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PASTORAL CONVERSION. H.E. MSGR.

VÍCTOR MANUEL FERNÁNDEZ

Presup uest os de la propuesta de conversión pastoral de Evangelii Gaudium


H.E. MSGR. VÍCTOR MANUEL FERNÁNDEZ

En m ayo de 2009, l os obispos de la Conf er encia Episcopal Argentina me pidieron q ue


preparara una reflexión que los mot ivar a a dialogar sobre la “conversión pasto ral”,
inspirándonos en el documento de los Obispos latinoamericanos de Aparecida. Da do
que el entonces Cardenal Bergoglio p ar ticipó activamente de aquel debate, creo que e s
importante re cogerlo para entender el t ra sfondo de la propuesta de Evangelii Gaudium.

Cuando abrí Google en junio de 2 00 9, y escribí “conversión pastoral”, aparecie ron


1.570.000 resultados, y en noviembre ya era n 1.780.000. El 29/08/2014 eran 5.650.00 0
resultados. Esto indica que no se trat a de un a t emática muerta, que ha quedado plasma d a
en algún doc umento pero que despier ta e scaso interés, sino de algo que inquieta a la
Iglesia. En aquel momento solicité a la Co nf er encia Episcopal que me permitiera rea lizar
en Ar gentina una amplia consulta, que en riq ue ció la reflexión.

1. ANTE TODO CONVERSIÓN

Para hablar de conversión pastoral, lo pr imer o es remarcar que se trata de una auténtica
conversión, y que por l o tanto, es un m od o de volver a Dios. Aunque parezca obvio, en
primer lugar hay que convertirse a Dios, volve rse hacia Él:

“…Ustedes se convi rtieron a Dios, tra s haber abandonado los ídolos, para servir a Dio s
vivo y verdad ero” (1 Tes 1, 9).

“Nosotros les predicamos que abandon en est as cosas vanas y se vuelvan al Dios vivo, qu e
hizo el cielo y la tierra” (Hch 14, 15).

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Que esta conversión esté lograda no se p ue de suponer ni siquiera en los catequistas o
en los sacerd otes. C onviene decirlo, po rque Dios es el sentido último de nuestras vid as,
pero puede no serlo en la práctica. No podemo s ignorar que hay evangelizadores –tambié n
consagrados– que no están muy convencid os del amor que Dios les tiene, o que esca pan
de su pr esenci a. Les gustan algunas tare as, y discutir acerca de cuestiones pastorale s o
teológicas, pero viven t odo eso al marg en de su relación personal con Dios como sen tid o
último de sus vidas. O han perdido la con fianza en un Dios capaz de intervenir e n la
historia y dejan de acudir a él. O, in mer sos acríticamente en el consumo de ofertas d e
bienestar, en la práctica terminan disp er sos, perdiendo el interés por responder mejo r a l
amor de Dios con la propia existencia. La f ig ur a de Jesús les resulta atractiva pero se h a
debilitado el sentido trascendente de la p ropia vida. Por lo tanto, la invitación a volve r a
Dios nunca es superflua. Aquí podríam os r eco rdar todo lo que desarrolla el Papa Francisco
en E vangelii Gaudium acerca de las tenta ciones de los agentes pastorales. Resuena a sí
la Palabra de Dios que nos conmueve cada m iércoles de cenizas:

“¡Vuelvan a mi de todo corazón! … Desg ar r en sus corazones y no sus vestiduras. ¡Vuelva n


al Señor su Dios!” (Jl 2, 12-13).

Pero desde nuestra autocomprensión cristiana, la conversión a Dios es inseparablemente


conversión a Jesucrist o, y en el rostr o de Jesucristo se nos revela el verdadero Dio s:
“Nadie llega a l Padre, si no por mí ” (Jn 14, 6 ); “ Separados de mí no pueden nada” (Jn 15 ,5).

Viendo nacer, vivir y morir a Jesucrist o p od em os reconocer hasta dónde nos ama el Pad re,
y desde el corazón resucitado de Jesucr ist o se derrama en nosotros la vida nueva de l
Espíritu. E sta conversión a Jesucristo e s la r aí z y la condición de posibilidad de toda o tra
forma de conversión, porque “no se com ien za a ser cristiano por una decisión ética ó u na
gran idea, sino por el encuentro con un aconte cimiento, con una Persona, que da un n uevo
horizonte a la vida y, con ello, una orienta ción decisiva” (DCE 1). Esta conversión es e l
encuentro personal, l leno de admirac ión y af ect o, que da origen al camino del discipula d o
misionero.

