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Del libro de Santiago Álvarez, «Historia Política y militar de las Brigadas Internacionales,
Madrid». Compañía Literaria S.L., 1996, pp.320-25.
La Guerra Civil Española fue la primera batalla librada contra el fascismo, el prólogo de la
Segunda Guerra Mundial. La derrota de la República mostraría pronto que la vinculación
franquista a las potencias del Eje, amén de concordancias ideológicas, era el pago a la
ayuda militar, económica, política y diplomática recibida por los sublevados durante la
guerra y que les permitieron vencer en la misma.
Verdad es que, también, dicha vinculación era alimentada por delirios imperialistas de
Franco y sus acólitos de Falange que se prestaban, si la ocasión era propicia, a recoger las
migajas del nuevo reparto del mundo que el creciente poderío alemán en Europa parecía
asegurar.
Días antes de finalizar la guerra en España se firmaba en Burgos, con Jordana como
ministro de Asuntos Exteriores, el Pacto Anti Komintern, acuerdo político contra la
Internacional Comunista. También, el 31 de marzo de 1939, se suscribió el tratado de
amistad hispano-germano, que colocaba a España en la condición de asociada a Alemania
en condiciones harto ventajosas para dicho país. Tiempo después se retiraba España de la
Sociedad de Naciones, «ese antro podrido de la democracia» al decir de la prensa de la
época. Simultáneamente se establecían bases de cooperación con el Vaticano.
No, no se trataba de poner una vela a Dios y otra al diablo. Las cruces, la gamada y la del
papado, cuyas tendencias totalitarias eran más que manifiestas, podían perfectamente
servir a un régimen que trataba de revivir las épocas del esplendor de Trento, de la España
martillo de herejes. Fascismo y clericalismo eran las dos caras de una misma moneda. Los
teólogos de combate, que habían movilizado tanto la Iglesia española como el Vaticano
contra la República española, venían a plantear el mismo o parecido discurso que en Berlín
planteara Goebbels: Por el imperio hacia Dios.
Tiempo después, y según sucedían los avances de las tropas alemanas en Francia, el
Gobierno, que había declarado públicamente la neutralidad española, iba cambiando de
actitud. Días antes de la capitulación francesa en el bosque de Compiègne a manos de
Pétain, Laval y demás colaboracionistas, cambió España su actitud de país neutral por la de
no beligerante, situación nueva que permitiría a Franco mostrar mejor y más claramente
su apoyo a las potencias del Eje.
Tánger fue españolizado, es decir, ocupado por tropas españolas, y en esa ciudad se
establecieron la Gestapo y los servicios de inteligencia alemanes para todo el norte de
África.
Serrano Súñer, Ridruejo, Tovar y otros jerarcas del «amanecer» negociaban en Berlín, en
1940, la utilización del territorio español para la llamada Operación Fénix. Se trataba de la
ocupación de Gibraltar para así impedir el dominio naval y aéreo británico en el
Mediterráneo y también la utilización posterior de dicha base en operaciones militares en
el norte de Africa. Parecía que los delirios fascistas de Castiella y Areilza expresados en el
libro titulado Reivindicaciones españolas estaban a punto de cumplirse. Si España entraba
en la guerra al lado de Alemania o Italia, no sólo Gibraltar, sino también parte de Argelia y
del Marruecos francés serían españoles. Zonas de expansión colonial en Río de Oro y el
golfo de Guinea formarían parte del nuevo imperio que estaba al alcance de la mano.
Pero pasaban los meses y las cosas no estaban claras a pesar del optimismo
de Informaciones, Arriba y demás prensa regimentada. Parecía que misas y tedeums por la
liberación de Rusia no eran suficientes para doblegar al Ejército Rojo, el cual, a pesar de
sufrir cuantiosas bajas humanas, a pesar de la pérdida de inmensos territorios, no se
derrumbaba, seguía combatiendo.
