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ACOMPAÑAMIENTO VOCACIONAL

Provincia Mexicana Compañía de Jesús en México

Guías para el
acompañamiento a
jóvenes candidatos
INDICE

Presentación de la propuesta

Guías de acompañamiento
Guía # 0: El acompañamiento vocacional
Guía # 1: Condiciones para tomar una buena decisión
Guía # 2: ¿Quién soy yo?
Guía # 3: El sentido de vida
Guía # 4: El seguimiento de Jesús
Guía # 5: La vida de oración
Guía # 6: El examen de conciencia
Guía # 7: El discernimiento
Guía # 8: La indiferencia ignaciana
Guía # 9: El carisma y misión de los jesuitas
Guía # 10: Elaboración del discernimiento
Guía extra: Recuperación de experiencia en seminario

Anexos
Carlos Cabarrus, La herida y la estima personal
Alberto Hurtado, ¿Cómo vivir la vida?
Pistas para aprender a reconocer y compartir mis sentimientos
Javier Peña, La oración ignaciana, el encuentro con Dios en la liberación
Jorge Atilano, La disciplina ignaciana
Formato para el examen de consciencia y el discernimiento
Decreto 2, Congregación General 35, Identidad del jesuita
PROCESO DE ACOMPAÑAMIENTO
JÓVENES CANDIDATOS
INTRODUCCIÓN
Presentamos una serie de guías de acompañamiento para jóvenes creyentes que desean tomar una
decisión desde la perspectiva del servicio. Tienen el objetivo de ayudar al joven a construir las
condiciones suficientes para crecer en su experiencia amorosa con Dios y tener la libertad suficiente para
decidir en función de la “vida plena” que anunció Jesús de Nazaret. La secuencia está orientada por las
condiciones que creemos necesarias para realizar un discernimiento vocacional.

JUSTIFICACIÓN
El sistema social que actualmente rige nuestro mundo y los paradigmas que educan a los jóvenes tienen
ciertos vacíos en la formación de criterios humanistas para la toma de decisiones. El ambiente social nos
induce a fragmentar nuestra vida y a tomar decisiones pensando sólo en nuestro futuro económico, en
nuestro presente inmediato, en nuestro bienestar personal, en nuestra vida profesional, en sensaciones
inmediatas, etcétera. Esta manara de tomar decisiones cotidianas obstaculiza una visión de conjunto y,
así, lo que verdaderamente conviene para nuestra realización personal, se pierde. Necesitamos
replantear nuestra manera de tomar decisiones, situados en un contexto social, contemplando toda
nuestra historia y buscando alegrías que sean duraderas.

Una de las principales limitantes en los jóvenes que desean tomar una decisión desde una perspectiva de
servicio es que no tienen las condiciones necesarias para tomar una decisión humana y cristiana en su
vida. Cuando el joven tiene pendientes que resolver en la madurez afectiva, vacíos en la experiencia
amorosa con Dios o carece de una vida de oración, claro que será difícil una decisión de una magnitud
tan grande como es el ingreso a la Compañía de Jesús.

El trabajo vocacional, en un contexto donde se ven disminuidas las condiciones para tomar una decisión
humana y cristiana, necesita incluir un proceso de formación que vaya potenciando esas condiciones que
faciliten el discernimiento vocacional. Necesitamos aprovechar las condiciones que nos da el contexto
social, sobretodo a nivel de búsqueda de sentido, y cultivar otras que poco se han fomentado en la
formación religiosa del joven, por ejemplo: el seguimiento de Jesús, la vida de oración o el ejercicio del
discernimiento.

Un aspecto fundamental en la formación de condiciones para tomar una decisión humana y cristiana es
la educación en la libertad. Las dinámicas sociales predominantes inducen a vivir en función de aspectos
secundarios y olvidarnos de aquello que realmente nos hace tener una vida plena. Una realidad
innegable en los jóvenes es la sobrevaloración de la vida de pareja, la obtención de títulos académicos y
una vida sexual activa. Esta sobrevaloración hace más difícil la ruptura del estilo de vida que tiene un
joven en su ambiente familiar y social para poder ingresar a la Compañía de Jesús. El joven necesita
hacer una lectura creyente de su vida que le permita dar sentido al “sacrificio” que implica optar por otro
estilo de vida en aras de una mayor plenitud.
EL PROCESO PARA UNA ELECCIÓN
Un paso importante para alguien que desea tomar una decisión es la creación de condiciones que
permitan tener la libertad suficiente para decidir en función del proyecto de Jesús de Nazaret y no en
función de intereses muy personales. Estas guías de acompañamiento desean preparar el corazón para
realizar un acto de libertad.

Las condiciones previas para tomar una decisión humano-cristiana son las siguientes:

1. Conocimiento interno de Jesús. La base de una decisión cristiana está en el deseo sincero de
seguir el proyecto de Jesús. La persona necesita tener claridad del “llamado de amistad” que
Jesús le hace desde su vida cotidiana. Un llamado que tiene que ver con el servicio, la entrega, el
amor, el compartir, la solidaridad, etc.
2. Una vida de oración. Una decisión cristiana se dirige a corresponder al amor entregado por Dios
y necesitamos de una actitud contemplativa en nuestra vida cotidiana que nos haga capaces de
experimentar ese amor. Y no sólo se trata de tener un rato de oración en nuestro día, sino de
vivir con una actitud orante toda nuestra vida para detectar las invitaciones que Dios nos hace
desde el trabajo, el estudio, los amigos, etc.
3. Conocer y practicar el discernimiento. Una buena decisión implica conocer las reglas del
discernimiento para así identificar los grandes deseos que nos conducen a dar lo mejor de
nosotros en dirección del Reino de Dios. Este discernimiento va unido a nuestra vida de oración,
teniendo momentos concretos para elaborar nuestro examen de conciencia y el discernimiento
de un periodo de nuestra vida.
4. Ser indiferente ante los medios que más queremos. Entrar a un proceso de elección cristiana
necesita de personas que sean capaces de desprenderse de aquello que más quieren y ponerlo
delante de Dios para clarificar qué es lo que más le conduce a su proyecto y eso tomarlo. Es un
ejercicio de libertad ante las cosas creadas que me conducen a estar dispuesto a responder a lo
que más se necesite.
5. Estar informados. Una manera de prepararnos para una decisión es buscar toda la información
que esté a mi alcance para saber lo que implica elegir la carrera que siempre he querido,
casarme con la novia que tengo, u optar por la Compañía de Jesús.

METODOLOGÍA
Fruto. Cada guía tiene el fruto a alcanzar en el proceso de acompañamiento, es decir, las metas a lograr
en el joven acompañado.
Introducción. Es una breve explicación que ayude a contextualizar el trabajo que realizará cada joven.
Esta introducción ayudará a situar la guía en el proceso vocacional.
Trabajo. Cada guía tiene las instrucciones definidas de las tareas que el joven tendrá que realizar en su
casa. Normalmente serán preguntas a responder.
Lectura recomendada. Al final de la guía vendrán algunas lecturas recomendadas para realizar el trabajo
personal.
EL ACOMPAÑAMIENTO VOCACIONAL
Fruto: claridad de los compromisos que contrae un acompañamiento vocacional desde la espiritualidad
ignaciana.

Introducción
-La persona comparte el por qué se acerca a la entrevista.
-Se le pide a la persona una breve reseña de su inquietud vocacional.
-Se valoran las condiciones para iniciar un acompañamiento vocacional.

1. ¿En qué consiste el acompañamiento vocacional?


 Ayudar a la persona a “ordenar los afectos” para crecer en la experiencia amorosa de Dios.
 Acrecentar la experiencia de libertad en la persona para dar una respuesta a Jesús de Nazaret.
 Proporcionar herramientas y experiencias que permitan al joven realizar un discernimiento
vocacional.

2. Un convenio de ambas partes


a) Responsabilidad de quien solicita el acompañamiento
 Asistir a la entrevista mensual con el acompañante.
 Tener una libreta especial para el acompañamiento.
 Elaborar las tareas asignadas por el acompañante.
 Realizar un esfuerzo por crecer en las condiciones para tomar una buena decisión.
 Preparar la entrevista con el acompañante.

b) Responsabilidad de quien acompaña


 Ayudar al acompañado a prepararse para tomar una buena decisión.
 Apartar una hora para la entrevista con el acompañado.
 Agendar la entrevista siguiente.
 Proporcionar guías y textos que orienten el proceso de acompañamiento.

3. Las bases de una lectura al modo ignaciano


Hay tres pasos fundamentales para leer un texto desde el método ignaciano:
 Preparación. Tiempo para tranquilizar y disponer el corazón.
 Oración. El desarrollo de los puntos de reflexión.
 Evaluación. Verificar si se logró o no el fruto buscado.

Lectura recomendada
La vocación de Moisés. Ex 3, 1-22: “He visto cómo sufre mi pueblo”
Usar tarjeta de oración BIBLIA
Guía No. 1
CONDICIONES NECESARIAS PARA TOMAR UNA BUENA DECISIÓN
Fruto: tener claridad de las condiciones necesarias para tomar una buena decisión y realizar una
evaluación para saber cuáles necesito trabajar más en mi persona.

Introducción
-Nuestra manera de decidir está influenciada por una sociedad racionalista, inmediatista y pragmática.
-La concepción común de libertad tiene que ver con el hacer lo que me deje mejores sensaciones.
-La libertad ignaciana consiste en ser libre de aquello que no me permite dar lo mejor de mí y decidir en
función del proyecto de Jesús.
-Necesitamos construir condiciones que nos permite crecer en libertad para realizar una buena decisión.
-Hay dos experiencias fundamentales para alguien que desea vivir un proceso de acompañamiento
vocacional: experiencia de servicio entre los pobres y vivir los Ejercicios Espirituales.

1. Conocimiento interno de Jesús.


 ¿Qué despertó en mí el interés por conocer a la persona de Jesús?
 ¿Qué he hecho por conocerlo más?
 ¿Qué ha faltado?

2. Una vida de oración.


 ¿Cómo es mi vida de oración?
 ¿Para qué me ayuda la vida de oración?
 ¿Qué dificultades tengo para orar?

3. Conocer y practicar el discernimiento.


 ¿Qué es el discernimiento?
 ¿Para qué me puede ayudar el discernimiento?
 ¿Realizo mi examen de conciencia de manera periódica?

4. Ser indiferente ante los medios que más quiero.


 ¿En qué medios tengo puestos mis afectos?
 ¿En cuáles me siento con más libertad para lograr la indiferencia y en cuáles con menos libertad?
 ¿Qué necesito hacer para acrecentar mi libertad ante mis apegos?

5. Estar informados.
 ¿Cuál es la misión de los jesuitas?
 ¿Qué rasgos distinguen a los jesuitas de otras órdenes o congregaciones religiosas?
 ¿Qué dudas me quedan acerca de los jesuitas?

Lectura recomendada
- RUTA JESUITA, para tomar una buena decisión, 2007, México, D.F.
Guía No. 2

¿QUIÉN SOY YO?


Fruto: entender mi manera de relacionarme con mi entorno a partir de las relaciones vividas en el núcleo
familiar.

Introducción
-El discernimiento vocacional se realiza haciendo una relectura creyente de toda mi historia.
-Dios nos llama desde nuestras historias de triunfos y fracasos.
-Sentirme reconciliado con mis historias dolorosas es fundamental para alzar la mirada y contemplar la
realidad de un pueblo sufriente desde el cual Dios nos llama.

1. ¿Quién soy? (Datos generales: nombre completo, edad, nombre de los padres y hermanos,
edades, actividades, estudios realizados, etc.)

2. ¿Cuáles han sido los acontecimientos que más han marcado mi vida?

3. ¿Cómo es mi familia? ¿Cómo es la relación con cada uno de ellos?

4. ¿Cuáles son los principales recuerdos de mi infancia?

5. ¿Cuáles son mis principales cualidades y defectos?

6. ¿Cómo me relaciono con mis amig@s y compañer@s de la escuela o el trabajo?

7. ¿Cómo he vivido mi vida afectiva y mi sexualidad?

8. ¿Cuál ha sido mi experiencia en los estudios y el trabajo?

9. ¿Qué experiencias de servicio he tenido y cómo las he vivido?

10. ¿Cómo ha sido mi participación en la iglesia?

Lectura recomendada
Carlos Cabarrus, Beber de tu propio pozo, “La herida y la estima personal”.
Guía No. 3

EL SENTIDO DE VIDA
Fruto: clarificar aquello que le da mayor sentido a mi vida y acrecentar el interés por la persona de Jesús
como sentido de la vida de los cristianos.

Introducción
-La sociedad actual nos confunde con respecto a lo más importante y fundamental en la vida.
-La falta de sentido tiene que ver con las maneras que vamos aprendiendo de relacionarnos con el
entorno.
-Las experiencias que nos han dejado alegrías duraderas tienen claves importantes para clarificar el
sentido de la existencia.

1. ¿Qué actividades me apasionan en la vida?

2. ¿Cuándo aparece el vacío, la insatisfacción o el sinsentido en mi vida?

3. ¿Cuándo aparecer el gusto, la satisfacción y la alegría de vivir?

4. ¿Cómo crecer en el sentido de la vida?

5. ¿Qué me deja la lectura de Alberto Hurtado?

Lectura recomendada
Alberto Hurtado, Cómo vivir la vida.
Pistas para aprender a reconocer y compartir mis sentimientos
Guía No. 4

EL SEGUIMIENTO DE JESÚS
Fruto: despertar el interés en el joven por conocer más a Jesús para más amarlo y seguirlo.

Introducción
-Jesús es la revelación de Dios en la historia.
-En Jesús encontramos la manera en que Dios trabaja en la humanidad.
-Seguir a Jesús implica rupturas con ciertas lógicas del individualismo y hedonismo en el que nos
desenvolvemos.

1. ¿Cuáles son los principales encuentros que he tenido con Jesús?

2. ¿Cuál es el principal mensaje que trae Jesús a nuestro mundo?

3. ¿Qué pasaje bíblico es mi favorito? ¿Por qué?

4. ¿Qué aspectos me gustaría conocer más sobre la vida de Jesús?

5. ¿Por qué matan a Jesús?

6. Lecturas para conocer más a Jesús (busca tú mismo algunos pasajes que hablen de los siguientes
aspectos de la vida de Jesús)
a. El nacimiento de Jesús
b. La misión de Jesús
c. La centralidad del Reino de Dios
d. Hechos que generaban controversia con los fariseos, escribas o ancianos.

7. Realizar una síntesis de las lecturas


a. ¿Qué novedades encuentro en la persona de Jesús?
b. ¿Qué relación encuentro con las guías anteriores?
c. ¿A qué me siento invitado por su persona?

Lectura recomendada
Enrique Ponce de León, Un llamado de Amistad, La Ruta Jesuita, 2007, México, D.F. pp. 3-5
Enrique Ponce de León, Testigos del Señor Jesús, 1999, México, D.F.
Guía No. 5

LA VIDA DE ORACIÓN
Fruto: crecer en la vida de oración desde el modo de orar propuesto por Ignacio de Loyola.

Introducción
-La espiritualidad ignaciana implica tener una disciplina de oración.
-Hay una oración formal y una actitud orante. La actitud orante enriquece la oración formal.
-El sistema de oración ignaciano tiene tres compones básicos: el examen de la oración, el examen de
conciencia y el discernimiento de espíritus.
-Es fundamental tener una libreta donde escribir estos tres componentes básicos.

1. ¿Cómo era mi vida de oración antes del acompañamiento vocacional?

2. ¿Qué pistas he encontrado en este acompañamiento para enriquecer mi vida de oración?

3. ¿Qué dificultades encuentro para tener una actitud orante?

4. ¿Qué dificultades encuentro para mi oración formal?

5. ¿Qué actitudes necesito fomentar para enriquecer mi oración?

6. ¿A qué Dios dirijo mi oración?

7. ¿En qué me está ayudando el examen de conciencia?

8. ¿Cómo crecer en mi vida de oración?

Lecturas recomendadas
Javier Peña, La oración Ignaciana, La Ruta Jesuita, 2007, México, D.F. pp. 6-9
Javier Peña, La oración Ignaciana, encuentro con Dios en la liberación, 1994, Guadalajara, Jal.
Guía 6

EL EXAMEN DE CONCIENCIA
Fruto: clarificar la manera que propone San Ignacio de Loyola para elaborar el examen de conciencia.

Introducción
-Dios nos manifiesta el modo de proceder a partir de la vida cotidiana.
-Necesitamos aprender a examinarnos internamente para detectar las invitaciones del Espíritu.
-La espiritualidad ignaciana implica una disciplina.
-Se pretende adquirir el hábito del examen de conciencia.

1. ¿Cómo experimento que llegan los bienes de Dios?

2. ¿Qué me ayuda a detectar esos bienes?

3. ¿Qué es el pecado?

4. ¿Cuáles son mis fallas más constantes?

5. ¿Hago mi examen de conciencia? Si lo hago, ¿en qué me ha ayudado?

El examen de conciencia
El examen de conciencia pretende desarrollar en nosotros un corazón sensible a las invitaciones de Dios
y saber detectar las fallas que no permiten hacer vida el amor. Nos permite leer nuestra vida desde la
persona de Jesús de Nazaret y ponernos en contacto con Dios desde y con lo más real de nosotros
mismos. Dios está continuamente llevándonos hacia El en un modo y por un camino particular y original
a cada uno de nosotros, del que no siempre estamos conscientes.

El examen es una forma de oración diaria, un ejercicio de discernimiento que nos ayuda a tomar
conciencia de las invitaciones que Dios origina en nosotros a través de los diálogos, las actividades, los
paisajes, los abrazos y los problemas que tenemos día con día. El examen de conciencia nos ayuda a
desarrollar una sensibilidad cotidiana que me permita experimentar el amor de Dios y los deseos que
nos conducen a una vida más plena.

