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La clase de hoy tiene su eje en el análisis de lo que se conoce como Generación del ’37 y,

particularmente, en los discursos de Esteban Echeverría.


En el plano cultural, luego de la ruptura que significó la revolución de 1810, ha surgido esta
generación de intelectuales. La Generación del ’37 fue el primer movimiento intelectual
animado por un propósito de comprender la realidad nacional y construir una identidad. La
generación de escritores, publicistas y hombres de Estado que alcanzó su mayoría de edad
en la década de 1830 -conocida como «Generación del 37» constituyó en la historia
argentina el primer movimiento intelectual con un propósito de transformación cultural
totalizador, centrado en la necesidad de construir una identidad nacional. Sus integrantes
más reconocidos son: Esteban Echeverría, D.F. Sarmiento, Juan Baustita Alberdi, Vicente
Fidel López, entre otros. Por otra parte, al contrario de la generación literaria subsiguiente,
la de 1845, los primeros románticos argentinos lograron en sus comienzos una cohesión
grupal y un grado de institucionalización inusitados para la época y para la región: el Salón
Literario de 1837, la Asociación de la Joven Argentina, la Asociación de Mayo, y las
redacciones compartidas de un puñado de periódicos de ideas definieron un «partido»
literario e intelectual, que se imaginaría con capacidad de reemplazar a los auténticos
partidos que entonces se disputaban el poder. La obra de los miembros de esta generación
abarca todos los géneros (historia, filosofía, novela, drama, periodismo político, etc.) y está
atravesada por una problemática común, hija del romanticismo, y que en la Argentina se
intensificaba por la indefinición de un Estado de difícil creación: el problema de la nación.
Al haber nacido casi todos ellos entre 1805 y 1821, los unía también el sentimiento de
concebirse a sí mismos como hijos de la Revolución y el deber de completarla: debían
llevar a cabo su segunda fase, una renovación en las ideas que reemplace a las armas y
permita forjar una nueva identidad nacional.
Vamos a desarrollar ahora algunas características generales del romanticismo para
entender bien de qué se trata y luego analizar a la luz de estas características su desarrollo
por los miembros de la Generación del 37.
Básicamente, el romanticismo puede ser entendido como una reacción al Iluminismo.
Allí donde esta ponía su foco en la razón, como forma de comprender el mundo según el
modelo de la ciencia físico-matemática, el romanticismo se ocupa de fenómenos que no
tienen que ver con la racionalidad ilustrada, cobrando relieve otros atributos como la
imaginación o las emociones. Esto produce un viraje hacia la propia subjetividad, en la cual
se buscarán los elementos más originales y específicos. El romanticismo proclama su
inclinación por lo excepcional en lugar de lo convencional, por lo cual se admirará al gran
hombre , al genio, al héroe, es decir, lo individual por sobre las convenciones colectivas.
En el plano sociocultural, el romanticismo valorará lo auténtico, lo propio, lo
idiosincrático, lo original y distintivo de cada cultura y cada nación, en contraposición al
cosmopolitismo ilustrado. Asimismo, valorará a los simples, a aquellos que están más cerca
de la naturaleza y de la tierra, como los campesinos, que poseen un saber natural,
espontáneo, incontaminado. En esa vía, el romanticismo abrirá un camino de búsqueda de
los datos primigenios de cada cultura, cantos populares, poesías campesinas, el
folklore. Proveerá a cada cultura de un pasado épico, mítico e inmemorial. Pondrá el acento
en los usos y costumbres de cada nación, ante las cuales deben rendirse las importaciones
de otras zonas culturales, propugnando que las leyes deben adecuarse a esas
particularidades. De hecho, esta será la crítica de la Generación del 37 a los unitarios y a los
rivadavianos, no haber sabido ver su realidad americana.
