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La espiritualidad popular: un tesoro para contemplar (6)

La oración de intercesión
Al entrar en Cafarnaún, se le acercó un centurión, rogándole:
«Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente.» (Mt 8,5)

1. EL VALOR DE LA ORACIÓN DE INTERCESIÓN


(Jean Lafrance, La oración del corazón, pp. 86-90)
La oración por el mundo es posible a partir de un fuerte lazo de comunión
muy profundo con Dios y con nuestros hermanos. Deberíamos pensar en ello
cuando decimos a alguno que vamos a pedir por él. Hay muchas personas que oran
por otros, pero cuando un santo ora por sus hermanos, toma sobre sí la palabra de
Job, «piel por piel», es decir «vida por vida». Como dice también Silvano: «Orar
por los hombres quiere decir dar la sangre de su corazón.» El santo ora por sus
hermanos de tal manera que los toma en su totalidad, sin rechazar nada de ellos;
toma sobre sí el pecado mismo de sus hermanos como si fuera propio. Es una
relación tal que se identifica con los demás. Cuando se ha compartido desde
dentro la angustia de nuestros hermanos, ya no es cuestión de orar, es cuestión
de gritar a Dios.
Se dice que santo Domingo gritaba de dolor y lloraba con abundancia de
lágrimas, pues había recibido la gracia especial de comulgar con el sufrimiento de
sus hermanos. Se preguntaba: «Oh, Dios, ¿qué va a ser de los pecadores?» He
aquí lo que dicen las crónicas del siglo XII a este propósito: Dios le había dado
una gracia especial respecto a los pecadores, los pobres y los afligidos. Llevaba
sus desgracias en el santuario íntimo de su compasión, y las lágrimas, que salían
a borbotones de sus ojos, manifestaban el ardor del sentimiento que devoraba su
corazón. Pensaba que no sería miembro verdadero del cuerpo de Cristo hasta el
día en que pudiera entregarse por entero, con todas sus fuerzas, a ganar el mundo
para Dios.
He aquí la fuente de la oración continua, que no viene a incrustarse desde
fuera como una necesidad que se nos impone. Nace verdaderamente de nuestra
comunión con Dios y de nuestra comunión con los hermanos. Para aprender a
orar siempre, es preciso primero hacerse solidario de Dios, de su reino, de su
gloria y al mismo tiempo hacerse solidario de toda la realidad del hombre, de
su miseria y de su pecado, asumiéndolo totalmente. Una solidaridad así hace
brotar en nosotros la oración de alabanza ante la gloria de Dios y la oración de
intercesión ante el sufrimiento de nuestros hermanos, como lo expresa muy bien el
prefacio de la misa del Espíritu Santo: «Asistiéndola siempre con
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la fuerza del Espíritu Santo, para que a impulso de su amor confiado, no
abandone la plegaria en la tribulación, ni la acción de gracias en el gozo.» En el
fondo, esta solidaridad es el acto esencial que Jesús cumplió en la Encarnación. Sin
perder su solidaridad con el Padre, con el que permanece siempre en comunión, dio
un paso que le llevó al corazón del hombre y a todas sus situaciones trágicas, un
paso del que no podrá ya volverse atrás nunca. De tal manera, que ya no se podrá
hablar del hombre sin hablar de Dios, ni hablar de Dios sin hablar del hombre,
porque en la Encarnación sus destinos han quedado inextricablemente ligados.
Cristo, verdadero hombre y verdadero Dios, es totalmente solidario del hombre en
su pecado cuando se vuelve hacia el Padre, y totalmente solidario de Dios cuando
se vuelve hacia el hombre. Es el cordero de Dios, tendido en el árbol de la cruz e
inmolado por nosotros, es decir en lugar nuestro y en nuestro favor. No podemos
seguir a Jesús sin subir al Gólgota e identificarnos con el cordero inmolado por la
salvación del mundo porque el discípulo no es mayor que el maestro. Cristo quiere
continuar en nosotros su pascua por el mundo. ¿Pensamos suficientemente en ello
cuando celebramos la eucaristía y cuando comulgamos con el cordero traspasado?
Por eso la oración traspasada de gritos y lágrimas forma parte de nuestra aventura
espiritual.
Orar es realmente dar a Dios su propia vida. Es cierto que Jesús es el único
capaz de interceder por nosotros transfigurando el mundo. Pero en los miembros de
su cuerpo que son solidarios con él y solidarios también con sus hermanos, estalla
este maravilloso poder de intercesión. En ellos Jesús intercede, rescata y
transfigura. El monje ora con lágrimas por el mundo entero y en esto consiste su
obra especial. ¿Qué es lo que le empuja a orar por todo el mundo? Jesús, el hijo de
Dios, que da al monje el amor en el Espíritu Santo. Y su alma siente una angustia
continua por los hombres.
En este sentido, el hombre de oración vive una doble solidaridad que le
hace extraño a los dos campos: es la situación cristiana de base (la disolución base,
que diríamos en química). El hombre de oración manifiesta así ante Dios el rostro
de Cristo que está continuamente intercediendo por nosotros: «siempre
intercediendo por nosotros», dirá la carta a los hebreos. Su oración se parece a un
grito enraizado en la angustia del pecado, un grito violento, largamente repetido,
arrancando por la fuerza, por decirlo de alguna manera, la misericordia de Dios
para con el mundo.