El examen de conciencia consiste en recuperar cómo me fue en el día. No es un momento para juzgar
mis actos, sino para tomar conciencia de mis actos. El examen puede hacerse mentalmente, pero mucho
ayuda hacerlo escrito. Se recomienda hacerse diario o por lo menos una vez a la semana al final de la
noche. Los pasos para realizar el examen de conciencia, recomendados por San Ignacio, son los
siguientes:

a) Pedir luz y gracia para descubrir a Dios en lo vivido.


b) Agradecer los dones del día
c) Reconocer fallas (lo que sentí, lo que hice, lo que pensé)
d) Si hubo fallas graves, hacer una oración de perdón
e) Hacer un propósito para cumplir con su gracia

Otra manera de escribir el examen de conciencia es a partir de los acontecimientos vividos, responder a
las preguntas básicas del discernimiento:

a) ¿Qué sentimiento brotó durante el acontecimiento?


b) ¿Qué frase clave llegó a mi pensamiento?
c) ¿A qué me sentí invitado?
d) ¿Qué dice Jesús ante esta invitación?
e) ¿Qué tengo que impulsar, corregir o cambiar?

En cualquier opción es conveniente iniciar el examen poniéndonos en presencia de Dios, como quien
dialogo con un amigo, y hacer un repaso de lo vivido durante el día. Al principio ayuda tener una
estructura desde la cual guiarnos para elaborar el examen, después cada persona tomará su propia
manera de examinarse, conservando la intención de detectar las invitaciones del buen espíritu y los
engaños del mal espíritu.

El examen de conciencia es una herramienta que ayuda a la persona a “vencer a sí mismo y ordenar su
vida” (EE 21), es decir, salir de su propio amor, querer e interés. Es la manera en que se disciplina
nuestro cuerpo para aprender a captar las mociones que nos conducen a un mayor compromiso por el
Reino de Dios y desenmascarar los engaños que nos conducen a disminuir ese compromiso.

Lectura recomendada
Jorge Atilano, La disciplina ignaciana, 2008, México, D.F.
Guía No. 7

EL DISCERNIMIENTO
Fruto: tener claridad de los elementos básicos del discernimiento de espíritus propuesto por San Ignacio
de Loyola.

Introducción
-La sociedad de consumo confunde nuestros sentidos con respecto a lo que realmente es importante
para alcanzar una vida plena.
-Necesitamos nuevos criterios que ayuden a definir lo que nos conduce a la plenitud humana, lo que
dicen las normas no son suficientes.
-Necesitamos herramientas que nos ayuden a perseverar y profundizar en el seguimiento a Jesús.
-El seguimiento a Jesús implica crecer en la capacidad de amar y necesitamos de una metodología que
nos ayude a crecer en libertad para más amar y servir.

Elementos básicos del discernimiento


Ignacio nos ofrece un método o camino para encontrar en nuestra vida la voz de Dios: el discernimiento
espiritual. Con él, podemos separar las invitaciones del Buen espíritu y del Mal espíritu.

I. Los estados espirituales


a) Consolación. "Llamo consolación cuando en el alma se produce alguna moción, con la cual viene
el alma a inflamarse en amor de su Creador sobre toda criatura. También cuando se derraman
lágrimas que mueven a amar a su Señor, por el dolor de los pecados, o por su sufrimiento, o por
aquello que esté en orden a su servicio. Finalmente llamo consolación a todo aumento de amor,
esperanza y caridad y toda alegría interna que llama y atrae a cosas celestiales y a la propia salud
de su alma, aquietándola y pacificándola en Dios.” [EE316] La consolación se da cuando la
persona sigue las invitaciones del Buen espíritu.
b) Desolación. Es todo lo contrario a la consolación. En ella, el alma se encuentra confundida,
oscura, turbada, inclinada a cosas que le dañan, a apegos que no la ayudan a realizarse. Siente
inquietud de varias agitaciones, moviendo a desconfianza, sin esperanza, sin amor, "hallándose
el alma toda perezosa, tibia, triste y como separada de Dios". En la desolación la persona sigue
las invitaciones del Mal espíritu.

II. Las mociones y las tretas


Hay movimiento internos en la persona, los cuales constan de un sentimiento, una idea y una intención.
Son producidos por Dios o por su contrario, y nos dejan en libertad de seguir a uno u otro. Estos
movimientos internos pueden llevarnos a la consolación o la desolación. Llamamos mociones a los
movimientos internos que nos conducen a la consolación: son momentos de claridad, certezas,
intuiciones que dan rumbo en la vida, etc. Y llamamos tretas a los movimientos internos que nos
conducen a la desolación: son engaños que hacen confundirnos, desanimarnos o minar nuestro
compromiso a largo plazo.
En las personas que van "de bien en mejor, subiendo" en el servicio de Dios y sus hermanos, "es propio
del mal espíritu morder (con escrúpulos), entristecer y poner obstáculos, inquietando con falsas razones
para que no pase adelante; y en ellas es propio del buen espíritu dar ánimo y fuerzas, consolaciones,
lágrimas, inspiraciones y quietud, facilitando y quitando todos los impedimentos para que le siga en el
buen obrar". [EE315].

III. Reglas para la DESOLACIÓN

a) ¿Por qué caemos en la Desolación? Hay tres causas principales:


1. La Primera es por ser tibios, perezosos o descuidados en nuestras actividades (especialmente
aquellas que nos alientan a construir nuestra vida con sentido), y así, por vivir a medias se aleja la
Consolación Espiritual de nosotros.
2. La Segunda, para que seamos realistas y no creamos que todo va a ser siempre sencillo y
grato, ni nos ilusionemos con entusiasmos frágiles y pasajeros. O porque necesitamos trabajar algo en
nuestro interior que nos cuesta trabajo, pero que apunta a un mejor y mayor servicio a todos. No sería
una desolación radical.
3. La Tercera es para que reconozcamos que toda Consolación es don y gracia de Dios, y en
ninguna otra cosa pongamos nuestra esperanza. Esto sucede porque algunas veces nos desubicamos y
nos atribuimos a nosotros o a alguna otra persona o cosa la Consolación Espiritual (EE322).

b) ¿Qué hacer en la Desolación?


1. En tiempo de Desolación nunca cambiar las decisiones ya tomadas en momentos mejores.
Más bien mantenerse firme y constante en tales propósitos y determinaciones. Porque así como en la
Consolación hay claridad para señalarse un buen rumbo, en la oscuridad y confusión de la Desolación
nos falta la libertad para hacerlo; en esta situación es muy difícil tomar decisiones acertadas [EE318].
2. Actuar directamente contra la Desolación dedicando más empeño y tiempo a los diversos
ejercicios espirituales, como a la reflexión o al examinar detenidamente la conciencia, buscando la causa
de la desolación. Procurar alguna molestia externa para ir más en contra de los movimientos
desolatorios que lo invaden a uno por dentro. [EE319]. Evitar autocomplacerse o dejarse llevar. "El que
cede poco, cede poco a poco.”
3. Ser Pacientes, confiados y poner medios. En un estado de Desolación uno ha de ser consciente
de lo débil que es; pero al mismo tiempo esté seguro de que es capaz de salir adelante por difícil que
parezca pues, aunque no sienta claramente el auxilio del Señor, éste siempre le está presente. [EE320].
Y al mismo tiempo piense que las Desolaciones son pasajeras y no suelen durar cuando se ponen los
medios pertinentes en su contra, como se dijo ya en la regla anterior [EE321].

c) Tres estrategias del mal espíritu:


1. Se comporta perrito chihuahueño: es débil cuando se le enfrenta con fuerza y fuerte cuando
se le enfrenta con debilidad.
2. Se comporta como un "don Juan", pues quiere mantenerse secreto y hacer que la persona
no platique sus mociones desolatorias (tretas).
3. Como un estratega militar, que busca la parte más débil o fuerte de su oponente (miedos,
heridas personales, traumas, orgullos, triunfos, capacidades) para por ahí vencerle.
III. Reglas para la CONSOLACIÓN
a) ¿Qué hacer ante la consolación?
1. Reconocer que viene de Dios y agradecerla. Recibirla con gratitud y humildad. Dedicar tiempo a
agradecer en oración y ponerla en obras concretas para bien de todos.
2. Pedir que se interiorice en nosotros, es decir, que permanezca para siempre.
3. Renovar nuestros deseos fundamentos.
4. Tomar fuerzas y prever qué hacer ante una próxima desolación. Registrar las decisiones y actitudes
que estoy tomando en consolación y anotarlo para cuando venga alguna desolación.

Ejercicio recomendado
Empezar a utilizar el formato para anotar el examen del día-semana-mes (Anexo) que contiene las partes
completas para un discernimiento: acontecimiento, sentimiento, frase clave, invitación, calificación e
impulso o correctivo.

Al concluir el mes se recomienda hacer la recuperación mensual (Anexo). Esta recuperación es la que se
presentará en la siguiente entrevista.
Guía No. 8

LA INDIFERENCIA IGNACIANA
Fruto: tener claridad de las cosas, personas o metas donde tengo puestos mis afectos y elaborar una ruta
para crecer en libertad ante ellos.

Introducción
-La sociedad de consumo nos induce a poner en el centro de nuestra vida cosas, personas, metas o
actitudes que no llevan a la “vida plena” propuesta por Jesús.
-Necesitamos estar dispuestos a dejar lo que más queremos para elegir aquello que más nos conduce a
la Mayor Gloria de Dios.
-Poner en el centro de nuestra vida a Dios nos dará la fuerza para quitar del centro aquello que no nos
deja avanzar hacía la “vida plena”.

1. ¿Qué personas son las que más amo?

2. ¿Qué planes para el futuro tengo?

3. ¿Dónde tengo puestos más mis afectos?

4. ¿Qué relación encuentro entre mis vacíos afectivos y esos afectos?

5. ¿Cómo me va mostrando Dios que puedo crecer en libertad?

6. ¿Qué lugar ocupa Jesús dentro de mis afectos?

7. ¿Cómo crecer en la experiencia amorosa con Dios que me permita tener fuerza y libertad para
ordenar mis afectos en función del seguimiento de Jesús?

Lectura recomendada
Omar David Gutiérrez, El magis ignaciano y el don del mayor amor, Ruta Jesuita, 2007, México, D.F. pp.
6-9
Jorge Atilano González, Seguimiento en pobreza y oprobios, 2009
Guía No. 9

EL CARISMA Y MISIÓN DE LOS JESUITAS


Fruto: tener claridad del carisma y la misión de los jesuitas para tener la información suficiente al
momento de valorar esta opción de vida.

Introducción
-La misión de los jesuitas surge a partir de la experiencia con el Dios Siempre Mayor de los Ejercicios
Espirituales.
-El proceso de los Ejercicios Espirituales hace que las personas aprenda a contemplar el mundo, atentos
a las necesidades que existen y realizar un acto de amor ante las injusticias.

1. ¿Cuáles son las características del contexto mundial en que se elabora el Decreto 2 de la
Congregación General 35?

2. ¿Qué te llama la atención del Decreto 2 Identidad del Jesuita?

3. ¿Cómo puedes definir la identidad del jesuita a la luz de este decreto?

4. ¿Qué rasgos sobre la misión de los jesuitas aparecen en este decreto?

5. ¿Con qué aspectos me siento identificado? ¿Dónde saltó más mi corazón?

6. ¿Qué dudas me quedan con respecto al carisma y la misión?

Lecturas recomendadas
Emilio González, La misión de los jesuitas, La Ruta Jesuita, 2007, México, D.F.
C.G. 35, D.2. La identidad del jesuita, 2008
Quinta Semana, Buena Prensa, 2005
Guía 10

ELABORACIÓN DEL DISCERNIMIENTO


Fruto: aprender a sistematizar los exámenes de conciencia para detectar las invitaciones del Buen
Espíritu y los engaños del Mal Espíritu.

Introducción
La elaboración de un discernimiento presupone seis elementos:
-Reflexionar los sucesos ordinarios de la vida
-Describir lo que sientes
-Tener hábito de oración personal
-Conocerse a sí mismo
-Conocer tu más profundo deseo
-Abrirse a la guía de Dios

Vamos a revisar cómo nos encontramos en estos seis elementos para verificar si estamos preparados
para discernir:

1. Reflexionar los sucesos ordinarios de la vida


a. ¿Qué acontecimientos de mi vida son los que más reflexiono?
b. ¿Qué suelo hacer cuando tengo algún problema o dificultad?
c. ¿Cómo relaciono a Dios con mi vida cotidiana?

2. Describir lo que sientes


a. ¿Suelo detenerme a clarificar cómo me siento?
b. ¿Qué haces ante momentos muy alegres?
c. ¿Qué haces ante momentos muy tristes?

3. Tener hábito de oración personal


a. ¿Cómo es mi oración?
b. ¿Para qué me ha ayudado la oración personal?
c. ¿Qué dificultades tengo para orar?

4. Conocerse así mismo


a. ¿Cómo es mi personalidad?
b. ¿Cuáles son mis principales cualidades?
c. ¿Cuáles son mis principales defectos?

5. Conocer tu más profundo deseo


a. ¿Qué es lo que más deseas en la vida?
b. ¿Para qué quieres vivir?
c. ¿Cuál es tu principio y fundamento?

6. Abrirse a la guía de Dios


a. ¿Quién es Dios para mi?
b. ¿Cómo lo descubro en mi vida?
c. ¿Cómo me indica el rumbo a seguir?
Recoger los frutos
1. ¿Qué novedades encuentro?
2. ¿Qué condición me hace falta trabajar más para realizar un discernimiento?
3. ¿Qué pistas me entrega Dios para crecer en estas condiciones?

Elementos para sistematizar tu discernimiento


El discernimiento de espíritus consiste en dar una lectura a los exámenes de conciencia de un periodo,
que puede ser uno, dos o tres meses, para descubrir los principales llamados de Dios y los principales
engaños del Mal Espíritu en mi vida ordinaria.
Para hacer el discernimiento de espíritus se necesitan tener a la mano las reglas para el discernimiento
de espíritus y las estrategias que existen en mi persona del Buen Espíritu y el Mal Espíritu. Los pasos que
ayudan a sistematizar nuestro discernimiento de espíritus son:
a) Escribir la tónica general del periodo: consolación o desolación, y algunas características.
b) Hacer una crónica de los principales acontecimientos del período a exponer.
c) Escribir el discernimiento de los principales asuntos que están afectando la vida personal:
sentimientos o ideas, causas, a dónde me lleva, si es del Buen Espíritu o Mal Espíritu.
d) Escribir los principales llamados de Dios en este período y los principales engaños provenientes del
ME.

L a puesta en común del discernimiento


Este discernimiento personal se puede poner en común. Para hacer estos se necesita que en el grupo
exista confianza y conocimiento del discernimiento de espíritus. Para la puesta en común se utiliza la
siguiente metodología:
a) La persona expone su discernimiento
b) Un primer momento para aclarar lo expuesto
c) Un momento de silencio para que cada integrante del grupo prepare un comentario al
discernimiento expuesto
d) Cada persona dice su comentario, primero confirma si la tónica es la correcta y después da algunos
elementos que puedan ayudar a la persona a clarificar la actuación en su persona del BE y ME.

Una regla del discernimiento es que una vez que expone la persona su discernimiento y aclara las dudas,
ya no puede hablar. Solo al final puede aclarar algún comentario si es muy necesario. La persona que
recibe los comentarios después hacer oración con el revire de los demás y los incorpora a su
discernimiento.

Lectura recomendada
Reglas del discernimiento de Espíritus (EE 313-336)
GUÍA EXTRA

RECUPERACIÓN DE EXPERIENCIA EN EL SEMINARIO


Nombre: ______________________________________________________________
Edad: _______________ Lugar de Nacimiento: ______________________________

1. ¿Por qué ingresé al Seminario?

2. Momentos más significativos

3. ¿Por qué decidí salir del Seminario?

4. ¿En qué me ayudo y en que no me ayudó a mi conocimiento personal?

5. ¿En qué me ayudó y en que no me ayudó a vivir una experiencia de Dios?

6. ¿Cuáles son los principales aprendizajes que me deja el seminario?

7. ¿Qué aspectos necesito trabajar para potenciar mi espontaneidad, mi creatividad, mi libertad, mi


alegría, mi criterio propio, una experiencia viva de Dios, etc.?
La herida y la estima personal
Carlos Cabarrus, Beber de tu propio pozo,

Cuando una persona es concebida, de ordinario nace bien porque viene equipada con lo que necesita.
Pero puede sucederle algo negativo durante el periodo de gestación, en el momento del nacimiento o en
los primeros momentos de contacto con el mundo exterior, que le deje marcada para la vida. Es decir,
desde el seno materno puede haber un influjo traumático para la criatura: todo lo que la madre vivió
negativo, lo asimila para ella. Allí puede gestarse la herida. Aquí puede estar la causa cuando no se
“recuerdan” acontecimientos negativos de la infancia.

Las heridas son la fuente primaria de la parte vulnerada. En esta parte se tiene todo lo que se ha recibido
de golpes, traumas. Todas las personas, cuando menos, tienen el trauma del nacimiento. Más aún si
hubo alguna angustia en ese momento.

Desde el nacimiento hasta los siente años, la persona es muy susceptible de quedar marcada por
heridas. La herida es lo que produce un golpe por algo que fue negativo y a lo que se tenía derecho. Pero
también un exceso: una sobreprotección o mimo exagerado puede provocar el mismo efecto. A la
persona se le hiere desde el seno materno hasta que tiene uso de razón (aproximadamente 7 años),
después de los siete años está la protección de los mecanismos de defensa, salvo en el área sexual que
se es muy vulnerable hasta la época de la adolescencia.

