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IGUALDAD, EQUIDAD, LIBERTAD.

Nadie es especial si no somos todos especiales.

Esta premisa fundamental para entender qué es la igualdad requiere una precisión: “nadie más que
nadie”; que era la relación entre los charrúas y seguramente sucedía lo mismo con el Homo sapiens en
su comportamiento primitivo.

Las complejidades de la organización social en vez de establecer la armonía en preservación de la


igualdad han terminado por esclerosar las instituciones en función de los privilegios degradantes.

En vez de elevar la calidad de vida, se consolidan día a día los escalones de diferencias absurdas,
manejadas por la farándula en complicidad con los intereses financieros que dominan las relaciones
internacionales en el mundo.

Las culturas originarias de los países han sufrido invasiones de todo tipo.

Sin escrúpulo alguno modifican conductas morales volteando los valores que las sustentaban.

Ser no importa, lo que importa es tener.

Y lo más rápido posible aunque ello implique “vender el alma al diablo”. Tarea llevada adelante con
extrema habilidad, a punto tal que los padres son funcionales a ese proyecto demoledor.

Ya sea por acción u omisión.

Sostenía el Padre José María Arizmendiarrieta, conductor de la experiencia cooperativa más importante
del mundo, Mondragón Corporación Cooperativa, en el País Vasco español, que “hoy la revolución se
llama participación”.

Pero para convocar a la participación es imprescindible hacerlo en términos claros de igualdad y


equidad.

Ello a su vez requiere un clima social de plena libertad.

Se juntan así la igualdad, la equidad y la libertad.

Es de este modo como podremos reiniciar una reparación en todos los órdenes. Partiendo de una
valoración a pleno del respeto mutuo, de la ayuda mutua, en actitud solidaria.

Francisco Barroetaveña, quien presidía en 1890 la Unión Cívica de la Juventud, dijo: “Los grandes
parecen grandes cuando se los mira de rodillas”.

Este criterio básico nos debe nuclear en torno a la reparación.

Mientras sigamos en esta tendencia decadente de cara a los privilegios, aceptando como natural la
corrupción, el amiguismo, el nepotismo, los favores, que son perjudiciales a la formación moral de la
sociedad en su conjunto, a la paz y a la seguridad que necesitamos recuperar para la consagración de lo
que sostenía Yrigoyen: “Los hombres son sagrados para los hombres, los pueblos son sagrados para los
pueblos”, todo intento reparador continuará siendo una mera declaración de deseos.

Pedro Aguer.

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