Frente a los planteos de progreso sostenidos desde el iluminismo, el historicismo
romántico introduce la noción de que cada nación es una totalidad en sí misma, que posee
una finalidad en sí y que por lo tanto cada una vale como cualquier otra. Esta afirmación
rompe con la idea de progreso iluminista, con la idea de un desarrollo en el tiempo a través
del cual las sociedades van evolucionando hasta alcanzar ciertos valores. Y rompe además
con la idea de una historia unilineal según la cual todas las naciones atravesarían los
mismos estadios de desarrollo, que las naciones más avanzadas ya recorrieron.
Volvamos ahora a la generación del 37. Los miembros de la primera generación romántica
fueron un producto de las condiciones imperantes en el Río de la Plata en los años
posteriores a la revolución. El desarrollo intelectual y artístico de las provincias de la nueva
república rioplatense había sido casi nulo, mientras que en México y Chile había una
tradición intelectual ligada al catolicismo que filtraba la incorporación de nuevas prácticas
y nuevas ideas. El prestigio local de la Ilustración había sido menor que en otras partes del
Imperio español y el único momento histórico que les presentaba una vida intelectual
intensa y de cierta calidad era el de la generación inmediatamente anterior, enrolada en la
experiencia rivadaviana de los años 20. Su propia formación intelectual era en gran medida
el producto de las reformas educativas promovidas por las reformas de Rivadavia. A su vez,
su ascenso en el medio cultural local derivaba de la ausencia de esas mismas instituciones
que habían sido desmanteladas por el rosismo, que podrían haber servido para oponerles
obstáculos institucionales o académicos. En gran medida, la generación romántica se gestó
en el seno de las instituciones educativas rivadavianas, en el Colegio de Ciencias Morales
(1823-1830) primero, y en la Universidad de Buenos Aires después. Esa experiencia le
imprimió a la nueva generación un carácter nacional, ya que una porción importante de los
alumnos eran becarios provenientes de las provincias del interior. En segundo término, la
experiencia educativa de la primera generación romántica estuvo fuertemente marcada por
las tendencias secularizadoras del régimen rivadaviano, que harían de ella no sólo una elite
«nacional», sino también una elite cultural de procedencia y de configuración social laicas.
El bagaje cultural adquirido por la generación romántica en las escuelas rivadavianas la
legitimó como elite intelectual aun antes de que ella cristalizara su perfil ideológico en un
movimiento político-literario de contornos precisos. Los efectos positivos que para la
nueva generación tuvo esa legitimación cultural impulsada por un Estado que deseaba
consolidar los mecanismos institucionales de reproducción del poder social se
prolongaron en los primeros años de la etapa rosista, profundizándose en parte por efecto
de la dispersión intelectual producida entonces, y en mayor medida por la ausencia de
instituciones con capacidad de consolidar el carácter oficial de una corriente ideológica o
estética.
En la Argentina donde la Universidad rivadaviana había sido reducida al estado de un
fantasma por la política derelegación seguida por Rosas, y donde no existían tampoco otros
canales institucionales alternativos para la legitimación de los prestigios intelectuales, la
supremacía de Pedro de Angelis y de los demás miembros de la anterior carnada intelectual
debió ejercerse por la vía del debate público y principalmente por las discusiones
desarrolladas en la prensa.
Cuando finalmente «triunfa» la vieja guardia sobre la nueva corriente, no lo hará en el
plano intelectual, sino en el de la política facciosa: el apoyo informal otorgado por Rosas a
Pedro de Angelis y a otros publicistas de la vieja generación operará como instancia
decisiva para la expulsión de los románticos de la arena pública y del país.
Como decíamos, el romanticismo marca la nota general de los miembros de esta generación
y su ideología de adscripción. Cuando Echverría llega de Europa con este nuevo credo,
hacia 1830, el romanticismo tenía ya cincuenta años de existencia en Europa. Sus raíces se
hunden en el siglo XVIII de la mano de figuras de Rousseau y Goethe y había adquirido un
carácter nacional que mostraba diferencias entre los desarrollos franceses, alemanes e
ingleses de esta corriente. Cuando el romanticismo ingresa en el Plata, ya han surgido otros
movimientos en Europa que le disputan el terreno, tales como el realismo en las artes o el
positivismo en la filosofía. Echeverría volvía de una estadía de cinco años en Francia,
donde había seguido un régimen de estudios poco claros, pero que le había permitido seguir
de cerca los debates que se estaban desarrollando en el mundo literario francés. Entre los
años 1826 y 1830, el joven Echeverría, becado por el gobierno de Rivadavia para formarse
profesionalmente en París.