Cuando se nace y durante los primeros años de vida, se tiene una necesidad fundamental: la necesidad
de ser reconocido. La herida se produce por la falta de reconocimiento, por la falta de satisfacción de las
necesidades psíquicas básicas, que se refleja en algunas de estas situaciones:
-No me reconocieron en mi identidad
-No me sentí amado
-Me abandonaron, no me atendieron
-No me reconocieron en mi necesidad de ser tocado adecuadamente
-No me creyeron
-No apostaron por mí
-Me compararon
-No me dieron un rol
-No tuve la seguridad
De las heridas surgen unos miedos básicos y de cada miedo, surge una compulsión específica, es decir,
una búsqueda de “algo” que calme ese miedo. La compulsión es un acto repetitivo para escapar de los
miedos... Es contra-fóbica: se hace lo contrario al miedo básico. Las compulsiones generan, además, una
imagen distorsionada de Dios, hacen que no se perciba el Dios de Jesús, sino que se perciba un dios
fetiche: perfeccionista, que exige sacrificios, ídolo de méritos y el éxito, intimista, manipulable, juez
imparable, ídolo del hedonismo, ídolo todopoderoso e ídolo obsesivo sexual.
Proceso de la herida
Herida Miedo Compulsión
No me reconocieron en mi identidad A que me condenen Perfeccionismo
No me sentí amado A que no me quieran Servicio
Me abandonaron, no me atendieron Al fracaso Logro de éxito
No me reconocieron en mi necesidad de A que me igualen, que me vean Ser diferente
ser tocado adecuadamente como a los otros
No me creyeron Al vacío, a sentirme sin nada, solo Ávido de conocimiento
No apostaron por mí A que me abandonen Norma
No me dieron un rol Al dolor Placer
Me compararon A la debilidad, a la ternura a Poder
mostrar que no puedo
No tuve seguridad Al conflicto Armonía

De las causas de las heridas salen las reacciones desproporcionadas. Esta reacción desproporcionada
agranda la herida que le hicieron a la persona cuando era niño y hace que la vez por todas partes: “no
me quieren, no soy importante”. Es decir, la reacción desproporcionada sobredimensiona la herida.

Todo este proceso vulnerado, provoca la baja estima. Ésta es alimentada y sostenida por las voces de los
agentes provocantes de las heridas. Esas voces pueden estar aún activas, o pueden estar grabadas en el
inconsciente y activarse ante determinadas circunstancias, actualizándose de una forma tan real como
cuando fueron grabadas, generando el mismo efecto.

Las reacciones desproporcionadas


Las heridas son generadas por un golpe muy profundo, pero esas heridas no se ven directamente sino a
través de algunas manifestaciones como las reacciones desproporcionadas. Brotan del corazón de la
herida y la sobredimensionan.

Las reacciones desproporcionadas son una respuesta mecánica e inconsciente. Son desproporcionadas
con el reactivo presente, pero muy proporcionadas con lo que pasó antes. No se ajustan a los estímulos
actuales aunque sí a los pasados. No hay proporción entre el presente y la reacción actual, pero sí la hay
con el pasado.

Se caracterizan por se una reacción muy fuerte, que se repite con frecuencia o que dura mucho tiempo.
Puede ser por exceso de reacción o por ausencia de ésta, por escándalo o por inhibición. Esta es la
desproporción.

Hay varios tipos de reacciones desproporcionadas:


 Tipo bomba atómica: escándalo, drama.
 Mantener la reacción por mucho tiempo.
 La reiteración: se repite incansablemente.

Una herida ya sanada no produce reacciones desproporcionadas.


Los mecanismos de defensa
Los mecanismos de defensa son las murallas que pone la propia estructura psicológica para no permitir
seguir siendo golpeado, para que no se le haga más daño. Son barreras para que no vuelva a pasar lo que
se vivió el pasado... Son mecanismos, no conscientes, involuntarios.

Son como unos amortiguadores frente a los golpes, o como unos salvavidas: salvan en el momento de
oleaje fuerte, pero si se quiere nadar rápido, obstaculizan.

Cuando ya se es adulto, los mecanismos de defensa pierden fuerza e invitan a la persona a vivir bien la
vida, a ser libre. Hay que reconocer y agradecer lo importantes que fueron en un momento, pero hay
que saber deshacerse de ellos. Lo que los suple es la propia seguridad personal: “yo solo ya sé nadar”.
Algunos mecanismos de defensa son:
 NEGACIÓN: se niega que haya ocurrido ciertos eventos.
 REPRESIÓN: ahogo de una fuerza, una pulsión que se está sintiendo...
 FORMACIÓN REACTIVA: se hace lo contrario a lo que se tiene deseo de hacer...
 EVASIÓN: es el mecanismo de la “piel de pato”: todo resbala...
 DESPLAZAMIENTO: se descarga el malestar, la ansiedad provocada en un objeto diferente.
 PROYECCIÓN: se coloca fuera de sí, en otro, todo lo que no se acepta de sí mismo, y se condena
en ellos.
 JUSTIFICACIÓN / RACIONALIZACIÓN: se presenta racionalmente el hecho como válido en sí,
lógico, justo, bueno.
 REGRESIÓN: ante un hecho doloroso se vuelve al pasado, a una etapa en la que hubo
satisfacción, bienestar, y ausencia de conflicto.
 COMPENSACIÓN: exaltación de algún aspecto para esconder la carencia que hay en otro.

Lo fundamental es ir haciendo un proceso de percatarse del empleo de los mecanismos de defensa, para
irse despojando de ellos: percatarse de que “lo hice”, pasar a darse cuenta de que “lo estoy haciendo”, y
por último tener ya la lucidez de aceptar que “lo iba hacer”. Es algo similar al examen particular que
propone San Ignacio: darse cuenta para tomar conciencia e ir ganando en distancia y libertad frente a
eso que está limitando ahora, aunque anteriormente haya ayudado.

La baja estima
El nivel de estima (igual que las reacciones desproporcionadas y las compulsiones) es un indicador de la
herida. Entre más grande es la herida, más baja es la estima, pues es efecto de la herida y de los
temores.

Una estima adecuada se construye sobre estos cuatro puntos cardinales:


1. Capacidad para reconocer las propias cualidades.
2. Capacidad para reconocer y trabajar los defectos personales. Reconocerlos y trabajarlos, es
decir, no usarlos como justificación de la manera de ser, sino querer y hacer cosas consecuentes
con esto, que permitan irlos superando poco a poco, que ha posible que vayan perdiendo
magnitud.
3. Capacidad para reconocer y celebrar las cualidades de otros.
4. Capacidad para acoger y soportar los defectos de los otros.
La baja estima es un fenómeno auditivo; tiene mucho que ver con un sistema de voces que hablan desde
dentro a la misma persona: las voces que están grabadas y que le quitan su valor. Son voces negativas
que dijeron en su casa (mamá, papá, hermanos), los amigos, la Iglesia, el colegio, la sociedad... “no vales,
eres tonto, no sirves, nunca hablas, no sabes, no entiendes, eres peor que..., etc.”.

Indicadores de mi estima personal


El objetivo de este instrumento es reconocer el propio nivel de estima, pues la baja estima es otra de las
manifestaciones de la herida.
Autoevalúo mi estima con la siguiente matriz, calificando de 0 (nunca) a 9 (siempre) cada uno de los
ítems.

Criterio 0 1 2 3 4 5 6 7 8 9
Autocrítica rigorista
Hipersensibilidad a la crítica
Indecisión crónica
Deseo excesivo de complacer
Culpabilidad neurótica
Hostilidad flotante
Actitud supercrítica
Tendencia depresiva

La calificación de estos ítems de 0 a 9, da una idea del nivel de estima. Puntuaciones iguales o superiores
a cinco, dan una indicación clara de baja estima. A mayor puntuación en cada ítem, menor nivel de
estima.
COMO VIVIR LA VIDA
Limosnero en bien de pobres,
trotador de los niños, sus niños.
Buscador.
No entre plantas floridas,
sino en la espesura del egoísmo.
Rara sencillez de hablar mágico.
Ya no trajinas por tus chiquitos.
Duerme el que mucho trabajó.
No te duermas, Chile. No.
Si duerma dulcemente él sin sobresalto,
memoria sin angustia de la chilenidad.
Criatura y ansiedad suya, todavía.

(Basado en un escrito de Gabriela Mistral)

En el silencio de la noche, me detengo a reflexionar. El ajetreo y la rutina hacen perder la orientación de


nuestra vida.

La lucha por la existencia, la competitividad de nuestro trabajo, la búsqueda del éxito económico para
nuestras familias, son realidades que terminan por agobiarnos. El Mundo enfrenta grandes problemas
materiales.

Niños que crecen sin sentir la cercanía y el apoyo de sus padres. Jóvenes sin oportunidades de realizarse.
Grandes grupos de empleados, cuyos sueldos no les permiten afrontar las necesidades de sus familias.
Sometidos a este ritmo, ya no comprendemos el sentido de nuestros actos. Estudiar para trabajar y
educar a nuestros hijos, para que ellos puedan estudiar, y trabajar, y descansar. Es un remolino que toma
fuerza con el tiempo. Y nos centra en nosotros, alejándose de los demás.

¿A cuántos vi, pero no miré? ¿A cuántos oí, pero no escuché? En la trama de la vida hay algo oculto, que
nos tiene insatisfechos. Tratamos de alcanzar un éxito, que no es más que la sombra de la realización
verdadera. ¿Vale la pena vivir para luchar de esta manera, y defenderse por todos lados?

Hay que dar a la vida su verdadero sentido. Hacerla profunda, fecunda, feliz. Inspirada en grandes
ideales. Entregada a los demás. Seamos como la naturaleza: ella es toda grandiosa. Aspiremos a ser
heroicos como la flor que en el desierto crece, a la menor seña de agua. Estos ideales significan
desinterés, generosidad, sacrificio. En lo grande y en lo chico. En el estudio, en nuestro trabajo, en los
juegos, en las instituciones, en las labores de la casa, en la vida familiar. Que cada acción sea la
proyección de un ideal. No nos quedemos en ser un anti – algo. Comprometámonos con la causa de los
demás, entregando lo mejor de nuestras capacidades. Menos palabras y más obras. La vida no se piensa
ni se esquiva. Hay que arriesgarla entera. Puesto que toda construcción humana flaquea cuando su base
no está en Dios, nuestros ideales deberán ser un espejo de su voluntad. De él nos viene la vida, la fuerza
y la energía para vivirla. No estamos solos, contamos con él.

Debemos vivir la vida con alegría, inundando de sol a los demás. No olvidar ni evadir las dificultades, sino
encararlas con confianza y optimismo. El regalo de nuestra sonrisa enriquece al que la recibe. Y nadie es
tan pobre que no pueda darla. No hay problema que no tenga solución, si empeña os todo nuestro
esfuerzo y tenemos fe en el Señor. Y cómo no hacerlo. Si la vida esta llena de belleza. Lo simple, lo
gratuito, los delicados gestos de nuestro planeta, están llenos de hermosura. Fe en Dios y en los demás,
sin desalentarnos.

La confianza en los demás se propaga tal como la vida cuando el viento sopla fuerte llevando el polen
germinal. Así venceremos al egoísmo, y nacerá el amor. Es este el sentimiento, sencillo, desinteresado y
responsable, que debe mover toda nuestra vida. Amor bueno y divino. Concreto, silencioso, respetuoso,
sutil. Profundo y comprometido.

El amor nos hace descubrir que la forma de dar solución a los problemas de pareja no es echando pie
atrás a la palabra comprometida, sino encarándolos y buscando el encuentro. Porque el amor jamás usa
la palabra “yo”, sino “tú”. Debemos cultivar su misterio y aumentar nuestro compromiso. Los talentos
que hemos recibido son para trabajar y ponerlos al servicio de la gente. No podemos, como el Señor,
multiplicar los panes, pero sí trabajar en aliviar los sufrimientos humanos. Especialmente, los de los más
pobre, porque en ellos está Cristo. Porque son Cristo.

Mis críticas no valen nada si no ayudé a mi compañero, sino colaboré con mis vecinos, o no consolé al
enfermo. En fin, sino compartí con quienes más nos necesitan. Dar, darse siempre, hasta que duela.
Hasta que se nos caigan los brazos de cansancio. Que no acabe nuestra vida sin haber hecho algo
concreto por los demás.

Somos cristianos. No podemos eludir. Nuestra misión es revolucionar la sociedad con el Evangelio.
Nuestra entrega debe ser precisa y concreta. Cuando busquemos soluciones a los problemas, hagámoslo
seguros de no generar nuevos conflictos. Somos seres de paz. Nuestra voz debe sentirse firme cuando
asome la violencia. En el servicio a los otros está el umbral de la justicia.

Cuando aparezca la duda, nos llene de angustia una situación, o volvamos a la rutina de ayer o de hace
un año, deberemos preguntarnos: ¿Qué haría Cristo en mí lugar?. Y con inmenso valor, arrojar la red,
lanzarse a realizar el plan de Cristo, por más difícil que parezca. Dar a cada problema la solución que
Cristo daría. Actuar como Él. Vivir la vida con lo bueno y lo malo, dándome cuenta de que el Señor y yo
somos uno, que trabajamos juntos.

¿CÓMO VIVIR LA VIDA?


Siendo como Él…

¡Contento Señor, contento!

Alberto Hurtado SJ
Pistas para aprender a
reconocer y compartir mis
sentimientos
Una tarea

Se trata, durante estas próximas semanas, de hacer un ejercicio de rastreo de mis sentimientos en la
vida diaria. Si tomo conciencia de ellos podré ir creciendo y tendré capacidad para compartirlos con
otros, podré confrontarlos en la oración y en el acompañamiento espiritual. Poco a poco, podré ir
reconociendo la diferencia entre los sentimientos propios y las mociones del Espíritu. Así avanzaré en el
arte del discernimiento.

Para este ejercicio necesitaré:

— Una libreta pequeña o cuaderno que pueda llevar a todas partes y un lápiz siempre listo.
— El hábito de detenerme repetidas veces durante el día para escribir.
— La disposición “a conectarme” con los sentimientos, emociones, afectos, impresiones que voy
experimentando a lo largo de un día común. Cuando algún nuevo sentimiento me invada debo hacer
una pausa y preguntarme:

¿Qué pasa? ¿Cómo me siento? (a gusto, aburrido, acelerado, admirado, agresivo, ahogado, ajeno, alegre,
amable, amargado, amenazado, angustiado, ansioso, aprisionado, aprobado, asqueado, asustado,
caliente, celoso, cerrado, cómodo, complicado, comunicado, confiado, confundido, cuestionado,
culpable, deprimido, desamparado, descontento, desahogado, desesperado, desesperanzado, dolido,
dudoso, en comunión, encantado encerrado, enjuiciado, enojado, envidioso, escuchado, esponjado,
estable, excitado, feliz, frío, furioso, impotente, indiferente, indignado, inepto, inseguro, lleno,
malhumorado, mareado, melancólico, miedoso, miserable, nervioso, obsesionado, ofendido, pacificado,
pensativo, perezoso, perjudicado, prejuiciado, quejumbroso, rebelde, relegado, resentido, saturado,
seco, seguro, sin remedio, solitario, solo, tenso, tierno, tranquilo, triste, urgido, vacío, volado, etc.)

— El esfuerzo por descubrir qué los produjo, qué cosa, qué vi, escuché, recordé, imaginé, pensé, hice o
hicieron conmigo, qué me dejo así. Luego de tomar conciencia de este sentimiento me pregunto:

¿Qué hice con ese sentimiento? (me dejé estar, conversé con alguien, lo puse en la oración, etc.)
¿Qué me pasó con ese sentimiento? (me dio dolor de estómago, me aceleré, me surgió otro
sentimiento...)

Algunos ejemplos

Lo que vas a leer enseguida son algunos ejercicios de toma de conciencia de los propios sentimientos.
Podrás encontrar los tuyos a lo largo de tu propia vida.
— 3/7, 23 hrs. “Me dio una rabia grande cuando abrí el closet. De nuevo mi hermano me sacó los tenis
sin pedírmelos; siempre me hace lo mismo. Me quedé enojado por un buen rato, finalmente decidí
hablar con él una vez que se me pasara el coraje. Eso me dejó más tranquilo”

— 12 de marzo. “Envidia. Jorge sacó mejor calificación que yo. Valgo muy poco. Sentí que, adrede, me
mostraba su prueba para hacerme enojar. Me sentí medio amargado. ¿Podré contarle esto a alguien?

— “Quedé muy emocionado al leer dos páginas de la vida de Teresa de Calcuta. Me imaginé totalmente
libre para servir a los que nadie quiere. Me dieron ganas de hacer algo grande y generoso. Me imaginé
en un país lejano. Le conté mis sueños al Señor.”

— Lunes 4. “Sentí asco cuando se sentó a mi lado un borracho en el camión; olía mal y estaba sucio. Me
imaginé que se me subirían los piojos; sentí que todos me miraban, me sentí tenso, no sabía qué hacer,
me dieron ganas de levantarme y bajar del autobús. Finalmente me quedé a su lado y traté de
tranquilizarme. Durante casi toda la tarde me sentí contento por estar superando mi dificultad de
acercarme a los pobres”.

— “He andado todo el día ansioso, agobiado, sin parar un minuto en el trabajo pero haciendo todo
automáticamente. Me di cuenta de que hace días que estoy así. Decidí invitar a un amigo a tomarnos
una cerveza y desahogarme. Me hizo bien. En la noche le di gracias al Señor por tener buenos amigos”.

Escribe libremente, con la mayor sinceridad posible. No te preocupes porque quede bien escrito ni que
tengas que enseñárselo a alguien. En tu próxima entrevista puedes hablar de esto con tu
acompañante.
LA ORACIÓN IGNACIANA.
ENCUENTRO CON DIOS EN LA LIBERACIÓN
Javier Peña Gutiérrez, S.J.