Ahí es donde se revela el verdadero amor por el hermano cuyo pecado y
sufrimiento se sienten como propios. Los hombres de oración son columnas de la
humanidad. ¿Quién se extrañará entonces de que revivan en su propia carne lo que
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falta a la pasión de Cristo por su cuerpo que es la Iglesia? No lo que le falta en
eficacia, pues todo ha sido obtenido por Jesús, sino lo que falta en profundidad y
en longitud, para los hombres de todos los tiempos y del mundo entero.
Del mismo modo que estos hombres están fascinados por el rostro glorioso
de Cristo, lo están también por su santa faz abofeteada y desfigurada. Una anciana
enferma de un hospicio, me decía un día: «Ese grito de Cristo sobre la cruz, "tengo
sed", me parece que resuena a cada momento en mi corazón.» Por amor de Jesús
que ha abrazado la cruz, amamos el rostro del siervo que sufre.
Comprendemos ahora mejor que la oración no consiste en retirarse del
mundo, en olvidar a nuestros hermanos y nuestra condición humana. Por el
contrarío, pensamos muy a menudo que la vida y la acción consisten en agitarse de
manera febril. No es esto raro en las condiciones en las que nos toca vivir, en este
dualismo que, en casos extremos, nos empuja a refugiarnos en la oración,
separándonos de los demás, o a un activismo exagerado fuera de Dios. Que se dé
en ello un descuartizamiento real, es normal e inevitable, pero la tensión no viene
en primer lugar de nuestra situación objetiva en el mundo, sino de nuestra
condición de pecadores.
El ejemplo de Pablo es significativo a este respecto: no habla nunca de una
tensión entre su estar con Dios y su estar con los hombres, y sin embargo ¿existe
un ser más entregado al evangelio que él? Por el contrario, proclama muy fuerte
que se siente desgarrado porque experimenta la lucha de dos hombres en su
corazón (Rom. 7). Por otra parte, afirma que el hecho de anunciar el evangelio a
sus hermanos constituye para él una verdadera oración, un culto espiritual. En el
fondo, lo que busca en su apostolado, es poner a sus hermanos en contacto con
Cristo resucitado, para que toda su vida se convierta en una oración, en un
sacrificio espiritual (Rom. 12,1). Para Pablo anunciar el evangelio es una oración
(Rom. 15, 15-16). En él, la oración nace de dos fuentes: o de la admiración de la
mirada puesta en la gloria de Dios, en su amor o en la persona de Cristo, o en la
calidad de su mirada puesta en sus hermanos, en el mundo que le rodea, en el
sufrimiento y en el pecado. La oración nace siempre de un corazón apasionado
por la gloria de Dios o desgarrado por la miseria de los hermanos.
Cuando nos sentimos conmovidos por la trágica situación de los hombres
que nos rodean, tanto por su pecado como por su miseria física o moral, entramos
en la oración de Cristo: Venga a nosotros tu reino... Perdónanos nuestros
pecados... Líbranos del mal... No nos dejes caer en la tentación. En esta
sensibilización, o más bien en esta comunión profunda con la maravilla de Dios y
la tragedia del hombre, es donde comienza la verdadera oración. Si sabemos unir
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así la vida a la oración, la contemplación de Dios a la mirada a los hermanos, ya no
se separarán jamás, y «la vida será el combustible que, a cada instante, alimentará
un fuego cada vez más rico y ardiente que nos transformará poco a poco en esa
zarza ardiendo de la que habla la Escritura», como dijo A. Bloom a los jóvenes de
Taizé.
Terminemos este capítulo con una historia cogida de los padres del desierto
y que nos refiere una conversación del gran san Antonio con el pobre zapatero de
Alejandría. Comprenderemos mejor cómo la comunión con la miseria de nuestros
hermanos nos empuja a la oración continua. El gran asceta ha llegado ya a una
elevada santidad, es pobre y ora siempre, pero sin embargo le falta lo esencial para
llegar a ser un verdadero monje: el don de la oración por los hombres. Estaba muy
inquieto por su progreso espiritual porque un ángel le había presentado a un
humilde zapatero de Alejandría como más aventajado que él, a pesar de sus
heroicos esfuerzos. Desconcertado por esta revelación, Antonio se presentó
inmediatamente en la ciudad de perdición, para escuchar de labios del pobre
zapatero el secreto de su perfección: — ¿Qué cosa extraordinaria puedes hacer tú
para santificarte en un medio semejante?
— ¿Yo? Hago zapatos... — Sin duda alguna. Pero debes de tener algún secreto.
¿Cómo vives?
— Divido mi vida en tres partes: la oración, el trabajo y el sueño.
— ¡Bah! Yo rezo todo el día... no debe estar en esto. ¿Y la pobreza?
— Otras tres partes: una para la Iglesia, otra para los pobres y otra para mí.
— Si yo lo he dado todo... Debe haber otra cosa. ¿No la ves? -No.
-Y ¿llegas a soportar a esas personas que no saben distinguir su mano derecha de la
izquierda y que irán con toda seguridad al infierno? -Ah, a eso no puedo
acostumbrarme... No, no lo soporto; me turba demasiado y pido a Dios que me
haga bajar vivo al infierno, pero que ellos se salven.
San Antonio se retiró de puntillas diciendo: «Evidentemente, comprendo...
y confieso que yo no he llegado a tanto.»