Las notas salientes del romanticismo, como la exaltación del color local, el estudio de la
historia nacional o la búsqueda de un lenguaje propio como elemento diferenciador de una
cultura, no dejaron de llamar la atención de Echeverría, quien las vio como un catálogo de
principios susceptibles de ser trasladados a la nueva realidad americana. En efecto, tales
principios estéticos y filosóficos parecían adecuarse a la perfección a los ideales de la
Revolución de 1810.

Ya en Buenos Aires y con Rosas en el gobierno, Echeverría publicó de manera anónima, en


1832, Elvira o la novia del Plata. Considerada como la primera obra romántica de la
América de habla castellana y una de las primeras de la lengua, en ella se perciben algunas
marcas del nuevo ideario estético.
Echeverría actuó como catalizador de la nueva corriente que en el Río de la Plata ya
se estaba preparando para su aparición, se transformó en el primer poeta romántico
argentino. Ya desde los últimos años de la política de Rivadavia, publicaciones y noticias
de las nuevas tendencias literarias, filosóficas y culturales habían estado entrando en
Buenos Aires. En los periódicos que editó en Buenos Aires, Pedro de Angelis había
contribuido a la difusión del ideario del romanticismo con un intento de actualización
bibliográfica. Por lo tanto, al momento de hacer su aparición pública, ya había en el Plata
un público lector que se venía formando por lo menos desde un lustro atrás. Por eso, antes
que un iniciador ex nihilo del romanticismo en la Argentina, Esteban Echverría es quien
permitió que el movimiento romántico, hasta ese momento tácito, se hiciera público. Las
reacciones ante la nueva estética poética fueron favorables y la recepción del público fue
entusiasta, haciendo de Los consuelos (1834) y Las rimas (1837) libros de éxito en una
plaza editorial exigua. Echeverría pudo convertirse en la figura pública más prestigiosa de
la incipiente renovación romántica, en torno a la que todos los demás escritores
comenzarían a gravitar. Entonces, la Generación del ’37 como movimiento portador del
romanticismo iba a emerger plenamente entre 1837 y 1838 con su centro de gravedad
colocado en Esteban Echeverría. Esa corriente literaria y generacional alcanzaría su primera
instancia de cohesión grupal formal en el “Salón Literario”, institución patrocinada por
Marcos Sastre, que pertenecía a la generación anterior.
El Salón solo funcionó unos meses de 1837. Su propuesta consistía en naturalizar en
el suelo argentino las prácticas de sociabilidad literaria que se consideraban necesarias para
una cultura moderna. Se consideraba además que el resultado de sus actividades debía ser
la creación de saberes nuevos, originales, sintetizando teorías y métodos contenidos en los
libros europeos. Se trataba de una organización surgida de la sociedad sin intervención del
Estado. Obviamente, el contexto político jugó un papel fundamental, al régimen rosista las
actividades culturales solo le interesaban en la medida en que pudieran significar un estorbo
para su política. Además de Echeverría, Alberdi y Juan María Gutiérrez ocupaban el centro
de la escena.