2. CONVERSIÓN FRATERNA Y COMUNITARIA

La conversi ón a Jesucristo es tamb ién co nve rsión a su Reino, que es inseparable de


su per sona: “B usquen ante todo el Re ino de Dios y su justicia, y todo lo demás ve ndrá
solo” (M t 6, 3 3). Pero hablar de conversión al Reino nos obliga a desarrollar algu n as
dimensiones inel udibl es de esa conve rsió n que pueden estar poco desarrolladas. La
conversión al R eino se despliega en var ios aspectos, que pueden tener un mayor o meno r
desarr ollo en nosot ros. Explicitar esa s d ime nsiones permite percibir toda la riqueza de
sentido que ti ene l a conversión y nos lleva a reconocer en qué dimensión del Evange lio
todavía nos fal ta convertirnos.

Ante todo hay que hablar de la dimen sión com unitaria, porque “Dios en Cristo no redime
solamente la persona individual, sin o ta mbién las relaciones sociales entre los se res
humanos”[1]¡Cuánt as veces el Papa se r ef ier e al pecado de la “auto referencialidad ” y
a la “conciencia aislada”. Ahora, ¿por q ué puede hablarse aquí de “conversión” y e n
qué sentido? La conversión a Jesucr isto ¿no es siempre al mismo tiempo conversió n

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al hermano? E l problema es que el d esa rro llo de la dimensión fraterna de la vida
cristiana puede estar fuertemente condicionado por una mentalidad muy arraigada, p o r
una educació n i nadecuada, por costum br es, tr adiciones familiares, límites psicológicos,
etc. Por eso p uede haber una entrega a Dios que sea sincera y que sin embargo sea po co
comunitaria. Aunque ell o contradice d ire cta, objetiva y gravemente al Evangelio, pue d e
ser subjetivamente no imputable.[2]

Pero cuando la persona condicionada to ma co nciencia de sus límites y se deja transformar


en un camino de li beración, entonce s se p roduce una segunda conversión que pod ría
llamarse “conversión fraterna”. Se trata en r ealidad de un “crecimiento extensivo” d e la
vida de la gracia cuando, al superar se algú n condicionamiento del sujeto, esa vid a d e
Dios que ya e stá en el corazón de l a p er sona puede explayarse y manifestarse en una
dimensión de la existencia donde ante s no p odía brillar. La conversión fraterna se ría
entonces esta liberaci ón de los condicionamientos del sujeto que permiten que la vida
de la gracia desarrol le su potencial de f ra ternidad y comunión de un modo luminoso y
significativo. E so da gloria a Dios.

Esto supone siempre un compromiso p or el b ien común social. Porque “el anuncio de l
Evangelio, aun si endo la primera car ida d, corre el riesgo de ser incomprendido o de
ahogarse en e l mar de palabras al que la act ual sociedad de la comunicación nos some te
cada día. La caridad de las obras corrob or a la caridad de las palabras” (NMI 50). Apare cida
ha recor dado que “el rico magisterio social de la Iglesia nos indica que no podemo s
concebir una ofert a de vida en Cristo sin un dinamismo de liberación integral” (DA 359 ).

También en este orden podemos encontr ar condicionamientos, que estamos llamados a


sanar par a que la vida de la gracia pu ed a explayar y desarrollar todo su dinamismo
liberador. Po r eso puede hablarse ta mbién d e una “conversión social”. Es el caso d e
Teresa de Ca lcut a, por ejemplo. Dura nt e la pr imera parte de su vida no se puede afirma r
que su entr ega creyent e no haya sido since ra, q ue no haya estado convertida a Jesucristo .
Pero sólo a parti r de un determinado mom en to adquirió una conciencia intensa y clara de
las exigencias sociales del Evangelio, se lib er ó de los límites que contenían su fu erza
misericordiosa, y se produjo su “conver sión social”.

Hace tiempo ya que la Iglesia no separa esta conversión social de la llamada “conversió n
espiritual” sino que la muestra como un a consecuencia necesaria. Así lo confirma e l
siguiente texto: “La Iglesia, guiada por el evangelio de la misericordia y por el amo r a l
hombre, escucha el clamor por la justicia y qu iere responder a él con todas sus fuerzas…
La conversión espiritual , la necesidad del a mor a Dios y al prójimo, el celo por la justicia
y la paz, el sentido evangélico de los pobre s y de la pobreza, son requeridos a todos”.[3 ]
Pero veam os el texto más importante sob re e ste tema. Es un párrafo de Juan Pablo II qu e
nos hace tomar conciencia de que la conver sión se debe encarnar en la realidad so cia l
donde uno vive. Di ce que convertirse al Evangelio “significa revisar todos los ambiente s
y dimensiones de la vida, especialmente to do lo que pertenece al orden social y a la
obtención del bi en común” (EA 27).