De otra parte, las ansias de imperio no casaban bien con la realidad española de aquel
tiempo, realidad que se prolongó bastantes años. Aunque banderas, guiones y gallardetes,
camisas azules, botas altas y boinas rojas, himnos y triples gritos mostrando la sumisión al
jefe, al Caudillo, formaran parte sustancial de la vida cotidiana, España era, sobre todo,
tierra de mendigos, de gentes que hambreaban con la escudilla en la mano, las colas
formadas ante las puertas de los cuarteles o de los locales del Auxilio Social de no importa
qué lugar del país.
Arrese se entrevista con Hitler, al que solicita armamento moderno para poder hacer
frente a una eventual invasión de España por parte de americanos e ingleses,
presumiblemente por Canarias. De otra parte, tras la reunión de Sevilla el 17 de febrero de
1942 entre Franco y Oliveira Salazar se firma el Pacto Ibérico. Los dirigentes fascistas de
Portugal y España olfateaban las dificultades de las armas alemanas y se aprestaban, sobre
todo Franco, a abrir una etapa de diversificación de contactos y acuerdos. Portugal había
mantenido, a pesar de su régimen corporativo, fascista, sus tradicionales relaciones con
Gran Bretaña, ésa era una baza que Franco podía necesitar en su momento.
El África Korps se derrumbaba en las arenas del desierto ante la aviación y los blindados
anglo-americanos. Y en enero de 1943 comenzaba la fase final de la batalla de Stalingrado.
Los que habían destruido Guernica, los que habían humillado al ejército francés, al belga,
los que habían humillado a media Europa caían vencidos, derrotados ante la potencia y
heroísmo de los soldados rojos. Stalingrado fue la esperanza para millones y millones de
hombres y mujeres. Un nombre de leyenda en cárceles y campos de concentración, en los
versos de cien poetas. Era el principio del fin del imperio de los mil años proclamado por
Hitler.
Franco fracasa en sus intentos y tiene que aceptar la única salida que le queda, bajo
presión anglo-norteamericana vuelve desde sus posiciones de no beligerante a la
neutralidad. Declaración que fue hecha el 3 de octubre de 1943. Y así, el 12 de diciembre
del mismo año comenzaba el retorno de algunas unidades de la División Azul. Volvieron
diezmados, con Cruces de Hierro, pero sin el regusto de la victoria.
Comienza un cambio lento en la política exterior española, dado que tanto en las fuerzas
armadas como en Falange las corrientes pro nazismo son abrumadoramente mayoritarias
y Franco las necesita ante la incertidumbre que el porvenir puede deparar a su régimen,
sabe de ciertas conspiraciones de algunos monárquicos y de otros que no lo son que
andan buscando el apoyo de los aliados para una posible restauración monárquica a través
de la espada de algún Badoglio indígena.
España, mejor dicho, la política franquista sigue debatiéndose entre las presiones de los
aliados y su permanente gesticulación fascista. Víveres y materias primas, sobre todo
wolframio, siguen enviándose a Alemania. Washington, cogiendo por el cuello la economía
española, suspende temporalmente el envío de petróleo a nuestro país en enero de 1944.
Ante el cariz que toma la situación, Franco tiene que hacer nuevas concesiones. Así, tras el
desembarco de Normandía, meses después, aviones del Air Transport Command
norteamericano son autorizados para repostar en territorio español, incluso en
aeródromos cercanos a Madrid. Y ante la presión británica los envíos de wolframio son
reducidos a la mínima expresión. Y el 12 de abril de 1945 España rompe relaciones
diplomáticas con Japón.
Pero la victoria del 9 de mayo de 1945 no trajo a España la libertad deseada, sino la
continuación de la dictadura. La política exterior franquista, tras la derrota alemana,
consistió, en lo fundamental, en jugar, de una parte, la carta vaticana. De otra, en cambiar
de amo, en traspasar la hipoteca que Hitler había mantenido sobre España a las potencias
imperialistas, Estados Unidos de Norteamérica en primer lugar. Gran Bretaña y los EE.UU.
levantaron entonces, en frase de Churchill, un «telón de acero» frente a la pretendida y
falaz amenaza soviética. Prefirieron una España franquista a una España democrática,
España franquista que, aislada, era posible controlar y utilizar en la guerra fría.