Se dio a su vez una confluencia entre ruptura generacional y ruptura romántica. Como
veníamos sosteniendo, esto se cristalizó a partir de la creación del Salón. Esta redefinición
del movimiento fue impulsada por Echeverría y entró en una etapa superior de desarrollo
con la creación de una sociedad político-literaria cuyo propósito era unificar a la “juventud
argentina”, es decir, la “nueva generación” en un movimiento dedicado a la regeneración
social, cultural y política de la nación. La “Joven Argentina” era una organización que
mezclaba una modalidad “nacionalista”, puesto que intentaba la unificación cultural del
territorio, y una modalidad “juvenilista”, ambos según modelos europeos. El sesgo
masónico que tenía, respondía a las difíciles condiciones que le imponía al grupo actuar
bajo el régimen rosista. El progresivo cariz político de la actividad del Salón provocó su
clausura por parte del gobierno de Juan Manuel de Rosas. Pero algunos de los contertulios
siguieron reuniéndose en la clandestinidad, y en ese marco, en junio de 1838, fue fundada
la Asociación de Mayo, para la que Echeverría redactó las Palabras simbólicas, también
conocidas como Credo o Creencia de la Joven Argentina. Se trata en realidad de un listado
de quince enunciados que resumen el espíritu de la nueva generación; fueron aprobadas en
agosto de ese mismo año, cuando la policía del gobierno de Rosas ya había descubierto la
actividad clandestina de la Asociación de Mayo.
Las «Palabras simbólicas», el «Juramento de la asociación» y el Dogma Socialista en su
primera recensión de 1839, redactadas por Echeverría y Alberdi, se convertirían en un lazo
eficaz de unión entre los miembros de la corriente romántica, que se verían obligados - uno
tras otro- a emprender el duro camino del exilio. Fue a través de esta «Asociación» y de los
periódicos editados por sus miembros -en especial El Iniciador (1838-1839)- que
lacorriente romántica porteña logró en un inicio expandir su radio de influencia.
El primero de enero de 1839, ya exiliado en Montevideo, Juan Bautista Alberdi publicó
el Credo de Echeverría en el periódico El Iniciador, bajo el título de Código o declaración
de los principios que constituyen la creencia social de la República Argentina. Ese mismo
año se recrudeció la represión del gobierno de Rosas para con sus opositores políticos, lo
cual obligó a casi todos los miembros de la Asociación a emprender el camino del
destierro: Gutiérrez y Alberdi se marcharon a Montevideo, y Echeverría a Colonia primero
y a Montevideo después, donde moriría años más tarde.
En 1846, Echeverría publicó en esa ciudad el Dogma socialista, desarrollo doctrinario de
las quince palabras del Credo. Su contenido se vincula al ideario demócrata liberal, por lo
que la palabra "socialista" del título debe entenderse en el sentido de "social". Los
románticos rioplatenses (Echeverría, pero también Alberdi, Domingo Faustino Sarmiento,
José Mármol) iniciaron así la búsqueda de un sistema que permitiera cerrar y superar la
antinomia entre unitarios y federales, al tiempo que luchaban contra el carácter autoritario
del régimen rosista. En esas coordenadas se incluyen tanto el Dogma socialista como
las Bases (1852) de Alberdi, el Facundo (1845) de Sarmiento y Amalia (1851) de Mármol.
También el célebre relato El matadero, de Echeverría (escrito entre 1838 y 1840, pero
inédito hasta 1871, cuando Gutiérrez lo publicó en La Revista del Río de la Plata), debe ser
visto en esta perspectiva, ya que a pesar de su consistente realismo es una alegoría sobre la
violencia larvada en todos los niveles de la sociedad bonaerense de entonces: tras un
planteamiento de apariencia costumbrista, se cuenta la historia de un joven unitario
torturado por los rosistas. Obra sin duda singular, con ella se anticipó a modos de
concepción, de realización y hasta de forma que luego serían empleados por el realismo y el
naturalismo europeos. La obra de Esteban Echeverría puede resultar más relevante desde el
punto de vista político que desde el literario; sin embargo, su valor es insoslayable en la
constitución de la literatura argentina.