Lo que caracteri za a esta conversión “social” y la distingue de una más gen érica
conversión “f raterna” es el empeño co munit ar io para reformar las situaciones socia le s

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injustas. La respuest a ante las estructura s injustas que nos superan no es sólo el in tento
aislado de cada uno por ser fiel, genero so, justo. La acción de la gracia, si no es
resistida, tiende a desarrollar actitu de s com unitarias que contagien y provoquen un a
novedad social , que i nclinan hacia un tipo de conversión que debilita las estructuras d e
pecado social presentes en un lugar. Recor de mos lo que enseñaba Juan Pablo II: “Está
alienada una sociedad que, en sus form as de organización social, de producción y d e
consumo, hace más dif ícil la realización d e est a donación y la formación de esa solidarid a d
interhumana” (C A 41c). Como contrapart id a, así como hay un bien común, también hay un a
gracia dada y di fundi da comunitariament e , q ue se expresa en ese mundo de relacion e s
e influencias mutuas. La vida en gra cia t ie ne ese dinamismo expansivo que la orie n ta
a desarr ollar una red, una estructura de bie n que procura contrarrestar el poder de la s
estructuras sociales de pecado. De ese m odo, por ejemplo, lo que el Espíritu suscitó a
través de Ma rtin Lut her King, pudo pr od ucir un cambio decisivo en la sociedad porq u e
hubo una fuerza comunitaria disponible dispuesta a secundar ese influjo del Espíritu.
No bastaba al lí la buena voluntad de a lgunos individuos aislados, sino construye ndo
una trama social que cooperaba con la iniciat iva de la gracia. Cuando alguien resp ond e
al impulso del Espí ritu y decide integra rse, con todas sus capacidades, en una trama
comunitaria de liberaci ón social, puede h ab lar se de una “conversión social ”.

El Catecismo indica que es la misma conversión del corazón la que “impon e la


obligación” de modificar esas estructur as ( CCE 1888). Propuestas místicas sin un fuer te
compromiso social-m isionero, o dis cursos y praxis sociales sin mística son tambié n
“estructuras caducas”. No producen im pactos significativos simplemente porqu e no
son f ieles al E vangel io ni responden a lo que hoy el pueblo está pidiendo. De he cho,
la hist or ia demuestr a que las propuest as dialécticas sólo llegan a grupos reducidos
y no tienen fuerza de amplia penetr aci ón. Es verdad que hoy hace falta cultivar un
espacio int erior que otorgue sentido cri st ia no al compromiso y a la actividad. P er o
ese sentido evangélico no es sólo l a oraci ón o el encuentro privado con Dios, sin o
también, insepar abl emente, la vida mis ma e ntendida como misión, el valor sagrad o
del prójimo, el amor de Cristo a los pobres, la opción radical por el Reino, un mod o
diferente de vivir la entrega. Eso debe al i mentarse en un espacio interior de orac ión ,
pero al mismo tiempo hay que intenta r vi vir l o en la práctica, en la actividad. De otro
modo, las tareas fácil mente se vacían y el fe rvor se debilita.

3. CONVERSIÓN PASTORAL Y MISIONERA

Vamos ahor a a la dimensión “pastoral” d e la conversión. El Cardenal Martini, en un lib ro


de meditaciones para sacerdotes[4], ha bló de distintas conversiones (religiosa, mo ral,
intelectual y míst ica), pero me llamó la ate nción que la conversión pastoral o mision era
no aparecía e n su propuesta. En Amé rica Lat ina, en cambio, se ha vuelto una expre sión
común, sobre todo después de Aparecid a.

Cuando Jesús invi ta a su seguimient o, e n la misma invitación se advierte el sen tido


ineludiblement e past oral y misionero de la invitación: “Síganme y yo los haré pescadore s
de hombr es” (Mt 4, 19). Hoy queda claro q ue “ la misión es inseparable del discipulado, p o r
lo cual no debe entenderse como una et ap a p osterior a la formación, aunque se la rea lice
de diversas maneras de acuerdo a la pr op ia vocación y al momento de la maduració n
humana y cristiana en que se encuent re la persona” (DA 278e). Porque “discipulado y
misión son como las dos caras de una m isma m edalla” (DA 146)[5].

