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Doctrina destacada: amparo por mora

en la Nación y en la provincia de
Córdoba
PUBLICADO EL 6 MARZO, 2012 POR THOMSON REUTERS

Por Enrique Fernando Novo

Sumario: I. El derecho constitucional a peticionar a las autoridades.– II. Alternativas frente al silencio o la
mora.– III. El amparo por mora.– IV. ¿Es un proceso administrativo o un proceso constitucional?– V.
Causa, objeto y finalidad del amparo por mora.– VI. Acto lesivo y eventuales conductas contra las que no
procedería el amparo por mora.– VII. Sujetos legitimados.– VIII. Naturaleza del proceso y norma
aplicable.– IX. Recursos.– X. Las costas.– XI. La ejecución de sentencia

I. El Derecho Constitucional a peticionar a las autoridades

El art. 14, Ley Suprema, asegura a los habitantes de la Nación el derecho de “peticionar a las
autoridades”, conforme a las leyes que reglamenten su ejercicio.

Esta facultad, como bien señala Gelli, significa la posibilidad de cada individuo de presentar
requerimientos de todo tipo ante los poderes del Estado, los denominados órganos extrapoderes, los
organismos descentralizados y desconcentrados de la Administración Pública y los prestatarios de
servicios públicos. No implica el derecho a obtener lo peticionado, pero sí una respuesta –aunque sea
negativa– del Poder Judicial y de la Administración Pública que incluye también al Poder Legislativo
cuando ejerce función administrativa y a los concesionarios de servicios públicos. Según la mencionada
jurista, por aplicación del principio de razonabilidad y del sistema republicano, la respuesta debe estar
motivada fáctica y jurídicamente (1).

Huelga aclarar que el derecho constitucional tratado da cobertura sólo para obtener respuesta,
independientemente de que ella satisfaga o no al solicitante.

Asimismo, el derecho a obtener respuesta –que se lo consideraba inherente al derecho de peticionar, o


implícito en los términos del art. 33, CN, luego de la reforma constitucional de 1994– tiene reconocimiento
expreso en el bloque de constitucionalidad (art. 75, inc. 22, CN), en tanto el art. XXIV de la Declaración
Americana de los Derechos del Hombre (Bogotá, 1948) establece que “Toda persona tiene derecho de
presentar peticiones respetuosas a cualquier autoridad competente, ya sea por motivo de interés general,
ya sea de interés particular, y el de obtener pronta resolución”.

También es dable destacar que el principio de tutela administrativa efectiva adquirió jerarquía
constitucional al haber sido incorporado el PIDC y P (art. 2) al bloque de constitucionalidad de mención.
Dicha norma asegura a toda persona el derecho de interponer un recurso y obtener respuesta en sede
administrativa, susceptible de ser controlada judicialmente. Según Blanca A. Herrera de Villavicencio, este
principio implica la ausencia de restricciones irrazonables para ocurrir ante la propia Administración, y
lograr de ella un pronunciamiento definitivo, fundado, legítimo y en tiempo oportuno, en cuestiones que
puedan afectar los derechos o intereses legítimos de los administrados (2).

Ahora bien, como explica Pízzolo, el derecho de petición puede ser ejercido por un individuo o por un
grupo de individuos o por una persona jurídica, pero tiene un límite concreto en el art. 22, CN, ya que “no
se puede peticionar a nombre del pueblo, es decir, invocando su representación” (3).

Bien aclara Eduardo Pablo Jiménez que se ha discutido si es un derecho civil o un derecho político,
resaltando que autores como Quiroga Lavié dicen que funciona como prerrogativa civil cuando la petición
promueve un alcance exclusivamente personal o de intereses particulares; otros, como González
Calderón –lo considera un derecho político– y otros como Garrido Falla lo consideran un derecho de
participación ciudadana más que un instrumento de defensa de derechos. Jiménez, por su parte, concluye
que en los tiempos que corren, y más allá de que se lo considere civil o político, indudablemente fortalece
la participación de la sociedad en la toma de decisiones.

Por último, y siguiendo a Bidart Campos, Jiménez aclara que en las peticiones en justicia, involucran el
derecho a la jurisdicción, que envuelven una petición procesalmente articulada (4).

Helio Zarini enaltece este derecho, explicando que resulta esencial en el Estado democrático, y
precisando que el silencio o la mora prolongados constituyen un acto arbitrario que lesiona el derecho de
peticionar, que no puede ni debe tornarse ilusorio por falta de efectividad.