La primera etapa argentina del movimiento romántico -que coincidió en términos generales
con la década de 1830- terminaba así con un proyecto de mayor institucionalización que,
para enfrentar la clausura del espacio bonaerense efectuada por Rosas, buscaría expandirse
hacia el conjunto del territorio argentino -«nacionalizándose» de esa manera- y hacia las
repúblicas limítrofes, Chile y Uruguay. Ésta no sería la única dirección en que avanzaría
con cierto afán «sintetizador» el movimiento romántico. Antes de su partida al exilio, el
esfuerzo hecho en el plano intelectual y literario por diferenciarse de todas las corrientes
anteriores se había extendido también al plano político, uniendo en una misma recusación a
«Federales» y «Unitarios». En esta etapa de exilio, esa recusación global debió suavizar su
rigor respecto del segundo de esos dos partidos, ya que éste ahora se presentaba como un
aliado natural en la lucha contra el enemigo común, Rosas.
Echeverría, en cambio, vivió su exilio oriental como un progresivo descenso a la
marginalidad y la insignificancia. Casi enteramente ausente de los debates públicos desde
1839, confinado a su refugio de Colonia y encerrado en su enfermedad, buscaría intervenir
más activamente como educador en 1844 -cuando el gobierno de Montevideo lo comisionó,
a instancias de sus amigos argentinos, para que redactara un manual escolar- y en 1846
como líder de la «Asociación de la Joven Generación Argentina» (ahora rebautizada como
«Asociación de Mayo»). En esos años veía cómo a ojos de muchos el título honorífico de
principal poeta argentino le era arrebatado por José Mármol, y discernía oscuramente que la
entidad político-ideológica inventada por él parecía haber dejado de existir. Por ese motivo,
a la vez que emprendía una campaña entre sus amigos para recuperar su prestigio poético
con «El ángel caído», decidió reimprimir el Dogma socialista, con algunos leves retoques y
acompañado ahora de la «Ojeada retrospectiva» que buscaba dotar de un nuevo sentido a
aquellos eventos y creencias que tan rápido habían envejecido. La indiferencia y la sorna
con que esa propuesta fuera recibida por antiguos compañeros que aun antes de las
revoluciones de 1848 habían aprendido a desconfiar de los programas que, a sus ojos,
confundían ideas con acciones y palabras con hechos, provocaron una notable decepción en
Echeverría. A pesar de sus ríspidas polémicas con De Angelis, o sus artículos bien
recibidos sobre la Revolución de Febrero en Francia, a sus últimos años fueron de
retraimiento, silencio y amargura. Quizás, desde la perspectiva de su propio lugar en la
historia del movimiento, su decisión política más astuta haya sido la de morirse en 1851, en
vísperas de la caída de Rosas, ya que de esa forma despejó el camino para que sus amigos -
desembarazados de un fósil molesto y ambicioso- pudieran hacer de él uno de los
«profetas» de la nueva Argentina que se levantaba.

Las quince "Palabras simbólicas" son: "1. Asociación. 2. Progreso. 3. Fraternidad. 4.


Igualdad. 5. Libertad. 6. Dios, centro y periferia de nuestra creencia religiosa: el cristianismo su
ley. 7. El honor y el sacrificio, móvil y norma de nuestra conducta social. 8. Adopción de todas las
glorias legitimas, tanto individuales como colectivas de la revoluci6n; menosprecio de toda
reputaci6n usurpada e ilegitima. 9. Continuaci6n de las tradiciones progresivas de la Revoluci6n
de Mayo. 10. Independencia de las tradiciones retr6gradas que nos subordinan al antiguo régimen.
11. Emancipaci6n del espíritu americano. 12 Organizaci6n de la patria sobre la base democrática.
13. Confraternidad de principios. 14. Fusi6n de todas las doctrinas progresivas en un centro
unitario. 15. Abnegaci6n de las simpatías que puedan ligarnos a las dos grandes facciones que se
han disputado el poderío durante la revoluci6n". La elaboraci6n de estas "palabras simb61icas" que
amplian las bases del ideario de Echeverria en pp. 128-65. La "Ojeada retrospectiva sobre el
movimiento intelectual en el Plata desde el año 37", publicada en 1846, incorpora este material a su
contexto especifico desde la perspectiva de una lucha más extensa que la anticipada en su redacci6n
inicial.

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