristán lo oyó y se alegró mucho; por fuerza habría de verla a su paso por el bosque.

El día en que el rey se puso en marcha, Tristán acechaba el camino por el que sabía iba a pasar la comitiva. Cortó
por la mitad una rama de avellano y la despojó de su corteza. Cuando hubo preparado la vara, con un cuchillo
escribe su mensaje. Si la reina se da cuenta –que muy atenta estaba, pues en otra ocasión le había acontecido
enterarse así de su presencia-, reconocerá fácilmente la vara de su amigo cuando la vea.

En su sustancia, el mensaje decía así: que mucho tiempo había estado allí esperando y acechando la oportunidad
de volver a verla, pues no podía vivir sin ella. Con ellos dos ocurría igual que con la Madreselva que se une al
avellano: cuando se han enlazado y abrasado alrededor del tronco de éste, bien pueden ambos vivir juntos; pero,
si se los quiere separar, el avellano muere en seguida, e igualmente la Madreselva. <<Bella amiga, así ocurre con
nosotros. Ni vos sin mí, ni yo sin vos>>. Mientras cabalgaba, miró la reina hacia delante. Vio la vara,
reconociéndola al punto, y descifro todas sus letras.

A los caballeros que la escoltaban y caminaban junto a ella, a todos los mandó a detenerse; quería bajar de su
caballo y descansar. Ellos obedecieron su mandato. Entonces se alejó de su escolta, llevando consigo a su doncella
Brangel, que merecía toda su confianza. Se apartó un poco del sendero, y en la floresta encontró a aquel a quien
amaba más que a nadie en el mundo. Ambos manifestaron muy gran gozo.

A su sabor le hablaba él a ella, ella le expresaba su alegría. Después le explica de qué manera podrá reconciliarse
con el rey, y cuanto le había pesado a este expulsarlo. Lo había hecho instigado por la denuncia.

En este punto la reina se despide, deja a su amigo. En el momento de la separación ninguno de los dos puede
evitar el llanto. Tristán retornó a Gales hasta que su tío lo mando a llamar.
Por la alegría que había sentido al ver de nuevo a su amiga, y para rememorar las palabras del mensaje que había
escrito por indicación de la reina. Tristán, que sabía tocar muy bien el arpa, compuso un nuevo lai brevemente os
diré el nombre: Gotelef, lo llaman los ingleses, Chieffoil los franceses. No he dicho sino la verdad sobre el lai que
os he relatado.

3.2. Marie de Francia. Lai del hombre-lobo.


Puesto que he decidido contar lais, no quiero olvidarme de El hombre-lobo. Bisclavret es el nombre en bretón; los
normandos lo llaman Garwaf (Garou). Se podía oír hace tiempo e incluso con frecuencia ocurría, que ciertos
hombres se convertían en lobos y habitaban en los bosques. El hombre-lobo es bestia salvaje. Mientras está
rabioso, devora hombres, produce grandes daños yendo y viniendo por la espesura. Pero dejemos este asunto. Os
quiero hablar de uno de ellos en concreto.
Vivía en Bretaña un barón. De él he oído grandes alabanzas. Era bello y buen caballero, y se conducía
noblemente. Era muy amigo de su señor y todos sus vecinos lo querían. Se había casado con una mujer de
elevada alcurnia y agradable semblante. Él la amaba y ella le correspondía. Una cosa, no obstante, molestaba a la
dama, y es que cada semana perdía a su esposo durante tres días enteros, sin saber qué le acontecía ni adónde
iba. Ninguno de los suyos sabía nada tampoco.
En cierta ocasión en que volvía a su casa, alegre y contento, ella le ha interrogado:
-Señor, -le ha dicho-, hermoso y dulce amigo, desearía preguntaros una cosa, si me atreviera a ello, pero temo
vuestra ira. ¡No hay cosa que más tema en el mundo!
Cuando él la hubo oído, la abrazó, la atrajo hacia sí y la besó.
-Señora, -dijo-, preguntad. No hay pregunta a la que yo no quiera responderos, si sé hacerlo.
Respondió ella:
-Por mi fe, ¡estoy salvada! ¡Señor, tengo tanto miedo los días en que os separáis de mí! Siento gran dolor en el
corazón y tan gran temor de perderos que si no obtengo consuelo de inmediato, creo que voy a morir pronto.
Decidme adónde vais, dónde os halláis, dónde permanecéis. A mi parecer, tenéis otro amor y, si es así, cometéis
grave falta.
-Señora, por Dios, gran mal me vendría si os lo digo, pues os alejaría de mi amor y yo mismo me perdería.
La dama, al oír esto, no lo ha tomado a burla. Tantas veces le repite su pregunta, tanto lo mima y adula que él
termina por contarle su aventura, sin ocultarle nada.
-Señora, yo me convierto en hombre-lobo. Me introduzco en el bosque, en lo más profundo de la espesura, y allí
vivo de presas y rapiñas.
Cuando le hubo contado todo, ella le preguntó si se desnudaba o iba vestido.
-Señora, -dijo él-, voy completamente desnudo.
-Y decidme, por Dios, ¿dónde dejáis vuestras ropas?
-Señora, eso no os lo diré, pues si llegase a descubrir que he perdido mis vestiduras, hombre-lobo sería para
siempre, y nadie podría ayudarme hasta que me fuesen devueltas. Por eso no quiero que se sepa su paradero.
-Señor, -replicó ella-, os amo más que nadie en el mundo. No debéis ocultarme nada, ni dudar de mí en ningún
momento. Así, ¿qué amor me mostraríais? ¿Qué mal os he hecho yo, qué pecado he cometido para que dudéis de
mí? Bien será que me lo digáis.
Tanto lo presiona, tanto lo asedia que él no puede hacer otra cosa que decírselo:
-Señora, a la entrada del bosque, junto al camino por el que voy, existe una vieja capilla que a menudo me presta
buenos servicios. Allí hay una enorme piedra hueca, bajo un matorral. Dejo mi ropa en esa oquedad, bajo el
arbusto, hasta que vuelvo a casa.
La dama oyó esta maravilla y palideció de terror. La aventura la había llenado de espanto. A partir de entonces no
pensó en otra cosa que en escapar de su compañía, pues no quería dormir más a su lado.
Un caballero del país la había amado antiguamente, le había suplicado, requerido y servido durante mucho
tiempo. Ella no le había correspondido nunca, ni le había dado la menor esperanza. Pero ahora le envió un
mensaje, descubriéndole su corazón: «Amigo, -le decía-, estad contento: aquello por lo que penáis, os lo ofrezco
sin dilación. No opondré resistencia alguna. Os otorgo mi amor y mi cuerpo. ¡Haced de mí vuestra amante!» Él se
lo agradece vivamente y le toma la palabra. Ella le hace jurar que cumplirá sus órdenes. Después le cuenta cómo
su esposo se marchaba y en qué se convertía. Le enseña el camino que toma para ir al bosque, y lo envía a buscar
sus vestiduras.
Así fue traicionado el hombre-lobo, y vendido por su mujer. Como desaparecía a menudo, todos pensaron, como
era de esperar, que se había ido para siempre. Se le buscó, se preguntó por él, pero no se le pudo encontrar y se
dieron por terminadas las pesquisas. Entonces la dama se casó con quien la amaba desde hacía tanto tiempo.
Así transcurrió un año entero, hasta que el rey fue un día a cazar. Se encaminó hacia el bosque donde se
encontraba el hombre-lobo. Los perros, una vez sueltos, le han descubierto. Canes y cazadores le persiguieron
todo el día, tanto que ya van a darle alcance y destrozarle con sus garras. En cuanto la bestia ve al rey, corre en su
busca implorando su merced. Se acerca a su estribo, besa pie y pierna del monarca. El rey, al verle, siente gran
miedo, y llama a todos los acompañantes.
-Señores, -dice-, acercaos. ¡Mirad qué prodigio, cómo se humilla este animal! Piensa como un hombre, suplica mi
favor. Haced retroceder a los perros, preocupaos de que nadie lo hiera. Este animal tiene entendimiento y buen
sentido. Daos prisa, vámonos. Concedo mi perdón a la bestia: no cazaré hoy más.
Dicho esto, el rey vuelve a la corte. El hombre-lobo lo acompaña, se coloca a su lado, no tiene intención de
abandonarlo. El monarca, muy satisfecho, le lleva consigo a palacio: jamás había visto cosa igual. Lo considera una
gran maravilla y se ha encariñado con él. A todos los suyos ha ordenado que, por su amor, lo cuiden bien y no lo
maltraten, que no reciba herida ninguna, que le den de beber y comer. Ellos lo cuidan con mucho agrado. Va a
tumbarse todos los días entre los caballeros, cerca del rey. No hay nadie que no lo aprecie: tan bueno y apacible
es que nunca intenta hacer ningún mal. Allí donde va el rey, él le sigue, jamás lo abandona, pues se ha dado
cuenta de que el monarca también lo aprecia a él.
Oíd lo que ocurrió después. Con el fin de celebrar cortes, el rey había convocado a todos sus barones con feudo,
para animación de la fiesta y para su mejor servicio. Allí fue, ataviado con ricas y hermosas vestiduras, el caballero
casado con la esposa del hombre-lobo. Poco imaginaba aquél que iba a tener a éste tan cerca.
Tan pronto como llega al palacio es visto por el hombre-lobo quien, con gran impulso, corre hacía él, lo coge con
sus dientes y lo arrastra. Mayor daño aún le habría causado, de no ser porque el rey lo llamó, amenazándolo con
una vara. Dos veces aquel día intentó morderle. Casi todos estaban muy extrañados, pues nunca se había
comportado de esa manera a la vista de ningún hombre. Toda la casa comenta que algún motivo ha de tener su
agresión; que el caballero, de una forma u otra, ha debido dañarle, pues que él desea vengarse.
En aquella ocasión no pasó más. Cuando acabó la fiesta, se despidieron los barones y retornaron a sus casas.
Entre los primeros, partió el caballero a quien el hombre-lobo había atacado. No es maravilla que lo odie.
No pasó mucho tiempo, tal es mi opinión, sin que el sabio y cortés monarca volviese al bosque donde había
encontrado al hombre-lobo. Éste lo acompañaba. Al terminar la cacería, la corte buscó albergue en la región. La
exmujer del hombre-lobo, al saberlo, se adornó con extremo cuidado y, por la mañana, fue a hablar con el rey,
llevándole un rico presente.
Cuando el hombre-lobo la ve venir, nadie puede retenerlo: corre hacia ella como rabioso. Oíd lo bien que se
vengó: le arrancó la nariz de un bocado. ¿Qué mayor daño podía hacerle? Por todas partes lo amenazan por su
acción; lo habrían hecho mil pedazos si un hombre sabio no hubiese dicho al rey:
-Señor, escuchadme. Este animal ha vivido con vos, no hay nadie de nosotros que no lo haya visto detenidamente
y no haya estado mucho tiempo a su lado. Jamás tocó a hombre alguno ni cometió ninguna felonía, fuera del
ataque contra la mujer aquí presente. Por la fe que os debo, creo que tiene algún motivo de irritación contra ella
y contra su marido. Ésta es la esposa de aquel caballero a quien tanto queríais que se perdió hace tanto tiempo
sin que sepamos nada de él. Someted a tortura a la dama, a ver si os confiesa alguna razón por la que este animal
pueda odiarla. Hacedle decir todo lo que sepa. ¡Han ocurrido tantas maravillas en esta tierra de Bretaña!
El rey sigue su consejo. Detiene al caballero y prendiendo a la dama, la somete a gran tormento. Tanto por el
dolor como por el miedo ella terminó contando todo lo relativo a su antiguo esposo: cómo lo había traicionado y
le había arrebatado su ropa, la aventura que él le había contado, en qué se convertía, adónde iba, y cómo no se le
había visto en la región desde que le hubieron quitado los vestidos; bien pensaba ella que el animal fuese el
hombre-lobo en cuestión.
El rey le exige entonces que traiga las vestiduras. Quiéralo o no, la dama las hace traer y entregar al hombre-lobo.
Cuando se las ponen delante, él no les presta atención.
En ese momento, el sabio que había aconsejado al rey, le dijo:
-Señor, no lo estáis haciendo bien. Por nada del mundo querría el hombre-lobo vestirse ante vos ni cambiar ante
vos su apariencia bestial, pues siente mucha vergüenza. Hacedle llevar a vuestras habitaciones y dejarlo allí con su
ropa. Después de transcurrido un buen rato, veremos cómo se convierte en hombre y regresa.
El rey en persona le condujo, cerrando tras él todas las puertas. Al cabo de un cierto tiempo, volvió a su cámara,
llevando con él a dos barones. Entran los tres y encuentran, sobre el mismo lecho del monarca, al caballero que
dormía. El rey corrió a abrazarle, besándolo más de cien veces. Una vez que se hubo repuesto, le devolvió todas
sus propiedades y más que no me detengo a contar. En cuanto a la mujer, el rey la expulsó del país. Con ella
partió el que había traicionado a su señor. Tuvieron muchos hijos bien conocidos por su apariencia y rostro: la
mayoría nació y vivió sin nariz.
La aventura que habéis oído es verdadera, no lo dudéis. Para guardar de ella una eterna memoria fue compuesto
un lai, titulado El hombre-lobo.
FIN

4. Yalal Al-Din Rumi (Balj, 1207-1273)


Un hombre vino muy temprano a presentarse en el palacio del profeta Salomón, con el rostro pálido y los labios
descoloridos.
Salomón le preguntó: -¿Por qué estás en ese estado?
Y el hombre le respondió: -Azrael, el ángel de la muerte, me ha dirigido una mirada impresionante, llena de
cólera. ¡Manda al viento, por favor te lo suplico, que me lleve a la India para poner a salvo mi cuerpo y mi alma!
Salomón mandó, pues, al viento que hiciera lo que pedía el hombre. Y, al día siguiente, el profeta preguntó a
Azrael: -¿Por qué has echado una mirada tan inquietante a ese hombre, que es un fiel? Le has causado tanto
miedo que ha abandonado su patria.
Azrael respondió: -Ha interpretado mal mi mirada. No lo miré con cólera, sino con asombro. Dios, en efecto, me
había ordenado que fuese a tomar su vida en la India, y me dije: ¿Cómo podría, a menos que tuviese alas,
trasladarse a la India?

5. El Libro De Las Mil Noches y Una Noche. (IX-XIV) (Fragmento)


En el Nombre de Alah, el Clemente, El Misericordioso. ¡La alabanza a Alah, amo del Universo! ¡Y la plegaria y la
paz para el príncipe de los enviados, nuestro señor y soberano Mohamed!
Y, para todos los tuyos, la plegaria y la paz siempre unidas esencialmente hasta el día de la recompensa.
¡Y después...! que las leyendas de los antiguos sean una lección para los modernos, a fin de que el hombre
aprenda en los sucesos que ocurren a otros que no son él. Entonces respetará y comparará con atención las
palabras de los pueblos pasados y lo que a él le ocurra y se reprimirá. Por esto ¡gloria a quien guarda los relatos
de los primeros como lección dedicada a los últimos! De estas lecciones han sido entresacados los cuentos que se
llaman Mil noches y una noche, y todo lo que hay en ellos de cosas extraordinarias y de máximas.
Historia del rey Schahriar y su hermano el rey Schahzaman.
Cuéntase -pero Alah es más sabio, más prudente más poderoso y más benéfico- que en lo que transcurrió en
la antigüedad del tiempo y en lo pasado de la edad, hubo un rey entre los reyes de Sassan, en las islas de la India y
de la China1.

