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La reinterpretación paródica del código de honor en Crónica de una muerte

anunciada

Hugo Méndez Ramírez

Ninguna obra de García Márquez ofrece tantas alusiones a la literatura del Siglo de Oro como
Crónica de una muerte anunciada33. La lectura detenida de la obra descubre debajo de su estilo policial
una magnífica parodia del tema central del teatro español del siglo XVII: el honor. Nuestra definición de
parodia literaria se ajusta aquí a la establecida por Henry K. Markiewicz, según la cual una obra no es
ridiculizada debido a su manera particular de ridiculizar al modelo; su comicidad resulta no de la
discrepancia entre sus aspectos particulares, sino de la exageración y condensación de los rasgos
característicos del modelo. La parodia, como la entendemos en nuestros días es, según Markiewicz, «the
recast of a serious work for satirical purposes, directed, however, not against the model but aimed at
ridiculing contemporary customs or politics» (1265). La selección del tema revela, por lo tanto, ciertas
inquietudes y valores sociales, mientras su tratamiento indica la opinión del escritor sobre dichos valores.

Según McGrady,

los casos en que se le compara a Santiago Nasar con el


halcón..., son demasiado numerosos para enumerar aquí. Baste
decir que las reiteradas comparaciones con el ave de presas
altas sirve para caracterizar a Nasar como un Don Juan
dedicado a desflorar a cuantas doncellas encuentra.

De esta manera, McGrady sugiere que Santiago Nasar sí fue en realidad el responsable de la pérdida de
las prendas de Ángela35.

García Márquez -posiblemente el escritor latinoamericano más leído, el Lope de nuestro tiempo- se
vale del tema del honor y los elementos de la comedia para armar su novela. Desde luego que lo que el
autor colombiano se propone alcanzar es lo opuesto a lo que pretendía Lope en la comedia española. De
un dudoso y trivial lance de honor, ocurrido 27 años atrás en el municipio de Sucre, García Márquez
elabora su Crónica, agregándole elementos que pertenecen puramente a la ficción literaria; y con la
ironización y la exageración de estos elementos García Márquez ridiculiza a los personajes y su código
moral, para subrayar el carácter absurdo y brutal de los vestigios distorsionados de esta herencia cultural
española que aún persiste en nuestra Latinoamérica de hoy.

Los datos históricos

No ha cambiado mucho la manera en que los escritores buscan inspiración para sus relatos. García
Márquez desentierra un episodio casi treinta años después de ocurrido «tratando de recomponer con
tantas astillas dispersas el espejo roto de la memoria», (14) y lo ha llamado crónica y no novela para
prestarles realidad histórica a los sucesos que narra. Los escritores del Siglo de Oro, curiosamente,
también buscaban inspiración para la trama de sus comedias en las crónicas y en los romances,
apegándose en parte a los datos históricos y enfatizando lo dramático de la fuente.

Lope, por ejemplo, quería que su obra Peribáñez y el Comendador de Ocaña se desarrollara en la
época de Enrique III. Para adornar de algunos datos históricos su pieza, acudió a la Crónica de Juan II.
Al principio del acto tercero, comenta J. M. Marín, se ve como Lope

siguió de cerca el texto histórico, limitándose a poner en verso


lo que narraba en prosa la Crónica. Pero sólo esa secuencia
tiene origen en fuente escrita. Por eso no cabe hablar de
fuentes de la obra, sino más bien de pretextos para escribirla.
García Márquez, de manera similar a Lope, también encuentra su pretexto (trama) en una crónica
(periodística), en un hecho histórico. Como Lope, parte de ahí, para luego entretejer su historia que
pertenece completamente al mundo de la creación literaria.

