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Para hablar de conversión pastoral, lo pr imer o es remarcar que se trata de una auténtica
conversión, y que por l o tanto, es un m od o de volver a Dios. Aunque parezca obvio, en
primer lugar hay que convertirse a Dios, volve rse hacia Él:
“…Ustedes se convi rtieron a Dios, tra s haber abandonado los ídolos, para servir a Dio s
vivo y verdad ero” (1 Tes 1, 9).
“Nosotros les predicamos que abandon en est as cosas vanas y se vuelvan al Dios vivo, qu e
hizo el cielo y la tierra” (Hch 14, 15).
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Que esta conversión esté lograda no se p ue de suponer ni siquiera en los catequistas o
en los sacerd otes. C onviene decirlo, po rque Dios es el sentido último de nuestras vid as,
pero puede no serlo en la práctica. No podemo s ignorar que hay evangelizadores –tambié n
consagrados– que no están muy convencid os del amor que Dios les tiene, o que esca pan
de su pr esenci a. Les gustan algunas tare as, y discutir acerca de cuestiones pastorale s o
teológicas, pero viven t odo eso al marg en de su relación personal con Dios como sen tid o
último de sus vidas. O han perdido la con fianza en un Dios capaz de intervenir e n la
historia y dejan de acudir a él. O, in mer sos acríticamente en el consumo de ofertas d e
bienestar, en la práctica terminan disp er sos, perdiendo el interés por responder mejo r a l
amor de Dios con la propia existencia. La f ig ur a de Jesús les resulta atractiva pero se h a
debilitado el sentido trascendente de la p ropia vida. Por lo tanto, la invitación a volve r a
Dios nunca es superflua. Aquí podríam os r eco rdar todo lo que desarrolla el Papa Francisco
en E vangelii Gaudium acerca de las tenta ciones de los agentes pastorales. Resuena a sí
la Palabra de Dios que nos conmueve cada m iércoles de cenizas:
Viendo nacer, vivir y morir a Jesucrist o p od em os reconocer hasta dónde nos ama el Pad re,
y desde el corazón resucitado de Jesucr ist o se derrama en nosotros la vida nueva de l
Espíritu. E sta conversión a Jesucristo e s la r aí z y la condición de posibilidad de toda o tra
forma de conversión, porque “no se com ien za a ser cristiano por una decisión ética ó u na
gran idea, sino por el encuentro con un aconte cimiento, con una Persona, que da un n uevo
horizonte a la vida y, con ello, una orienta ción decisiva” (DCE 1). Esta conversión es e l
encuentro personal, l leno de admirac ión y af ect o, que da origen al camino del discipula d o
misionero.
Ante todo hay que hablar de la dimen sión com unitaria, porque “Dios en Cristo no redime
solamente la persona individual, sin o ta mbién las relaciones sociales entre los se res
humanos”[1]¡Cuánt as veces el Papa se r ef ier e al pecado de la “auto referencialidad ” y
a la “conciencia aislada”. Ahora, ¿por q ué puede hablarse aquí de “conversión” y e n
qué sentido? La conversión a Jesucr isto ¿no es siempre al mismo tiempo conversió n
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al hermano? E l problema es que el d esa rro llo de la dimensión fraterna de la vida
cristiana puede estar fuertemente condicionado por una mentalidad muy arraigada, p o r
una educació n i nadecuada, por costum br es, tr adiciones familiares, límites psicológicos,
etc. Por eso p uede haber una entrega a Dios que sea sincera y que sin embargo sea po co
comunitaria. Aunque ell o contradice d ire cta, objetiva y gravemente al Evangelio, pue d e
ser subjetivamente no imputable.[2]
Esto supone siempre un compromiso p or el b ien común social. Porque “el anuncio de l
Evangelio, aun si endo la primera car ida d, corre el riesgo de ser incomprendido o de
ahogarse en e l mar de palabras al que la act ual sociedad de la comunicación nos some te
cada día. La caridad de las obras corrob or a la caridad de las palabras” (NMI 50). Apare cida
ha recor dado que “el rico magisterio social de la Iglesia nos indica que no podemo s
concebir una ofert a de vida en Cristo sin un dinamismo de liberación integral” (DA 359 ).