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2. ALGUNOS TEXTOS BÍBLICOS QUE NOS ANIMAN A LA
INTERCESIÓN

 Les ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo y por el


amor del Espíritu Santo, que luchen junto conmigo, intercediendo ante
Dios por mí. (Rm 15,30)
 En primer lugar, doy gracias a mi Dios por medio de Jesucristo, a causa
de todos ustedes, porque su fe es alabada en el mundo entero. Dios, a
quien tributo un culto espiritual anunciando la Buena Noticia de su Hijo,
es testigo de que yo los recuerdo constantemente, pidiendo siempre en
mis oraciones que pueda encontrar, si Dios quiere, la ocasión favorable
para ir a visitarlos. (Rm 1,8-10)
 Queremos, hermanos, que ustedes conozcan la tribulación que debimos
sufrir en la provincia de Asia: la carga fue tan grande que no podíamos
sobrellevarla, al extremo de pensar que estábamos a punto de perder la
vida. Soportamos en nuestra propia carne una sentencia de muerte, y así
aprendimos a no poner nuestra confianza en nosotros mismos, sino en
Dios que resucita a los muertos. Él nos libró y nos librará de ese peligro
mortal. Sí, esperamos que también nos librará en el futuro. Ustedes
también nos ayudarán con su oración, y de esa manera, siendo muchos
los que interceden por nosotros, también serán muchos los que darán
gracias por el beneficio recibido. (2 Cor 1,8-11)
 Sepan que el que siembra mezquinamente, tendrá una cosecha muy
pobre; en cambio, el que siembra con generosidad, cosechará
abundantemente. Que cada uno dé conforme a lo que ha resuelto en su
corazón, no de mala gana o por la fuerza, porque Dios ama al que da con
alegría. Por otra parte, Dios tiene poder para colmarlos de todos sus
dones, a fin de que siempre tengan lo que les hace falta, y aún les sobre
para hacer toda clase de buenas obras. 9 Como dice la Escritura: El justo
ha prodigado sus bienes: dio a los pobres y su justicia permanece
eternamente. El que da al agricultor la semilla y el pan que lo alimenta,
también les dará a ustedes la semilla en abundancia, y hará crecer los
frutos de su justicia. Así, serán colmados de riquezas y podrán dar con
toda generosidad; y esa generosidad, por intermedio nuestro, se
transformará en acciones de gracias a Dios. Porque este servicio sagrado,