Las comedias de comendadores

Tal vez la comedia más famosa de Comendadores sea Fuenteovejuna de Lope. De manera similar a
Crónica, encontramos en esta comedia que todo un pueblo decide por sí mismo vengarse del Comendador
lascivo que ha mancillado a la hija del alcalde del pueblo. El alcalde de Zalamea y Peribáñez y el
Comendador de Ocaña, también de Lope, son variaciones de este mismo tema. La correlación temática
con Crónica es evidente, puesto que el narrador nos dice que la muerte de Santiago fue «una muerte
cuyos culpables podíamos ser todos» (131), o sea, que todo el pueblo, al no impedir el crimen, se
convierte en cómplice del mismo. Además, la identificación de Santiago con estos Comendadores
lascivos es válida si consideramos que el narrador de esta Crónica insiste en caracterizar a Santiago como
«un gavilán pollero que andaba solo, igual que su padre, cortándole el cogollo a cuanta doncella sin
rumbo empezaba a despuntar por esos montes» (144). Santiago Nasar, como los Comendadores de estas
comedias, se vale de su posición social y su riqueza para cometer atropellos contra las doncellas del
pueblo porque «[c]reía que su plata lo hacía intocable» (162), nos dice uno de los personajes de la novela.
Crónica es una obra llena de ambigüedad. García Márquez se ha encargado de llenarla de elementos
contradictorios. El tono grave y trágico que caracteriza a Fuenteovejuna, en Crónica se convierte en un
discurso socarrón que tiende a invalidar el decoro del mismo. El dramatismo con el que se describe el
linchamiento del Comendador contrasta con el ambiente casi carnavalesco que domina la escena final de
la inmolación de Santiago. La ambigüedad aquí utilizada con el propósito de presentar una perspectiva
multidimensional de la realidad, opuesta a la visión predeterminada contenida en la comedia, dado su
carácter configurador. Por lo tanto, se convierte también en un elemento subversivo parodiante que
sacude en el lector su cómoda y tradicional concepción de justicia. Por una parte, Santiago es presentado
como un verdadero don Juan sin escrúpulos porque cree que su dinero lo hace intocable. Por la otra, el
narrador defiende la posible inocencia del personaje e insiste que nunca hubo pruebas contundentes de su
culpabilidad. Lo único que queda es el desconcierto del lector ante el misterio y una muerte brutal que
nunca debió ocurrir.

La falta de amor

Otro de los ecos de la obra de Lope en esta novela es también de orden temático. En este caso, se
trata de un tema que al parecer obsesionaba a Lope: la no correspondencia del amor, o para ponerlo en
palabras de García Márquez, «el inconveniente de la falta del amor» (Crónica, 57). Muchas de las obras
de Lope (y de la comedia española) muestran el conflicto creado por la costumbre española de arreglar los
matrimonios por motivos económicos y de poder sin tomar en cuenta el inconveniente de la falta del
amor.

En El caballero de Olmedo este tema se convierte en el motivo desencadenador de la


desgracia. Don Alonso (la víctima), aludiendo a su amada Inés, pretendida por don
Rodrigo (rival), inicia la obra con los siguientes versos:

Amor no te llame amor


el que no te corresponde,
pues que no hay materia adonde
imprima forma el favor
García Márquez, en Crónica, muestra una especial insistencia en los matrimonios de
conveniencia. A través de toda la obra se presentan personajes que están sujetos a las
convenciones de la tradición. El narrador, al principio del segundo capítulo, nos dice
que el matrimonio de Bayardo San Román y Ángela Vicario había sido arreglado por
sus padres:

Ángela Vicario no olvidó nunca el horror de la noche en que


sus padres y sus hermanas... le impusieron la obligación de
casarse con un hombre que apenas había visto... Ángela
Vicario se atrevió apenas a insinuar el inconveniente de la falta
de amor, pero su madre lo demolió con una sola frase:

-También el amor se aprende.

Además, Ibrahim Nasar, padre de Santiago, se había casado con Plácida Linero porque pertenecía a una
familia «que fueron gentes de poder y de guerra hasta que se les acabó la fortuna» (131). Santiago Nasar
por lo tanto «era hijo único de un matrimonio de conveniencia que no tuvo un solo instante de felicidad»
(15). El escritor también insiste en marcar la condición utilitarista de Santiago. Su preocupación obsesiva
por el costo de la boda, y su aceptación del matrimonio convencional con Flora Miguel, que había sido
arreglado por sus padres -«Tal vez porque tenía del matrimonio la misma concepción utilitaria que su
padre» (178)- corroboran su adscripción a tales convenciones sociales.