Hace tiempo ya que la Iglesia no separa esta conversión social de la llamada “conversió n
espiritual” sino que la muestra como un a consecuencia necesaria. Así lo confirma e l
siguiente texto: “La Iglesia, guiada por el evangelio de la misericordia y por el amo r a l
hombre, escucha el clamor por la justicia y qu iere responder a él con todas sus fuerzas…
La conversión espiritual , la necesidad del a mor a Dios y al prójimo, el celo por la justicia
y la paz, el sentido evangélico de los pobre s y de la pobreza, son requeridos a todos”.[3 ]
Pero veam os el texto más importante sob re e ste tema. Es un párrafo de Juan Pablo II qu e
nos hace tomar conciencia de que la conver sión se debe encarnar en la realidad so cia l
donde uno vive. Di ce que convertirse al Evangelio “significa revisar todos los ambiente s
y dimensiones de la vida, especialmente to do lo que pertenece al orden social y a la
obtención del bi en común” (EA 27).
Lo que caracteri za a esta conversión “social” y la distingue de una más gen érica
conversión “f raterna” es el empeño co munit ar io para reformar las situaciones socia le s
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injustas. La respuest a ante las estructura s injustas que nos superan no es sólo el in tento
aislado de cada uno por ser fiel, genero so, justo. La acción de la gracia, si no es
resistida, tiende a desarrollar actitu de s com unitarias que contagien y provoquen un a
novedad social , que i nclinan hacia un tipo de conversión que debilita las estructuras d e
pecado social presentes en un lugar. Recor de mos lo que enseñaba Juan Pablo II: “Está
alienada una sociedad que, en sus form as de organización social, de producción y d e
consumo, hace más dif ícil la realización d e est a donación y la formación de esa solidarid a d
interhumana” (C A 41c). Como contrapart id a, así como hay un bien común, también hay un a
gracia dada y di fundi da comunitariament e , q ue se expresa en ese mundo de relacion e s
e influencias mutuas. La vida en gra cia t ie ne ese dinamismo expansivo que la orie n ta
a desarr ollar una red, una estructura de bie n que procura contrarrestar el poder de la s
estructuras sociales de pecado. De ese m odo, por ejemplo, lo que el Espíritu suscitó a
través de Ma rtin Lut her King, pudo pr od ucir un cambio decisivo en la sociedad porq u e
hubo una fuerza comunitaria disponible dispuesta a secundar ese influjo del Espíritu.
No bastaba al lí la buena voluntad de a lgunos individuos aislados, sino construye ndo
una trama social que cooperaba con la iniciat iva de la gracia. Cuando alguien resp ond e
al impulso del Espí ritu y decide integra rse, con todas sus capacidades, en una trama
comunitaria de liberaci ón social, puede h ab lar se de una “conversión social ”.
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Pero cabe recordar que la Iglesia está al servicio del Reino “ante todo mediante el anu ncio
que llama a la conversión” (RM 20). Por e so conversión al Reino es necesariame n te
conversión a la misión. Esto podría ser sim plemente una afirmación genérica de a lgo
ya suficientement e sabido, que por r epet ido no conmueve a nadie. Pero en Evange lii
Gaudium se expresa como una opción m ás d ecidida y contundente por orientar todo a la
misión y por subordinar todo a ella. No se t ra ta de la misión en un sentido muy amp lio ,
como m ero sinónimo de la evangelización. Tiene un sentido más preciso y desafiante : se
trata de una d ecidi da sal ida hacia los q ue e stán abandonados y alejados, los que no está n,
los que no forman parte de nuestras com un idades. No es quedarse a esperar que ven gan ,
sino “pr imer ear”, tomar la iniciativa de sa lir a la búsqueda (EG 24) Si no se entiende eso,
Evangelii Gaudi um queda vaciada de t od a fu er za interpeladora. Las expresiones utiliz ada s
muestran que este cambio exige radi calida d y una firme decisión de parte nuestra : ha bla
de “sentido programáti co y consecuencias im po rtantes”, nos pide que pongamos “todo s lo s
medios necesarios para avanzar” en est e cam ino, dice que no podemos dejar las co sas
como están, que ya no sirve la “sim ple a dm inistración”, pide que nos constituyamo s en
un “estado permanente de misión” ( EG 25), nos invita “a ser audaces y creativos” y a
“aplicar con generosidad y valentía las orienta ciones de este documento, sin prohibicion e s
ni miedos” (EG 33). ¿De qué otra maner a lo tiene que pedir? Juan Pablo II afirmó que to d as
las estr ucturas deber ser siempre revisad as e n su modo de funcionar, aun el ministerio
petrino y la co legi ali dad episcopal, la s cuale s “necesitan de una continua verificación que
asegure su inspiración evangélica” (NM I 4 4) . El Papa Francisco lo ha retomado con fuerza
en Evangelii Gaudium . E sto vale par a todas las demás estructuras, de la Curia roman a ,
de las dióces is, de las parroquias y mo vimientos, que no son intocables.