1
La geografía es absolutamente vaga y admirable. Sería pues, inútil profundizar.
Era dueño de ejércitos y señor de auxiliares, de servidores y de un séquito numeroso. Tenía dos hijos, y
ambos eran heroicos jinetes, pero el mayor valía más aún que el menor. El mayor reinó en los países, gobernó con
justicia entre los hombres y por eso le querían los habitantes del país y del reino. Llamábase el rey Schahriar 2. Su
hermano, llamado Schahzaman3, era el rey de Salamarcanda Ti-Ajam.
Siguiendo las cosas el mismo curso, residieron cada uno en su país, y gobernaron con justicia a sus ovejas
durante veinte años. Y llegaron ambos hasta el límite del desarrollo y el florecimiento.
No dejaron de ser así, hasta que el mayor sintió vehementes deseos de ver a su hermano. Entonces ordenó a
su visir que partiese y volviese con él. El visir contestó: "Escucho y obedezco".
Partió, pues, y llegó felizmente por la gracia de Alah; entró en casa de Schahzaman, le transmitió la paz 4, le
dijo que el rey Schahriar deseaba ardientemente verle, y que el objeto de su viaje era invitar a su hermano. El rey
Schahzaman contestó: "Escucho y obedezco". Dispuso los preparativos de la partida, mandando sacar sus tiendas,
sus camellos y sus mulos, y que saliesen sus servidores y auxiliares. Nombró a su visir gobernador del reino y salió
en demanda de las comarcas de su hermano.
Pero a medianoche recordó una cosa que había olvidado; volvió a su palacio apresuradamente, y encontró a
su esposa tendida en el lecho abrazada con un negro, esclavo entre los esclavos. Al ver tal cosa, el mundo se
oscureció ante sus ojos.
Y se dijo: "Si ha sobrevenido tal aventura cuando apenas acabo de dejar la ciudad, ¿cuál sería la conducta de
esta libertina si me ausentase algún tiempo para estar con mi hermano?" Desenvainó inmediatamente su alfanje,
y acometiendo a ambos, los dejó muertos sobre los tapices del lecho. Volvió a salir sin perder una hora ni un
instante, y ordenó la marcha de la comitiva. Y viajó de noche hasta avistar la ciudad de su hermano.
Entonces éste se alegró de su proximidad, salió a su encuentro, y al recibirlo, le deseó la paz. Se regocijó hasta
los mayores límites del contento, mandó adornar en honor suyo la ciudad y se puso a hablarle lleno de efusión.
Pero el rey Schahzaman recordaba la aventura de su esposa, y una nube de tristeza le velaba la faz. Su tez se
había puesto pálida y su cuerpo se había debilitado. Al verle de tal modo, el rey Schahriar creyó en su alma que
aquello se debía a haberse alejado de su reino y de su país, y lo dejaba estar, sin preguntarle nada. Al fin, un día,
le dijo: "Hermano, tu cuerpo enflaquece y tu cara amarillea". Y el otro respondió: "¡Ay, hermano, tengo en mi
interior como una llaga en carne viva!" Pero no le reveló lo que le había ocurrido con su esposa.
El rey Schahriar le dijo: "Quisiera que me acompañes a cazar a pie y a caballo, pues así tal vez se esparciera tu
espíritu". El rey Schahzaman no quiso aceptar, y su hermano se fue solo a la cacería.
Había en el palacio unas ventanas que daban al jardín, y habiéndose asomado a una de ellas, el rey
Schahzaman vio cómo se abría una puerta para dar salida a veinte esclavas y veinte esclavos, entre los cuales
avanzaba la mujer del rey Schahriar en todo el esplendor de su belleza. Llegados a un estanque, se desnudaron, y
se mezclaron todos.
Y súbitamente la mujer del rey gritó: "¡Oh, Massaud!" Y en seguida acudió hacia ella un robusto esclavo negro,
que la abrazó. Ella se abrazó también a él, y entonces el negro la echó al suelo, boca arriba, y la gozó.
A tal señal todos los demás esclavos hicieron lo mismo con las mujeres. Y así siguieron largo tiempo, sin acabar
con sus besos, abrazos, copulaciones y cosas semejantes hasta cerca del amanecer. Al ver aquello, pensó el
hermano del rey: "¡Por Alah! Más ligera es mi calamidad que esta otra". Inmediatamente, dejando que se
desvaneciese su aflicción, se dijo: "¡En verdad, esto es más enorme que cuanto me ocurrió a mí!" Y desde aquel
momento volvió a comer y beber cuanto pudo.
A todo esto, el rey, su hermano, volvió de su excursión, y ambos se desearon la paz íntimamente. Luego el rey
Schahriar observó que su hermano el rey Schahzaman acababa de recobrar el buen color, pues su semblante
había adquirido nueva vida, y advirtió también que comía con toda su alma después de haberse alimentado
parcamente en los primeros días.

2
Dueño de la ciudad. Palabra persa
3
Dueño del siglo o del tiempo. Palabra persa.
4
"Que la paz (o la salvación) sea contigo". Saludo usado entre los musulmanes.
Se asombró de ello, y dijo: "Hermano, poco ha te veía amarillo de tez y ahora has recuperado los colores.
Cuéntame qué te pasa". El rey le dijo: "Te contaré la causa de mi anterior palidez, pero dispénsame de referirte el
motivo de haber recobrado los colores". El rey replicó: "Para entendernos, relata primeramente la causa de tu
pérdida de color y tu debilidad". Y se explicó de este modo: "Sabrás, hermano, que cuando enviaste tu visir para
requerir mi presencia, hice mis preparativos de marcha, y salí de la ciudad. Pero después me acordé de la joya que
te destinaba y que te di al llegar a tu palacio. Volví, pues, y encontré a mi mujer acostada con un esclavo negro,
durmiendo en los tapices de mi cama. Los maté a los dos, y vine hacia ti, muy atormentado por el recuerdo de tal
aventura. Este fue el motivo de mi primera palidez y de mi enflaquecimiento. En cuanto a la causa de haber
recobrado mi buen color, dispénsame de mencionarla".
Cuando su hermano oyó estas palabras, le dijo: "Por Alah, te conjuro a que me cuentes la causa de haber
recobrado tus colores".
Entonces el rey Schahzaman le refirió cuanto había visto. El rey Schahriar dijo: "Ante todo, es necesario que
mis ojos vean semejante cosa". Su hermano le respondió: "Finge que vas de caza, pero escóndete en mis
aposentos y serás testigo del espectáculo; tus ojos lo contemplarán".
Inmediatamente, el rey mandó que el pregonero divulgase la orden de marcha. Los soldados salieron con sus
tiendas fuera de la ciudad. El rey marchó también, se ocultó en su tienda y dijo a sus jóvenes esclavos: "¡Que
nadie entre!" Luego se disfrazó, salió a hurtadillas y se dirigió al palacio. Llegó a los aposentos de su hermano, y se
asomó a la ventana que daba al jardín. Apenas había pasado una hora, cuando salieron las esclavas, rodeando a
su señora, y tras ellas los esclavos. E hicieron cuanto había contado Schahzaman, pasando en tales juegos hasta el
asr5.
Cuando vio estas cosas el rey Schahriar, la razón se ausentó de su cabeza, y dijo a su hermano: "Marchemos
para saber cuál es nuestro destino en el camino de Alah, porque nada de común debemos tener con la realeza
hasta encontrar a alguien que haya sufrido una aventura semejante a la nuestra. Si no, la muerte sería preferible a
nuestra vida". Su hermano le contestó lo que era apropiado y ambos salieron por una puerta secreta del palacio.
Y no cesaron de caminar día y noche, hasta que por fin llegaron a un árbol, en medio de una solitaria pradera,
junto a la mar salada. En aquella pradera había un manantial de agua dulce. Bebieron de ella y se sentaron a
descansar.
Apenas había transcurrido una hora del día, cuando el mar empezó a agitarse. De pronto brotó de él una negra
columna de humo, que llegó hasta el cielo y se dirigió después hacia la pradera. Los reyes, asustados, se subieron
a la cima del árbol, que era muy alto, y se pusieron a mirar lo que tal cosa pudiera ser. Y he aquí que la columna
de humo se convirtió en un efrit6 de elevada estatura, poderoso de hombros y robusto de pecho. Llevaba un arca
sobre la cabeza. Puso el pie en el suelo, y se dirigió hacia el árbol y se sentó debajo de él. Levantó entonces la tapa
del arca, sacó de ella una caja, la abrió, y apareció en seguida una encantadora joven, de espléndida hermosura,
luminosa lo mismo que el sol, como dijo el poeta:
¡Antorcha en las tinieblas, ella aparece y es el día! ¡Ella aparece y con su luz se iluminan las auroras!
¡Los soles irradian con su claridad y las lunas con las sonrisas de sus ojos!
¡Que los velos de su misterio se rasguen, e inmediatamente las criaturas se prosternan encantados a sus pies!
¡Y ante los dulces relámpagos de su mirada, el rocío de las lágrimas de pasión humedece todos los párpados!!
Después que el efrit hubo contemplado a la hermosa joven, le dijo: "¡Oh soberana de las sederías!
¡Oh tú, a quien rapté el mismo día de tu boda! Quisiera dormir un poco". Y el efrit colocó la cabeza en las
rodillas de la joven y se durmió.
Entonces la joven levantó la cabeza hacia la copa del árbol y vio ocultos en las ramas a los dos reyes. En
seguida apartó de sus rodillas la cabeza del efrit, la puso en el suelo, y les dijo por señas: "Bajad, y no tengáis
miedo de este efrit". Por señas, le respondieron: "¡Por Alah sobre ti! ¡Dispénsanos de lance tan peligroso!"

5
Asr: parte del día en que empieza a declinar el sol.
6
Efrit: astuto, sinónimo de genio.
Ella les dijo: "¡Por Alah sobre vosotros! Bajad en seguida si no queréis que avise al efrit, que os dará la peor
muerte". Entonces, asustados, bajaron hasta donde estaba ella, que se levantó para decirles: "Traspasadme con
vuestra lanza de un golpe duro y violento; si no, avisaré al efrit".
Schahriar, movido del espanto, dijo a Schahzaman: "Hermano, sé el primero en hacer lo que ésta manda". El
otro repuso: "No lo haré sin que antes me des el ejemplo tú, que eres mayor". Y ambos empezaron a invitarse
mutuamente, haciéndose con los ojos señas de copulación. Pero ella les dijo: "¿Para qué tanto guiñar los ojos? Si
no venís y me obedecéis, llamo inmediatamente al efrit". Entonces, por miedo al efrit hicieron con ella lo que les
había pedido. Cuando los hubo agotado, les dijo: "¡Qué expertos sois los dos!"
Sacó del bolsillo un saquito y del saquito un collar compuesto de quinientas setenta sortijas con sellos, y les
preguntó: "¿Sabéis lo que es esto?" Ellos contestaron: "No lo sabemos". Entonces les explicó la joven: "Los
dueños de estos anillos me han poseído todos junto a los cuernos insensibles de este efrit. De suerte que me vais
a dar vuestros anillos". Lo hicieron así, sacándoselos de los dedos, y ella entonces les dijo: "Sabed que este efrit
me robó la noche de mi boda; me encerró en esa caja, metió la caja en el arca, le echó siete candados y la arrastró
al fondo del mar, allí donde se combaten las olas. Pero no sabía que cuando desea alguna cosa una mujer no
hay quien la venza.
Ya lo dijo el poeta: ¡Amigo: no te fíes de la mujer; ríete de sus promesas! ¡Su buen o mal humor depende de
los caprichos de su vulva!
¡Prodigan amor falso cuando la perfidia las llena y forma como la trama de sus vestidos!
¡Recuerda respetuosamente las Palabras de Yusuf! ¡Y no olvides que Eblis hizo que expulsaran a Adán por
causa de la Mujer!
¡No te confíes, amigo! ¡Es inútil! ¡Mañana, en aquella que creas más segura, sucederá al amor puro una
pasión loca!
Y no digas: "¡Si me enamoro, evitaré las locuras de los enamorados!" ¡No lo digas! ¡Sería verdaderamente un
prodigio único ver salir a un hombre sano y salvo de la seducción de las mujeres!
Los dos hermanos, al oír estas palabras, se maravillaron hasta más no poder, y se dijeron uno a otro: "Si éste
es un efrit, y a pesar de su poderío le han ocurrido cosas más enormes que a nosotros, esta aventura debe
consolarnos". Inmediatamente se despidieron de la joven y regresaron cada uno a su ciudad.
En cuanto el rey Schahriar entró en su palacio, mandó degollar a su esposa, así como a los esclavos y esclavas.
Después ordenó a su visir que cada noche le llevase una joven que fuese virgen. Y cada noche arrebataba a una su
virginidad. Y cuando la noche había transcurrido mandaba que la matasen. Así estuvo haciendo durante tres años,
y todo eran lamentos y voces de horror. Los hombres huían con las hijas que les quedaban. En la ciudad no había
ya ninguna doncella que pudiese servir para los asaltos de este cabalgador.
En esta situación el rey mandó al visir que, como de costumbre, le trajese una joven. El visir, por más que
buscó, no pudo encontrar ninguna, y regresó muy triste a su casa, con el alma transida de miedo ante el furor del
rey. Pero este visir tenía dos hijas de gran hermosura, que poseían todos los encantos, todas las perfecciones y
eran de una delicadeza exquisita.
La mayor se llamaba Schehrazada, y el nombre de la menor era Doniazada7:
Al ver a su padre, le habló así: "¿Por qué te veo tan cambiado, soportando un peso abrumador de
pesadumbres y aflicciones...? Sabe, padre, que el poeta dice: "¡Oh tú, que te apenas, consuélate! Nada es
duradero, toda alegría se desvanece y todo pesar se olvida"…

7
Schehrazada: "Hija de la ciudad". Doniazada: "Hija del mundo". La mayor, Schehrazada, había leído los libros, los anales, las
leyendas de los reyes antiguos y las historias de los pueblos pasados. Dicen que poseía también mil libros de crónicas
referentes a los pueblos de las edades remotas, a los reyes de la antigüedad y sus poetas. Y era muy elocuente y daba gusto
oírla.
6. El Decamerón. Giovanni Boccaccio (Certaldo, 1313-1375).
6.1. Primera Jornada. Cuento Uno. La Confesión de San Chapelet.
Maese Chapelet-Duprat engaña con una falsa confesión a un santo fraile y muere; después de haber sido gran
pecador en vida, pasa, después de muerto, por santo y llamado San Chapelet.

Conviene, carísimas señoras, que a todo lo que el hombre hace le dé principio con el nombre de Aquél que fue de
todos hacedor; por lo que, debiendo yo el primero dar comienzo a nuestro novelar, entiendo comenzar con uno
de sus maravillosos hechos para que, oyéndolo, nuestra esperanza en él como en cosa inmutable se afirme, y
siempre sea por nosotros alabado su nombre. Manifiesta cosa es que, como las cosas temporales son todas
transitorias y mortales, están en sí y por fuera de sí llenas de dolor, de angustia y de fatiga, y sujetas a infinitos
peligros; a los cuales no podremos nosotros sin algún error, los que vivimos mezclados con ellas y somos parte de
ellas, resistir ni hacerles frente, si la especial gracia de Dios no nos presta fuerza y prudencia. La cual, a nosotros y
en nosotros no es de creer que descienda por mérito alguno nuestro, sino por su propia benignidad movida y por
las plegarias impetradas de aquellos que, como lo somos nosotros, fueron mortales y, habiendo seguido bien sus
gustos mientras tuvieron vida, ahora se han transformado con él en eternos y bienaventurados; a los cuales
nosotros mismos, como a procuradores informados por experiencia de nuestra fragilidad, y tal vez no
atreviéndonos a mostrar nuestras plegarias ante la vista de tan grande juez, les rogamos por las cosas que
juzgamos oportunas. Y aún más en Él, lleno de piadosa liberalidad hacia nosotros, señalemos que, no pudiendo la
agudeza de los ojos mortales traspasar en modo alguno el secreto de la divina mente, a veces sucede que,
engañados por la opinión, hacemos procuradores ante su majestad a gentes que han sido arrojadas por Ella al
eterno exilio; y no por ello Aquél a quien ninguna cosa es oculta (mirando más a la pureza del orante que a su
ignorancia o al exilio de aquél a quien le ruega) como si fuese bienaventurado ante sus ojos, deja de escuchar a
quienes le ruegan. Lo que podrá aparecer manifiestamente en la novela que entiendo contar: manifiestamente,
digo, no el juicio de Dios sino el seguido por los hombres.