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no sólo satisface las necesidades de los santos, sino que también es una
fuente abundante de acciones de gracias a Dios. En efecto, al comprobar
el verdadero carácter de la ayuda que ustedes les prestan, ellos
glorificarán a Dios por la obediencia con que ustedes confiesan la Buena
Noticia de Cristo y por la generosidad con que están unidos a ellos y a
todos. Y la oración que ellos harán por ustedes pondrá de manifiesto el
cariño que les profesan, a causa de la gracia sobreabundante que Dios
derramó sobre ustedes. ¡Demos gracias a Dios por su don inefable! (2 Cor
9,6-15)
 Eleven constantemente toda clase de oraciones y súplicas, animados
por el Espíritu. Dedíquense con perseverancia incansable a interceder
por todos los hermanos, y también por mí, a fin de que encuentre
palabras adecuadas para anunciar resueltamente el misterio del
Evangelio, del cual yo soy embajador en medio de mis cadenas. ¡Así
podré hablar libremente de él, como debo hacerlo! (Ef 6,18-20)
 Yo doy gracias a Dios cada vez que los recuerdo. Siempre y en todas
mis oraciones pido con alegría por todos ustedes, pensando en la
colaboración que prestaron a la difusión del Evangelio, desde el comienzo
hasta ahora. Estoy firmemente convencido de que aquel que comenzó en
ustedes la buena obra la irá completando hasta el Día de Cristo Jesús. Y
es justo que tenga estos sentimientos hacia todos ustedes, porque los
llevo en mi corazón, ya que ustedes, sea cuando estoy prisionero, sea
cuando trabajo en la defensa y en la confirmación del Evangelio,
participan de la gracia que he recibido. Dios es testigo de que los quiero
tiernamente a todos en el corazón de Cristo Jesús. Y en mi oración
pido que el amor de ustedes crezca cada vez más en el conocimiento y en
la plena comprensión, a fin de que puedan discernir lo que es mejor. Así
serán encontrados puros e irreprochables en el Día de Cristo, llenos del
fruto de justicia que proviene de Jesucristo, para la gloria y alabanza de
Dios. (Flp 1,3-11)
 Me alegro de poder sufrir por ustedes, y completo en mi carne lo que
falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la
Iglesia. Yo fui constituido ministro de la Iglesia, porque de acuerdo con el
plan divino, he sido encargado de llevar a su plenitud entre ustedes la
Palabra de Dios, el misterio que estuvo oculto desde toda la eternidad y
que ahora Dios quiso manifestar a sus santos. A ellos les ha revelado
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cuánta riqueza y gloria contiene para los paganos este misterio, que es
Cristo entre ustedes, la esperanza de la gloria. Nosotros anunciamos a
Cristo, exhortando a todos los hombres e instruyéndolos en la verdadera
sabiduría, a fin de que todos alcancen su madurez en Cristo. Por esta
razón, me fatigo y lucho con la fuerza de Cristo que obra en mí
poderosamente. (Col 1,24-29)
 Perseveren en la oración, velando siempre en ella con acción de
gracias. Rueguen también por nosotros, a fin de que Dios nos allane el
camino para anunciar el misterio de Cristo, por el cual estoy preso, y
para que yo sepa pregonarlo en la debida forma. (Col 4,2-4)
 También los saluda Epafras, su compatriota, este servidor de Cristo
Jesús que ora incansablemente por ustedes, para que se mantengan
firmes en la perfección, cumpliendo plenamente la voluntad de Dios.
Yo doy testimonio de lo mucho que él hace por ustedes y por los de
Laodicea y de Hierápolis. (Col 4,12-13)
 Rogamos constantemente por ustedes a fin de que Dios los haga
dignos de su llamado, y lleve a término en ustedes, con su poder, todo
buen propósito y toda acción inspirada en la fe. Así el nombre del Señor
Jesús será glorificado en ustedes, y ustedes en él, conforme a la gracia de
nuestro Dios y del Señor Jesucristo. (1 Tes 2,11-12)
 Rueguen también por nosotros, a fin de que Dios nos allane el camino
para anunciar el misterio de Cristo, por el cual estoy preso, y para que yo
sepa pregonarlo en la debida forma. (Col 4,3-4)
 Así como en un solo cuerpo tenemos muchos miembros con diversas
funciones, también todos nosotros formamos un solo Cuerpo en Cristo y,
en lo que respecta a cada uno, somos miembros los unos de los otros.
(Rm 12,4-5)
 Si sufrimos, es para consuelo y salvación de ustedes; si somos
consolados, también es para consuelo de ustedes, y esto les permite
soportar con constancia los mismos sufrimientos que nosotros padecemos.
(2 Cor 1,6)
3. LA INTERCESIÓN: UN ALIMENTO DE NUESTRA ESPIRITUALIDAD
1. Nuestro servicio de intercesión como verdadera misión:

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La misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un
adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de
la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero
destruirme. Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este
mundo. Hay que reconocerse a sí mismo como marcado a fuego por esa
misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar. Allí
aparece la enfermera de alma, el docente de alma, el político de
alma, esos que han decidido a fondo ser con los demás y para los demás.
Pero si uno separa la tarea por una parte y la propia privacidad por
otra, todo se vuelve gris y estará permanentemente buscando
reconocimientos o defendiendo sus propias necesidades. Dejará de ser
pueblo. (Francisco, EG, n° 273)
2. La oración verdadera le da mayor profundidad a nuestro servicio:
La adoración despoja al servicio de toda pretensión egoísta. El servicio
purifica la adoración de toda evasión de la historia. En la adoración nos
hundimos en un océano de silencio admirado que no tiene orillas. En el
servicio perdemos la vida hasta en el más pequeño detalle que un
hermano necesita. A través de este camino de adoración y servicio, el
propio yo va dejando de ser el centro. (Benjamín González Buelta, La
transparencia del barro, p. 98)
El cristiano que quiere ser un agente del cambio social se siente retado
constantemente a buscar la síntesis creativa entre el activista social y
el hombre interior. Para evitar la concreción, el poder, el orgullo, debe
vivir en la perspectiva de la esperanza, la receptividad y la
responsabilidad compartida, esto es: debe ser un hombre
contemplativo. La vida cristiana no es una vida dividida en tiempos para
la acción y tiempos para la contemplación. No. La acción social real es
una manera de contemplación, y la contemplación es el corazón de la
acción social. En un análisis final, acción y contemplación son las dos
caras de la misma realidad que hace al hombre agente del cambio.
Sólo esta síntesis nos permite mirar más allá de todos los desarrollos
políticos, sociales y económicos para mantenernos para siempre
despiertos y siempre en la esperanza de la venida del mundo nuevo… Un
cristiano cree que jamás habrá un momento en esta vida en el que uno
pueda descansar en la suposición de que no hay nada que hacer. Pero no

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desesperará cuando no vea el resultado que apetecía. (Henri Nouwen, Un
ministerio creativo, pp.124-125).

