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En la charla “Filmar las palabras: un homenaje a Eduardo Coutinho”, João Moreira Salles y María Campaña

Ramía hicieron un paneo de la carrera y la producción del documentalista y analizaron justamente esos rasgos
fundamentales, y casi únicos, del cine de Coutinho. Estas son las características principales de su obra y de su
método.

1) La construcción de los personajes

La investigación previa la hacían sus asistentes. Ellos se encargaban de buscar a los personajes basándose en la
idea o en el tema que Coutinho quería desarrollar en cada película. Además de aceptar participar, los
seleccionados debían ser personas carismáticas. Luego sucedía el primer encuentro entre Coutinho y los
entrevistados, que siempre estaba mediado por la cámara. Ese primer encuentro, que también podía ser el
último, se captaba en una toma larga, sin cortes. Por eso la duración de lo planos era generosa y detallada.
Coutinho les daba tiempo a las personas para que se se convirtieran en personajes. Con ellos, decía, establecía
una relación de naturaleza erótica: “Son relaciones de cuerpo. El cuerpo habla y el cuerpo está vinculado al otro
cuerpo”. Terminadas las entrevistas, Coutinho no mantenía contacto con los protagonistas.

2) El tiempo y la oralidad

Para Coutinho un encuentro debía estar permeado por una larga experiencia de vida y por la memoria,
mecanismo mediante el cual el recuerdo de esa vida llegaba al tiempo presente. Se podría afirmar, entonces, que
las materias primas de Coutinho eran la oralidad, o la palabra hablada, y la memoria. Era fundamental que
hubiera una distancia temporal considerable entre la experiencia y el recuerdo narrado de esa experiencia
durante la entrevista. Cuánto más larga esa distancia, mejor para Coutinho, pues para él el tiempo cubría la
vivencia de capas de imaginación, olvido e invención. Por eso los jóvenes le parecían insulsos. La historia de
vida tenía que haber sido transformada por el paso del tiempo y por el proceso del recuerdo. Eso era justamente
lo que le interesaba mostrar: la verdad de cada personaje, que no era más que una recuperación del pasado que
volvía a la vida con la narración. Ese tiempo presente del pasado Coutinho lo aprendió de Claude Lanzmann, un
documentalista francés que en su documental de nueve horas, ​Shoah, ​retrata el Holocausto judío únicamente
desde el presente, mediante entrevistas con víctimas y victimarios que rememoran lo vivido y el registro de los
espacios del horror, pero solo como ruinas, como su rastro, captados en el presente de la película.

3) El espacio

Para crear Coutinho debía sentirse en una prisión. Dentro de ella, paradójicamente, sentía la libertad de hacerlo
todo, sin que esa libertad dejara de estar regida por la reglas de la prisión conceptual en la que se encerraba
voluntariamente. En sus películas también aparece, de manera literal, la idea del espacio restringido, que obliga
a que el espectador se centre y profundice en la mirada. Más allá de ese espacio, de los personajes y de él
mismo, no hay nada más. A pesar de ser documentalista, Coutinho jamás usó imágenes distintas a lo filmado
para ilustrar algo sobre los personajes o la situación retratada. La razón es que tomaba la palabra como verdad.
No buscaba una foto para apoyar lo que el personaje decía. No utilizaba imágenes externas –como si estas
existieran para probar lo que un personaje cuenta–, transgrediendo los métodos tradicionales del género. Su
prioridad era preservar la verdad del rodaje.

4) Un cine minimalista

La obra de Coutinho puede ser vista como el ejercicio progresivo de eliminar elementos que hacen parte del
arsenal tradicional del cineasta, como el apoyo sonoro, el escenario y el guión. El movimiento de cámara refleja
una relación muy material con el cuerpo, y también el proceso de envejecimiento del mismo Coutinho. Casi al
final debía permanecer sentado en una silla, cosa que determinó formalmente su trabajo.
La experiencia de reducción radical de los elementos del cine lo llevó, sin planearlo, a descubrir la mínima
gramática necesaria para que el cine siguiera siendo cine, para que una película siguiera siendo película. En esa
economía encontró la potencia máxima de su obra.

5) El canto

El canto, como la palabra, es fundamental en el cine de Coutinho. Cuando surgía, se convertía en el momento
más memorable de sus entrevistas, pues no hay nada que reviva con más emoción una vivencia que una canción
directamente relacionada con el momento recobrado. El canto brotaba de varios de sus personajes
espontáneamente, cosa que les permitía entrar en otro modo, en una especie de trance. Cuando cantaban las
personas se convertían en otros, se potenciaban, y para Coutinho era fundamental que los encuentros con cada
personaje fueran poderosos. Esa espontaneidad con la que aparece de repente un canto refleja una relación
especial que los brasileños tienen con la música.

6) Coutinho y Brasil

Coutinho era un hombre intelectual, de clase alta, letrado y profundamente interesado en oír las historias de
otros. Quería escuchar, descubrir con ello realidades para él lejanas y encontrar sentido en esas historias, que
terminaban apelando a un Brasil profundo y arcaico, y que giraban en torno a temas muy concretos: Dios, la
muerte, el amor, la enfermedad, las relaciones entre padres e hijos, entre otros. “Todo está por ser descubierto”,
decía. A pesar de la desigualdad social del Brasil, Coutinho logró mostrar que en sus personajes había una
elocuencia y una capacidad de comunicar que de alguna manera borra las diferencias sociales y culturales. El
espacio del habla se convirtió, en sus películas, en un espacio democrático.

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