Como el Papa mismo lo explica: “la refo rma de estructuras que exige la conversión
pastoral sólo puede entenderse en est e se nt id o: procurar que todas ellas se vuelvan má s
misioneras, que la pastoral ordinaria en to da s sus instancias sea más expansiva y abie rta,
que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida” (EG 27). Se trata d e
transfor mar to do eso, para apartar lo que es caduco, de modo que la Iglesia se vuelva ca d a
vez más cercana y acogedora y pueda ser r ealmente la luna que refleja al sol, Jesucristo ,
para alegría de su pueblo. Esa es la co nve rsió n pastoral de la Iglesia.
*para aceptar carismas molestos que per mit en llegar a donde no estamos llegando,
*para dejar de querer controlar todo lo que h ace el Espíritu por todas partes.
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Dice Evangelii Gaudium que “la Iglesia de be aceptar esa libertad inaferrable de la Palab ra,
que es eficaz a su manera, y de fo rma s m uy diversas que suelen superar nuestra s
previsiones y romper nuestros esquem as” ( EG 22).
Pero esto supone un cambio tan gran de que puede ser calificado como una verda dera
“conversión” misionera, que muchos no par ece n querer asumir. Hoy somos poco toleran te s
con las m iserias de las personas, pe ro el Papa insiste en que la Iglesia es madre para
todos, sin excepción. El mayor riesgo no es la imperfección, sino el peligro de una Iglesia
autosuficiente, jueza implacable, casa con la s puertas cerradas. En cambio, una Ig lesia
misionera “no renuncia al bien posible, au nq ue corra el riesgo de mancharse con el barro
del camino” (EG 45).
Esto implica, al mismo tiempo, buscar cr ea tivamente las maneras de mostrar que la
propuesta del Evangelio es para vivir m ejo r, no para mutilar a las personas: “La doctrina ,
las norm as, la s orientaciones éticas, y to da la actividad misionera de la Iglesia, debe d e jar
transpar entar esta atractiva oferta de una vida m ás digna” (DA 361).
AUTOTRASCENDENCIA COMUNITARIA
Pero la clave de esta conversión pe rma ne nt e, en todos sus aspectos, tanto para ca d a
individuo como para l a Iglesia toda, es la a ut otrascendencia. “Salir de sí mismo” es una
categoría clave para entender el pensa mie nt o y la propuesta del Papa Francisco, porqu e ,
como él m ismo dice, el Evangelio “sie mpr e t ie ne la dinámica del éxodo y del don, del salir
de sí” (EG 21). E s lo contrario de la “auto rre ferencialidad” que él tanto critica. Se trata d e
una categoría antropológica, teológica , espirit ual y pastoral, que tiene su raíz en la misma
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Trinidad. Porque l as tres Personas est án re feridas la una a la otra y son una cons tante
relación, pero además han querido en tr ar en alianza con nosotros. De esa vida divina se
deriva un din amismo de salida de sí qu e la gracia imprime en nuestros corazones. P or
eso la caridad, que nos hace salir de nosot ros m ismos hacia los demás, es la más gran d e
de las virtudes. Cuando decimos que la Igle sia es misionera por naturaleza estamos
expresando eso mismo: que fue instit uida para que salga constantemente de sí misma
en el servici o, el diál ogo, la entrega, la misión. La metafísica, que busca comprende r lo
profundo de la reali dad, nos enseña que el bien es difusivo de sí, lo bueno tiende siemp re
a difundirse. Si la realidad creada po r Dios f unciona así, y si el dinamismo de la gracia
es un dinam ismo de sal ida, entonces la ú nica manera de mantenernos vivos y de crecer
es salir de nosotros mismos en la misión, y la única manera de que una comunidad se
mantenga viv a y crezca es que salga de sí misma.