Se dice, pues, que habiéndose Francisco Musciato convertido, de riquísimo y gran mercader en Francia, en
caballero, y debiendo venir a Toscana con micer Carlos Sin Tierra, hermano del rey de Francia, que fue llamado y
solicitado por el papa Bonifacio, dándose cuenta de que sus negocios estaban, como muchas veces lo están los de
los mercaderes, muy intrincados acá y allá, y que no se podían de ligero ni súbitamente desintrincar, pensó
encomendarlos a varias personas, y para todos encontró cómo; fuera de que le quedó la duda de a quién dejar
pudiese capaz de rescatar los créditos hechos a varios borgoñones. Y la razón de la duda era saber que los
borgoñones son litigiosos y de mala condición y desleales, y a él no le venía a la cabeza quién pudiese haber tan
malvado en quien pudiera tener alguna confianza para que pudiese oponerse a su perversidad. Y después de
haber estado pensando largamente en este asunto, le vino a la memoria un tal Chapelet-Duprat que muchas
veces se hospedaba en su casa de París.
El nombre verdadero de aquel hombre era en de Chapel, pero a causa de su pequeña estatura y lo menudo de su
figura los franceses lo llamaron Chapelet nombre que le quedo para siempre. Chapelet era un hombre tan digno
que siendo notario, sentía grandísima vergüenza si alguno de sus instrumentos (aunque fuesen pocos) no fuera
falso; de los cuales hubiera hecho tantos como le hubiesen pedido gratuitamente, y con mejor gana que alguno
de otra clase muy bien pagado. Declaraba en falso con sumo gusto, tanto si se le pedía como si no; y dándose en
aquellos tiempos en Francia grandísima fe a los juramentos, no preocupándose por hacerlos falsos, vencía
malvadamente en tantas causas cuantas le pidiesen que jurara decir verdad por su fe. Tenía otra clase de placeres
(y mucho se empeñaba en ello) en suscitar entre amigos y parientes y cualesquiera otras personas, males y
enemistades y escándalos, de los cuales cuantos mayores males veía seguirse, tanta mayor alegría sentía. Si se le
invitaba a algún homicidio o a cualquier otro acto criminal, sin negarse nunca, de buena gana iba y muchas veces
se encontró gustosamente hiriendo y matando hombres con las propias manos. Gran blasfemador era contra Dios
y los santos, y por cualquier cosa pequeña, como que era iracundo más que ningún otro. A la iglesia no iba jamás,
y a todos sus sacramentos como a cosa vil escarnecía con abominables palabras; y por el contrario las tabernas y
los otros lugares deshonestos visitaba de buena gana y los frecuentaba. A las mujeres era tan aficionado como lo
son los perros al bastón, con su contrario más que ningún otro hombre flaco se deleitaba. Habría hurtado y
robado con la misma conciencia con que oraría un santo varón. Golosísimo y gran bebedor hasta a veces sentir
repugnantes náuseas; era solemne jugador con dados trucados.
Mas ¿por qué me alargo en tantas palabras? Era el peor hombre, tal vez, que nunca hubiese nacido. Y su maldad
largo tiempo la sostuvo el poder y la autoridad de micer Musciat, por quien muchas veces no sólo de las personas
privadas a quienes con frecuencia injuriaba sino también de la justicia, a la que siempre lo hacía, fue protegido.
Venido, pues, este seor Chapelet a la memoria de micer Musciat, que conocía óptimamente su vida, pensó el
dicho micer Musciat que éste era el que necesitaba la maldad de los borgoñones; por lo que, llamándole, le dijo
así:
-Seor Chapelet, como sabes, estoy por retirarme del todo de aquí y, teniendo entre otros que entenderme con los
borgoñones, hombres llenos de engaño, no sé quién pueda dejar más apropiado que tú para rescatar de ellos mis
bienes; y por ello, como tú al presente nada estás haciendo, si quieres ocuparte de esto entiendo conseguirte el
favor de la corte y darte aquella parte de lo que rescates que sea conveniente. Seor Chapelet, que se veía
desocupado y mal provisto de bienes mundanos y veía que se iba quien su sostén y auxilio había sido durante
mucho tiempo, sin ningún titubeo y como empujado por la necesidad se decidió sin dilación alguna, como
obligado por la necesidad y dijo que quería hacerlo de buena gana. Por lo que, puestos de acuerdo, recibidos por
seor Chapelet los poderes y las cartas credenciales del rey, partido micer Musciat, se fue a Borgoña donde casi
nadie le conocía: y allí de modo extraño a su naturaleza, benigna y mansamente empezó a rescatar y hacer
aquello a lo que había ido, como si reservase la ira para el final. Y haciéndolo así, hospedándose en la casa de dos
hermanos florentinos que prestaban con usura y por amor de micer Musciat le honraban mucho, sucedió que
enfermó, con lo que los dos hermanos hicieron prestamente venir médicos y criados para que le sirviesen en
cualquier cosa necesaria para recuperar la salud.
Pero toda ayuda era vana porque el buen hombre, que era ya viejo y había vivido desordenadamente, según
decían los médicos iba de día en día de mal en peor como quien tiene un mal de muerte; de lo que los dos
hermanos mucho se dolían y un día, muy cerca de la alcoba en que seor Chapelet yacía enfermo, comenzaron a
razonar entre ellos.
-¿Qué haremos de éste? -decía el uno al otro-. Estamos por su causa en una situación pésima porque echarlo
fuera de nuestra casa tan enfermo nos traería gran tacha y sería signo manifiesto de poco juicio al ver la gente
que primero lo habíamos recibido y después hecho servir y medicar tan solícitamente para ahora, sin que haya
podido hacer nada que pudiera ofendernos, echarlo fuera de nuestra casa tan súbitamente, y enfermo de
muerte. Por otra parte, ha sido un hombre tan malvado que no querrá confesarse ni recibir ningún sacramento de
la Iglesia y, muriendo sin confesión, ninguna iglesia querrá recibir su cuerpo y será arrojado a los fosos como un
perro. Y si por el contrario se confiesa, sus pecados son tantos y tan horribles que no los habrá semejantes y
ningún fraile o cura querrá ni podrá absolverle; por lo que, no absuelto, será también arrojado a los fosos como
un perro. Y si esto sucede, el pueblo de esta tierra, tanto por nuestro oficio (que les parece inicuo y al que todo el
tiempo pasan maldiciendo) como por el deseo que tiene de robarnos, viéndolo, se amotinará y gritará: «Estos
perros lombardos a los que la iglesia no quiere recibir no pueden sufrirse más», y correrán en busca de nuestras
arcas y tal vez no solamente nos roben los haberes sino que pueden quitarnos también la vida; por lo que de
cualquiera guisa estamos mal si éste se muere.
Seor Chapelet, que, decimos, yacía allí cerca de donde éstos estaban hablando, teniendo el oído fino, como la
mayoría de las veces pasa a los enfermos, oyó lo que estaban diciendo y los hizo llamar y les dijo:
-No quiero que temáis por mí ni tengáis miedo de recibir por mi causa algún daño; he oído lo que habéis estado
hablando de mí y estoy certísimo de que sucedería como decís si así como pensáis anduvieran las cosas; pero
andarán de otra manera. He hecho, viviendo, tantas injurias al Señor Dios que por hacerle una más a la hora de la
muerte poco se dará. Y por ello, procurad hacer venir un fraile santo y valioso lo más que podáis, si hay alguno
que lo sea, y dejadme hacer, que yo concertaré firmemente vuestros asuntos y los míos de tal manera que
resulten bien y estéis contentos.
Los dos hermanos, aunque no sintieron por esto mucha esperanza, no dejaron de ir a un convento de frailes y
pidieron que algún hombre santo y sabio escuchase la confesión de un lombardo que estaba enfermo en su casa;
y les fue dado un fraile anciano de santa y de buena vida, y gran maestro de la Escritura y hombre muy venerable,
a quien todos los ciudadanos tenían en grandísima y especial devoción, y lo llevaron con ellos. El cual, llegado a la
cámara donde el seor Chapelet yacía, y sentándose a su lado, empezó primero a confortarle benignamente y le
preguntó luego que cuánto tiempo hacía que no se había confesado. A lo que el seor Chapelet, que nunca se
había confesado, respondió:
-Padre mío, mi costumbre es de confesarme todas las semanas al menos una vez; sin lo que son bastantes las que
me confieso más; y la verdad es que, desde que he enfermado, que son casi ocho días, no me he confesado, tanto
es el malestar que con la enfermedad he tenido.
Dijo entonces el fraile:
-Hijo mío, bien has hecho, y así debes hacer de ahora en adelante; y veo que si tan frecuentemente te confiesas,
poco trabajo tendré en escucharte y preguntarte.
Dijo seor Chapelet:
-Señor fraile, no digáis eso; yo no me he confesado nunca tantas veces ni con tanta frecuencia que no quisiera
hacer siempre confesión general de todos los pecados que pudiera recordar desde el día en que nací hasta el que
me haya confesado; y por ello os ruego, mi buen padre, que me preguntéis tan menudamente de todas las cosas
como si nunca me hubiera confesado, y no tengáis compasión porque esté enfermo, que más quiero disgustar a
estas carnes mías que, excusándolas, hacer cosa que pudiese resultar en perdición de mi alma, que mi Salvador
rescató con su preciosa sangre.
Estas palabras gustaron mucho al santo varón y le parecieron señal de una mente bien dispuesta; y luego que al
seor Chapelet hubo alabado mucho esta práctica, empezó a preguntarle si había alguna vez pecado
lujuriosamente con alguna mujer. A lo que seor Chapelet respondió suspirando:
-Padre, en esto me avergüenzo de decir la verdad temiendo pecar de vanagloria.
A lo que el santo fraile dijo:
-Dila con tranquilidad, que por decir la verdad ni en la confesión ni en otro caso nunca se ha pecado.
Dijo entonces seor Chapelet:
-Ya que lo queréis así, os lo diré: soy tan virgen como salí del cuerpo de mi madre.
-¡Oh, bendito seas de Dios! -dijo el fraile-, ¡qué bien has hecho! Y al hacerlo has tenido tanto más mérito cuando,
si hubieras querido, tenías más libertad de hacer lo contrario que tenemos nosotros y todos los otros que están
constreñidos por alguna regla.
Y luego de esto, le preguntó si había desagradado a Dios con el pecado de la gula. A lo que, suspirando mucho,
seor Chapelet contestó que sí y muchas veces; porque, como fuese que él, además de los ayunos de la cuaresma
que las personas devotas hacen durante el año, todas las semanas tuviera la costumbre de ayunar a pan y agua al
menos tres días, se había bebido el agua con tanto deleite y tanto gusto y especialmente cuando había sufrido
alguna fatiga por rezar o ir en peregrinación, como los grandes bebedores hacen con el vino. Y muchas veces
había deseado comer aquellas ensaladas de hierbas que hacen las mujeres cuando van al campo, y algunas veces
le había parecido mejor comer que le parecía que debiese parecerle a quien ayuna por devoción como él
ayunaba. A lo que el fraile dijo:
-Hijo mío, estos pecados son naturales y son asaz leves, y por ello no quiero que te apesadumbres la conciencia
más de lo necesario. A todos los hombres sucede que les parezca bueno comer después de largo ayuno, y,
después del cansancio, beber.
-¡Oh! -dijo seor Chapelet-, padre mío, no me digáis esto por confortarme; bien sabéis que yo sé que las cosas que
se hacen en servicio de Dios deben hacerse limpiamente y sin ninguna mancha en el ánimo: y quien lo hace de
otra manera, peca.
El fraile, contentísimo, dijo:
-Y yo estoy contento de que así lo entiendas en tu ánimo, y mucho me place tu pura y buena conciencia. Pero
dime, ¿has pecado de avaricia deseando más de lo conveniente y teniendo lo que no debieras tener?
A lo que seor Chapelet dijo:
-Padre mío, no querría que sospechaseis de mí porque estoy en casa de estos usureros: yo no tengo parte aquí
sino que había venido con la intención de amonestarles y reprenderles y arrancarles a este abominable oficio; y
creo que habría podido hacerlo si Dios no me hubiese visitado de esta manera. Pero debéis de saber que mi padre
me dejó rico, y de sus haberes, cuando murió, di la mayor parte por Dios; y luego, por sustentar mi vida y poder
ayudar a los pobres de Cristo, he hecho mis pequeños mercadeos y he deseado tener ganancias de ellos, y
siempre con los pobres de Dios lo que he ganado lo he partido por medio, dedicando mi mitad a mis necesidades,
dándole a ellos la otra mitad; y en ello me ha ayudado tan bien mi Creador que siempre de bien en mejor han ido
mis negocios.
-Has hecho bien -dijo el fraile-, pero ¿con cuánta frecuencia te has dejado llevar por la ira?
-¡Oh! -dijo seor Chapelet-, eso os digo que muchas veces lo he hecho. ¿Y quién podría contenerse viendo todo el
día a los hombres haciendo cosas sucias, no observar los mandamientos de Dios, no temer sus juicios? Han sido
muchas veces al día las que he querido estar mejor muerto que vivo al ver a los jóvenes ir tras vanidades y
oyéndolos jurar y perjurar, ir a las tabernas, no visitar las iglesias y seguir más las vías del mundo que las de Dios.
Dijo entonces el fraile:
-Hijo mío, ésta es una ira buena y yo en cuanto a mí no sabría imponerte por ella penitencia. Pero ¿por acaso no
te habrá podido inducir la ira a cometer algún homicidio o a decir villanías de alguien o a hacer alguna otra
injuria?
A lo que el seor Chapelet respondió:
-¡Ay de mí, señor!, vos que me parecéis hombre de Dios, ¿cómo decís estas palabras? Si yo hubiera podido tener
aún un pequeño pensamiento de hacer alguna de estas cosas, ¿creéis que crea que Dios me hubiese sostenido
tanto? Eso son cosas que hacen los asesinos y los criminales, de los que, siempre que alguno he visto, he dicho
siempre: «Ve con Dios que te convierta».
Entonces dijo el fraile:
-Ahora dime, hijo mío, que bendito seas de Dios, ¿alguna vez has dicho algún falso testimonio contra alguien, o
dicho mal de alguien o quitado a alguien cosas sin consentimiento de su dueño?
-Ya, señor, sí -repuso seor Chapelet- que he dicho mal de otro, porque tuve un vecino que con la mayor sinrazón
del mundo no hacía más que golpear a su mujer tanto que una vez hablé mal de él a los parientes de la mujer, tan
gran piedad sentí por aquella pobrecilla que él, cada vez que había bebido de más, zurraba como Dios os diga.
Dijo entonces el fraile:
-Ahora bien, tú me has dicho que has sido mercader: ¿has engañado alguna vez a alguien como hacen los
mercaderes?
-Por mi fe -dijo seor Chapelet-, señor, sí, pero no sé quiénes eran: sino que habiéndome dado uno dineros que me
debía por un paño que le había vendido, y yo puestélos en un cofre sin contarlos, vine a ver después de un mes
que eran cuatro reales más de lo que debía ser por lo que, no habiéndolo vuelto a ver y habiéndolos conservado
un año para devolvérselos, los di por amor de Dios.
Dijo el fraile:
-Eso fue poca cosa e hiciste bien en hacer lo que hiciste.
Y después de esto pregúntole el santo fraile sobre muchas otras cosas, sobre las cuales dio respuesta en la misma
manera. Y queriendo él proceder ya a la absolución, dijo seor Chapelet:
-Señor mío, tengo todavía algún pecado que aún no os he dicho.
El fraile le preguntó cuál, y dijo:
-Me acuerdo que hice a mi criado, un sábado después de nona, barrer la casa y no tuve al santo día del domingo
la reverencia que debía.
-¡Oh! -dijo el fraile-, hijo mío, ésa es cosa leve.
-No -dijo seor Chapelet-, no he dicho nada leve, que el domingo mucho hay que honrar porque en un día así
resucitó de la muerte a la vida Nuestro Señor.
Dijo entonces el fraile:
-¿Alguna cosa más has hecho?
-Señor mío, sí -respondió seor Chapelet-, que yo, no dándome cuenta, escupí una vez en la iglesia de Dios.
El fraile se echó a reír, y dijo:
-Hijo mío, ésa no es cosa de preocupación: nosotros, que somos religiosos, todo el día escupimos en ella.
Dijo entonces seor Chapelet:
-Y hacéis gran villanía, porque nada conviene tener tan limpio como el santo templo, en el que se rinde sacrificio a
Dios.
Y en breve, de tales hechos le dijo muchos, y por último empezó a suspirar y a llorar mucho, como quien lo sabía
hacer demasiado bien cuando quería. Dijo el santo fraile:
-Hijo mío, ¿qué te pasa?
Repuso seor Chapelet:
-¡Ay de mí, señor! Que me ha quedado un pecado del que nunca me he confesado, tan grande vergüenza me da
decirlo, y cada vez que lo recuerdo lloro como veis, y me parece muy cierto que Dios nunca tendrá misericordia
de mí por este pecado.
Entonces el santo fraile dijo:
-¡Bah, hijo! ¿Qué estás diciendo? Si todos los pecados que han hecho todos los hombres del mundo, y que deban
hacer todos los hombres mientras el mundo dure, fuesen todos en un hombre solo, y éste estuviese arrepentido y
contrito como te veo, tanta es la benignidad y la misericordia de Dios que, confesándose éste, se los perdonaría
liberalmente; así, dilo con confianza.
Dijo entonces seor Chapelet, todavía llorando mucho:
-¡Ay de mí, padre mío! El mío es demasiado grande pecado, y apenas puedo creer, si vuestras plegarias no me
ayudan, que me pueda ser por Dios perdonado.
A lo que le dijo el fraile:
-Dilo con confianza, que yo te prometo pedir a Dios por ti.
Pero seor Chapelet lloraba y no lo decía y el fraile le animaba a decirlo. Pero luego de que seor Chapelet llorando
un buen rato hubo tenido así suspenso al fraile, lanzó un gran suspiro y dijo:
-Padre mío, pues que me prometéis rogar a Dios por mí, os lo diré: sabed que, cuando era pequeñito, maldije una
vez a mi madre.
Y dicho esto, empezó de nuevo a llorar fuertemente. Dijo el fraile:
-¡Ah, hijo mío! ¿Y eso te parece tan gran pecado? Oh, los hombres blasfemamos contra Dios todo el día y si Él
perdona de buen grado a quien se arrepiente de haber blasfemado, ¿no crees que vaya a perdonarte esto? No
llores, consuélate, que por seguro si hubieses sido uno de aquellos que le pusieron en la cruz, teniendo la
contrición que te veo, te perdonaría Él.
Dijo entonces seor Chapelet:
-¡Ay de mí, padre mío! ¿Qué decís? La dulce madre mía que me llevó en su cuerpo nueve meses día y noche, y me
llevó en brazos más de cien veces. ¡Mucho mal hice al maldecirla, y pecado muy grande es; y si no rogáis a Dios
por mí, no me será perdonado!
Viendo el fraile que nada le quedaba por decir al seor Chapelet, le dio la absolución y su bendición teniéndolo por
hombre santísimo, como quien totalmente creía ser cierto lo que seor Chapelet había dicho: ¿y quién no lo
hubiera creído viendo a un hombre en peligro de muerte confesándose decir tales cosas? Y después, luego de
todo esto, le dijo:
-Señor Chapelet, con la ayuda de Dios estaréis pronto sano; pero si sucediese que Dios a vuestra bendita y bien
dispuesta alma llamase a sí, ¿os placería que vuestro cuerpo fuese sepultado en nuestro convento?
A lo que seor Chapelet repuso:
-Señor, sí, que no querría estar en otro sitio, puesto que vos me habéis prometido rogar a Dios por mí, además de
que yo he tenido siempre una especial devoción por vuestra orden; y por ello os ruego que, en cuanto estéis en
vuestro convento, haced que venga a mí aquel veracísimo cuerpo de Cristo que vos por la mañana consagráis en
el altar, porque aunque no sea digno, entiendo comulgarlo con vuestra licencia, y después la santa y última
unción para que, si he vivido como pecador, al menos muera como cristiano.
El santo hombre dijo que mucho le agradaba y él decía bien, y que haría que de inmediato le fuese llevado; y así
fue.
Los dos hermanos, que temían mucho que seor Chapelet les engañase, se habían puesto junto a un tabique que
dividía la alcoba donde seor Chapelet yacía de otra y, escuchando, fácilmente oían y entendían lo que seor
Chapelet al fraile decía; y sentían algunas veces tales ganas de reír, al oír las cosas que le confesaba haber hecho,
que casi estallaban, y se decían uno al otro: ¿qué hombre es éste, al que ni vejez ni enfermedad ni temor de la
muerte a que se ve tan vecino, ni aun de Dios, ante cuyo juicio espera tener que estar de aquí a poco, han podido
apartarle de su maldad, ni hacer que quiera dejar de morir como ha vivido? Pero viendo que había dicho que sí,
que recibiría la sepultura en la iglesia, de nada de lo otro se preocuparon. Seor Chapelet comulgó poco después y,
empeorando sin remedio, recibió la última unción; y poco después del crepúsculo, el mismo día que había hecho
su buena confesión, murió. Por lo que los dos hermanos, disponiendo de lo que era de él para que fuese
honradamente sepultado y mandándolo decir al convento, y que viniesen por la noche a velarle según era
costumbre y por la mañana a por el cuerpo, dispusieron todas las cosas oportunas para el caso. El santo fraile que
lo había confesado, al oír que había finado, fue a buscar al prior del convento, y habiendo hecho tocar a capítulo,
a los frailes reunidos mostró que seor Chapelet había sido un hombre santo según él lo había podido entender de
su confesión; y esperando que por él el Señor Dios mostrase muchos milagros, les persuadió a que con grandísima
reverencia y devoción recibiesen aquel cuerpo. Con las cuales cosas el prior y los frailes, crédulos, estuvieron de
acuerdo: y por la noche, yendo todos allí donde yacía el cuerpo de seor Chapelet, le hicieron una grande y
solemne vigilia, y por la mañana, vestidos todos con albas y capas pluviales, con los libros en la mano y las cruces
delante, cantando, fueron a por este cuerpo y con grandísima fiesta y solemnidad se lo llevaron a su iglesia,
siguiéndoles el pueblo todo de la ciudad, hombres y mujeres; y, habiéndolo puesto en la iglesia, subiendo al
púlpito, el santo fraile que lo había confesado empezó sobre él y su vida, sobre sus ayunos, su virginidad, su
simplicidad e inocencia y santidad, a predicar maravillosas cosas, entre otras contando lo que seor Chapelet como
su mayor pecado, llorando, le había confesado, y cómo él apenas le había podido meter en la cabeza que Dios
quisiera perdonárselo, tras de lo que se volvió a reprender al pueblo que le escuchaba, diciendo:
-Y vosotros, malditos de Dios, por cualquier brizna de paja en que tropezáis, blasfemáis de Dios y de su Madre y
de toda la corte celestial.
Y además de éstas, muchas otras cosas dijo sobre su lealtad y su pureza, y, en breve, con sus palabras, a las que la
gente de la comarca daba completa fe, hasta tal punto lo metió en la cabeza y en la devoción de todos los que allí
estaban que, después de terminado el oficio, entre los mayores apretujones del mundo todos fueron a besarle los
pies y las manos, y le desgarraron todos los paños que llevaba encima, teniéndose por bienaventurado quien al
menos un poco de ellos pudiera tener: y convino que todo el día fuese conservado así, para que por todos
pudiese ser visto y visitado. Luego, la noche siguiente, en una urna de mármol fue honrosamente sepultado en
una capilla, y enseguida al día siguiente empezaron las gentes a ir allí y a encender candelas y a venerarlo, y
seguidamente a hacer promesas y a colgar exvotos de cera según la promesa hecha. Y tanto creció la fama de su
santidad y la devoción en que se le tenía que no había nadie que estuviera en alguna adversidad que hiciese
promesas a otro santo que a él, y lo llamaron y lo llaman San Chapelet, y afirman que Dios ha mostrado muchos
milagros por él y los muestra todavía a quien devotamente se lo implora. Así pues, vivió y murió el seor Chapelet
de Prato y llegó a ser santo, como habéis oído; y no quiero negar que sea posible que sea un bienaventurado en la
presencia de Dios porque, aunque su vida fue criminal y malvada, pudo en su último extremo haber hecho un
acto de contrición de manera que Dios tuviera misericordia de él y lo recibiese en su reino; pero como esto es
cosa oculta, razono sobre lo que es aparente y digo que más debe encontrarse condenado entre las manos del
diablo que en el paraíso. Y si así es, grandísima hemos de reconocer que es la benignidad de Dios para con
nosotros, que no mira nuestro error sino la pureza de la fe, y al tomar nosotros de mediador a un enemigo suyo,
creyéndolo amigo, nos escucha, como si a alguien verdaderamente santo recurriésemos como a mediador de su
gracia. Y por ello, para que por su gracia en la adversidad presente y en esta compañía tan alegre seamos
conservados sanos y salvos, alabando su nombre en el que la hemos comenzado, teniéndole reverencia, a él
acudiremos en nuestras necesidades, segurísimos de ser escuchados.
Y aquí, calló.