Espiritualidad de Jesús y oración cristiana

Introducción

Para comprender qué es la oración en la espiritualidad ignaciana vayamos primeramente a Jesús mismo.
Miremos la oración en el corazón de Jesús, en su práctica, al anunciar el Reino de Dios.

No miremos esta cuestión de la oración de Jesús como “un algo” separable de Jesús y del anuncio de la
Buena Noticia del Evangelio; como si su oración fuera algo abstracto que flotara en el aire, como una
nube. Más bien, para poder entrar al corazón de Jesús es muy importante entrar a la experiencia de Dios
en Jesús,’ entrar en contacto con lo más preciado de Jesús: su Padre y su apasionado servicio de
liberación de los oprimidos. Sólo desde este marco podremos “conocer internamente” la oración de
Jesús.2 Cualquier otro camino de acercamiento a la oración, en abstracto (fuera de la relación de Jesús
con el Padre en unión con su práctica de anunciar el Reino), corre el peligro de convertirse, en el mejor
de los casos, en un “bonito curso de oración”, pero nunca accederemos a la comprensión de la oración
cristiana.

Un camino muy importante para entrar al corazón de Jesús es acompañarlo a lo largo del Evangelio. Éste,
muestra a un Jesús que nunca separó la oración de la vida, siempre mantuvo unidas su oración y su vida;
su vida fue oración y su oración fue vida. Pero, no vayamos al Evangelio esperando encontrar “un taller
de oración organizado por Jesús”. Sí podemos descubrir, desde nuestro deseo de comprender la oración
cristiana, la causa por la que Jesús vivió, luchó, murió y resucitó. Es decir, busquemos en el Evangelio la
motivación última de Jesús en todas sus acciones; a qué Dios obedecía y qué buena noticia anunciaba (su
espiritualidad), y ahí ubiquemos su oración. Porque, como afirma Casaldáliga:

La espiritualidad es más que la oración. La oración es una dimensión de la espiritualidad [...]. Pero la
espiritualidad depende en gran medida de la oración; de si hacemos oración o no, de a qué Dios
hacemos oración y por qué. Pero sobre todo, al servicio de qué Dios y al servicio de qué Causa hagamos
nuestra oración.3

La espiritualidad de Jesús fuente de su oración

Jesús asume en su práctica evangélica la prioridad de Dios. Esta convicción le absorbe toda su existencia
entendida como ser enviado por su Padre a anunciar la Buena Noticia del Reino:

“Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Jn 4, 34). Desde esta
conciencia procesual Jesús actúa en la historia con una pasión amorosa por los débiles y oprimidos, con
el mismo amor con que Dios ama al mundo y que lo lleva, en palabras de Ignacio de Loyola, al “Hagamos
redención del género humano”.4 La labor salvadora de Jesús y del Padre es una sola, realizada por ambos
con todas sus fuerzas: “Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo” (Jn 5, 17).

El mundo es el lugar donde Jesús realiza su misión histórica, donde mira la realidad y actúa para
transformarla evangélicamente. Desde aquí Jesús practica su fe en el Padre como una relación filial que
le permite descubrir y contemplar la salvación que Dios lleva adelante en la historia, para pasar a cumplir
su voluntad. Por esta fe, Jesús se somete a los impulsos del Espíritu (Mc 1, 12), escucha, discierne y
obedece al Padre. Jesús se relaciona con el Padre en el anuncio del Reino a los pobres, en este mundo
que los oprime.

Esta es, pues, la espiritualidad de Jesús:


Experimentarse Hijo de Dios e integrar su filiación en el servicio liberador a los oprimidos de este mundo
concreto. Y esta es la fuente de la cual brota la oración de Jesús.

Preguntémonos si tenemos la misma espiritualidad de Jesús: si estamos al servicio del Padre y de su


causa. Veamos si nuestro seguimiento de Jesús nos lleva a sentirnos hijos y enviados a la misma misión
de Jesús, y si, al igual que Jesús, realizamos la obra de Dios en el servicio a los pobres. Miremos si nuestra
fe en Jesús “nos abre a los planes del Padre: elegir acciones que sean compatibles con la
correspondencia a su amor, que sean respuesta al amor de Jesús por los hombres y por mí. El
seguimiento de Jesús es el lugar de la contemplación para el amor. Aquí entra la oración: una dinámica
de amor al Padre unida al cumplimiento de su voluntad. Quizás eso fueron varios de aquellos primeros
compañeros de Ignacio: amigos en el Señor que quieren compartir su experiencia de amistad y de
seguimiento de Jesús al mundo entero si pudieran.5

Confrontemos nuestra espiritualidad con la praxis de Jesús, presentémosle los problemas que brotan de
nuestro actuar (liberar a los presos, defender los derechos humanos, etc.) y también nuestros problemas
de oración (crisis, oscuridades, etc.). Lo mejor es preguntarle a Jesús directamente. Pero hagamos la
pregunta adecuadamente: desde la profunda integración de vida y oración que vive Jesús. No
desintegremos nuestra experiencia de Jesús. Nuestros cuestionamientos sobre la oración deben implicar
cuestionamientos sobre nuestra espiritualidad y nuestra vida toda. Porque no es lo mismo preguntar qué
es la oración y cómo se ora sin un servicio a los pobres, que hacerlo desde un barrio marginado o desde
una marcha por la dignidad campesina. Se trata de seguir a Jesús en su servicio al Reino en honestidad
evangélica.

La praxis de Jesús

Jesús experimenta a Dios como su Padre:

Cuando todo el pueblo estaba bautizándose, bautizado también Jesús y puesto en oración, se abrió el
cielo y bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma; y vino una voz del cielo. “Tú
eres mi Hijo amado; en ti me complazco” (Lc 3, 21-22).
Jesús volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu y proclama la Buena Nueva de Dios (Mc 1, 14). Curó a
muchos enfermos y endemoniados y su fama se extendió por toda la región de Galilea. Todos le
buscaban y trataban de retenerle para que no les dejara. Pero, Jesús salía temprano de las ciudades y se
ponía a orar en lugares solitarios para confrontar con el Padre su situación, para encontrar claridad
respecto al modo de ser Hijo y de anunciar el Reino. Jesús aprendía a pensar como Dios y no como los
hombres: comprendía que Dios lo había enviado a predicar el evangelio a todos los pueblos, como
núcleo del sentido de su vida (Mc 1, 35-39; 6, 45-46; Le 5, 16).

Jesús recorría toda Galilea y predicaba la conversión y la cercanía del Reino de Dios. Una misión absoluta,
que exige toda la persona y todo su tiempo. Pero que no es posible realizarla sin la colaboración de los
hombres y sin confiar plenamente en ellos. Dios necesita nuestra ayuda; llama colaboradores para la
misión de Jesús: hombres y mujeres (Lc 6, 12- 16; 8, 1-3).

Muy pronto, Jesús es buscado y perseguido por las autoridades de su pueblo (Mc 3, 6). Y, al mismo
tiempo, mucha gente lo busca no por las señales del Reino “sino porque han comido de los panes y se
han saciado” (Jn 6, 27). Por otro lado, sus mismos discípulos no lo entendían, pues “su mente estaba
embotada” (Mc 6, 52). En esos momentos, Jesús vive una profunda crisis que lo lleva a preguntarle a
Dios y a sus seguidores cuál es el mesianismo que sí trae el Reino (Lc 9, 18-27). El Padre le responde, en
la Transfiguración, que el camino es el de la cruz, y nos advierte a nosotros que escuchemos a su Hijo (Lc
9, 28-36).

En su anuncio del Reino a los pobres, Jesús crece en su conciencia de la primacía del Padre y en el
cumplimiento de su voluntad. Toda su vida está inspirada en el Padre de todos los hombres. Jesús se
sabe y se siente Hijo de Dios en su proceso de encuentro y relación con el Dios mayor: esta es la única
necesidad de Jesús (Lc 10, 42). Y, esto es lo que Jesús enseña a sus discípulos a vivir en el Padrenuestro
(Mt 6, 9-13; Le 11, 2-4). A este respecto caben muy bien las palabras de Casadáliga:

La verdadera oración cristiana debe ser siempre según la oración del propio Jesús. Y su oración
paradigmática del Padrenuestro debe no sólo orientar sino también juzgar nuestra oración. Los
evangelios nos han dejado dicho con toda claridad que esta oración debería ser, en su contenido, y
según sus preferencias, la oración de todo buen seguidor del Maestro. Con esta oración, con su
contenido, él respondió, o fue respondiendo a los apóstoles, cuando le preguntaban cómo se debía
orar.6

Jesús dice: “Bienaventurados los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios” (Lc 6, 20). Esta es su
máxima alegría: cuando el evangelio es revelado a los pequeños y sencillos. Por eso bendice al Padre,
Señor del cielo y de la tierra (Lc 10, 21-22).

Jesús asume los momentos más cruciales de su vida en diálogo con el Padre, cuya voluntad por cumplir
es el criterio último de todas sus decisiones, por más difícil que sea “beber este cáliz” (Mc 14, 32-42; Mt
27, 46; Lc 23, 34.46).

La praxis de Jesús contiene su oración. No brota ésta independientemente de su misión total.


Qué dijo Jesús sobre la oración

Cuando Jesús llega a Jerusalén, entra en el Templo (único lugar de oración considerado por los judíos) e
inmediatamente se enfrenta con los sumos sacerdotes y los escribas y echa fuera a compradores y
vendedores, porque “la Casa de oración [...] la han hecho cueva de bandidos” (Mc 11, 17). Pero, respecto
al Templo, Jesús le aclara a la mujer samaritana que ni en el Monte Garizim -donde los samaritanos
habían construido un templo, rival del de Jerusalén- ni en el templo de Jerusalén se adorará al Padre (Jn
4, 21).

Jesús cuestionó radicalmente la oración de su tiempo: la de autosuficiencia (Lc 18, 11ss); la de


apariencias, la mecánica y mágica, la alienante, la ritual, la que permite estar enemistado con otros, la
que oprime a los demás (Mt 12, 38-40; Lc 5-7).

Jesús dijo un sólo sí sobre la oración: “Ahí donde hay Espíritu y Verdad” (Jn 4, 22- 24). Se refiere al amor
y la lealtad, al espíritu filial. Jesús ora ahí donde más radicalmente se experimenta como Hijo del Padre.
Al identificarse con el Reino, Jesús anuncia que el verdadero culto no se produce en ningún templo
sagrado, porque no hay un lugar exclusivo para la presencia de Dios y porque el verdadero Reino es Jesús
mismo. El lugar de encuentro con Dios es allí donde está Jesús: “Porque donde están dos o tres reunidos
en mi nombre, allí estoy en medio de ellos” (Mt 18, 20). Donde se le ama como él ama, sobre todo a los
más humildes, donde se libera a los pobres, donde hay reconciliación. Ese es el Espíritu y Verdad. Jesús
invoca al Padre no como novedad, sino con las obras liberadoras (que hace el Padre, que ve en el Padre).
Por eso, para Jesús la invocación y la acción son inseparables (Cf. Jn 5, 19-20, 36-38;14, 1-17.26).

Para que La oración sea verdaderamente cristiana, según el Espíritu de Jesús, habrá que expresar
siempre la acción de gracias al Padre y el compromiso con la historia; porque este es el culto ‘en espíritu
y en verdad’ (Jn 4, 22), el culto agradable a Dios (Rm 12, 1).7

En este sentido podemos entender mejor por qué Jesús insiste en la necesidad de “orar siempre sin
desfallecer” (Lc 18, 1); porque se trata de mantener constantemente y en todo lugar una relación con el
Padre desde nuestra práctica de anunciar el Reino.

Jesús no comenzó los encuentros con sus discípulos con la oración; ni tampoco legisló tiempos de
oración, ni impuso prácticas de ayuno (incluso lo atacan por eso). Porque Jesús sabe que la oración no
está muchas veces donde la ponemos: en legislaciones, tiempos, frecuencias, métodos, técnicas, etc. La
oración está en la vida. Y Jesús nos da la esencia de lo que es la vida; donde hay comunidad. Ahí es
donde debemos ubicar la oración: en el compartir, el servir, el construir, el perdonar, el amar. La oración
es más una actitud filial que construye hermandad: es ser hijos de Dios que viven el mandamiento del
amor. Esta actitud es más radical. Por eso la oración no se arregla en las ramas.

Antes que actividad, la oración es actitud. Orar porque oró Jesús no es cuestión de obediencia, sino
entrar en la misma experiencia de Jesús: en la relación filial con Dios, encontrarnos con Dios. No
inventemos una forma de oración, ya está el Padrenuestro (que es experimentar al Padre en acción).
Tampoco veamos cantidades de oración, sino compartamos la misma lucha que Jesús realiza: anunciar a
los pobres la buena nueva (Lc 4, 16-21), y esa labor integrémosla corno oración. El contexto de la oración
de Jesús es la lucha en favor de los oprimidos. La oración de Jesús brota desde la parcialidad esencial de
Dios hacia los pobres y víctimas de este mundo y de su voluntad apasionada de liberarlos. Desde este
mismo contexto debe brotar nuestra oración: desde nuestra praxis liberadora.

La oración de Jesús la encontramos en el corazón de la vida, en medio de su compromiso apostólico, que


manifiesta a través de signos liberadores el apasionamiento por cumplir al máximo la voluntad del Padre.
Aquí encontrarnos la intención de Jesús: integrar su acción a la acción del Padre como una unidad sin
fisuras.

La acción no es para Jesús sólo el lugar donde transmite todo lo que sabe del Padre y del Reino, sino
también el lugar donde contempla la acción del Padre y donde se entrega en gratuidad absoluta.8

Cuando hablamos de oración hablamos de “hacer” oración: gran problema, difícil de resolver desde esta
óptica, pues siempre caemos en aquello de que “por el apostolado (o los estudios) no pude hacer
oración” (y muchas otras expresiones típicas de esta postura). Englobamos la oración en una práctica
determinada; y, ¿lo demás de la vida dónde queda, qué pasa? ¿No vale para la construcción del Reino? El
problema entonces no es “hacer oración”, sino ser oración, como Jesús. Ser creyente en la totalidad de la
vida: encontrarnos con Dios en toda la existencia; ser hijo en todo momento en la lucha por el anuncio
radical del Reino de Dios, y no sólo cuando “hago oración”. Debe haber confianza y obediencia absoluta
al Padre: “Padre, venga tu Reino”. Fomentar las actitudes que nos lleven al seguimiento de Jesús.

Por otro lado, la praxis de Jesús nos enseña que se opone a las prácticas religiosas, porque para él lo
importante es el encuentro con Dios, no las prácticas en sí mismas. Si Jesús está entre sus discípulos
como Camino, Verdad y Vida (Jn 14, 6), él es encuentro con Dios. Por eso, ante la pregunta que le hacen
los discípulos de Juan Bautista (todavía desde el Antiguo Testamento) sobre el por qué sus discípulos no
ayunan coMo lo hacen ellos y los fariseos, Jesús les contesta: ¿Pueden acaso los invitados a la boda estar
tristes mientras el novio está con ellos? (Mt 9, 15). Quien se encuentra con Jesús, se encuentra Con el
Padre (Cf. Jn 1 4, 9). Jesús nos ubica en el Nuevo Testamento. Ante Jesús todo cae, pues el seguimiento
de Jesús persona en la construcción del Reino es lo absoluto, ahí está el encuentro con Dios.

Sin embargo, nuestra mentalidad nos ha llevado has la afirmar que el único medio para unirnos con Dios
es la oración. Nos hemos quedado en las prácticas, estamos todavía en el Antiguo Testamento.
Asimismo, igualamos oración con la contemplación, cuando en realidad la contemplación es una práctica
de oración. Todas las dinámicas contemplativas gozan en la Iglesia de carta de ciudadanía, con grandes
aplausos y fuertes grupos de seguidores. No es el momento de analizar las causas de esta interpretación
de la oración a lo largo de nuestra historia. Simplemente advertimos que para la mayoría es más fácil
‘contemplar a Dios” que “cumplir su voluntad”; es menos comprometedor invocar a Jesús como ‘¡Señor,
Señor!” que unirse a la voluntad del Padre.

Espiritualidad ignaciana y oración del cristiano activo

Introducción

La espiritualidad de Ignacio de Loyola ha dicho algo importante sobre la oración. Las motivaciones
últimas del santo están cimentadas en el Evangelio. Su relación con el Dios mayor y su apasionado
servicio a los hombres y mujeres brotan del seguimiento de Jesucristo. Toda la experiencia ignaciana
puede iluminar ampliamente la espiritualidad y, por consiguiente, la oración de los cristianos
comprometidos con la causa de Jesús. Hay que ubicar esta vivencia tan importante como destinada a la
Iglesia, al jesuita y al seglar. Ignacio redescubre lo que Jesús nos enseña y nos propone pistas “para los
que están dispersos por el mundo”. Nos abre las puertas del encuentro con el Dios en la vida, en la lucha
diaria por construir el Reino de Dios.

Ignacio de Loyola da un paso radical en el planteamiento de su vivencia de oración: no ofrece una


oración para el contemplativo, sino para el cristiano activo.

Una espiritualidad para “encontrar a Dios en todas las cosas”

La espiritualidad de Ignacio parte de una experiencia de fe muy profunda, vivida hasta el fondo de la
realidad, como la proyecta y alimenta en los Ejercicios Espirituales. El santo se encontró con Dios y su
vida cambió de tal modo -nos lo dice él mismo en su Autobiografía- “que le parecían todas las cosas
nuevas”.9 Es una experiencia tan profunda que se siente “un hombre nuevo”, desde donde brota el
manantial de su espiritualidad. Se trata de la presencia y acción de Dios en su trabajo por anunciar la
liberación a los pobres y oprimidos de este mundo. Desde entonces, Ignacio comienza a ver el proyecto
salvífico y la presencia de Dios en todas las cosas, en todas las realidades. Y, además, buscó la manera de
que su vivencia no se quedara en él solamente, sino “que algunas cosas que observaba en su alma y las
encontraba útiles, le parecía que podrían ser útiles también a otros, y así las ponía por escrito”
(Autobiografía, 99).