Con estos ecos, García Márquez se enfrasca en una crítica personal contra esa tradición absurda que
aún persiste no sólo en la cultura latinoamericana, sino en todo el mundo. De nuevo, la hipérbole y la
ironía le sirven al colombiano para expresar su grado de adhesión a esta costumbre en particular. Pero
esto no es todo; García Márquez, además de estas afinidades que parecen ser eco de las obras
mencionadas anteriormente, sigue cuidadosamente un paradigma de acción, o una serie de acciones
características de los personajes de la comedia, acciones que estaban determinadas por las normas que
imponía el código de honor. Magistralmente García Márquez echa mano de estos elementos con el fin de
parodiar el tema del honor y su código.

La parodia del código de honor

Bayardo San Román, al devolver a Ángela Vicario la noche de bodas, hace pública la deshonra. A
partir de entonces los personajes de la obra actúan bajo el dominio fatal del código de honor. El código
establecía que la honra se equiparaba a la vida, y a la menor merma de la misma, seguía la reparación
inmediata; determinaba, además, que la reparación tenía que ser desarrollada solamente por aquellos que
tenían honra; esto es, los nobles. Había también que matar al agresor fuera quien fuera, salvo que se
tratara del rey, en cuyo caso el interés nacional estaba por encima del honor particular.

Dentro de este contexto, en Crónica, como en las comedias de Comendadores, los autores del
crimen no eran nobles ni pertenecían a ninguna clase privilegiada, sino todo lo contrario -son villanos que
toman en sus manos la reparación de la honra, ayudados por todo el pueblo. Por otra parte, si asociamos a
Santiago Nasar, el «heredero de la mayor fortuna del pueblo», con la imagen de un rey, esto explicaría las
sospechas del narrador cuando supone que Ángela «estaba protegiendo a alguien a quien de veras amaba,
y había escogido el nombre de Santiago Nasar porque nunca pensó que sus hermanos se atreverían contra
él» (145). En realidad, Ángela no estaba del todo equivocada al suponer lo anterior, pues -como el
narrador reitera a través de la novela-, los gemelos Vicario hicieron todo lo posible para evadir el horrible
compromiso que les había caído encima. Lo que no tomó en cuenta Ángela fue la fatalidad impuesta al
agredido una vez hecha pública la ofensa. A partir de entonces, según el código tradicional, el ofendido,
independientemente de su voluntad, era obligado, por ley, a la venganza y recuperación de su honra.
Américo Castro apunta al respecto: «por muchas protestas que se lancen en esos momentos, el interesado
sabe que su deshonra es cosa hecha; no hay vía alguna por donde pueda salvarse» (27).

La acción de Crónica de una muerte anunciada se desarrolla en medio de un ambiente de


casualidades, contradicciones y equivocaciones, torpezas que posibilitan la tragedia. Puestos a recordar
años más tarde los sucesos, los habitantes del pueblo tampoco tienen los mismos recuerdos. Sólo hay dos
puntos claros y firmes: el asesinato de Santiago Nasar y la creencia de todo el pueblo en la validez de su
código de honor. Es decir, sobre lo único que se ponen de acuerdo los vecinos del pueblo es sobre un
valor, el de la honra que, visto a su manera, sólo puede ocasionarles tragedias.