II. Alternativas frente al silencio o la mora

Como bien señala Javier I. Barraza (5), el particular, ante la inactividad de la Administración, puede:

1. Esperar.

2. Instar el trámite mediante el pronto despacho (art. 10, ley 19549, y en el ámbito provincial, art. 70, ley
6658).

3. Interponer la queja (art. 71, dec. 1759/1972) pese a que parte de la doctrina dice que la queja es
inviable a estos efectos, Barraza la destaca como una herramienta válida también para este objetivo.
También Creo Bay y Hutchinson, aunque éstos aclaran que no podría interponerse en contra del Poder
Ejecutivo, atento a que no tiene un superior jerárquico (6). No está prevista este tipo de queja (para dicho
cometido) en el ámbito de la provincia de Córdoba.

4. Considerar denegado el reclamo (una vez transcurridos los sesenta días e interpuesto el pronto
despacho, treinta días más de inactividad en el ámbito nacional y una vez transcurridos ciento veinte días,
más los veinte, después del pronto despacho en el ámbito provincial), conforme al art. 10, ley 19549 y a
los arts. 67, inc. g, y 70, ley provincial 6658, o considerar denegados los recursos administrativos una vez
transcurridos los treinta días establecidos en el dec. 1759/1972. En el caso de la ley provincial 6658, una
vez transcurridos los treinta días de presentado el recurso, el administrado debe interponer un pronto
despacho y esperar veinte días más para considerar denegado un recurso administrativo (arts. 67, inc. h,
y 70, ley 6658).

5. Exigir un pronunciamiento expreso, amparo por mora de la Administración (art. 28, ley 19549, en la faz
nacional, y art. 53, Const. Córdoba, y la ley 8508, reglamentaria de la acción y el proceso en el ámbito
provincial).

La jurisprudencia tiene perfectamente aclarado el tema respecto de que no existe incompatibilidad entre
las opciones previstas en los arts. 10 y 28, LNPA, ya que el administrado tiene derecho a una respuesta
expresa, aun cuando hubiera interpuesto el pronto despacho del art. 10 y tuviera la posibilidad de dar por
denegado tácitamente, por el silencio, el reclamo incoado (7). En el ámbito provincial sucede lo mismo,
ningún tribunal ha rechazado un amparo por mora porque hubiere un pronto despacho interpuesto en
forma precedente. Domingo Sesín confirma lo antes expuesto cuando expresa que el administrado puede
acudir al amparo por mora aun cuando haya obtenido el acto denegatorio presunto, pero siempre que no
haya interpuesto la demanda judicial por silencio (8).

De igual forma, consideramos que en el ámbito nacional pueden interponerse la queja y el amparo por
mora, aunque Hutchinson y Creo Bay consideren que si se interpuso la queja primero, ésta debe ser
rechazada o no resuelta y luego interponer el amparo por mora, ya que si se resuelve desfavorablemente,
no habría más “mora”. En cambio, si se interpone el amparo por mora y éste es denegado se podría
presentar luego una queja, atento a que “el defecto en la tramitación” es un concepto indeterminado y
mutable (9).

III. El Amparo por Mora

El art. 28, Ley de Procedimiento Administrativo Nacional, a los fines de garantizar el cumplimiento de la
manda constitucional de dar respuesta al administrado que la peticiona, recepta legalmente y regula la
acción y el proceso de amparo por mora:

Art. 28: “El que fuere parte en un expediente administrativo podrá solicitar judicialmente se libre orden de
pronto despacho. Dicha orden será procedente cuando la autoridad administrativa hubiere dejado vencer
los plazos fijados y en caso de no existir éstos, si hubiere transcurrido un plazo que excediere de lo
razonable sin emitir el dictamen o la resolución de mero trámite o de fondo que requiera el interesado.
Presentado el petitorio, el juez se expedirá sobre su procedencia, teniendo en cuenta las circunstancias
del caso, y si lo estimare pertinente requerirá a la autoridad administrativa interviniente que, en el plazo
que le fije, informe sobre las causas de la demora aducida. La decisión del juez será inapelable.
Contestado el requerimiento o vencido el plazo sin que se lo hubiere evacuado, se resolverá lo pertinente
acerca de la mora, librando la orden si correspondiere para que la autoridad administrativa responsable
despache las actuaciones en el plazo prudencial que se establezca según la naturaleza y complejidad del
dictamen o trámites pendientes”.