Ignacio, pues, nos ayuda a ubicamos en la realidad mirándola como una sola, no como dividida ni
fraccionada. Invita a encontrar a Dios en esa realidad, pero sin dividirla y sin tratar de forzar el encuentro
con Dios en “un lugar sagrado”. El Dios siempre mayor nos habla de una presencia suya amplia y radical
en toda la realidad, de tal modo que no nos quedemos en la capilla como si ésta fuera el único sitio
exclusivo para su presencia. Más bien, nos da pistas para indicarnos en qué realidad se encuentra Dios.
De esta manera, el encuentro con Dios, como lo absoluto para el creyente, es abrirse a la realidad en la
que Dios dijo que estaba: los pobres de este mundo. O, como dice Porfirio Miranda: “La cuestión no está
en si alguien busca a Dios o no, sino si lo busca donde él mismo dijo que estaba”). 10

Si en algo insiste San Ignacio es en la honradez con lo real, a lo que hemos llamado el primer paso de
toda espiritualidad. Esta honradez primigenia consiste en ver la realidad tal cual es y reaccionar según
sean las exigencias que brotan de ella. 11

Nos pide mirar la realidad con los ojos de Dios, al modo de Dios: “a mirar la realidad de hoy y a
reaccionar con misericordia ante su tragedia, su inmensa pobreza que caracteriza de forma trágica y
espeluznante, nuestra época) 12

“Mirar con los ojos de Dios”

Dios mira a su creación entera con misericordia. Se conmueve ante el sufrimiento de los pueblos.13 Y su
reacción es un amor incondicional por sus hijos, que se traduce en la entrega del hijo para que el mundo
se salve (Jn 3, 16-17) y alcance la justicia de Dios.

La misericordia no lo es todo, debe ser historizada según sea la víctima que está herida en el camino, y
por ello, porque se trata de miles de millones de seres humanos, la misericordia en el mundo en que
vivirnos tiene que tornarse en justicia. Y a quien no le satisfaga este insustituible término, piense que lo
mínimo que hay que dar a quien se ama de verdad es lo que se le debe).14

“Mirar con los ojos de Dios” no consiste en actos de piedad o de oración con minúscula, sino en la
esencia misma de la vida. Se trata de apuntalar profundamente nuestra relación con el Padre de
Jesucristo y de servir a su Causa, “echar a andar” nuestra espiritualidad, vivir por el Espíritu con
mayúscula” en palabras de Casaldáliga. De aquí que la oración debe constituir una cualidad de nuestra
vida que nos haga capaces de hallar a Dios en todas las cosas. No es cuestión de inteligencia, sino del
corazón: ahí es donde se ora, en lo profundo de nosotros, en nuestro hondón.

Por eso, para mí, la experiencia primordial de oración va siendo cada vez más no la de hablar a Dios o
mirar a Dios, sino la de mirar el mundo “con los ojos de Dios’. He pasado por lo primero, por supuesto, y
sospecho que ha de pasar todo el mundo. Pero hoy me quedaría más bien con lo segundo; y es en esos
“ojos de Dios” donde creo haber contactado con Él).15

“Vencer todo afecto (amor) desordenado”

El secreto de Ignacio es unirse al corazón de Cristo. Toda su energía se libera en un encuentro de


corazones que responde a la invitación divina de seguir a Jesús, de enamorarse profundamente de su
Persona y de su Causa. Porque el amor ha de ponerse más en las obras que en las palabras (EE 230), pero
animados por una constante plegaria: pedir conocimiento interno de Jesucristo para en todo amar y
servir (EE 104). Todo esto debe llevarnos a buscar el centro de la espiritualidad ignaciana; captar que
toda la realidad procede del creador y que a Él regresa ésta, pero viendo el lugar preciso en que
podemos encontrarnos con Dios en esta realidad.16

Ignacio organiza una espiritualidad para trabajar en la realidad: primeramente, insiste en tener “la
intención recta” (buscar y desear encontrarnos con Dios en la realidad); enseguida, pide la negación de
mi voluntad y de mis deseos propios para poder experimentar la voluntad de Dios, quien realiza el Reino
(Constituciones, 282); luego, propone que examinemos nuestra conciencia, nuestras motivaciones, y
discernamos lo que es del Buen Espíritu; finalmente, invita a que nos ejercitemos diariamente en este
camino.

San Ignacio nos da la clave de la pedagogía para el encuentro con Dios; nos enseña a centrar el corazón,
a liberar todo afecto desordenado, porque éstos impiden el encuentro con Dios. A eso van los Ejercicios
Espirituales; “Para vencerse a sí mismo y ordenar su vida sin determinarse movido por alguna afección
desordenada” (EE 21). De esta manera, se posibilita el seguimiento de Cristo.17 Por eso San Ignacio le
daba más importancia a la abnegación de las pasiones que a la oración, porque le interesaba quitar todo
amor desordenado. Invita a preguntarnos cuáles son las motivaciones más profundas que están en el
fondo de todas mis acciones y operaciones.18
“Cumplir la voluntad de Dios”

Para Ignacio, lo absoluto no es la oración, sino la unión con la voluntad de Dios. Y, esto se puede lograr
en la oración y en la acción, en el silencio y en el ruido, en soledad y en compañía -en todas las
situaciones. Es más controlable encontrar y descubrir la voluntad de Dios en la vida diaria que en la
oración, pues en ésta es más posible enredarnos en nuestros propios engaños debido a nuestras
afecciones desordenadas. Por eso decía Ignacio: “De cada 100 contemplativos, 99 andan errados”, él nos
previene de absolutizar la “oración’ y lanzar sentencias inquisitorias simplemente porque creemos que
“hemos visto claro en la oración”. El historiador Astrain decía: “No le tengo más miedo que a los que
dicen: ‘he visto claro en la oración”. Se trata de pasar a la experiencia de Dios presente en toda la
existencia humana, y ésta hay que estructurarla como lugar de encuentro con Dios. El absoluto es Dios y
el encuentro es con El, no la oración.

San Ignacio ofrece una estructura de vida activa por el mundo: gira en la realidad que estoy viviendo: la
oración, la intención recta. No hay legislaciones, sólo extenderse por la vida anunciando el Reino en
permanente comunicación con el Señor. Así lo constatamos cuando ubica la cuestión de la oración en las
Constituciones. En la parte VI, cuando habla de los jesuitas ya admitidos en la Compañía: “serán personas
espirituales y aprovechadas para correr por la vía de Cristo N.S. [...]”. No parece darles otra regla en lo
que toca a la oración, sino aquella que la “discreta caridad les dictare” [582].

Sabe también que los escolares jesuitas todavía están en proceso de formación, de probación, y por eso
a ellos les indica ‘para cada día una hora de oración, ultra la misa” (Constituciones, 342). Ver también el
número 340 en el que les pide que se centren en su formación (en y para el apostolado) como
“encuentro con Dios”:

Pues el atender a las letras que con pura intención del divino servicio se aprenden, y piden en cierto
modo el hombre entero, será no menos, antes más grato a Dios Nuestro Señor por el tiempo del studio.

El camino tan atrevido por el que San Ignacio conduce al creyente es tremendamente radical:
encontrada la voluntad de Dios, ninguno que “tuviere juicio y razón” (EE 96) puede quedarse cruzado de
brazos. Es importante captar la trascendencia de la espiritualidad ignaciana para transformar la realidad:
buscar y hallar a Dios en todo conduce al cristiano a transformar sus relaciones interpersonales, el
apostolado, los estudios, la vida comunitaria, etc. Lleva a buscar la voluntad de Dios, a discernirla y a
cumplirla. Lleva a elegir a Dios y su voluntad por encima de todo.

De esta manera, podemos estar mejor conectados en la línea del Reino, en la línea del mandamiento de
Jesús y no en las hipócritas leyes farisaicas de las formas:

Si Dios fuera el Dios de las iglesias, la constatación que acabo de hacerte de cómo a unos parece que se
les regala la fe sin querer, mientras que otros no consiguen acceder a ella, sería algo injusto. Pero si es el
Dios bíblico, esto cabe perfectamente. La Iglesia parece necesitar que los hombres crean en Dios, para
que así le concedan importancia a ella, que es Su representante. El esquema bíblico (en el que nosotros
decimos que Dios se revela) es otro: la Revelación consiste en que Dios manifiesta un amor incondicional
a los hombres para, a cambio, pedir no que los hombres le amen a Él; sino que los hombres nos amemos
entre nosotros. Este es el verdadero interés de Dios, el mandamiento que “lo resume todo”, etc. [...]
Porque, en el amor incondicionado a los otros, se ejerce siempre una fe-amor que desborda a los
hombres y alcanza al mismo Dios, y que Jesús expresaba con aquella frase célebre: “a mí me lo
hicisteis”.19

Desde el seguimiento de Cristo en la historia personal y comunitaria es donde ubicamos la oración, el ser
oración; desde el encuentro con el hermano oprimido y la lucha por la liberación; desde nuestra
situación personal orientada hacia el pobre (vocación, sexualidad, personalidad, debilidades, etc.); desde
el buscar la voluntad de Dios como el norte de nuestra acción, de nuestra espiritualidad. De esta manera,
la oración es entrega de la vida, es búsqueda, pedir, agradecer, luchar, siempre en el contexto del
servicio-amor a los oprimidos, desde el amor al Señor de la historia. La oración es misión y la misión es
oración.

Si la oración no nos lleva a trabajar por los pobres de forma radical, preguntémonos por nuestras
afecciones desordenadas. Pero, no le echemos la culpa a Dios de nuestra infertilidad apostólica. En este
contexto, cabe muy bien el cuestionamiento que Jon Sobrino le hace a los Ejercicios Espirituales cuando
éstos no son vividos en radicalidad:

Hay que preguntarse, siguiendo la inquietud formulada por Carlos Cabarrús, por qué no nos cambian los
Ejercicios, por qué tantos siglos de dar Ejercicios a tantas personas, a tantos alumnos y ex-alumnos, a
tantos líderes, religiosos, eclesiásticos y jerárquicos, no han servido para descubrir y propiciar lo que es
central en el Evangelio; la predicación de la Buena Nueva a los pobres y oprimidos de este mundo; y por
qué todavía hoy es tan difícil que instituciones llevadas por jesuitas, colegios, universidades, descubran
eso que es central, por qué es tan difícil que los jesuitas acepten sinceramente -al menos en la teoría- la
fe-justicia y la opción por los pobres, y por qué es tan fácil, por otra parte, aducir argumentos para no
hacerlo, siendo así que otros, sin hacer necesariamente los Ejercicios, con la lectura del Evangelio y la
mirada puesta en la realidad, lo descubren y lo ponen en práctica.20

Algunas orientaciones prácticas de Ignacio de Loyola a varios jesuitas

Para san Ignacio, unirse a la voluntad de Dios es “oración formal”. Es decir, se trata de toda forma que
suscite fe, esperanza y amor. Por ejemplo, en una carta escrita en 1551 al P. Urbano Fernandes, le aclara
cuál es su postura sobre la oración:

6°. Cuanto a la oración y meditación, [...] veo que más aprueba procurar en todas cosas que hombre
hace hallar a Dios, que dar mucho tiempo junto a ella [a la oración]. Y ese espíritu desea ver en los de la
Compañía: que no hallen [si es posible] menos devoción en cualquier obra de caridad y obediencia que
en la oración o meditación; pues no deben hacer cosa alguna sino por amor y servicio de Dios N.S., y en
aquello se debe hallar cada uno más contento que le es mandado, pues entonces no puede dudar que se
conforma con la voluntad de Dios Nuestro Señor.21

Al P. Antonio Brandao le indica sobre el tiempo que los escolares jesuitas le deben dedicar a la oración lo
que ya había “legislado” en las Constituciones. [340 y 342]: “una hora allende de la misa” (Carta 67).
En una carta que Ignacio envió a uno de los más infatigables pioneros jesuitas en el Lejano oriente,
Gaspar Barceo, le escribía:

Si la región donde está usted prueba ser menos conducente a la meditación que en estas partes del
mundo, tanto menos habrá razón para prolongar la meditación ahí [...]. Donde existe un completo orden
de todo al divino servicio, todas las cosas son oración. Esta idea debe penetrar en cada miembro de la
Compañía, para quienes los ejercicios de caridad absorben una considerable cantidad del tiempo de
oración. Más aún, no se debe pensar que en estas obras de caridad se agrada menos a Dios que en la
oración.22

A un ecónomo, metido en el trabajo de la administración de los dineros, y, lleno de escrúpulos e


inquietudes a causa del tipo de trabajo, Ignacio le dice:

Del cargo de las cosas temporales, aunque en alguna manera parezca y sea distractivo, no dudo que
vuestra santa intención y dirección de lodo lo que tratáis a la gloria divina lo haga espiritual y muy grato
a su infinita bondad, pues las distracciones tomadas por mayor servicio suyo, y conformemente a la
divina voluntad suya, interpretada por la obediencia, no solamente pueden ser equivalentes a la unión y
recolección de la asidua contemplación, pero aun más aceptas, como procedentes de más violenta y
fuerte caridad (Carta 73).

A un escolar enfermo que pedía libros espirituales para “refección y consolación” de su espíritu, y con
estas lecturas aliviarse más rápido, Ignacio le aclara:

Así que, usad muy moderadamente todo ejercicio mental, y haced cuenta que la recreación exterior,
ordenada como se ha dicho, es oración, y que en ella agradáis a Dios Nuestro Señor, cuya gracia siempre
abunde en vuestra alma (Carta 120).

Francisco de Borja, estando todavía al mando de su ducado, tenía grandes problemas de conciencia
debido a que sus largas oraciones diarias no le permitían atender “los negocios del mundo”, pero que se
sentía inclinado a abundantes contemplaciones. Ignacio le indica:

[...] mejor dedique la mitad del tiempo de oración a estudiar, al gobierno de su estado y a
conversaciones espirituales; [...] que sin duda es mayor virtud del ánima y mayor gracia poder gozar de
su Señor en varios oficios y en varios lugares que en uno solo.

Rigurosa firmeza tiene San Ignacio sobre la oración. Insiste en una forma de valor más alto, pues el
buscar y hallar a Dios en todo procede de una caridad más fuerte. Lo que nos une a Dios es el amor y no
la razón. De ahí que los escolares encontrarán a Dios en los estudios de forma más agradable (mucho
más). Insiste en encontrar a Dios en todo y no sólo en la oración. Ignacio aprueba más la acción
(independiente ésta de cualquier oración; puede realizarse esta acción por la obediencia). Por eso no se
debe forzar a la oración, sino avanzar en el encuentro con Dios, cuya única condición es la purificación
interior. En seguida, todo puede ser oración, sin depender de la “oración” o de sentimientos. Esta
oración es distinta a otros tipos de oración: su acción es de tal modo que le une a Dios. Rahner dice: “No
se niega que se puede tener oración formal fuera de la oración formal. Pues toda relación con Dios es ya
oración formal.

La oración ignaciana nace del horizonte del Dios presente en toda la realidad. Para él no hay lugares
sagrados y profanos. Ni tampoco hay dos experiencias de Dios; en la contemplación y en la acción. Si se
pensara en la tal división, se caería en una vida dividida, fraccionada (y terriblemente fraccionante en el
individuo y en la comunidad). Se llegaría a caer en la terrible separación entre las prácticas de oración y
el apostolado (y hasta se llegaría a sospechar -si no es que ya- que la acción no lleva a Dios, o que Dios no
está en ella). Incluso, nos resulta más fácil encontrar a Dios en la naturaleza, en un rostro, en un cuadro,
que en la acción apostólica o en los estudios. Pero, resulta que la encarnación nos muestra que Dios está
en todo: salvando, redimiendo, liberando, perdonando, transformando sobre todo donde está más
cuestionado el nombre de Dios. Recordemos que se trata de un Dios activo, que trabaja siempre y junto
con el Hijo.

La Contemplación para Alcanzar Amor (EE 230-237) debería titularse: Contemplar a Dios Actuando,
dándonos, comunicándonos, para que nosotros también actuemos, comuniquemos de lo que tenemos y
nos demos a Él y a los demás.23

Ignacio era sumamente respetuoso de las personas. Por eso fue alérgico a dar normas en lo más
profundo de la persona. Además, optaba porque el Espíritu fuera quien inspirara al jesuita en la acción.
Por ejemplo, al P. Núñez E. le aclara:

Acerca de la instrucción que pedís para mejor proceder en el divino servicio en esta misión, espero os la
dará más cumplida el Espíritu Santo con la unción santa y don de prudencia que os dará, vistas las
circunstancias particulares (Carta 126).24

A la luz de esta vida espiritual tan profunda, entendemos mejor la gran súplica de Ignacio de Loyola -con
la que terminó más de 900 cartas “Y ruego a Dios Nuestro Señor a todos dé su gracia cumplida para que
su santísima voluntad siempre sintamos, y aquélla enteramente la cumplamos”.

Una nota característica de la oración ignaciana: ser oración las 24 horas del día

No se pone en cuestión ‘la hora diaria de oración” indicada por Ignacio a los escolares, ni lo que “la
discreta caridad le dictare” al profeso. Se trata más bien de abrir al jesuita y al cristiano activos a un
encuentro más amplio con Dios: en todo momento y en toda acción. De esta manera se evita el
absolutizar la oración como la única actividad de encuentro con Dios, y al mismo tiempo se impide el
posible y quizás inconsciente manipuleo de Dios en la oración personal.