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Pero cabe recordar que la Iglesia está al servicio del Reino “ante todo mediante el anu ncio
que llama a la conversión” (RM 20). Por e so conversión al Reino es necesariame n te
conversión a la misión. Esto podría ser sim plemente una afirmación genérica de a lgo
ya suficientement e sabido, que por r epet ido no conmueve a nadie. Pero en Evange lii
Gaudium se expresa como una opción m ás d ecidida y contundente por orientar todo a la
misión y por subordinar todo a ella. No se t ra ta de la misión en un sentido muy amp lio ,
como m ero sinónimo de la evangelización. Tiene un sentido más preciso y desafiante : se
trata de una d ecidi da sal ida hacia los q ue e stán abandonados y alejados, los que no está n,
los que no forman parte de nuestras com un idades. No es quedarse a esperar que ven gan ,
sino “pr imer ear”, tomar la iniciativa de sa lir a la búsqueda (EG 24) Si no se entiende eso,
Evangelii Gaudi um queda vaciada de t od a fu er za interpeladora. Las expresiones utiliz ada s
muestran que este cambio exige radi calida d y una firme decisión de parte nuestra : ha bla
de “sentido programáti co y consecuencias im po rtantes”, nos pide que pongamos “todo s lo s
medios necesarios para avanzar” en est e cam ino, dice que no podemos dejar las co sas
como están, que ya no sirve la “sim ple a dm inistración”, pide que nos constituyamo s en
un “estado permanente de misión” ( EG 25), nos invita “a ser audaces y creativos” y a
“aplicar con generosidad y valentía las orienta ciones de este documento, sin prohibicion e s
ni miedos” (EG 33). ¿De qué otra maner a lo tiene que pedir? Juan Pablo II afirmó que to d as
las estr ucturas deber ser siempre revisad as e n su modo de funcionar, aun el ministerio
petrino y la co legi ali dad episcopal, la s cuale s “necesitan de una continua verificación que
asegure su inspiración evangélica” (NM I 4 4) . El Papa Francisco lo ha retomado con fuerza
en Evangelii Gaudium . E sto vale par a todas las demás estructuras, de la Curia roman a ,
de las dióces is, de las parroquias y mo vimientos, que no son intocables.

Como el Papa mismo lo explica: “la refo rma de estructuras que exige la conversión
pastoral sólo puede entenderse en est e se nt id o: procurar que todas ellas se vuelvan má s
misioneras, que la pastoral ordinaria en to da s sus instancias sea más expansiva y abie rta,
que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida” (EG 27). Se trata d e
transfor mar to do eso, para apartar lo que es caduco, de modo que la Iglesia se vuelva ca d a
vez más cercana y acogedora y pueda ser r ealmente la luna que refleja al sol, Jesucristo ,
para alegría de su pueblo. Esa es la co nve rsió n pastoral de la Iglesia.

Esta renovación supone una ascesis qu e no s libere de nuestra instalación cómoda y


perezosa en nuest ras viejas estructuras, de co stumbres, horarios y círculos de amigos, y
nos invita a crear nuevas inclinaciones y act it udes. Supone también libertad, ¿para qu é ?

*para dar lugar a nuevas formas de eva ng elizar ,

*para promover agent es pastorales d e estilos insólitos,

*para aceptar carismas molestos que per mit en llegar a donde no estamos llegando,

*para alentar las formas populares de eva ng elización y la pastoral popular,

*para dejar de querer controlar todo lo que h ace el Espíritu por todas partes.

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Dice Evangelii Gaudium que “la Iglesia de be aceptar esa libertad inaferrable de la Palab ra,
que es eficaz a su manera, y de fo rma s m uy diversas que suelen superar nuestra s
previsiones y romper nuestros esquem as” ( EG 22).

La renovación misionera de la Iglesia toca t ambién el contenido. Ssupone también q ue


concentre mej or su predicación en el anuncio que caracteriza a la misión ad gentes: e l
“corazón” del E vangelio, que proclama e l am or infinito e incondicional de Dios que se
entregó hasta el fi n en la muerte y la r esu rre cción de Jesucristo por cada uno de nosotros.
No olvidemos que Evangelii Gaudium n o es u n documento sobre la evangelización en
general, sino más precisamente sobre el “ anuncio” del Evangelio, como indica el subtítu lo .
Por eso el Papa invi ta a una reforma en el anuncio mismo. Una Iglesia misionera no se
obsesiona po r t ransmi ti r de golpe un in menso depósito de doctrina y de disciplina. S e
concentra en este anuncio fundamenta l qu e pr ovoca un encuentro salvífico con Jesucristo
vivo. Esta vuelta al primer anuncio es lo qu e se llama “la conversión kerygmática de
la Iglesia” , inseparable de toda autént ica conversión misionera. Eso también exige u na
dura ascesis, porque muchas veces quer em os decirlo todo, asegurar inmediatamente la
totalidad de la doct rina y de las normas de la Iglesia, impartir una formación exhaustiva y
controlarlo todo más que convertir los cora zon es. De hecho, cuando se pretende de cirlo
todo y exigir lo todo no se consigue nada, el m ensaje del Evangelio pierde contundencia
y no se pr odu cen efectos significativos de conversión. Aquí no se trata de renunciar a la
totalidad de la verdad, sino de dosificar la pedagógicamente en un proceso nunca acab a do
de formación. Aquí también habrá que aplicar una ley eminentemente pastoral como la “ley
de la gradualidad”, y reconocer una “jera rquí a de verdades” en la que no se niega ning una
de ellas sino que se las trasmite con cr it er io misionero.