Es dable resaltar que la reglamentación que efectúa del proceso y de las características de la acción dista
de ser suficiente. Esta mezquina actividad legislativa para con una herramienta tan importante ha
originado varios interrogantes, los que han sido claramente clasificados y desarrollados por Patricio
Sanmartino (10).

No ocurre lo mismo en el ámbito de la provincia de Córdoba, en el que se cuenta con una recepción
constitucional de la garantía en cuestión (art. 52, Const. prov.) y de una ley que reglamenta no sólo la
acción sino también el especial proceso judicial (ley 8508). Ello no obsta a que precisemos más adelante
los problemas de interpretación y de aplicación que ha generado la ley de referencia.
El art. 52, Ley Suprema cordobesa, reza: “Para el caso de que esta Constitución, una ley u otra norma
impongan al funcionario, repartición o ente público administrativo un deber concreto a cumplir en un plazo
determinado, toda persona afectada puede demandar su cumplimiento judicialmente y peticionar la
ejecución inmediata de los actos que el funcionario, repartición o ente público administrativo se hubiera
rehusado a cumplir. El juez, previa comprobación sumaria de los hechos enunciados, de la obligación
legal y del interés del reclamante, puede librar mandamiento judicial de pronto despacho en el plazo que
prudencialmente establezca”.

IV. ¿Es un proceso administrativo o un proceso constitucional?

Sanmartino precisa que su inserción legislativa, ya sea en el orden nacional como en el provincial,
permitiría consagrarlo como un proceso administrativo, pero el hecho de constituir una herramienta que
garantiza el respeto del derecho a obtener respuesta (derecho de raigambre constitucional, como ya
hemos visto), lo ubicaría entre los procesos constitucionales.

Pese a que la Corte Suprema ha dicho que es una “especial acción de amparo” (11), Sanmartino se
muestra reticente a esa idea, en tanto “el amparo por mora tiene sustantividad propia” (12).

El referido autor dice que el amparo por mora es un dispositivo procesal instituido para la defensa de
garantías constitucionales del administrado en el trámite del procedimiento administrativo. De allí que
consideremos, siguiendo dicha postura, que este proceso es de naturaleza mixta en cuanto se vincula
directamente con un derecho de jerarquía constitucional que se ejerce en el marco de un expediente
administrativo y en beneficio de un administrado.

En el mismo sentido parece coincidir Soledad Puigdellibol respecto del amparo por mora provincial,
cuando dice que la acción de amparo por mora tiene por objeto tutelar el derecho a peticionar a las
autoridades y obtener respuesta previsto en el art. 19, inc. 9, Const. prov., por lo que todo administrado
tiene derecho a obtener una resolución expresa, por cuanto de ese modo puede llegar a tomar
conocimiento de los fundamentos de la Administración, a los fines de ejercer con mayor convicción y
extensión su derecho de defensa (13).

V. Causa, objeto y finalidad del amparo por mora

Sanmartino precisa que el objeto de esta herramienta procesal en el ámbito nacional se circunscribe a la
fiscalización de un solo tipo de omisión administrativa: la derivada de la inobservancia de los plazos (ya
sea determinados o determinables por haber excedido pautas mínimas de razonabilidad temporal).

De allí que la causa petendi no sea otra que la inactividad administrativa del órgano competente por haber
dejado vencer los plazos fijados, legal o reglamentariamente, para expedirse en cada etapa del
procedimiento administrativo.

Ahora bien, siguiendo al autor referido (14), consideramos que esta garantía trasluce una finalidad directa
y compleja, en tanto, si la sentencia es positiva, incluirá una declaración (verifica y declara el retardo
injustificado) y una condena (la orden de pronto despacho judicial para que cese éste y la Administración
se expida en forma expresa).

Ahora bien, la finalidad indirecta es el dictado del acto de mero trámite, del acto preparatorio o del acto
administrativo definitivo, según sea el caso. Independientemente de la amplitud legal dada a favor de la
finalidad indirecta por el art. 28, LNPA, Sanmartino destaca que la recepción jurisprudencial de este tipo
de procesos apunta, en su mayoría, a lograr el dictado de actos administrativos definitivos, causen o no
estado (15).
Al respecto, y adentrándonos en el ámbito provincial, coincidimos con Soledad Pigdellibol (16) cuando
aclara que si bien tanto la Constitución cordobesa (en su art. 52) como el art. 1, ley 8508, parecieran
receptar un objeto más amplio (lograr el cumplimiento de cualquier “deber concreto”), la jurisprudencia ha
circunscripto el amparo por mora local también a un pronto despacho judicial cuando existe un deber de
expedirse expresamente frente a un reclamo, petición o impugnación de los administrados (17).