Es importante comprender que encontrarnos con Dios es una gracia, no depende de nosotros: El es el
Dios mayor e inmanipulable, que se manifiesta a la hora y al modo que Él quiere.

En nosotros está el disponemos humildemente a encontrar a Dios.


Esta disposición es la que debemos poner en marcha continuamente. Se trata de la intención de
encontrarnos con Dios (la “recta intención” de san Ignacio) en cada actividad que realicemos en el día y
de mantener activa la búsqueda de Dios en toda acción. Pero, cuidemos de no “distraernos” en la acción
misma tratando de buscar a Dios con “una lupa especial”. Realicemos la acción con toda la radicalidad
posible: estudiar, discernir, acompañar una CEB, animar un grupo de jóvenes, participar en una marcha,
fortalecer una cooperativa, convivir comunitariamente, participar en la eucaristía, comer, descansar,
perdonar, pedir perdón, etc., y ahí estará Dios; en los signos de comunión y fraternidad. Todo esto es
oración formal. Porque el encuentro con Dios se da en la misión, en el cumplimiento cotidiano de la
voluntad de Dios: esa es la misión del verdadero cristiano.

Pero, no queremos afirmar que Dios es la acción misma. Bien sabemos que sobre todo “Dios es amor” y
que “el que no ama no conoce a Dios” (Jn 4, 8). Más bien decimos que a Dios lo conocemos en la acción
que nos lleva a amar a los demás como Él ama. Sólo en la lucha por amar a los oprimidos es como vamos
a encontrarnos con Dios. Sólo en el amor incondicional al débil es como servimos al Hijo de Dios.
Tampoco pensamos que la acción opaque a Dios y que excluya la contemplación de Dios.

Al trabajar junto con los pobres en la construcción del Reino de Dios, llevemos la intención de que en
cada acción queremos cumplir la voluntad de Dios. Y, por otro lado, estemos abiertos a captar que la
acción misma nos ofrecerá luces de la presencia del Buen Espíritu, aunque también aparecerán otras
fuerzas contrarias, como cizaña en medio del trigo: el mal espíritu. Y, que en un momento posterior, de
silencio interior, discernamos y dejemos que Dios nos hable y nos diga su palabra. Dejemos al Dios
mayor ser Dios, ser Otro (después vendría el discernimiento comunitario). Con esto consideramos que
ser oración las 24 horas del día implica hacer oración más momentos del día. Es una cuestión mucho más
exigente encontrarnos con Dios en toda la acción.

NOTAS

1. Cf. Quinta anotación (EE 5).


2. EE 104.
3. Pedro Casaldáliga, Espiritualidad de la liberación, CTR, México, 1993, pp. 170-171.
4. EE 107.
5. Enrique Gutiérrez. Martín del Campo, S.j. Ejercicios Espirituales, Cuaderno num. 3, CRT, México
1987, p. 169.
6. Ibid., pp. 174-175.
7. Pedro Casaldáliga, op. cit., p. 175.
8. Benjamín González Buelta, Bajar al encuentro con Dios. Vida de oración entre los pobres, Col. El
pozo de Siquem, num. 32, Sal Térrea, Santander, 1988, p. 58.
9. Cf. Autobiografía, 30.
10. Porfirio Miranda, Marx y la Biblia, p. 82.
11. J. Sobrino, “El seguimiento de Jesús pobre y humilde. Cómo bajar de la cruz a los pueblos
crucificados”, Boletín de Espiritualidad. Provincia Mexicana S.J., marzo de 1992, num. 28, p. 28.
12. Ibid., p. 29.
13. Cf. EE 101-109.
14. Op. cit., p. 30.
15. J Ignacio González Faus, “Carta a un amigo agnóstico”, Christus, México, marzo de 1992, núm.
653, p. 40.
16. EE 230-237.
17. Ver el papel de la segunda, tercera y cuarta semana en los Ejercicios.
18. Ver el papel de la primera semana en los Ejercicios, especialmente la meditación de los pecados
(EE 55-61).
19. J. Ignacio González Faus, art. cit., p. 38.
20. J. Sobrino, art. cit., pp. 23-24.
21. San Ignacio de Loyola, Obras completas, quinta edición, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid,
1991.
22. Esp. Ign, VI, 91, en William V. Bangert, S.J., Historia de la Companía de Jesús, Sal Terrae,
Santander, 1981, p. 69.
23. Enrique Gutiérrez, op. cit., p. 168.
24. Ver también cartas 46, 80 y 144.
LA DISCIPLINA IGNACIANA
Para descubrir a Dios en todas las cosas y dejarnos llevar por Él en nuestras decisiones, necesitamos una
disciplina. Le llamamos “disciplina ignaciana”, porque la retomamos de San Ignacio de Loyola, en la
disciplina que propone en sus ejercicios espirituales, para forjar la verdadera libertad que nos conduzca a
tomar las mejores decisiones en nuestra vida.

Hay tres elementos fundamentales en la disciplina ignaciana:

1. La oración
La oración es una disposición interna para descubrir la presencia del Espíritu en nuestra vida y dejarnos
conducir por Él, sabiendo que Dios nos guía hacia la vida plena, desde la historia. Hace uso de todos
nuestros sentidos para descubrir y experimentar ese Amor presente en todas las cosas. A través de lo
que vemos, oímos, olemos, tocamos y sentimos es como Dios se hace presente en nuestro corazón y
mueve nuestra voluntad.

Para Ignacio de Loyola, Dios es como un trabajador que se esmera en construir un hogar digno para sus
hijos e hijas. Dios es alguien que “labora por mí en todas la cosas creadas” y la oración ignaciana se dirige
a disponernos internamente para descubrir y experimentar el Amor del Padre, que trabaja por nuestra
plenitud.

Existe una actitud orante y una oración formal. La actitud orante tiene que ver con la contemplación en
la acción, el sorprenderte por el amor y la injusticia, estar atento a los signos de los tiempos. La oración
formal tiene que ver con un tiempo específico de silencio para establecer un diálogo con Dios y la
Historia.

Los pasos fundamentales para realizar una oración formal son:

a) Preparación. En la preparación trato de tranquilizarme. Se puede hacer escuchando música


suave, fijando la vista en un objeto de la habitación, mirando por la ventana, sintiendo los latidos
del corazón, paseando, etc. A medida que el corazón se va calmando, ir pensando
tranquilamente qué voy a hacer. Tengo que tener el material necesario para la oración, un texto
bíblico o algún texto espiritual. Y antes de empezar propiamente la oración realizo alguna
oración preparatoria donde pido que toda mi vida esté centrada en Jesús.

b) Desarrollo. En este momento realizo mi oración haciendo uso de alguna de las diferentes
maneras de orar: contemplación de una palabra, sintiendo a Dios en la respiración, meditación,
contemplación, aplicación de los sentidos, repetición, oración sobre la vida. Comienzo por cada
uno de los puntos de oración, considerando que la acción de Dios, y por tanto su liberación,
abarca toda mi persona: mis pensamientos, los sentidos, la manera de relacionarme con los
demás, con Dios, etc. Al final doy gracias a Dios por los frutos recibidos en este momento de
oración.

c) Examen de la oración. Realizo una evaluación de mi oración, para ver cómo fue mi preparación,
qué frutos tuve de la oración, qué me ha ayudado más, etc. Mucho ayuda hacerlo por escrito.

2. El examen de conciencia
El examen de conciencia consiste en recuperar cómo me fue en el día. No es un momento para juzgar
mis actos, sino para tomar conciencia de ellos. El examen puede hacerse mentalmente, pero mucho
ayuda hacerlo por escrito. Se recomienda hacerse diario, o por lo menos una vez a la semana, al final de
la noche. Los pasos para realizar el examen de conciencia, recomendados por San Ignacio, son los
siguientes:

f) Pedir luz y gracia para descubrir a Dios en lo vivido


Sereno mi corazón para compartir lo vivido con un Amigo muy especial. Pido luz para conocer las señales
y la acción de Dios en este día. Recuerdo que Jesús dejó su Espíritu para llevar a la creación a su plenitud,
y restaurarla al modo del Creador.

g) Agradecer los dones del día


Hago un repaso de lo vivido en el día: actividades, experiencias, encuentros, trabajos, etc. Le doy gracias
por todo lo vivido y pienso en qué momentos sentí una mayor cercanía con Jesús. Por lo experimentado
internamente es como me puedo dar cuenta de esta cercanía: esperanza, entrega, gratitud, servicio,
libertad, etc. Estos movimientos internos vienen acompañados de invitaciones, trata de ubicarlas y
agradecerlas.

h) Reconocer fallas (lo que sentí, lo que hice, lo que pensé)


Pienso en los descuidos que no permitieron obtener mayores frutos en el día. Reconozco si hubo alguna
insensibilidad ante las necesidades que encontré en el camino. Asumo las fallas en la construcción de la
fraternidad y la justicia con los hermanos.

i) Si hubo fallas graves, hacer una oración de perdón


Pido perdón a quienes hoy ofendí. Doy mi perdón a quienes me lastimaron. Me doy a mí mismo el
perdón que Jesús me regala.

j) Hacer un propósito para cumplir con su gracia


Si hubo falla grave, veo la manera de corregirla para el día de mañana. Renuevo mi amistad y mi deseo
de amar y servir: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo”. Le pido la bendición a María.

3. El Discernimiento de Espíritus

El discernimiento es simplemente “dejarse llevar” por el Espíritu, alcanzar la libertad necesaria para
dejarse conducir por Dios con la seguridad de que su modo es el mejor modo para nuestra realización
como seres humanos. El discernimiento es descubrir la fuerza de Dios (dinamismo de integración) y del
Mal (dinamismo de desintegración) en cada uno de nosotros. Discernir es conocer sus campos, conocer
dónde se asientan, conocer las tácticas que utilizan y sobre todo reconocer las reacciones personales
ante el buen y el mal impulso.

Discernir no es escoger entre el bien y el mal. Para esto ya están los mandamientos o el sentido común,
sino elegir siempre entre dos opciones buenas, entre un medio y otro medio más eficaz. Discernir es
estar con la mirada puesta en Cristo Jesús que muere y resucita y que me llama a colaborar con su tarea,
pero dentro de su propia lógica: la muerte que trae vida.

El discernimiento no es para deducir la Voluntad de Dios y sus proyectos para mí, hoy. Más bien, el
discernimiento nos dispone a reconocer en nuestros deseos y aspiraciones, aquéllos que pueden
atribuirse a Dios. Más aún, el discernimiento nos prepara a dar una respuesta personal e inédita a los
llamamientos del Evangelio, del Reino de Dios. Por tanto, el discernimiento es crear “nuestra” respuesta
–mía y de Dios-; es la creación común. El discernimiento nos aclara que no hay una voluntad particular
preestablecida para cada uno, sino una respuesta personal al deseo de Dios.
Dinámicas internas
El Buen Espíritu o dinámica de integración: proceso de humanización.
El Mal Espíritu o dinámica de desintegración: proceso de deshumanización.

Los impulsos que surgen del Buen Espíritu los denominamos “mociones” y con ello significamos todo lo
que lleva hacia Dios y su Reino. Las mociones son claridades o certezas que nos dejan con esperanza y
muestran el paso a dar en el seguimiento de Jesús. Por el contrario, denominamos “treta” todo aquello
que nos orienta en sentido opuesto: apartarnos de Dios y de su reinado. Las tretas normalmente
provienen de cosas buenas, pero que a la larga nos disminuyen en el seguimiento de Jesús.

Estados Espirituales
Estos impulsos se vehiculan o se expresan en dos estados básicos: la consolación y la desolación.

La Consolación: es un estado de ánimo que me saca de mí mismo, me hace contemplar como parte de un
mundo; me impulsa a buscar el amor y la justicia junto con otros; me deja un mayor sentido de vida y
gusto de vivir; existe una alegría duradera y fuerza para enfrentar las dificultades. La consolación da
quietud, fuerza interior, claridad del proyecto de Dios, y una satisfacción profunda.

La Desolación: es un estado de ánimo que me centra en mí mismo, me hace perder el sentido de vida,
desvalorizando lo que soy, me deja sumido en una tristeza y desesperanza que me estruja. Tiene alegrías
efímeras. La desolación da todo lo contrario a la consolación: oscuridad interior, turbación, inclinación a
las cosas superficiales, baja nuestra esperanza, nos hallamos sin amor, con flojera y tibieza.

Las Reglas básicas del discernimiento


Todo discernimiento se puede reducir a saber dar razón a esta doble pregunta:
¿Qué experimento?
¿A dónde me lleva?

El discernimiento consistirá en conservar la consolación, darle seguimiento a las mociones (invitaciones)


del Buen Espíritu que me muestra de distintas maneras y enfrentar las tretas (engaños) del Mal Espíritu
que pretenden paralizar mi compromiso con el Reino de Dios.

¿Qué hacer ante la consolación?


Ante la consolación del Señor, lo que toca es procurar agradecerla, y pedir que se interiorice en nosotros
el impulso que conlleva. Durante la consolación debemos renovar nuestros deseos fundamentales y
recordar el amor primero. Tomar fuerzas y prever qué hacer ante una próxima desolación.

¿Qué hacer ante una desolación?


La desolación puede ser una prueba de Dios o puede provenir del Mal Espíritu.
Cuando hemos puesto todo lo que está de nuestra parte para vivir en la consolación y, sin embargo,
sentimos sequedad y vamos perdiendo sentido y rumbo en la vida, podemos decir que es una prueba de
Dios. La desolación, como prueba, puede darse por tres causas: por ser negligentes o tibios en la vida del
espíritu (oración, examen, discernimiento); para saber cuánto somos sin tanto consuelo espiritual (seguir
un compromiso incluso en la sequedad), o para comprender que la consolación es gracia de Dios y nos la
entrega cuando a Él así le parece.

Sin embargo, cuando la desolación proviene del Mal Espíritu necesitamos seguir las siguientes
recomendaciones:
-No hacer mudanza de los propósitos anteriores.
-Por el contrario, hacer todo lo contario a las invitaciones del Mal Espíritu.
-Platicarlo con algún amigo que pueda ayudarnos, y no enredarnos más.
-Tener paciencia.
-Confianza en que el Señor tiene la última palabra.
-Revisar qué mecanismos personales están facilitando la desolación.

Un reflejo de la disciplina ignaciana será que tengas una libreta especial donde puedas escribir el examen
de la oración, el examen de conciencia y el discernimiento mensual.
Decreto sobre Identidad

“Un fuego que enciende otros fuegos”


Redescubrir nuestro carisma

Muchas llamas, un solo fuego: muchos relatos, una sola historia


1. La Compañía de Jesús durante casi quinientos años ha portado una llama, en medio de
innumerables circunstancias sociales y culturales, que la han desafiado intensamente a
mantenerla viva y ardiendo. Hoy las cosas no son diferentes. En un mundo que abruma a la
gente con una multiplicidad de sensaciones, ideas e imágenes, la Compañía busca mantener
viva la llama de su inspiración original, de manera que ofrezca luz y calor a nuestros
contemporáneos. Y lo hace transmitiendo un relato que ha soportado la prueba del tiempo, a
pesar de las imperfecciones de sus miembros y de todo el cuerpo, gracias a la continua
bondad de Dios, que nunca ha permitido que el fuego se extinga. Nuestra intensión aquí es
presentarla de nuevo como un relato vivo que, al entrar en contacto con las historias vitales de
la gente de hoy, pueda darles sentido, aportando un haz de luz en nuestro mundo roto.
2. Este relato continuado de la Compañía ha servido de fundamento, a lo largo de los siglos,
para numerosas experiencias de unidad-en-multiplicidad. Nosotros jesuitas quedamos con
frecuencia sorprendidos de que, a pesar de nuestros contextos y culturas diferentes, nos
sentimos notablemente unidos. A través de un discernimiento orante, de diálogo franco y de
conversaciones espirituales, una y otra vez hemos tenido el privilegio de conocernos como
uno en el Señor1: un cuerpo unido, apostólico, que busca lo mejor para el servicio de Dios en
la Iglesia y para el mundo. Esta experiencia de gracia nos recuerda la experiencia narrada en
la Deliberación de los Primeros Padres. Nuestros primeros compañeros, procedentes de
lugares tan diferentes y a pesar de que se reconocían “débiles y frágiles”, encontraron juntos
la voluntad de Dios en medio de tan gran diversidad de opinión2. Su “decidida atención y
vigilancia para iniciar un camino totalmente abierto” y el ofrecerse plenamente a él para la
mayor gloria de Dios, les permitió encontrar la voluntad de dios3. De este modo comenzaron
una historia; encendieron un fuego que fue transmitido de generación en generación a todos
aquellos que se encontraron con la Compañía, haciendo posible que las historias personales
de generaciones se hayan integrado en el conjunto de la historia de la Compañía. Esta historia
colectiva ha constituido el fundamento de su unidad; y en su centro estaba Jesucristo. A pesar
de las diferencias, lo que nos une a los jesuitas es Cristo y el deseo de servirle: no hacernos
sordos al llamamiento del Señor, sino prontos y diligentes para cumplir su santísima
voluntad4. Él es la imagen única del Dios invisible5, capaz de revelarse en todas partes, y en