Pero esto supone un cambio tan gran de que puede ser calificado como una verda dera
“conversión” misionera, que muchos no par ece n querer asumir. Hoy somos poco toleran te s
con las m iserias de las personas, pe ro el Papa insiste en que la Iglesia es madre para
todos, sin excepción. El mayor riesgo no es la imperfección, sino el peligro de una Iglesia
autosuficiente, jueza implacable, casa con la s puertas cerradas. En cambio, una Ig lesia
misionera “no renuncia al bien posible, au nq ue corra el riesgo de mancharse con el barro
del camino” (EG 45).

Esto implica, al mismo tiempo, buscar cr ea tivamente las maneras de mostrar que la
propuesta del Evangelio es para vivir m ejo r, no para mutilar a las personas: “La doctrina ,
las norm as, la s orientaciones éticas, y to da la actividad misionera de la Iglesia, debe d e jar
transpar entar esta atractiva oferta de una vida m ás digna” (DA 361).

AUTOTRASCENDENCIA COMUNITARIA

Pero la clave de esta conversión pe rma ne nt e, en todos sus aspectos, tanto para ca d a
individuo como para l a Iglesia toda, es la a ut otrascendencia. “Salir de sí mismo” es una
categoría clave para entender el pensa mie nt o y la propuesta del Papa Francisco, porqu e ,
como él m ismo dice, el Evangelio “sie mpr e t ie ne la dinámica del éxodo y del don, del salir
de sí” (EG 21). E s lo contrario de la “auto rre ferencialidad” que él tanto critica. Se trata d e
una categoría antropológica, teológica , espirit ual y pastoral, que tiene su raíz en la misma

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Trinidad. Porque l as tres Personas est án re feridas la una a la otra y son una cons tante
relación, pero además han querido en tr ar en alianza con nosotros. De esa vida divina se
deriva un din amismo de salida de sí qu e la gracia imprime en nuestros corazones. P or
eso la caridad, que nos hace salir de nosot ros m ismos hacia los demás, es la más gran d e
de las virtudes. Cuando decimos que la Igle sia es misionera por naturaleza estamos
expresando eso mismo: que fue instit uida para que salga constantemente de sí misma
en el servici o, el diál ogo, la entrega, la misión. La metafísica, que busca comprende r lo
profundo de la reali dad, nos enseña que el bien es difusivo de sí, lo bueno tiende siemp re
a difundirse. Si la realidad creada po r Dios f unciona así, y si el dinamismo de la gracia
es un dinam ismo de sal ida, entonces la ú nica manera de mantenernos vivos y de crecer
es salir de nosotros mismos en la misión, y la única manera de que una comunidad se
mantenga viv a y crezca es que salga de sí misma.

Si una persona comprende esto, e nt onces deja de vivir a la defensiva, deja d e


obsesionarse por el bienestar y por sus pr opios intereses, y descubre que la me jor
manera de vivi r bi en es salir de sí buscando el bien de los demás, comunicando el bien ,
abriéndose, d onándose, acogiendo, entr ando en diálogo y comunión. En el fondo, el P apa
le está indicando a la Iglesia una estrat egia de sobrevivencia y de fidelidad a sí misma. Se r
fiel a su propia natural eza, para la Iglesia , no es primordialmente custodiar un depósito
de doctrina, sino sal ir de sí misma evan ge liza ndo, sirviendo, comunicando vida, hacie n do
presente el amor miseri cordioso de Dios q ue nos lanza hacia adelante.

Otra vez nos preguntamos si esto es exclusivamente una cuestión del corazón. Pero si
la conversión social lleva a un cam bio de estructuras sociales, la conversión pastora l
misionera lleva a un cambio de estru ctura s eclesiales, y exige someterlo todo al servicio
de la instaura ción del Reino de vida. Es una r enovación de todas las estructuras y hábito s
eclesiales para que sean más mision er os, incluyendo el abandono de las estructuras qu e
no favorezcan decididamente la misió n.

Pero ahora quiero destacar que est a conversión supone las anteriores, por lo cua l
necesariam en te asume una conversió n com unitaria. En el marco de una conversió n
estructural, esto se expresa en una est ru ctura ción comunitaria de la pastoral diocesa n a,
en una com un ión pastoral que encuen tr a su mejor manifestación en la pastoral orgán ica.
Pero más concretamente todavía, como est ructura de comunión misionera, se expresa
en un plan pa storal participativo, elabor ad o, ejecutado y evaluado con participación d e
todos (DA 371), y a la vez flexible, ad ap table según los constantes desafíos del pue blo
de Dios. La conversión “estructural” de cada Diócesis, se plasma particularmente e n
una estr uctura: el plan comunitario, or ien tado a llegar a todos, donde todos se sien ten
reflejados, co nvocados e incorporados, y qu e a su vez es una estructura viva, siempre
abierta a las novedades del Espíritu.