Santiago Nasar tuvo la desgracia de vivir en un pueblo de valores invertidos, poco o nada
razonables. García Márquez no describe estos valores en su obra, pero quedan claramente expuestos en
lo que dicen y hacen sus personajes. Nada más empezar la novela, el narrador confiesa: “Yo estaba
reponiéndome de la parranda de la boda en el regazo apostólico de María Alejandrina Cervantes...". De
ésta se dirá más adelante: "Fue ella quien arrasó con la virginidad de mi generación". No parece pues,
que el concepto moral del pueblo censure de ninguna manera la práctica y el ejercicio de la prostitución.
El novelista se deshace además en alabanzas a la tal María Alejandrina, que resulta así ser bien
considerada en el pueblo. Este código popular del honor está tan absolutamente aceptado que nadie en el
pueblo se pregunta por qué carece de importancia que María Alejandrina hubiera arrasado con la
virginidad de toda una generación masculina, mientras que sí la tiene, y de modo bien trágico, que Ángela
Vicario la hubiera perdido con quien fuera.

Otra inversión moral que se ve en los personajes del pueblo es su materialismo. Quien mejor lo
ejemplifica es Bayardo San Román que, aparte de tener otras buenas condiciones, derrocha su dinero en
una boda casi inverosímil, pero también es sintomático que no se entienda que el viudo se niegue durante
bastante tiempo a vender su casa, aunque Bayardo le ofrezca cantidades desorbitadas.

Más referencia a la honra en sentido sexual hacen las normas vigentes referentes a la crianza de los
hijos. De los Vicario el narrador dice: "Los hermanos fueron criados para ser hombres. Ellas habían sido
educadas para casarse. Sabían bordar con bastidor, coser a máquina, tejer encaje de bolillo, lavar y
planchar, hacer flores artificiales y dulces de fantasía, y redactar esquelas de compromiso".

También el abogado que defiende a los hermanos acepta el código popular del honor: "El abogado
sustentó la tesis del homicidio en legítima defensa del honor, que fue admitida por el tribunal de
conciencia". El mismo cura Carmen Amador justifica el crimen y estima que los Vicario han restaurado
con cierta grandeza la honra de la familia:” Lo matamos a conciencia –dijo Pedro Vicario-. Pero somos
inocentes. –Tal vez ante Dios-dijo el padre Amador. –Ante Dios y ante los hombres –dijo Pablo-. Fue un
asunto de honor”.

La mayoría de los habitantes del pueblo lo aceptan, entre otras cosas porque los exculpa por no
haber impedido el crimen: "Pero la mayoría de quienes pudieron hacer algo por impedir el crimen y sin
embargo no lo hicieron, se consolaron con el pretexto de que los asuntos de honor son estancos sagrados
a los cuales sólo tienen acceso los dueños del drama"

García Márquez ridiculiza esta situación arquetípica al mostrar que los gemelos Vicario trataron por
todos los medios posibles y «mucho más de lo que era imaginable para que alguien les impidiera matarlo
y no lo consiguieron» (81). García Márquez se burla aquí de las normas impuestas por el código de honor,
las cuales adquieren un carácter absurdo y a la vez fatal en una sociedad que prefiere ser cómplice de un
crimen que enfrentarse a sus prejuicios de tradición. Esto es «lo que me pareció -dice el autor- el
elemento esencial: que los dos homicidas no querían cometer el crimen y habían hecho todo lo posible
para que alguien se lo impidiera, y no lo consiguieron» (El olor, 37). Desde luego que este elemento es
esencial para el autor, pues con él ataca lo aberrante y brutal del concepto del honor. Además, este nuevo
elemento, agregado por García Márquez, pertenece totalmente a la parte de ficción de la novela. Mas, sin
embargo, el clímax de la parodia del código de honor radica en el regreso de Bayardo después de las dos
mil cartas que Ángela le había escrito.