4. LA INTERCESIÓN: UN ESPACIO PARA APRENDER Y CRECER


1. El valor sagrado de las personas por las que rezamos:
Para compartir la vida con la gente y entregarnos generosamente,
necesitamos reconocer también que cada persona es digna de nuestra
entrega. No por su aspecto físico, por sus capacidades, por su lenguaje,
por su mentalidad o por las satisfacciones que nos brinde, sino porque es
obra de Dios, criatura suya. Él la creó a su imagen, y refleja algo de
su gloria. Todo ser humano es objeto de la ternura infinita del Señor, y
Él mismo habita en su vida. Jesucristo dio su preciosa sangre en la cruz
por esa persona. Más allá de toda apariencia, cada uno
es inmensamente sagrado y merece nuestro cariño y nuestra entrega.
Por ello, si logro ayudar a una sola persona a vivir mejor, eso ya
justifica la entrega de mi vida. Es lindo ser pueblo fiel de Dios. ¡Y
alcanzamos plenitud cuando rompemos las paredes y el corazón se nos
llena de rostros y de nombres! (Francisco, EG 274)

2. Recibimos más de lo que damos:


El que quiere acarrear el cambio tiene, para empezar, que aprender a
ser cambiado por aquellos a los que desea ayudar. Esto,
evidentemente, es muy difícil para quienes se ven por primera vez ante
un área de miseria. Ven casas pobres, gente hambrienta, calles sucias,
escuchan el llanto de dolor de la gente que carece de cuidados médicos,
les llega el mal olor de los cuerpos sucios y, en general, se sienten
abrumados por la miseria que los rodea por todas partes. Pero ninguno
será realmente capaz de dar si no descubre que lo que da es sólo una
pequeña parte comparado con lo que ha recibido. Mientras un hombre
vea en ello pobreza desagradable, no está realmente preparado para
dar. Pero cuando encontramos a personas que se han entregado
realmente para trabajar en los suburbios y en las villas, y sienten que su
vocación es estar al servicio allí, en seguida percibimos que han
descubierto que en las sonrisas de los niños, en la hospitalidad de las
personas, en las expresiones que usan, en las historias que cuentan, en
la sabiduría que muestran, en los bienes que comparten, hay tal
riqueza escondida y tal belleza, tanto afecto y calidez humana, que
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el trabajo que hacen es sólo una pequeña recompensa por todo lo que
ya han recibido… Es triste ver que seguimos creyendo que la mejor
manera de motivar a los demás a ofrecer su asistencia es mostrar
por medio de libros y fotografías lo inhumanamente que se ve
obligada a vivir esta gente. Ese método crea ciertamente sentimientos
de culpabilidad para hacer que la gente, abra los bolsillos y dé algún
dinero una vez que se han removido sus conciencias durante algún
tiempo. Mientras queramos cambiar la condición de otras personas
porque nos sintamos culpables de nuestra riqueza, seguimos jugando al
juego del poder y a la espera de que nos den las gracias. Pero cuando
empezamos a descubrir que, en muchos sentidos, nosotros somos los
pobres y que los que necesitan nuestra ayuda son los ricos, ningún
verdadero agente social cae en la tentación del poder, porque ha
descubierto que su misión no es un gran peso o un gran sacrificio sino
una oportunidad para ver más y más la cara de Aquel con el que
quiere encontrarse. Ojalá se publicaran más libros sobre los llamados
países «pobres» o ciudades «pobres», no sólo para mostrar cómo son los
pobres y la inmensa ayuda que necesitan, sino también para hacer ver
la belleza de sus vidas, sus dichos, sus costumbres, su modo de vida.
(H. Nouwen, Un ministerio creativo, pp.118-120).

3. Dejándonos enseñar y enriquecer por nuestros hermanos:


Por eso quiero una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho
que enseñarnos. En sus propios dolores conocen al Cristo sufriente. Es
necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos. Es una
invitación a reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en
el centro del camino de la Iglesia. Estamos llamados a descubrir a
Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a
ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la
misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos…
Nuestro compromiso no consiste exclusivamente en acciones o en
programas de promoción y asistencia; no es un desborde activista,
sino ante todo una atención puesta en el otro «considerándolo como
uno consigo». Esta atención amante es el inicio de una verdadera
preocupación por su persona, a partir de la cual deseo buscar
efectivamente su bien. Esto implica valorar al pobre en su bondad
propia, con su forma de ser, con su cultura, con su modo de vivir la
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fe. El verdadero amor siempre es contemplativo, nos permite servir
al otro no por necesidad o por vanidad, sino porque él es bello, más
allá de su apariencia: Del amor por el cual a uno le es grata la otra
persona depende que le dé algo gratis. El pobre, cuando es amado, es
estimado como de alto valor, y esto diferencia la auténtica opción por
los pobres de cualquier ideología, de cualquier intento de utilizar a los
pobres al servicio de intereses personales o políticos. Sólo desde esta
cercanía real y cordial podemos acompañarlos adecuadamente en su
camino de liberación. (Francisco, La alegría del Evangelio, n° 198-199)