No hay que engañarse, ¡estamos en la posmodernidad privatizadora, no en la


modernidad con sus certezas y ut opí as ! Por lo tanto, nuestros viejos discurs os
contra el ac tivismo de los agente s past orales quedan fuera de lugar. Eran má s
adecu ado s trei nta años, e incluso di ez años atrás. En los últimos años la tende nc ia
a la pr ivatización del estilo de vida se ha ido acentuando en la mayoría de nosotr os .
No me r efiero a los discursos y pala bras, que pueden ser muy sociales y ciudada no s,
sino a los h ábitos, a las opciones concret as, al uso del tiempo, a la forma de v ivir.
Entonces la formaci ón y el cultivo de l a es pi ritualidad pueden convertirse fácilmente
en excu sas para demorar compromi sos mis ioneros más radicales.

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ESPÍRITU DE CONVERSIÓN

Nunca hay que olvidar la constante ne cesidad de desarrollar y alimentar un determin ado
“espíritu” sin el cual los cambios est ructu rales nacen muertos, nacen caducos. Cua n do
digo “ espíritu” no me refiero sólo a un pr of undo amor a Jesucristo, o a la confianza e n
el Espíritu Sa nto, o al fervor evange liza do r en general. Ese es ciertamente el prime r
presupuesto. P ero ahora quiero decir , com o explica en Papa en el último capítulo de
Evangelii Gau dium, que detrás de ca da tare a hay un determinado “espíritu” que moviliza
y llena de fervor esa t area, detrás de cad a pr oyecto pastoral debe haber un espíritu que
mueva a aplicarlo, y detrás de cada etapa pasto ral nueva o de cada reforma de estructu ras
se necesita el desarrollo de un de term ina do espíritu, una “mística” que despierte e l
atractivo, el gusto, l a pasión por lo que se quiere hacer.

Por eso, para producir cambios sig nificat ivos no hay que demorarse esperand o
modificaciones en l a legislación y la org an ización, sino ante todo infundir un espíritu q u e
si es realmente i ntenso y comunitario, por sí mismo irá produciendo estructuras acord es
con él. Las estruct uras son cauces de vida q ue suponen comunidades vivas, carga d as
de convicciones movil izadoras. Bien dijo Benedicto XVI que “las mejores estructu ras
funcionan úni camente cuando en una co munid ad existen unas convicciones vivas, capace s
de motivar a los hombres” (SS 24). Porq ue d e las estructuras puede decirse lo mismo
que de las leyes: que si hace falta crear m uchas leyes y estructuras para asegura r
que algo sea vivido, eso es muy mala se ña l y no augura buenos resultados. Cua n do
hace falta crear demasiadas normas, docum entos y estructuras para que algo p ued a
vivir se, esto e s indicio de un mal fun cionam iento en la raíz. En ese caso, las supuestas
nuevas estructuras no obrarán mágica ment e y se sumarán a las incontables exigen cias
que ya pesan sobre l os agentes past or ale s. Por lo dicho, queda claro que la reforma de
estructuras deberí a consistir más bien en una simplificación que nos libere de la stres
caducos que obstacul izan un dinamismo misionero y no tanto en una multiplicación de
nuevas estructuras. Di ce Francisco qu e “las buenas estructuras sirven cuando hay un a
vida que las anima”. De otro modo, “ cua lquier estructura nueva se corrompe en po co
tiempo” (EG 26), como ha sucedido de hecho co n algunos movimientos eclesiales. Por e so
el Papa, en el úl ti mo capítulo de Evangelii Gaudium se detiene a desarrollar ese “espíritu ”
de la conversión misionera proponiendo a lgunas motivaciones.

4. DIVERSAS CONSIDERACIONES SOBRE LA CONVERSIÓN “PASTORAL”.

El apelativo “pastoral” lamentablemente ha p asado a ser sinónimo de algo de “poca


calidad”, de menor ni vel, de poca serie da d y p rofundidad. Si un comentario bíblico se lla ma
“pastoral” uno no espera encontrar allí una exégesis muy seria o bien fundada. Cuando se
dice que alguien va a estudiar teologí a “ pa storal” muchos piensan que no le da la ca beza
para estudiar teol ogía dogmática o mora l. Esta degradación del lenguaje es realme nte
lamentable, porque no hay algo más ser io, exigente, desafiante, comprometedor que u n
compromiso pastoral . Lo “pastoral” exig e un a formación teológica sólida, una actitu d
espiritual hon da y motivadora, una peculiar aptitud para leer los signos de los tiempo s, y
una especial habi li dad pedagógica y co munica tiva, que permitan lograr que el Evangelio se
vuelva realment e signi fi cativo en una det er m inada situación histórica cultural y se perciba
como una respuesta que movilice un din am ismo comunitario de transformación. Nada más
serio y profundo que esto.