1
Cf. Const. 671.
2
Cf. Deliberatio primorum Patrum, 1.5.
3
Deliberatio, 1.6.
4
EE.EE. 91.
5
2 Cor 4, 4; Col 1, 15; Heb 1,3.
una exacerbada cultura de imágenes, Él es la única imagen que nos une. Los jesuitas saben
quiénes son mirándole a Él.
3. Así pues, los jesuitas encontramos nuestra identidad no solos, sino en compañía: en compañía
con el Señor, que llama, y en compañía con otros que comparten esa llamada. Su raíz hay que
encontrarla en la experiencia de San Ignacio en La Storta. Allí, “puesto” con el Hijo de Dios
cargando con la cruz, y llamado a servirle, Ignacio y los primeros compañeros respondieron
ofreciéndose al Papa, Vicario de Cristo en la tierra, para el servicio de la fe. El Hijo, la
imagen única de Dios, Cristo Jesús, los une y los envía por el mundo entero. Él es la imagen
que está en el corazón mismo de la existencia de cada jesuita hoy día; y es esta imagen suya
la que queremos comunicar a los demás lo mejor que podamos.
Ver y amar al mundo como lo hizo Jesús
4. Para la vida y la misión de todo jesuita es fundamental esa experiencia que, sencillamente, le
pone con Cristo en el corazón del mundo6. Esta experiencia no es sólo un cimiento que se
colocó en el pasado y se olvida con el paso del tiempo; se mantiene viva y en progreso, se
alimenta y se profundiza a través del día a día de la vida del jesuita en comunidad y en
misión. Esta experiencia implica al mismo tiempo una conversión de y una conversión para.
San Ignacio, mientras se restablecía en su lecho de Loyola, comenzó una profunda
peregrinación interior. Gradualmente vino a caer en la cuenta de que aquellas cosas en las
cuales encontraba deleite no tenían ningún valor duradero, mientras que la respuesta a la
invitación de Cristo llenaba su alma de paz y de un deseo de conocer mejor al Señor. Pero,
como comprendería más tarde, este conocimiento sólo podía ganarse enfrentándose a la
falsedad de los deseos que le habían movido. Fue en Manresa donde tuvo lugar esta
confrontación. Allí el Señor, que le enseñaba como a un muchacho de escuela, suavemente le
preparó para comprender que se podía ver el mundo de otra manera: libre de afectos
desordenados7 y abierto a un amor ordenado de Dios y de todas las cosas en Dios. Esta
experiencia forma parte del camino de cada jesuita.
5. Estando en Manresa, Ignacio tuvo una experiencia junto al río Cardoner que abrió sus ojos de
tal modo que “le parecían todas las cosas nuevas”8, porque comenzó a verlas con ojos
nuevos9. La realidad se le hizo transparente, haciéndole capaz de ver a Dios que trabaja en lo
profundo de la realidad e invitándole a ‘ayudar a las almas’. Esta nueva visión de la realidad
condujo a Ignacio a buscar y hallar a Dios en todas las cosas.
6. Este entendimiento que Ignacio recibió le enseñó una manera contemplativa de situarse en el
mundo, de contemplar a Dios que actúa en lo hondo de la realidad, de gustar “la infinita
suavidad y dulzura de la divinidad, del alma y de sus virtudes y de todo”10. Ya desde la
contemplación de la Encarnación11, queda claro que Ignacio no pretende endulzar o falsificar
las realidades dolorosas. Más bien parte de ellas tal como son: pobreza, desplazamientos
forzados, violencia entre las gentes, abandono, injusticia estructural, pecado; pero entonces
señala cómo el Hijo de Dios nace dentro de esas realidades; y es aquí donde se encuentra
dulzura. Gustar y ver a Dios en la realidad es un proceso. El mismo Ignacio tuvo que
aprenderlo a través de muchas experiencias dolorosas. En La Storta recibió la gracia de ser

6
Cf. NC 246, 4º; 223 párrafos 3-4.
7
EE.EE. 21.
8
Autobiografía, 30.
9
Laínez, FN 1, 80.
10
EE.EE. 124.
11
EE.EE. 101 - 109.
puesto con el Hijo cargado con la cruz; de esta forma, tanto él como sus compañeros fueron
introducidos en la forma de vida del Hijo, con sus gozos y sus sufrimientos.
7. De modo semejante la Compañía hoy, al llevar a cabo su misión, experimenta la compañía
del Señor y el desafío de la Cruz12. El compromiso de “servicio de la fe y promoción de la
justicia”13, de diálogo con las culturas y las religiones14, lleva a los jesuitas a situaciones
límite donde encuentran energía y nueva vida, pero también angustia y muerte, donde “la
Divinidad se esconde”15. La experiencia del Dios oculto no puede siempre esquivarse, pero
incluso en lo profundo de la oscuridad cuando Dios parece oculto, puede brillar la luz
transformadora de Dios. Dios actúa intensamente en este ocultamiento. Resucitando de las
tumbas de la vida y de la historia personal, el Señor se aparece cuando menos lo esperamos,
consolando personalmente como un amigo16 y como el centro de una comunidad fraterna y
servidora17. De esta experiencia de Dios, que actúa en el corazón de la vida, surge siempre de
nuevo nuestra identidad como “servidores de la misión de Cristo”18.

Nuestro “modo de proceder”


8. Encontrar la vida divina en las profundidades de la realidad es una misión de esperanza
confiada a los jesuitas. Recorremos de nuevo el camino que tomó Ignacio. Como en su
experiencia, también en la experiencia, puesto que se abre un espacio de interioridad en el que
Dios actúa en nosotros, podemos ver el mundo como un lugar donde Dios actúa y que está
lleno de sus llamadas y de su presencia. Así nos adentramos con Cristo, que ofrece el agua
viva19, en zonas del mundo áridas y sin vida. Nuestro modo de proceder es descubrir las
huellas de Dios en todas partes, sabiendo que el Espíritu de Cristo está activo en todos los
lugares y situaciones y en todas las actividades y mediaciones que intentan hacerle más
presente en el mundo20. Esta misión de intentar “sentir y gustar” la presencia y la acción de
Dios en todas las personas y circunstancias del mundo nos coloca a los jesuitas en el centro
de una tensión, que nos impulsa, al mismo tiempo, hacia Dios y hacia el mundo. Surgen así,
para los jesuitas en misión, una serie de polaridades, típicamente ignacianas, que conjugan
nuestro estar siempre enraizados firmemente en Dios y, al mismo tiempo, inmersos en el
corazón del mundo.
9. Ser y hacer, contemplación y acción, oración y vivir proféticamente, estar totalmente unidos a
Cristo y completamente insertos en el mundo con Él como un cuerpo apostólico: todas estas
polaridades marcan profundamente la vida de un jesuita y expresan a la vez su esencia y sus
posibilidades21. Los Evangelios muestran a Jesús en relación profunda y amorosa con su
Padre y, al mismo tiempo, completamente entregado a su misión en medio de los hombres y
mujeres. Está continuamente en movimiento: desde Dios, para los demás. Este es también el
modelo jesuita: con Cristo en misión, siempre contemplativos, siempre activos. Esa es la

12
EE.EE. 53.
13
CG 32, d. 2.
14
CG 34, 2, 19-21.
15
EE.EE. 196.
16
EE.EE. 224.
17
Mt 18, 20.
18
CG 34, D. 2.
19
Cf. Jn 4, 10-15.
20
Cf. Gaudium et Spes, 22; también CG 34, D. 6.
21
Cf. Peter-Hans Kolvenbach, Sobre la Vida Religiosa, La Habana (Cuba): 1 de junio 2007, p. 1.
gracia, y también el desafío creativo, de nuestra vida religiosa apostólica, que debe vivir esta
tensión entre oración y acción, mística y servicio.
10. Tenemos que examinarnos críticamente para mantenernos siempre conscientes de la
necesidad de vivir con fidelidad esta polaridad de oración y servicio 22. Sin embargo, no
podemos abandonar esta polaridad creativa, puesto que caracteriza la esencia de nuestras
vidas como contemplativos en la acción, compañeros de Cristo enviados al mundo23. En
aquello que hacemos en el mundo tiene que haber siempre una transparencia de Dios.
Nuestras vidas deben provocar estas preguntas: “¿quién eres tú, que haces esas cosas... y que
las haces de esa manera?”. Los jesuitas deben manifestar, especialmente en el mundo
contemporáneo de ruido y estímulos incesantes, un fuerte sentido de lo sagrado,
inseparablemente unido a una implicación activa en el mundo. Nuestro profundo amor a Dios
y nuestra pasión por su mundo deberían hacernos arder, como un fuego que enciende otros
fuegos. Porque, en último término, no hay ninguna realidad que sea sólo profana para
aquellos que saben cómo mirar24. Debemos comunicar esta forma de mirar y ofrecer una
pedagogía, inspirada por los Ejercicios Espirituales, que lleve a otros a ello, especialmente a
los jóvenes. Así llegarán a mirar el mundo como San Ignacio lo hizo, a medida que su vida se
desarrollaba desde lo que había comprendido en el Cardoner hasta la futura fundación de la
Compañía con su misión de llevar el mensaje de Cristo hasta los confines de la tierra. Esta
misión, enraizada en su experiencia, continúa hoy día.

Una vida configurada por la visión de la Storta


11. San Ignacio tuvo la experiencia más significativa para la fundación de la Compañía en la
pequeña capilla de La Storta en su camino hacia Roma. En esta gracia mística vio claramente
“que el Padre le ponía con Cristo, su Hijo”25, como el mismo Ignacio había rogado con
insistencia a María. En La Storta, el Padre ponía a Ignacio con su Hijo cargado con la cruz y
Jesús lo aceptaba diciendo: “Quiero que tú nos sirvas”. Ignacio se sintió personalmente
confirmado y sintió confirmado al grupo, en el plan que movía sus corazones de ponerse al
servicio del Vicario de Cristo en la tierra. “Ignacio me dijo que Dios Padre imprimió estas
palabras en su corazón: ‘Ego ero vobis Romae propitius’”26. Pero esta afirmación no hizo que
Ignacio soñara con caminos fáciles, puesto que dijo a sus compañeros que en Roma
encontrarían “muchas contradicciones”27, y que incluso podrían ser crucificados. Es del
encuentro de Ignacio con el Señor en La Storta de donde nace la vida futura de servicio y
misión de los compañeros con sus rasgos característicos: seguir a Cristo cargado con la Cruz;
fidelidad a la Iglesia y al Vicario de Cristo en la tierra y vivir como amigos del Señor –y por
eso amigos en el Señor- formando juntos un único cuerpo apostólico.
Siguiendo a Cristo
12. Seguir a Cristo cargado con su Cruz significa abrirnos con Él a todo tipo de sed que aflija hoy
a la humanidad. Cristo mismo es alimento, la respuesta a toda hambre y a toda sed. Él es el
pan de vida que, al saciar a los hambrientos, los congrega y los une28. Él es el agua de vida29,

22
Cf. P-H Kolvenbach, Sobre la Vida Religiosa, p. 3.
23
CG 33, CG 34.
24
Cf. Pierre Teilhard de Chardin, Le Milieu Divin (London: Collins, 1960; original 1957), p. 55.
25
Autobiografía, 96.
26
Laínez, FN II, 133.
27
Autobiografía, 97.
28
Mc 6, 31-44 par.
el agua viva de la que habló a la mujer samaritana, en un diálogo que sorprendió a sus
discípulos porque le condujo, como agua que corre libremente, más allá de las orillas de lo
que es cultural y religiosamente habitual a un intercambio con una persona con quien, según
sus costumbres, le estaba totalmente prohibido conversar. Al salir a su encuentro, Jesús se
abrió a la diferencia y a nuevos horizontes. Su ministerio trascendió las fronteras. Invitó a sus
discípulos a ser conscientes de la acción de Dios en lugares y en personas que ellos se
inclinaban a evitar: Zaqueo30, la mujer sirofenicia31, los centuriones romanos32, un ladrón
arrepentido33. Como agua que da vida34 a todo el que está sediento, se mostraba interesado
por todas las zonas áridas del mundo; y, así, en cualquiera de estas zonas áridas, Él puede ser
aceptado, ya que todos los sedientos pueden llegar a comprender lo que significa el agua viva.
Esta imagen del agua viva puede dar vida a todos los jesuitas en tanto que servidores de
Cristo en su misión, porque, habiendo gustado ellos mismos de esta agua, estaremos ansiosos
de ofrecerla a todos los sedientos y de llegar así a gentes situadas más allá de las fronteras -
donde quizás el agua no haya brotado todavía- para llevar una nueva cultura de diálogo a un
mundo rico, diverso y polifacético.
13. Seguir a Cristo cargado con su Cruz significa anunciar su Evangelio de esperanza a los
innumerables pobres que habitan hoy nuestro mundo. Las muchas “pobrezas” del mundo
representan los tipos de sed que, en último término, sólo puede aliviar quien es agua viva.
Trabajar por su Reino significará frecuentemente salir al paso de necesidades materiales, pero
siempre significará mucho más, porque la sed de los seres humanos tiene muchas
dimensiones; y es a seres humanos a quienes se dirige la misión de Cristo. Fe y justicia; nunca
una sin la otra. Los seres humanos necesitan alimento, cobijo, amor, relaciones, verdad,
sentido, promesa, esperanza. Los seres humanos necesitan un futuro en el que puedan
aferrarse a su plena dignidad; en realidad, necesitan un futuro absoluto, una “gran esperanza”
que sobrepase toda esperanza particular35. Todas estas cosas están presentes en el corazón de
la misión de Cristo, la cual era siempre más que material, como se ve con particular claridad
en su ministerio de curación. Al curar al leproso, Jesús lo devuelve a la comunidad, le da un
sentido de pertenencia. Nuestra misión encuentra su inspiración en este ministerio de Jesús.
Siguiendo a Jesús, nos sentimos llamados no sólo a llevar ayuda directa a la gente que sufre,
sino también a restaurar a las personas en su integridad, reincorporándolas a la comunidad y
reconciliándolas con Dios. Ello exige muchas veces un compromiso a largo plazo, ya sea en
la educación de los jóvenes, en el acompañamiento espiritual de los Ejercicios, en el trabajo
intelectual o en el servicio a los refugiados. Esta es la manera como intentamos ofrecernos
totalmente a Dios, para su servicio, ayudados por la gracia y desplegando todas las
competencias profesionales que tengamos.
14. La manera de actuar del Hijo nos suministra el modelo como nosotros debemos actuar al
servicio de su misión36. Jesús predicó el Reino de Dios; en realidad, ese Reino se dio con su
misma presencia37. Y se mostró como alguien que ha venido al mundo no para hacer su
propia voluntad, sino la voluntad del Padre del cielo. Toda la vida de Jesús fue una kenosis y

29
Jn 4, 7-15.
30
Lc 19, 1-10.
31
Mc 7, 24-30.
32
Lc 7, 2-10; Mc 15, 39.
33
Lc 23, 39-43.
34
Jn. 7, 38.
35
Benedicto XVI, Carta Encíclica Spe Salvi, (30 de noviembre de 2007). Cf. párrafos 4 y 35.
36
EE.EE. 91-98.
37
Mc 12, 28; Lc 11, 20; 17, 21.
afrontó las situaciones por el olvido de sí mismo, buscando no ser servido, sino servir y dar su
vida en rescate por muchos38. De ese modo, encarnación y misterio pascual se despliegan en
su modo de vida; y, al unirnos con Él, su modo de vida será también el nuestro. Como
compañeros suyos en la misión, su camino es nuestro camino.
15. Siguiendo este camino, los jesuitas confirmamos hoy todo lo que fue declarado en las tres
últimas Congregaciones Generales sobre la misión de la Compañía. El servicio de la fe y la
promoción de la justicia, indisolublemente unidos, siguen estando en el corazón de nuestra
misión. Esta opción cambió el rostro de la Compañía. La hacemos nuestra una vez más y
recordamos con gratitud a nuestros mártires y a los pobres que nos han nutrido
evangélicamente en nuestra propia identidad de seguidores de Jesús: “Nuestro servicio,
especialmente el de los pobres, ha hecho más honda nuestra vida de fe; tanto individual como
corporativamente”39. Como seguidores de Cristo hoy, salimos también al encuentro de
personas diferentes de nosotros en cultura y religión, conscientes de que el diálogo con ellas
es también parte integrante de nuestro servicio de la misión de Cristo40. En cualquier misión
que realizamos, buscamos sólo estar donde Él nos envía. La gracia que recibimos como
jesuitas es estar y caminar con Él, mirando al mundo con sus ojos, amándolo con su corazón
y penetrando en sus profundidades con su compasión ilimitada.