6.2. El Decamerón, Tercera jornada. Cuento Primero. Masetto de Lamporecchio se hace el mudo y entra como
hortelano en un monasterio de mujeres, que porfían en acostarse con él.
-Hermosísimas señoras, bastantes hombres y mujeres hay que son tan necios que creen demasiado
confiadamente que cuando a una joven se le ponen en la cabeza las tocas blancas y sobre los hombros se le echa
la cogulla negra, que deja de ser mujer y ya no siente los femeninos apetitos, como si se la hubiese convertido en
piedra al hacerla monja; y si por acaso algo oyen contra esa creencia suya, tanto se enojan cuanto si se hubiera
cometido un grandísimo y criminal pecado contra natura, no pensando ni teniéndose en consideración a sí
mismos, a quienes la plena libertad de hacer lo que quieran no puede saciar, ni tampoco al gran poder del ocio y
la soledad.
Y semejantemente hay todavía muchos que creen demasiado confiadamente que la azada y la pala y las comidas
bastas y las incomodidades quitan por completo a los labradores los apetitos concupiscentes y los hacen
vastísimos de inteligencia y astucia. Pero cuán engañados están cuantos así creen me complace (puesto que la
reina me lo ha mandado, sin salirme de lo propuesto por ella) demostraros más claramente con una pequeña
historieta.
En esta comarca nuestra hubo y todavía hay un monasterio de mujeres, muy famoso por su santidad, que no
nombraré por no disminuir en nada su fama; en el cual, no hace mucho tiempo, no habiendo entonces más que
ocho señoras con una abadesa, y todas jóvenes, había un buen hombrecillo hortelano de un hermosísimo jardín
suyo que, no contentándose con el salario, pidiendo la cuenta al mayordomo de las monjas, a Lamporecchio, de
donde era, se volvió.
Allí, entre los demás que alegremente le recibieron, había un joven labrador fuerte y robusto, y para villano
hermoso en su persona, cuyo nombre era Masetto; y le preguntó dónde había estado tanto tiempo. El buen
hombre, que se llamaba Nuto, se lo dijo; al cual, Masetto le preguntó a qué atendía en el monasterio. Al que Nuto
repuso:
-Yo trabajaba en un jardín suyo hermoso y grande, y además de esto, iba alguna vez al bosque por leña, traía agua
y hacía otros tales servicios; pero las señoras me daban tan poco salario que apenas podía pagarme los zapatos. Y
además de esto, son todas jóvenes y parece que tienen el diablo en el cuerpo, que no se hace nada a su gusto; así,
cuando yo trabajaba alguna vez en el huerto, una decía: «Pon esto aquí», y la otra: «Pon aquí aquello» y otra me
quitaba la azada de la mano y decía: «Esto no está bien»; y me daba tanto coraje que dejaba el laboreo y me iba
del huerto, así que, entre por una cosa y la otra, no quise estarme más y me he venido. Y me pidió su
mayordomo, cuando me vine, que si tenía alguien a mano que entendiera en aquello, que se lo mandase, y se lo
prometí, pero así le guarde Dios los riñones que ni buscaré ni le mandaré a nadie.
A Masetto, oyendo las palabras de Nuto, le vino al ánimo un deseo tan grande de estar con estas monjas que todo
se derretía comprendiendo por las palabras de Nuto que podría conseguir algo de lo que deseaba. Y considerando
que no lo conseguiría si decía algo a Nuto, le dijo:
-¡Ah, qué bien has hecho en venirte! ¿Qué es un hombre entre mujeres? Mejor estaría con diablos: de siete veces
seis no saben lo que ellas mismas quieren.
Pero luego, terminada su conversación, empezó Masetto a pensar qué camino debía seguir para poder estar con
ellas; y conociendo que sabía hacer bien los trabajos que Nuto hacía, no temió perderlo por aquello, pero temió
no ser admitido porque era demasiado joven y aparente. Por lo que, dando vueltas a muchas cosas, pensó:
«El lugar es bastante alejado de aquí y nadie me conoce allí, si sé fingir que soy mudo, por cierto que me
admitirán».
Y deteniéndose en aquel pensamiento, con una segur al hombro, sin decir a nadie adónde fuese, a guisa de un
hombre pobre se fue al monasterio; donde, llegado, entró dentro y por ventura encontró al mayordomo en el
patio, a quien, haciendo gestos como hacen los mudos, mostró que le pedía de comer por amor de Dios y que él,
si lo necesitaba, le partiría la leña. El mayordomo le dio de comer de buena gana; y luego de ello le puso delante
de algunos troncos que Nuto no había podido partir, los que éste, que era fortísimo, en un momento hizo
pedazos. El mayordomo, que necesitaba ir al bosque, lo llevó consigo y allí le hizo cortar leña; después de lo que,
poniéndole el asno delante, por señas le dio a entender que lo llevase a casa. Él lo hizo muy bien, por lo que el
mayordomo, haciéndole hacer ciertos trabajos que le eran necesarios, más días quiso tenerlo; de los cuales
sucedió que un día la abadesa lo vio, y preguntó al mayordomo quién era. El cual le dijo:
-Señora, es un pobre hombre mudo y sordo, que vino uno de estos días a pedir limosna, así que le he hecho un
favor y le he hecho hacer bastantes cosas de que había necesidad. Si supiese labrar un huerto y quisiera quedarse,
creo estaríamos bien servidos, porque él lo necesita y es fuerte y se podría hacer de él lo que se quisiera; y
además de esto no tendríais que preocuparos de que gastase bromas a vuestras jóvenes.
Al que dijo la abadesa:
-Por Dios que dices verdad: entérate si sabe labrar e ingéniate en retenerlo; dale unos pares de escarpines, algún
capisayo viejo, y halágalo, hazle mimos, dale bien de comer.
El mayordomo dijo que lo haría. Masetto no estaba muy lejos, pero fingiendo barrer el patio oía todas estas
palabras y se decía:
«Si me metéis ahí dentro, os labraré el huerto tan bien como nunca os fue labrado.»
Ahora, habiendo el mayordomo visto que sabía óptimamente labrar y preguntándole por señas si quería quedarse
aquí, y éste por señas respondiéndole que quería hacer lo que él quisiese, habiéndolo admitido, le mandó que
labrase el huerto y le enseñó lo que tenía que hacer; luego se fue a otros asuntos del monasterio y lo dejó. El cual,
labrando un día tras otro, las monjas empezaron a molestarle y a ponerlo en canciones, como muchas veces
sucede que otros hacen a los mudos, y le decían las palabras más malvadas del mundo no creyendo ser oídas por
él; y la abadesa que tal vez juzgaba que él tan sin cola estaba como sin habla, de ello poco o nada se preocupaba.
Pero sucedió que habiendo trabajado un día mucho y estando descansando, dos monjas que andaban por el
jardín se acercaron a donde estaba, y empezaron a mirarle mientras él fingía dormir. Por lo que una de ellas, que
era algo más decidida, dijo a la otra:
-Si creyese que me guardabas el secreto te diría un pensamiento que he tenido muchas veces, que tal vez a ti
también podría agradarte.
La otra repuso:
-Habla con confianza, que por cierto no lo diré nunca a nadie.
Entonces la decidida comenzó:
-No sé si has pensado cuán estrictamente vivimos y que aquí nunca ha entrado un hombre sino el mayordomo,
que es viejo, y este mudo: y muchas veces he oído decir a muchas mujeres que han venido a vernos que todas las
dulzuras del mundo son una broma con relación a aquella de unirse la mujer al hombre. Por lo que muchas veces
me ha venido al ánimo, puesto que con otro no puedo, probar con este mudo si es así, y éste es lo mejor del
mundo para ello porque, aunque quisiera, no podría ni sabría contarlo; ya ves que es un mozo tonto, más crecido
que con juicio. Con gusto oiré lo que te parece de esto.
-¡Ay! -dijo la otra-, ¿qué es lo que dices? ¿No sabes que hemos prometido nuestra virginidad a Dios?
-¡Oh! -dijo ella-, ¡cuántas cosas se le prometen todos los días de las que no se cumple ninguna! ¡Si se lo hemos
prometido, que sea otra u otras quienes cumplan la promesa!
A lo que la compañera dijo:
-Y si nos quedásemos grávidas, ¿qué iba a pasar?
Entonces aquélla dijo:
-Empiezas a pensar en el mal antes de que te llegue; si sucediere, entonces pensaremos en ello: podrían hacerse
mil cosas de manera que nunca se sepa, siempre que nosotras mismas no lo digamos.
Esta, oyendo esto, teniendo más ganas que la otra de probar qué animal era el hombre, dijo:
-Pues bien, ¿qué haremos?
A quien aquélla repuso:
-Ves que va a ser nona; creo que las sores están todas durmiendo menos nosotras; miremos por el huerto a ver si
hay alguien, y si no hay nadie, ¿qué vamos a hacer sino cogerlo de la mano y llevarlo a la cabaña donde se refugia
cuando llueve, y allí una se queda dentro con él y la otra hace guardia? Es tan tonto que se acomodará a lo que
queremos.
Masetto oía todo este razonamiento, y dispuesto a obedecer, no esperaba sino ser tomado por una de ellas. Ellas,
mirando bien por todas partes y viendo que desde ninguna podían ser vistas, aproximándose la que había iniciado
la conversación a Masetto, le despertó y él incontinenti se puso en pie; por lo que ella con gestos halagadores le
cogió de la mano, y él dando sus tontas risotadas, lo llevó a la cabaña, donde Masetto, sin hacerse mucho rogar
hizo lo que ella quería.
La cual, como leal compañera, habiendo obtenido lo que quería, dejó el lugar a la otra, y Masetto, siempre
mostrándose simple, hacía lo que ellas querían; por lo que antes de irse de allí, más de una vez quiso cada una
probar cómo cabalgaba el mudo, y luego, hablando entre ellas muchas veces, decían que en verdad aquello era
tan dulce cosa, y más, como habían oído; y buscando los momentos oportunos, con el mudo iban a juguetear.
Sucedió un día que una compañera suya, desde una ventana de su celda se apercibió del tejemaneje y se lo
enseñó a otras dos; y primero tomaron la decisión de acusarlas a la abadesa, pero después, cambiando de parecer
y puestas de acuerdo con aquéllas, en participantes con ellas se convirtieron del poder de Masetto; a las cuales,
las otras tres, por diversos accidentes, hicieron compañía en varias ocasiones.
Por último, la abadesa, que todavía no se había dado cuenta de estas cosas, paseando un día sola por el jardín,
siendo grande el calor, se encontró a Masetto (el cual con poco trabajo se cansaba durante el día por el
demasiado cabalgar de la noche) que se había dormido echado a la sombra de un almendro, y habiéndole el
viento levantado las ropas, todo al descubierto estaba. Lo cual mirando la señora y viéndose sola, cayó en aquel
mismo apetito en que habían caído sus monjitas; y despertando a Masetto, a su alcoba se lo llevó, donde varios
días, con gran quejumbre de las monjas porque el hortelano no venía a labrar el huerto, lo tuvo, probando y
volviendo a probar aquella dulzura que antes solía censurar ante las otras.