4. Dejarnos interpelar y cuestionar por las personas por quienes


rezamos:
Ser amigo de un pobre es exigente. Nos introduce en la realidad del
sufrimiento, ¡Es imposible evadirse de ella con ideas o sueños! La
llamada del pobre a la amistad y a la solidaridad nos obliga a tomar
decisiones, a interiorizar en nosotros mismos, a situar el amor en el
centro de nuestras vidas y en lo cotidiano. Nos transforma. Pero esa
amistad pone de manifiesto también los conflictos que hay en nosotros.
Es tan fácil evitar las exigencias, ser seducido por proyectos personales y
actividades que pueden parecer más interesantes; o por distracciones,
placeres y actividades lúdicas que nos inducen a dejar al margen la
solidaridad. Los pobres muestran generalmente una gran sencillez en
las relaciones; no se detienen ante la cultura de su entorno o las
actitudes. Pueden acoger con alegría las visitas sin hacer distinciones
entre los grandes de este mundo. No se detienen a mirar el puesto o el
rango, sino que van al corazón. No llevan máscaras: la alegría o la ira
se manifiestan en sus rostros. Viven el instante presente y no se
refugian en la nostalgia del pasado o en los sueños del futuro.
Antiguamente se decía, y quizás todavía se dice, "si tú cambias yo te
amaré". Ahora comenzamos a descubrir que se trata de decir: "no
esperes a que el otro cambie para empezarlo a amar, ámalo y eso te
hará cambiar a ti y cambiar a él". Hay un misterio en el amor, un
misterio que nos ayuda a descubrir quiénes somos. Desgraciadamente la
mayor parte del tiempo yo miro al otro a partir de mis propios juicios.
Somos hombres y mujeres y nuestra primera tendencia es mirar los
defectos del otro, y no lo positivo. Juzgamos. Vemos lo negativo. Toda
la cuestión de la transformación es de mirar al otro como Dios lo mira.
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Necesito que mis ojos sean cambiados, que yo te mire como Dios te
mira.
Dada mi educación, yo era un hombre eficaz y rápido, que tomaba
decisiones solo. Era un hombre de acción más que de escucha. En la
marina tenía colegas pero no amigos de verdad. Ser amigo es hacerse
vulnerable, dejar caer las máscaras y las barreras para acoger al
otro tal cual es, con su belleza, sus dones, sus límites y sus
sufrimientos. Es llorar cuando él llora, reír cuando ríe. Yo tenía
muchas barreras en mi corazón que trataban de proteger mi
vulnerabilidad. Es verdad que había que hacer cosas por los pobres.
Pero, ante todo tenían necesidad de salir de su aislamiento, de
pertenecer a una comunidad de amigos, de vivir esta comunión de los
corazones. A mí me hacía falta aprender a amar desde esta óptica de la
comunión. Amar a alguien es, por supuesto, hacer cosas por él, pero
sobre todo es estar presente para revelarle su belleza y su valor, y
ayudarle a tener confianza en sí mismo. Amar es dejar también que el
otro toque mi pobreza y proporcionarle el espacio necesario para que me
ame. (Jean Vanier: Charla de un retiro)

Hoy en día no tenemos tiempo para mirarnos los unos a los otros, para
conversar, para disfrutar de la mutua compañía. El mundo se está
perdiendo por falta de dulzura y bondad. La gente se muere por falta de
amor, porque todo el mundo está apurado. (Madre Teresa)

5. Ellos nos ayudan a reconocer con paz nuestra pobreza:


El pobre es el que sufre necesidad, el que reconoce esa necesidad y
pide ayuda. La debilidad, normalmente, es vista como un defecto. Pero
¿no somos todos débiles y estamos necesitados de alguna manera?
Todos somos vulnerables, todos tenemos nuestros límites y nuestras
deficiencias. Cuando reconocemos nuestras debilidades podemos
pedir ayuda, podemos trabajar juntos. El débil necesita al fuerte, pero
el fuerte también necesita al débil. (Jean Vanier, Amar hasta el
extremo, pp.11-12)

No necesitamos ser perfectos. No debemos llorar sobre nuestras


imperfecciones; no somos juzgados por ello. Nuestro Dios sabe que, en
muchos aspectos, estamos cojos y medio ciegos. ¡No ganaremos nunca la
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carrera de la perfección, en los juegos olímpicos de la humanidad! Pero
podemos caminar juntos en la esperanza, y regocijarnos por ser amados
desde nuestras roturas. Podemos ayudarnos los unos a los otros a crecer
en la confianza, la compasión y la humildad, a vivir en acción de gracias,
a aprender a perdonar, y a pedir perdón, a abrirnos más hacia los demás,
a acogerlos, y a esforzarnos en llevar la paz y la esperanza a nuestro
mundo. Es por esto que nos arraigamos en una comunidad… Tenemos esa
capacidad de hacer surgir los dones de los demás, o de aplastarlos. Pero
no podremos interpelar a los pobres para que crezcan en el amor y
vivan en la verdad de su ser, si los lazos de alianza y de confianza
entre nosotros no son profundos. No debemos dejarnos llevar nunca por
el miedo o la ira, ni por el deseo de controlar o dominar, sino por el
amor. Entonces podremos a nuestra vez dejarnos interpelar por lo
pobres y crecer en la verdad. Pero es difícil, esto implica una lucha
constante en aceptar que los otros sean diferentes, darles su lugar, sin
juicios, ni envidia, ni condenación, sobre todo cuando su temperamento
y su manera de ser son totalmente opuestos a los nuestros. (Jean Vanier,
El Cuerpo roto, pp.116-124)