VI. Acto lesivo y eventuales conductas contra las que no procedería el amparo por mora

Creo Bay y Hutchinson afirman que la conducta lesiva es siempre una conducta omisiva (18) y hay mora
por el solo hecho de que el órgano haya incurrido en el incumplimiento de la obligación de decidir. Y ello
ocurre porque la ley misma constituye en mora a la Administración por no decidir dentro del plazo fijado
(19).

Los referidos autores consideran que el amparo por mora no procede contra:

a) Defectos de tramitación no omisivos.

b) Obligaciones de hacer incumplidas.

c) Requerir el cumplimiento de pagos.

Sin perjuicio de lo expuesto, disentimos con los referidos autores, atentos a que la mera enunciación de
causas contra las que no procede permite abrir un abanico de variantes justificatorias de la mora un tanto
peligroso. Ello, atento a que el solo hecho de rechazar el pedido, petición o reclamo justificando la
decisión torna la cuestión en abstracta.

Caso contrario, ¿de qué manera podría un administrado impulsar judicialmente un reclamo o petición
relacionado con alguno de los puntos antes precisados ante el silencio o la pasividad de la
Administración? Lo expuesto no sólo apunta a precisar nuestra opinión respecto del amparo por mora
nacional sino también el provincial.

VII. Sujetos legitimados

De acuerdo con el art. 28, LNPA, son aquellos que sean parte de un expediente administrativo y,
conforme al RNPA, pueden ser parte de un procedimiento administrativo aquellos que sean titulares de
derechos subjetivos o de intereses legítimos.

De allí que quienes presenten un reclamo, petición o recurso administrativo en respaldo o protección de
un derecho subjetivo o de un interés legítimo, puedan acudir a la vía del amparo por mora ante la falta de
respuesta de aquéllos.

Respecto del amparo por mora provincial, y siguiendo un fallo dictado por el Tribunal Superior de Justicia
cordobés (20), Sesín también precisa que quien inicie la acción de amparo sea titular de un derecho
subjetivo o de un interés legítimo respecto de lo pretendido, tal como lo requiere el art. 1, ley 8508 (21).

Sanmartino agrega que también quien deduce una denuncia de ilegitimidad en los términos del art. 1, inc.
e, ap. 6, LNPA, así como también a aquellos legitimados por el art. 43, CN, para deducir los amparos
colectivos, puedan presentar acciones de amparo por mora.
Creo Bay y Hutchinson agregan que los terceros interesados que participan en un expediente
administrativo en los términos del art. 3, RLNPA, pueden interponer un amparo por mora, siempre que
acrediten su participación administrativa antes de presentar la acción judicial (22).

En este punto es válido aclarar que estimamos que el derecho a obtener respuesta a un reclamo, una
petición o un recurso, no puede ser restringido sólo a aquellos señalados anteriormente, ya que para el
“amparista” la acreditación de dicho carácter no siempre es de fácil logro (y muchas veces se obtendrá
solamente en un proceso contencioso administrativo ordinario posterior).

Consentir lo contrario sería convalidar una reglamentación inconstitucional, en tanto ni el art. 14, CN, ni el
art. XXIV, DADH, exigen dicha condición para obtener la respuesta (y resultaría muy fácil para eximirse de
los fallos desfavorables en los amparos por mora disentir con el actor, sobre su calidad de titular de un
interés legítimo o un derecho subjetivo, como por ejemplo los empleados contratados que no le renovaron
el contrato no podrían, para algunos jueces, reclamar nada a la Administración relacionado con su empleo
fenecido).

La ley 19549, al referirse a los legitimados pasivos, se expresa como “autoridad administrativa
responsable” y como “autoridad administrativa interviniente”, pareciendo referirse sólo al órgano y a la
persona física que lo ejerce. Ése es también el sentido que le da Gordillo (23). Asimismo, tanto el art. 52,
Constitución cordobesa, como el art. 2, ley 8508, precisan que legitimados pasivos de la acción pueden
ser tanto el funcionario, la repartición o los entes públicos administrativos.

Pese a ello, consideramos que el sujeto pasivo de la acción debe ser una persona jurídica ideal
(Administración central/Estado nacional, Administración provincial/provincia de Córdoba, entes
autárquicos descentralizados o cualquier persona jurídica que ejerza función administrativa) o física
(funcionario responsable de la omisión), ya que los sujetos procesales no pueden carecer de personería
(salvo casos excepcionales) (24). Ello permite, además, la aplicación de sanciones conminatorias, así
como también la aplicación, eventualmente, del art. 29, ley 19549.

