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Desde hace 20 años en Holanda y Suecia cambiaron la aproximación bajo cuatro principios:
ninguna muerte es aceptable; los humanos cometemos errores; somos falibles y tenemos muy
mala percepción de la velocidad. Esta visión ha sido adoptada por muchos países de la OECD, y un
creciente número de ciudades la incorporan en su manera de gestionar la seguridad vial.
Para que no nos matemos, los límites humanos deben ser considerados en el diseño: no somos
capaces de resistir un impacto a alta velocidad y somos pésimos juzgando la velocidad como
riesgo. El 85% de los peatones atropellados a 50 km/h mueren; esta probabilidad baja a 15% a 30
km/h. Si queremos reducir el número de muertes de actores vulnerables: peatones, motociclistas y
usuarios de bicicleta (el 90% de nuestros muertos en Bogotá), la acción más contundente y
efectiva es reducir los límites de velocidad. Los logros en Ciudad de México y Sao Paulo lo
demuestran: casi 20% menos muertes en un solo año con las reducciones de velocidad
introducidas en 2015. En Bogotá los controles de velocidad en dos tramos de la Avenida Boyacá
han resultado muy efectivos: no tenemos muertes desde que se pusieron en marcha hace cuatro
meses, en sectores que tenían fatalidades cada mes.
Para reducir la velocidad, la infraestructura es la clave: semáforos más frecuentes (máximo 150
metros en zonas de alto flujo peatonal), cebras bien señalizadas, carriles más angostos, reductores
de velocidad (policías acostados, bandas de agregado, resonadores), pasos peatonales a nivel de la
acera (pompeyanos), refugios peatonales, ciclo-carriles protegidos (no en andenes angostos). Este
tipo de intervenciones de tráfico calmado se han implantado en más de 100 puntos en la ciudad.
En términos socioeconómicos, cinco minutos para los vehículos particulares por viaje representan
del orden 85 millones de horas al año, un equivalente monetario de $374 mil millones en un año.
(valor del tiempo igual al salario mínimo legal). Pero una reducción de incidentes de 20% en
Bogotá, representaría 110 muertos y mil 396 heridos menos. Si usamos valores económicos de
$1,564 millones por muerte y $379 millones por herido, los ahorros económicos serían del orden
de $701 mil millones (1.87 veces las “pérdidas de tiempo”). Estos valores económicos
corresponden a estudios de disponibilidad, de acuerdo con estimaciones de iRAP (muerte es 70
veces el producto bruto per cápita y herida 17 veces el producto bruto per cápita, ver publicación
del Banco Interamericano de Desarrollo).
Fuente: Cálculos Propios basados en Encuesta de Movilidad 2015, Salario Mínimo Legal 2017, y
costo ecómico de muertes y heridos de iRAP
Esta comparación asume que es posible tener equivalentes económicos del tiempo y de la vida, lo
cual no deja de ser medio chiflado (pero los economistas son capaces de establecer estas
equivalencias). En cualquier caso, bajo estos valientes supuestos, la sociedad ganaría en su
conjunto con la reducción de velocidad máxima. Para cada una de las mil 500 familias sin muertes
y heridos en el hogar, esto no tendría precio.
Por los anteriores motivos, es muy bienvenida la idea de adoptar Visión Cero en Bogotá, como ha
sido anunciado por el Secretario de Movilidad, Juan Pablo Bocarejo. Seguramente las medidas de
reducción de velocidad máxima que se adopten (de infraestructura y de control) generarán un
debate en medios sobre el impacto en el trancón. Pero es claro que es mucho más positivo el
impacto sobre la vida, especialmente de la población más vulnerable.
Desde el Instituto de Recursos Mundiales, WRI, con el apoyo de la Iniciativa Bloomberg de
Seguridad Vial, acompañamos con entusiasmo este esfuerzo.
Ver el especial sobre Seguridad Vial en La Pepa, del Canal Capital y La Silla Vacía.