Otra vez nos preguntamos si esto es exclusivamente una cuestión del corazón. Pero si
la conversión social lleva a un cam bio de estructuras sociales, la conversión pastora l
misionera lleva a un cambio de estru ctura s eclesiales, y exige someterlo todo al servicio
de la instaura ción del Reino de vida. Es una r enovación de todas las estructuras y hábito s
eclesiales para que sean más mision er os, incluyendo el abandono de las estructuras qu e
no favorezcan decididamente la misió n.
Pero ahora quiero destacar que est a conversión supone las anteriores, por lo cua l
necesariam en te asume una conversió n com unitaria. En el marco de una conversió n
estructural, esto se expresa en una est ru ctura ción comunitaria de la pastoral diocesa n a,
en una com un ión pastoral que encuen tr a su mejor manifestación en la pastoral orgán ica.
Pero más concretamente todavía, como est ructura de comunión misionera, se expresa
en un plan pa storal participativo, elabor ad o, ejecutado y evaluado con participación d e
todos (DA 371), y a la vez flexible, ad ap table según los constantes desafíos del pue blo
de Dios. La conversión “estructural” de cada Diócesis, se plasma particularmente e n
una estr uctura: el plan comunitario, or ien tado a llegar a todos, donde todos se sien ten
reflejados, co nvocados e incorporados, y qu e a su vez es una estructura viva, siempre
abierta a las novedades del Espíritu.
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ESPÍRITU DE CONVERSIÓN
Nunca hay que olvidar la constante ne cesidad de desarrollar y alimentar un determin ado
“espíritu” sin el cual los cambios est ructu rales nacen muertos, nacen caducos. Cua n do
digo “ espíritu” no me refiero sólo a un pr of undo amor a Jesucristo, o a la confianza e n
el Espíritu Sa nto, o al fervor evange liza do r en general. Ese es ciertamente el prime r
presupuesto. P ero ahora quiero decir , com o explica en Papa en el último capítulo de
Evangelii Gau dium, que detrás de ca da tare a hay un determinado “espíritu” que moviliza
y llena de fervor esa t area, detrás de cad a pr oyecto pastoral debe haber un espíritu que
mueva a aplicarlo, y detrás de cada etapa pasto ral nueva o de cada reforma de estructu ras
se necesita el desarrollo de un de term ina do espíritu, una “mística” que despierte e l
atractivo, el gusto, l a pasión por lo que se quiere hacer.
Por eso, para producir cambios sig nificat ivos no hay que demorarse esperand o
modificaciones en l a legislación y la org an ización, sino ante todo infundir un espíritu q u e
si es realmente i ntenso y comunitario, por sí mismo irá produciendo estructuras acord es
con él. Las estruct uras son cauces de vida q ue suponen comunidades vivas, carga d as
de convicciones movil izadoras. Bien dijo Benedicto XVI que “las mejores estructu ras
funcionan úni camente cuando en una co munid ad existen unas convicciones vivas, capace s
de motivar a los hombres” (SS 24). Porq ue d e las estructuras puede decirse lo mismo
que de las leyes: que si hace falta crear m uchas leyes y estructuras para asegura r
que algo sea vivido, eso es muy mala se ña l y no augura buenos resultados. Cua n do
hace falta crear demasiadas normas, docum entos y estructuras para que algo p ued a
vivir se, esto e s indicio de un mal fun cionam iento en la raíz. En ese caso, las supuestas
nuevas estructuras no obrarán mágica ment e y se sumarán a las incontables exigen cias
que ya pesan sobre l os agentes past or ale s. Por lo dicho, queda claro que la reforma de
estructuras deberí a consistir más bien en una simplificación que nos libere de la stres
caducos que obstacul izan un dinamismo misionero y no tanto en una multiplicación de
nuevas estructuras. Di ce Francisco qu e “las buenas estructuras sirven cuando hay un a
vida que las anima”. De otro modo, “ cua lquier estructura nueva se corrompe en po co
tiempo” (EG 26), como ha sucedido de hecho co n algunos movimientos eclesiales. Por e so
el Papa, en el úl ti mo capítulo de Evangelii Gaudium se detiene a desarrollar ese “espíritu ”
de la conversión misionera proponiendo a lgunas motivaciones.