Más allá de lo expuesto en el párrafo anterior, debe tenerse cuidado cuando se refiera al sujeto pasivo de
la acción como a la Administración centralizada o descentralizada “competente” (25), pues es posible que
ella realmente no sea competente para resolver el recurso incoado o resolver la cuestión planteada a
través de un reclamo, pero ello no es obstáculo para que cumpla con el deber de contestarlo –
independientemente de que la respuesta sea negativa y que el rechazo se funde justamente en esa falta
de competencia para resolver la cuestión de fondo–. Así lo tiene aclarado la jurisprudencia local (26).

Puede suceder, incluso, como bien señala Barraza, que la Administración deba desplegar una actividad
que, por las particularidades del caso, requieran un mayor estudio y, ni aun en ese caso, la jurisprudencia
la ha eximido de la mora en su accionar (27).

Ahora bien, la ley 19549 expresamente excluye algunos procedimientos de su ámbito de aplicación (tales
como las fuerzas armadas y de seguridad, conforme a su art. 1) y la jurisprudencia nacional ha sido
cambiante al respecto. Sin ánimo de profundizar sobre el tema, es dable resaltar que Creo Bay y
Hutchinson consideran que “cuando el amparo por mora se encuentra vinculado a una relación externa
que afecta los derechos de un agente y no a la organización funcional de las fuerzas armadas ni la
verticalidad del mando, debería ser procedente” (28).

Cabe resaltar que en el ámbito provincial, el art. 3, ley 8508, considera inadmisible el amparo por mora
cuando la decisión judicial pudiere comprometer directa o indirectamente la regularidad de un servicio
público o de actividades estatales. La vigencia de este artículo, teniendo en cuenta el objeto estrecho que
la jurisprudencia ha moldeado para esta garantía local (pronto despacho judicial que ordena al
demandado contestar expresamente un reclamo o un recurso administrativo), ha devenido en absurda y
abstracta, ya que la contestación de un reclamo o de un recurso nunca pueden afectar la regularidad o
continuidad de un servicio público.

Más allá de lo precisado, consideramos que no puede haber un ámbito de la función administrativa (sea
ejercida por órganos estatales –de la Administración centralizada o descentralizada–, públicos no
estatales o privados) que se encuentren exentos de ser sujetos pasivos de un amparo por mora, atento a
que no existiría en dichos casos viabilidad de concretar el derecho reconocido en el art. 14, CN, y en el
XXIV, DADH.

VIII. Naturaleza del proceso y norma aplicable

Para Sanmartino (29), el amparo por mora previsto en la ley 19549 no es un proceso contencioso o
contradictorio, porque para él no habría ni contiendas ni partes en sentido estricto.

Para dicho jurista, la acción de amparo por mora es meramente instrumental y consiste en un acto de
colaboración con la Administración en la gestión del bien común.

Asimismo, Sanmartino considera que la pretensión de pronto despacho es, técnicamente, una petición
procesal extracontenciosa. Ello con base en las siguientes postulaciones: el art. 28, LNPA, no se refiere a
demanda sino sólo a petitorio (sí lo hace dicha ley en los arts. 26, 30 y 31, p. ej.), tampoco a actor –sino
sólo al que fuera parte en un expediente administrativo–, tampoco a demandado sino sólo a autoridad
interviniente o responsable–, tampoco dice contestación de demanda –sino sólo informe a cargo de la
autoridad administrativa, que no se asemeja al informe del art. 8, ley de amparo, sino a la prueba
informativa prevista en el Título II, capítulo V, CPCCN– y tampoco existe la palabra sentencia, sino sólo
orden de pronto despacho judicial.

El autor dice que no es una mera cuestión semántica sino que lo expresado “guarda congruencia con el
carácter no contencioso de este proceso”.

Debido a lo expuesto, Sanmartino descarta que deba aplicarse la ley 16986, que reglamenta el proceso
de amparo, en tanto éste es un proceso contencioso. Por ello, entiende que la sentencia dictada en un
amparo por mora es apelable por la vía del recurso previsto por el CPCCN, es decir, por la vía de la
apelación, teniendo el recurrente cinco días para interponerlo (nada dice el autor si debe ser fundado, o el
momento de expresar los agravios).