6. Ellos nos ayudan a detener nuestra prisa para escuchar:


Cuando uno está con personas que sufren, no debe tener prisa. Hay que
tomarse el tiempo necesario para escucharles y comprenderles. No
son fundamentalmente “eficaces”; encuentran su alegría en la
presencia, en la relación; su ritmo es el del corazón. Nos obligan a ir
más despacio para vivir intensamente la relación. Escuchar es ante todo
una actitud. Es tratar de comprender al otro con sus sufrimientos, sus
deseos y su esperanza, sin juzgarle ni condenarle. Escuchar es hacerle
ver al otro su valor para darle vida y ayudarle a tener confianza en
sí mismo. Muchas personas sufren porque sienten que nadie intenta
comprenderles. Se encierran en sí mismos. Pero si se les escucha con
interés, atención y benevolencia, comienzan a abrirse. Escuchar es
prestar atención no solamente a las palabras, sino también al
cuerpo, al lenguaje no verbal. Hay que estar atento a ese lenguaje
sencillo y concreto para captar los sufrimientos y las penas del otro, sus
deseos y sus esperanzas.
Cuando estoy centrado en mí mismo, en mis proyectos, cuando necesito
probarme, encuentro dificultades para escuchar. Escuchar la palabra o el
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cuerpo de alguien implica una cierta muerte de uno mismo; es estar
abierto y disponible con el otro para acoger lo que quiere dar, a
veces todas sus rebeldías y tinieblas, pero también toda la belleza
de su corazón. Este aprendizaje de la escucha me ha ayudado a no
juzgar a los demás desde normas o leyes, sino a intentar comprender sus
heridas interiores y a ayudarles a avanzar paso a paso. Si uno es
demasiado exigente, los demás se sentirán paralizados y, en ocasiones,
culpabilizados. Esta escucha que evita juzgar me ha permitido a menudo
superar mis prejuicios culturales, fruto de mi educación, para apreciar a
las personas de culturas y religiones diferentes. Si el otro siente que se
le intenta comprender, estar cerca de su corazón, él también dejará caer
sus miedos y sus prejuicios y mostrará una actitud de confianza. Pero
esta escucha, esta proximidad no siempre son fáciles. Pueden hacer
tambalear nuestras seguridades. Escuchar atentamente al otro es
captarle en el interior de sí mismo, comprenderle y amarle; es
atreverse a mirar la cizaña y el buen trigo de su campo poniendo
palabras justas sobre la realidad sin culpabilizarle; es también confiar
en la vida que hay en él. (Jean Vanier: Charla de un retiro)

5. LA INTERCESIÓN: UN ESPACIO PARA VIVIR LA COMUNIÓN DE


LOS SANTOS
1. Un relato: El gran tapiz (José Luis Martín Descalzo)
Hace algunos días, con motivo de los dos comentarillos que en este
mismo rincón hice sobre la enfermedad, un amigo me ha enviado un
ensayo de Marañón que yo desconocía y que me conmueve
profundamente. Lo transcribo y comento para mis amigos. Comienza don
Gregorio subrayando que no debe interpretarse la aceptación del dolor, y
hasta el regusto buscando el dolor, como pasiva actitud ante lo fatal,
sino como reconocimiento del valor divino de ese sufrir, en cuanto
manantial de vida nueva y origen de nuestra protección moral. Es algo
que reiteradamente vengo diciendo: el dolor, el fracaso, el mal no han de
ser buscados; ni siquiera basta con resignarse ante ellos; hay que
convertirlos en lo que son: palancas para lanzar más lejos nuestra vida,
cuchillos con los que afilar mejor nuestras almas, fuentes de
revitalización de nuestras zonas olvidadas u oscuras. Pero hay algo más.
Por eso sigue el texto de don Gregorio Marañón: Y como la perfección
moral tiene su fórmula suprema en el amor a los demás, y como el bien
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que deseamos a los demás es ansia de que no sufran, el que sufre con
alegría está gestando el que no sufran los otros hombres.
También ésta es una obsesión de estas páginas mías: mi dolor no
sólo es fecundo para mí; lo es también para otros, también para el
mundo. ¿Acaso vosotros creéis que los grandes avances del mundo los
producen los poderosos, los listos, los sanos? ¿Quién de nosotros no ha
recibido las mejores ayudas de gentes que saben “sufrir con alegría” o
trabajar con esperanza? ¿Acaso mi alegría de hoy ha sido ganada por
alguien a quien desconozco? ¿Mi lucha de esta tarde repercutirá tal vez en
el progreso del mundo dentro de medio siglo?
Los cristianos, a eso, lo llamamos “comunión de los santos”.
Porque creemos que nadie está solo. Que todos sostenemos a todos.
Que el mundo es como un gran tapiz cuya urdimbre completa sólo
descubriremos al otro lado de la muerte. Tal vez este hilo que pongo yo
hoy en el tapiz está dibujando una figura cuyo dibujo yo nunca veré.