Por último, mandándole de su alcoba a la habitación de él y requiriéndole con mucha frecuencia y queriendo de él
más de una parte, no pudiendo Masetto satisfacer a tantas, pensó que de su mudez si duraba más podría venirle
gran daño; y por ello una noche, estando con la abadesa, roto el frenillo, empezó a decir:
-Señora, he oído que un gallo basta a diez gallinas, pero que diez hombres pueden mal y con trabajo satisfacer a
una mujer, y yo que tengo que servir a nueve; en lo que por nada del mundo podré aguantarlo, pues que he
venido a tal, por lo que hasta ahora he hecho, que no puedo hacer ni poco ni mucho; y por ello, o me dejáis irme
con Dios o le encontráis un arreglo a esto. La señora, oyendo hablar a este a quien tenía por mudo, toda se
pasmó, y dijo:
-¿Qué es esto? Creía que eras mudo.
-Señora -dijo Masetto-, sí lo era pero no de nacimiento, sino por una enfermedad que me quitó el habla, y por
primera vez esta noche siento que me ha sido restituida, por lo que alabo a Dios cuanto puedo.
La señora le creyó y le preguntó qué quería decir aquello de que a nueve tenía que servir. Masetto le dijo lo que
pasaba, lo que oyendo la abadesa, se dio cuenta de que no había monja que no fuese mucho más sabia que ella;
por lo que, como discreta, sin dejar irse a Masetto, se dispuso a llegar con sus monjas a un entendimiento en
estos asuntos, para que por Masetto no fuese vituperado el monasterio. Y habiendo por aquellos días muerto el
mayordomo, de común acuerdo, haciéndose manifiesto en todas lo que a espaldas de todas se había estado
haciendo, con placer de Masetto hicieron de manera que las gentes de los alrededores creyeran que por sus
oraciones y por los méritos del santo a quien estaba dedicado el monasterio, a Masetto, que había sido mudo
largo tiempo, le había sido restituida el habla, y le hicieron mayordomo; y de tal modo se repartieron sus trabajos
que pudo soportarlos.
Y en ellos bastantes monaguillos engendró pero con tal discreción se procedió en esto que nada llegó a saberse
hasta después de la muerte de la abadesa, estando ya Masetto viejo y deseoso de volver rico a su casa; lo que,
cuando se supo, fácilmente lo consiguió.
Así, pues, Masetto, viejo, padre y rico, sin tener el trabajo de alimentar a sus hijos ni pagar sus gastos, por su
astucia habiendo sabido bien proveer a su juventud, al lugar de donde había salido con una segur al hombro,
volvió, afirmando que así trataba Cristo a quien le ponía los cuernos sobre la guirnalda.

2. SEGUNDA PARTE FRAGMENTOS DE LITERATURA MEDIEVAL

2.1. Gonzalo de Berceo (1198-1264?).


Los Signos del Juicio Final.
Esti será el uno de los signos dubdados,
subirá a las nubes el mar muchos estados,
más alto que las sierras e más que los collados,
tanto que en sequero fincarán los pescados.(…)
El día postremero, como diz el propheta,
el ángel pregonero sonará la cometa;
oírlo án los muertos, quisque en su capseta,
correrán al Judicio quisque con su maleta.(…)
Serán puestos los justos a la diestra partida,
los malos a siniestro, pueblo sines medida;
el Rey será en medio con su az revestida,
cerca de la Gloriosa, de caridat complida.(…)
De lo que me serviestes, buen gualardón avredes,
por seculorum sécula conmigo regnaredes;
vivredes en grant gloria, nunca pesar veredes,
siempre laudes angélicas ante mí cantaredes."

Tornará a siniestro sannoso e irado,


dezirlis há por nuevas un esquivo mandado:
"Idvos los maledictos, ministros del Peccado,
it con vuestro maestro, vuestro adelantado.

2.2. El Cantar de los Nibelungos (XIII).


Canto I. La Corte de Worms
1 Muchas maravillas nos cuentan las gestas de antaño. Nos
hablan de héroes dignos de elogio, de grandes penalidades,
de alegrías y festejos, de llantos y lamentos, de peleas de
valientes caballeros. Ahora vais a oírlas.
2 Vivía en Burgundia una doncellas muy noble, tanto, que en
toda la tierra nada más bello podía hallarse. Se llamaba Kri-
milda y era una hermosa mujer. Por ella muchos héroes
tuvieron que perder la vida.
3 Era natural que esta gentil doncella despertara el amor.
Esforzados caballeros la cortejaban, nadie le era hostil. Her-
mosa sin medida, así era su figura. Sus cualidades eran un
adorno para todas las mujeres.
4 Tres príncipes, nobles y poderosos, la tenían a su custo-
dia. Eran ellos Gunter y Gernot, caballeros magníficos, y
el joven Giselher, campeador preclaro. Krimilda era su
hermana y los tres cuidaban de ella. (…)
6 En Worms, a orillas del Rin, residían con su corte. Altivos
caballeros del reino les habían prestado su servicio, con grandes
honores hasta la hora de la muerte, que encontrarían
después, lastimera, a causa del odio de dos reinas. (…)
7 Los tres reyes eran, como ya he dicho, de singular valor. Les
rendían vasallaje los mejores caballeros conocidos, recios y
osados, impávidos en el rudo batallar.
8 Primero estaba Hagen de Trónege con su hermano Dankwart,
el animoso. Luego, Ortwin de Metz y los dos mangraves
Gere y Eckewart. Y también Volker de Alzaye, guerrero
bien cumplido. (…)
13 Rodeada de este esplendor soñó Krimilda, una vez , que
habías amaestrado un halcón, animal hermoso y salvaje, y
hubo de ver cómo dos águilas se lo despedazaban. Pensó
entonces que nada le causaría tanto dolor en este mundo.
14 Este sueño se lo contó a su madre Ute, que no supo dar
mejor razón a la tierna doncella que ésta: <<Ese halcón que
amaestrabas es un noble caballero; si Dios no lo protege,
será inevitable que lo pierdas pronto>>
15 ¿Qué decís de un hombre?, querida madre mía. Sin amor
de caballero, así quiero permanecer siempre y seguir tan
hermosa hasta mi muerte, pues no estoy dispuesta a sufrir
por causa del amor de un hombre. (…)
18 De este modo Krimilda quería en su fuero interno desterrar
el amor. Luego había de vivir la muy gentil muchos días de
dicha, sin conocer a nadie que aspirara a él. Pero más adelante
llegó a ser la esposa de un esforzado caballero.
19 Era éste el mismo halcón que la princesa vio en el sueño
que su madre hubo de interpretar. ¡Cuán terrible venganza
tomó ella en sus parientes, que después le habían de matar!
por la muerte de este héroe tuvieron que morir los hijos de
muchas madres.

2.3. Edda Mayor. (XIII).


La visión de la adivina Völuspá
¡Silencio a los dioses, a todos, pido,
a los grandes o humildes hijos de Héimdal8¡
Quieres, oh Válfod9 que yo bien cuente
mis primeros recuerdos de antiguos dichos.

8
Los hijos de Héimdal: los hombres. Del dios Héimdal descienden, según el cuento de Rig, los tres estamentos sociales de los
siervos, los hombres libres y los señores.
9
<<El padre de los caídos por armas>>, Odín.
Gigantes recuerdo en remotos tiempos;
de ellos un día yo misma nací;
los anchos mundos, los nueve10, el recuerdo,
bajo tierra tapado el árbol glorioso11.

No había en la edad en que Ýmir12 vivió


ni arenas ni mar ni frescas olas;
no estaba la tierra ni arriba el cielo;
se habría un vacío, hierba no había.

Mas los hijos de Bur13 sacaron el mundo,


ellos crearon el Mídgard glorioso;
desde el sur el sol la tierra alumbró
y brotaron del suelo plantas verdes

por el sur el sol, de la luna pareja,


su diestra asomó por el borde del cielo
no sabía el sol qué morada tenía
no sabían las estrellas qué puestos tenían,
no sabía la luna que poder tenía.

2.4. Canto de Cruzada.


Lo que anunció David por el espíritu, nos lo ha declarado Dios ahora y así se ha de entender. El sarraceno ha
desecrado el Sepulcro donde reposó Él que fue crucificado por nosotros. ¡Cómo se compadeció e nosotros, qué
generoso fue con nosotros al querer padecer muerte de cruz sin haberla merecido!
¡Que Dios se levante y destruya los enemigos que ha tenido después de dar a los Sarracenos el Sepulcro donde
reposó!
Y que ayude a los de este ejército que han sido marcados con la señal de la Cruz en que se redimió. Ya llegó el
tiempo del perdón, cuando se podrán salvar todos los que tomen la Cruz. Que cada uno vez lo que ha hecho y los
delitos con que ha ofendido a Dios. Y si al examinarse se decide tomar la cruz, será absuelto.
¡Que Dios se levante!

10
En ninguna parte se hallan precisados cuales son estos nueve mundos que componen la geografía mitológica escandinava,
pero he aquí los que con más frecuencia se citan y su localización sobre un trazado conceptual básico, que convendrá tener
presente. El mundo habitado por los hombres es el Mídgard, <<el recinto central>>; una empalizada lo rodea y defiende del
Útgard, <<el espacio exterior>>, poblado por monstruos, brujas y gigantes. En la parte norte de éste se encuentran el
Niflheim, <<el mundo de las tinieblas>>, donde viven los llamados gigantes de la escarcha, y también Hel, el paraje
subterráneo al que van los muertos. En la parte sur está el Múspel o Múspelheim, el mundo del fuego, habitado por Surt y
sus gigantes. Al este –donde más comúnmente se sitúa todo lo peligroso y desconocido- se halla el Jotunheim <<el mundo de
los ogros y gigantes>>, que allí tienen sus inhóspitos dominios de rocosas montañas y hoscas cuevas. El Ásgard, finalmente, o
<<reducto de los ases>> (los dioses de esta familia) unas veces se localiza en el centro del Mídgard, otras en el cielo.
11
A tan lejano tiempo se remonta la adivina, que el árbol cósmico, el fresno Yggdrásil, todavía era sino una semilla
12
El gigante originario, anterior a la creación.
13
Los hijos de Bur (un gigante): Odín, Vili y Ve. El texto parece implicar que fue haciéndolo emerger de las aguas como
crearon el mundo (así volverá a aparecer tras el Ocaso de los Dioses, según estr. 59). La explicación general de su origen es,
sin embargo, que lo hicieron con el cuerpo de Ýmir, al cual mataron (cf. Los dichos de Vaftrúdnir, 21, y los Dichos de Grímnir,
40 y 41).
2.5. Goliardos. (XII-XIII).
O Fortuna vana salus
O Fortuna semper dissolubilis,
velut luna, obumbrata
statu variabilis, et velata
semper crescis michi quoque niteris;
aut decrescis; nunc per ludum
vita detestabilis dorsum nudum
nunc obdurat fero tui sceleris.
et tunc curat
ludo mentis aciem, Sors salutis
egestatem, et virtutis
potestatem michi nunc contraria,
dissolvit ut glaciem. est affectus
et defectus
Sors immanis semper in angaria.
et inanis, Hac in hora
rota tu volubilis, sine mora
status malus, corde pulsum tangite;
quod per sortem
sternit fortem,
mecum omnes plangite

Oh fortuna, más variable que la luna, siempre creces o menguas; una vida miserable nos embota y nos aguza los
sentidos. Lo mismo cambia la pobreza que la riqueza.
Suerte cruel y vana, rueda inquieta, mal estado, vana salud siempre cambiable, escondida y disfrazada me
empujas; por tu capricho ando desnudo víctima de tu crimen.
No tengo suerte ni en la salud ni en la virtud; el amor y el desamor están siempre en duda. Favoréceme en este
momento, sin tardanza; pero llorad conmigo, pues así sabe despreciar caprichosamente al fuerte.