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Pero ¿qué riqueza de significados tien e a plicar el adjetivo “pastoral” a la conversión? E s
una expresión polisémi ca, que puede ser com pr endida de muy diversas maneras. Un auto r
hace un juego de pal abras mostrando qu e puede ser entendida como conversión “de” la
pastoral, “en” l a past oral, “a” la pasto ral, “ por ” la pastoral, “desde” la pastoral, etc.[6] A su
vez puede en tenderse como conversión de lo s pastores, en cualquiera de esos diversos
sentidos, o de la Iglesia como institu ción con t odas sus estructuras. Pero no es un mero
juego de palabras, porque permite e xplicit ar toda la riqueza de la propuesta. Si algu ien
quiere de verdad convertirse como past or , debería detenerse a considerar las diversa s
facetas de la conversión pastoral:
4) Conversión de los pastores que lo s ident ifica plenamente con su misión, para qu e
toda su existencia sea más decididame nt e “pastoral”. La propia persona se iden tifica
profundamente con la propia misión q ue un o ya no tiene, sino que “es”. Esto es aun más
pastoral, por que se trat a de una conver sión q ue modifica con una carga pastoral toda s las
dimensiones d e l a exi stencia y no sólo un tiem po dedicado al apostolado. Se trata de un a
identificación plena entre el ser (la ident idad personal) y la misión. Entonces, ni siqu ie ra
el descanso se entiende al margen de la misión . El sentido del cuidado de las energías se
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ordena completament e a la misión y desapar ece la actitud autodefensiva que absol utiza
los tiempos p ersonales y las necesidad es p riva das. Es la opción profunda por entende rse
a sí mism o como un manantial para los d em ás que implica siempre una entrega del pro pio
tiempo.
6) Conver sión de las tareas del past or (la “ pa storal”) y del modo de realizarlas que se
modifican a p artir de l os reclamos de Dios a t ravés de la realidad que vive el pueblo. A quí
es “la pastoral” lo que se convierte. No se t rata sólo de un cambio interior del pastor q ue
modifica sus act it udes y sus gestos, sino de una transformación de las tareas concreta s,
que se vuelven flexibles y se adaptan según los cambiantes reclamos de la realidad. En
este sentido, l a conversión pastoral se en tien de como una transformación de las tareas
que se realizan para que respondan a las necesidades pastorales.
8) Conver sión que reforma las estructu ras d e la pastoral ordinaria para que sean má s
misioneras. Est á di mensión de la con ver sión pastoral, se concentra en su aspe cto
misionero y en l a subordinación de t odo a la misión, lo cual constantemente e xige
reformas. Estas ref ormas van desde los h or arios y lugares de celebración de la Eucaristía ,
hasta la organi zación de Cáritas, el plan d e Catequesis, etc. Cuando a las estruc tura s
se las llam a “caducas” se refiere a a qu ello que no facilita la expansión misionera q u e
hoy necesitamos, lo que desgasta el t ie mpo y las energías de los agentes pastora le s
impidiéndoles llegar a t odos. Este significad o se convierte en una perspectiva trasve rsal
a partir de la cual se puede revisar todo. Todo lo que sea multiplicador está vivo, y lo q ue
ya no lo sea se vuelve caduco.
La conversión past oral implica todo esto . Por eso, un agente pastoral que quiera realmente
convertir se, d ebería integrar todo est o en una buena revisión de su entrega misione ra,
y no tener miedo al cambio, porque cuando Dios le está pidiendo más es porque le está
ofreciendo más.
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[1] Compendio Doctrina Social de la Ig lesia , 52
[3] Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción Libertatis Nuntius (1984), XXI,
1.18.
[4] Cf. C.M. Martini, Oración y conver sión inte lectual , San Pablo, Bogotá, 1995.
[6] Lo hace, por ejemplo, J. B. Libanio en su artículo “Conversão pastoral e estrutu ras
eclesiais”, en Medellín 134, 318-319.
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