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Pero ¿qué riqueza de significados tien e a plicar el adjetivo “pastoral” a la conversión? E s
una expresión polisémi ca, que puede ser com pr endida de muy diversas maneras. Un auto r
hace un juego de pal abras mostrando qu e puede ser entendida como conversión “de” la
pastoral, “en” l a past oral, “a” la pasto ral, “ por ” la pastoral, “desde” la pastoral, etc.[6] A su
vez puede en tenderse como conversión de lo s pastores, en cualquiera de esos diversos
sentidos, o de la Iglesia como institu ción con t odas sus estructuras. Pero no es un mero
juego de palabras, porque permite e xplicit ar toda la riqueza de la propuesta. Si algu ien
quiere de verdad convertirse como past or , debería detenerse a considerar las diversa s
facetas de la conversión pastoral:

1) Conversión de l os pastores orientad a a en tr egarse más para la gloria de Dios . Cu and o


un pastor reconoce que ha caído, por ejemp lo, en una suerte de profesionalismo pasto ral
y que ha perdido la dimensión trascendente de su entrega, entonces invoca al Espíritu ,
se vuelve una vez más a Dios y com ienza d e nuevo a realizar sus tareas apostó licas
sinceramente “para la mayor gloria de Dios”. Aquí lo único que hay de “pastoral” es q ue
quien se convi erte es un pastor.

2) Conversión de los pastores a Dios m ot iva da p or las interpelaciones de su tarea pastora l.


Esto se vuelve todavía más específicam ente “pastoral” cuando lo que moviliza al pasto r
a volverse a Dios es la misma activida d apostólica, cuando la fe de la gente lo estimula,
cuando el dol or del pueblo lo conmueve y r eco noce que sin Dios no puede dar respuestas,
cuando en la misma t area se siente int er pe lado a ser más “hombre de Dios”. Esto tamb ién
vale par a una lai ca entregada a un servicio pastoral, quien a partir de la vida de la
gente opta por vivir más de Dios, en Dios, para Dios. Aquí entramos en un ámbito más
específicamen te “past oral” porque la int er pe lación y la motivación a la conversión provien e
de la activida d past oral.

3) Conversión de los pastores hacia una en tr eg a mayor al servicio pastoral a partir d e la s


interpelaciones de su tarea. Esto es m ás p ast oral todavía, porque ya no es simpleme nte
una conversió n a D ios sino también un a co nve rsión a la pastoral. Ocurre cuando el pasto r,
interpelado por las angustias y necesid ad es de la gente, orienta más decididame n te
su cor azón a servir generosamente al pueblo. Aun las humillaciones, sean los caso s
de sacerdotes pedófi los que nos ave rgüenzan, como diversas situaciones de corrupción
que se hacen públicas y nos expone n a un a sospecha permanente, pueden provo car
sentimientos de inf erioridad y un desánimo pu silánime. O, al contrario, pueden despe rtar
una conver sión: una opción por entreg ar se m ás radicalmente al Pueblo de Dios, segu ros
de que el m al se vence con más bien. Má s que defenderse, se reacciona amando má s a
la gente y aumentando los gestos de p at er nidad espiritual y de entrega misionera.

4) Conversión de los pastores que lo s ident ifica plenamente con su misión, para qu e
toda su existencia sea más decididame nt e “pastoral”. La propia persona se iden tifica
profundamente con la propia misión q ue un o ya no tiene, sino que “es”. Esto es aun más
pastoral, por que se trat a de una conver sión q ue modifica con una carga pastoral toda s las
dimensiones d e l a exi stencia y no sólo un tiem po dedicado al apostolado. Se trata de un a
identificación plena entre el ser (la ident idad personal) y la misión. Entonces, ni siqu ie ra
el descanso se entiende al margen de la misión . El sentido del cuidado de las energías se

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ordena completament e a la misión y desapar ece la actitud autodefensiva que absol utiza
los tiempos p ersonales y las necesidad es p riva das. Es la opción profunda por entende rse
a sí mism o como un manantial para los d em ás que implica siempre una entrega del pro pio
tiempo.

5) C onversión a Jesucristo Pastor, qu e n os co nf igura con sus actitudes hacia la gente. E s


una conver sión a Crist o “pastor”. No ha y e nt onces una genialidad personal de alguien que
ha descubiert o un nuevo y mejor modo de se r pastor. En definitiva consiste en un mo d o
de tratar a los demás con las actitude s y g est os de Jesús buen pastor.