2.6. Santiago de la Vorágine (Génova, 1230-1298)


2.6.1. La Leyenda Dorada: San Jorge.
Georgius, forma latina del nombre de Jorge, puede derivar de geos (tierra) y de orge (cultivo), y significar
agricultor o cultivador de tierra, es decir, de la propia carne. San Agustín, en el libro Sobre la Trinidad, dice que la
buena tierra suele hallarse en la altura de los montes, en las laderas y en las llanuras. La primera produce buenos
pastos, la segunda ricos viñedos, y la tercera excelentes cereales. San Jorge fue buena tierra de ladera, por la
fertilidad de su discreción y la generosidad del vino de la alegría eterna; y fue tierra óptima de llanura, por la
humildad de su vida, feraz en frutos y buenas obras.
Pero Gregorius puede provenir también de genar (sagrado) y gyon (arena) y significar algo así como arena santa.
Arena santa fue este santo por la gravedad de sus costumbres, por el aninadamiento de su humildad y por la
sequedad o ausencia de apetitos voluptuosos. Dentro de esta misma etimología de gerar y, como gyon significa
también combatiente, Jorge podría significar santo luchador, y muy apropiadamente, porque san Jorge supo
hacer frente, sin rendirse, a las embestidas de un dragón y a los ataque de sus verdugos.
[…]
San Jorge fue un tribuno, oriundo de Capadocia. En cierta ocasión llegó a una ciudad llamada Silca, en la provincia
de Libia. Cerca de la población había un lago tan grande que parecía un mar; en dicho lago se ocultaba un dragón
de tal fiereza y tan descomunal tamaño, que tenía amedrentadas a las gentes de la comarca, pues cuantas veces
intentaron capturarlo tuvieron que huir despavoridos a pesar de que iban fuertemente armadas. Además, en
monstruo era sumamente pestífero, que el hedor que despedía llagaba hasta los muros de la ciudad (…). Los
habitantes de Silca arrojaban al lago cada día dos ovejas para que el dragón comiese y los dejase tranquilos (…) Al
cabo de cierto tiempo los moradores de la región quedáronse sin ovejas o con número muy escaso de ellas (…)
acordaron arrojar cada día al agua una oveja y una persona y que la designación de ésta se hiciera diariamente,
sin excluir de él a nadie. (…) cuando ya quedaban muy pocos, un día, al hacer el sorteo de la víctima, la suerte
cayó en la única hija del rey. Entonces éste, profundamente afligido, propuso a sus súbditos:
-Os doy todo mi oro y toda mi plata y hasta la mitad de mi reino si hacéis una excepción con mi hija. Yo no puedo
soportar que muera con semejante género de muerte.
El pueblo indignado replicó:
-No aceptamos. Tú fuiste quien propusiste que las cosas se hicieran de esta manera. A causa de tu proposición
nosotros hemos perdido a nuestros hijos, y ahora, porque le ha llegado el turno a la tuya, pretendes modificar tu
anterior propuesta […]
-Después dirigiéndose a sus ciudadanos les suplicó: -Aplazad por ocho días el sacrificio de mi hija, para que pueda
durante ellos llorar esta desgracia.
[…]
La doncella postróse ante su padre y le rogó que la bendijera antes de emprender aquel funesto viaje. Vertiendo
torrentes de lágrimas, el rey la bendijo (…) tras esto la joven salió de la ciudad y se dirigió hacia el lago. Cuando
llorando caminaba a cumplir su destino, san Jorge encontróse casualmente con ella y, al verla tan afligida,
preguntole la causa de que derramara tan copiosas lágrimas.
La doncella contestó: ¡Oh buen joven! ¡No te detengas! Sube a tu caballo y huye a toda prisa, porque si no
también te alcanzará la muerte que a mí me aguarda.
[…]
Refirióle la muchacha su caso, y cuando terminó su relato díjole Jorge:
¡Hija no tengas miedo! En el nombre de Cristo yo te ayudaré!
[…]
Durante el diálogo precedente el dragón sacó la cabeza de debajo de las aguas hasta la orilla del lago, salió a
tierra y empezó a avanzar hacia ellos. Entonces la doncella, al ver que el monstruo se acercaba, atemorizada, gritó
a Jorge:
-¡Huye! ¡huye a toda prisa, buen hombre!
Jorge, de un salto, se acomodó en su caballo, se santiguó, se encomendó a Dios, enristró su lanza, y, haciéndola
vibrar en el aire y espoleando a su cabalgadura, dirigiose hacia la bestia a toda carrera, cuando la tuvo a su
alcance hundió en su cuerpo el arma y la hirió. Acto seguido echó pie a tierra y dijo a la joven:
-Quítate el cinturón y sujeta con él al monstruo por el pescuezo.
[…]
Una vez que la joven hubo amarrado al dragón de la manera que Jorge le dijo, tomó el extremo del ceñidor como
si fuera un ramal y comenzó a caminar hacia la ciudad llevando tras de sí al dragón que la seguía como si fuese in
perrillo faldero. Cuando llegó a la puerta de la muralla, el público que allí estaba congregado, al ver que la
doncella traía a la bestia, comenzó a huir hacia los montes y collados, dando gritos diciendo:
-¡Ay de nosotros! ¡Ahora sí que pereceremos todos sin remedio!
San Jorge trató de deteneros y tranquilizarlos:
-¡No tengáis miedo! –les decía-. Dios me ha traído hasta esta ciudad para liberarnos de este monstruo ¡Creed en
Cristo y bautizaos! ¡Ya veréis cómo yo mato a esta bestia en cuanto todos hayáis recibido el bautizo.
Rey y pueblo se convirtieron y cuando todos los habitantes de la ciudad hubieron recibido el bautismo san Jorge,
en presencia de la multitud, desenvainó la espada y con ella dio muerte al dragón, cuyo cuerpo, arrastrado por
cuatro parejas de bueyes, fue sacado de la población amurallada y llevado hasta un campo muy extenso que
había a considerable distancia.
[…]

2.6.2. Santiago de la Vorágine (Génova, 1230-1298)


La Leyenda Dorada: Santa Lucía.
Lucía viene de luz. La luz es bella de por sí y bella resulta a los ojos que la contemplan, la luz por su misma
naturaleza, dice acertadamente Ambrosio, está ordenada al deleite de la vista. La luz se refleja en los objetos sin
que se le pegue nada de ellos, y aunque se ponga en contacto con las cosas más inmundas no se contagia de su
suciedad. (…)
La virgen Lucía, hija de padres nobles nació en Siracusa. Conocedora de la fama que en toda Sicilia tenía Santa
Agueda, hizo una peregrinación al sepulcro de esa santa acompañando a su madre. Eutiquia, que desde hacía
años padecía de hemorragias. El día de su llegada asistieron a misa. Terminada la lectura del evangelio el que se
narraba la curación por el Señor de la hemorroísa Lucía dijo a su madre:
-Si crees que es verdad cuanto acaban de leer cree también en que Agueda goza ya de presencia de aquel que
tanto sufrió, y cree igualmente que si tocas con su fe su sepulcro quedarás inmediatamente curada.
Terminada la misa, en cuanto la gente salió de la iglesia, la madre y la hija se postraron en oración junto al
sepulcro de la santa. De pronto. Lucía se quedó dormida y soñó que veía a Agueda, de pie, rodeada de ángeles,
adornada de ricas joyas y parecióle entender que la mártir
le decía: “Lucía, hermana mía, virgen consagrada a Dios: ¡Por qué me pides a mí que conceda a tu madre lo que
tú misma puedes concederle sin demora alguna? Quiero que sepas, que por mérito de tu fe, tu madre, ya está
curada. En aquel preciso instante despertó Lucía y dijo a su madre: -Ya estás curada. En atención a aquella por
cuya intersección has obtenido la salud te ruego que en adelante no vuelvas a hablarme de matrimonio y que
entregues a los pobres lo que pensabas darme como dote para casarme.
Eutiquia respondió: -Cuando hayas cerrado mis ojos podrás hacer lo que quieras con los bienes que te dejaré,
pero no antes.
Replicóle su hija: -Me dejarás a tu muerte esas cosa que me hablas, porque no puedes llevártelas contigo al otro
mundo. Dámelas ahora, durante tu vida, y serás ampliamente recompensada.
(…)
[Lucía y su madre, venden poco a poco su fortuna para darla a los pobre. El prometido de la novia le reclama a su
futura suegra por este acto, finalmente acusa a Lucía ante el cónsul Pascasio]
(…)
Pascasio llamó a Lucía y la invito a que ofreciera sacrificios a los ídolos.
-El sacrificio que agrada a Dios -respondióle Lucía- es éste: que le veneremos socorriendo a los pobres en sus
necesidades; como ya no me queda dinero para honrarle de esa manera, lo haré de otro modo: consagrando a El
mi persona. (…)
-Cuando te estén azotando –díjole Pascasio en son de amenaza- cesarán tus palabras.
-Nadie podrá hacer callar a Dios –contestó la joven.
-¡Acaso tú eres Dios –inquirió el cónsul.
-No soy Dios –respondióle ella- pero si sierva de Dios; y Dios ha dicho: “Cuando estéis en presencia de los reyes o
de los jueces, no os preocupéis por lo que hayáis de decir: el Espíritu Santo hablará por vuestra boca”. (…)
Llamó Pascasio a unos rufianes y les dijo:
-Convocad a todo el pueblo, y en presencia de la multitud atormentad a esta muchacha con la cualquier clase de
torturas; y no ceséis de afligirla hasta que estéis bien seguros de que ha muerto. Entonces recurrieron a unos
magos, para ver si con sus encantamientos eran capaces de movilizarla. Los amigos de Pascasio, viéndolo tan
irritado, atravesaron con una espada la garganta de Lucía; eso no obstante, ella aun pudo hablar y manifestó lo
siguiente:
- Os anuncio que ha sido concedida la paz a la Iglesia. Hoy mismo ha muerto Maximiliano, y Diocleciano acaba de
ser expulsado de su reino. Lo mismo que mi hermana en Cristo ha sido proclamada protectora de Catania, así
también seré yo proclamada protectora de Siracusa.
Diciendo esta estas últimas palabras cuando llegaron unos ministros romanos que se apoderaron de Pascasio y
se lo llevaron para hacerle comparecer ante el César, porque éste, enterado de que el cónsul se dedicaba a
saquear la provincia, había dado orden de prenderle. Llegado a Roma, Pascasio fue juzgado por el Senado. En el
juicio a que fue sometido probáronse sus fechorías, los senadores le condenaron a muerte y la sentencia se
ejecutó inmediatamente. Después de que los ministros se llevaran al cónsul, todavía quedó Lucía viva e inmóvil en
el sitio donde tanto la habían atormentado, hasta que acudieron unos sacerdotes que le dieron e comunión el
Cuerpo de Cristo y, en cuanto hubo comulgado, entregó su espíritu a Dios. Todos los que se hallaban presentes
cuando la bienaventurada virgen expiró dijeron a coro: Amén.

2.7. Geoffrey de Monmuth. (Hacia 1100)


Historia de los reyes de Britania. Arturo.
Se acercaba la Pascua, y Úter Pendragón convocó a los grandes del reino para la ceremonia de coronación, que
tendría lugar en un día tan señalado y con los máximos honores…Así celebró el rey fiesta tan solemne, y
desbordada de alegría en compañía de uno de sus barones que a su vez se sentían pletóricos de júbilo al ver que
él los recibía con espíritu placentero…Muchos nobles se dieron cita allí…Se encontraba entre ellos Gorlois, duque
de Cornubia con su mujer Igerna, que superaba en hermosura a todas las damas de Britania. Cuando el rey la vio
en medio de las otras mujeres se enamoró a punto de ella y le consagró toda su atención…Se apercibió de ello el
marido y, furioso, abandonó la corte sin pedir licencia…enfurecido el rey ordenó que volviera a la corte…Gorlois
se negó a hacerlo. Úter, fuera de sí, juró solemnemente devastar las tierras de Gorlois, a menos que éste reparase
inmediatamente su agravio.
No hubo solución…el rey reunió un gran ejército y, dirigiéndose al ducado de Cornubia, prendió fuego a ciudades
y castillos. Gorlois no se atrevió a enfrentarse con Úter…Como el destino de su esposa lo angustiaba más que el
suyo propio, decidió enviarla al castillo de Tintagel, a la orilla del mar, considerado el lugar más seguro de
Cornubia, y él se refugió en la fortaleza de Dimilioc…Cuando el rey lo supo, se dirigió al castillo…cortando todo
acceso al mismo.
Al cabo de una semana…llamó Úter a Ulfin…y le confió sus sentimientos:
<Me consumo en amor por Igerna, y estoy seguro de que mi vida corre un serio peligro si no consigo poseerla.
Dime tú cómo puedo satisfacer mi voluntad, pues, de otro modo, moriré víctima de mi propio deseo>
Ulfin respondió:
<…no existe fuerza que nos permita llegar hasta donde está ella, en el inexpugnable castillo de Tintagel…El mar lo
rodea por todas partes, y no hay más entrada a la fortaleza que un angosto pasillo de roca…No obstante si el
profeta Merlín toma cartas en el asunto, pienso que con su ayuda podrías conseguir tu propósito>
El rey…ordenó llamar a Merlín, que también había acudido al asedio…el sabio fue intimado a sugerir de qué modo
podría Úter satisfacer su deseo de Igerna…Se maravilló mucho Merlín de tan extremada pasión y dijo:
<Para dar cima a tu deseo, deberás servirte de artes nuevas para tu tiempo e inauditas. Con mis drogas se cómo
darte la apariencia de Gorlois, de manera que en todo te asemejes a él…también yo cambiaré de forma y me
uniré a la expedición.
(El rey) tomó las drogas de Merlín y adquirió al punto la apariencia de Gorlois. Ulfin se transformó en Jordán y
Merlín en un tal Britael…llegaron al castillo en el crepúsculo. En cuanto vio el guardián que su amo se aproximaba,
abrió las puertas…permaneció el rey aquella noche con Igerna y satisfizo su deseo…ella creyó cuanto decía y se
ofreció a él sin reservas. Concibió Igerna aquella noche al celebérrimo Arturo, que tanta fama adquiriría más tarde
por su extraordinario valor.
(En Dimilioc) Gorlois, mal aconsejado, realizó una salida con sus compañeros de armas…El duque fue de los
primeros en caer…Vinieron unos mensajeros a Igerna para anunciarle la muerte de su esposo y el final del asedio.
Cuando vieron al rey sentado junto a la duquesa bajo la apariencia de Gorlois…Rióse Úter al oír semejantes
noticias y, rodeando con sus brazos a Igerna, dijo
<¡A fe que no estoy muerto, sino vivo, y bien vivo, como podéis ver todos! Mucho me entristece, sin embargo, la
destrucción de mi fortaleza y la muerte de mis camaradas. Es de temer que el rey llegue hasta aquí y nos prenda
en este castillo. Saldré a su encuentro y haré la paz con él, no sea se nos sobrevenga algo peor>
(…) partió y se dirigió hacia su propio ejército y, abandonó la apariencia de Gorlois…lamentó el fin de
Gorlois…regresó luego a Tintagel, lo capturó y con él a Igerna, que era lo que más deseaba conquistar. Desde
entonces vivieron ambos juntos, unidos por mutuo y gran amor, y tuvieron un hijo y una hija. El niño fue llamado
Arturo y la niña, Ana.
(…)
Llegó el verano, y, cuando (Arturo) se disponía a marchar contra roma y había comenzado a atravesar las
montañas, le anunciaron que Mordred, su sobrino, a cuyo cargo había quedado Britania, se había coronado a
traición rey de la isla, usurpando su trono, y que, además, la reina Ginebra, rompiendo el vínculo de sus primeras
nupcias, se hallaba unida a Mordred en abominable adulterio.
(…)
Arturo suspendió el ataque que tenía planeado llevar contra León, emperador de los romanos (…) y él regresó a
Britania enseguida acompañado solo de los reyes de las islas y sus respectivos ejércitos. Por su parte, ese traidor y
criminal Mordred había mandado a Germania a Chelric, caudillo de los sajones, para que reclutase allí el mayor
número posible de guerreros y, una vez reclutados, regresara con ellos a toda vela…Acompañado de tropa tan
numerosa y confiado plenamente en su ayuda, salió al encuentro de Arturo…e infligió gran matanza a sus hueste.
En aquella jornada cayeron Angusel, rey de Albania, y Gawain, sobrino del rey, y muchísimos otros leales…Al final
los hombres de Arturo ocuparon la costa, pusieron en fuga a Mordred y su ejército y los derrotaron por
completo…el usurpador logró reunir a los suyos y se retiró a Güintona esa misma noche. Cuando la reina Ginebra
lo supo, perdió al instante toda esperanza y huyó desde Eboraco a Ciudad de las Legiones; allí, en la iglesia de
Julio Martis, tomó los hábitos de monja y prometió vivir castamente.
Arturo no cabe en sí de ira, al ver muertos a tantos cientos de camaradas. Dio tierra a los caídos y, al tercer día,
marchó sobre Güintona y puso sitio al canalla que había buscado refugio allí…Mordred…presentó batalla a su tío.
Cunde la mortandad en ambos bandos…(Mordred) conducido por el veloz remero dela fuga, se dirige a Cornubia.
Mucho se lamenta Arturo en su interior que su sobrino se le escape tan a menudo. Al punto lo persigue hasta
Cornubia y allí, a orillas del río Kamblan- (el río Camel, en Cornualles)-…El usurpador siendo como era a la hora de
atacar, dispuso al punto a sus soldados en orden de batalla decidido a vencer o morir antes que a seguir huyendo
como habían hecho hasta entonces…Por su parte, Arturo ordenó a sus huestes para la inmediata batalla.
Distribuyó a sus hombres en nueve divisiones de infantería en forma de cuadrado, con alas derecha e izquierda, y
puso a un jefe al frente de cada una de ellas. Acto seguido, exhorta a sus soldados a acabar con esos perjuros y
ladrones que, venidos de tierras extrañas a la isla por orden del traidor que usurpa su trono, quiere arrebatarles
sus haciendas y su honor patrio…Mientras ambos caudillos arengan de ese modo a sus tropas, las vanguardias de
uno y otro ejército se encuentran y se generaliza la batalla, esforzándose cada bando en descargar el mayor
número posible de golpes sobre el contrario…aquí y allá los combatientes herían y recibían heridas, mataban y
eran muertos…Allí encontró su fin aquel infame traidor y, con él, muchos de sus partidarios…Por parte de Arturo
murieron Obrict, rey de Noruega, Asquilo, rey de Dinamarca, Xador de Limenic y Casibelaun, junto con miles de
vasallos, tanto britanos como pertenecientes a los demás pueblos que había traído consigo. Y el propio Arturo,
aquel famoso rey, fue herido mortalmente y, trasladado desde allí a la isla de Avalón a fin de curar sus heridas,
cedió la corona de Britania a su primo Constantino, hijo de Cador, duque de Cornubia, en el año 542 de la
encarnación del Señor.