En la Iglesia y para el mundo


16. Reconociéndonos enviados con Jesús como compañeros consagrados a Él en pobreza,
castidad y obediencia, a pesar de que somos pecadores, escuchamos atentamente las
necesidades de la gente, a la que deseamos servir. Hemos sido escogidos para vivir como
compañeros suyos en un único cuerpo gobernado por medio de la cuenta de conciencia y que
se mantiene unido por la obediencia: hombres de y para la Iglesia bajo obediencia al Sumo
Pontífice, a nuestro Padre General y a los superiores legítimamente designados 41. En todo
esto, nuestro objetivo es estar siempre dispuestos para el bien más universal, buscando
siempre el magis, lo que es verdaderamente mejor, para la mayor gloria de Dios42. Es esta
disponibilidad para la misión universal de la Iglesia lo que marca a nuestra Compañía de una
manera particular, da sentido a nuestro voto especial de obediencia al Papa y hace de nosotros
un único cuerpo apostólico dedicado a servir, en la Iglesia, a los hombres y mujeres en
cualquier lugar.
17. Es sobre todo en la obediencia donde la Compañía de Jesús debería ser distinta de otras
familias religiosas. Basta recordar la carta de San Ignacio, en la que escribe: “En otras
religiones podemos sufrir que nos hagan ventaja en ayunos y vigilias, y otras asperezas que,
según su instituto, cada una santamente observa; pero en la puridad y perfección de la
obediencia, con la resignación verdadera de nuestras voluntades y abnegación de nuestros
juicios, mucho deseo, hermanos carísimos, que se señalen los que en esta Compañía sirven a
Dios nuestro Señor”43. Es en la obediencia del Suscipe donde San Ignacio se fijó a la hora de
subrayar lo que daba a la Compañía su distintivo diferente.
Como una comunidad religiosa apostólica

38
Mc. 10, 45.
39
CG 34, d. 2, n. 1.
40
CG 34, d. 2.
41
Cf. EE.EE. 352-370.
42
Cf. EE.EE. 23; Const. 622.
43
MHSI, MI, Epp IV, 669-681.
18. Junto con la obediencia, los votos de pobreza y castidad de los jesuitas nos permiten ser
configurados en la Iglesia a imagen del mismo Jesús44: ellos expresan además de forma clara
y visible nuestra disponibilidad a la llamada del Señor. Esta disponibilidad se expresa de
formas muy variadas, según la vocación particular de cada uno. Así, la Compañía se ve
enriquecida y bendecida con la presencia de hermanos, coadjutores espirituales y padres
profesos, los cuales, todos juntos, como compañeros en una familia -animada en particular
por la presencia de los compañeros en formación- son servidores de la misión de Cristo según
las gracias otorgadas a cada uno45. De ese modo, los jesuitas vivimos nuestra vida consagrada
en respuesta a gracias diferentes. Nosotros actuamos como ministros sacramentalmente en el
corazón de la Iglesia, celebramos la Eucaristía y los demás sacramentos y predicamos
fielmente la palabra de Dios. Llevamos esa palabra hasta los confines de la tierra, buscando
compartir su riqueza con gentes de todas partes.
19. La diferenciación de funciones y ministerios de los jesuitas encuentra su complemento
necesario en una vida de compañeros, vivida en comunidad. Nuestra vida en común atestigua
nuestra amistad en el Señor, un compartir unidos la fe y la existencia, sobre todo en la
celebración de la Eucaristía. Seguir a Jesús en común apunta a la experiencia de los
discípulos caminando con su Señor. La identidad del jesuita y la misión del jesuita están
enlazadas por la comunidad; efectivamente, identidad, comunidad y misión son una especie
de tríptico que arroja luz para encender del mejor modo posible nuestra condición de
compañeros. Y esta condición pone de relieve cómo personas con distintos antecedentes y
diferentes talentos pueden vivir juntas como verdaderos “amigos en el Señor.” La identidad
jesuita es relacional; crece en, y a través de, nuestra diversidad de culturas, nacionalidades y
lenguas, enriqueciéndonos y desafiándonos. Se trata de un proceso que iniciamos al entrar en
la Compañía y en el que crecemos día a día. En la medida en que lo hacemos así, nuestra vida
comunitaria puede llegar a ser atrayente para la gente, invitando, sobre todo a los jóvenes, a
“venir y ver”46,a unirse a nosotros en esta vocación, a ser con nosotros servidores de la misión
de Cristo. Nada más deseable y más urgente hoy día, puesto que el corazón de Cristo arde en
amor por este mundo, con todos sus problemas, y busca compañeros que puedan servirlo con
Él.
Un nuevo contexto – Hacia nuevas fronteras
20. Servir a la misión de Cristo hoy implica prestar especial atención a su contexto global. Este
contexto requiere de nosotros actuar como un cuerpo universal con una misión universal,
constatando, al mismo tiempo, la radical diversidad de nuestras situaciones. Buscamos servir
a los demás en todo el mundo, como una comunidad de dimensiones mundiales y,
simultáneamente, como una red de comunidades locales. Nuestra misión de fe y justicia, de
diálogo de religiones y culturas, ha alcanzado dimensiones que no permiten ya concebir al
mundo como un conjunto de entidades separadas: debemos verlo como un todo unificado
donde todos dependemos unos de otros. Globalización, tecnología y problemas
medioambientales han desafiado nuestras fronteras tradicionales y han reforzado nuestra
conciencia de que tenemos una responsabilidad común del bienestar del mundo entero y su
desarrollo de una manera sostenible y generadora de vida47.
21. Las culturas consumistas actuales no fomentan la pasión y el celo, sino más bien la adicción y
la compulsión. Están pidiendo resistencia. Será necesaria e inevitable una respuesta

44
2 Cor. 3,18.
45
Const. 511.
46
Jn. 1, 39.
47
Cf. Globalización y Marginación, Secretariado de Justicia Social, Febrero 2006, Roma, pp. 16-17.
compasiva a estas formas de malestar cultural, si hemos de compartir la vida de nuestros
contemporáneos. En circunstancias tan cambiantes se ha hecho imperativa nuestra
responsabilidad como jesuitas de colaborar a múltiples niveles. Así, nuestras provincias
deben trabajar cada vez más juntas. Igualmente debemos trabajar con los demás: religiosos y
religiosas de otras comunidades; laicos; miembros de movimientos eclesiales; personas que
comparten nuestros valores pero no nuestras creencias; en una palabra: todas las personas de
buena voluntad.
22. Dios ha creado un mundo con diversidad de habitantes, y eso es bueno. La creación expresa
la rica belleza de este mundo amable: personas que trabajan, ríen, prosperan juntas 48, son
signos de que Dios está vivo entre nosotros. Sin embargo, la diversidad se convierte en
problemática cuando las diferencias entre las personas se viven de tal manera que unos pocos
prosperan a expensas de otros que son excluidos, de modo que hay gentes que luchan, se
matan unos a otros resueltos a destruirse49. Entonces Dios sufre en Cristo en con el mundo, y
quiere renovarlo. Aquí es precisamente donde se sitúa nuestra misión. Y es aquí donde
tenemos que discernirla siguiendo los criterios del magis50 y del bien más universal51. Dios
está presente en las tinieblas de la vida decidido a hacer nuevas todas las cosas. Y necesita
colaboradores en esta empresa: gente cuya gracia consiste en ser recibidos debajo de la
bandera de su Hijo52. Nos esperan las ”naciones”, más allá de definiciones geográficas,
”naciones” que hoy incluyen a los pobres y desplazados, a los que están aislados y
profundamente solos, a los que ignoran la existencia de Dios y a los que usan a Dios como un
instrumento para fines políticos. Hay nuevas “naciones” y hemos sido enviados a ellas53.
23. Recordando al Padre Jerónimo Nadal, podemos afirmar con él: “El mundo es nuestra casa”54.
Como decía recientemente el Padre Kolvenbach: “un monasterio estable no nos sirve, porque
nosotros hemos recibido el mundo entero para hablarles de la buena noticia... no nos
encerramos en un claustro, sino que permanecemos en el mundo entre la multitud de hombres
y mujeres que el Señor ama, puesto que están en el mundo”55. Todos los hombres y mujeres
nos preocupan de cara al diálogo y a la proclamación, porque nuestra misión es la misma que
la de la Iglesia: descubrir a Jesucristo en los lugares donde hasta ahora no lo hemos
descubierto y revelarlo donde nunca antes se le vio. En otras palabras, buscamos “encontrar a
Dios en todas las cosas”, siguiendo lo que San Ignacio nos propone en la “Contemplación
para alcanzar amor”56. El mundo entero se transforma en objeto de nuestro interés y de
nuestros desvelos.
24. Así pues, a medida que cambia el mundo, cambia también el contexto de nuestra misión; y las
nuevas fronteras nos envían señales que requieren nuestra respuesta. Por ello nos sumergimos
más profundamente en ese diálogo con religiones que nos podrían enseñar que el Espíritu
Santo está actuando en todo este mundo que Dios ama. Nos volvemos también a la “frontera”
de la tierra, cada vez más degradada y saqueada. También aquí, con pasión por la justicia

48
Cf. EE.EE. 106.
49
Cf. EE.EE. 108.
50
Cf. EE.EE. 97.
51
Const. 622.
52
Cf. EE.EE. 147.
53
Adolfo Nicolás, Homilía en el Día después de su Elección como Superior General de la Compañía de Jesús, Iglesia
del Gesù, Roma, 20 de enero 2008.
54
Jerónimo NADAL, 13a Exhortatio Complutensis (Alcalá, 1561), 256 (MHSI 90, 469-470).
55
Homilía Regimini Militantis Ecclesiae, al celebrar, el 27 de septiembre 2007, el aniversario de la aprobación de la
Compañía de Jesús.
56
Cf. EE.EE. 230-237.
medioambiental, hallaremos al Espíritu de Dios que busca liberar a esta creación dolorida que
nos pide un espacio para vivir y respirar.
Ite, inflammate omnia
25. Cuentan las crónicas que, cuando San Ignacio envió a San Francisco Javier al Oriente, le dijo:
“Id, inflamad todas las cosas”. Con el nacimiento de la Compañía de Jesús, un fuego nuevo se
encendió en un mundo en transformación. Se inició una forma novedosa de vida religiosa, no
por industria humana, sino como una iniciativa divina. El fuego que entonces se prendió
continúa ardiendo hoy en nuestra vida de jesuitas, “un fuego que enciende otros fuegos”,
como se dice sobre San Alberto Hurtado. Con ese fuego, somos llamados a inflamar todas las
cosas con el amor de Dios57.
26. Hoy se plantean nuevos retos a esta vocación. Vivimos nuestra identidad como compañeros
de Jesús en un contexto en el que múltiples imágenes, las innumerables caras de una cultura
fragmentada, compiten buscando nuestra atención. Se introducen en nosotros, echan raíces en
la fértil tierra de nuestros deseos naturales, y nos llenan de sensaciones que bullen en nuestro
interior y se apoderan de nuestros sentimientos y decisiones sin que nos demos cuenta. Pero
conocemos y proclamamos una imagen, Jesucristo, que es verdadera imagen de Dios y
verdadera imagen de la humanidad, el cual, cuando lo contemplamos, se hace carne en
nosotros, sanando nuestras rupturas internas, y reconstruyéndonos como personas, como
comunidades, y como un cuerpo apostólico consagrado a la misión de Cristo.
27. Para vivir esta misión en nuestro mundo roto necesitamos comunidades fraternas y gozosas en las que
alimentemos y expresemos con gran intensidad la única pasión que puede unificar nuestras diferencias
y dar vida a nuestra creatividad. Esta pasión crece con cada nueva experiencia del Señor, cuya
imaginación y amor por nuestro mundo son inagotables. Este amor nos invita a “la participación en la
misión del enviado del Padre en el Espíritu, mediante el servicio siempre en superación, por amor, con
todas las variantes de la cruz, a imitación y en seguimiento de ese Jesús que quiere reconducir a todos
los hombres y toda la creación a la gloria del Padre”58.

57
Lc 12, 49.
58
P. Arrupe, “Trinitarian Inspiration of the Ignatian Charism”, in: Five Recent Documents from Fr. General Pedro
Arrupe, S.J., on Spirituality for Today’s Jesuits, New Orleans, Southern Printing Co., Inc., 1980, pp. 67-111, cf. p. 93.
REGLAS DEL DISCERNIMIENTO (Texto de EE)
313. AVISOS PARA INTERPRETAR Y MANEJAR LOS MOVIMIENTOS DE DENTRO DE UNO
MISMO, APROPIADOS PARA PRIMERA SEMANA

314. 1. Quien va sin libertad ni rumbo en la vida se suele contentar con éxitos y placeres
imaginarios y falsos, con los que se siente bien y seguro en su desvío y avanza más en él; y
al contrario: se inquieta y preocupa cuando atiende a su conciencia y razona.

315. 2. A la inversa: quien empieza a dominarse a sí mismo y a ser libre y vivir con rumbo en su
vida, a veces se inquieta o desanima por temores infundados y dificultades imaginarias o
falsas amenazas; y encuentra tranquilidad y ánimo al sentir claridad y fortaleza para seguir
adelante en su camino.

316. 3. Son positivos los movimientos interiores que lo entusiasman a uno por lo definitivamente
importante o lo llevan a querer ser libre y no vivir atado o a desear encaminarse con buen
rumbo; por ejemplo, la confianza, la alegría y el empeño y gusto en lo que tiene que ver con
nuestro destino, que dejan dentro de uno sentimientos de tranquilidad y de paz.

317. 4. Se dan también movimientos interiores y estados de ánimo negativos, como de


obscuridad y confusión, de caos interior, de desconfianza, desánimo y flojera para todo lo
que tiene que ver con tomar en serio la vida, con sensaciones de absurdo y de que no vale la
pena y con impulsos a olvidarse de todo esto y refugiarse en lo contrario; y entonces le
vienen a uno pensamientos contrarios a los que le vienen cuando se siente en estados de
ánimos positivos.

318. 5. En estos estados interiores negativos no se deben cambiar las decisiones ya tomadas
antes en momentos mejores; porque, como en éstos hay claridad para señalarse un buen
rumbo, así en los otros hay obscuridad, confusión y falta de libertad para hacerlo.

319. 6. En estas situaciones negativas es muy provechoso actuar directamente contra ellas,
dedicando más empeño y tiempo a los diversos ejercicios, como a la reflexión o al vigilarse a
sí mismo, y evitando buscar complacerse o dejarse llevar, o hasta procurándose alguna
molestia externa por ir más en contra de los movimientos negativos que lo invaden por
dentro.

320. 7. En un estado negativo uno ha de ser consciente de lo débil que es; pero al mismo
tiempo ha de estar seguro de que es capaz de salir adelante, por difícil que parezca.

321. 8. En esas situaciones ayuda a esforzarse en aguantarlas con paciencia, y al mismo


tiempo pensar que son pasajeras y no suelen durar, luchando contra ellas como el aviso 6 se
dice.

322. 9. Estos estados de ánimo negativos pueden darse en tres formas principales: primera,
para que nos demos cuenta de nuestros descuidos y de que andamos haciendo muy a
medias nuestros ejercicios; segunda, como una prueba, que nos ayude a medir nuestro
aguante y nuestra resistencia en los momentos difíciles; y tercera, para que seamos
realistas, y no creamos que todo va a ser siempre sencillo y grato, ni nos ilusionemos con
entusiasmos que pueden acabarse, ni nos juzguemos demasiado capaces a nosotros
mismos.

323. 10. En los momentos mejores es bueno prever cómo podrá reaccionar uno cuando pasen
ellos y vengan los peores, y se ha de dar uno ánimo y fuerza para entonces.

324. 11. En los momentos de entusiasmo hay que ser realista y recordar los ratos de pesimismo
y de desánimo; y al revés: en los malos ratos hay que acordarse de los buenos y
convencerse de que uno puede salir adelante.

325. 12. Ante un estado de ánimo negativo, lo mejor es reaccionar con energía; porque si uno
se va dejando llevar poco a poco, cada vez va siendo más difícil que reaccione y acaba por
hacérsele casi imposible.

326. 13. Cuando uno se va atando y desviando y va perdiendo libertad y rumbo, es fácil que
quiera que nadie sepa lo que le pasa o está haciendo, y que lo quiera tener todo como en
secreto; porque en el fondo quisiera engañarse y sabe que una persona de buen juicio le
estorbaría, ayudándole a desenmascarar su engaño y a comprender y corregir sus errores.

327. 14. Más fácilmente pierde uno libertad y dominio de sí en aquello en que es más débil o
más inclinado a hacerse tonto, y por eso allí es donde más debe cuidarse.

AVISOS MÁS FINOS PARA LO MISMO, APROPIADOS PARA SEGUNDA SEMANA

328. Avisos más finos para lo mismo, apropiados para la segunda semana

329. 1. El camino de Jesús es de alegría profunda, y no de tristeza o confusión. Estas son


contrarias a Jesús y proceden de engaños, falsedades o apariencias.

330. 2. Una alegría y paz profunda e inesperada descubre la presencia de Jesús, que invita y
atrae hacia lo suyo. Por “inesperada” se entiende que no venga de imaginaciones,
sentimientos o razonamientos con que uno la ande procurando.

331. 3. Estos empeños nuestros (imaginaciones, razonamientos, etcétera) pueden dar origen a
diversos tipos de entusiasmos y satisfacciones: unos que nos impulsan a la libertad en la
causa de Jesús y otros que lo hacen en sentido contrario.

332. 4 Es muy común empezar con buen rumbo y terminar perdiéndolo, o empezar con libertad
y terminar con ataduras, por no descubrir cómo uno mismo poco a poco se engaña.

333. 5 Hemos de estar muy atentos a los procesos de nuestros pensamientos y planteos: si de
principio a fin son positivos, para seguirlos; pero si empiezan con buen rumbo y luego van
desviándose, o se va perdiendo la verdadera libertad, o la tranquilidad y paz profundas,
entonces habrá que resistirse a ellos.
334. 6. Cuando esto anterior sucede, ayuda mucho detenerse a revisarlo: cómo poco a poco se
fue cayendo en el engaño y se fue perdiendo la libertad, y se fue uno apartando de Jesús y
su causa; y cómo se perdió la alegría y la paz interiores; para así sacar lección de la
experiencia, para cuando de nuevo se empiece a presentar el caso.

335. 7. A quien va siguiendo más y más el camino de Jesús, las invitaciones o llamados de él le
parecen como connaturales, y los contrarios le resultan estridentes; y sucede a la inversa a
quien no se domina a sí mismo y carece de libertad y rumbo. Y la razón es clara: que algo
entra con suavidad en lo que se le parece y choca con lo que le es contrario, como una gota
de agua que de muy diversa manera cae en una esponja mojada o en una piedra.

336. 8. Cuando se dan la paz y alegría inesperadas, señales de la presencia de Jesús, hay que
tener mucho cuidado, pasadas ellas, en el tiempo que sigue, en que uno queda como
predispuesto por lo anterior. Porque muchas veces en este tiempo se le ocurren a uno cosas
o proyectos que no son los de Jesús o aun son contrarios a él y a su causa; y para distinguir
unos de otros hace falta detenerse mucho a examinarlos antes de darlos por válidos y
comenzar a realizarlos.

Re-elaboración de Felix Palencia sj

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