2. Un consejo: P.Mamerto Menapace


En una charla, el P.Mamerto Menapace hablaba a los padres que,
sorpresivamente, habían perdido un hijo. Allí les decía que, seguramente
muchos de estos jóvenes no estaban preparados para morir. Tal vez,
tenían algunas deudas pendientes, que no pudieron saldar a tiempo, por
lo sorpresivo de su partida. Sin embargo, sus padres podían hacer algo
aún por ellos. Este monje los invitaba a presentar a Dios una oración llena
de confianza y cariño: mira, Señor, seguramente mi hijo tenía alguna
deuda contigo, te pido que se la perdones y la pongas a mi cuenta,
sabiendo que te la pagaré yo. Salda su deuda, que yo se la pago.

3. Una reflexión: P.Ronald Rolheiser


Dice Ronald Rolheiser: ¿qué podemos hacer cuando alguien a quien
amamos deja de compartir nuestra fe, nuestros valores más profundos y
nuestra moral? Tú has debatido con tu hijo, peleado con él y tratado,
con todos los argumentos posibles, de convencerlo, pero no hay manera.
Finalmente llegas a la penosa verdad: tú eres practicante, pero él no.
Además, te preocupa que tu hijo viva, según parece, apartado de Dios.
¿Qué puedes hacer? Por cierto, puedes continuar rezando y viviendo tu
propia vida de acuerdo con tus convicciones, en la esperanza de que tu
testimonio de vida sea más eficaz que tus palabras. Pero puedes hacer
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más. Puedes continuar amándolo y perdonándolo, y mientras él
recibe tu amor y tu perdón, está recibiendo el amor y el perdón que
vienen de Dios. Tú eres parte del Cuerpo de Cristo y él te está
tocando. A través del admirable misterio de la Encarnación, estás
realizando lo que Jesús nos pidió cuando dijo: “lo que ates en la tierra
quedará atado en el Cielo, y lo que desates en la Tierra quedará
desatado en el Cielo y a quien tú perdones, sus pecados le serán
perdonados, y a quien se los retengas, le serán retenidos”. Si eres
miembro del Cuerpo de Cristo, cuando perdonas a alguien, él o ella es
perdonado; si sostienes con amor a alguien, él o ella es sostenido en
el Cuerpo de Cristo. Para explicarlo concretamente: si un hijo o alguien
a quien yo aprecio se aparta de la Iglesia en términos de práctica de la
fe y la moral, en tanto tú continúes amando a esa persona y
sosteniéndola en la unión y el perdón, ella estará tocando el “borde
del manto”, estará vinculado al Cuerpo de Cristo y perdonado por
Dios, más allá de su relación oficial y externa con la Iglesia y la
moral cristiana. Cuando tú lo tocas, Cristo lo está tocando. Cuando tú
amas a alguien, a menos que esa persona rechace activamente tu amor y
tu perdón, él o ella son sostenidos en la salvación (Ron Rolheiser, En
busca de espiritualidad, pp.118-120). Es lo que tanta veces la gente
intuye al decirnos: ustedes, que están más cerca de Dios, recen por mí,
pidan por mí. Ellos perciben mucho más profundamente que nosotros, la
sacramentalidad de nuestra persona y la comunión que se establece con
Dios a través nuestro.
Este mismo autor, en su mismo escrito cita una parábola de
Chesterton narrada en El hombre eterno. Allí nos cuenta la historia de un
hombre indiferente a las cuestiones espirituales que murió y fue al
infierno. Sus amigos se sintieron tan conmovidos por su pérdida, que
fueron a la puerta del infierno para ver si había alguna posibilidad de
traerlo de vuelta, pero no sucedió. Fue, incluso, un sacerdote pidiendo al
demonio un poco más de tiempo, diciendo que no era un mal hombre,
que le faltó madurar más. Tampoco lo logró. Por último, vino su madre,
que no pidió que lo dejaran salir, sino que la dejaran entrar.
Inmediatamente las puertas se abrieron y el hombre salió: Porque el
amor puede atravesar las puertas del infierno y, una vez adentro,
redimir a los muertos. Y agrega Rolheiser, en la Encarnación, Dios toma
sobre sí la carne humana, en Jesús, en la Eucaristía y en todos los que
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son sinceros en la fe. La increíble gracia, poder y misericordia que
vinieron a nuestro mundo en Jesús todavía están ahí, potencialmente, en
nuestro mundo, en nosotros, el Cuerpo de Cristo. Nosotros podemos
hacer lo que Jesús hizo; de hecho, eso es precisamente lo que se nos
pide que hagamos (p.120).

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