6) Conver sión de las tareas del past or (la “ pa storal”) y del modo de realizarlas que se
modifican a p artir de l os reclamos de Dios a t ravés de la realidad que vive el pueblo. A quí
es “la pastoral” lo que se convierte. No se t rata sólo de un cambio interior del pastor q ue
modifica sus act it udes y sus gestos, sino de una transformación de las tareas concreta s,
que se vuelven flexibles y se adaptan según los cambiantes reclamos de la realidad. En
este sentido, l a conversión pastoral se en tien de como una transformación de las tareas
que se realizan para que respondan a las necesidades pastorales.

7) Conversi ó n de la pastoral de la I glesia diocesana y de las parroquias, o d e


una comunidad. No son sólo los past or es que se vuelven más misioneros, sino las
comunidades enteras, con todo su entr ama do de relaciones y acciones. Se trata de una
conversión qu e, por ser profundamente f iel a l Evangelio, es en sí misma comunitaria. S ería
la conversión pastoral de todo un Presbit er io, por ejemplo, o mejor todavía, de toda una
Diócesis, de todo un Movimiento, de una Par roquia entera, etc. Desde esta concepción es
una com unida d la que se vuelve sujeto de la conversión pastoral, que, aunque supon g a
la c onversión personal, no es simplemente la suma de varios individuos convertidos sin o
que afecta a una realidad que trascien de a los individuos: lo que se convierte es e se
entrelazado d e relaciones y de accione s que se establece en la comunión misionera.

8) Conver sión que reforma las estructu ras d e la pastoral ordinaria para que sean má s
misioneras. Est á di mensión de la con ver sión pastoral, se concentra en su aspe cto
misionero y en l a subordinación de t odo a la misión, lo cual constantemente e xige
reformas. Estas ref ormas van desde los h or arios y lugares de celebración de la Eucaristía ,
hasta la organi zación de Cáritas, el plan d e Catequesis, etc. Cuando a las estruc tura s
se las llam a “caducas” se refiere a a qu ello que no facilita la expansión misionera q u e
hoy necesitamos, lo que desgasta el t ie mpo y las energías de los agentes pastora le s
impidiéndoles llegar a t odos. Este significad o se convierte en una perspectiva trasve rsal
a partir de la cual se puede revisar todo. Todo lo que sea multiplicador está vivo, y lo q ue
ya no lo sea se vuelve caduco.

La conversión past oral implica todo esto . Por eso, un agente pastoral que quiera realmente
convertir se, d ebería integrar todo est o en una buena revisión de su entrega misione ra,
y no tener miedo al cambio, porque cuando Dios le está pidiendo más es porque le está
ofreciendo más.

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[1] Compendio Doctrina Social de la Ig lesia , 52

[2] Esto ya ha si do sobradamente asumido en el Magisterio: “La imputabilidad y la


responsabilid ad de una acción puede n quedar disminuidas e incluso suprimidas a causa
de la ignoranci a, l a inadvertencia, la viole ncia, el temor, los hábitos, los afecto s
desordenados y otros f actores psíquicos o sociales” (CCE 1.735). El Catecismo mencio na
también la inmadurez afectiva, la fuer za de los hábitos contraídos, el estado de angu stia
(CCE 2.352). Aplicando esta convicción, e l Po nt ificio Consejo para los Textos Legisla tivos
expresó que, al referirse a la situación de los divorciados vueltos a casar, está habla n do
de “pecado grave, ent endido objetivam en te, porque el ministro de la Comunión no podría
juzgar de la imputabi li dad subjetiva” (Pon tificio Consejo para los Textos Legislativos,
Declaración del 24/ 06/2000 , punto 2ª). Igualm ente, en una reciente notificación de la
Congregación para l a Doctrina de la Fe, se sostiene que para la doctrina católica “existe
una valoración perfectamente clara y firme so bre la moralidad objetiva de las relacio n es
sexuales de personas del mismo sexo” , mie nt ras “el grado de imputabilidad subjetiva q u e
esas relaciones puedan tener en cada caso concreto es una cuestión diversa, que no está
aquí en discusión” (Congregación pa ra la Doctrina de la Fe, Notificación sobre algun o s
escritos del Rvdo. P . Marciano Vidal , 22/0 2/ 2001, 2b).

[3] Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción Libertatis Nuntius (1984), XXI,
1.18.

[4] Cf. C.M. Martini, Oración y conver sión inte lectual , San Pablo, Bogotá, 1995.

[5] Benedicto XV I, Discurso Inaugural e n Apa recida , 3

[6] Lo hace, por ejemplo, J. B. Libanio en su artículo “Conversão pastoral e estrutu ras
eclesiais”, en Medellín 134, 318-319.

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