2.8. Historia de Lanzarote del lago. (XIII). Fragmentos.


[…] Al ver a su señor muerto, la reina se desmaya sobre el cadáver. Cuando volvió en sí, se lamenta y maldice las
grandes calamidades que tiene que soportar, rasga las vestiduras y se araña y maltrata el tierno rostro (….) Así
estuvo durante tiempo; al cabo se acordó del niño, único consuelo que le quedaba (…) Ve a su hijo fuera de la
cuna, junto a los caballos al lado del lago. El niño estaba desnudo y lo tenía en brazos una doncella, que se lo
apretaba al pecho, besándole los ojos y la boca continuamente
[…] La doncella no le contesta ni una palabra. Cuando la dama se le acerca, la doncella se pone en pie con el niño
en brazos y se vuelve hacia el lago, junta lo pies y salta dentro. Capítulo III.
[…] Cuenta la historia que la doncella que se había llevado a Lanzarote al lago era un hada. En aquel tiempo se
llamaba hada a la sabía de encantamientos y abundaban más en Gran Bretaña que en otras tierras. Conocían
estas hadas –según dice el libro de historias Bretonas- el poder de las palabras, de las piedras y de las hierbas, con
lo que conseguían mantenerse jóvenes, hermosas y con riquezas. Esto ocurría en tiempos de Merlín, el profeta de
los ingleses, que conocía toda la sabiduría diabólica, por lo que fue temido por los Bretones, que lo honraban
llamándolo santo profeta, y los pobres lo consideraban su dios.
La doncella de la que habla la historia había obtenido de Merlín, con gran astucia, todos sus conocimientos de
nigromancia. Merlín fue engendrado en una mujer por el mismo diablo y por eso lo llamaron <<el hijo sin
padre>>. Esa clase de demonios son abundantes en el mundo, pero no tienen fuerzas ni poder para hacer su
voluntad con creyentes o paganos, pues son ardientes y lujuriosos. Según hemos encontrado escrito, cuando eran
ángeles, eran hermosos y agradables y se deleitaban contemplándose unos a otros, llegando a tener apetencias
lujuriosas. Cuando cayeron con su malvado señor, mantuvieron en la tierra la lujuria que había comenzado en el
otro reino.
[…] Había en la marca de Bretaña la Menor una doncella hermosísima, llamada Niniana. Se enamoró Merlín de
ella (…) Merlín le enseñó todo lo que ella deseaba, y la joven lo escribió en pergamino, pues sabía de letras; y de
este modo engañaba a Merlín cada vez que iba a hablar con ella, pues hacía que se durmiera; mientras, la joven
se había hecho conjuros para que ningún hombre pudiera desflorarla, ni acostarse con ella carnalmente. (…) tanto
aprendió de Merlín que lo encerró en una cueva (…).
La doncella que lo durmió y encerró fue la que se llevó a Lanzarote al lago. Dentro del lago le tomó gran cariño y
lo cuidaba mejor de lo que podría hacer su propia madre.
[…] Tres años estuvo Lanzarote bajo la custodia de la doncella, tan bien cuidado que pensaba que fuera su
madre; en ese tiempo creció más que cualquier otro niño en cinco años se hizo más hermoso que ninguno. La
dama que lo criaba vivía en el bosque espeso y tupido, pues el lago en el que había saltado con el niño –al
llevárselo- era sólo un encantamiento; era una llanura al pie de una colina bastante más baja que la colona en la
que había muerto el rey Ban. Y donde parecía que el lago era mayor y más profundo, la dama tenía palacios ricos
y hermosos. Por la llanura corría un río con muchos peces. Todo el lugar estaba oculto y era difícil de encontrar,
pues daba la impresión de que era un lago, de modo que nadie lo podía ver. Capítulo VI.
[…] -Señora no dudéis de sus deseos, pues todo él lo quiere. Nadie se dará cuenta: los tres juntos nos
acercaremos un poco, como si estuviéramos hablando en voz baja.
-¿por qué me hago de rogar? Lo deseo más que voz y que él.
Se juntan entonces los tres y hacen como si estuvieran hablando en voz baja. La reina ve que el caballero no se
atreve a más; lo coge por la barbilla y, delante de Galahot, lo besa durante un buen rato, de forma que la dama de
Malohant se da cuenta de que está besándolo.
Luego, la reina empieza a hablar con prudencia y discreción, pues sabía comportarse de forma adecuada.
-Mi dulce amigo –le dice al caballero- ya soy vuestra, lo habéis logrado, y estoy muy contenta. Procurad que se
mantenga en secreto, como es debido, pues soy una de las damas de mayor prestigio en el mundo y de la que se
han contado mayores bondades: si por culpa vuestra empeora mi fama, mi amor se hará feo y malvado. Capítulo
LII.

2.9. El himno de los demonios. Ronsard

Hacía media noche, mi mocedad encendida,


dueña de amores, llevóme a mi querida.
Solo, allende el Loir, la vía desviada,
junto a una enorme cruz, en una encrucijada,
aullante cacería de perros pareciome
sentir que venía siguiéndome.
Y vi junto de mí -negro corcel montaba-
a un hombre, sólo en huesos por lo que aparentaba,
que tenía una mano para en grupa subirme:
Divisé en derredor, cual si fuera a asirme,
pavorosos piqueros una Sombra arreando,
de un usurero muerto, cuyo vivir nefando,
sin merced Radamanto castigar debería,
tal cual por entero el pueblo lo creía.
El temor estremeció mis huesos;
pese llevar, para verlos ilesos,
cota, y lo que un amante confiado en la Luna
como guía nocturno para alcanzar Fortuna;
daga, espada y escudo, y antes y más que nada,
un corazón bien puesto, que el miedo no anonada.
Mas, hubiéreme al pronto si ello insuficiente,
de no haber puesto Dios la ocurrencia en mi mente
de mi espada sacar, y de cortar al frente,
y en torno a mi, el aire con el arma desnuda.
Así lo hago y apenas su silbar forcejuda
déjase oír, todos se desvanecen.
Los rumores que hacían, todos desaparecen,
pues sintieron temor de verse picadillo.
el cuerpo hecho pedazos aún de venas carente,
de aterías y de nervios cual los humanos entes.
Empero, igual que nos tiene un sentimiento,
Que el nervio nada siente: espíritu es aliento.

COHEN, Gustave. La vida Literaria en la Edad Media. La literatura francesa del siglo IX al XV. F.C.E. México. 1958.
P.p. 19-20.

2.10. Tradición de Pedro Abelardo.


En otro tiempo el esfuerzo de Hércules brillaba por sus grandes méritos matando monstruos y destruyendo los
males del mundo; pero después se marchitó su augusta fama, envuelta en densas nieblas, al caer víctima de las
pasiones de Iole.
El amor marchita la gloria de la fama; al amante no le importa el tiempo perdido, sino que se afana en pasar sus
horas con Venus.
La hidra, más peligrosa después de perder su primera cabeza, no pudo intimidar al que luego subyugó una
doncella. Se sometió al yugo de Venus aquel que, superior a los dioses, pudo soportar en sus hombros el cielo que
tanto fatigaba a Atlante.
Contra él de nada valió a Caco su mal aliento o sus soplidos de fuego; ni el disfraz valió nada en la huida de Neso;
ni le aterraron las tres cabezas de Gerión Hesperio, o las del portero de la Estigia; pero lo esclavizó una doncella
con su fácil sonrisa.
Se sometió a estos tiernos lazos el que logró adormecer con sueño mortal al guardián del rico jardín de las
Hespérides, el que arrancó de la frente de Aquelóo el cuerno de la abundancia, el que venció al león y al jabalí, y
el que domó a los caballos salvajes con la muerte sangrienta de su dueño.
Luchó con Anteo de Libia, y le impidió la falsa caída para que no pudiese recobrar fuerzas; pero el que así supo
liberarse de los aprietos de la pelea, se dejó vencer y humillar, el gran hijo de Júpiter, al entregarse a los brazos de
Iole.
El que gozaba de la fama de tantos trabajos, es ahora prisionero de los tiernos abrazos de una doncella, que lo
colma de besos y en sus breves labios le entrega el néctar de Venus. Abandonado al ocio y a los placeres, olvida su
gloria y el recuerdo de sus trabajos.
Pero yo, más fuerte que Alcides, arremeto contra Venus. La huida me dará la victoria. En esta lucha la huida es la
mejor y más eficaz manera de luchar. Así se vence a Venus, con la huida se le ahuyenta.
Rompo así sus dulces lazos de suave seda. Y al entregarme a otras ocupaciones ayúdame, oh Licoris, y favorece
mis deseos. He apartado del amor mi diligente espíritu.

3. TERCERA PARTE POESÍA PROVENZAL.

TROVADORES.
Guillermo de Poitiers (Guilhem de Peitieu) (1071-1126) El conde de Poitiers fue uno de los caballeros más
corteses del mundo, y uno de los mayores burladores de damas; era valiente con las armas y liberal con las
mujeres; sabía trovar y cantar bien. Durante mucho tiempo fue por el mundo engañando damas. Tuvo un hijo,
que tomó por mujer a la duquesa de Normandía, de la que tuvo una hija que fue mujer del rey Enrique de
Inglaterra y madre del Joven Rey (Enrique), de Ricardo (Corazón de león) y del conde Jaufré de Bretaña.

Haré una poesía absolutamente de nada.


I. Haré una poesía absolutamente de nada:
no tratará de mí ni de ninguna otra gente;
no tratará de amor ni de ninguna otra cosa,
habrá sido compuesta mientras dormía,
sobre un caballo.

II. Ignoro la hora en que nací


No estoy alegre ni triste,
No soy huraño ni agradable,
Y no puedo ser de otro modo,
Pues así fui marcado por la noche,
En una alta montaña.
III. Ignoro cuando estoy dormido
Y cuando estoy despierto, si no me lo dicen;
Por poco no se me parte el corazón
Por una pena amorosa;
No doy por todo, el precio de una hormiga, ¡por san Marcial!

IV. Estoy enfermo y creo morirme;


no sé nada más que lo que oigo decir.
Buscaré médico según mi deseo,
Pero no conozco ninguno que me valga;
Será buen médico si me puede curar
Pero no lo será si empeoro.

V. Tengo amiga, no sé quién es:


Nunca la vi, por mi fe,
Ni hizo nada que me agradara o pesase
Y no me preocupa:
Nunca hubo abundancia En mi casa.

VI. Nunca la vi y la amo mucho;


Nunca obtuve de ella favor, ni me ofendió;
Cuando no la veo, poco me importa,
No lo precio un gallo:
Pues sé de una más gentil y hermosa
Y que vale más.

VII. Ignoro dónde vive,


Si es en montaña o en llano;
No oso decir lo injusta que me es,
Sino que me callo;
Me pesa que se quede aquí,
Por eso me voy.

VIII. Ya he hecho la poesía no sé de qué;


La enviaré a aquel
Que por medio de otro me la transmitirá
Al Peitieu,
Para que mi dama me envíe la contrallave
De su estuche.

Haré una cancioncita nueva


Haré una cancioncita nueva
antes que llueva, hiele o sople el viento:
mi señora me pone a prueba y tienta
para saber de qué guisa es mi amor.
Pero por pleitos que me ponga,
no me desataré de sus lazos.

Antes bien me someto y entrego a ella:


puede inscribirme en la lista de sus siervos;
y por ebrio no me tengáis
si a mí buena señora amo,
pues no puedo vivir sin ella:
tan hambriento estoy de su amor.

Es más blanca que el marfil


por lo que a otra no adoro.
Si en breve no recibo el auxilio
de que mi buena dama me ame,
moriré, por la cabeza de san Gregorio,
si no me besa en cámara o bajo cama.
[…]
Todo el gozo del mundo es nuestro,
porque la amo con tan buen amor
que cuido que nunca nació semejante
hermosura en el gran linaje de Adán.

Con la dulzura de la primavera


I. Con la dulzura de la primavera
echan hoja los bosques y los pájaros
cantan cada uno en su latín
según las nuevas melodías:
entonces, cada uno debe proveerse
de lo que más le apetece.

