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El poeta de pocas palabras –con una intensidad tanto más grande cuanto más
despojado se vuelve su “decir”– no quiere perder la mirada desnuda. “Los ojos que
sostienen el mundo/ no deben detenerse”, se lee al final de uno de sus poemas.
La brevedad, la concisión, son como el aire que respira, una naturaleza viva que
calienta el corazón del mundo. “Nada escapa/ al filo del tiempo”, se podría afirmar,
reproduciendo dos versos perfectos de Rodolfo Alonso, el poeta más joven de la
legendaria revista de vanguardia Poesía Buenos Aires que ahora tiene 83 años, el
primer traductor de Fernando Pessoa en América Latina, que ha publicado más de
treinta libros. “El primer asombrado, lo juro, soy yo”, confiesa Alonso por la edición
de El uso de la palabra, el tercer tomo de su Poesía reunida publicado por Eduvim,
la editorial universitaria de Villa María (Córdoba), que incluye Entre dientes, Hablar
claro, Relaciones, Hago el amor, Guitarrón y Alrededores. “Nunca me gustó
siquiera imaginar que mis textos pudieran llegar a convertirse en esos tomos de
volumen desmedido a los que se adjudica el curioso adjetivo de ‘completa’. Sí en
cambio sentí la necesidad de reunir, siempre cronológicamente, a varios libros que
los unieran algo en común. Como nunca me ocupé, es casi un milagro para mí
que así ocurriera espontáneamente con su devenir editorial”, agrega el poeta en la
entrevista con PáginaI12.
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La traducción como legado
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Alonso repasa ese devenir editorial. “Primero fue Argonauta, la exigente y bella
editorial de los Pellegrini, la que reunió en A favor del viento (1952-1956), todos
mis poemas de adolescencia. Y luego fue Eduvim, una ejemplar y digna editorial
universitaria de provincia, eficiente y fecunda, la que decidió continuar con Lengua
viva (1968-1993) y con El uso de la palabra(1956-1983). Este año culmina con Ser
sed (1983-2018)”, cuenta el poeta y traductor.
–En el texto “Hablar Claro con Rodolfo Alonso”, Fernand Verhesen plantea
que el poema crea un “lo real” más evidente todavía que el de la realidad
común, es decir “una poesía cotidiana de la vida extraordinaria”, advierte,
citando sus palabras en “Poesía: lengua viva”. ¿Cómo se manifiesta esa
“poesía cotidiana de la vida extraordinaria” en El uso de la palabra?
–Ese título, “Juntando lo que va perdiéndose”, transcribe una línea traducida por
Domingo Bravo para su Diccionario quechua santiagueño. Me conmovió que un
pensamiento tan profundo, y tan simple, perteneciera a nuestros aborígenes. A la
vez, sentí en ello una alusión a la poesía, y por lo tanto al poema, y al poeta.
Vivimos en el devenir, y estamos hechos de tiempo pero, al mismo tiempo, de
memoria. El recuerdo, “ese infinito inútil” para Ungaretti, me pareció siempre un
tesoro, pero un tesoro vivo, orgánico. Somos lenguaje y somos tiempo. Y somos, a
la vez, en consecuencia, memoria. El poema, la poesía, nace y al mismo tiempo
está hecho todo eso. El incesante río del devenir, que somos y nos es, se une y
nos devora, el devenir del gran Heráclito, es el fluir eterno y amenazado del vivir,
ese “límite inmenso” de René Char, el instante sagrado y fugaz.
–Nada hay en todo esto que yo me haya propuesto. Eso pasó por mí, pasó en mí.
Y tiene consecuencias que en mi caso se dan con un oído, y con un don de
lenguas, de lengua, que no podía proponerme ni planear, que me ocurrió. Me he
dejado llevar. No me he cerrado a eso que pasaba en mí, por mí, y que al hacerlo
se volvía, desencadenaba eso que me llevó, que me lleva al poema. No puedo
resistirme. Desde los orígenes, en los yacimientos de toda poesía legítimamente
popular, que ya era culta sin saberlo, la concisión, la brevedad, el no dejarse
dominar por el palabrerío, por la verborragia se adelantan a lo que será la
“evolución” de la poesía. A lo largo de los siglos, nunca hubo una gran poesía, una
poesía lograda –pienso en los trovadores, los isabelinos, el siglo de oro, el
stilnovismo…– que no estuviera de manera misteriosa ligada con una gran lengua
viva hablada por una comunidad, por un pueblo: una lengua viva, en uso.