Pese a las valiosas e interesantes apreciaciones de Patricio Sanmartino, opinamos en forma distinta, ya
que desde el momento en que el administrado, afectado por la supuesta mora de la Administración, acude
a la vía judicial a requerir que se ordene el cese de ésta –con independencia del resultado positivo o
negativo de la respuesta buscada–, está llevando al órgano jurisdiccional un conflicto entre dos sujetos de
derecho (administrado /Administración) causado por un supuesta irregularidad de quien tiene a cargo la
elaboración y la notificación de la respuesta.

Es dable recordar que en el procedimiento administrativo el administrado no se encuentra en igualdad de


condiciones frente a la Administración y ésta es, al mismo tiempo, parte y juez en el expediente.

De allí que si un conflicto entre dos sujetos –que en el ámbito judicial estarán en igualdad de condiciones–
es llevado para ser resuelto ante un órgano imparcial e independiente, no existe duda de que el proceso
es contencioso, máxime cuando la Administración accionada puede ejercer su derecho de defensa al
momento de “informar”, poniendo en conocimiento del juez que la demora denunciada no se había
plasmado, o que la respuesta había sido notificada o que estaba accionando contra la Administración
equivocada, etcétera.

No puede soslayarse que es un proceso contencioso especial y muy puntual, en el que si la


Administración no acredita que la mora denunciada por el administrado no se materializó, existe una sola
forma de culminar el pleito, que es con el dictado de la sentencia que ordena librar un pronto despacho
judicial.

En síntesis, consideramos que hay un actor –el administrado afectado por la supuesta mora–, hay una
acción procesal –la demanda de amparo por mora–, hay un demandado –que es la Administración
responsable de la supuesta demora–, que hay un conflicto a dirimir –si hubo o no mora injustificada en
responder–, que hay posibilidades de ofrecer y diligenciar prueba –en especial, lo acaecido en el
expediente administrativo– y que la decisión que pone fin al conflicto, más allá del acotado margen dis-
crecional del juzgador, es una sentencia (que rechazará o hará lugar al amparo por mora).

No es fácil dirimir la cuestión del proceso aplicable. Sí podemos decir que consideramos que debería
asignarse el trámite de la ley 16986 a las acciones de amparo por mora en todo lo no previsto en el art.
28, ley 19549. Ello por considerar que es el proceso legalmente regulado que más se asemeja a lo
previsto por el art. 28, LNPA.

En el ámbito de la provincia de Córdoba, la discusión aludida no tiene cabida, ya que los arts. 5
(demanda), 7 (informe y, facultativamente, contestación de demanda), 9 (pruebas) y 10 (sentencia que
puede incluir una condena que ordene el cumplimiento de una obligación de hacer) de la ley 8508,
resultan claros y no dejan lugar a dudas de que se trata de un proceso contencioso.

IX. Recursos

Volviendo al ámbito nacional, es dable precisar que estimamos que la frase “La decisión del juez será
inapelable”, inserta en el texto del art. 28, LNPA, implica la irrecurribilidad del decreto de admisibilidad de
la acción y del requerimiento del informe a la Administración supuestamente morosa. Ello, primero, por la
ubicación de la frase, y segundo, porque otra interpretación resultaría inconstitucional (por ejemplo, si se
considerase que la sentencia del amparo por mora fuera irrecurrible). En dicho sentido se expresan Creo
Bay y Hutchinson (30). Asimismo, es dable destacar que, al respecto, hubo dos fallos plenarios: el primero
en autos “Esperanza v. Entel” (25/11/1980) (31), que siguió la tesis restringida, y el segundo dictado en
autos “Zubdesa” (5/2/1985) (32), que se expresó por la tesis que compartimos.

Sí queda abierto al debate sobre si la “inapelabilidad” puede tener por destinataria también a la decisión
del tribunal que admita la procedencia formal de la acción.

De más está decir que la letra de la norma permite concluir afirmativamente, pero esa postura resultaría
incompatible con la garantía de acceso oportuno a la justicia asegurada en los arts. 18, CN, y 8 y 25,
PSJCR, así como también al principio pro actione que emerge del bloque de constitucionalidad. Si se
admite la procedencia de dicha apelación, que en el ámbito del CPCCN acarrea efectos suspensivos, la
elevación a la Cámara y su estudio le llevarían todo el tiempo que el amparista pretendió evitar que pase
con la interposición de la acción.

Varios de los instrumentos con jerarquía constitucional contienen normas referidas a la tutela judicial
efectiva de los derechos y al derecho al acceso a la justicia, a saber: el art. XVIII, DADDH; el art. 8,
DUDH; el art. 8, PSJCR; el art. 3, PIDCP, entre otros.

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