II. Del lugar que me parece mejor y más bello


no veo venir mensajero ni misiva,
por lo que mi corazón no duerme ni ríe
y no me atrevo a seguir avanzando
mientras que no conozca bien el final,
si es tal como yo deseo.

III. A nuestro amor le ocurre


como a la rama del espino blanco
que tiembla en el árbol
por la noche, con la lluvia y el hielo
hasta que amanece, cuando el sol se extiende
por las hojas verdes, en la rama.

IV. Aún recuerdo una mañana


en que pusimos fin a la guerra
me hizo un gran regalo:
su amor y su anillo.
! Que Dios me deje vivir tanto
como para poner bajo su manto mis manos ¡

V. No me preocupa que una lengua distinta


me separe de mi Buen Vecino;
yo sé qué les ocurre a las palabras
que se difunden en un breve discurso:
otros se envanecerán de su amor,
nosotros lo poseemos por completo.
-Giraut de Bornelh (...1162-1199...)
Giraut de Bornelh fue de Lemosín, de la región de Essidolh, de un rico castillo del conde le Limoges, era de baja
condición, pero sabio en letras y en inteligencia. Fue el mejor trovador que ninguno de los que existieron antes y
después de él y por eso fue llamado maestro de los trovadores y aún lo conocen así todos cuantos entienden de
palabras sutiles y bien construidas sobre el amor y buen sentido. Fue muy honrado por los valientes, por los
instruidos y por las damas que entendían los magistrales dichos. Nunca quiso casarse y lo que ganaba lo daba a
los pobres padres y a la iglesia de la villa donde nació, iglesia que se llamaba y se llama, de san Gervasio. Aquí
están escritas gran parte de sus canciones.

Cuando el hielo el frío y la nieve.


I. Cuando el hilo, el frío y la nieve
se van y vuelve el calor,
reverdece la primavera
y oigo los cantos de los pájaros
me resulta tan hermoso
el dulce tiempo al final de marzo,
que me encuentro más ágil que leopardo
y más rápido que gamuza o ciervo.
si la bella de la que soy profeso
me quiere honrar
tanto que se digne soportar
que yo sea su leal confidente,
seré más rico y poderoso que todos.

II. Su cuerpo es tan alegre, gracioso


y cumplido de bellos rasgos
que nunca nació de rosal,
ni de otra planta, flor más fresca
y nunca en Burdeos
hubo señor más gallardo
que yo, si me acoge y permite
que sea su propio siervo;
y debería ser acusado desde Béziers
si alguien me oyera
revelar algún secreto
que ella me hubiera dicho secretamente,
si con ello se airase su gentil persona.

III. Buena señora vuestro anillo,


el que me disteis, me sirve de gran ayuda:
en él apaciguo mi dolor
y cuando lo contemplo,
estoy más contento que estornino
y por vos soy tan atrevido
que no temo que lanza o dardo,
acero o hierro, me causen daño.
y por otra parte, estoy más perdido,
por amar demasiado,
que la nave cuando es golpeada en el mar,
agitada por olas y vientos;
así me zarandea el pensamiento.

IV. Señora, del mismo modo que en un castillo


que es asediado por poderosos señores,
cuando le derriban las torres la catapulta,
el ariete y el maganel
y es tan dura
la guerra por todas partes
que de nada sirven ingenios ni artificio
y son tan fieros el dolor y los gritos
de los de dentro, que tienen gran miedo,
os parecería y creeríais
que deberían clamar compasión
así yo clamo compasión humildemente
buena señora, noble y valiente.

V. Señora, del mismo modo que un cordero


no puede nada contra un oso,
así yo soy, si vuestro valor no me ayuda,
más débil que una caña
y será cuatro veces más breve mi vida
si a partir de hoy se me retrasa
el que me hagáis justicia en la sinrazón.
y tú, Amor puro, que me sostienes,
que debes proteger
a los leales enamorados que no hagan locuras,
sé mi guía y garantía
ante mi dama, ya que me vence así.

VI. Juglar, con estas nuevas melodías


vete y las llevarás personalmente
a la bella, en la que nace riqueza
y dile que soy más suyo
que su manto.

-Jaufré Rudel (1113-1170).


Jaufré Rudel de Blaya fue muy gentil hombre, príncipe de Blaya. Se enamoró de la condesa de Trípoli, sin verla,
por lo bien que hablaban de ella los peregrinos que volvían de Antioquía. Hizo por ella muchos versos, con buenas
melodías y palabras sencillas. Con el deseo de verla se hizo cruzado y embarcó, enfermando en la nave, fue
llevado a un hostal de trípoli, como muerto. Se lo hicieron saber a la condesa que fue a verlo en el lecho y lo tomó
entre sus brazos. Jaufré se dio cuenta de que era la condesa y al instante recobró el oído y la respiración y alabó a
Dios, por haberle mantenido la vida hasta que pudo verla; así murió entre sus brazos. La condesa lo hizo enterrar
con gran honra en la casa del Temple; después, el mismo día, se hizo monja con el dolor que tuvo con su muerte.

Cuando el río de la fuente


I. Cuando el río de la fuente
se hace más claro, como suele,
y aparece la flor del espino,
y el ruiseñor en la rama
repite, modula y suaviza
su dulce cantar y lo afina,
es justo que yo module el mío.

II. Amor de tierra lejana,


por vos todo el corazón me duele
y no puedo encontrar remedio
sino oigo vuestro reclamo
con promesa de dulce amor
en jardín o bajo cortina
con la deseada compañía.

III. pues nunca tuve la ocasión,


no me extraña si ardo
porque nunca existió más gentil
cristiana, ni Dios quiso que existiera,
ni judía, ni sarracena;
¡bien nutrido está el maná
quien consigue algo de su amor!
[…]

-Pierre Vidal (...1183-1204...)


Pierre Vidal fue de Tolosa, hijo de un peletero; cantaba mejor que nadie del mundo y era uno de los hombres más
locos que han existido: creía que fuera verdad todo aquello que le gustaba o que quería, y le resultaba más fácil
trovar que a nadie. Fue el que hizo más rica música, el que dijo mayores locuras de armas y de amor y el que peor
habló de los demás. Es cierto que un caballero de San Gil le cortó la lengua, pues había dado a entender que era
amante de su mujer. Uc dels Baus lo hizo curar y sanar; cuando estuvo bien, se fue a Ultramar. De allí trajo a una
griega, con la que se había casado en Chipre. Le hicieron entender que era sobrina del emperador de
Constantinopla y que él debía heredar el imperio, lógicamente. Dedicó todo lo que pudo ganar a armar naves,
pues pensaba ir a conquistar el imperio usaba armas imperiales y se hacía llamar emperador y, a su mujer,
emperatriz. Se enamoraba de todas las buenas damas que veía y a todas les requería de amor; todas le
contestaban que harían y dirían lo que él quisiera: por eso creía ser amante de todas y que todas morían por él.
Siempre tenía fuertes caballos, llevaba ricas armas y trono de emperador. Creía que era el mejor caballero del
mundo y el más amado por las damas.
Había dejado de cantar
Razón. Pierre Vidal, a la muerte del buen conde Ramón de Tolosa, se entristeció y lo lamentó mucho. Se vistió de
luto y le cortó la cola y las orejas a todos sus callos y él mismo, con todos sus servidores, se hicieron rapar la
cabeza, pero no se cortaron ni la barba ni la uñas. Mucho tiempo fue como hombre loco y afligido. En aquel
tiempo en que iba del tal forma entristecido, el rey don Alfonso de Aragón fue a Provenza y, con él Blasco Romeo,
García Romeo, Martín de Canet, Miguel de Luesia, Sancho de Antillón, Guillen d` Alcalá, Albert de Castellell,
Ramón Galcerán de Penós, Guillem Ramón de Montcada, Arnau de Castellbo y Ramón de Cervera. Se encontraron
a Pierre Vidal triste y afligido y vestido como hombre apenado y loco. El Rey comenzó a rogarle, con todos los
demás nobles que eran amigos íntimos suyos, para que dejase su afición y se alegrara y cantara para que hiciera
una canción que se llevaría a Atragón. Tanto le suplico el Rey con sus nobles, que dijo que se alegraría y dejaría el
duelo que estaba haciendo y que compondría una canción y todo aquello que quisiera. Pierre Vidal amaba a loba
de Puegnautier y a mi señora Estefanía, que era de Cerdaña y se había enamorado poco antes de mi señora
Rimbauda de Biolh, que era mujer de Guilhem Rostanh, señor de Biolh (que está en Provenza, en las montañas
que separan Lombardía y Provenza) Loba era de Carcasés y Pierre Vidal se hacía llamar Lobo por ella; llevaba
armas de lobo y se hizo cazar en la montaña de Cabaret por los pastores, los mastines y los lebreles, tal como se
hace con el lobo: vestía una piel de lobo para dar a entender a los pastores y a los perros que él era un lobo; los
pastores con sus perros lo cazaron y lo golpearon de tal forma que fue llevado por muerto al albergue de Loba
Puegnautier. Cuando esta supo que era Pierre Vidal mostró una gran alegría por la locura que había hecho Pierre
Vidal y se rió mucho y su marido también. Lo recibieron con gran gozo: el marido hizo que lo tomarán y lo
pusieran en un lugar tranquilo, en el mejor sitio que supo y que pudo. Hizo llamar al médico para que lo curara
hasta que sanó. Tal como empecé a deciros de Pierre Vidal que había prometido al rey y a sus nobles cantar y
componer canciones, así, cuando sanó, el rey mando hacer armas y vestidos para él mismo y para Pierre Vidal; se
pasó muy contento y entonces hizo esta canción –que vais a oír-, que dice:

Canción
I. Había dejado de cantar
por la tristeza y por el dolor
que tengo del conde, mi señor;
pero como veo que al buen rey le place,
haré pronto una canción
que se la lleven a Aragón
Guilhem y Blaco Romeo,
si la música les parece buena y sencilla.

II. Aunque canto a la fuerza


pues le apetece a mi señor,
no consideréis peor
mi canto porque el corazón se haya alejado
de aquella de la que nunca saqué provecho
y me separa de esperanza;
el partir me resulta tan penoso
que no lo imagina nadie, sino Dios.

TROUVERES

Adam de la Halle (...1255-1288)


¡Ay! Ya no hay nadie que me ame.
I. ¡Ay! Ya no hay nadie que me ame
tal como debería amar;
todos fingen ser amantes
y quieren gozar sin esforzarse.
Por eso debe tener cuidado
aquella que es rogada;
pues es tan codiciada la dama
que sólo se puede censurar.

II. Y tantos amantes es peligroso


pues la amiga se hace desear;
y además resulta que uno se adelantará
y vendrá a pedirle enaltecimiento;
que ella no se atreva a hablar
ni a decir nada;
¡Ay!, cómo lamento tener amiga
para actuar tan villanamente.

III. A cualquiera que se fije en el rostro


o que sepa decir hermosas palabras,
que no lo ame por eso, si se lamenta
o si es muy generoso.
Muchos se vanaglorian de amiga sin tenerla;
por eso debe la dama, antes de ceder,
probar a su amigo con obras.

IV. Aquella que por orgullo desprecia


demasiado a su amigo, hace mal,
y éste si ofende su honor:
conviene ir al término medio:
Dédalo -que así obró-
lo demuestra,
y su hijo, que por su locura
ardió completamente por volar demasiado alto.

Chrétien de Troyes.
De amor que me ha robado de mí mismo.
De amor que me ha robado de mí mismo
y que no quiere retenerme consigo,
me quejo, tal que ahora concedo
que haga conmigo a su antojo;
y no puedo evitar el quejarme,
y digo por qué, pues veo a quienes
lo traicionan volver contentos
frecuentemente y yo no lo logro
con mi fidelidad.
[…]
III. Señora, el que yo sea vasallo vuestro,
decidme, ¿os agrada?
No, si mal no os conozco,
antes os pesa, el tenerme por vasallo
Y ya no me queréis,
soy vuestro a pesar de todo;
si de alguno debéis
tener piedad, soportadme,
pues no puedo servir a otro.

IV. Nunca bebí del filtro


con el que Tristán fue envenenado;
pero más que a él me hace amar
el gentil corazón y el firme deseo.
Bien debe ser mío el mérito,
pues no fui forzado por nada
sino que solamente creí a mis ojos,
por quienes entré en el camino
del que no saldré y al que no renunciaré.
[…]
VI. Yo encontraría compasión, a mi parecer,
si ella existiera en la esfera
del mundo, donde yo la busco,
pero creo que no existe.
Nunca termino, nunca dejo
de buscar a mi dulce dama.
Ruego y suplico sin lograr nada,
como quien no sabe –jugando-
servir a Amor, ni engañarlo.

MINNESINGER.

El señor de Küremberg (...1150-1170...)


Estuve hasta muy entrada la noche junto a tu lecho.
Estuve hasta muy entrada la noche junto a tu lecho, y por no despertarte señora, no intenté nada. -<< ¡Que Dios te
maldiga por ello!
Yo no era una salvaje jabalina>>, dijo la mujer.

Cuando me acuesto sola en mi habitación


Cuando me acuesto sola en mi habitación
Y pienso en ti, noble caballero,
se enciende mi color, como la rosa en el espino
y me invade el corazón una gran tristeza.

He criado un halcón más de un año.


I. He criado un halcón más de un año
Cuando lo tenía domado a mí gusto
y le había adornado las plumas con oro,
se elevó muy alto y voló a otras tierras.

II. Aun vi al halcón volar hermoso:


en su pata llevaba la cinta de seda,
en sus plumas brillaba todo rojo y oro…
¡Que Dios junte a quienes se aman de corazón!

Enrique VI (1165-1197)
Saludo con mi canción a la dulce amada
I. Saludo con mi canción a la dulce amada,
-a la que no puedo ni quiero abandonar-
ya que con mi propia boca no puedo saludarla
desde hace mucho tiempo, desgraciadamente.
Quien cante esta canción ante ella,
a la que añoro con tanto dolor,
que la salude por mi sea hombre o mujer.

II. tengo bajo mi poder riquezas y tierras


cuando estoy junto a la muy querida;
pero cuando me voy de su lado,
desaparecen todo mi poder y riqueza
y sólo puedo contar en mi haber ansioso pesar.
Así sube y baja mi gozo
y creo que por su amor iré a la tumba.

Walher von der Vogelweide (hacia 1170-hacia1230)


¿A dónde han huido mis años?
I.¿A dónde han huido mis años?
¿Soñé mi vida o fue verdad?
¿Lo qué creí que fue, existió?
No sé cuánto tiempo he dormido.
Ahora me he despertado y desconozco
Todo lo que antes conocía como a mi propia mano.

Las gentes y las tierras donde me crié desde niño


me resultan extrañas, como una ilusión.
A mis compañeros de juego los veo lentos y viejos;
el campo es distinto y el bosque ha cambiado:
sólo el agua va por donde iba antes.
En verdad podría decir que es una gran desgracia.

Me retira el saludo el que antes conocía.


El mundo está en todas partes lleno de hostilidad.
¡Cuando pienso en algunos días felices,
Que han pasado por mí como una tromba de agua!
Cada vez más, ¡ay!

Reinmar von Hagenau (1150 – 1210)


Mis ojos se llenaron tanto de amor.
I. Mis ojos se llenaron tanto de amor
cuando vi por primera vez a mi amada,
que ello me causa alegría hoy y siempre.
Un amoroso milagro se produjo entonces:
con tanta suavidad entró por mis ojos que no rozó en la parte más estrecha.
Entró hasta mi corazón.
Allí llevo, en secreto a la dulce amada.
II. ¡Basta! ¡Basta! ¿Qué haces, feliz mujer,
buscándome en un lugar
en el que ninguna mujer entró
nunca con tan fuerte y violento ímpetu?
¡Compasión, señora! No puedo discutir contigo:
mi corazón está más de tu lado que del mío:
ahora debería ser mío, pero es tuyo:
por eso debe preguntar a tu misericordia
cuál es el rescate.

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