Hacia el final de la novela Bayardo regresa después de diecisiete años llevando una maleta de ropa y
otra llena de un montón de cartas sin abrir (Crónica, 153). La clave de esta parodia la suministra el propio
escritor en un artículo publicado en El País llamado «El cuento del cuento», en el cual habla de los
hechos verídicos de la novela. Según García Márquez, un día, cuando un amigo le dijo que Miguel Reyes
(Bayardo San Román) había vuelto a buscar a Margarita Chica (Ángela Vicario) y que los dos vivían
juntos y felices, «[N]o tuvo que decirme más -dice el colombiano- para que yo comprendiera que había
llegado al final de una larga búsqueda» (citado por Predmore, 711). Por supuesto que el autor ha alterado
los hechos para poder exponer su propia interpretación del concepto del honor, pues en realidad Miguel
Reyes nunca volvió con la sureña Margarita Chica (Rama, 9). La «larga búsqueda» del escritor radica en
este «hecho» que va totalmente en contra de lo establecido en el código de honor.
García Márquez se burla así de sus personajes y de los prejuicios que determinan sus actos, con el
fin de ofrecer una reinterpretación de este código: con el propósito de destruir el mito en aquellos que
piensan que el honor es más importante que la vida, a quienes García Márquez responde con las palabras
de su madre: «La honra es el amor» (Crónica, 155; el subrayado es mío).

Es importante mencionar que esta frase está libre del tono irónico que caracteriza la novela 39. A lo
largo de Crónica, pocas veces se hace burla del punto de vista de la madre. De hecho, la madre del
narrador es la única que está por encima de las convenciones de la tradición, la que «apreció como un
acto de valor» (68) -por ejemplo- el que Ángela «se atreviera a ponerse el velo y los azahares sin ser
virgen» (67). Con esta frase: «la honra es el amor», el narrador antepone la fuerza del amor a la tradición
y al culto del honor, y no hay más honra para el narrador y su madre que ésta. Es por esa fuerza del amor
que Ángela Vicario, después de haber sido devuelta y mientras era golpeada por la madre, se da cuenta
que ama a Bayardo, y vuelve a nacer, nos dice el narrador (147-49). El amor real que siente Ángela le
devolvió su honra; «se volvió lúcida, imperiosa, maestra de su albedrío y volvió a ser virgen sólo para él,
y no reconoció otra autoridad que la suya ni más servidumbre que la de su obsesión» (150). El amor no
sólo le devuelve la honra, sino que la libera de la opresión y fatalismo del concepto tradicional. Por esa
fuerza del amor es que Ángela (después de las dos mil cartas que le escribe a Bayardo) logra vencer los
prejuicios y reservas de Bayardo. Este episodio, que pertenece puramente a la creación literaria del autor,
a pesar de lo kitsch que parezca, encierra la parodia central que hace García Márquez del código de honor.
Se trata, pues, de un código de amor y no de honor; un código que se caracteriza por la carencia de
normas y leyes preestablecidas y que sólo se rige por la libre voluntad de los amantes. Es de capital
importancia reiterar el carácter subversivo y paródico de este desenlace. García Márquez ha alterado las
normas del código con el fin de socavar su aparente validez trascendental.

Conclusión

García Márquez ha insertado en Crónica varios elementos temáticos del drama español (lopesco),
agregándole su nota personal. El «tomar sagrado», los presagios y el fatalismo; la probable inocencia de
Santiago; la vacilación de los gemelos; el regreso de Bayardo; son los elementos claves dirigidos a
ridiculizar e invalidar el código de honor. Si la comedia del Siglo de Oro, como dice Lope, «movía con
fuerza a toda gente», y era considerada como un espejo de la sociedad, la novela de García Márquez es un
espejo roto de la memoria que proyecta distintas realidades fragmentadas, y no sólo una cómoda y
ordenada visión del mundo. Depende del lector, por lo tanto, reconstruir ese espejo roto. Desde luego que
lo que el autor se propone es lo opuesto a lo presentado por Lope en sus comedias. A través de la parodia
y ridiculización del tema y los personajes (para subrayar el carácter absurdo y brutal de los restos de esta
herencia cultural española que aún persiste en Latinoamérica hoy), García Márquez logra en esta obra
reinterpretar el concepto del honor que existe en la imaginación de la sociedad, y a la sentencia barroca de
«el honor es más importante que la vida», el autor antepone cinco palabras: «La honra es el amor.»

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